martes, junio 22, 2010

El viejo Palomar y alrededores.

La evolución de los medios narrativos está condicionada en buena medida por la educación de sus lectores-receptores o, mejor dicho, por su grado de asimilación ante la novedad de las propuestas discursivas que aquellos plantean. Lo que queremos decir es que si les hubieramos soltado a los lectores del XVIII alguna de las obras de Virginia Wolf, éstos no hubieran sabido por donde cogerla. Hace falta tiempo, práctica y conocimiento del código para descifrar a (vamos a poner) un tipo tan crítico como Tarkovski. A nadie se le ocurriría comenzar su inmersión cinematográfica con El espejo, esperamos.
Otro asunto es el grado de maduración de los discursos. A los vehículos literarios se les supone un pasado florido y abundante en propuestas. Cuando los modernistas ingleses (Joyce a la cabeza) plantean sus imaginativas soluciones a comienzos del S. XX, los precendentes garantizaban una recepción halagüeña. Medios más jóvenes como el cine y el cómic recorrieron ese camino de evolución con velocidades diferentes. El séptimo arte se incorpora sin demora a la vanguardia. El cómic la roza tangencialmente. Por eso, cuando llega la Nouvelle Vague al cine, en el cómic las propuestas son mucho más clásicas, eminentemente "populares" (en todos sus sentidos) y aparecen "contaminadas" de otros discursos como el cine clásico.
A las series televisivas les sucedió otro tanto (con más razón, diacrónica): bastante intrascendencia narrativa durante largo tiempo; comedias costumbristas, series de acción y alguna joya esporádica que alude a la continuidad y al cuadro crítico-social detrás de la apariencia de género, como Canción triste de Hill Street. Somos de los que pensamos que hasta la irrupción rupturista, marciana e hipnótica de David Lynch, con su Twin Peaks, la cosa televisiva no vivió su seísmo de elaboración vanguardista. Sin Lynch no entendemos casi nada de lo que vino después, ni esas grandes películas de 50 horas, como son Los Soprano o, sobre todo, The Wire, ni esas series formadas por 40 grandes películas, como Madmen; o las enredaderas interconectadas de Perdidos.
Y aquí queríamos llegar (un post que pretende hablar de Gilbert Hernandez y su Palomar y que, tres párrafos después, ni los ha mencionado aún). El hecho es que comenzar a leer la saga del señor Hernandez a partir de Nuevas historias del viejo Palomar (recientemente publicada por La Cúpula) es tarea tan azarosa y complicada como intentar engancharse a los trucos adictivos de Perdidos a partir de la tercera temporada. Misión improbable.
La aparición de los Hernandez Bros en los 80, con su Love & Rockets y sus diferentes sagas narrativas, fue un pequeño cataclismo para el medio. Tuvo mucho de vanguardia, la verdad, o de postvanguardia o de postmodernidad. Sus historias fragmentarias, sus puntos de vista constantemente cambiantes, su visión dislocada de la realidad y su realismo mágico conectaban la obra de estos dos genios del cómic con la de los autores hispanoamericanos del Boom de los 50-60. Algunos lectores no estábamos preparados, reconozcámoslo, para aquellas entregas fraccionadas y fraccionarias que se nos regalaban en El Víbora. No entendíamos nada, ni reconocíamos a unas Lubas de otras.
Suponemos que esta es la misma causa del estupor que causo hace dos años en algunos lectores la elección sistemática de La educación de Hopey Glass, de Jaime Hernandez, como uno de los mejores tebeos del 2008, por parte de críticos y más críticos. Locas se lee en pequeñas dosis, pero se entiende como un todo. Lo mismo sucede con Palomar. Hace unos años, cuando hablábamos de Beto Hernandez y de su obra magna, señalábamos cuánto se disfruta de su trabajo cuando éste se lee agrupado bajo el formato de novela gráfica. Es lo que les sucede a muchos espectadores contemporáneos con las series televisivas: vistas (gracias a internet) sin pausas publicitarias y con la continuidad que garantizan los medios digitales, el disfrute se multiplica.
No sería de buenos anfitriones recomendarles que abordaran el trabajo de Beto Hernandez a partir de este Nuevas historias del Viejo Palomar, como no lo es tampoco pensar en Luba: En Norteamerica como episodio iniciático. No obstante, si deciden bautizarse en esta gozosa historia-río de familias numerosas, pueblos felizmente miserables y babosas alimenticias, les sugerimos dos itinerarios: si son amantes de los flashbacks audaces, lancense con los dos episodios de Palomar publicados por La Cúpula y completen luego los huecos de la historia con la lectura de Río Veneno; si son ustedes de aquellos de la linealidad con sobresaltos, cambien el orden lector y pasen del Río a los Palomares. Completado el prolegómeno necesario, aventúrense ya sin pudor a devorar este Nuevas historias del viejo Palomar, Luba: En Norteamerica, Luba: El libro de Ofelia o Luba: 3 hijas o cualquier otro de los episodios palomarescos que puedan venir.

Así seguro que sí. Y es que resulta que cada nueva reescritura de las vidas, desventuras y verdaderos milagros de los protagonistas de este Macondo viñetero, respira humanidad, de la de verdad, de la de la ficción verosímil. Episodios como los de Nuevas historias... son las piezas que completan un puzle, aparentemente, lleno de interrogantes y en constante crecimiento. Cada respuesta llama a una nueva incognita. En "Los niños de Palomar" se nos desvela la aparición súbita de Tonantzin y Diana, pero se nos deja desnudos de certezas ante su origen; cuanto más descubrimos de Gato y el resto de adolescentes del lugar (Soledad, Guero, Pintor, etc.), menos entendemos de su devenir vital; las visiones de la Tonantzin adolescente dejan vislumbrar una maternidad imposible, pero apenas revelan nada acerca de esas estatuas totémicas que jalonan los arrabales de Palomar y que tanto tienen que ver, aparentemente, con los misterios del lugar. Luba (la gran matriarca, uno de los personajes femeninos más importantes y fecundos del cómic) queda al margen en esta nueva colección de historias.
Lo que les decimos: ventanas y más ventanas que se abren para dejar entrar aire fresco (y parece imposible después de tantos años) a una historia que cuenta entre sus muchos méritos el de ser uno de los grandes cómics contemporáneos. Ahora sí, recuerden, comiencen por el principio si no quieren llevarse berrinches pecuniarios y llenarnos de reproches recomendatorios. 

3 comentarios :

Octavio B. (señor punch) dijo...

magnífico post. Yo también estoy de acuerdo con el papel de Lynch en la Hª de la teleficción, aunque dudo que se pueda decir, en oro tema, que cuando la Nueva Ola franchute en el cómic no hubiera experimentación (la hubo en las sundays del primer cuarto de siglo, y la hubo en la Metal Hurlant francesa, que diría a ojo coetánea de la Ola cinematográfica. Otro asunto es que esa experimentación de Druillet y cia. supusiese un eslabón en la mirada adulta de los contenidos del cómic, claro.
Pero al tema. Este artículo me desconcierta y hace pensar, puesto que a menda la lectura le inspira justo todo lo contrario: diría (y pido opiniones si alguien se anima) que estas Nuevas Historias son un adecuado punto de arranque para el novato. Porque su construcción es mucho más ligera y sencilla que las viejas historias recopiladas el los tomos Palomar (Luba, de la que leí río Veneno nada más, en principio rompe con el valor coral de la saga troncal, ¿no? Yo hablaría de "apéndice necesario".. tabi´çen lo pregunto, dado que ya digo, leí lo poco que leí).
Por otro lado sigo viendo al narrador elegante en este nuevo omo. No alcanza el nivel de Sopa de Gran pena, por ejemplo (por liviano, por desconcerante en su mezcla argumental de ci-fi cincuentera y realismo mágico) pero siendo bueno y de entrada ligera (dale a un novato el primer tomo de Palomar, ¿podrá así, a bocajarro, con aquello?), creo qeu sí podría ser un soportal adecuado a un universo mucho más denso (y mejor)

en fin, es una opinión, otra vez, envuelta en dudas (pero con la que articularé un texto para el periódico, así que el asunto me interesa conversarlo :D)

Little Nemo's Kat dijo...

Yo es que tengo la impresión de que adentrarse en el mundo de Beto a partir de estos apéndices (efectivamente, más ligeros y fragmentarios) puede dar lugar a una visión anecdótica del conjunto y, desde luego, mucho menos profunda y compleja de lo que la serie merece. Palomar, con todas sus anisocronías, rupturas y puntos de vista cambiantes, crea un fresco coral que permite establecer la línea narrativa básica de la saga. Sólo con ese armazón narrativo, me parece, tendrá argumentos el lector para emplazar y entender la razón de ser de estos microrrelatos, mucho más episódicos. Como historias independientes su valor es bastante menos trascendente, creo.

Como bien dice usted, amigo Octavio, es curiosa la diferente interpretación. Gracias por enriquecer el debate. Le recomiendo fervientemente, eso sí, que se lance con los Palomares 1 y 2 de La Cúpula (si, como me parece entender, no los ha leído). Son tremendos.

Octavio B. (señor punch) dijo...

no, justo los Palomar son lo que he leido (Y MUCHO ANTES, en la colección aquella, en formato revista, que fue donde descbrí a Beto)

Y de lo demás, lo dedico a pensar el tema ;)