lunes, diciembre 15, 2008

Feininger en la vanguardia, la vanguardia en la gran guerra.

En un escrito cercano del que les haremos partícipes en fechas venideras, comentábamos que el cómic en su evolución histórica se ha visto sujeto a una paradoja digna de figurar en los anaqueles de la historiografía artística: ha llegado a la postmodernidad sin haber pasado por la modernidad.

Nos reafirmamos en la idea. La obra de autores como Ware, David B., Satrapi, Huizenga, los chicos de Drawn & Quarterly, etc. y, previamente, la de los Hernandez, Burns, Clowes y demás valientes ochenteros, supone un bautizo posmoderno con todas las (marcas) de la ley (autorreferencial, intertextual, metatextual...).

Sin embargo, para ahondar la brecha de incertidumbre (ante el extraño devenir diacrónico del medio), debemos confesar que mucho antes de la postmodernidad exisitió un periodo de probatura, búsqueda y experimentación, un momento en el que estuvieron a punto de abrirse muchas puertas (que, finalmente, sólo se dejaron entornadas): algo similar a lo que en otros vehículos artísticos se englobó bajo la etiqueta de Las Vanguardias. En el cómic, en las mismas fechas en las que lo hacían en la pintura, la escultura o la literatura, aparecieron una serie de artistas dispuestos a hacer arte con las viñetas y situarlas al nivel artístico de otros vehículos, digamos, más asentados.

Fueron pocos y osados. Casi todos ellos, como dicta la historia de los adelantados, escasamente reconocidos en su época. Entre ellos, el primero, el más grande, Winsor McCay, que plantó a su Little Nemo directamente en el Modernismo a lomos de una cama que galopaba por sueños surrealistas y abría de una coz las puertas de palacios oníricos, princesas con labios de fresa y nubes azules. Luego, fueron viniendo, casi a escondidas, agazapados, autores que no dejaban de jugar con sus historias a aquello del arte por el arte: que se lo digan a Gustave Verbeek, que forjó sus cadáveres exquisitos reversibles gracias a un ingenio cuasi dadaísta. En 1912, otro aventurero de la forma, Cliff Sterrett nos regala a Polly y a sus colegas que, durante cuarenta años, nos situó en un plano de costumbrismo dislocado; slapstick filtrado por el surrealismo amablemente caricaturesco de un autor que necesitó muchas más de esas cuatro décadas para ser reconocido. George Herriman no lo tuvo tan crudo y en su época gozó de un merecido reconocimiento; no es para menos, si atendemos a su papel como epígono comiquero de otros reconocidos surrealistas pictóricos y cinematográficos; ¿se nos asustaría alguien si dijeramos que Herriman fue al cómic lo que Miró a la pintura o Buñuel al cine?

Dejamos para el final al menos reconocido (y por ende apreciado) de todos estos artistas de la vanguardia escondida de los cómics. Hablamos de Lyonel Feininger, por supuesto. El dibujante menos comiquero, menos prolífico, menos ortodoxo del primer cómic... Hace poco tuvimos la suerte de hacernos con una de esas bonitas reediciones de las obras completas de Feininger (prologada por Bill Blackbeard) de Fantagraphics. Toda una aventura visual para las apenas 55 páginas que compendian prácticamente todas las planchas de cómic que Feininger dibujó en su vida: la vida de sus The Kin-Der-Kids, así como la de Wee Willie Winkie's World apenas llegó al año y medio. Tiempo suficiente, en todo caso, para demostrar que el exitoso expresionismo y el cubismo que empezaba a inundar los lienzos de Europa también tenía un sitio en las páginas de los periódicos norteamericanos (al menos eso pensaba este estadounidense-alemán): personajes llenos de ángulos, tejados con bocas que parecen buhardillas, nubes y olas como cubos, todo era visión dislocada en la obra de este tipo atípico.

El resto de la historia, hasta hace dos o tres décadas, ya la conocen ustedes. En ese escrito que les comentábamos al principio, citamos unas palabras de Richard Marschall en la Historia del Cómic de Toutain que, indirectamente, explican el anonimato en el que hasta fechas recientes se cobijaron nombres como el de Feininger: 

El factor comercial tuvo una importancia primordial en la historia de los primeros comics de la prensa norteamericana. Obviamente, el beneficio era indispensable para el éxito cada vez mayor de las series publicadas, pero ello debe ser tomado aún con mayor amplitud: la competencia comercial fue la causa de que se difundieran los cómics, de que se hiciera hincapié en el color, de que los comics prosiguieran y proliferaran, de que se constituyeran los Syndicates… y de que nacieran las “daily strips”, o series de tiras diarias (Richard Marshall, 1982-83: 29). 

Y también de que autores como Feininger pasaran por el cómic sin pena ni gloria, suponemos. Todo esto viene a cuento en este post (que ya va para demasiado largo) porque este fin de semana nos hemos vuelto a cruzar con nuestro amigo Lyonel. No ha sido en las páginas de ningún periódico, sino en los lienzos de una prestigiosa pinacoteca. Ni muchos lectores de cómics ni muchos visitantes de museos saben que Feininger, fue dibujante de cómics y (sobre todo, diríamos) pintor de esas mismas corrientes de vanguardia que antes mencionábamos. En la excelente ¡1914! La Vanguardia y la Gran Guerra, que estará en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el 11 de enero, tienen la ocasión de comprobarlo. Sólo hay dos o tres piezas suyas (ninguna de ellas mayor), pero la muestra está sin duda entre lo mejor de la oferta cultural prenavideña que pueden guardarse ustedes en la bolsa de la experiencia. Vayan y nos cuentan.

5 comentarios :

el tio berni dijo...

De Cliff Sterrett todavía no he conseguido pillar nada en papel, pero lo que he visto en internet me ha parecido realmente acojonante, especialmente cuando se lanza a hacer guiños al cubismo y al arte más abstracto. La verdad es que hasta hace relativamente poco, nadie tomó su antorcha.

El librito de Lyonel Feininger sí que lo tengo, y es otra maravilla. Siempre me impresionan mucho estos autores pioneros y las libertades formales que se tomaban (o que eran capaces de idear) cuando el medio todavía estaba en pañales. A veces parece que en esto del cómic la fórmulo ahogó un poco la experimentación y la creatividad y no ha sido hasta anteayer que algunos han probado continuar estas vías que estaban muy lejos de ser callejones sin salida.

Trataremos de acercarnos al Thyssen y ver esas pinturas...

Little Nemo's Kat dijo...

Probablemente, más que la fórmula, la industria y los medios de producción que, aunque en muchos casos funcionaron como acicates a la hora de aguzar el ingenio y la creatividad, en otros tuvieron un papel constrictor condicionando la obra a las exigencias del mercado.

Existe una recopilación del "Polly and Her Pals" de Sterrett, con varias ediciones de Kitchen Sink (prologada por Richard Marshall), pero está complicadito hacerse con ella; lo he intentado varias veces sin éxito. También se recopilaron unas pocas planchas en el tomazo de la "Smithsonian Collection of News Paper comics", editado por Blackbeard (mira el link de arriba); un auténtico lujazo, tamaño mueble, que se puede pagar en Amazon y similares a precio de saldo.

Lo de feininger, como bien dice usted, amigo Berni, una maravilla. No se pierda la exposición y nos cuenta que le ha parecido. Hay trabajos mayores (sobre todo de Franz Marc, Klee, Otto Dix o Leger).

Saludos ;)

el tio berni dijo...

Ah, pues el libro de Blackbeard no lo conocía, vamos a ver si nos hacemos con el. ¡Gracias!

Anónimo dijo...

Preciosa entrada, como siempre. Un placer para la vista. Interesante reflexión respecto a los años de travesía en el desierto de los comics.
Miguel.

Little Nemo's Kat dijo...

Gracias, don Miguel, usted siempre tan amable ;)

Sí que es el interesante el tema, la verdad. Un campo inexplorado para que algún arqueólogo inquieto meta la pala.