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martes, noviembre 15, 2016

La ACDCómic publica 'Cómic digital hoy. Una introducción en presente'

Una muy buena noticia que llevábamos un tiempo esperando.
ACDCómic publica Cómic digital hoy. Una introducción en presente, un volumen digital gratuito de más de 700 páginas acerca de los webcómics y la pujanza actual del cómic en la red. En el libro colaboran algunos de los estudiosos y críticos más destacados del panorama nacional y hay que agradecerle su coordinación, compilación, edición y maquetación a Pepo Pérez, cuya implicación y perseverancia han permitido que este proyecto ciclópeo haya salido adelante. A Pepo le agradecemos también que nos haya invitado a participar en él, con nuestro artículo "De la revolución del cómic y otros augurios".
Les dejamos aquí con el muy goloso índice del libro y con la nota de prensa correspondiente, así se animan a la difusión y proselitismo de una obra que bien lo merece.
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La ACDCómic publica Cómic digital hoy. Una introducción en presente

El libro, de libre acceso en formato PDF, analiza el panorama actual del cómic digital internacional

Coordinada por Pepo Pérez, esta obra reúne los textos de 27 críticos y divulgadores

La ACDCómic (Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España) lanza Cómic digital hoy. Una introducción en presente, un libro que reúne diversos estudios sobre el panorama contemporáneo del cómic digital internacional. A lo largo de 33 capítulos, 27 autores abordan el tema desde diferentes perspectivas. El libro se puede descargar gratuitamente en un único archivo PDF desde la plataforma Lektu o por capítulos desde la web de ACDCómic.
La expansión de Internet y el uso de nuevos dispositivos electrónicos móviles están cambiando nuestros modos de relación, consumo y acceso a la información. El cómic no es ajeno a este proceso, como demuestra la explosión de webcómics, plataformas y revistas digitales de historieta. La ACDCómic ha querido contribuir con este libro a prestar más atención al impacto de las nuevas tecnologías digitales en los modelos de producción, difusión y consumo del cómic, así como analizar casos específicos de historietas digitales publicadas en las últimas dos décadas. 

Visión general y casos de estudio

Cómic digital hoy. Una introducción en presente se estructura en dos partes. La primera, “Panoramas digitales”, recoge textos que pretenden ofrecer una visión panorámica del cómic digital desde puntos de vista históricos, nacionales o temáticos. La segunda, “Casos de estudio”, analiza ejemplos concretos desde el ensayo, la reseña en profundidad, el reportaje o la entrevista, que permiten documentar tanto los avatares del proceso creativo como los desafíos de producción y difusión planteados por el entorno digital.
Los autores 

En 'Cómic digital hoy: una introducción en presente', bajo la coordinación de Pepo Pérez, escriben miembrosde la ACDCómic y otros estudiosos del cómic y las artes visuales: Jorge Iván Argiz, Daniel Ausente, Mikel Bao, Octavio Beares, Fernando Castro Flórez, Isabel Cortés Navarro, Irene Costa Mendia, Borja Crespo, Alberto García Marcos, Óscar Gual Boronat, Isabel Guerrero, Breixo Harguindey, Eduardo Maroño, Diego Matos, Raúl Minchinela, Carlos Miranda Mas, Erika Pardo Skoug, Pepo Pérez, Álvaro Pons, Jordi Riera Pujal, José Andrés Santiago Iglesias, Óscar Senar, José A. Serrano, Rubén Varillas, Jaume Vilarrubí, Gerardo Vilches y Yexus. En total, más de 700 páginas para analizar cómo internet y las tecnologías digitales han abierto nuevos caminos para el cómic.

La asociación que publica el libro 

ACDCómic (Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España) es una asociación sin ánimo de lucro que agrupa a personas que realizan trabajos de investigación, periodismo, crítica, estudio, comisariado y otras actividades teóricas y divulgativas relacionadas con el cómic. La asociación se constituyó en 2012 con la voluntad de colaborar en la difusión del trabajo que ya desarrollan sus miembros de forma individual, emprender iniciativas conjuntas que no se podrían afrontar de forma separada  y servir de interlocutor ante otros colectivos o instituciones.

Cómic digital hoy
Una introducción en presente

Antología de varios autores. Pepo Pérez (coord.)
Publica: ACDCómic | Primera edición: noviembre 2016
Libro digital en descarga gratuita desde la web de ACDCómic
ISBN: 978-84-608-3910-1
757 páginas | 27 autores | 33 capítulos
Índice e introducción: click aquí
Perfiles breves de los autores: click aquí

viernes, julio 29, 2016

Intrusos, de Adrian Tomine. Madurez generacional (en ABC Color)

En nuestro último artículo para el suplemento cultural de ABC Color, de Paraguay, hemos hablado de Intrusos, la última obra de Adrian Tomine. Se trata de un libro formado por seis historias breves; género en el que el norteamericano se ha revelado un verdadero maestro desde que publicara sus primeras historietas en su fanzine Optic Nerve. Intrusos es un trabajo complejo y ambicioso; un paso adelante en la capacidad narrativa de su autor y, en cierto sentido, una declaración de principios por parte de uno de los nombres esenciales de la revolución de la novela gráfica. De todo ello hablamos en "Madurez generacional". Acompaña a nuestro texto un afinado perfil biográfico a cargo de Juliá Sorel: "Adrian Tomine, Cazador de rutinas".
Se escucha y se lee mucho últimamente que Intrusos (Killing and Dying, en inglés) es el trabajo más maduro de Adrian Tomine. Analicemos qué hay de cierto en ello, y que hay de nuevo en ésta, su última colección de relatos breves.
Tomine pasa por ser uno de los grandes autores contemporáneos de la narración comicográfica. Las revistas y publicaciones más prestigiosas del mundo se pelean por sus dibujos e ilustraciones y prácticamente todos sus cómics se reciben con elogios unánimes de crítica y público. Lo curioso es que la cosa es así desde que el canadiense tenía 16 años y comenzó a autoeditarse su fanzine Optic Nerve en los 90 y a vender sus entregas por correspondencia antes de que Drawn & Quarterly (nada menos) se fijaran en él. Un talento precoz, un narrador superdotado.
Pero, ¿qué queda en Intrusos de aquel joven creador cuyas historias cortas todo el mundo comparaba con las de Raymond Carver? Sobre todo, precisamente, su gusto por la brevedad, por la condensación de la historia. Uno de los rasgos que más nos gustaban del Tomine de los Optic Nerve, perfeccionado en Sonámbulo y otras historias o Rubia de verano (dos de las recopilaciones de sus historias cortas publicadas en España), era esa capacidad de capturar el instante representativo: ese ojo clínico y quirúrgico que condensaba la vida o la psicología de un personaje en solo unos minutos, días o meses de su existencia. Sus historias parecían en el fondo fragmentos de narración, relatos in media res, que carecían de un principio o un final. Todavía hay mucho de ello en Intrusos, aunque la temporalidad de las historias de Tomine se haya vuelto, en general, más compleja y menos lineal: el relato que da nombre a la edición española, por ejemplo, apenas abarca unos días en la vida de su protagonista, un hombre de quien ni siquiera sabemos el nombre y que parece vivir una de esas etapas vitales de crisis y comportamientos erráticos que invitan más al olvido que a la creación de una historia a su alrededor. De otra situación de crisis personal arranca «Vamos, Búhos», de cronología igualmente breve (unas semanas, de nuevo), construida por pequeños saltos temporales irregulares. Es la historia del encuentro de dos personajes de edades diferentes que no tienen en común más que el estar perdidos y el carecer de una perspectiva futura de redención. Historias breves e instantes escogidos para la reconstrucción de vidas complejas: el Tomine de siempre, si cabe aún más hábil, imaginativo y complejo en la construcción de sus tramas (lo demuestra, por ejemplo, su fabuloso uso de la elipsis en «Triunfo y tragedia»).
De sus orígenes, el autor conserva también su enorme capacidad como dibujante realista, que no ha hecho sino mejorar con el tiempo (como ya dejó claro su excelente primera novela gráfica Shortcomings). Ha desaparecido cierta uniformidad que imprimía a las fisonomías femeninas y a sus personajes más jóvenes, en general. Tomine se ha consolidado como un dibujante sobresaliente: un autor con una línea clara y limpia que consigue capturar la realidad con un nivel de detalle y una apariencia de facilidad que no debe engañarnos respecto a su capacidad gráfica. Además, el Tomine de Intrusos es un dibujante mucho más ecléctico: juega constantemente con diferentes registros estilísticos y experimenta con recursos audaces en los usos cromáticos, como la alternancia entre el color y el blanco y negro en «Una breve historia del arte conocido como “hortiescultura”»; el falso empleo del bitono en «Vamos, Búhos»; el finísimo trazo gris vectorial en «Triunfo y tragedia», en vez de su habitual línea firme; o el gris monocromo en «Intrusos». En cada historia del libro, recurre a un estilo y una técnica de dibujo diferente, demostrando que es un creador en constante búsqueda. Así, mientras su estilo en «Amber Sweet» se parece mucho al de la línea clara y los colores planos que le hicieron célebre, el trazo suelto y modulado de «Intrusos», junto al empleo de la mancha y el sombreado expresionista, nos recuerda mucho más a autores como David Mazzucchelli o, si nos retrotraemos más en el tiempo, a los juegos de iluminación de un maestro como Milton Canniff.
Y es ahí donde tenemos que buscar la madurez del nuevo Adrian Tomine: en su conciencia generacional o, mejor aún, en su aceptación de pertenencia a un grupo privilegiado de autores que desde los 90 están provocando uno de los cambios culturales más excepcionales que ha vivido un discurso artístico en las últimas décadas: la madurez del cómic, que ha sucedido a la consolidación de la novela gráfica como formato. Tomine se sabe uno de los elegidos y, con sus pares, comparte el momento y avanza en una experimentación formal y conceptual intrínsecamente unida, en realidad, a la recuperación del pasado.
Quizás no haya mejor manera de entender Intrusos que por la lista de agradecimientos que el autor publica en las páginas finales. Entre sus nombres, adivinamos a algunos de los nuevos narradores de la literatura estadounidense, como Zadie Smith; encontramos a Chris Oliveros, el mago-visionario que en 1990 fundó Drawn & Quarterly, la casa editorial que tanto ha hecho por la consolidación del cómic moderno; aparece también otra visionaria, Françoise Mouly, que con su marido Art Spiegelman decidió a inicios de los 80 que el cómic podía ser un vehículo de alta cultura, un medio de creación adulta, y fundó la revista Raw.
Pero, sobre todo, en esa lista aparecen nombres como Chris Ware, Daniel Clowes o Seth..., los coetáneos de Adrian Tomine, los miembros de su «hermandad» artística: los que, como él, estaban llamados a cambiar el futuro del cómic cuando empezaron a participar en proyectos como Raw o cuando en el arranque de los 90 comenzaron a publicar y autoeditar revistas y fanzines cuyos nombres están cargados hoy de misticismo fundacional: Eightball, ACME Novelty Library, Palookaville u... Optic Nerve. 
Todos ellos se propusieron revitalizar el cómic, ampliar sus fronteras, desde una mirada constructiva al pasado, no solo del cómic, sino también de la ilustración o la tipografía. Construir un nuevo edificio a partir de la obra de genios como Winsor McCay, George Herriman, Frank King o Will Eisner, a los que las historias del arte y de la narración nunca habían puesto en el pedestal que se merecían. Sin ir más lejos, encontramos la influencia de Frank King en «Una breve historia del arte conocido como “hortiescultura”», con su alternancia entre episodios a media página en blanco y negro y otros a página completa en color, claro recuerdo de la transición de las antiguas tiras periodísticas diarias (dailies) a las grandes planchas dominicales a color (sundays). Habíamos visto ejercicios parecidos en la obra de Daniel Clowes (Ice Haven) o Seth (George Sprott). Igualmente, es imposible leer el relato «Traducido del japonés» y no recordar la obra de Chris Ware (y, de rebote, la de Winsor McCay), con esas preciosas postales de espacios apenas habitados, tan frías, detallistas y perfeccionistas que crean una geografía narrativa casi fotográfica (apoyada además por la visión subjetiva que construye el relato).
Es cierto, Intrusos es seguramente el trabajo más maduro y complejo de Tomine hasta la fecha, pero, sobre todo, es un ladrillo más de los muchos que él y sus «amigos» están colocando en la creación del edificio del cómic: el mismo espacio que habrá de cobijar el futuro del medio.

jueves, junio 02, 2016

Diez años y muchos cómics después...

Diez años hace, ya, que abrimos esta ventana bitacórica.
Al principio, sólo queríamos un archivador, un cuaderno vivo en el que colgar y dejar respirar los textos que escribíamos aquí y allá: aquellos artículos, por ejemplo, que un buen día Antonio Marcos nos invitó a publicar en un periódico de Salamanca que ya ni siquiera existe. Qué finos son los hilos que se entretejen en el tiempo y la distancia. Hoy aquellas páginas de un suplemento cultural se nos confunden con otras que ahora publicamos en un periódico mucho más lejano y exótico, gracias a una nueva invitación, igualmente amable.
Entre medias, nos dice el contador de Blogger que hemos recibido más de medio millón de visitas. En tanto tiempo tampoco parecen tantas. Bastantes, lo sabemos, son nuestras, porque seguimos siendo tan torpes como al principio y sigue costándonos lo mismo que entonces trastear en las tripas de esta plataforma bloguera que siempre nos enreda y confunde con su html y fuentes cambiantes. También hay mucho rastreador de imágenes en la red, y nosotros hemos colgado centenares de ellas. Pero tiene un eco bonito: medio millón. Sabemos, además, que, entre tanta visita casual, durante esta década nos han visitado muchos lectores de forma regular o racheada. Nuestro Little Nemo's Kat ha sido una barra de bar llena de cómics. Un punto de encuentro en el que nos hemos cruzado con amigos y con desconocidos que luego han sido nuestros amigos. Hemos aprendido de blogueros ilustres que empezaron mucho antes que nosotros y de otros que nacieron casi a la vez y ya son referente. Nos hemos dejado aconsejar, enseñar y sorprender por todos esos socios invisibles que en algún momento han llamado a nuestra puerta para contarnos sus secretos. Gracias a todos ellos hemos descubierto nombres, obras y lugares que ya no vamos a olvidar.
Personalmente, esta pequeña bitácora ha sido la excusa perfecta para atrevernos a airear rincones privados. Fue la parada y posta en la que un editor apasionado e idealista nos empujó a publicar páginas que habían nacido para morir en la academia. En la que otras editoras, igualmente soñadoras, nos invitaron a viajes selenitas copilotando cohetes amigos. Gracias a nuestro pequeño gato (viste mucho salir a las calles digitales con un minino al hombro) nos han invitado a fiestas congresales, guateques revisteros y botellones web. Hemos bailado, viajado, escrito y hablado, solos y en compañía. Y, sobre todo, hemos tenido la suerte de conocer a algunos de los protagonistas de una fiesta en la que los galanes y las divas dibujan y los directores escriben al ritmo de guiones con más estampas que palabras.
Pero, sobre todo, durante esta década hemos disfrutado de una penitencia autoimpuesta que, con religiosidad semanal y contadísimas excepciones, nos ha empujado a leer y escribir sobre páginas y más páginas de tebeos, cómics, novelas gráficas, historietas o como a bien tengan definirlas los señores McCay y Herriman que cada día nos vigilan (junto a nuestros amigos Gaspar, Pejac y López Cruces) desde los márgenes de este blog.
Por todo eso, y hasta que la indolencia crónica o alguna obligación insoslayable nos lo impidan, aquí seguiremos y aquí les esperamos, como cada siete días. Hasta ahora, amigos.

miércoles, abril 13, 2016

Billie Holiday, de Muñoz y Sampayo, en ABC Color. La canción de la mala vida

Hace algo menos de una semana se cumplían 101 años del nacimiento de una de las grandes voces del jazz, de la música: Billie Holiday. Decidimos celebrarlo por anticipado en el periódico ABC Color de Paraguay, con una reseña del homenaje que otros dos clásicos, los artistas José Muñoz y Carlos Sampayo, le dedicaron a la leyenda en forma de cómic. Curioso intercambio, en realidad, porque Muñoz y Sampayo son también dos leyendas vivas, de la narración gráfica en su caso. 
Nuestra editora Montserrat Álvarez le dedica en el número un perfil biográfico a la gran cantante; el Doctor en Filosofía y melómano, Jorge Manuel Benítez, se acerca a su voz a través de la escucha de All or Nothing at All; y nosotros completamos el homenaje con nuestro artículo: "Billie Holiday, de Muñoz y Sampayo. La canción de la mala vida".

Desde siempre, desde que, vanguardia viva, bucearon en el nacimiento de un cómic adulto que se dio en llamar «cómic de autor»; desde que se presentaron como invitados transatlánticos del hermano continental junto a aquellos tipos del underground y a aquellos atildados auteurs europeos que ahora entendemos como padres de la aclamada cosa gráfica novelada; desde que empezaron rasgando la página y la viñeta a machetazos, y los bocadillos con letras trazadas por un buril; desde entonces, Muñoz y Sampayo parecen arte nuevo y revelación, más que cómic; o cómic artístico y vanguardia, que puede llegar a ser lo mismo. Reinventores del lenguaje.
La edición preciosa de Billie Holiday, de Salamandra Graphic (prestada de los franceses Casterman) se abre como si fuera un museo: páginas doradas a lo Klein antes de los créditos; retrato plateado de ella, esbozado sobre negro como una caligrafía arrugada, para ilustrar el título; y luego, la foto enorme en plano medio de Francis Paudras de una Billie bellísima y jovencísima: una diosa de la música en plena exuberancia subrayada por un tocado de flores blancas sobre su pelo ensortijado. Un museo sin casi abrir el cómic de Muñoz y Sampayo, aún.
«Prostituta, alcohólica, toxicómana. Muere joven... Una vida sentimental desgraciada», dicta el cronista. La niebla de Billie Holliday es demasiado densa como para que la realidad llegue algún día a despejar el mito perfecto del malditismo, la gloria y el amor convertido en jirón de voz.
Con el estilo oblicuo y afilado de Muñoz, y la inclinación de Sampayo por los relatos seccionados y la mirada múltiple, este cómic aborda la historia de la gran dama del jazz como un relato construido a partir de referencias cruzadas y testimonios fragmentarios; recreando, en algún sentido, la propia vida de su protagonista. En el prólogo del cómic, Francis Marmande así lo señala:
«Afortunadamente, Billie Holiday vivió varias vidas. Varias vidas simultáneas, cruzadas, enredadas como el hilo de una madeja, con suficientes placeres inauditos para transmitírselos a todo el mundo; con aquella risa, a pesar de todo, sobre un fondo de muerte, y esa locura por los hombres que la llevaría a la perdición.
»...Tuvo la energía para vivir todas esas vidas mil veces más intensamente que nuestras vidas cuadriculadas, escrupulosas, renqueantes. Tuvo, sobre todo, la capacidad dañina de vivirlas todas juntas en sus intersecciones, en sus brechas, en sus heridas insoportables. Murió a los cuarenta y cuatro años».
Aquel cronista que mencionábamos, un periodista al que le han endosado la tarea de escribir sobre el trigésimo aniversario de la muerte de una cantante de jazz a la que no conoce, es una de las esquinas de este relato oblicuo, también fragmentario y entrecruzado. Una de las marcas de estilo de Muñoz y Sampayo. Otra de esas marcas es la presencia protagonista en Billie Holiday de Alack Sinner, personaje estandarte e icono del dúo creativo; detective oscuro, torturado, complejo, que representa una de las cumbres de la serie negra comicográfica, y referente fundamental, en las numerosas historias protagonizadas por él, para el crecimiento del cómic adulto a partir de aquel cómic de autor europeo e hispanoamericano de los años sesenta y setenta. En Billie Holiday, Alack Sinner es un policía primerizo (ignorante aún del serpenteante universo ficcional biográfico que le espera) que un día, de niño, conoció a la más grande cantante de jazz; y que luego, ya de adulto, volverá a encontrarse con ella un luctuoso 17 de julio de 1959, casi sin saberlo. Vidas cruzadas, viajes autorreferenciales.
La tercera presencia del relato es, claro, la que le pone nombre: Eleonora Holiday, Lady Day, Billie Holiday… La historia de una desgracia continuada que llegó a parecer una vida; y que salpicó a quienes la rodeaban, como a ese pobre Lester «Pres» Young, un hombre invisible que respiraba a través de un saxofón.
El cronista indaga, recupera los retales de la biografía y los une, no para ilustrar la imagen luminosa de su éxito y recuerdo póstumo (la que resiste plastificada en las portadas de sus CDs recopilatorios), sino las huellas casi perdidas de su fracaso como persona, de su vida infeliz sacudida por el machismo de los hombres que no la quisieron y por el racismo de sus conciudadanos, que no la respetaron. De fondo, suena «You might find th’night time th’right time for kissin», como un mantra. Tonada del anhelo de lo que nunca fue.
La voz de Billie Holiday encerraba el secreto del arte, y sus canciones solo nos dejaban constatarlo por una rendija. Este cómic lo da por hecho, y nos abre otra rendija para que descubramos la fragilidad, la imperfección y la suerte perra que en realidad respiraban debajo de la estrella.
El arte gráfico de José Muñoz, dueño del claroscuro, del tenebrismo, el verdadero expresionista alemán de Buenos Aires, es de nuevo un prodigio de manchas, intersecciones y rostros cortados por la tinta de una navaja. Los globos y los textos de Billie Holiday se entretejen, van y vienen, y, como en una banda sonora impresa sobre papel, crean un contexto, una atmósfera pesada y densa, hecha de conversaciones anónimas, recuerdos casi perdidos y muchas noches sin dormir (las del periodista, que necesita terminar su artículo, las de Alack Sinner, que no sabe que ella se está muriendo en la habitación contigua, y las de Billie Holiday, que fueron casi todas).
Este cómic está cargado de arte desde la portada hasta las páginas finales, en las cuales, bajo el título de «Jam session», se recogen los increíbles bocetos, dibujos rápidos y cuadros de situación creados por Muñoz para terminar de redondear un trabajo, que es un homenaje a la vida triste de una voz única.

martes, febrero 16, 2016

Aquí, de Richard McGuire. El tiempo infinito (en ABC Color)

Ha salido este fin de semana el artículo que escribimos para ABC Color Paraguay sobre el que para muchos ha sido el cómic del año. Podríamos incluirnos en el grupo: Aquí es uno de esos tebeos (llamenlo novela gráfica) que nos cambia la mirada y que habrá abierto puertas y ventanas a muchos creadores; una obra que, estamos seguros, tendrá secuelas y ahijados. En nuestro artículo, repasamos el recorrido del Aquí de Richard McGuire desde aquella versión primeriza y seminal en la revista Raw, de Art Spiegelman y Françoise Mouly. Para completar el cuadro, nuestra editora, Montserrat Álvarez, nos ofrece un perfil biográfico del artista.
Aquí tienen las páginas del suplemento y nuestro artículo: "Aquí, de Richard McGuire. El tiempo infinito".

No hay más que echarle un ojo a las habituales listas anuales con las recomendaciones de los mejores cómics del 2015 para darse cuenta de que hay un consenso casi unánime entre críticos y lectores a la hora de situar Aquí, de Richard McGuire, como uno de los acontecimientos viñeteros del año.
RAW: EL INICIO
Cuando Art Spiegelman y su mujer, la editora Françoise Mouly, comienzan a editar el primer volumen de su revista Raw en 1980, su objetivo está claro: demostrar que el cómic, considerado por muchos hasta ese momento un reducto para lectores de prensa y para una masa de niños y jóvenes aficionados al género superheroico, podía convertirse también en un vehículo de alta cultura; en un producto con contenidos de calidad. Por su circunstancia vital, los dos editores de Raw estaban familiarizados con los principales movimientos del cómic adulto surgidos en los años 60 y 70: el cómic de autor europeo y, sobre todo, las revistas de comix underground estadounidense; en algunas de las cuales había participado el propio Spiegelman. Precisamente, con la idea de cambiar la recepción lectora de los cómics, Mouly y Spiegelman contactan con varios de los artistas europeos y estadounidenses surgidos de aquellos movimientos de los años 60 y 70, con la intención de incluir trabajos suyos en su nueva revista experimental Raw.
El Volumen 1 de Raw (1980-1986) constó de ocho números, cuidadosamente publicados en blanco y negro, en un gran formato y completados con diversa parafernalia editorial (cartas, flexi-discs, cuadernillos, etc.). En esas primeras revistas, que se presentaban bajo epígrafes ilustrativos de sus intenciones, como "The Graphix Magazine for Damned Intellectuals" o "The Graphix Magazine That Overestimates the Taste of the American Public", cohabitaron autores europeos y sudamericanos de prestigio (Jacques Tardi, Joost Swarte, Muñoz y Sampayo), figuras del underground (Robert Crumb, Justin Green, Kim Deitch) y gigantes del manga aún desconocidos en Europa (Yoshiharu Tsuge); junto a prometedores nuevos talentos (Charles Burns, Ben Katchor, Chris Ware), artistas plásticos conectados con el mundo del cómic (Gary Panter, Mariscal) y algunos materiales recuperados de la tradición clásica casi olvidada del cómic, que incluían planchas de Caran D’Ache, Winsor McCay, Milt Gross y George Herriman.
PÁGINAS VISIONARIAS
También en ese primer volumen, el propio Art Spiegelman comenzaría a publicar y a dar forma definitiva a la serie biográfica sobre el testimonio de su padre, Vladek Spiegelman, superviviente de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial, a la que ya se había aproximado algunos años antes desde su experiencia underground. El primer libro de Maus se publica episódicamente en seis ejemplares de Raw antes de ver la luz como una de las primeras «novelas gráficas»; en realidad, la que estaba llamada a cambiar el futuro del cómic adulto. El segundo libro de Maus aparecería en el volumen 2 de Raw (1989-1991), que consistió únicamente en tres números en formato de libro, con páginas en color y buena parte de los colaboradores que habían participado en la primera etapa de Raw. En sus páginas terminó de forjarse la leyenda de Maus: historia de un superviviente, cuya segunda parte, metaficcional, incluye las reflexiones del propio Spiegelman sobre la creación de la obra misma.
Más desapercibida pasó, en los dos primeros números de ese segundo volumen, la presencia de un joven artista y músico llamado Richard McGuire. Su contribución al primer número de la segunda etapa de Raw se tituló Here: consistía en seis páginas con una estructura simétrica de seis viñetas cada una, ocupadas por el plano fijo de un mismo espacio en diferentes momentos de la historia (la fecha aparecía en una pequeña didascalia informativa situada en la esquina superior izquierda); dentro de cada una de esas viñetas-marco, McGuire insertaba microviñetas (con su fecha correspondiente), con la intención de segmentar aún más la información espacio-temporal y remitirnos a otros momentos temporales dentro del mismo espacio. El efecto final del cómic creaba auténtica confusión en el lector y rompía cualquier marco de expectativas preconcebidas por lo que respecta a la secuenciación narrativa tradicional que se le presupone al cómic; tal y como se entendía en ese momento, al menos. En su momento, los lectores se acercaron a Here como quien se acerca a un juego visual, un experimento facturado en viñetas.
MAPAS DE LA MEMORIA
Y así hasta el momento presente, en que diferentes editoriales estadounidenses y europeas se han puesto de acuerdo para publicar la versión actualizada y redibujada de aquel Here, con el mismo título de entonces y la nueva pátina de lujo y reconocimiento que ahora otorga la etiqueta «novela gráfica» (una marca de prestigio que no se entendería como tal si no fuera por la importancia de Spiegelman y su Maus). Pantheon en Estados Unidos, Hamish Hamilton (Penguin) en Reino Unido y Salamandra Graphic en España han sacado a la luz la nueva versión redibujada y ampliada de una obra de 1989 que sigue leyéndose como si fuera verdadera vanguardia y que se ha acogido como todo un acontecimiento.
De aquellas seis páginas originales, el nuevo cómic de McGuire conserva en sus trescientas cuatro nuevas páginas la esencia y las intenciones; pero frente a la antigua organización regular en viñetas, esta nueva edición recurre a la doble página como unidad narrativa. El blanco y negro ha sido sustituido por un uso muy significativo del color en una clara búsqueda de intenciones cromáticas, relacionadas con las fechas y los instantes transcurridos en el interior de una habitación que sigue funcionando como escenario único de la acción. El estilo gráfico de McGuire ya no responde tampoco al minimalismo y la línea clara de aquella primera obra. En su lugar, el autor elabora preciosistas cuadros espaciales, ilustrados con técnicas muy diversas, que van desde el dibujo a lápiz, las acuarelas y la pintura gouache hasta versiones vectoriales de fotografías reales pertenecientes a su archivo familiar. Y es que, como confiesa el propio McGuire en una entrevista reciente para la revista teórica online Cuadernos de Cómic, hay una carga muy fuerte de autobiografía en este libro:

La historia sucede en una localización actual, la casa donde he crecido, que está en Nueva Jersey, no muy lejos de Nueva York. He navegado entre cajas de fotos familiares y películas que mi padre hizo, en busca de momentos casuales, imágenes que no parecieran posadas. Recibí una beca de investigación en la biblioteca pública de Nueva York. En sus colecciones encontré viejos periódicos en microfilm, fotos de archivo y mapas. Incluso encontré un diario de alguien que vivió en el mismo pueblo en el siglo XVII. Trabajé durante un año descubriendo hechos históricos interesantes. Entonces tracé una línea temporal en papel a lo largo de toda la pared de mi estudio. En este momento, todavía no sabía de qué iba a ir el libro. Tenía la estructura pero debía rellenarla con el contenido. La historia de seis páginas que hice años antes (y en la que se basa este libro) era poco más que un ejercicio formal. Sabía que tenía que profundizar en las emociones para adaptarla a un libro (entrevista de Mireia Pérez, en CuCo #5).
VIAJE DIACRÓNICO
La base narrativa sigue siendo la misma: McGuire nos monta en su máquina del tiempo para guiarnos en un deslumbrante viaje diacrónico, sin moverse un centímetro de su escenario. La habitación, el espacio que ocupa, en realidad, es el vínculo entre todas esas instantáneas que saltan de un año a otro, de década en década, de siglo a siglo y que incluso nos proponen el juego imposible de viajar un millón de años hacia atrás para observar el mundo cuando casi ni lo era, hace tres mil millones de años; o para echarle una mirada escéptica a un futuro que huele a distopía, en un hipotético año 3313. Entre medias, transcurre la historia, la de esa habitación elegida, pero también la del nacimiento de Estados Unidos como país y su conversión en la primera potencia mundial. Intentar descifrar las grandes verdades a partir de su reflejo en las pequeñas cosas es siempre un ejercicio balsámico contra la angustia existencial. Aquí produce esa sensación placentera en el lector, que, hipnotizado, recorre sus páginas buscando vínculos, claves escondidas y pequeños secretos de biografías anónimas. La lectura de sus páginas produce un letargo reconfortante contra los efectos perniciosos de los años que se nos escapan entre los dedos. McGuire ha conseguido congelar ese tiempo en mil fragmentos de espejo secuencial, que se conectan y redireccionan entre sí.
Como sucedía en la primera versión de Aquí, dentro de cada gran viñeta-marco a doble página se despliegan viñetas más pequeñas; cada una de ellas con una fecha en la esquina superior izquierda que la sitúa cronológicamente. De este modo, cada página se apoya en microsecuenciaciones internas que rompen el espacio geográfico con su mera presencia y abren nuevas puertas temporales que conectan esa estancia mítica, ese nuevo Aleph en viñetas, con su pasado y su futuro; con todos los seres que recorrieron y recorrerán el espacio físico que ocupa la habitación.
Que este no es un cómic al uso, no se le escapará ya a ninguno de los lectores que hayan llegado hasta aquí. No sería justo, de hecho, limitar su valía en términos puramente comicográficos: por el modo en que desborda y renueva las convenciones de la narración secuencial, por el uso que hace de la imagen estática para añadir capas de significado e intenciones descriptivas, a partir de ahora quizás sería más adecuado hablar de «objeto artístico» cuando nos refiramos al libro de McGuire. Por eso, no sorprende que publicaciones y revistas especializadas en el ámbito literario hayan incluido también a Aquí en su lista de las novelas más importantes publicadas este curso. Suele suceder con las obras llamadas a marcar un punto de inflexión: ni responden a categorías estancas, ni encajan en moldes prefabricados.
Lo verdaderamente asombroso de todo esto es que esa novedad que venimos comentando, la ruptura y la modernidad que anuncia Aquí, ya estaban presentes con todos sus rasgos en un pequeño cómic de seis páginas que se publicó hace más de veinticinco años, cuando la eclosión de la «novela gráfica» ni siquiera se presentía. Es lo que tienen los viajes en el tiempo: los visionarios siempre llegan antes a todos lados.

viernes, diciembre 18, 2015

Chapuzas de amor, de Jaime Hernández. La gran novela chicana, en ABC Color

El fin de semana pasado publicamos en el suplemento cultural del ABC Color de Paraguay una reseña dedicada a Chapuzas de amor, de Jaime Hernandez; un trabajo perturbador y conmovedor a partes iguales. Una obra que se integra dentro de las grandes novelas río que estos dos hermanos están construyendo para la posteridad de la narrativa comicográfica. Chapuzas de amor es una novela gráfica de madurez, aglutinadora y completista; una historia que se disfruta sobremanera si conocemos los referentes que la justifican y el contexto narrativo en el que se integra; pero que también admite una lectura aislada, que será un hallazgo para el afortunado recién llegado. De todo ello hablamos en nuestro artículo "La gran novela chicana".
El artículo vino acompañado en el suplemento de un texto contextualizador sobre la obra de los Hernandez Bros, a cargo de Julián Sorel; y, de postre, una interesantísima reflexión sobre "La filosofía de la máscara" en la ficción, de mano de nuestra editora Montserrat Álvarez.
Aquí tienen las planillas de la edición, y nuestro texto extractado justo debajo.
Se menciona con frecuencia la dificultad de enfrentarse a una obra, la de Jaime y Beto Hernandez, en la que, como en la vida misma, todo está interrelacionado y es interdependiente. Durante su carrera como dibujantes de cómics, los dos hermanos han construido sendos cómics-río al estilo de otros grandes autores literarios que han hecho pivotar su narrativa alrededor de un espacio ficcional, eje rector de sus entregas novelescas: el Macondo de Gabriel García Márquez, el condado de Yoknapatawpha en la obra de Faulkner, la Comala mágica y trágica de Juan Rulfo o la ciudad de Santa María en algunos libros de Juan Carlos Onetti. Son, como las llama Luis Mateo Díez, las "geografías de la imaginación", espacios de ficción que funcionan como microcosmos de realidad.
Las historias de Beto Hernandez transcurren en diferentes momentos de la historia de Palomar, un pueblo de la frontera estadounidense-mexicana, como hay miles; Jaime Hernandez sitúa a sus "Locas" en el barrio californiano de Hoppers y luego dentro de un Los Ángeles reconstruido y reinventado. En esos dos escenarios, tan vívidos y llenos de humanidad, los hermanos Hernandez despliegan su muestrario de personajes y les hacen vivir a través del tiempo, en sendas epopeyas fronterizas que, dentro de su componente ficcional (enloquecido, a veces), transpiran verdad y algunas dosis de biografía propia. Realismo mágico.
Con estos datos en mente, enfrentarse a una obra como Chapuzas de amor (como lo fue hacerlo a Penny Century en su día), sin haber leído previamente los diferentes episodios de su serie Locas, puede parecer un ejercicio complejo por la falta de una narrativa contextualizadora; ya que los personajes de Chapuzas de amor, son los mismos que habitan en ese gran cómic-río que Jaime ha ido construyendo a lo largo de su vida artística. Es más, en este cómic, se nos descubren algunos secretos de las historias biográficas de Maggie, Hopey, Reno y compañía; se rellenan huecos de información que explican sus reacciones y comportamientos en diferentes episodios de la saga. Y, pese a todo ello, esta obra, no necesita contextos, ni referentes para emocionar. Como bien señala una de las críticas promocionales en la contraportada del libro:
No es necesario haber leído la historia de los hermanos Hernandez para apreciar la hazaña, pero para los que lo han hecho, es imposible llegar al final sin derramar gruesos lagrimones. Es así de bueno, desgarrador e impresionante, todo en su justa medida.
Así de bueno es Chapuzas de amor, sí, tanto que su lectura conmueve aunque no conozcas a sus protagonistas, aunque te tires de cabeza in media res a bucear entre los fragmentos de vida de sus personajes. Tan bueno es que empuja al lector a querer saber más de las vidas que muestra y le incita a leer con avidez por primera vez, o a releer con interés renovado, las circunstancias existenciales que rodean y contextualizan cada uno de los siete episodios que conforman este libro.
Como sucede siempre en la obra de Jaime Hernandez, los capítulos de Chapuzas de amor no están organizados cronológicamente, ni construyen una línea de relato única. Se trata de siete episodios que esbozan fragmentos de vida, brochazos biográficos, no tanto de la existencia de un solo personaje (aunque Maggie sea la principal protagonista de esta historia), sino de toda una comunidad. Dentro de este uso maestro de la elipsis, la galería de personajes que ha construido Hernandez en su saga aparece explícita o implícitamente representada en cada episodio y acontecimiento, sus acciones tienen efectos inmediatos en la acción directa, pero, al mismo tiempo, funcionan como causas latentes e influencia de acontecimientos futuros (algunos de los cuales ya conocemos como lectores quienes hemos leído los volúmenes de Locas). Interrelación e interdependencia.
Aunque conozcamos mucho acerca del futuro y el pasado de los protagonistas (casi siempre, más que ellos mismos), es imposible no estremecerse hasta la conmoción con "Browtown", el relato de infancia de la familia Chascarrillo el día que tuvieron que abandonar Huerta (Hoppers), para mudarse a Cadezza (Browntown); es fabuloso el manejo del punto de vista en el episodio seis, "Vuelve a mí"; y cómo no emocionarse con el empleo de la elipsis y el sumario narrativo del episodio final, el que da título al libro, "Chapuzas de amor", para conducirnos hasta el presente de Maggie a partir de brochazos biográficos.
No hacen falta excusas para embarcarse en la lectura de una obra maestra, pero en ocasiones un estímulo o acicate es un buen aliado. Si no conocían a Jaime Hernandez o a su hermano Gilbert (Beto), quizás la publicación este año de Chapuzas de amor pueda ser ese empujón definitivo que les ayude a sumergirse en una narrativa gráfica compleja, rica y mágica que supone uno de los momentos cumbres del cómic moderno. Atrévanse.