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domingo, diciembre 31, 2017

Pravda, de Guy Peellaert y Pascal Thomas. Sueños pop, rebeldía juvenil (en Tebeosfera)

En Tebeosfera nos han invitado a participar en el número 5 de su revista digital, dedicada en esta ocasión a la Revolución Rusa de 1917 y a las que siguieron a ésta a lo largo del siglo XX, desde diferentes perspectivas políticosociales. El listado de estudios y reseñas es realmente jugoso.
Nuestra colaboración se ha centrado en Pravda, la derrapadora (Pravda, la survireuse) el cómic pop de 1968 que Guy Peellaert creo sobre un guión de Pascal Thomas. Pravda surgió en su momento como una anomalía dentro del mundo del cómic, una rareza que entroncaba directamente con el incipiente espíritu de la postmodernidad y con revolución sociocultural juvenil que modeló el desarrollo de los años 60, pero que no remitía a referentes conocidos dentro del universo comicográfico más allá de sus inquietudes compartidas con el movimiento del comix underground. Ha sido recientemente cuando la obra de Peellaert ha empezado a ser reivindicada en su justa medida dentro del cómic de autor europeo y mundial y cuando se ha estudiado con más rigor su adhesión a los movimientos culturales de la época.
Sirva este artículo como pequeña aportación a ese proceso reivindicativo. Les dejamos aquí los dos primeros párrafos del texto; el resto lo tienen en Tebeosfera: "Pravda, de Guy Peellaert y Pascal Thomas. Sueños pop, rebeldía juvenil".

Los años cincuenta y sesenta del siglo XX fueron el momento decisivo para la configuración de la actual imagen de la juventud como grupo de consumidores y ciudadanos con voz. Por primera vez, los jóvenes dejaron de considerarse proyectos incompletos de adultos para integrarse en el flujo consumista del capitalismo avanzado. Las grandes empresas descubrieron en ellos a clientes potenciales mucho más abiertos, flexibles y prolíficos que sus mayores. Pero, al mismo tiempo, se vivió el proceso de emancipación que legitimaba sus gustos, opiniones políticas y forma de vida.

La juventud se apodera de la cultura popular y luego la modela a su imagen y semejanza. El pop y el rock, la psicodelia, la canción protesta, el underground, el cine experimental, el pop art…, fueron hijos de un espíritu lúdico y una forma reivindicativa y transgresora de ver la cultura. Este espíritu de renovación impregnó todas las disciplinas artísticas y vehículos narrativos, y se manifestó en todo el mundo en multitud de movimientos contestatarios y experimentales. En el mencionado underground estadounidense, en el boom literario hispanoamericano o en el cine francés de la nouvelle vague se percibe una clara intención emancipadora generacional. Gilles Lipovetsky y Jean Serroy hacen una precisa radiografía de este escenario en su obra La pantalla global; aunque su principal objeto de análisis es el discurso cinematográfico, muchas de sus conclusiones son extrapolables al panorama general de la creación cultural...

viernes, diciembre 08, 2017

Sabor a coco, de Renaud Dillies. En el camino

Se señala con frecuencia que lo importante de toda experiencia no es aquello que nos espera al final de la misma, sino el camino por el que ésta nos guía.
La historia del cómic nos ha conducido a su momento de esplendor creativo actual (aunque en países como España la fuerza del mercado no sigue el ritmo que marca dicha efusión creativa, precisamente) a través de un recorrido marcado por exigencias editoriales, restricciones de formato y una minusvaloración social evidente. Ya se sabe, el cómic era cosa de niños, cultura popular desechable. Debido a ello, los hallazgos técnicos y las evoluciones narrativas estaban supeditados a su aceptación inmediata dentro su amplio nicho de lectores juveniles y consumidores de prensa diaria. El espacio para las innovaciones vanguardistas era limitado. A comienzos del siglo pasado, el lenguaje del cómic sólo podía incluir los logros de la modernidad artística de forma solapada y siempre que éstos no interfirieran con las fórmulas clásicas de narración.
Y sin embargo, mucho antes del advenimiento de la novela gráfica y los nuevos modos de secuenciación comicográfica tan libres y experimentales, tan eclécticos y multidisciplinares, hubo autores que decidieron ir contracorriente y violentar convenciones, normas y reglas del lenguaje: a principios del siglo XX fueron los McCay, Feininger, Verbeeck y Sterrett; después, en los años 60 y 70, los autores del comix underground estadounidense y el "cómic de autor" europeo... Nombres propios que traspasaron fronteras y derribaron convenciones.
Hablamos de tipos, claro, como George Herriman, un dibujante que hizo del surrealismo y de la libertad creativa su marca de autor. A partir de un número reducido de personajes, una sencilla conexión argumental triangular entre ellos y una imaginativa y folclorista deconstrucción/reconstrucción contextual del desierto de Arizona (Coconino County), Herriman dio forma a Krazy Kat (1913-1944), una serie cómica basada en pequeñas variaciones temáticas (casi musicales), que enlazaba directamente con el pensamiento surrealista, el psicoanálisis y el humorismo slapstick tan en boga en aquel momento. Pocas veces el cómic ha estado tan apegado a la vanguardia artística como en manos de Herriman.
El magisterio de George Herriman nunca ha dejado de estar en vigor, más que nunca en estos tiempos de experimentación y vanguardia, pero su influencia pocas veces ha sido tan evidente como en Sabor a coco, el cómic de Renaud Dillies. Una obra ésta en la que, como pasaba con Krazy Kat, lo importante es el camino, no el punto de llegada.
Hay que reconocer que en Sabor a coco, la cigüeña Jiri y la ardilla Polka (¿es verdaderamente una ardilla?) se llevan mucho mejor que Krazy y el ratón Ignatz (o quizás algo peor, si nos atenemos al hecho de que aunque algunos amores matan amores son y que, tantas veces, la amistad es un afecto mudable). Dicho lo cual, por sus trazos y por su forma de moverse en la página, lo cierto es que los unos se parecen mucho a los otros. Hay incluso perro policía en el cómic de Dillies, además de avestruces, caballitos de mar con chistera, caracoles gigantes y un pez volador bohemio que parece una entelequia en medio de un espejismo. 
Pese a su nombre, tampoco Coconino es tal en Sabor a coco aunque sus paisajes con palmeras, cielos infinitos y casitas encaladas con techados de madera crean postales hermanas, sino "un país muy próximo al sol". Y es ahí donde arranca la peripecia, el caminar hacia ninguna parte de Jiri y Polka en busca de agua, o lo que es lo mismo, su búsqueda de vida y esperanza en el desierto. En sus sedientas andanzas, ambos vivirán episodios surrealistas y aventuras oníricas, como sucedía en cómic de Herriman; siempre sobre paisajes metamórficos que escapan de cualquier coordenada lógica espacio-temporal.
Da igual que nos movamos en el territorio ilógico de la ensoñación y la fábula surreal, la belleza del cómic de Renaud Dillies reside en su poética de paisajes mironianos y animales sabios enloquecidos en su nuevo país de las maravillas. Lo que más nos gusta de él es su personal y talentosa evocación del universo Herriman, su reconstrucción del mismo desde unas coordenadas presentes que, de algún modo, remiten a un ecologismo dentro de los estrechos márgenes consumistas de la sociedad del espectáculo.
Como sucedía en Krazy Kat, las planchas de Sabor a coco conforman macrounidades narrativas con vida propia. Componen un espectáculo visual postmoderno a medio camino entre el códice ilustrado y el cartel circense: una sucesión de estructuras impredecibles, marcos de viñeta polimórficos resemantizados (lexías) y una colección de filigranas, frisos, adornos y perifollo, que suspenden el ilusionismo de la historia y nos invitan a dejarnos llevar por la belleza visual de la apuesta estilística, por el jugueteo retórico de la línea y la creación de espacios mágicos sobre la página.
Eso es el cómic de Dillies: un truco de magia, un viaje visual con forma de homenaje, que el lector disfruta como un niño al que le han devuelto su juguete favorito de la infancia.

jueves, noviembre 09, 2017

Júpiter, de Daniel Torres, en Culturamas

http://www.culturamas.es/blog/2017/11/07/roco-vargas-jupiter-una-aventura-en-el-espacio-tiempo/
Acabamos de publicar en Culturamas, nuestra revista cultural online favorita, una reseña sobre Júpiter, la última entrega que Daniel Torres ha dibujado para esa saga mítica del género de acción espacial que son las aventuras Roco Vargas.
Como señalamos en nuestra reseña, Roco Vargas: Júpiter plantea una mirada postmoderna, distópica y fragmentaria. En sus páginas, Torres rompe el juguete de las arquitecturas futuristas cargadas de utopía para desplegar un mensaje pesimista y un activismo ecologista que conecta con el signo de los tiempos; y, de otro modo, con las reflexiones que también se planteaban en los capítulos finales de La casa. Sin abandonar el género de aventuras interespaciales, la nueva obra de Daniel Torres alude a la necesidad inminente de repensar el espacio y la ubicación del ser humano en el mismo: una relación que abarca desde la pequeñez de los espacios habitacionales, hasta nuestra interacción con el planeta Tierra y su situación en la Galaxia.
Por su planteamiento circular y sus referencias interdiscursivas a otros volúmenes de la saga, parece Júpiter una revisión crepuscular y el cierre de las aventuras de Roco Vargas; no es así. Sí que es, sin embargo, un ejercicio visual de virtuosismo gráfico y una colección de escenarios, situaciones y proyecciones futuristas al alcance de muy pocos dibujantes de cómics del planeta. Les dejamos con: "Roco Vargas: Júpiter Una aventura en el espacio-tiempo".

miércoles, noviembre 01, 2017

Nankin, de Nicolas Meylaender y Zong Kai. Contra el revisionismo

En el año 2009, una película china, terrible y reveladora, mostró a los espectadores occidentales una de las masacres más atroces de la historia de la humanidad: el sitio, asalto y devastación a las que las tropas japonesas sometieron la ciudad china de Nankin entre el 13 de diciembre de 1937 y el mes de febrero de 1938. 300.000 personas fueron asesinadas durante esos pocos meses; la gran mayoría de ellos, civiles indefensos que no opusieron resistencia y creyeron en las proclamas japonesas que garantizaban una rendición pacífica y respetuosa con los vencidos. Decenas de miles de niñas y mujeres fueron violadas y golpeadas hasta morir. Bebés, niños y ancianos torturados, fusilados y defenestrados. Las zonas francas y espacios de protección sistemáticamente violentados en escenas de cacería en busca de nuevas víctimas. La película, dirigida por Lu Chuan, se llama Ciudad de vida y muerte. El año de su estreno, recibió la Concha de Oro a la mejor película en el Festival de Cine de San Sebastián. La crudeza de sus imágenes en blanco y negro, de un esteticismo trágico, y el verismo de los hechos narrados conmocionaron a una audiencia que, mayormente, hasta ese momento jamás había oído hablar de la ciudad china de Nankin.

No resulta extraño. Durante décadas, las autoridades, los historiadores y una parte de la población japonesa se negaron a reconocer los hechos terribles relatados por los escasos ciudadanos chinos que sobrevivieron a la masacre de Nankin. Al igual que todavía existen fanáticos negacionistas del nazismo, en Japón, libros de historia y profesores universitarios se dedicaron durante años a un revisionismo histórico que diera forma a una interpretación menos cruenta e inculpatoria de las atrocidades cometidas en nombre de la patria japonesa y el nacionalismo ciego de sus seguidores. Nacionalismos y patrias.

Nankin, el cómic con guión de Nicolas Meylaender y dibujos de Zong Kai, ahonda sobre aquella misma tragedia. Para ello recurre a un formato apaisado que nos recuerda a los cuadernillos de cómic estadounidenses que recopilaban las populares tiras diarias que Milton Caniff, Alex Toth o Frank Robbins pubicaran durante la Segunda Guerra Mundial; era aquel un cómic de aventuras, épica belicista con afanes proselitistas. Nankin es prácticamente lo opuesto a aquello, un cómic antimilitarista de denuncia y reivindicación; sin embargo, el dibujo de Zong Kai se alimenta de la iluminación cinematográfica de aquellos grandes maestros del cómic norteamericano, y la combina con unos perfiles angulosos y un uso expresionista de la mancha (casi tenebrista), que nos recuerda al mejor Frank Miller; al más extremo y audaz.

La historia recorre en cuatro episodios (no marcados numéricamente) las indagaciones del abogado chino Tan Zhen sobre la biografía de una mujer, Xia Shuqin, que en el momento de la tragedia tenía sólo ocho años. La investigación del Tan Zhen le llevará a entrevistar a varios testigos supervivientes de la masacre: el soldado Wang Shan-Ti, quien después de ayudar a Xia Shuquin sobrevivió milagrosamente al fusilamiento masivo de todos los soldados chinos que optaron por rendirse ante la promesa de un trato justo como prisioneros de guerra; el empresario Zhao Pin, adolescente en aquel entonces y vecino de la familia de Shuqin; o la anciana Dong Sun, quien fuera secuestrada junto a docenas de universitarias japonesas para ser violadas por los soldados del ejército imperial japonés, en la mayoría de los casos hasta sus muertes.

Lo significativo de Nankin es que tanto el abogado Tan Zhen como la ahora anciana Xia Shuqin no son personajes de ficción, sino dos ciudadanos chinos reales que han ejercido como activistas para testimoniar los atroces actos cometidos por el ejército japonés en China durante los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Tan Zhen, junto a un equipo de abogados japoneses, reivindicó en un juicio la autenticidad del relato de víctimas como Xia Shuquin y exigió la restitución de su honor; honor que había sido puesto en entredicho por las cobardes versiones revisionistas de numerosos libros de historia publicados en Japón acerca de la invasión de Nankin.

La última sección del cómic se acerca, precisamente, al  testimonio en primera persona de la propia Shuqin: al recuerdo lacerante de cómo su padre, su hermano bebé y sus abuelos fueron ejecutados en su presencia, mientras su madre y sus hermanas eran violadas antes de ser también asesinadas.

Una vez concluido el juicio a favor de la restauración de su dignidad, varios periodistas japones se acercaron a entrevistar a Xia Shuqin:

- Señora Xia, ¿una pregunta, por favor? 
- Señora Xia, ¿está satisfecha con el veredicto del jurado?
- Sí, desde luego... -respondió ella- Sólo lamento no haber podido mirar a los ojos a mis acusadores...
- ¿Usted y los otros supervivientes culpan al pueblo japonés?
- No, y le debemos mucho a los abogados japoneses que han ayudado al abogado Tan. Sabemos diferenciar entre el pueblo japonés y los extremistas... Todo lo que queremos es que esta masacre sea reconocida por todos.

Hay ocasiones en que la verdad vale más que cualquier recompensa o restitución.

viernes, octubre 20, 2017

Las grietas de Europa (y España)

Hay muchas razones para recomendar la lectura de La grieta, de Carlos Spottorno y Guillermo Abril. Sorprende, en primer lugar, la osadía formal de un reportaje periodístico a medio camino entre el cómic y la fotonovela. Pero también lo hace la clarividencia de su recorrido narrativo, que se despliega como un artículo de investigación sobre el terreno acerca de las fronteras de Europa y su inestabilidad reciente, para terminar mudando hacia el ensayo político sobre el porvenir de la Unión. 
Además de todo ello, personalmente hemos disfrutado de La Grieta porque compartimos de principio a fin algunas de las conclusiones de su exposición; su lectura, nos sugiere varias reflexiones que podríamos sintetizar en tres puntos:
  1. Después de la Guerra Fría y una vez concluido el conflicto de los Balcanes (derivado en gran medida del cierre en falso de aquella), Europa ha vivido un periodo insólito de paz, estabilidad y bienestar. 
  2. Esta situación se explica en gran medida gracias a la consolidación de un europeísmo comunitario impulsado por los tratados y resoluciones de la UE en su compromiso para consolidar una Europa de las naciones articulada en torno a los valores racionalistas de la modernidad.
  3. En los últimos años, sin embargo, la estabilidad europea y esos mismos valores de solidaridad y compromiso supranacional se están viendo amenazados por una serie de factores achacables tanto a causas endógenas (la inoperante maquinaria burocrática del aparato europeo y los dispares intereses nacionales), como a factores exógenos de naturaleza impredecible, ante los cuales la administración comunitaria ha respondido con ineficacia y lentitud. Para Spottorno y Abril, esas son "las grietas" que amenazan con socavar este largo periodo de Pax Europea.
En su primera parte, La grieta analiza el drama de la emigración que se estrella contra los muros y las alambradas de Ceuta, Melilla, Orestiada, Lesovo, Rözske o Medyka. El fracaso de Europa en la absorción e integración de refugiados (políticos, amenazados, evacuados) conecta tangencialmente con otros factores de riesgo cuya expansión comienza a ser preocupante, y amenaza con resquebrajar el proyecto común europeo: el aumento de los populismos antieuropeístas; la fiebre nacionalista e independentista que encara crisis globales con soluciones centrípetas; la desprotección ante los terrorismos islamistas asociados al desarraigo de colectividades de emigrantes de segunda generación; la aparente resurrección de la vieja dialéctica de bloques en forma de una nueva Guerra Fría soterrada en la que Rusia vuelve a ser protagonista principal, etc.
La conclusión última de La grieta le hiela a uno la sangre y nos deja en un estado de suspensión desesperanzada. Ante la fotografía a doble página de unos emigrantes ubicados delante de un puesto fronterizo, el narrador sentencia:
Es como si uno se viera en un espejo. Cuando los mira, realmente ve el mundo que somos. Se ve Oriente y sus guerras. La miseria en África. Se ve Rusia al fondo. Y se ve también Europa, a este lado, ese remanso seguro. La unión, el sueño de paz, su riqueza. Y todas sus grietas. Se ve al Reino Unido con un pie fuera y a Estados Unidos ya con un presidente en plena evolución. Los muros alzándose entre países. El auge del nacionalismo. Y un lenguaje militarizado. Beligerante. Enconado. Voces que alertan de una tercera guerra mundial. Incluso algunas que aseguran que ya ha empezado.

En la enésima revisión a su ya clásica tesis sobre "el fin de la historia", el politólogo Francis Fukuyama supeditaba el recorrido de su teoría (que, recordemos,  anunciaba el final de las ideologías y el triunfo del capitalismo económico y las democracias liberales como modelos de gobierno en el mundo) a la irradiación de diferentes factores
poco controlables; a saber: la expansión impredecible del Islam; el déficit democrático que provoca la pérdida de un objetivo común que unifique los esfuerzos colegiados de Europa (y sus países miembros) y Estados Unidos; la dependencia estricta que existe entre el desarrollo económico y la consolidación democrática; y, por último, las consecuencias imprevistas de la tecnología.
Los peores presagios que Fukuyama enfrentaba a la democracia liberal moderna universal (no muy diferentes, algunos de ellos, de los que se mencionan en La grieta) parecen estar confirmándose sin remisión en este bienio dramático (2016-2017), que no deja de traer malas noticias y castigarnos con malos augurios.
Acerquémonos al caso de España.
Llevamos en nuestro país más de dos meses secuestrados por un nerviosismo "prebélico" que está afectando a todas las estructuras y estratos del país, y que ha sumido a una gran parte de la población en un estado de desasosiego galopante: hablamos del caso catalán, desde luego.
El independentismo desatado como un virus en Cataluña, hasta el extremo de violar la legalidad constitucional vigente (con la que podemos estar o no de acuerdo, pero en ella se establece la norma legal que garantiza la convivencia democrática), responde a una acusada ineficiencia política por parte de los gobiernos central y autonómico, y a una alarmante visión cortoplacista asentada en mezquinos intereses políticos y en una insolidaridad intolerable, en ambos casos.
Frente a países democráticamente más maduros, desde hace décadas, en España (y Cataluña, como una de sus partes) la política ha estado marcada por intereses individuales y partidistas cuya rentabilidad se ha visto supeditada a la permanencia en el poder (lo cual explica en gran medida el fenómeno infeccioso de la corrupción). Además, la política española se ha visto gravemente contaminada por un frentismo (muy acusado en la derecha española y catalana) que se ha alimentado siempre del odio proyectado sobre un enemigo recreado artificiosamente en el imaginario colectivo de sus masas de votantes. Durante años, la derecha española (aunque no únicamente) pretendió, de forma torticera y peligrosa, que la amenaza cruenta y real del grupo terrorista ETA proyectara su sombra difamante sobre rivales políticos, periodistas y ciudadanos, a quienes desde la bancada del PP se acusó también de "ser ETA" o de "apoyar el terrorismo", con espurios intereses electorales (entre las víctimas de la infamia encontramos a auténticas víctimas de ETA e incluso al entonces Presidente de Gobierno del partido de la oposición).
Concluida la amenaza terrorista, la derecha española decidió proyectar su ofensiva frentista contra un nacionalismo catalán que hasta entonces, no lo olvidemos, había sido su aliado de gobierno en diversas legislaturas y mantenía el independentismo en mínimos testimoniales. La suspensión del Estatuto de Autonomía de Cataluña en 2010, por parte del Tribunal Constitucional a instancias del Partido Popular (después de que hubiera sido aprobado por los Parlamentos catalán y español en 2006), encendió una mecha que ahora, siete años después, amenaza con hacer explotar el autogobierno catalán y, de rebote, la economía regional y nacional.
El nacionalismo catalán, por su parte, comparte el mismo grado de culpa que sus viejos socios de gobierno, y añade el agravante de haber incumplido las leyes que garantizan el estado de derecho. Sus cifras electorales han engordado en gran medida gracias a esa confrontación contra el "gobierno de Madrid" (todo es Madrid en el ideario nacionalista) y una retroalimentación victimista sustentada en proclamas como el célebre "España nos roba"; que tan hondamente ha calado en el inconsciente colectivo catalán, como reactivo a afrentas históricas pocas veces constatables fuera del imaginario independentista. Todos estos aspectos se han consolidado y exacerbado en el actual salto al vacío que supone el Procés; y que, como sucediera con el Brexit o anhelara el Frente Nacional de Marie Lepen, amenaza con desestabilizar el Estado de Bienestar europeo.
Entendiendo el muy subjetivo sentimiento de pertenencia a una nación o un territorio, y estando a favor de un referéndum pactado dentro de la Ley (con unas condiciones pautadas de mayoría cualificada y unas consecuencias claramente expuestas), nos cuesta creer que alguien se tome en serio (más allá de farisaicos intereses económicos) su pertenencia a un proyecto común europeo, basado en la solidaridad interterritorial y la unión de fronteras, al mismo tiempo que se plantea la ruptura unilateral de uno de sus estados miembros. No entendemos gran cosa, siempre pensamos que "unir" era un antónimo de "separar".
Cuanto más distante presintamos su fondo, más escabrosa será la grieta.

jueves, agosto 10, 2017

Los minicómics de Julia Gfrörer: Flesh and Bone, Palm Ash y Dark Age

Empujados por la muy buena impresión que nos causó su Laid Waste, nos hemos hecho con algunos de los minicómics autoeditados por Julia Gfrörer y distribuidos a través de su propia página (en el pedido añadimos además una de sus postalitas personalizadas con dibujo original). Una pequeña inversión llena de alicientes.
De Gfrörer nos gusta mucho su estilo fluido y delicado, el bosquejo de una línea clara realista entramada por un rayado profuso y nervioso. Un dibujo que encaja a la perfección con la cruda temática de sus cómics: acercamientos sincréticos a momentos seleccionados de la historia, instantes cuasi-costumbristas aislados de su contexto, que demuestran la crueldad de la existencia y la brutalidad del ser humano para con sus congéneres más débiles. Como sucede con su obra publicada editorialmente, también encontramos algo de todo ello en los fanzines autoeditados de la dibujante estadounidense que hemos adquirido: Flesh and BonePalm Ash Dark Age.
Flesh and Bone (2010) es un cuento gótico en el que el Romanticismo y su idea atormentada del amor se entrecruza con la encarnación satánica del mal: pálidas novias románticas que mueren en la flor de la vida, akelarres de brujas en torno al gran Chivo, maquiavélicas reformulaciones de la cuentística popular..., cohabitan en Flesh and Bone en lo que es una reflexión acerca de la perversión y el amor, de la mentira ilusoria y el sentido espiritual de trascendencia. Un cómic explícito y áspero en su crueldad y sexualidad, pero intenso y estimulante como un trago de limón.
Palm Ash (2014) sitúa su acción en el contexto de los primeros cristianos sacrificados en Roma en los sangrientos espectáculos populares celebrados en coliseos y plazas. Alterna el cómic retazos de la vida en esclavitud con escenas de la clase patricia, con sus decisiones caprichosas y volubles sobre las vidas ajenas. Palm Ash es un tebeo breve, pero impactante, un trabajo en el que la crueldad extrema depredatoria del ser humano pisotea cualquier atisbo de tolerancia y humanidad.
Dark Age (2016), por otro lado, se centra en el miedo y en la fragilidad de la existencia; en nuestra perentoria incapacidad para afrontar los retos extremos que nos plantea el medio. Arranca la historia en una sociedad primitiva de cazadores-recolectores, en aquellos orígenes de la civilización en los que el hombre estaba aprendiendo a vivir en sociedad aún expuesto a los designios de la naturaleza. En ese entorno, dos jóvenes amantes, inquietos, ansiosos de novedad y aventura, deciden adentrarse en el interior de una cueva con afanes exploratorios. Y ya se sabe, la osadía es madre de la imprudencia.
Invitan los relatos cortos de Julia Frörer a una pronta recopilación. Pero, sobre todo, le dejan a uno con  ganas de seguir profundizando en la obra de una autora diferente y perturbadora, una exploradora de los miedos y crueldades humanas con la rara capacidad de agitar nuestras conciencias. Queremos más.

jueves, julio 27, 2017

Tomoji, de Jiro Taniguchi, en ABC Color. Esa lenta tragicomedia que esla vida

El fin de semana pasado publicamos en ABC Color, nuestro suplemento cultural transatlántico favorito, un artículo dedicado a ese genio del cómic que nos dejó hace unos meses llamado Jiro Taniguchi. Escribimos sobre Tomoji, uno de sus últimos cómis publicados en España. Un tebeo, además, que junto a las muchas virtudes que acompañan los cómics de Taniguchi, presenta algunas peculiaridades que merecen subrayarse respecto al resto de su producción.
Tomoji es una obra vitalista, poblada de paisajes rurales y antiguos oficios, un cuadro de costumbres de una época que ya ha desaparecido. Pero Tomoji es también el retrato generoso y admirado de una mujer fuerte, perseverante y valiosa. Les dejamos con nuestra reseña: "Esa lenta tragicomedia que es la vida"
En febrero de 2017 murió Jiro Taniguchi, uno de los genios recientes del cómic y uno de los autores más influyentes e imitados de las últimas décadas.
Desde que descubriéramos su obra gracias a El Caminante (1990) o El almanaque de mi padre (1994), Taniguchi siempre ha sido un refugio al que volver; un guionista y dibujante privilegiado cuya prolífica obra mantiene siempre unos niveles de calidad altísimos. Se le considera, de hecho, uno de los padres de la llamada nouvelle manga (una etiqueta, nos parece, demasiado etérea e imprecisa, que intenta abarcar el cruce de influencias comicográficas entre Japón y Europa).
Con contadas excepciones y sin seguir el orden cronológico editorial japonés, casi toda su producción está ya publicada en español. Ponent Mon editó en 2016 uno de sus últimos trabajos, Tomoji (2014); y en este 2017 hemos visto como Planeta se ha atrevido con la reedición de uno de sus primeros cómics, Hotel Harbour View (1983), y Ponen Mont ha vuelto a hacerlo por partida doble con la también reedición de Sky Hawk (sobre el guión de Natsuo Sekikawa, 2002) y con Venecia (2014); una de las últimas obras publicadas en vida por el genio japonés junto a Los guardianes del Louvre (2014).
Una de las curiosidades que esconde la edición de Tomoji de Ponent Mon en sus páginas finales es la entrevista que Thomas Hantson le hizo al propio Taniguchi en agosto de 2014. En ella, descubrimos la peculiar visión que el propio autor tenía de su propia obra y sus opiniones acerca de Tomoji. En uno de los pasajes, confiesa "me doy cuenta de que jamás he tratado realmente el amor en mis libros anteriores. Esta es, salvo a lo mejor Los años dulces, la primera vez que lo hago". Poco después admite que es "posible que los mangas de acción que hacía antaño ya hayan quedado atrás. En retrospectiva, diría que La cumbre de los dioses es sin duda mi última obra en la que las expresiones se muestran con pasión, y en la que el aspecto gráfico así los muestra".
Aunque en su producción (sobre todo en sus comienzos) encontramos obras con un elemento de acción, si hay un rasgo que sobrevuela casi toda la obra de Taniguchi en su capacidad para mostrar aspectos intangibles de la naturaleza humana y su relación con el entorno: el paso del tiempo y la añoranza hacia el pasado, los afectos sutiles, la mirada curiosa del paseante, el viajero o el turista... Por eso, sorprende que un autor tan contenido y contemplativo utilice un concepto como "pasión" para referirse a algunos de sus cómics. Ni siquiera en Tomoji, el drama costumbrista de una mujer cuya biografía está recorrida por infortunios y adversidades, existe un acercamiento trágico o pasional a la existencia. Las páginas de este cómic están surcadas, de nuevo, por miradas nostálgicas y un profundo y agradecido (también dolorido) vitalismo.
Pero si hay algo que diferencia a Tomoji de otros cómics de Taniguchi, más allá de esa presencia del tema amoroso que señala, es su acercamiento a un Japón que va camino de desaparecer: el de los paisajes rurales de la era Taishō, un periodo de transición entre dos momentos decisivos en la historia del país (las eras Meiji y Shōwa), en el que el antiguo Japón casi feudal dejó paso a la nación mucho más urbanita e industrializada que iba a tomar parte en la Segunda Guerra Mundial.
El virtuosismo gráfico de Taniguchi, su meticuloso preciosismo artesanal, pocas veces a brillado con más luz y belleza que en las estampas naturales de este libro. Como sucede habitualmente en el manga, las primeras páginas de cada uno de sus seis capítulos están coloreadas (como si de una introducción al paisaje narrativo se tratara), para a continuación dejar paso al preciosista y diáfano blanco y negro que caracteriza el "estilo Taniguchi"; con esos entramados y minuciosos rayados/sombreados que aportan a sus escenarios un aire casi hiperrealista.
Los rostros de sus personajes (como siempre, bastante semejantes entre ellos) desprenden una humanidad apacible, un gesto de resistencia ante las pesadumbres de la existencia que se personifica como nadie en la figura de la protagonista del relato. Tomoji Uchida fue una mujer valiente y espiritual en un momento en el que las mujeres no lo tenían fácil en una sociedad tan tradicional y conservadora como era (y sigue siendo) la nipona. Fue la fundadora del budismo Shinnyo-en (una variante del budismo Shingon) y responsable junto a su marido Ito Shinjo de la proliferación de numerosos templos dedicados a esta práctica en Japón.
Jiro Taniguchi y su mujer eran asiduos a uno de esos templos Shinnyo-en en las cercanías de Tokio, y fue allí donde le propusieron embarcarse en la biografía de Tomoji; contó para ello con la ayuda del guionista Miwako Ogihara. Sin embargo, el dibujante tomó una decisión sorprendente: en su relato prescindiría de alusiones religiosas explícitas o de los hechos mismos que hicieron de Tomoji Uchida una figura relevante. En vez de eso, se enfrentaría al trabajo como el biógrafo de una niña que superó con humildad cuanto obstáculo se le planteó en la vida (y fueron muchos) hasta hacerse a sí misma y convertirse en una figura admirable: "...decidí privilegiar un ángulo narrativo que mostrara el recorrido vital que cinceló la personalidad de Tomoji y que finalmente le llevó a escoger el camino de la espiritualidad", aclara Taniguchi en la entrevista.
Pero a veces la Historia no es suficiente ("... no se puede hacer un manga sólido basado en simples hechos biográficos"), así que en su perfil el el célebre mangaka idea experiencias, construye encuentros imaginarios y entrecruza acontecimientos sociohistóricos traumáticos con la naturalidad de un maestro; como esas secuencias del gran terremoto que asoló Tokio en 1923 y cuyas reverberaciones perduran en la memoria del Japón actual, de la misma manera en que en su día alcanzaron incluso a las apacibles zonas rurales de la región de Yamanashi, en las que se sitúa el relato. Porque las páginas de Tomoji son también un fresco costumbrista en el que se recrean los antiguos oficios y el folclore de de un contexto muy localizado: descubriremos en ellas una forma de vida sencilla, basada en el duro trabajo de agricultores, artesanos y pequeños mercaderes, una realidad que se movía al ritmo de los elementos, las estaciones y las puestas de sol; y que, como decíamos antes, prácticamente ha desaparecido.
Tomoji es un acercamiento humanista y humano a la experiencia de vivir, una biografía entreverada de ficción en la que las tradiciones rurales, el lento paso de las estaciones y la majestuosidad de los paisajes dibujan un fresco lleno de sosiego y resignación. En su cómic, Tamaguchi construye uno de sus mejores retratos femeninos y, al mismo tiempo, nos invita a sumergirnos en una espiritualidad japonesa que siempre ha estado imbuida de respeto por el pasado y adoración reverencial a los elementos de la  naturaleza.

jueves, julio 20, 2017

Hernán Esteve, de Esteban Hernández. Desnudo tras el espejo

Podemos arrancar esta reseña con un match ball: Hernán Esteve es el mejor cómic de Esteban Hernández hasta la fecha; lo cual no es decir poco.
Lo es por su honestidad sonrojante, por su empleo del género autoconfesional hasta asfixiarlo y porque desde la primera página Hernán Esteve te agarra, te zarandea, te ruboriza y te suelta al final con un sopapo en la cara en forma de beso, que te deja pensando si no sería necesario que todos hiciéramos algo más de introspección sin frenos como la que se desarrolla en sus páginas.

Literalmente, el nuevo cómic de Esteban Hernández es una "salida de un armario inexistente". En realidad, casi todos sus tebeos y fanzines han estado contagiados por su propia autobiografía. Su obra es reflexiva, psicologista, anecdótica en el buen sentido. Su fanzine Usted se ha nutrido, casi siempre, del ramillete de miedos, inseguridades y vivencias personales de ese yo escritor y dibujante que decide mostrarnos retazos esporádicos de intimidad: le hemos visto discutir con sus amigos de lo humano y lo divino, hurgar en las miserias de su pasado e incluso nos ha presentado a su novia (como desvela esa metahistorieta que Hernán Esteve toma prestada del fanzine Usted #6). Sin embargo, en su nuevo trabajo, Esteban da un paso más allá, para quedarse en pelota picada delante del lector. Sin más parapeto que un alterego que apenas esconde nada y que, por si quedara alguna duda, termina por romper cualquier espejismo de ilusión en la brillante secuencia final de la conversación entre el autor y el personaje, entre Esteban y Hernán, entre el otro que soy yo y su proyección dibujada sobre la página.
¿Quién se atrevería a contar en público sus secretos inconfesables?, ¿a desgranar en secuencias episódicas las vergüenzas onanistas de nuestros descubrimientos e iniciaciones sexuales? Esteban Hernández lo hace y, en apariencia, se guarda bien poco: la curiosidad infantil por su sexualidad aún sin estrenar; la revolución hormonal y los años de iniciación, dudas e incertidumbres del instituto; la consolidación de la identidad propia en la universidad... Todas las etapas de su desarrollo sexual están representadas explícitamente en el cómic con el subrayado determinante de esos instantes representativos, los momentos trascendentes (o que creímos trascendentes), que se han quedado anclados en la memoria como aquellos instantes decisivos en los que su existencia pivotó hacia un lado en vez de al otro.
En alguna ocasión, hemos achacado cierto exceso de verbosidad en los cómics de Esteban Hernández. En Hernán Esteve, sin embargo, las palabras están medidas. Hasta su mitad, el libro es prácticamente mudo: hablan los hechos, las situaciones torpes y los momentos comprometidos que se experimentan cuando nos adentramos en terra incognita; el texto se dosifica con contención hasta que el personaje empieza a dejar atrás la niñez y la adolescencia, cuando el verbo se convierte en un elemento esencial de nuestras relaciones y las palabras pesan tanto como los actos; cuando, en el caso de Hernán, se confunden amistad y amor, y la identidad sexual intenta abrirse hueco entre la espesura de los afectos. Es ésta, la relación del protagonista con su amigo Juan, la que comprende las páginas más duras y sentidas de la obra, la parte más perturbadora y, seguramente, la confesión más valiente y dolorosa del cómic.
El dibujo de Hernández, cada vez más cubista y deformante, funciona como un reloj en la revelación, a veces ridícula a veces desarmante, de los momentos más íntimos y pudorosos de la biografía autoral. Aunque su caricatura roce la deformación grotesca humorística, es imposible no percibir el respeto y la responsabilidad  que el dibujante siente hacia sus creaciones, su cuidadoso esfuerzo a la hora de componer personajes y rostros. Precisamente, debido a ese uso extremo y distorsionante de la caricatura, a Hernán Esteve le sienta muy bien la aplicación de un suave bitono azul en la creación de tramas y sombreados; clarifica la lectura y añade luminosidad a unas viñetas cargadas de información y contenido.
Seguimos a Esteban Hernández desde hace mucho tiempo. Hace mucho también que subrayamos la personal originalidad de su trabajo, su singularidad marciana. Pero si existe algún tipo de ley no escrita acerca de la meritocracia viñetera, nos parecería imposible que este valiente, honesto y absorbente Hernán Esteve pasara desapercibido.

jueves, julio 13, 2017

Panther, de Brecht Evens. Parecía un cuento

Brecht Evens es uno de los jóvenes autores europeos que más nos gustan y más nos han impresionado en los últimos tiempos. Nos maravilla su estilo visual, a medio camino entre la ilustración infantil y un pictoricismo que, con su peculiar actualización técnica del puntillismo, el expresionismo y el fauvismo, nos recuerda a autores de épocas muy diferentes, como Marc Chagall, Friedensreich Hundertwasser o Dana Schutz. Las coloridas y ligeras acuarelas de Evens se superponen en capas y veladuras que huyen de la perspectiva, o de cualquier representación espacial al uso, para crear imágenes de un gran poder evocador y escenas que se superponen como en un sueño. Su dibujo es falsamente naif, pero transmite esa inocencia, es abigarrado, pero ligero y lírico.
Sus historias, además, se aprovechan de esta fuerte impronta visual para moverse en territorios de subjetividad narrativa. No siempre es sencillo descubrir en las historias de Evens hasta que punto nos movemos en el terreno de la memoria, del sueño, de la alusión simbólica o de la realidad. Lo vimos en sus excepcionales Un lugar equivocado y Los entusiastas, y lo volvemos a comprobar ahora en su última obra, Panther.
Avanzamos por las primeras páginas del cómic hipnotizados por las andanzas hogareñas de Christine, la niña protagonista, y asistimos muy pronto a esa tragedia que para ella es la muerte de su gato Lucy. El dibujo de Evens es mágico. ¡Ese momento en que aparece por primera vez, en la soledad dolosa de su habitación, el personaje de Panther que da título al libro! Es el amigo imaginario sobre cuyo hombro podrá llorar Christine sus penas; una criatura, como todos los artificios de la imaginación, dúctil, mudable, metamórfica, nunca parecida a sí misma...
En este punto, muy al principio aún de la historia, percibimos que estamos ante un bonito cuento infantil con trasfondo simbólico: la típica historia de crecimiento, el viaje del niño hacia los escollos de la vida. Al mismo tiempo, nos empieza a importunar la sobreabundancia de texto, la verbosidad excesiva de unos personajes enganchados en lo que parece el diálogo insensato e incongruente de una cháchara infantil. El dibujo de Evens, sin embargo, sigue sin dar respiro: pese a la repetición acumulativa de sencillos planos de la conversación entre la niña y su amigo imaginario, la transmutación constante de Panther (proyectada por la imaginación de la niña) despliega tal derroche de ingenio y talento, que el lector no puede sustraerse a profundizar en los recovecos del diálogo que ambos mantienen.
Así, poco a poco, vamos intuyendo que detrás de esa charla aparentemente atolondrada, detrás del cuento infantil, en realidad se esconde algo más. Como suele suceder en los cómics de Evens, las capas de imágenes veladas y superpuestas encierran también secretos de la narración; subtextos y trasfondos que nunca le resultan explícitos al lector, pero que se arrastran por debajo de trama principal.
Eso sucede con Panther. Y a medida que se aparecen los nuevos amigos imaginarios de Christine, empezamos a sospechar que el cómic de Brecht Evens no es un amable cuento infantil con moraleja, sino una de aquellas terribles pesadillas que de niños nos despertaban en medio de la noche, sin que nunca adivináramos de dónde venían ni si iban a regresar al día siguiente.

jueves, julio 06, 2017

Cosmonauta, de Pep Brocal. 2.900 años con Héctor Mosca

La caricatura de Pep Brocal, angulosa, sintética, deudora de los mejores ejemplos de la Escuela Bruguera (Manuel Vázquez, Cifré, Raf), parecería más adecuada para el humor que para la reflexión filosófico-existencial. Los dos polos coexisten, sin embargo, en Cosmonauta, el último trabajo de un autor que cuenta ya con un larguísimo recorrido dentro del mundo del cómic y de la ilustración; y a quien ya leíamos en las revistas clásicas de los años 80, como Totem, Cairo o Zona 84.
Cosmonauta luce como una obra de madurez, una reflexión tragicómica acerca del devenir de una humanidad que parece abocada a la autodestrucción, mientras se consume en propia falta de expectativas y soluciones. Héctor Mosca es nuestra última esperanza. Es uno de los últimos cosmonautas seleccionados en el "Second Chance Project" para alcanzar los confines del Universo y transmitirle al Creador el "memorial de agravios en el que se detalla que los hombres no somos los únicos responsables de este fracaso". El cosmonauta Héctor viajará en una cápsula espacial preparada para mitigar los efectos del paso del tiempo durante los 2.500 años necesarios para alcanzar los límites conocidos del espacio.
El escenario paródico que articula el relato crea el contexto para el monólogo reflexivo de su protagonista; un monólogo interrumpido solamente por las intervenciones "sintéticas" de Nic, el procesador Intelic 9.2 de última generación que se encarga de la navegación de la capsula. El cínico nihilismo, rasgo extremo de humanidad, frente al racionalismo desapasionado y pragmático de la Inteligencia Artificial: la garantía de un diálogo imposible que termina ahogado en un monólogo desesperado y rencoroso. A lo largo de su viaje hacia el vacío más absoluto, el cosmonauta Héctor nos hará participes de otros procesos de vaciado: el de su propia biografía, sumida en la amargura del fracaso amoroso y la mediocridad social; y el vaciado de humanidad de una civilización globalizada, imprudente y consumida por el miedo y la violencia (representada por ese simulacro de megalópolis gobernada por militares, obispos y políticos demagógicos llamado Globecity).

En su doble periplo (interestelar e interior), el protagonista acude con frecuencia a sus recuerdos (insatisfactorios casi siempre) y al refugio mental de su único hogar verdadero: la barra de Chez Guido, su bar de cabecera y diván psicoanalítico; el escenario de algunas de las secuencias más ácidas y clarividentes del cómic. Interactos de cruel humorismo terrenal dentro de una historia más grande que el mismo Cosmos, en la que se conjugan con ingenio las teorías científicas sobre la creación del Universo, con los planteamientos religiosos en torno a la figura de un Creador.
La lucidez reflexiva del cómic de Brocal se extiende a lo largo de un guión que juega con inteligencia en una calculada ambigüedad de recorrido circular y que concluye con un epílogo sorprendente que cierra la historia en una vuelta de tuerca cargada de humanidad (y un punto de divina trascendencia). Una lectura con poso la de Cosmonauta.

jueves, junio 29, 2017

La levedad, de Catherine Meurisse, en Culturamas

http://www.culturamas.es/blog/2017/06/22/la-levedad-de-catherine-meurisse-lo-inexplicable/
Hemos reseñado para Culturamas La levedad, el último trabajo de la francesa Catherine Meurisse. No es un cómic cualquiera, son las páginas de una superviviente y es, a su vez, un ejercicio de supervivencia.
Meurisse trabajaba en la revista humorística Charlie Hebdo cuando, el 7 de enero de 2015, dos terroristas de Al-Quaeda irrumpieron en la redacción y perpetraron una masacre. Doce personas murieron en los atentados, entre ellos seis de los dibujantes de la célebre publicación satírica y varios colaboradores.
En La levedad, Meurisse hace un relato de la angustia de la quien permanece mientras todos se van (salvó su vida porque ese día fatídico llegó tarde a la redacción), un perfil psicológico, sentido, desgarrado y muy personal, de la angustiosa ingravidez en la que flotó como un fantasma los meses siguientes al atentado. La levedad es un cómic de retazos organizados en breves secuencias de linealidad emocional, más que cronológica. Su relato en viñetas está cargado de metáforas visuales y un humor trágico y amargo. Quizás, no existan muchas más formas de sobrevivir al sinsentido: "La levedad, de Catherine Meurisse. Lo inexplicable".