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viernes, mayo 04, 2018

Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris, en Culturamas

Con motivo de su publicación en español, volvemos a Culturamas para hablar del cómic revelación de 2017: Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris; un trabajo sorprendente y repleto de hallazgos narrativos que no va a dejar indiferente a nadie y que maravillará a los rastreadores de rarezas. Esta es nuestra reseña: "Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris. Todos somos monstruos". Y así comienza:
El cómic de Emil Ferris es un prodigio de imaginación que combina una compleja inteligencia creativa en el manejo de referencias simbólicas con esa sinceridad desarmante basada en la inocencia casi infantil que transmite el punto de vista elegido (el de la niña Karen Reyes). Lo que más me gusta son los monstruos está formado por  400 páginas dibujadas sobre papel pautado de rayas (con la habitual línea roja de margen y los dos agujeritos para archivar la hoja en una carpeta de anillas). Sobre esa superficie convencional que nos retrotrae a nuestra edad escolar, despliega la autora su barroquismo low art: ¡Y qué manera de dibujar la de Ferris! ¡Qué forma de actualizar el entramado profuso del underground hasta convertir su trazo en un realismo virtuoso que parece ejecutado a mano alzada! (Sus dibujos nos recuerdan a los ejercicios de estilo realista con los que maestros como Robert Crumb o Chris Ware completan cuadernos de bocetos que luego son publicados como libros de ilustración para completistas)...

(Continúa aquí)

miércoles, abril 25, 2018

Recomendaciones para "el día del cómic", en Culturamas

Éstos han sido los cómics que hemos recomendado para el día del libro en Culturamas, nuestro boletín cultural favorito:

Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books) de Emil Ferris: El cómic de Ferris fue el gran triunfador del curso pasado en Estados Unidos y se esperaba su publicación en nuestro país como todo un acontecimiento. La autora ha facturado una obra inclasificable en la que el bolígrafo, los lápices de colores y el rotulador recrean sobre hojas pautadas de cuaderno un cuento grotesco habitado por niñas que quieren ser monstruos, jóvenes pandilleros, madres sobreprotectoras, mujeres asesinadas y un vecindario espeluznante lleno de secretos. Detrás de todo ello, se despliega un monumental ejercicio simbólico acerca del crecimiento personal y la supervivencia, un relato turbador y heterodoxo que combina su ritmo hipnótico con un talento gráfico desatado. Lo que más me gusta son los monstruos es un cómic que no puede dejar indiferente a nadie.
Oscuridades programadas (Salamandra Graphics), de Sarah Glidden: Una expedición a Oriente Próximo en plena crisis de refugiados (los que huían de su país después de la Segunda Guerra de Iraq en 2010), un colectivo de jóvenes periodistas independientes (los miembros de Seattle Globalist) y una dibujante que se embarca en la misión con el fin de recoger en viñetas la crónica de lo acontecido. Éstos son los ingredientes de Oscuridades programadas, una voluminosa novela gráfica que se mueve en el territorio metaficcional de una obra que se construye a sí misma mostrando el proceso de su elaboración; pero también un reportaje periodístico en sí mismo: una reflexión honesta y comprometida acerca la responsabilidad directa de Estados Unidos (y Occidente en general) en los conflictos de Oriente Próximo. Oscuridades programadas es una reflexión fascinante sobre el acto de ser periodista y sobre el acto creativo que supone la creación de un cómic.
El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Dibbuks), de Sonny Liew: El reciente ganador del Premio a Mejor Obra Extranjera del Salón de Cómic de Barcelona 2018 es un trabajo portentoso alrededor de la biografía simulada del dibujante de cómics Charlie Chan Hock Chye; tan falso él como su obra. A través de la ficcionalización vital del personaje de ficción, Sonny Liew reconstruye la historia reciente de Singapur, al mismo tiempo que levanta ante nuestros ojos un gran fresco de la historia del cómic. Así, el relato del crecimiento artístico del dibujante protagonista (con sus diferentes fases de evolución estilística) nos permite acercamos indirectamente a la obra de maestros del cómic como Winsor McCay, Walter Kelly, Osamu Tezuka, Jiro Taniguchi, Jack Kirby o Frank Miller. De este modo, el itinerario formativo de Charlie Chan Hock Chye se convierte en un gran collage postmoderno de estilos, guiños y citas a la historia del cómic. Un collage multidisciplinar que combina las fotografías familiares, ilustraciones, cuadros y recortes de periódico de una vida que nunca fue.
Si quieren conocer las muy interesantes recomendaciones del resto de colaboradores, entren y vean: "Los libros, los cómics".

jueves, marzo 29, 2018

La deuda, de Martín Romero. Caer en desgracia

Benjamín Castaño también fue joven. Uno de tantos que abandonan el pueblo para crecer y ganarse el pan en la gran ciudad. Allí, consiguió fama efímera tras hacerse un nombre como humorista. Pero ni la vida nos otorga certezas ni las buenas rachas duran eternamente.
Ahora, Benjamín Castaño está arruinado. Malvive en un cuchitril arrendado (de los que cada vez abundan más en ciudades como Madrid y Barcelona) y se ve día a día acompañado por la sombra de uno de esos infaustos asalariados que visten de etiqueta para anunciar la desgracia ajena a los cuatro vientos: a Benjamín le cuenta los pasos un cobrador del frac. Y ese es sólo el menor de sus problemas.
Más o menos así arranca la trama de La deuda, el último cómic de Martín Romero; un autor que ya dejó muy buena impresión con sus Episodios lunares y, sobre todo, con su celebrado Las fabulosas crónicas del ratón taciturno. Como ya comprobamos en aquellos casos, el dibujo caricaturesco con aire infantil de Romero funciona especialmente bien para ilustrar lo opuesto a lo que se esperaría de los rostros afables de sus personajes: azucarillos de alienación y amargura.
Y es que, detrás de las miserias de Benjamín Castaño, La deuda esconde una visión pesimista del mundo que nos está tocando vivir. En sus páginas se denuncia la incomunicación que asola a unas sociedades cada vez más tecnológicas e hipervinculadas; la imposibilidad de ser libre cuando tus pasos y las expectativas de futuro están escritas de antemano; la miseria de muchos que socava la lustrosa superficie de la sociedad del espectáculo y el entretenimiento sin fin. En su cómic, Romero emplea abundantes secuencias descriptivas que funcionan como paréntesis de creación de ambiente, pero también como pausas contemplativas de un desastre colectivo: el de los desposeídos que circulan por nuestras urbes como un ejército invisible de ciudadanos olvidados.
Junto a estas secuencias aspectuales, al final de cada episodio el cómic introduce una coda con una de las actuaciones escénicas de Benjamín Castaño: una suerte de club de la comedia a doble página que, en realidad, no tiene ninguna gracia, pero que sirve para subrayar con inteligencia paradójica la acumulación de desgracias del personaje, al mismo tiempo que se aportan indicios sobre su pasado y el recorrido que le ha llevado hasta su infortunio presente.
La desgraciada narrativa del protagonista sólo encuentra un atisbo de esperanza en las páginas finales del cómic. Este rayo de luz conecta con su pasado y con sus renuncias; con aquello que el personaje decidió abandonar para buscar fortuna: los orígenes, la familia, el pueblo, la naturaleza, los amores antiguos... En este tramo final la historia de La deuda se enreda un tanto en soluciones estridentes y cierta inclinación hacia el thriller surrealista que no acaba de encajar con el tono general de la historia. La explosión final del hombre desesperado, sin embargo, conducirá hacia ese giro final que habrá de arrojar algo de luz sobre la decadente existencia de Benjamín Castaño. El protagonista desdichado de una vida de mierda que nos podría haber tocado vivir a cualquiera de nosotros.

jueves, marzo 08, 2018

Piruetas, de Tillie Walden. Giros de cambio

Jueves, 8 de marzo de 2018. Primera huelga feminista global de la historia. Algo está cambiando.
Un día antes, una jovencísima dibujante de cómics de Texas publica en su muro de Twitter:
New to me and my work? Don't worry, I can explain it all. I'm Tillie. I draw comics. I'm gay. I'm from Texas. I go to bed earlier than most. That's all you really need to know. Check out my work here:
Una declaración de intenciones, un tuit sin filtro. Toda su obra lo es. Tillie Walden es un talento precoz y prolífico. Tiene 21 años y ya ha publicado cinco cómics; y bastantes más trabajos online. En este blog la hemos seguido y disfrutado casi desde el principio. Descubrimos su breve y emocionante I Love this Part con la certeza de estar ante una creadora diferente, sensible, turbadora y superdotada para el dibujo; su línea clara naturalista y detallista captura el fino tejido de la vida en todos sus detalles e imperfecciones. En The End of Summer, el intimismo y la exploración de la identidad sexual dejaban paso a una fantasía trágica llena de evocación y simbolismo que se desarrollaba en los escenarios idealizados y las estancias suntuosas de un gran palacio romántico. La vida familiar revestida de misterio, evocación y tragedia.
Recientemente, se ha publicado en España Piruetas, su último cómic. El más ambicioso y extenso hasta el momento. En sus casi 400 páginas, la autora lleva a cabo un ejercicio de revelación autobiográfica a partir de una de sus pasiones: el patinaje artístico y sincronizado.
Si I Love this Part se aproximaba a la sexualidad desde el lirismo y la evocación y The End of Summer insinuaba las asperezas del espacio social desde la fantasía alegórica de barrocos escenarios fabulosos, ahora, Piruetas brilla por su desnudez autoconfesional. Sin velos ni insinuaciones. Una salida del armario (como ella repite en sus páginas) en toda regla, con sus episodios impredecibles de angustia, euforia, frustración y descubrimiento. Todo ello filtrado por la dedicación obsesiva a una afición que, como sucede siempre, deja de serlo para convertirse en celda cuando el disfrute deviene en obligación, y el amateurismo se inclina hacia la profesionalización.
"Hice patinaje artístico y sincronizado de manera profesional durante doce años". Con esas palabras arranca un cómic en el que la pista de hielo termina por ser una metáfora de la vida misma; en el que los accidentes del éxito y el trabajo, los rigores insoportables del entrenamiento y la búsqueda de la perfección, terminan por reflejar, como en un espejo que separara dos dimensiones paralelas, a la niña y a la atleta, a la persona que intenta aceptarse y a la mujer que no puede fallar, al ser imperfecto, sensible y vacilante y a la profesional virtuosa, precisa y exigente.  En las páginas de Piruetas, Tillie gira sobre una pista de hielo tan fría como el patio de la escuela y acepta sus fracasos deportivos del mismo modo que sobrevive al bullying, al acoso o al rechazo social.
Cada capítulo de Piruetas se abre con una técnica de patinaje sobre hielo: salto de vals, pirueta scratch, flip, axel, etc. Cada una de ellas podría entenderse perfectamente como un hito, una marca señaladora de las etapas de crecimiento y maduración del ser humano; las marcas interiores que nos enseñan a aceptarnos y a intentar comprender el mundo que nos rodea. Esfuerzos individuales por asumir con normalidad que debemos aprender a vivir con nosotros mismos. Por eso, el cómic de Tillie Walden esta lleno de silencios y espacios vacíos; viñetas minimalistas en las que la protagonista baila sola y pelea contra el blanco de la página.
Piruetas no parece un trabajo de juventud. Quizás Tillie Walden tampoco sea tan joven como señala su acta de nacimiento. En todo caso, algo debe de estar cambiando en el mundo si una artista de  apenas veinte años decide que lo importante es ser fiel a uno mismo y lo grita a los cuatro vientos desde sus viñetas con la euforia de quien sabe que, aunque la existencia es jodida, hay que vivirla sin mentiras ni miedos. Muchas mujeres como Tillie Walden lo saben bien.

jueves, febrero 08, 2018

Comicperiodismo: Oscuridades Programadas, de Sarah Glidden, en ABC Color

ABC Color nos ha prestado su tribuna para hablar de ese excelente cómic que es Oscuridades programadas, de Sarah Glidden, y para reflexionar sobre el comicperiodismo y su estado actual. Les dejamos aquí mismo las planillas centrales del suplemento y el artículo íntegro: "Los caminos del comicperiodismo: Oscuridades Programadas, de Sarah Glidden".
Las referencias al mundo del periodismo como fuente de creación de ambientes o inspiración argumental han sido recurrentes en la historia del cómic. Desde Clark Kent a Kurt Severino (el personaje del Berlín, de Jason Lutes), pasando por Tintín o el inefable Reporter Tribulete, los tebeos han estado habitados por multitud de periodistas y fotógrafos que desempeñaban sus faenas reporteriles a la luz de una viñeta. En principio, la excusa temática para explorar parajes desconocidos, dar a conocer a personajes extravagantes y desentrañar misterios no podía ser mejor.
Sin embargo, en estas líneas no nos referiremos al periodismo como medio inspirador, sino como materia constitutiva y vehicular. Hablaremos de cómics que se alimentan de la naturaleza del periodismo, es decir, que funcionan en sí mismos como crónicas, noticias o reportajes de investigación. De cómics que, por así decirlo, podrían haber sido o han sido hechos por periodistas. 

Pioneros
La mención primera es obvia. No hay reseña o análisis de Maus que omita su Premio Pulitzer en 1992; unos premios anuales que se conceden a los mejores trabajos de investigación periodística. En su obra (que probablemente supuso el pistoletazo de salida al auge contemporáneo del formato de la «novela gráfica»), Art Spiegelman narraba, mediante una recreación fabulística protagonizada por ratones y gatos, la historia del holocausto a través de los ojos de su padre, Vladek, superviviente de Auschwitz. Pero al mismo tiempo, en un juego de metarrelatos y niveles narrativos, describía el proceso de recreación de ese relato: de este modo, la obra se componía, en su primera parte, de la historia de supervivencia de Vladek; mientras que la segunda reconstruía narrativamente los encuentros entre Spiegelman, su padre y su madre adoptiva que hicieron posible la historia inicial. De este modo, Maus incluye la disección de su propia génesis: el cómo se hizo Maus.
Lo que más nos interesa aquí, sin embargo, es la naturaleza de un trabajo que tuvo mucho de investigación y de reportaje periodístico. Spiegelman ahondó en las raíces del infierno nazi e intentó derribar la coraza de autoprotección de algunas de sus víctimas para ofrecer una crónica honesta de su sufrimiento sin ahorrarse en el empeño sofocos personales y angustias existenciales.
Spiegelman rompió una barrera que llevaba décadas resquebrajándose: la que sujetaba al cómic dentro del territorio de la ficción. Las confesiones personales de los creadores transgresores del underground o los experimentos sociológicos y reivindicativos de los autores europeos habían puesto en duda la naturaleza misma del cómic, demostrando que, además de un objeto cultural o una obra de entretenimiento, el cómic era un lenguaje, que se amoldaba a cualquier tipo de discurso narrativo. Incluido el periodístico.
La influencia de Maus se extendió con rapidez. Una vez abierto el dique, la marea fue imparable. Persépolis, de Marjan Satrapi, también funcionaba como crónica filtrada por vivencias subjetivas: las que experimentó la propia autora durante su niñez en Irán durante la llegada al poder del integrismo islámico de los ayatolas. No obstante, en este caso el relato añade multitud de elementos biográficos y simbólicos (sobre todo en su parte gráfica, con una influencia directa de David B. y su obra La ascensión del gran mal, 1996), que introducen unos niveles de imaginación y de recreación fantasiosa que contrastan con la presentación objetiva y rigurosa que se le presupone a un ejercicio periodístico.
Un ejemplo similar es el de los trabajos del canadiense Guy Delisle, que se apartan del reportaje periodístico puro y duro con intenciones humorísticas reforzadas por el empleo de una caricatura muy sintética y expresiva. Shenzhen (2000), Pyongyang (2003) y Crónicas birmanas (2008) son obras que se mueven a medio camino entre el relato de viajes, la comedia costumbrista y la crónica corresponsal. 

Joe Sacco: El maestro del cómic periodístico
Pero si hay un autor que encaja como un guante en la etiqueta de comicperiodismo, es sin duda el norteamericano (maltés de nacimiento) Joe Sacco. En sus obras no hay atisbo de la fabulación, el simbolismo, la fantasía o el humor que convertía a los ejemplos precedentes en acercamientos híbridos al ejercicio periodístico. Joe Sacco es un periodista que no escribe reportajes, los dibuja. De ello dan fe sus colaboraciones habituales en medios como The Guardian, Harper’s Magazine o The Washington Post.
En sus cómics, habitualmente Sacco se dibuja a sí mismo como interlocutor de los personajes a los que entrevista. A partir de esos testimonios dibujados secuencialmente, reconstruye con rigor la crónica histórica de conflictos bélicos enquistados en el mapa de las zonas calientes: Palestina: en la franja de Gaza (1993-1995), Gorazde: zona protegida (2000), El mediador (2003), Notas a pie de Gaza (2009)… Pese a su autorrepresentación, intenta huir de cualquier tipo de subjetividad o de juicio de valor. En sus reportajes son los hechos y los personajes quienes hablan y ayudan a construir la historia.
Uno de los mejores ejemplos recientes de cómic periodístico en español es Los vagabundos de la chatarra (2015). Sus autores, el dibujante Sagar Fornies y el escritor/periodista Jorge Carrión, se acercan a los efectos de la crisis económica que ha sumido a Occidente en un largo periodo de políticas de austeridad, recesión económica y pérdida de derechos sociales y laborales. Se sumergen en una Ciudad Condal subterránea, desconocida, habitada por los Otros: ciudadanos que sobreviven en una precariedad irresoluble y en un estado de indefinición por lo que respecta a su situación legal y civil. Bastantes de ellos son inmigrantes ilegales, otros, pequeños criminales reincidentes y, casi todos, víctimas (y «esclavos a sueldo») de todo tipo de mafias.
El epílogo del cómic es el resultado de una conversación (una entrevista informal) en viñetas entre el guionista, Jorge Carrión, y un Joe Sacco que se encontraba de visita en Barcelona; el encuentro se desarrolla entre paseos y comidas, en presencia de Sagar y otros amigos. En un momento dado de la entrevista se desarrolla el siguiente diálogo:
- Jorge Carrión: Yo creo que el auténtico New Journalism está en el cómic de no ficción.
- Joe Sacco: Puedes decir que el cómic es una nueva estética, estoy de acuerdo. Pero no conozco el panorama general como para saber si es el único lenguaje que está aportando algo nuevo. Tal vez hoy haya documentalistas que lo están haciendo también en cine… 
- JC: Tienes razón: la renovación formal se está produciendo en varios lenguajes. ¿Qué es lo que no se puede perder, lo que hay que conservar? 
- JS: Lo que importa del periodismo es el compromiso. Los hechos importan. La realidad importa. Las víctimas imperan. Hay que cuestionar el poder. Esos son los fundamentos morales que hay que defender. (…) 
- JC: Art Spiegelman es el gran referente del cómic autobiográfico, y tú lo eres del periodístico. Sois por tanto los maestros, voluntarios o no. ¿Cómo ves la próxima generación de autores de cómic de no ficción? 
- JS: Josh Neufeld y Sarah Glidden son buenos. Hay una nueva generación de dibujantes y autores franceses, como los que agrupa la revista XXI. O españoles también, que siguen trabajando en el cómic como experimento. Es lo bueno de este lenguaje: que todo está en marcha, todo se está haciendo, es todavía posible encontrar nuevas formas para acercarte a un tema... 

Sarah Glidden: Oscuridades Programadas
En el año 2010, la dibujante Sarah Glidden se unió al colectivo de periodistas independientes Seattle Globalist en una expedición a Irak y Siria para realizar reportajes periodísticos sobre la situación posbélica en Oriente Próximo (acababa de concluir la Segunda Guerra de Irak). El proyecto de Seattle Globalist había sido concebido cinco años antes por iniciativa de Sarah Stuteville, Alex Stonehill y Jessica Partnow, periodistas aficionados y amigos de Glidden. Además de ella, a la expedición se unió el excombatiente en la Guerra de Irak Dan O’Brien. De las experiencias del viaje y de las muchas entrevistas realizadas sobre el terreno nace Oscuridades programadas, un ejercicio de comicperiodismo de Sarah Glidden.Glidden recurre al mismo rol de dibujante-periodista-personaje que inaugurara Joe Sacco. Utiliza la autorrepresentación para mostrarnos visualmente el desarrollo de la noticia desde dentro y se sitúa en el plano doble de personaje y testigo en primera persona que intenta trasladar objetivamente la veracidad de los hechos a un formato de secuenciación en viñetas.
En la introducción, la propia Sarah advierte de los inconvenientes de su propuesta. Está por un lado el problema de la limitación espacial: la naturaleza gráfico-textual del cómic exige un ejercicio de concisión mayor que cualquier otro formato «literario». Así, aunque en los comentarios a su trabajo señala que todos los testimonios recogidos son veraces, reconoce que «las conversaciones transcriptas han pasado por una fase de edición y condensación con el fin de que se transformaran en el guión de un cómic legible que no tuviera un millar de páginas».
Pero sobre todo, asume la autora, debe tenerse en cuenta el hecho de que toda narración supone un proceso de reconstrucción y, consecuentemente, una ficcionalización de los hechos relatados. Así, señala que ha moldeado los «hechos y diálogos reales para componer una historia, pero la vida de una persona no es una historia. Todos creamos narraciones de nuestras propias vidas, destacando algunas experiencias y dejando otras de lado. (…) Cuando contamos nuestra historia a alguien, esa otra persona presta atención a ciertos detalles y pasa por alto otros, un proceso que se acentúa cuando esa persona narra la misma historia a un tercero. Por ese motivo es imposible alcanzar una objetividad real en el periodismo narrativo (y podría decirse lo mismo de cualquier otro tipo de periodismo)».
En el caso de un cómic periodístico existe, además, la mediación interpuesta del dibujo. El autor debe adoptar una decisión por lo que respecta a la elección de un estilo gráfico. Esto añadirá nuevos matices al debate de la «objetividad» y supondrá un nuevo filtro por lo que respecta a la interpretación de la realidad. Sacco optó por un estilo heredero del underground (a medio camino entre el realismo y la caricatura), apoyado en una trama profusa y un rayado abundante: un dibujo que provocaba cierto distanciamiento de la condición trágica de los sucesos narrados. Glidden apuesta por un naturalismo de líneas sencillas y cierto minimalismo en la puesta de escena. Para reforzar la expresividad y el realismo de su propuesta, recurre a unas acuarelas que, con sobria brillantez, añaden color y tridimensionalidad al conjunto.
La historia de Oscuridades programadas respira veracidad a lo largo de todo su recorrido. En el viaje real que hicieron sus protagonistas, el trayecto fue tan importante como la estancia en las zonas de conflicto. En trenes, aviones y taxis, los cuatro miembros de la expedición (Jessica Partnow solo se les unió en la última fase) ultimaron los preparativos: en el largo viaje en tren que les llevó de Turquía a Irán al comienzo del periplo, por ejemplo, organizaron sus ideas, establecieron un plan de actuación y un sistema de edición de los contenidos. Luego, desde la ciudad de Van y su campo de refugiados, se adentraron en Irak a través del Kurdistán, antes de dirigirse a Suleimaniya a investigar la extravagante y dramática historia de Sam Malkandi: refugiado de guerra kurdo-iraquí realojado en Estados Unidos y más tarde extraditado de nuevo a Irak por una relación tangencial, nunca probada del todo, con los atentados del 11-S.
Oscuridades programadas reflexiona sobre hechos de la historia reciente cuyas consecuencias y desarrollo ulterior conocemos bien. De su lectura pareciera deducirse ese mensaje desesperanzado de que no importa cuán mal estén las cosas, porque siempre pueden ir peor. Cuando los cuatro periodistas llegan a Siria y comienzan a entrevistarse con refugiados iraquíes que intentan rehacer su vida en el país vecino, nada parecía anunciar la ola de devastación que solo un año después habría de destruir el país y contagiarlo de la debacle iraquí. Así, leemos las reflexiones de Glidden en 2010 con un sobrecogedor escalofrío anticipatorio: «Siria es un refugio de la violencia sectaria que en Irak enfrenta a suníes y chiíes y a otras minorías. Hasta ahora, esas luchas nunca han traspasado la frontera. Estas personas viven en pisos en la ciudad, no en tiendas de campaña. La lengua y cultura sirias les resultan familiares y sus hijos pueden escolarizarse gratuitamente en primaria y secundaria. Pero su vida está lejos de ser fácil. Para empezar, a los refugiados no les permiten trabajar». Es imposible no preguntarse qué habrá sido de aquellos refugiados, miembros de una clase media iraquí que lo perdió todo tras la invasión; pero es igualmente difícil no pensar en la nueva oleada de desposeídos sirios que se ha unido a aquella primera marea de refugiados y de cómo el que era un país de acogida se ha visto transformado en un nuevo campo de muerte y desolación habitado por sombras que tratan de escapar de él.
Oscuridades programadas reflexiona también sobre la responsabilidad de Occidente en el proceso de desintegración de unos países que sujetaban su precaria estabilidad al gobierno de sátrapas y dictadores; países cuya dinámica histórica pareció ajustarse a los intereses de Occidente durante largo tiempo. La figura del exmarine Dan O’Brien es fundamental en este proceso de asunción catártica que intenta desviar la mirada patriótica de las gestas de un ejército de liberación, hacia el espacio luctuoso de las vidas rotas y el dolor infringido en una población civil que, mal que bien, sobrevivía en una paz estricta y amordazada. En ese territorio de asunción de responsabilidades se despliega uno de los conflictos interiores que se desarrollan en Oscuridades programadas: el del soldado Dan, muchas de cuyas certezas y convicciones se desmoronan poco a poco.
El cómic de Glidden es un reportaje periodístico que avanza en la línea metaficcional que la novela gráfica ha adoptado en las dos últimas décadas, pero también es un doble ejercicio autorreferencial sobre el acto de ser periodista, en primer lugar, y sobre la realidad del dibujante de cómics, en segundo. No se limita a ser un cómic que funciona como reportaje periodístico, sino que disecciona las dos profesiones desde dentro. En su construcción, el proceso resulta tan importante como la historia final que se edifica en el reportaje: por eso, en sus páginas asistimos a los fatigosos preparativos y tiempos muertos previos al reportaje, se nos desvelan las dificultades técnicas que implica la construcción de una noticia y de un cómic, somos testigos de los obstáculos que se presentan durante los procesos de investigación y creación y, por último, se nos hace partícipes de la construcción ficcional que implica toda narración (periodística, comicográfica, audiovisual, etc.). Al penetrar en los procesos intestinos de la construcción de la historia, el lector mismo pasa a formar parte de la creación metaficcional que edifica su autora: un cómic dentro del cómic, un reportaje periodístico que se construye a sí mismo mientras se bucea en su proceso creativo. Postmodernidad en estado puro.
En las primeras páginas, Sarah Glidden le pide a su amiga, la periodista Sdlarah Stuteville, que le dé una definición de periodismo. Esta, después de dudarlo, le responde que comparte esa idea que circunscribe su profesión a todo «lo que sea informativo, verificable, responsable e independiente». Una de las preguntas que se plantea esta novela gráfica es, precisamente, qué cuota de responsabilidad debemos asignar al periodismo actual en la ecuación de injusticias e inequidades globales. La misma Sarah se lo cuestiona en las páginas finales del cómic: «Que la gente considere el periodismo poco ético… me saca de mis casillas, pero en cierto modo entiendo por qué. (…) Muchos factores están contribuyendo al declive del periodismo tal y como lo conocemos. Internet y los modelos económicos tienen mucho que ver. Pero también el elitismo y la arrogancia, y la desconfianza en los periodistas y los medios. Obviamente, lo que precedió a la guerra de Irak no ayudó nada. Ni el auge del estilo tendencioso de los informativos de canales privados, ni la politización, que haya medios de izquierdas y de derechas…».
Una vez leído el cómic de Glidden, tenemos la sensación de que Oscuridades Programadas es periodismo del bueno, pero nos surge la duda de si, en estos tiempos de posverdades y noticias redactadas al dictado de intereses espurios, hay tantos periodistas que de verdad hacen honor a tal nombre.

viernes, enero 26, 2018

Una hermana, de Bastien Vivès. La sencillez de hacerse mayor

Bastien Vivès cada vez necesita menos para llegar a las profundidades del sentimiento. Menos rodeos. Menos detalles gráficos. Menos pudor.
Una hermana, su último título publicado en España después de un tiempo de espera más largo de lo habitual en un autor prolífico como él, vuelve a aproximarse a los secretos de la juventud, al misterio del descubrimiento. Lo hace con una historia de iniciación sexual y crecimiento interior; el relato de un amor de verano (tema que ya es un género en sí mismo), con sus ingredientes habituales de intensidad dolorosa, miedo y fugacidad.
La intensidad adolescente de Una hermana y la explícita honestidad de Vivès son reveladoras: aunque su cómic levantará alguna ampolla entre los guardianes de la corrección política y demás inquisidores de la moral (esos mismos que se dedican a retirar libros de bibliotecas), la mirada franca del aún joven dibujante francés no debería intimidar a nadie. Su sensibilidad lo desvía de cualquier ánimo provocativo y reubica su interés en la sencillez de la intensa curiosidad con la que los niños viven el tránsito hacia la adolescencia antes de desembocar en las asperezas de la vida adulta. Una hermana dice más cosas de la juventud actual, de sus dudas, miedos y desconcierto, en estos tiempos del descontrol informático y el flujo hiperreal, que cualquier manual de sociología o perfil psicológico generacional. La realidad vibra agitada en cada una de sus páginas.
Vivès es, además, un maestro de la revelación sutil. Su cómic lo enseña todo, abierta y explícitamente, pero casi no se ve nada. Se mueve con la delicadeza extrema de un trazo que apenas parece un esbozo. La depuración de su línea hasta un minimalismo preciosista aligera el dibujo de detalles escabrosos o recreaciones innecesarias. Y, pese a ello, el dibujo de Vivès es de un realismo trasparente y luminoso. No le sobra ni le falta nada. Hasta cuando el autor prescinde de detalles básicos, como los ojos y las bocas de los personajes, sus protagonistas son capaces de expresar asombro, tristeza o excitación. El estilo modulado, abierto y ágil del dibujante francés es un ejercicio de depuración, un esfuerzo de síntesis que, paradójicamente multiplica la expresividad del conjunto y refuerza su carga significativa, convirtiendo una historia que podría haber resultado trivial en un relato cargado de hondura, emoción e inocencia adolescente. Y todo ello sin aparente esfuerzo. Con la naturalidad de quien podría dibujar sin un lápiz en la mano. Una hermana es uno de esos preciosos instantes que, a veces, se esconden entre viñetas.

viernes, enero 19, 2018

Sostiene Pereira, de Pierre-Henry Gomont. Tampoco Lisboa era perfecta, sostiene Pereira

De nuestra lectura lejana del Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi conservábamos algunas sensaciones. La de cierta nostalgia desesperanzada, la de un personaje arrastrado por un costumbrismo melancólico sutilmente teñido de referencias políticas o la de una prosa fluida e intimista enhebrada a ese "sostiene Pereira" que funciona en el libro como leitmotiv.
Por eso nos ha gustado tanto la versión de Sostiene Pereira que ha dibujado el francés Pierre-Henry Gomont. Porque nos ha ayudado a recordar por qué  disfrutamos la obra original en su día. También porque conserva el mismo tono lírico (un tanto decadentista) del libro de Tabucchi, preservando su esencia a través de un dibujo delicioso.
El estilo de Gomont enlaza directamente con esa escuela de trazo suelto, sutilmente expresionista, que se ha convertido en marca de estilo del último cómic francés a la sombra de autores como Baudoin, Sfar, Blutch, Blain o Bastien Vivès. Dibujantes que, tanto en su línea de dibujo como en el uso de las herramientas icónicas, huyen de la recreación naturalista para dotar a sus obras de una subjetividad cargada de simbolismo, connotación o incluso poesía.
Así sucede también en el caso de este cómic. Al paso del periodista Pereira, que sobrelleva los días anclado a una rutinaria abulia vital, recorremos las páginas con el ritmo lento del caminante que se recrea y demora en cada esquina, en cada parque o mirador. Gomont nos invita a pasear por las soberbias postales de una Lisboa inasequible a su propia belleza decadente: el Jardín Botánico, el Mirador de Santa Justa, la Praça da Alegría, la Praça do Comercio, la Casa do Alentejo... El mapa se completa con una paleta de matices ocres, verdes y grises que intentan no perderse en la inmensidad azul del cielo y el mar; fronteras espaciales y existenciales de unos protagonistas que otean el horizonte en busca de una salida.
Mientras el periodista Pereira pasea por las callejuelas empedradas pensando en su siguiente artículo cultural para El Lisboasuena de fondo el rumor político de una dictadura que terminará por sacudir sus convicciones de conservador-moderado, católico y silencioso. Sólo el día que aparecen el joven escritor Monteiro Rossi y la bella Marta, Lisboa empieza a adquirir una tonalidad diferente, sostendría Pereira. Así, a la vez que descubrimos junto al protagonista los espacios físicos de la ciudad, tan llenos de magia e historia, empezamos a presentir también aspectos en los que antes no habíamos querido reparar, como esa soledad que llena las calles de silencio y miedo (a las delaciones, a la censura, a los asesinatos clandestinos). Como Pereira, hubiéramos preferido quedarnos y recrearnos con el paisaje trasatlántico, colonial y arrabalero de la vieja ciudad, pero poco a poco se nos van apareciendo aquellos otros fantasmas necrológicos de la dictadura que entre 1937 y 1974 sometió a Portugal a las sombras y a un miedo paralizante. Sostiene Pereira adquiere entonces el tono sombrío de una novela negra, un thriller político sí, pero pausado, reflexivo y filosófico, como el escenario que lo cobija.
El cómic de Gomont nos ha gustado mucho. Gracias a la luz que aporta esta nueva mirada, hemos vuelto a recorrer unas páginas que ya habíamos disfrutado en su día; y hemos devuelto la mirada hacia tiempos peores deseando que los errores antiguos no se repitan. Ni siquiera Lisboa ha sido siempre perfecta.

sábado, enero 06, 2018

Los cómics de 2017 en Little Nemo's Kat

Llevamos años ya en los que se nos acumulan tantas buenas lecturas que resulta difícil elegir unas para dejar otras fuera. Bendita edad de oro de la novela gráfica. En aras de la variedad pero sin traicionar nuestros gustos, hemos llevado a cabo una selección amplia con aquellos cómics que más nos han gustado este curso. Una de las mejores noticias, sin duda, es que desde hace unos años entre estos favoritos cada vez aparecen más y más autoras de cómics cuyo trabajo brilla con luz propia y marca un camino de normalización de género sin vuelta atrás. Sin orden claro, pero con el mejor concierto del que hemos sido capaces, ésta es nuestra lista de Reyes con los cómics de 2017: 

La levedad (Impedimenta), de Catherine Meurisse: Catherine Meurisse era dibujante de Charlie Hebdo en la fecha del atentado terrorista contra la revista que acabó con la vida de doce personas. La levedad es un cómic  de superación y exorcismo, una confesión analgésica cargada de pena, desconcierto y un poco de esperanza. En La levedad, Meurisse hace un relato de la angustia de quien permanece mientras todos se van (salvó su vida porque ese día fatídico llegó tarde a la redacción), un perfil psicológico, sentido, desgarrado y muy personal, de la angustiosa ingravidez en la que flotó como un fantasma durante los meses siguientes al atentado. La levedad es un cómic de retazos organizados en breves secuencias de linealidad emocional, más que cronológica. Su relato en viñetas está cargado de metáforas visuales y un humor trágico. Quizás no existan muchas más formas de sobrevivir al sinsentido. 

Oscuridades programadas (Salamandra Graphic), de Sarah Glidden: En el año 2010, la dibujante Sarah Glidden se unió al colectivo de periodistas independientes Seattle Globalist en una expedición a Siria e Iraq, con la intención de realizar diversos reportajes periodísticos sobre la situación postbélica en Oriente Próximo (acababa de concluir la Segunda Guerra de Iraq). El resultado de aquel viaje es Oscuridades programadas, una voluminosa novela gráfica que corrobora el auge actual del cómicperiodismo. Oscuridades programadas avanza en la línea metaficcional que la novela gráfica ha adoptado en las últimas décadas, pero también es un doble ejercicio autorreferencial: en primera instancia, sobre el acto de ser periodista y, finalmente, sobre la realidad del autor de cómics. De este modo, el trabajo de Glidden no se limita a ser un cómic que funciona como reportaje periodístico, sino que disecciona las dos profesiones desde dentro, la del periodista y la del dibujante, con la honestidad y veracidad de quien ha vivido aquello que narra y ha sido testigo de los dramas que sacuden el Globo.

Hernán Esteve (Libros de Autoengaño), de Esteban Hernández: Hernán Esteve es un trabajo de una honestidad brutal. Lo es por su empleo del género autoconfesional sin excusas y porque desde la primera página le agarra a uno y le zarandea hasta el final con un sopapo en la cara en forma de beso. En su nuevo cómic, Esteban da un paso más allá, para quedarse en pelota picada delante del lector. Sin más parapeto que un alterego que apenas esconde nada y que, por si quedara alguna duda, termina por romper cualquier espejismo de ilusión en la brillante secuencia final de la conversación entre el autor y el personaje, entre Esteban y Hernán, entre el otro que soy yo y su proyección dibujada sobre la página.

Estamos todas bien (Salamandra Graphics), de Ana Penyas: El primer trabajo de Ana Penyas tiene forma de homenaje reivindicativo. Es un cómic dedicado a sus abuelas Maruja y Herminia y, a través de ellas, a todas nuestras abuelas: mujeres diferentes que criaron a sus hijos en circunstancias y problemáticas muy diversas, pero que compartieron en su mayoría el ninguneo de una sociedad en la que a ellas se les dejaba poco margen de acción y palabra. Durante el franquismo y los años posteriores a la muerte del dictador, el machismo campaba a sus anchas y regía las normas de comportamiento en nuestro país. En ese tiempo, ser mujer, madre, ama de casa y esposa era un trabajo silencioso a tiempo completo, ni era fácil ni estaba reconocido. Aquellas mujeres sacaron adelante a nuestras familias y por eso Penyas las ha hecho protagonistas de una historia que avanza con pequeños gestos cotidianos y frugales miradas al pasado. Pero lo que más nos gusta de Estamos todas bien es su realización gráfica, una técnica mixta de lápices, fotografías, ceras, pinturillas y recortes, para componer un collage en el que el hule de la mesa camilla, el papel de la pared y el estampado de la falda plisada de la abuela son más auténticos que los de verdad. Mucho respeto, mucho cariño.

Poncho fue (La Cúpula), de Sole Otero: Hasta en la pareja más feliz late un infierno escondido. Sole Otero nos relata una historia de amor envenenado y pasión tóxica que respira verdad biográfica en cada viñeta. El título hace referencia a uno de esos juegos de convivencia (un “la llevas”) que alimentan las rutinas de las relaciones nacientes. Uno de esos pequeños ritos que sujetan el amor a las rutinas cotidianas. El dibujo de la autora, caricaturesco, sencillo, casi infantil, parece apoyar esa inercia de positivismo romántico que envuelve al enamoramiento incipiente. Sin embargo, a medida avanzan las páginas de Poncho fue, los miedos, las inseguridades y las obsesiones se apoderan de su historia, de sus personajes e incluso del dibujo de su autora, que cada vez se torna más simbólico, con sus metáforas visuales y su uso disruptivo (casi pesadillesco) de colores saturados y páginas conceptuales. En este punto, el cómic se convierte en un ejercicio de supervivencia: el de su protagonista, la joven ilustradora que desde las profundidades de su autoestima intenta zafarse de una relación destructiva, absorbente y tentacular.

Una hermana (Diábolo Ediciones), de Bastien Vivès: Vivès cada vez necesita menos para expresar más. La línea de su dibujo ha alcanzado un grado de depuración, modulada y esquemática, que con apenas unos trazos expresa gestos, emociones y sentimientos como el mejor de los maestros. No es ya que no necesite dibujar bocas y ojos, o cerrar movimientos gestuales, sino que incluso en su composición de escenas y paisajes se observa una concisión y habilidad tales, que su dibujo expresionista adquiere cualidades cuasi poéticas. Desde este lirismo natural, el francés aborda una historia de iniciación adolescente, un itinerario explícito y maravillosamente impúdico de búsqueda del amor y descubrimiento de la sexualidad. La sensibilidad de Una hermana lo desvía de cualquier ánimo provocativo y reubica su interés en la sencillez de los miedos, la curiosidad y la intensidad con la que los niños viven el tránsito hacia la adolescencia antes de desembocar en las asperezas de la vida adulta. Es difícil no reconocerse en algún instante de las páginas de Una hermana, pero Vivès (un autor aún muy joven, recordemos) nos ayuda a entender las particularidades existenciales de estas nuevas generaciones tecnológicas e hiperconectadas, que tan distantes se nos aparecen a muchos adultos.

Bride Stories (Norma Editorial), de Kaoru Mori: Uno de los mangas más delicados, preciosistas y estimulantes que hemos leído últimamente. Kaoru Mori es una mangaka que construye viñetas como quien teje una alfombra, sin prisa, con atención exquisita a los detalles y con una paciencia infinita. Para contextualizar sus historias (porque los nueve volúmenes de la serie se bifurcan en diferentes hilos argumentales) ha elegido un tiempo y una geografía pretéritas: la de las tribus seminomádicas que a finales del siglo XIX habitaban las estepas del Asia Central. En una de esas sociedades tribales se concierta la boda entre la bella Amir Halgal y el aún adolescente Karluk Eihon. A partir de ese escenario, tan ajeno a la saturación digital y las urgencias vitales contemporáneas, Karuo Mori construye un tapiz costumbrista enriquecido por el deslumbrante lujo de detalles con el que recrea las arquitecturas y el diseño de interiores, los ropajes y adornos de sus protagonistas, las armas, vajillas y demás útiles diarios, etc. Un viaje al pasado con el habitual ingrediente amoroso que no puede faltar en un buen manga de romance histórico.

Cortázar (Nórdica), de Marchamalo y Torices: No es Cortázar un autor sencillo. Marchamalo y Torices deciden que tampoco la reconstrucción de su biografía debería serlo. Por eso, en lugar de optar por un relato lineal de acontecimientos, deciden embarcarse en el ensamblaje de un rompecabezas fragmentario y disperso construido a partir de episodios anecdóticos e instantes representativos descontextualizados; un puzle compuesto por entrevistas, citas literarias, recortes periodísticos o documentos fotográficos. En su ánimo de subrayar esa mirada cortaziana, Torices opta por expandir el aire experimental y evocador del texto de Marchanalo a la misma construcción gráfica de la obra. Para ello, huye de cualquier tipo de convencionalismo estructural. Las líneas de viñeta se desdibujan, las secuencias asumen soluciones inesperadas y el dibujo mismo entra en un proceso de mutación simbólica o se deshilacha y aligera como el recuerdo de un recuerdo; como el vestigio de aquella historia que nos contara la Maga y de la que sólo nos ha llegado la esencia.

El perdón y la furia (Museo Nacional del Prado), de Altarriba y Keko: En su serie reciente de reflexiones acerca del arte y la violencia (recordemos el cómic Yo, asesino, realizado por los mismos autores), Altarriba construye un “thriller académico” alrededor de la figura de un profesor universitario, Osvaldo González Sanmartín, patológicamente obsesionado con la figura de José de Ribera (el cómic fue publicado por el Museo del Prado con motivo de su exposición monográfica alrededor de la figura de José de Ribera, el Españoleto). La línea expresionista de Keko, su magistral empleo del claroscuro y su talento gráfico a la hora de componer escorzos imposibles y recrear espacios lóbregos, son esenciales a la hora de construir una historia presidida por esa dialéctica entre muerte e inmortalidad que nunca ha dejado de estar presente en la historia del arte. Aunque en algún momento pueda resultar un tanto artificioso, El perdón y la furia es un relato erudito e inteligente, un ejercicio atípico y sorprendente de género que mantiene el interés del lector desde la primera viñeta.

El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Dibbuks), de Sonny Liew: El cómic de Sonny Liew es la biografía simulada del dibujante de cómics Charlie Chan Hock Chye, tan falso él como su obra. El mérito de este trabajo reside en que, a través de ese ficticio periplo vital, su autor recorre la historia sociopolítica reciente de Singapur y, en paralelo, la historia misma del cómic; con algunos de sus grandes autores, escuelas e hitos más relevantes. A medida que se despliega la biografía del protagonista, el lector asiste a la evolución estética de Charlie Chan como dibujante de cómics: a su búsqueda de un camino propio. En el recorrido de aprendizaje (empujado por diferentes fases de imitación, plagio, inspiración y homenaje) se cruzan los cómics de Winsor McCay, Walter Kelly y Carl Barks; la escuela de Tezuka, Tatsumi y Taniguchi; o la admiración por los cómics de Harvey Kurtzman, Jack Kirby y Frank Miller. El itinerario de Charlie Chan se convierte así en un museo-collage postmoderno de estilos, guiños y citas a la historia del cómic. Un collage en el que también se mezclan las fotografías, ilustraciones, cuadros, pósters, noticias de periódico que ayudan a reconstruir una vida que en realidad nunca fue tal. Uno de los grandes cómics de los últimos años. 

Arsène Schrauwen (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen: Con este integral se redondea en España la publicación de uno de los recorridos experimentales más extravagantes, rupturistas e inspiradores de la última década. Ya incluimos las primeras entregas del cómic de Schrauwen en listados precedentes, pero sería injusto no volver a reincidir en un capricho tan loco y vanguardista como el que plantea el (aún joven) dibujante belga. La poco fidedigna reconstrucción biográfica del periplo africano que su abuelo Arsène Schrauwen viviera en los tiempos coloniales del Congo Belga, le sirve a su nieto Olivier para experimentar con el estilo gráfico y la forma narrativa en direcciones que el cómic apenas había frecuentado; pero que (en gran medida gracias a este cómic) cada vez veremos más veces repetidas en trabajos futuros. Schrauwen ubica su relato en un territorio indefinido entre el género de aventuras, la experiencia onírica surrealista y el viaje interior. El resultado es una obra profundamente postmoderna y metanarrativa en la que las herramientas del medio se emplean para desvelar el andamiaje ficcional que las sustenta: el artificio narrativo expuesto a la vista de todos en toda su aparatosa convencionalidad. Un cómic como hay pocos.

RocoVargas: Júpiter (Norma Editorial), de Daniel Torres: la nueva aventura de la gran saga espacial de Torres plantea una mirada postmoderna, distópica y fragmentaria. En sus páginas, el autor rompe el juguete de las arquitecturas futuristas cargadas de utopía para desplegar un mensaje pesimista y un activismo ecologista que conecta con el signo de los tiempos; y, de otro modo, con las reflexiones que también se planteaban en los capítulos finales de La casa. Sin abandonar el género de aventuras interespaciales, la nueva obra de Daniel Torres alude a la necesidad inminente de repensar el espacio y la ubicación del ser humano en el mismo: una relación que abarca desde la pequeñez de los espacios habitacionales, hasta nuestra interacción con el planeta Tierra y su situación en la Galaxia. Por su planteamiento circular y sus referencias interdiscursivas a otros volúmenes de la saga, parece Júpiter una revisión crepuscular y el cierre de las aventuras de Roco Vargas; no es así. Sí que es, sin embargo un ejercicio de virtuosismo gráfico y una colección de escenarios, situaciones y proyecciones futuristas al alcance de muy pocos dibujantes de cómics del planeta.

Cosmonauta (Astiberri), de Pep Brocal: En Cosmonauta Pep Brocal nos invita a reflexionar acerca del devenir de una humanidad que parece abocada a la autodestrucción, mientras se consume en su propia falta de expectativas y soluciones. Lo hace con humor trágico y con un desarrollo argumental que, debajo de su invitación al absurdo paródico, encierra un guión perspicaz y profundas reflexiones teleológicas. Cosmonauta luce como una obra de madurez, una reflexión tragicómica mientras el Mundo se consume en su propia falta de expectativas y soluciones. Héctor Mosca es nuestra última esperanza. Es uno de los últimos cosmonautas seleccionados en el "Second Chance Project" para alcanzar los confines del Universo y transmitirle al Creador el "memorial de agravios en el que se detalla que los hombres no somos los únicos responsables de este fracaso". Ojalá las cosas fueran tan fáciles, pero el propio Mosca se dará cuenta de que nunca las cosas son como parecen, o como nos cuentan. 

Black Hammer (Astiberri), de Dean Ormston y Jeff Lemire: Revisión nostálgica e intergenérica de Watchmen (pero también de las Golden y Silver Ages del cómic clásico). Black Hammer es mucho más gótica, mucho más ciberpunk y mucho más retrofuturista que aquella obra maestra, pero igualmente crepuscular y revisionista. El género superheroico parecía obsoleto a finales de los 80, pero en las últimas décadas ha recobrado algo de vida gracias a su proyección en la gran pantalla y al cuestionamiento constante de sus propias coordenadas constitutivas. La serie de Ormston y Lemire (uno de los chicos de moda del cómic actual) actualiza nociones como las del multiverso o los supergrupos, con un acercamiento introspectivo y muy psicologista a las motivaciones de unos personajes exiliados en tierra de nadie, que han dejado de ser superhéroes invencibles para convertirse en unos tipos molientes y corrientes que no se soportan ni a ellos mismos. Desde este punto de vista, el cómic despliega la fantasía heroica y raciones de superpoder a muy pequeñas dosis y, como hiciera la obra maestra de Alan Moore y Dave Gibbons hace ya muchos años, nos enfrenta a unos personajes más humanos y verosímiles que la mayoría de los estereotipados superhéroes habituales.

Un millón de años (Astiberri), de David Sánchez: Lo fácil sería decir que David Sánchez es el Charles Burns, o incluso el Daniel Clowes, español. La línea clara de su dibujo y sus atmósferas desasosegantes nos recuerdan a ellos, sí, pero limitarnos a tal aseveración significaría no reconocerle del todo al madrileño su merecido lugar de privilegio dentro del cómic español reciente. Estamos ante uno de los autores contemporáneos más originales y brillantes: uno de esos dibujantes capaces de enterrar clichés y descubrir itinerarios narrativos sorprendentes en cada nueva página. Su obra se ha movido siempre en el territorio del extrañamiento y lo inesperado, pero pocas veces ha sido tan nihilista, distópica y desesperanzada como en Un millón de años. Ese escenario postapocalíptico y salvaje en el que sobreviven sus protagonistas crea el contexto perfecto para un relato de terror, sin embargo, la inercia impredecible (y no siempre comprensible) de sus actos nos habla de oscuras revelaciones teleológicas y de mensajes simbólicos alienígenas, de civilizaciones desconocidas y de tiempos peores. Si se trata de una metáfora, lo cierto es que da miedito de veras.

Sabor a coco (La Cúpula), de Renaud Dillies: Sabor a coco es el homenaje de Renaud Dillies al mundo mágico y surreal de George Herriman. Sus personajes Jiri y Polka recorren un desierto que ya no es el de Coconino County, pero que, como aquel, abarca las posibilidades expresivas y estéticas del cómic en su búsqueda de nuevas poéticas narrativas que no dejan de mirar al pasado. Como también sucedía en Krazy Kat, las planchas de Sabor a coco conforman macrounidades narrativas con vida propia. Componen un espectáculo visual postmoderno a medio camino entre el códice ilustrado y el cartel circense: una sucesión de estructuras impredecibles, marcos de viñeta polimórficos y una colección de filigranas, frisos, adornos y perifollos que suspenden el ilusionismo de la historia y nos invitan a dejarnos llevar por la belleza visual de la apuesta estilística, por el jugueteo retórico de la línea y la creación de espacios mágicos sobre la página.

Y sí, nosotros también nos encontramos entre el grupo de lectores deslumbrado por esa maravilla rupturista que es My Favorite Thing Is Monsters, de Emil Ferris. Además, podemos anunciarlo ya, estará en nuestra lista del año que viene, porque se ha anunciado su edición en español para 2018. (Y, parece ser, habrá película dirigida por Sam Mendes).