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viernes, enero 26, 2018

Una hermana, de Bastien Vivès. La sencillez de hacerse mayor

Bastien Vivès cada vez necesita menos para llegar a las profundidades del sentimiento. Menos rodeos. Menos detalles gráficos. Menos pudor.
Una hermana, su último título publicado en España después de un tiempo de espera más largo de lo habitual en un autor prolífico como él, vuelve a aproximarse a los secretos de la juventud, al misterio del descubrimiento. Lo hace con una historia de iniciación sexual y crecimiento interior; el relato de un amor de verano (tema que ya es un género en sí mismo), con sus ingredientes habituales de intensidad dolorosa, miedo y fugacidad.
La intensidad adolescente de Una hermana y la explícita honestidad de Vivès son reveladoras: aunque su cómic levantará alguna ampolla entre los guardianes de la corrección política y demás inquisidores de la moral (esos mismos que se dedican a retirar libros de bibliotecas), la mirada franca del aún joven dibujante francés no debería intimidar a nadie. Su sensibilidad lo desvía de cualquier ánimo provocativo y reubica su interés en la sencillez de la intensa curiosidad con la que los niños viven el tránsito hacia la adolescencia antes de desembocar en las asperezas de la vida adulta. Una hermana dice más cosas de la juventud actual, de sus dudas, miedos y desconcierto, en estos tiempos del descontrol informático y el flujo hiperreal, que cualquier manual de sociología o perfil psicológico generacional. La realidad vibra agitada en cada una de sus páginas.
Vivès es, además, un maestro de la revelación sutil. Su cómic lo enseña todo, abierta y explícitamente, pero casi no se ve nada. Se mueve con la delicadeza extrema de un trazo que apenas parece un esbozo. La depuración de su línea hasta un minimalismo preciosista aligera el dibujo de detalles escabrosos o recreaciones innecesarias. Y, pese a ello, el dibujo de Vivès es de un realismo trasparente y luminoso. No le sobra ni le falta nada. Hasta cuando el autor prescinde de detalles básicos, como los ojos y las bocas de los personajes, sus protagonistas son capaces de expresar asombro, tristeza o excitación. El estilo modulado, abierto y ágil del dibujante francés es un ejercicio de depuración, un esfuerzo de síntesis que, paradójicamente multiplica la expresividad del conjunto y refuerza su carga significativa, convirtiendo una historia que podría haber resultado trivial en un relato cargado de hondura, emoción e inocencia adolescente. Y todo ello sin aparente esfuerzo. Con la naturalidad de quien podría dibujar sin un lápiz en la mano. Una hermana es uno de esos preciosos instantes que, a veces, se esconden entre viñetas.

viernes, enero 19, 2018

Sostiene Pereira, de Pierre-Henry Gomont. Tampoco Lisboa era perfecta, sostiene Pereira

De nuestra lectura lejana del Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi conservábamos algunas sensaciones. La de cierta nostalgia desesperanzada, la de un personaje arrastrado por un costumbrismo melancólico sutilmente teñido de referencias políticas o la de una prosa fluida e intimista enhebrada a ese "sostiene Pereira" que funciona en el libro como leitmotiv.
Por eso nos ha gustado tanto la versión de Sostiene Pereira que ha dibujado el francés Pierre-Henry Gomont. Porque nos ha ayudado a recordar por qué  disfrutamos la obra original en su día. También porque conserva el mismo tono lírico (un tanto decadentista) del libro de Tabucchi, preservando su esencia a través de un dibujo delicioso.
El estilo de Gomont enlaza directamente con esa escuela de trazo suelto, sutilmente expresionista, que se ha convertido en marca de estilo del último cómic francés a la sombra de autores como Baudoin, Sfar, Blutch, Blain o Bastien Vivès. Dibujantes que, tanto en su línea de dibujo como en el uso de las herramientas icónicas, huyen de la recreación naturalista para dotar a sus obras de una subjetividad cargada de simbolismo, connotación o incluso poesía.
Así sucede también en el caso de este cómic. Al paso del periodista Pereira, que sobrelleva los días anclado a una rutinaria abulia vital, recorremos las páginas con el ritmo lento del caminante que se recrea y demora en cada esquina, en cada parque o mirador. Gomont nos invita a pasear por las soberbias postales de una Lisboa inasequible a su propia belleza decadente: el Jardín Botánico, el Mirador de Santa Justa, la Praça da Alegría, la Praça do Comercio, la Casa do Alentejo... El mapa se completa con una paleta de matices ocres, verdes y grises que intentan no perderse en la inmensidad azul del cielo y el mar; fronteras espaciales y existenciales de unos protagonistas que otean el horizonte en busca de una salida.
Mientras el periodista Pereira pasea por las callejuelas empedradas pensando en su siguiente artículo cultural para El Lisboasuena de fondo el rumor político de una dictadura que terminará por sacudir sus convicciones de conservador-moderado, católico y silencioso. Sólo el día que aparecen el joven escritor Monteiro Rossi y la bella Marta, Lisboa empieza a adquirir una tonalidad diferente, sostendría Pereira. Así, a la vez que descubrimos junto al protagonista los espacios físicos de la ciudad, tan llenos de magia e historia, empezamos a presentir también aspectos en los que antes no habíamos querido reparar, como esa soledad que llena las calles de silencio y miedo (a las delaciones, a la censura, a los asesinatos clandestinos). Como Pereira, hubiéramos preferido quedarnos y recrearnos con el paisaje trasatlántico, colonial y arrabalero de la vieja ciudad, pero poco a poco se nos van apareciendo aquellos otros fantasmas necrológicos de la dictadura que entre 1937 y 1974 sometió a Portugal a las sombras y a un miedo paralizante. Sostiene Pereira adquiere entonces el tono sombrío de una novela negra, un thriller político sí, pero pausado, reflexivo y filosófico, como el escenario que lo cobija.
El cómic de Gomont nos ha gustado mucho. Gracias a la luz que aporta esta nueva mirada, hemos vuelto a recorrer unas páginas que ya habíamos disfrutado en su día; y hemos devuelto la mirada hacia tiempos peores deseando que los errores antiguos no se repitan. Ni siquiera Lisboa ha sido siempre perfecta.

sábado, enero 06, 2018

Los cómics de 2017 en Little Nemo's Kat

Llevamos años ya en los que se nos acumulan tantas buenas lecturas que resulta difícil elegir unas para dejar otras fuera. Bendita edad de oro de la novela gráfica. En aras de la variedad pero sin traicionar nuestros gustos, hemos llevado a cabo una selección amplia con aquellos cómics que más nos han gustado este curso. Una de las mejores noticias, sin duda, es que desde hace unos años entre estos favoritos cada vez aparecen más y más autoras de cómics cuyo trabajo brilla con luz propia y marca un camino de normalización de género sin vuelta atrás. Sin orden claro, pero con el mejor concierto del que hemos sido capaces, ésta es nuestra lista de Reyes con los cómics de 2017: 

La levedad (Impedimenta), de Catherine Meurisse: Catherine Meurisse era dibujante de Charlie Hebdo en la fecha del atentado terrorista contra la revista que acabó con la vida de doce personas. La levedad es un cómic  de superación y exorcismo, una confesión analgésica cargada de pena, desconcierto y un poco de esperanza. En La levedad, Meurisse hace un relato de la angustia de quien permanece mientras todos se van (salvó su vida porque ese día fatídico llegó tarde a la redacción), un perfil psicológico, sentido, desgarrado y muy personal, de la angustiosa ingravidez en la que flotó como un fantasma durante los meses siguientes al atentado. La levedad es un cómic de retazos organizados en breves secuencias de linealidad emocional, más que cronológica. Su relato en viñetas está cargado de metáforas visuales y un humor trágico. Quizás no existan muchas más formas de sobrevivir al sinsentido. 

Oscuridades programadas (Salamandra Graphic), de Sarah Glidden: En el año 2010, la dibujante Sarah Glidden se unió al colectivo de periodistas independientes Seattle Globalist en una expedición a Siria e Iraq, con la intención de realizar diversos reportajes periodísticos sobre la situación postbélica en Oriente Próximo (acababa de concluir la Segunda Guerra de Iraq). El resultado de aquel viaje es Oscuridades programadas, una voluminosa novela gráfica que corrobora el auge actual del cómicperiodismo. Oscuridades programadas avanza en la línea metaficcional que la novela gráfica ha adoptado en las últimas décadas, pero también es un doble ejercicio autorreferencial: en primera instancia, sobre el acto de ser periodista y, finalmente, sobre la realidad del autor de cómics. De este modo, el trabajo de Glidden no se limita a ser un cómic que funciona como reportaje periodístico, sino que disecciona las dos profesiones desde dentro, la del periodista y la del dibujante, con la honestidad y veracidad de quien ha vivido aquello que narra y ha sido testigo de los dramas que sacuden el Globo.

Hernán Esteve (Libros de Autoengaño), de Esteban Hernández: Hernán Esteve es un trabajo de una honestidad brutal. Lo es por su empleo del género autoconfesional sin excusas y porque desde la primera página le agarra a uno y le zarandea hasta el final con un sopapo en la cara en forma de beso. En su nuevo cómic, Esteban da un paso más allá, para quedarse en pelota picada delante del lector. Sin más parapeto que un alterego que apenas esconde nada y que, por si quedara alguna duda, termina por romper cualquier espejismo de ilusión en la brillante secuencia final de la conversación entre el autor y el personaje, entre Esteban y Hernán, entre el otro que soy yo y su proyección dibujada sobre la página.

Estamos todas bien (Salamandra Graphics), de Ana Penyas: El primer trabajo de Ana Penyas tiene forma de homenaje reivindicativo. Es un cómic dedicado a sus abuelas Maruja y Herminia y, a través de ellas, a todas nuestras abuelas: mujeres diferentes que criaron a sus hijos en circunstancias y problemáticas muy diversas, pero que compartieron en su mayoría el ninguneo de una sociedad en la que a ellas se les dejaba poco margen de acción y palabra. Durante el franquismo y los años posteriores a la muerte del dictador, el machismo campaba a sus anchas y regía las normas de comportamiento en nuestro país. En ese tiempo, ser mujer, madre, ama de casa y esposa era un trabajo silencioso a tiempo completo, ni era fácil ni estaba reconocido. Aquellas mujeres sacaron adelante a nuestras familias y por eso Penyas las ha hecho protagonistas de una historia que avanza con pequeños gestos cotidianos y frugales miradas al pasado. Pero lo que más nos gusta de Estamos todas bien es su realización gráfica, una técnica mixta de lápices, fotografías, ceras, pinturillas y recortes, para componer un collage en el que el hule de la mesa camilla, el papel de la pared y el estampado de la falda plisada de la abuela son más auténticos que los de verdad. Mucho respeto, mucho cariño.

Poncho fue (La Cúpula), de Sole Otero: Hasta en la pareja más feliz late un infierno escondido. Sole Otero nos relata una historia de amor envenenado y pasión tóxica que respira verdad biográfica en cada viñeta. El título hace referencia a uno de esos juegos de convivencia (un “la llevas”) que alimentan las rutinas de las relaciones nacientes. Uno de esos pequeños ritos que sujetan el amor a las rutinas cotidianas. El dibujo de la autora, caricaturesco, sencillo, casi infantil, parece apoyar esa inercia de positivismo romántico que envuelve al enamoramiento incipiente. Sin embargo, a medida avanzan las páginas de Poncho fue, los miedos, las inseguridades y las obsesiones se apoderan de su historia, de sus personajes e incluso del dibujo de su autora, que cada vez se torna más simbólico, con sus metáforas visuales y su uso disruptivo (casi pesadillesco) de colores saturados y páginas conceptuales. En este punto, el cómic se convierte en un ejercicio de supervivencia: el de su protagonista, la joven ilustradora que desde las profundidades de su autoestima intenta zafarse de una relación destructiva, absorbente y tentacular.

Una hermana (Diábolo Ediciones), de Bastien Vivès: Vivès cada vez necesita menos para expresar más. La línea de su dibujo ha alcanzado un grado de depuración, modulada y esquemática, que con apenas unos trazos expresa gestos, emociones y sentimientos como el mejor de los maestros. No es ya que no necesite dibujar bocas y ojos, o cerrar movimientos gestuales, sino que incluso en su composición de escenas y paisajes se observa una concisión y habilidad tales, que su dibujo expresionista adquiere cualidades cuasi poéticas. Desde este lirismo natural, el francés aborda una historia de iniciación adolescente, un itinerario explícito y maravillosamente impúdico de búsqueda del amor y descubrimiento de la sexualidad. La sensibilidad de Una hermana lo desvía de cualquier ánimo provocativo y reubica su interés en la sencillez de los miedos, la curiosidad y la intensidad con la que los niños viven el tránsito hacia la adolescencia antes de desembocar en las asperezas de la vida adulta. Es difícil no reconocerse en algún instante de las páginas de Una hermana, pero Vivès (un autor aún muy joven, recordemos) nos ayuda a entender las particularidades existenciales de estas nuevas generaciones tecnológicas e hiperconectadas, que tan distantes se nos aparecen a muchos adultos.

Bride Stories (Norma Editorial), de Kaoru Mori: Uno de los mangas más delicados, preciosistas y estimulantes que hemos leído últimamente. Kaoru Mori es una mangaka que construye viñetas como quien teje una alfombra, sin prisa, con atención exquisita a los detalles y con una paciencia infinita. Para contextualizar sus historias (porque los nueve volúmenes de la serie se bifurcan en diferentes hilos argumentales) ha elegido un tiempo y una geografía pretéritas: la de las tribus seminomádicas que a finales del siglo XIX habitaban las estepas del Asia Central. En una de esas sociedades tribales se concierta la boda entre la bella Amir Halgal y el aún adolescente Karluk Eihon. A partir de ese escenario, tan ajeno a la saturación digital y las urgencias vitales contemporáneas, Karuo Mori construye un tapiz costumbrista enriquecido por el deslumbrante lujo de detalles con el que recrea las arquitecturas y el diseño de interiores, los ropajes y adornos de sus protagonistas, las armas, vajillas y demás útiles diarios, etc. Un viaje al pasado con el habitual ingrediente amoroso que no puede faltar en un buen manga de romance histórico.

Cortázar (Nórdica), de Marchamalo y Torices: No es Cortázar un autor sencillo. Marchamalo y Torices deciden que tampoco la reconstrucción de su biografía debería serlo. Por eso, en lugar de optar por un relato lineal de acontecimientos, deciden embarcarse en el ensamblaje de un rompecabezas fragmentario y disperso construido a partir de episodios anecdóticos e instantes representativos descontextualizados; un puzle compuesto por entrevistas, citas literarias, recortes periodísticos o documentos fotográficos. En su ánimo de subrayar esa mirada cortaziana, Torices opta por expandir el aire experimental y evocador del texto de Marchanalo a la misma construcción gráfica de la obra. Para ello, huye de cualquier tipo de convencionalismo estructural. Las líneas de viñeta se desdibujan, las secuencias asumen soluciones inesperadas y el dibujo mismo entra en un proceso de mutación simbólica o se deshilacha y aligera como el recuerdo de un recuerdo; como el vestigio de aquella historia que nos contara la Maga y de la que sólo nos ha llegado la esencia.

El perdón y la furia (Museo Nacional del Prado), de Altarriba y Keko: En su serie reciente de reflexiones acerca del arte y la violencia (recordemos el cómic Yo, asesino, realizado por los mismos autores), Altarriba construye un “thriller académico” alrededor de la figura de un profesor universitario, Osvaldo González Sanmartín, patológicamente obsesionado con la figura de José de Ribera (el cómic fue publicado por el Museo del Prado con motivo de su exposición monográfica alrededor de la figura de José de Ribera, el Españoleto). La línea expresionista de Keko, su magistral empleo del claroscuro y su talento gráfico a la hora de componer escorzos imposibles y recrear espacios lóbregos, son esenciales a la hora de construir una historia presidida por esa dialéctica entre muerte e inmortalidad que nunca ha dejado de estar presente en la historia del arte. Aunque en algún momento pueda resultar un tanto artificioso, El perdón y la furia es un relato erudito e inteligente, un ejercicio atípico y sorprendente de género que mantiene el interés del lector desde la primera viñeta.

El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Dibbuks), de Sonny Liew: El cómic de Sonny Liew es la biografía simulada del dibujante de cómics Charlie Chan Hock Chye, tan falso él como su obra. El mérito de este trabajo reside en que, a través de ese ficticio periplo vital, su autor recorre la historia sociopolítica reciente de Singapur y, en paralelo, la historia misma del cómic; con algunos de sus grandes autores, escuelas e hitos más relevantes. A medida que se despliega la biografía del protagonista, el lector asiste a la evolución estética de Charlie Chan como dibujante de cómics: a su búsqueda de un camino propio. En el recorrido de aprendizaje (empujado por diferentes fases de imitación, plagio, inspiración y homenaje) se cruzan los cómics de Winsor McCay, Walter Kelly y Carl Barks; la escuela de Tezuka, Tatsumi y Taniguchi; o la admiración por los cómics de Harvey Kurtzman, Jack Kirby y Frank Miller. El itinerario de Charlie Chan se convierte así en un museo-collage postmoderno de estilos, guiños y citas a la historia del cómic. Un collage en el que también se mezclan las fotografías, ilustraciones, cuadros, pósters, noticias de periódico que ayudan a reconstruir una vida que en realidad nunca fue tal. Uno de los grandes cómics de los últimos años. 

Arsène Schrauwen (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen: Con este integral se redondea en España la publicación de uno de los recorridos experimentales más extravagantes, rupturistas e inspiradores de la última década. Ya incluimos las primeras entregas del cómic de Schrauwen en listados precedentes, pero sería injusto no volver a reincidir en un capricho tan loco y vanguardista como el que plantea el (aún joven) dibujante belga. La poco fidedigna reconstrucción biográfica del periplo africano que su abuelo Arsène Schrauwen viviera en los tiempos coloniales del Congo Belga, le sirve a su nieto Olivier para experimentar con el estilo gráfico y la forma narrativa en direcciones que el cómic apenas había frecuentado; pero que (en gran medida gracias a este cómic) cada vez veremos más veces repetidas en trabajos futuros. Schrauwen ubica su relato en un territorio indefinido entre el género de aventuras, la experiencia onírica surrealista y el viaje interior. El resultado es una obra profundamente postmoderna y metanarrativa en la que las herramientas del medio se emplean para desvelar el andamiaje ficcional que las sustenta: el artificio narrativo expuesto a la vista de todos en toda su aparatosa convencionalidad. Un cómic como hay pocos.

RocoVargas: Júpiter (Norma Editorial), de Daniel Torres: la nueva aventura de la gran saga espacial de Torres plantea una mirada postmoderna, distópica y fragmentaria. En sus páginas, el autor rompe el juguete de las arquitecturas futuristas cargadas de utopía para desplegar un mensaje pesimista y un activismo ecologista que conecta con el signo de los tiempos; y, de otro modo, con las reflexiones que también se planteaban en los capítulos finales de La casa. Sin abandonar el género de aventuras interespaciales, la nueva obra de Daniel Torres alude a la necesidad inminente de repensar el espacio y la ubicación del ser humano en el mismo: una relación que abarca desde la pequeñez de los espacios habitacionales, hasta nuestra interacción con el planeta Tierra y su situación en la Galaxia. Por su planteamiento circular y sus referencias interdiscursivas a otros volúmenes de la saga, parece Júpiter una revisión crepuscular y el cierre de las aventuras de Roco Vargas; no es así. Sí que es, sin embargo un ejercicio de virtuosismo gráfico y una colección de escenarios, situaciones y proyecciones futuristas al alcance de muy pocos dibujantes de cómics del planeta.

Cosmonauta (Astiberri), de Pep Brocal: En Cosmonauta Pep Brocal nos invita a reflexionar acerca del devenir de una humanidad que parece abocada a la autodestrucción, mientras se consume en su propia falta de expectativas y soluciones. Lo hace con humor trágico y con un desarrollo argumental que, debajo de su invitación al absurdo paródico, encierra un guión perspicaz y profundas reflexiones teleológicas. Cosmonauta luce como una obra de madurez, una reflexión tragicómica mientras el Mundo se consume en su propia falta de expectativas y soluciones. Héctor Mosca es nuestra última esperanza. Es uno de los últimos cosmonautas seleccionados en el "Second Chance Project" para alcanzar los confines del Universo y transmitirle al Creador el "memorial de agravios en el que se detalla que los hombres no somos los únicos responsables de este fracaso". Ojalá las cosas fueran tan fáciles, pero el propio Mosca se dará cuenta de que nunca las cosas son como parecen, o como nos cuentan. 

Black Hammer (Astiberri), de Dean Ormston y Jeff Lemire: Revisión nostálgica e intergenérica de Watchmen (pero también de las Golden y Silver Ages del cómic clásico). Black Hammer es mucho más gótica, mucho más ciberpunk y mucho más retrofuturista que aquella obra maestra, pero igualmente crepuscular y revisionista. El género superheroico parecía obsoleto a finales de los 80, pero en las últimas décadas ha recobrado algo de vida gracias a su proyección en la gran pantalla y al cuestionamiento constante de sus propias coordenadas constitutivas. La serie de Ormston y Lemire (uno de los chicos de moda del cómic actual) actualiza nociones como las del multiverso o los supergrupos, con un acercamiento introspectivo y muy psicologista a las motivaciones de unos personajes exiliados en tierra de nadie, que han dejado de ser superhéroes invencibles para convertirse en unos tipos molientes y corrientes que no se soportan ni a ellos mismos. Desde este punto de vista, el cómic despliega la fantasía heroica y raciones de superpoder a muy pequeñas dosis y, como hiciera la obra maestra de Alan Moore y Dave Gibbons hace ya muchos años, nos enfrenta a unos personajes más humanos y verosímiles que la mayoría de los estereotipados superhéroes habituales.

Un millón de años (Astiberri), de David Sánchez: Lo fácil sería decir que David Sánchez es el Charles Burns, o incluso el Daniel Clowes, español. La línea clara de su dibujo y sus atmósferas desasosegantes nos recuerdan a ellos, sí, pero limitarnos a tal aseveración significaría no reconocerle del todo al madrileño su merecido lugar de privilegio dentro del cómic español reciente. Estamos ante uno de los autores contemporáneos más originales y brillantes: uno de esos dibujantes capaces de enterrar clichés y descubrir itinerarios narrativos sorprendentes en cada nueva página. Su obra se ha movido siempre en el territorio del extrañamiento y lo inesperado, pero pocas veces ha sido tan nihilista, distópica y desesperanzada como en Un millón de años. Ese escenario postapocalíptico y salvaje en el que sobreviven sus protagonistas crea el contexto perfecto para un relato de terror, sin embargo, la inercia impredecible (y no siempre comprensible) de sus actos nos habla de oscuras revelaciones teleológicas y de mensajes simbólicos alienígenas, de civilizaciones desconocidas y de tiempos peores. Si se trata de una metáfora, lo cierto es que da miedito de veras.

Sabor a coco (La Cúpula), de Renaud Dillies: Sabor a coco es el homenaje de Renaud Dillies al mundo mágico y surreal de George Herriman. Sus personajes Jiri y Polka recorren un desierto que ya no es el de Coconino County, pero que, como aquel, abarca las posibilidades expresivas y estéticas del cómic en su búsqueda de nuevas poéticas narrativas que no dejan de mirar al pasado. Como también sucedía en Krazy Kat, las planchas de Sabor a coco conforman macrounidades narrativas con vida propia. Componen un espectáculo visual postmoderno a medio camino entre el códice ilustrado y el cartel circense: una sucesión de estructuras impredecibles, marcos de viñeta polimórficos y una colección de filigranas, frisos, adornos y perifollos que suspenden el ilusionismo de la historia y nos invitan a dejarnos llevar por la belleza visual de la apuesta estilística, por el jugueteo retórico de la línea y la creación de espacios mágicos sobre la página.

Y sí, nosotros también nos encontramos entre el grupo de lectores deslumbrado por esa maravilla rupturista que es My Favorite Thing Is Monsters, de Emil Ferris. Además, podemos anunciarlo ya, estará en nuestra lista del año que viene, porque se ha anunciado su edición en español para 2018. (Y, parece ser, habrá película dirigida por Sam Mendes).

domingo, diciembre 31, 2017

Pravda, de Guy Peellaert y Pascal Thomas. Sueños pop, rebeldía juvenil (en Tebeosfera)

En Tebeosfera nos han invitado a participar en el número 5 de su revista digital, dedicada en esta ocasión a la Revolución Rusa de 1917 y a las que siguieron a ésta a lo largo del siglo XX, desde diferentes perspectivas políticosociales. El listado de estudios y reseñas es realmente jugoso.
Nuestra colaboración se ha centrado en Pravda, la derrapadora (Pravda, la survireuse) el cómic pop de 1968 que Guy Peellaert creo sobre un guión de Pascal Thomas. Pravda surgió en su momento como una anomalía dentro del mundo del cómic, una rareza que entroncaba directamente con el incipiente espíritu de la postmodernidad y con revolución sociocultural juvenil que modeló el desarrollo de los años 60, pero que no remitía a referentes conocidos dentro del universo comicográfico más allá de sus inquietudes compartidas con el movimiento del comix underground. Ha sido recientemente cuando la obra de Peellaert ha empezado a ser reivindicada en su justa medida dentro del cómic de autor europeo y mundial y cuando se ha estudiado con más rigor su adhesión a los movimientos culturales de la época.
Sirva este artículo como pequeña aportación a ese proceso reivindicativo. Les dejamos aquí los dos primeros párrafos del texto; el resto lo tienen en Tebeosfera: "Pravda, de Guy Peellaert y Pascal Thomas. Sueños pop, rebeldía juvenil".

Los años cincuenta y sesenta del siglo XX fueron el momento decisivo para la configuración de la actual imagen de la juventud como grupo de consumidores y ciudadanos con voz. Por primera vez, los jóvenes dejaron de considerarse proyectos incompletos de adultos para integrarse en el flujo consumista del capitalismo avanzado. Las grandes empresas descubrieron en ellos a clientes potenciales mucho más abiertos, flexibles y prolíficos que sus mayores. Pero, al mismo tiempo, se vivió el proceso de emancipación que legitimaba sus gustos, opiniones políticas y forma de vida.

La juventud se apodera de la cultura popular y luego la modela a su imagen y semejanza. El pop y el rock, la psicodelia, la canción protesta, el underground, el cine experimental, el pop art…, fueron hijos de un espíritu lúdico y una forma reivindicativa y transgresora de ver la cultura. Este espíritu de renovación impregnó todas las disciplinas artísticas y vehículos narrativos, y se manifestó en todo el mundo en multitud de movimientos contestatarios y experimentales. En el mencionado underground estadounidense, en el boom literario hispanoamericano o en el cine francés de la nouvelle vague se percibe una clara intención emancipadora generacional. Gilles Lipovetsky y Jean Serroy hacen una precisa radiografía de este escenario en su obra La pantalla global; aunque su principal objeto de análisis es el discurso cinematográfico, muchas de sus conclusiones son extrapolables al panorama general de la creación cultural...

viernes, diciembre 08, 2017

Sabor a coco, de Renaud Dillies. En el camino

Se señala con frecuencia que lo importante de toda experiencia no es aquello que nos espera al final de la misma, sino el camino por el que ésta nos guía.
La historia del cómic nos ha conducido a su momento de esplendor creativo actual (aunque en países como España la fuerza del mercado no sigue el ritmo que marca dicha efusión creativa, precisamente) a través de un recorrido marcado por exigencias editoriales, restricciones de formato y una minusvaloración social evidente. Ya se sabe, el cómic era cosa de niños, cultura popular desechable. Debido a ello, los hallazgos técnicos y las evoluciones narrativas estaban supeditados a su aceptación inmediata dentro su amplio nicho de lectores juveniles y consumidores de prensa diaria. El espacio para las innovaciones vanguardistas era limitado. A comienzos del siglo pasado, el lenguaje del cómic sólo podía incluir los logros de la modernidad artística de forma solapada y siempre que éstos no interfirieran con las fórmulas clásicas de narración.
Y sin embargo, mucho antes del advenimiento de la novela gráfica y los nuevos modos de secuenciación comicográfica tan libres y experimentales, tan eclécticos y multidisciplinares, hubo autores que decidieron ir contracorriente y violentar convenciones, normas y reglas del lenguaje: a principios del siglo XX fueron los McCay, Feininger, Verbeeck y Sterrett; después, en los años 60 y 70, los autores del comix underground estadounidense y el "cómic de autor" europeo... Nombres propios que traspasaron fronteras y derribaron convenciones.
Hablamos de tipos, claro, como George Herriman, un dibujante que hizo del surrealismo y de la libertad creativa su marca de autor. A partir de un número reducido de personajes, una sencilla conexión argumental triangular entre ellos y una imaginativa y folclorista deconstrucción/reconstrucción contextual del desierto de Arizona (Coconino County), Herriman dio forma a Krazy Kat (1913-1944), una serie cómica basada en pequeñas variaciones temáticas (casi musicales), que enlazaba directamente con el pensamiento surrealista, el psicoanálisis y el humorismo slapstick tan en boga en aquel momento. Pocas veces el cómic ha estado tan apegado a la vanguardia artística como en manos de Herriman.
El magisterio de George Herriman nunca ha dejado de estar en vigor, más que nunca en estos tiempos de experimentación y vanguardia, pero su influencia pocas veces ha sido tan evidente como en Sabor a coco, el cómic de Renaud Dillies. Una obra ésta en la que, como pasaba con Krazy Kat, lo importante es el camino, no el punto de llegada.
Hay que reconocer que en Sabor a coco, la cigüeña Jiri y la ardilla Polka (¿es verdaderamente una ardilla?) se llevan mucho mejor que Krazy y el ratón Ignatz (o quizás algo peor, si nos atenemos al hecho de que aunque algunos amores matan amores son y que, tantas veces, la amistad es un afecto mudable). Dicho lo cual, por sus trazos y por su forma de moverse en la página, lo cierto es que los unos se parecen mucho a los otros. Hay incluso perro policía en el cómic de Dillies, además de avestruces, caballitos de mar con chistera, caracoles gigantes y un pez volador bohemio que parece una entelequia en medio de un espejismo. 
Pese a su nombre, tampoco Coconino es tal en Sabor a coco aunque sus paisajes con palmeras, cielos infinitos y casitas encaladas con techados de madera crean postales hermanas, sino "un país muy próximo al sol". Y es ahí donde arranca la peripecia, el caminar hacia ninguna parte de Jiri y Polka en busca de agua, o lo que es lo mismo, su búsqueda de vida y esperanza en el desierto. En sus sedientas andanzas, ambos vivirán episodios surrealistas y aventuras oníricas, como sucedía en cómic de Herriman; siempre sobre paisajes metamórficos que escapan de cualquier coordenada lógica espacio-temporal.
Da igual que nos movamos en el territorio ilógico de la ensoñación y la fábula surreal, la belleza del cómic de Renaud Dillies reside en su poética de paisajes mironianos y animales sabios enloquecidos en su nuevo país de las maravillas. Lo que más nos gusta de él es su personal y talentosa evocación del universo Herriman, su reconstrucción del mismo desde unas coordenadas presentes que, de algún modo, remiten a un ecologismo dentro de los estrechos márgenes consumistas de la sociedad del espectáculo.
Como sucedía en Krazy Kat, las planchas de Sabor a coco conforman macrounidades narrativas con vida propia. Componen un espectáculo visual postmoderno a medio camino entre el códice ilustrado y el cartel circense: una sucesión de estructuras impredecibles, marcos de viñeta polimórficos resemantizados (lexías) y una colección de filigranas, frisos, adornos y perifollo, que suspenden el ilusionismo de la historia y nos invitan a dejarnos llevar por la belleza visual de la apuesta estilística, por el jugueteo retórico de la línea y la creación de espacios mágicos sobre la página.
Eso es el cómic de Dillies: un truco de magia, un viaje visual con forma de homenaje, que el lector disfruta como un niño al que le han devuelto su juguete favorito de la infancia.

jueves, noviembre 09, 2017

Júpiter, de Daniel Torres, en Culturamas

http://www.culturamas.es/blog/2017/11/07/roco-vargas-jupiter-una-aventura-en-el-espacio-tiempo/
Acabamos de publicar en Culturamas, nuestra revista cultural online favorita, una reseña sobre Júpiter, la última entrega que Daniel Torres ha dibujado para esa saga mítica del género de acción espacial que son las aventuras Roco Vargas.
Como señalamos en nuestra reseña, Roco Vargas: Júpiter plantea una mirada postmoderna, distópica y fragmentaria. En sus páginas, Torres rompe el juguete de las arquitecturas futuristas cargadas de utopía para desplegar un mensaje pesimista y un activismo ecologista que conecta con el signo de los tiempos; y, de otro modo, con las reflexiones que también se planteaban en los capítulos finales de La casa. Sin abandonar el género de aventuras interespaciales, la nueva obra de Daniel Torres alude a la necesidad inminente de repensar el espacio y la ubicación del ser humano en el mismo: una relación que abarca desde la pequeñez de los espacios habitacionales, hasta nuestra interacción con el planeta Tierra y su situación en la Galaxia.
Por su planteamiento circular y sus referencias interdiscursivas a otros volúmenes de la saga, parece Júpiter una revisión crepuscular y el cierre de las aventuras de Roco Vargas; no es así. Sí que es, sin embargo, un ejercicio visual de virtuosismo gráfico y una colección de escenarios, situaciones y proyecciones futuristas al alcance de muy pocos dibujantes de cómics del planeta. Les dejamos con: "Roco Vargas: Júpiter Una aventura en el espacio-tiempo".

miércoles, noviembre 01, 2017

Nankin, de Nicolas Meylaender y Zong Kai. Contra el revisionismo

En el año 2009, una película china, terrible y reveladora, mostró a los espectadores occidentales una de las masacres más atroces de la historia de la humanidad: el sitio, asalto y devastación a las que las tropas japonesas sometieron la ciudad china de Nankin entre el 13 de diciembre de 1937 y el mes de febrero de 1938. 300.000 personas fueron asesinadas durante esos pocos meses; la gran mayoría de ellos, civiles indefensos que no opusieron resistencia y creyeron en las proclamas japonesas que garantizaban una rendición pacífica y respetuosa con los vencidos. Decenas de miles de niñas y mujeres fueron violadas y golpeadas hasta morir. Bebés, niños y ancianos torturados, fusilados y defenestrados. Las zonas francas y espacios de protección sistemáticamente violentados en escenas de cacería en busca de nuevas víctimas. La película, dirigida por Lu Chuan, se llama Ciudad de vida y muerte. El año de su estreno, recibió la Concha de Oro a la mejor película en el Festival de Cine de San Sebastián. La crudeza de sus imágenes en blanco y negro, de un esteticismo trágico, y el verismo de los hechos narrados conmocionaron a una audiencia que, mayormente, hasta ese momento jamás había oído hablar de la ciudad china de Nankin.

No resulta extraño. Durante décadas, las autoridades, los historiadores y una parte de la población japonesa se negaron a reconocer los hechos terribles relatados por los escasos ciudadanos chinos que sobrevivieron a la masacre de Nankin. Al igual que todavía existen fanáticos negacionistas del nazismo, en Japón, libros de historia y profesores universitarios se dedicaron durante años a un revisionismo histórico que diera forma a una interpretación menos cruenta e inculpatoria de las atrocidades cometidas en nombre de la patria japonesa y el nacionalismo ciego de sus seguidores. Nacionalismos y patrias.

Nankin, el cómic con guión de Nicolas Meylaender y dibujos de Zong Kai, ahonda sobre aquella misma tragedia. Para ello recurre a un formato apaisado que nos recuerda a los cuadernillos de cómic estadounidenses que recopilaban las populares tiras diarias que Milton Caniff, Alex Toth o Frank Robbins pubicaran durante la Segunda Guerra Mundial; era aquel un cómic de aventuras, épica belicista con afanes proselitistas. Nankin es prácticamente lo opuesto a aquello, un cómic antimilitarista de denuncia y reivindicación; sin embargo, el dibujo de Zong Kai se alimenta de la iluminación cinematográfica de aquellos grandes maestros del cómic norteamericano, y la combina con unos perfiles angulosos y un uso expresionista de la mancha (casi tenebrista), que nos recuerda al mejor Frank Miller; al más extremo y audaz.

La historia recorre en cuatro episodios (no marcados numéricamente) las indagaciones del abogado chino Tan Zhen sobre la biografía de una mujer, Xia Shuqin, que en el momento de la tragedia tenía sólo ocho años. La investigación del Tan Zhen le llevará a entrevistar a varios testigos supervivientes de la masacre: el soldado Wang Shan-Ti, quien después de ayudar a Xia Shuquin sobrevivió milagrosamente al fusilamiento masivo de todos los soldados chinos que optaron por rendirse ante la promesa de un trato justo como prisioneros de guerra; el empresario Zhao Pin, adolescente en aquel entonces y vecino de la familia de Shuqin; o la anciana Dong Sun, quien fuera secuestrada junto a docenas de universitarias japonesas para ser violadas por los soldados del ejército imperial japonés, en la mayoría de los casos hasta sus muertes.

Lo significativo de Nankin es que tanto el abogado Tan Zhen como la ahora anciana Xia Shuqin no son personajes de ficción, sino dos ciudadanos chinos reales que han ejercido como activistas para testimoniar los atroces actos cometidos por el ejército japonés en China durante los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Tan Zhen, junto a un equipo de abogados japoneses, reivindicó en un juicio la autenticidad del relato de víctimas como Xia Shuquin y exigió la restitución de su honor; honor que había sido puesto en entredicho por las cobardes versiones revisionistas de numerosos libros de historia publicados en Japón acerca de la invasión de Nankin.

La última sección del cómic se acerca, precisamente, al  testimonio en primera persona de la propia Shuqin: al recuerdo lacerante de cómo su padre, su hermano bebé y sus abuelos fueron ejecutados en su presencia, mientras su madre y sus hermanas eran violadas antes de ser también asesinadas.

Una vez concluido el juicio a favor de la restauración de su dignidad, varios periodistas japones se acercaron a entrevistar a Xia Shuqin:

- Señora Xia, ¿una pregunta, por favor? 
- Señora Xia, ¿está satisfecha con el veredicto del jurado?
- Sí, desde luego... -respondió ella- Sólo lamento no haber podido mirar a los ojos a mis acusadores...
- ¿Usted y los otros supervivientes culpan al pueblo japonés?
- No, y le debemos mucho a los abogados japoneses que han ayudado al abogado Tan. Sabemos diferenciar entre el pueblo japonés y los extremistas... Todo lo que queremos es que esta masacre sea reconocida por todos.

Hay ocasiones en que la verdad vale más que cualquier recompensa o restitución.

viernes, octubre 20, 2017

Las grietas de Europa (y España)

Hay muchas razones para recomendar la lectura de La grieta, de Carlos Spottorno y Guillermo Abril. Sorprende, en primer lugar, la osadía formal de un reportaje periodístico a medio camino entre el cómic y la fotonovela. Pero también lo hace la clarividencia de su recorrido narrativo, que se despliega como un artículo de investigación sobre el terreno acerca de las fronteras de Europa y su inestabilidad reciente, para terminar mudando hacia el ensayo político sobre el porvenir de la Unión. 
Además de todo ello, personalmente hemos disfrutado de La Grieta porque compartimos de principio a fin algunas de las conclusiones de su exposición; su lectura, nos sugiere varias reflexiones que podríamos sintetizar en tres puntos:
  1. Después de la Guerra Fría y una vez concluido el conflicto de los Balcanes (derivado en gran medida del cierre en falso de aquella), Europa ha vivido un periodo insólito de paz, estabilidad y bienestar. 
  2. Esta situación se explica en gran medida gracias a la consolidación de un europeísmo comunitario impulsado por los tratados y resoluciones de la UE en su compromiso para consolidar una Europa de las naciones articulada en torno a los valores racionalistas de la modernidad.
  3. En los últimos años, sin embargo, la estabilidad europea y esos mismos valores de solidaridad y compromiso supranacional se están viendo amenazados por una serie de factores achacables tanto a causas endógenas (la inoperante maquinaria burocrática del aparato europeo y los dispares intereses nacionales), como a factores exógenos de naturaleza impredecible, ante los cuales la administración comunitaria ha respondido con ineficacia y lentitud. Para Spottorno y Abril, esas son "las grietas" que amenazan con socavar este largo periodo de Pax Europea.
En su primera parte, La grieta analiza el drama de la emigración que se estrella contra los muros y las alambradas de Ceuta, Melilla, Orestiada, Lesovo, Rözske o Medyka. El fracaso de Europa en la absorción e integración de refugiados (políticos, amenazados, evacuados) conecta tangencialmente con otros factores de riesgo cuya expansión comienza a ser preocupante, y amenaza con resquebrajar el proyecto común europeo: el aumento de los populismos antieuropeístas; la fiebre nacionalista e independentista que encara crisis globales con soluciones centrípetas; la desprotección ante los terrorismos islamistas asociados al desarraigo de colectividades de emigrantes de segunda generación; la aparente resurrección de la vieja dialéctica de bloques en forma de una nueva Guerra Fría soterrada en la que Rusia vuelve a ser protagonista principal, etc.
La conclusión última de La grieta le hiela a uno la sangre y nos deja en un estado de suspensión desesperanzada. Ante la fotografía a doble página de unos emigrantes ubicados delante de un puesto fronterizo, el narrador sentencia:
Es como si uno se viera en un espejo. Cuando los mira, realmente ve el mundo que somos. Se ve Oriente y sus guerras. La miseria en África. Se ve Rusia al fondo. Y se ve también Europa, a este lado, ese remanso seguro. La unión, el sueño de paz, su riqueza. Y todas sus grietas. Se ve al Reino Unido con un pie fuera y a Estados Unidos ya con un presidente en plena evolución. Los muros alzándose entre países. El auge del nacionalismo. Y un lenguaje militarizado. Beligerante. Enconado. Voces que alertan de una tercera guerra mundial. Incluso algunas que aseguran que ya ha empezado.

En la enésima revisión a su ya clásica tesis sobre "el fin de la historia", el politólogo Francis Fukuyama supeditaba el recorrido de su teoría (que, recordemos,  anunciaba el final de las ideologías y el triunfo del capitalismo económico y las democracias liberales como modelos de gobierno en el mundo) a la irradiación de diferentes factores
poco controlables; a saber: la expansión impredecible del Islam; el déficit democrático que provoca la pérdida de un objetivo común que unifique los esfuerzos colegiados de Europa (y sus países miembros) y Estados Unidos; la dependencia estricta que existe entre el desarrollo económico y la consolidación democrática; y, por último, las consecuencias imprevistas de la tecnología.
Los peores presagios que Fukuyama enfrentaba a la democracia liberal moderna universal (no muy diferentes, algunos de ellos, de los que se mencionan en La grieta) parecen estar confirmándose sin remisión en este bienio dramático (2016-2017), que no deja de traer malas noticias y castigarnos con malos augurios.
Acerquémonos al caso de España.
Llevamos en nuestro país más de dos meses secuestrados por un nerviosismo "prebélico" que está afectando a todas las estructuras y estratos del país, y que ha sumido a una gran parte de la población en un estado de desasosiego galopante: hablamos del caso catalán, desde luego.
El independentismo desatado como un virus en Cataluña, hasta el extremo de violar la legalidad constitucional vigente (con la que podemos estar o no de acuerdo, pero en ella se establece la norma legal que garantiza la convivencia democrática), responde a una acusada ineficiencia política por parte de los gobiernos central y autonómico, y a una alarmante visión cortoplacista asentada en mezquinos intereses políticos y en una insolidaridad intolerable, en ambos casos.
Frente a países democráticamente más maduros, desde hace décadas, en España (y Cataluña, como una de sus partes) la política ha estado marcada por intereses individuales y partidistas cuya rentabilidad se ha visto supeditada a la permanencia en el poder (lo cual explica en gran medida el fenómeno infeccioso de la corrupción). Además, la política española se ha visto gravemente contaminada por un frentismo (muy acusado en la derecha española y catalana) que se ha alimentado siempre del odio proyectado sobre un enemigo recreado artificiosamente en el imaginario colectivo de sus masas de votantes. Durante años, la derecha española (aunque no únicamente) pretendió, de forma torticera y peligrosa, que la amenaza cruenta y real del grupo terrorista ETA proyectara su sombra difamante sobre rivales políticos, periodistas y ciudadanos, a quienes desde la bancada del PP se acusó también de "ser ETA" o de "apoyar el terrorismo", con espurios intereses electorales (entre las víctimas de la infamia encontramos a auténticas víctimas de ETA e incluso al entonces Presidente de Gobierno del partido de la oposición).
Concluida la amenaza terrorista, la derecha española decidió proyectar su ofensiva frentista contra un nacionalismo catalán que hasta entonces, no lo olvidemos, había sido su aliado de gobierno en diversas legislaturas y mantenía el independentismo en mínimos testimoniales. La suspensión del Estatuto de Autonomía de Cataluña en 2010, por parte del Tribunal Constitucional a instancias del Partido Popular (después de que hubiera sido aprobado por los Parlamentos catalán y español en 2006), encendió una mecha que ahora, siete años después, amenaza con hacer explotar el autogobierno catalán y, de rebote, la economía regional y nacional.
El nacionalismo catalán, por su parte, comparte el mismo grado de culpa que sus viejos socios de gobierno, y añade el agravante de haber incumplido las leyes que garantizan el estado de derecho. Sus cifras electorales han engordado en gran medida gracias a esa confrontación contra el "gobierno de Madrid" (todo es Madrid en el ideario nacionalista) y una retroalimentación victimista sustentada en proclamas como el célebre "España nos roba"; que tan hondamente ha calado en el inconsciente colectivo catalán, como reactivo a afrentas históricas pocas veces constatables fuera del imaginario independentista. Todos estos aspectos se han consolidado y exacerbado en el actual salto al vacío que supone el Procés; y que, como sucediera con el Brexit o anhelara el Frente Nacional de Marie Lepen, amenaza con desestabilizar el Estado de Bienestar europeo.
Entendiendo el muy subjetivo sentimiento de pertenencia a una nación o un territorio, y estando a favor de un referéndum pactado dentro de la Ley (con unas condiciones pautadas de mayoría cualificada y unas consecuencias claramente expuestas), nos cuesta creer que alguien se tome en serio (más allá de farisaicos intereses económicos) su pertenencia a un proyecto común europeo, basado en la solidaridad interterritorial y la unión de fronteras, al mismo tiempo que se plantea la ruptura unilateral de uno de sus estados miembros. No entendemos gran cosa, siempre pensamos que "unir" era un antónimo de "separar".
Cuanto más distante presintamos su fondo, más escabrosa será la grieta.