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lunes, enero 16, 2012

Cinco centímetros por segundo, de Makoto Shinkai. El paso de la vida, la luz del tiempo.

Dicen que cinco centímetros por segundo es la velocidad a la que cae la flor del cerezo desde su rama.
Nos gustó tanto el cómic de Manuele Fior basado en ella, que decidimos dedicarle un rato a la cinta de Makoto Shinkai en la que, según habíamos leído, se había inspirado. Inspiración libre, pero con un espíritu común.
Cinco mil kilómetros por segundo y Cinco centímetros por segundo comparten una organización narrativa apoyada en cinco capítulos, en el caso del cómic, y en tres, en el de la película, que bien podrían funcionar como episodios independientes, como ejercicios autónomos de nostalgia narrativa y de desarraigo sentimental. Comparten también cierto aire contemplativo, que en el caso de la película de Shinkai se integra con naturalidad dentro del arte narrativo japonés, con su deleite taoísta por el paso del tiempo al ritmo de las estaciones y la observación de la naturaleza, mientras que en el cómic del italiano, estaba más relacionado con los contrastes de luz y color que diferencia a las culturas mediterráneas de las del norte de Europa. En tercer lugar, ambos relatos tienen en común una línea temática que tiene que ver con la separación, con la pérdida y con la elección de itinerarios vitales.
La estética visual de Cinco centímetros por segundo combina un diseño de personajes en esa línea del manga sentimental para chicas (shojo), que tanto nos recuerda a series como Candy Candy, con una recreación de paisajes soberbia, llena de detalles realistas y verosimilitud contextual. Una mezcla explosiva (por muy habitual que sea), que consigue, no obstante, esquivar parcialmente el territorio de la afectación o la cursilería (en la que, apesar de todo, cae la cinta en alguna que otra ocasión; sobre todo en las ensoñaciones espaciales del segundo episodio o en el infumable karaoke del tercero) gracias a un tratamiento de la luz realmente brillante y a un ritmo sosegado, casi hiperestésico. Debido a ello, el paso de las estaciones, la climatología y los escenarios naturales y urbanos, adquieren un papel protagonista en la película a la hora de trasmitir su carga lírica.
La historia de Takaki Tōno y Akari Shinohara, o la de Takaki Tōno y Kanae Sumita, nos remiten a unas vidas cualesquiera, y nos recuerdan las bifurcaciones innumerables que salpican la existencia del ser humano, las elecciones que conforman nuestro destino. Takai, Akari y Kanae se conocen en la adolescencia, ese periodo en el que cada tropezón duele como un derrumbamiento, se separan y se vuelven a encontrar cuando ya es demasiado tarde. La película de Makoto Shinkai se recrea en los momentos de la angustia previos a ese encuentro que se presume definitivo ("Extracto de flor de cerezo"), en los de inseguridad personal y ausencia de certezas ("Cosmonauta") y en la separación definitiva y ese tan triste "y cada uno siguió su camino" ("Cinco centímetros por segundo").
En fin, que no estamos seguros de que la cinta de Shinkai nos haya gustado tanto como la versión comiquera de Fior, pero una cosa sí es cierta, el cuerpo se nos ha quedado casi igual de nostálgico y pesaroso que con aquella. Un ejemplo de que no hay que dejar de ver algo de anime de vez en cuando; puede ser bueno hasta para el alma.

lunes, julio 11, 2011

Bailando un Vals con Bashir en León.

Volvemos de las charlas de León con las baterías recargadas, como siempre. Hemos conocido físicamente a amigos blogueros que nos han instruido con sus palabras y hemos tenido la ocasión de volver a conversar largo y tendido con José Manuel Trabado (estupendo anfitrión, y organizador del evento). Nos da pena habernos perdido las charlas de autoridades como Ana Merino o de esa fenómena de la ilustración que es Noemí Villamuza; habrá más ocasiones, suponemos.
El último día, además, hemos vuelto a ver esa estupenda película que es Vals con Bashir, de Ari Folman (nada extraño si consideramos que el curso se titulaba "Cómic, ilustración y cine de animación. La imagen y sus públicos"). La ilustrada exposición de José Manuel al final de la película y las reflexiones que nos ha generado este nuevo visionado nos han inclinado a dedicarle este post, aunque hace ya más de dos años de su estreno.
Cuando la vimos en su día, no habíamos leído aún el Notas al pie de Gaza de Joe Sacco; esta vez, no podíamos sacárnoslo de la cabeza mientras repensábamos la obra de Ari Folman. Si recuerdan, en un artículo muy reciente en Culturamas, hablábamos del cómic de Sacco en términos de fidedigna indagación periodística, sí, pero también reconociéndole el enorme valor que tiene como documento recuperador de una historia olvidada por la misma Historia: el olvido oficial e interesado del drama, el poder y sus efectos anestésico. Resulta que, vuelta a ver, tenemos la impresión de que Vals con Bashir nos está hablando de lo mismo, con recursos narrativos no demasiado diferentes, aunque, eso sí, con una excusa de arranque mucho más subjetiva: el Ari Folman-personaje (la película se plantea como un ejercicio de exorcismo personal) no busca tanto rescatar la memoria sociohistórica de una tragedia, sino recuperar su propia memoria y recuerdos acerca de la misma. Literalmente.
En una escena de Vals con Bashir comentan que la mente se encarga de cerrar el acceso a los pasillos oscuros, a los hechos traumáticos de nuestra existencia. En el caso de Folman, los de su participación más o menos directa en la masacre en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en 1982. El asesinato terrorista del líder libanés Bashir Gemayel, en 1982, junto a otras 40 personas en Beirut, desencadenó un verdadero acto de genocidio en los campos de refugiados palestrinos de Sabra y Chatila. Milicianos falangistas cristianos libaneses vengaron el asesinato de su líder entrando en los campos de refugiados y matando a más de 2.400 personas, la mayoría ancianos, mujeres y niños, durante varias jornadas de masacre. Los soldados israelís, siguiendo las instrucciones del entonces jefe del estado mayor Ariel Sharon, asistieron impávidos a las matanzas, cuando no las alentaron o encubrieron.
En Vals con Bashir, Folman, soldado israelí en aquella misión, intenta recuperar sus recuerdos, la memoria de unos hechos que sabe que presenció, pero que ha borrado completamente de su mente; en su lugar, no hay sino vagos presentimientos y ensoñaciones, cuando no pesadillas. Para rescatar su pasado, el personaje de la película intenta desandar sus pasos mediante encuentros y entrevistas con algunos de los personajes que estuvieron junto a él en aquellos fatídicos momentos. Como hiciera Sacco en su intento de desentrañar los oscuros sucesos en otra matanza, la de la Franja de Gaza, en las poblaciones de Khan Younís y Rafah, ahora Ari Folman entrevista a los espectadores de la Historia con el fin de rescatarla del olvido. Y todo ello "escrito" con la gramática de una película de dibujos animados y todo ello "escrito" desde el lado de los culpables, por un ex-soldado israelí
Señalábamos en aquel artículo sobre Notas al pie de Gaza que en estos tiempos de sobre-exposición a la violencia y de anestesia colectiva ante el dolor, a veces las imágenes representadas generan una descarga empática en el espectador mucho más intensa que la percepción directa de la realidad misma. Por eso, las imágenes hipnóticas de Vals con Bashir, la recreación cuasi-lírica de los pasajes oníricos (con los subrayados magistrales de la música de ese genio que es Max Richter) o sus irónicos juegos visuales con trasfondo crítico (las escenas de violencia en el campamento de la playa tratadas como si fueran un videoclip de punk-rock), consiguen provocar en el espectador una tensión creciente ante cada uno de los avances en la indagación personal de Ari Folman y un contagio sincero ante el dolor que se presiente al final de búsqueda. La aparición de imágenes reales al final de la cinta, el vídeo de las viudas palestinas llorando entre las ruinas, rompe la ilusión, nos devuelve a la realidad, nos conecta con el universo de lo conocido y, al mismo tiempo, nos saca del drama personal de Folman (filtrado por la imperfección de la memoria, por la representación icónica de la imagen animada -vease el inteligente recurso al doble filtro ficcional), para meternos de lleno en la realidad conocida de la tragedia, esa que, impasibles, contemplamos todos los días en las pantallas de nuestros televisores. En este caso, la realidad se vuelve más real y dolorosa cuando es introducida mediante el artificio de una ficción que, lo sabemos, no lo es en absoluto. El arte convierte en eterno el recuerdo de lo que en los noticiarios televisivos no dura más allá de lo que lo hace el calor de la primicia.
Así de triste es la cosa, así de grande es Vals con Bashir.

lunes, marzo 14, 2011

The Secret of Kells. Filigranas celtas.

The Secret of Kells (2009), la cinta de animación de Tomm Moore y Nora Twomey, cuenta la historia del niño Brendan y su fascinación por un misterio: el que se esconde en un libro, un códice medieval cargado de secretos y simbolismo, que habrá de iluminar al que lo lea. El Libro de Kells es la obra principal del cristianismo celta. Datado alrededor del año 800, sus páginas encierran auténticos tesoros en forma de miniaturas e ilustraciones primorosas. El Libro de Kells se encuentra actualmente en la biblioteca del Trinity College de Dublín.
En realidad, todo en esta coproducción belga-franco-irlandesa gira alrededor de los libros y de sus ilustraciones. El poblado irlandés de Kells nace alrededor de la abadía que le da nombre y está dirigido por los monjes copistas que escriben y trabajan en ella. Pero el pueblo de Brendan vive, además, con angustia la inminencia de una invasión vikinga. Por eso, los monjes, a las órdenes del severo Abad Cellah (el tío de Brendan), dedican sus esfuerzos a la creación de una gran muralla protectora, descuidando, para su gran desazón, sus labores amanuenses. Un buen día, la llegada del monje Aidan de Iona y su mítico Libro de Iona cambiará el destino de Brendan y de su poblado.
La historia de The Secret of Kells está surcada de referentes simbólicos, míticos y religiosos de la cultura irlandesa y sus tradiciones celtas. La implantación del cristianismo en la isla estuvo fuertemente imbricada de elementos paganos y absorvió con naturalidad la iconografía celta y parte de sus ritos. En este cuento animado conviven con igual naturalidad las criaturas mágicas de los bosques irlandeses con hechos históricos del pasado remoto, como los efectos devastadores de las frecuentes incursiones vikingas en las Islas Británicas o los rigores de la vida monástica de los copistas medievales.

Pero si hay algo que determina la fuerza y el valor de esta película es su apartado gráfico: las imágenes que configuran The Secret of Kells son de una belleza magnética. Alimentadas del mismo simbolismo iconográfico celta que mencionábamos antes, la película se construye sobre un trabajo artístico lleno de matices y sensibilidad. Su esteticismo se basa en la adaptación de la figuración a patrones geométricos y diseños similares a los que se empleaban para ilustrar los códices medievales. De este modo, gracias a la filigrana y el modelo decorativo recurrente, el espectador tiene la sensación de estar viendo como las miniaturas creadas por aquellos pacientes amanuenses cobran literalmente vida ante sus ojos. Los perifollos, los trenzados, los patrones geométricos se trasforman en edificios y bosques de un verde luminoso; los personajes se dibujan a partir de ángulos, trapecios y esferas Y el espectador, asiste embobado a la danza de esas miniaturas llenas de vida que bailan al ritmo de una historia repleta de folclore y misterio. Todo un prodigio visual el que nace dentro de este Libro de Iona, el Libro de Kells.
Les dejamos con el trailer para que lo vayan hojeando.

lunes, febrero 22, 2010

Osamu Tezuka. Animación experimental (II).

Seguimos con Osamu Tezuka y sus cortos de animación. Seguimos enlazando aquellos que se pueden ver en la red (no todos, lamentablemente).
6. Cuadros de una exposición (1966, 33 min): Rememorando lo que en su día hiciera Walt Disney en Fantasía con Bach o Tchaikovsky, Tezuka se inspira ahora en la conocida obra del compositor ruso Mussorgsky para componer un ácido cuadro de la civilización moderna y sus habitantes. Usando los cuadros colgados en un museo (todos ellos, reinterpretaciones de Tezuka lejanamente basadas en estilos y escuelas reconocibles) como motivo de guía, el maestro japonés desmenuza conceptos y personajes como los de “el crítico de arte” (hosco y tentacular como una araña negra), la fatuidad hueca de cierto arte contemporáneo (en la breve y hermosa narración de “el jardinero del paisaje artificial”), la falsa búsqueda de la belleza (en el infantil trazo de “cirujano plástico”), la deshumanizada producción en cadena (en “propietario de una gran fábrica”), la violencia como modelo de conducta (“macarra”), la dicotomía éxito/fracaso (“boxeador”), etc.
El ingenioso recurso funciona en varios planos. La innegable carga alegórica de cada fragmento, su adecuación a la banda sonora y la constante variación estilística dota al conjunto de una innegable eficacia simbólica. Cada micorrelato de la animación se adapta a su historia particular, tanto en la forma narrativa como en la elección estilística, integrándose en el relato-marco, como sorprendentes eslabones de una cadena multicolor.
7. El Génesis (1968, 4 min): peculiar e idiosincrásica visión del Génesis bíblico a medio camino entre la abstracción y la ciencia-ficción. En realidad no se trata de un corto de animación propiamente dicho, sino de una narración ilustrada con imágenes estáticas de dibujos en blanco y negro. Una pieza desconcertante de principio a fin, desde la broma inicial en que se señala a Dino de Laurentis como productor ejecutivo y a John Huston como director del corto, hasta la muy bizarra selección de imágenes ilustrativas (que incluye hasta alguna pieza de sushi y a Astro Boy como invitado especial), pasando por esa banda sonora con un Carmina Burana “invadido” por multitud de melodías chocantes.
8. Saltando (1984, 6 min): animación de estilo clásico, dominada por un curioso y omnipresente punto de vista subjetivo (que nos anticipa la visión frontal y los movimientos basculares que explotarían hasta la saciedad muchos de los videojuegos aparecidos en los años siguientes). La inteligencia en el manejo de la “cámara” y el ritmo ágil del corto, se ven reforzados por los constantes efectos sorpresa que salpican el viaje del protagonista y por ingeniosos toques de humor made in Tezuka.
9. Una película estropeada (1985, 6 min): Tezuka juega con la idea de un falso corto creado en los orígenes del cine (antes de que naciera, de hecho, pues la fecha ficticia de la animación es la de 1885). En este sentido, utiliza todos los defectos derivados de las insuficiencias técnicas de las primeras películas (ruido en la imagen, cortes entre fotogramas, imágenes rayadas, fotogramas descuadrados de plano, sonido deficiente, etc.), para construir una historia autoconsciente en la que unos personajes, que parecen recién salidos de un tebeo de Jacovitti, utilizan esos mismos inconvenientes como recursos argumentales para hacer avanzar la acción gag tras gag: el protagonista principal (un vaquero zancudo) limpia el fotograma con un paño para poderle ver la cara a la chica que se haya atada en las vías del tren, ese mismo vaquero utiliza un globo de diálogo como objeto arrojadizo, etc. Ingenioso. Uno de los mejores momentos de la recopilación.
10. Pulsar (1987, 4 min): bizarra road movie futurista, protagonizada por un simpático explorador postapocalíptico (parece que, de nuevo, está poniéndose el género de moda) en busca de… Un divertido corto, con mensaje y sorpresa final.
11. Muramasa (1987, 9 min): “La historia de una espada maldita que convierte los dibujos en personas reales”, reza la explicación argumental del corto. Animación con una fuerte impronta pictórica, el estilo gráfico de Muramasa homenajea (sobre todo por lo que se refiere al diseño de sus personajes) a los manga clásicos de samurais de Koike y Kojima, en otros. El relato se construye sobre el ritmo entrecortado que genera la sucesión de imágenes estáticas, sólo muy ligeramente animadas (lejos de los 12 o 24 fotogramas por segundo), que se acumulan creando el efecto simbólico de un “texto” (leyenda/narración) ancestral.
12. La leyenda del bosque (1987, 30 min): relato ecologista poblado por cazadores, árboles y animales antropomórficos, cuyas andanzas discurren sin palabras, al ritmo musical de los movimientos 1º y 4º de la Sinfonía nº 4 op.36 de Tchaikovsky. A través de cambios radicales y progresivos a lo largo del corto en el estilo de dibujo, Tezuka homenajea los diferentes momentos en la historia de la animación, pasando de la simple sucesión de imágenes estáticas secuenciadas a un breve guiño al zootropo e, inmediatamente, a los pioneros de la animación cinematográfica: Winsor McCay y su dinosaurio Gertie, las diferentes etapas de la escuela Disney, el ánime e incluso la animación underground o el expresionismo europeo. El virtuosismo de la propuesta estética y la genialidad de su puesta en práctica hacen que el relato quede en un segundo plano. El espectador asiste maravillado a un curso rápido de historia de la animación, con las metáforas de fondo de la evolución vital (nacimiento, infancia, madurez y muerte) de la ardilla voladora que protagoniza el corto (1er movimiento de la sinfonía) o la del bosque que se resiste a su destrucción a manos del hombre-depredador (4º movimiento).
13. Autorretrato (1988, 13 seg): animación instantánea express y con premio. Nunca una transposición entre aplicaciones tecnológicas (curiosa interdiscursividad) fue tan breve.

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[Actualización 01-marzo-2010]

Gracias a los comments descubrimos que en Tonnerre de Brest se nos habían adelantado dedicándole tres posts como tres soles a este Tezuka experimental. No se lo pierdan, aquí, allá y acullá.

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Osamu Tezuka. Animación Experimental (I).

jueves, febrero 11, 2010

Osamu Tezuka. Animación Experimental (I).

Vamos a ponernos en plan ecléctico-estupendo y les vamos a demostrar que no sólo de cuadros vive el bloguero. En el post anterior hablábamos de lienzos habitados por personajes de manga-ficción, como Astro Boy o Kimba, el león blanco, entre otros. Éstos en concreto, como bien saben ustedes, son dos de los personajes emblemáticos de Osamu Tezuka, el tantas veces llamado “padre del manga”.
Hace tiempo leímos en algún sitio (alguna guía del cómic o trabajo historiográfico) una frase que, desde entonces, no nos hemos podido quitar de la cabeza; decía algo así como que los tres personajes más influyentes de la historia del cómic eran Hergé, Jack Kirby y Osamu Tezuka, y que los dos primeros podían ser discutibles. Por aquel entonces, en nuestro país apenas habíamos leído al maestro nipón: se estaba publicando la increíble epopeya del Fénix, recordamos, y nos parece que había visto la luz algún volumen de Black Jack (y de Adolf, ¿quizás?). Poca cosa, en definitiva, para tomarle la medida a un genio.
Han cambiado mucho las tornas. Ahora los trabajos de Tezuka se publican con una regularidad que llega a la avidez dependiendo de la temporada. Y no hablamos solamente de cómics. Ha llegado a nuestras manos un peculiar DVD titulado Animación Experimental de Tezuka, que incluye, como su propio nombre deja ver, trece cortos de dibujos animados del autor japonés, creados entre 1962 y 1988 (un año antes de su muerte). El honor y mérito de la distribución deben asignarse a la distribuidora Divisa, que editó la cinta en el año 2008. De igual manera, en ella no sólo se recogen trabajos facturados por el propio Tezuka, sino otras obras en las que el maestro japonés participó como dieñador, guionista o director, a partir de sus productoras Mushi y Tezuka.
Les hemos conseguido vincular una buena parte de los cortos gracias a ese truco mágico sin fin que es YouTube, aunque, por supuesto, en versiones sin traducir (bastantes son mudos, así que no es tan grave la cosa) y no todas de ellas completas. Vamos a dedicar las dos siguientes sesiones a diseccionar el contenido de estos trabajos experimentales, ¡que un genio bien merece una sesión doble! Disfruten con la carga lírica, la brillantez gráfica y el profundo humanismo de los siguientes cortos.
1. Macho (1962, 3 min.) es una historia procaz protagonizada por felinos y humanos, llena de ambiguas insinuaciones sexuales y medidas insinuaciones visuales. La acción del corto se desarrolla detrás de un fondo de pantalla negro. Los personajes se mueven detrás esa pantalla oscura, mientras al espectador sólo se le descubren retazos fragmentarios de lo que está sucediendo (como si una linterna imaginaria iluminara caprichosamente diferentes secciones de la pantalla), en espera de la sorpresa final. En este, como en varios otros de los cortos, el dibujo de Tezuka nos recuerda sobremanera al estilo de La Pantera Rosa (el personaje de dibujos animados con el que Fritz Freleng gana el oscar al mejor cortometraje de animación… dos años después).
2. Historias de una calle (1962, 39 min): se suele decir que los trabajos animados de Tezuka muestran muy pocas huellas de su origen oriental y japonés en particular. Historias de una calle es un buen ejemplo de esta aseveración, con unos planteamientos gráficos en la composición de espacios y personajes muy cercanos a los de la ilustración occidental. De hecho, a primera vista, las imágenes de este corto nos recuerdan a un improbable cruce entre cierta ilustración infantil de coloridos aires impresionistas (en las localizaciones, sobre todo) y los dibujos animados de la factoría Hanna Barbera. El papel de Tezuka en este trabajo se centró sobre todo en su faceta como productor a través de su compañía Mushi. Poética y visualmente muy sugerente, a Historias de una calle, sin embargo, le falta cierta tensión rítmica: su acumulación (narrativamente impresionista también) de pequeños episodios vitales que se insertan en el relato como brochazos, no acaba de funcionar con fluidez. Algunos de sus hallazgos principales (como la interacción humanizada de los carteles publicitarios y otros usos de la personalización –los ratones, el árbol, la polilla) se explotan de forma un tanto insistente, sin que aporten demasiado contenido más allá de su innegable carga poética. Este último, sin duda, es el rasgo más destacable de la animación, junto a su mensaje antibelicista y sus numerosos guiños al mundo del arte a través del cartelismo (al Impresionismo francés, al Constructivismo ruso, al Cubismo, etc.).
3. Recuerdo (1964, 6 min): “Cualquier hombre está hecho para olvidar cosas. No tiene que ser lelo para ir olvidando las cosas que ha visto y oído una tras otra”. Así comienza a rememorar una voz en off (muy habitual en los cortos de Tezuka, por otro lado) el gran número de vivencias que olvidamos o recordamos de forma distorsionada a lo largo de nuestra vida: el embeleso del primer amor, las imágenes de la infancia, los quebrantos profesionales. El corto recurre a collages fotográficos y numerosas metáforas visuales para abordar, desde el humor, la improbabilidad del recuerdo certero, al mismo tiempo que, con ironía, deja entrever cierta desesperanza ante la incapacidad del hombre para recordar y aprender de sus errores (con referencia directa al papel de Japón en la 2ª Gran Guerra).
4. Sirena (1964, 9 min): una bonita fábula onírica orquestada en torno a la ensoñación poética del personaje principal: un joven que crea con su imaginación a una sirena de la que poderse enamorar. El estilo gráfico de la animación juega con la ligereza lírica que predomina en la pieza: en este sentido, destaca el uso de una finísima línea clara para perfilar, únicamente, los contornos de los personajes, convertidos en figuras trasparentes y delicadas, que adoptan los colores y texturas de los fondos según se desplazan sobre ellos. La música de Grieg acompaña a las imágenes en la creación de un cuadro animado que nos remite a los cuentos clásicos de hadas, pero también a cierta visión existencialista de un mundo moderno, en el que la imaginación infantil termina indefectiblemente reprimida ante las exigencias del pragmático y materialista mundo de los adultos.
5. La gota (1965, 4 min): esta historia de un náufrago desesperado por echarse una gota de agua al gaznate, puede considerarse uno de los experimentos fallidos de la cinta, al menos en el plano visual. El recurso de animación utilizado por Tezuka (la animación del náufrago en el centro de la pantalla, mientras el fondo texturado, que simula el mar, fluye a su alrededor) no acaba de funcionar en su recreación de movimiento fluido. El espectador asiste a la escena con cierto incomodo, ya que, involuntariamente, la presencia de ese mar artificioso en segundo plano consigue robarle protagonismo a lo verdaderamente sustancial de la historia: la cómica desesperación del náufrago. Igualmente inapropiado se nos antoja el subrayado musical (una impetuosa melodía clásico romántica), a todas luces excesivo respecto al breve motivo narrativo que acompaña.

Continuará...