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domingo, agosto 26, 2018

Crawl Space, de Jesse Jacobs. Caligrafía psicodélica

Hablando de secuenciaciones lisérgicas y arrebatos caleidoscopios, Jesse Jacobs tiene cómic nuevo. Se llama Crawl Space y -como era de esperar en uno de los autores visualmente más sorprendentes del momento- sus viñetas son pura caligrafía psicodélica. Al igual que sucedía con el Fearless Colors de Samplerman, muchas de las páginas de Crawl Space rozan la abstracción. Sin embargo, detrás de las secuenciaciones coloristas y la pirotecnia lisérgica de este cómic, hay un guión y unas intenciones argumentales que huyen de exhibiciones puramente retóricas o experimentales. Aunque pueda no parecerlo en sus primeras páginas (sucede con frecuencia con las obras del autor), el cómic de Jacobs está concebido como una historia cerrada. Eso sí, su trama nace de un empeño surrealista y una virtuosa apuesta estética que, por momentos, consigue arrastrar al lector hacia una experiencia cuasi-psicodélica.
Cuando la abstracción formalista y la mutación de las visiones op-art de Crawl Space se concretan en formas reconocibles -en figuras levemente antropomórficas que hablan y interactúan-, la historia que se encierra detrás de la cascada gráfica que abre el cómic empieza también a adquirir cierta coherencia. Descubrimos entonces a las dos protagonistas femeninas adolescentes, Daisy y Jean-Claude. La primera de ellas acaba de llegar a la ciudad y ha entablado amistad reciente con su compañera de Instituto. Para ganarse su confianza, Daisy le revela a aquella el secreto que se encierra en el sótano de su casa: las dos grandes máquinas lavadoras que hay en él son en realidad portales interdimensionales de acceso a un universo paralelo que conecta la psique humana con una realidad trascendente multicolor de seres polimórficos y experiencias de consciencia alterada.
El cómic de Jacobs puede interpretarse, desde este punto de vista, como una metáfora de cierto espiritualismo trascendente. En su aparato simbólico encontramos reminiscencias del budismo y sus diferentes planos de existencia. La cosmología budista conecta esos "planos de realidad" con estados elevados de la mente y procesos psicológicos. La búsqueda de universos alternativos sería entonces una forma de trascender el plano físico y alcanzar una espiritualidad que en Crawl Space se vuelve corpórea en el contexto de una realidad paralela multicolor de origen desconocido, un fantástico mundo psicodélico habitado por polimorfas criaturas benefactoras:
There exist several known worlds beyond the physical. (...) With considerable difficulty, through a lifetime of spiritual obligation and the performance of sacred rituals, one may briefly gain entrance into these realms. (...) On rare occasions, lesser beings have been known to mysteriously pass through the cosmic barrier.
Sin embargo, según se desencadenan los acontecimientos, Jesse Jacobs revela una progresiva desconfianza en el ser humano y en su capacidad para entender y respetar otras realidades y formas de vida. Cuando el secreto de la nueva dimensión se propaga entre los adolescentes del pueblo (hay aquí también elementos para descifrar el cómic en clave de metáfora generacional), éstos deciden hacer de ella su parque de atracciones privado. Superado el impacto y las precauciones iniciales, los jóvenes del pueblo comienzan a profanar la pureza del nuevo universo, a maltratar a sus criaturas y a explotar sus propiedades trascendentes con fines puramente estupefacientes. El plano espiritual se tiñe de degradación mundana y la belleza empieza a adquirir aires de pesadilla. Detrás de este proceso de colonización vandálica, se simboliza la incapacidad del ser humano (de la sociedad tardocapitalista occidental, en realidad) para empatizar con otras formas de vida sin pervertirlas con nuestros vicios; así como nuestra tendencia hacia una explotación irracional de los recursos que obvia su naturaleza perecedera y el contexto del que estos proceden.
Como vemos, la simbología de Crawl Space está abierta a interpretaciones diversas (generacionales, ecologistas, consumistas, etc.), pero detrás de su aparente surrealismo encontramos espacio para una doble denuncia ética: la que advierte del irresponsable comportamiento del ser humano para con el medio ambiente y el resto de seres vivos, sí, pero también la que expone la soledad del individuo en un momento en el que la tecnología digital debería haber disipado cualquier distancia física y temporal. El diálogo entre Jean-Claude y Daisy de las páginas finales del libro es harto revelador respecto a la fragilidad que encierran las relaciones contemporáneas (sobre todo entre los más jóvenes) y el grado de incomunicación al que estamos expuestos en esta era de hiperrealidades y etéreos hipervínculos virtuales:
 - Huh. Well, I guess this is goodbye. I think I am gonna miss you.
- Really? I mean, we didn't hang out all that much. We only met each other a few weeks ago.
- You're right. I'm not sure why I said that.
En todo caso, más allá de este sutil trasfondo moral y ecológico, Crawl Space es un juguete caleidoscópico lleno de hallazgos visuales y psicodélicas fantasías secuenciadas. Una maravilla.  Nos tememos que lo nuestro con Jesse Jacobs es un amor extraterrestre.

lunes, agosto 13, 2018

Fearless Colors, de Samplerman. Viñetas caleidoscópicas

Cuando Paul Karasik redescubrió los cómics del dibujante de la Edad de Oro Fletcher Hanks para la editorial Fantagraphics hace unos años, la publicación de I Shall Destroy All the Civilized Planets! (2007) y You Shall Die by Your Own Evil Creation! (2009) se recibió como todo un acontecimiento entre los gourmets del cómic experimental y los buscadores de rarezas. Luego, también en Fantagraphics, llegó Turn Loose Our Death Rays and Destroy Them All! (2016). Se trataba casi de un autor anónimo. Durante apenas tres años, Hanks trabajó con varios pseudónimos para la creciente industria del recién nacido comic-book estadounidense. Alcohólico y violento, murió completamente arruinado y solo. En el invierno de 1976, encontraron su cuerpo alcoholizado y medio congelado en un parque neoyorquino.
Vistos desde el presente, sus cómics parecen una anomalía en su época y en la historia del medio: sus historias completamente alucinadas, su empleo dislocado del color, casi surrealista (o psicodélico antes de la psicodelia), sus extravagantes y extrañamente atractivos personajes... Por todo ello, en pleno siglo XXI, en el momento del auge de la novela gráfica y los experimentos secuenciales, Fletcher Hanks y sus tebeos multicolores resultaban tan vanguardistas como el que más.
Algunas de aquellas viñetas, junto a las de muchos otros autores de la Edad de Oro Norteamericana, son las protagonistas (en realidad la materia prima directa) de Fearless Colors, el "cómic" (experimento secuencial, más bien) de Samplerman (alter ego del francés Yvan Guillo, aka Yvang) que reconocidas editoriales europeas independientes han impulsado y publicado de forma colaborativa: casas conocidas, como la letona kuš!la portuguesa MMMNNNRRRG o la española Ediciones Valientes. En él se recopilan algunos de los trabajos que el francés llevó a cabo entre 2012 y 2015.
El título de la obra y el nombre (o pseudónimo) de su autor, Samplerman, son harto descriptivos de aquello que representan. En un vistazo superficial, la estética, el color y la línea de Fearless Colors remite a los viejos comic-books con historias de acción, romance, ciencia ficción y aventura de los años 30-40, pero filtrados por un viaje ácido psicodélico sesentero. No estaría muy lejos esta primera apreciación de la realidad que se esconde detrás de sus páginas, ya que el cómic de Samplerman es precisamente eso: un sample visual, un ejercicio de apropiacionismo experimental en el que aquellas viejas viñetas son reutilizadas, manipuladas, recortadas, digitalizadas y remezcladas para crear algo novedoso. Un nuevo objeto artístico que tiene algo de cómic, sí, pero mucho más de ejercicio de secuenciación abstracta y de collage postmoderno. 
Las páginas de Fearles Colors funcionan como un flujo alucinatorio y enloquecido de imágenes que vibran y adquieren sentido dentro de la página gracias a una técnica caleidoscópica que articula el interior de sus viñetas a partir de materiales ajenos. El sentido narrativo está tan sólo insinuado por la repetición de personajes, motivos o detalles visuales y por una secuenciación (a veces) convencional en viñetas, que remite directamente a los comic-books originales antes de pasar su contenido por el termomix Samplerman. Así, este cómic sólo puede contemplarse como objeto artístico o leerse desde su abstracción; dejándose llevar por sus páginas en un viaje que remite más a las sensaciones visuales, a patrones rítmicos y a las intuiciones del subconsciente que a la necesidad de seguir una historia (inexistente). El empleo de balones de texto, cajas de texto y demás herramientas comicográficas ayuda en esa búsqueda de continuidad, pero al mismo tiempo, al responder éstos a la idea de collage y la misma ilógica narrativa que el resto del cómic, crea en el lector un efecto extrañamiento extremo: cuando leemos los textos de Fearless Colors, buscamos sentido y significado, pero a cambio sólo obtenemos la codificación dislocada de un lenguaje secreto; una suerte de mensaje cifrado por intenciones que permanecen ocultas a la lógica.
Juguete experimental-psicodélico, narración abstracta o bofetada caleidoscópica, Fearless Colors es un ejercicio refrescante de apropiacionismo. No muy diferente, en realidad, del empleo reciente que han hecho de las viñetas artistas como Martín Vitaliti, con su constante deconstrucción del lenguaje comicográfico, Ray Yoshida y sus descontextualizaciones o Jochen Gerner con sus vaciados de páginas de cómic. En definitiva, el de Samplerman es uno de esos trabajos que, como aquellos tantos que sacó a la luz Andrei Molotiu en su dia, reconcilian al cómic, y a nombres casi olvidados como Fletcher Hanks, con el mundo de la creación artística, y vice versa.

domingo, julio 15, 2018

The Black Holes, de Borja González. Romanticismo punk

La irrupción de Borja González en 2016 con La Reina Orquídea nos descubrió a un autor tremendamente dotado para el dibujo y la narración simbólica, aunque en algunos momentos su relato tendiera hacia la dispersión y hacia un excesivo cripticismo. Casi todas sus virtudes se repiten ahora multiplicadas en su puesta de largo, la novela gráfica The Black Holes; y las indecisiones de su primera obra breve se resuelven a favor de un relato envolvente que actualiza al momento contemporáneo diferentes topos románticos y góticos (la muerte, el bosque, el rayo de luna, fantasmas errantes, el tiempo evanescente...), sin perder un ápice de simbolismo y misterio.
Desde su primera viñeta (esa maravillosa imagen crepuscular de una heroína romántica que vaga por un bosque persiguiendo un gemido), The Black Holes envuelve al lector con fabulosas postales de la naturaleza que nacen de un empleo brillante del claroscuro y con esa exquisita línea que González emplea para el diseño de unos personajes estilizados y misteriosos: mujeres que, pese a no tener rostro, son capaces de expresar deseos, emociones y miedos a través de su gestualidad y sus acciones. Este es uno de los factores sorpresa (una de las principales marcas de estilo) de los cómics del autor extremeño. Sus personajes sin facciones se mueven por las viñetas como figuras de aire, como fantasmas de un tiempo y una geografía soñados. Y, sin embargo, la historia de The Black Holes discurre a ras de suelo y nos conecta a realidades que, de alguna forma, nos resultan familiares por sus variadas referencias culturales: a la poesía del siglo XIX, al simbolismo, a la narrativa gótica; pero también a la recuperación de esas mismas referencias por parte de la juventud actual gracias al punk, al terror de serie B, al movimiento gótico adolescente o a la cultura pop.
En The Black Holes, entonces, discurren dos existencias paralelas que se interconectan gracias a la hipersensibilidad compartida de sus protagonistas: está, por un lado, la figura lánguida y ensoñada de Teresa, una joven de aire victoriano que vive la realidad como quien habita en una fantasía (protagonista también de La Reina Orquídea); y en un plano alternativo, más de un siglo después, Laura, la joven letrista que junto a sus dos amigas adolescentes se propone la creación de un grupo punk: The Black Holes. Borja González consigue anclar su obra al presente a través del lenguaje: sus personajes (tanto los del siglo XIX como los del XXI) hablan como lo harían los jóvenes de ahora. Los diálogos del cómic discurren entre una cuidada informalidad y un tono irónico que contribuye a ese extrañamiento potenciado por el estilo gráfico (los personajes sin rostro y sus paisajes góticos subrayados por la recurrencia a páginas-viñeta de la foresta).
Así, la trama discurre entre 1856 y 2016, y las vivencias de sus personajes femeninos se entretejen por medio de intuiciones, presagios y sensaciones compartidas, que construyen una red simbólica de vasos comunicantes entre esos dos periodos históricos tan distantes. Un simbolismo al que contribuyen las elecciones cromáticas: con el empleo de diferentes tonalidades verde botella para el presente y de colores vivos para las escenas del siglo XIX. Todos estos elementos, indicios y referencias culturales confluyen en un cómic que nos regala algunas de las viñetas más bellas que hemos presenciado últimamente. Un trabajo lleno de matices y virtudes, que se lee como un nocturno de José Asunción Silva, como un cuento de Alan Poe, como un poema de Rimbaud, como una película de Vincent Price, como una canción de Suicide... O como una novela gráfica de Borja González.

miércoles, junio 20, 2018

Tres minicómics de Ediciones Valientes

Seguimos fieles a las editoriales que nos dan alegrías. Aunque sea en pequeñas dosis. Ediciones Valientes, la casa de Martín López Lam, sigue amarrada, inquebrantable, a la apuesta independiente por autores arriesgados. En su catálogo seguimos descubriendo vanguardia y underground; casi siempre en formatos pequeños. Nos acercamos a tres de sus minicómics más recientes con tres microrreseñas que pueden leerse como recomendaciones lectoras.
Balada. O una historia cochina o te pasa cuando menos lo espera, de Martín López Lam, cuenta una historia que no es especialmente cochina ni creo que nos llegue a pasar nunca a nadie, pero juega en esa liga del extrañamiento en la que tan bien sabe hurgar su autor. Últimamente, el editor jefe de Ediciones Valientes frecuenta editoriales ajenas como Fulgencio Pimentel o Astiberri, pero sigue reservando pequeñas pildoras secuenciales para su propia editorial. Con su realismo sucio y saturado, Balada se adentra en una falsa cotidianidad en la que casi nada es lo que parece, ni las consecuencias son las esperadas. El acoso y el sentimiento de amenaza derivan hacia el simbolismo sobrenatural, al mismo tiempo que las expectativas del lector saltan por los aires con esa habitual anormalidad que solemos encontrar en los relatos de López Lam.
El problema Francisco, de Francisco Sousa Lobo, nos ha supuesto el grato descubrimiento de un autor diferente. Cuando parece que casi todo está ya contado dentro del cómic en su (prolífico) género autobiográfico, Sousa Lobo se desmarca con una peculiarísima subjetivización multicromática de la biografía como problema, como trauma a superar que conduce a una única e inevitable solución posible: la de la vocación a golpe de mazo y a contracorriente. Francisco Sousa Lobo se declara arquitecto, diseñador, escritor, artista..., pero en realidad es un dibujante de cómics. Punto y seguido. El problema Francisco explica parcialmente (como si el talento necesitara justificarse) el resultado de un reconocimiento: una beca de la Fundación Calouste Gulbenkian. Y así, como pidiendo perdón, el dibujante se lanza hacia una sorprendente reinterpretación de la linealidad narrativa, llena de inesperadas sinestesias y alteraciones de las convenciones cromáticas.
Material exquisito, de Víctor Hurricane, no está precisamente dirigido a paladares delicados. Su dibujo entronca directamente con aquel underground de deformaciones grotescas y polimorfas que hizo célebre a un autor como Basil Wolverton; aunque temáticamente esté mucho más cerca del salvajismo irreverente de Clay Wilson. Hurricane todavía va más lejos que aquel en su mirada desclasada y despiadada hacia la realidad: escenas de cataclismo zombi en las que Trump comparte páginas con un Al Capone redivivo; serial killers empeñados en acabar con la élite social; pesadillas de apocalipsis veganos... Esos son los ingredientes de un comix muy divertido, entregado en víscera y alma a las virtudes de la charcutería secuencial.
Tres propuestas valientes para una editorial siempre sugerente. Volveremos a visitar sus cuarteles no tardando mucho.

lunes, junio 11, 2018

Zenobia, de Dürr y Horneman. Naufragios

El de Lars Horneman y Morten Dürr es un cómic breve que se lee en un suspiro que termina ahogado en congoja. En 2016 recibió los premios a Mejor Cómic y Mejor Cómic Infantil, por parte del Ministerio de Cultura de Dinamarca.
Su título, Zenobia, remite a una figura mítica de la antigüedad: la reina de Palmira, "la mujer más bella del mundo", aquella heroína que levantó su imperio desde Alejandría hasta Ankara contra la presión de romanos y sasánidas. Zenobia es también el nombre de un ferry que se hundió en 1980 cerca de las costas de Chipre; metáfora trasparente de todas esas pateras que cada día naufragan en las aguas del Mediterráneo.
La protagonista de Zenobia es otra heroína, anónima en este caso. Se llama Amina y aún no ha cumplido los diez años. Huye en patera de una de esas guerras interminables que asolan Oriente Próximo ante la indiferencia del resto del Planeta, ante las que Occidente elude responsabilidad y humanidad. Huye de grupos terroristas, como ISIS o Boko Haram, que han puesto a Occidente en su punto de mira, pero que también han convertido a las mujeres en enemigo. El cómic de Dürr y Horneman es la historia de un viaje que sólo puede salir mal.
Su recorrido se apoya en dos recursos narrativos fundamentales: uno de naturaleza temática (esa idea de que toda la vida pasa por delante de nuestros ojos antes de morir) y otro de base secuencial (el empleo de la página-viñeta). De algún modo, Zenobia nos recuerda a aquellas novelas gráficas ilustradas de los años treinta del siglo pasado (Lynd Ward, Frans Masereel, Otto Nückel) en las que la página adquiría el rango de unidad narrativa fundamental. En Zenobia las páginas-viñeta se alternan con otras secuenciadas en viñetas, pero son las primeras las que, paradójicamente, en vez de acelerarlo crean un ritmo de lectura más lento (una ralentización que, en ocasiones, se subraya gracias a secuenciaciones internas y subdivisiones estratégicas de la página-secuencia). Esta lectura lenta se apoya en el detalle, en la creación de indicios y en el presentimiento trágico. Pero también en uso muy medido del color: rosas y azules para el relato histórico, tonos ocres quemados para los flashbacks del recuerdo, vuelta a la policromía para el relato presente... Son esas grandes viñetas a toda página las que nos ahondan en el azul turquesa del mal y en un horizonte plomizo que no permite atisbar ninguna esperanza.

Apenas hay palabras en el cómic de Horneman y Dürr. El de la niña Amina es un drama silencioso. Una historia de tantas que, aunque en este caso tenga nombre propio, podría (debe) leerse como el instante anónimo de una tragedia repetida. El testimonio recreado de esa carrera hacia la deshumanización que día a día va devorando el planeta.

jueves, mayo 17, 2018

Con Sonny Liew en Jot Down

Por segundo año, Jot Down (gracias a la perseverancia de su editor de cómics Iván Galiano) y ACDCómic han decidido publicar su anuario con los cómics esenciales de 2017. Así se anuncia en la página editorial de la revista:

Cómics Esenciales 2017 es un anuario de Jot Down y la Asociación de Críticos y divulgadores de Cómic que explora las obras y los temas más relevantes en el año de referencia de la mano de los mayores expertos en cómics. Firmas como Jordi Canyissà, Francisco Naranjo, Elizabeth Casillas, Óscar Senar, Alex Serrano, Kike Infame, Carolina Plou, Óscar Gual, Daniel Ausente, Henrique Torreiro y Joan S. Luna, entre otros, reseñan los 100 mejores cómics publicados en España durante el año 2017 a lo largo de 244 páginas a todo color. Cómics Esenciales 2017 también incluye una entrevista de Álvaro Pons a Nuria Tamarit y Daniel Torres y cinco artículos que tratan en profundidad aspectos, géneros y tendencias protagonistas en la actualidad del mundo del cómic. Incluye la versión digital para descargar inmediatamente.
Y un año más, también, hemos tenido la suerte de que nos inviten a participar en el mismo. Lo hemos hecho con una reseña de El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Amok/Dibbuks, 2017), de Sonny Liew, uno de nuestros cómics favoritos del año pasado; que además se alzó con el Premio a la Mejor Obra Extranjera en el Salón del Cómic de Barcelona 2018. Así comienza nuestra reseña: 

Antes de profundizar en El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur, de Sonny Liew, nos gustaría referirnos a sus portadas. En la edición española de Amok/Dibbuks se muestra el dibujo de lo que parece ser una foto familiar antigua sobre el fondo sepia de un papel de estraza envejecido. Sólo cuando prestamos atención a los detalles reparamos en que los cinco personajes retratados con estilizado realismo que conforman el grupo son en realidad una misma persona en diferentes momentos de su vida: se trata de cinco versiones cronológicas de Charlie Chan, el personaje que da nombre a la obra.

La cubierta original singapurense, sin embargo, es completamente diferente. En su día, Epigram Books optó por una portada-collage formada por cuatro viñetas distintas: la más grande (la que ocupa los dos tercios superiores de la página) representa a un niño oriental dibujado con el estilo clásico del manga infantil que popularizó Osamu Tezuka; el mismo estilo se repite en las dos primeras viñetas que ocupan la banda inferior, que muestran un robot y una escena de multitudes. En la viñeta inferior derecha, por el contrario, se representa medio rostro humano en un estilo pictórico muy realista.

La elección de portadas alternativas en las diferentes ediciones (en Estados Unidos Pantheon Books utilizó la portada de Epigram) no es irrelevante. Todas ellas nos descubren información significativa acerca de El arte de Charlie Chan Hock Chye.
 

viernes, mayo 04, 2018

Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris, en Culturamas

Con motivo de su publicación en español, volvemos a Culturamas para hablar del cómic revelación de 2017: Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris; un trabajo sorprendente y repleto de hallazgos narrativos que no va a dejar indiferente a nadie y que maravillará a los rastreadores de rarezas. Esta es nuestra reseña: "Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris. Todos somos monstruos". Y así comienza:
El cómic de Emil Ferris es un prodigio de imaginación que combina una compleja inteligencia creativa en el manejo de referencias simbólicas con esa sinceridad desarmante basada en la inocencia casi infantil que transmite el punto de vista elegido (el de la niña Karen Reyes). Lo que más me gusta son los monstruos está formado por  400 páginas dibujadas sobre papel pautado de rayas (con la habitual línea roja de margen y los dos agujeritos para archivar la hoja en una carpeta de anillas). Sobre esa superficie convencional que nos retrotrae a nuestra edad escolar, despliega la autora su barroquismo low art: ¡Y qué manera de dibujar la de Ferris! ¡Qué forma de actualizar el entramado profuso del underground hasta convertir su trazo en un realismo virtuoso que parece ejecutado a mano alzada! (Sus dibujos nos recuerdan a los ejercicios de estilo realista con los que maestros como Robert Crumb o Chris Ware completan cuadernos de bocetos que luego son publicados como libros de ilustración para completistas)...

(Continúa aquí)

miércoles, abril 25, 2018

Recomendaciones para "el día del cómic", en Culturamas

Éstos han sido los cómics que hemos recomendado para el día del libro en Culturamas, nuestro boletín cultural favorito:

Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books) de Emil Ferris: El cómic de Ferris fue el gran triunfador del curso pasado en Estados Unidos y se esperaba su publicación en nuestro país como todo un acontecimiento. La autora ha facturado una obra inclasificable en la que el bolígrafo, los lápices de colores y el rotulador recrean sobre hojas pautadas de cuaderno un cuento grotesco habitado por niñas que quieren ser monstruos, jóvenes pandilleros, madres sobreprotectoras, mujeres asesinadas y un vecindario espeluznante lleno de secretos. Detrás de todo ello, se despliega un monumental ejercicio simbólico acerca del crecimiento personal y la supervivencia, un relato turbador y heterodoxo que combina su ritmo hipnótico con un talento gráfico desatado. Lo que más me gusta son los monstruos es un cómic que no puede dejar indiferente a nadie.
Oscuridades programadas (Salamandra Graphics), de Sarah Glidden: Una expedición a Oriente Próximo en plena crisis de refugiados (los que huían de su país después de la Segunda Guerra de Iraq en 2010), un colectivo de jóvenes periodistas independientes (los miembros de Seattle Globalist) y una dibujante que se embarca en la misión con el fin de recoger en viñetas la crónica de lo acontecido. Éstos son los ingredientes de Oscuridades programadas, una voluminosa novela gráfica que se mueve en el territorio metaficcional de una obra que se construye a sí misma mostrando el proceso de su elaboración; pero también un reportaje periodístico en sí mismo: una reflexión honesta y comprometida acerca la responsabilidad directa de Estados Unidos (y Occidente en general) en los conflictos de Oriente Próximo. Oscuridades programadas es una reflexión fascinante sobre el acto de ser periodista y sobre el acto creativo que supone la creación de un cómic.
El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Dibbuks), de Sonny Liew: El reciente ganador del Premio a Mejor Obra Extranjera del Salón de Cómic de Barcelona 2018 es un trabajo portentoso alrededor de la biografía simulada del dibujante de cómics Charlie Chan Hock Chye; tan falso él como su obra. A través de la ficcionalización vital del personaje de ficción, Sonny Liew reconstruye la historia reciente de Singapur, al mismo tiempo que levanta ante nuestros ojos un gran fresco de la historia del cómic. Así, el relato del crecimiento artístico del dibujante protagonista (con sus diferentes fases de evolución estilística) nos permite acercamos indirectamente a la obra de maestros del cómic como Winsor McCay, Walter Kelly, Osamu Tezuka, Jiro Taniguchi, Jack Kirby o Frank Miller. De este modo, el itinerario formativo de Charlie Chan Hock Chye se convierte en un gran collage postmoderno de estilos, guiños y citas a la historia del cómic. Un collage multidisciplinar que combina las fotografías familiares, ilustraciones, cuadros y recortes de periódico de una vida que nunca fue.
Si quieren conocer las muy interesantes recomendaciones del resto de colaboradores, entren y vean: "Los libros, los cómics".

jueves, marzo 29, 2018

La deuda, de Martín Romero. Caer en desgracia

Benjamín Castaño también fue joven. Uno de tantos que abandonan el pueblo para crecer y ganarse el pan en la gran ciudad. Allí, consiguió fama efímera tras hacerse un nombre como humorista. Pero ni la vida nos otorga certezas ni las buenas rachas duran eternamente.
Ahora, Benjamín Castaño está arruinado. Malvive en un cuchitril arrendado (de los que cada vez abundan más en ciudades como Madrid y Barcelona) y se ve día a día acompañado por la sombra de uno de esos infaustos asalariados que visten de etiqueta para anunciar la desgracia ajena a los cuatro vientos: a Benjamín le cuenta los pasos un cobrador del frac. Y ese es sólo el menor de sus problemas.
Más o menos así arranca la trama de La deuda, el último cómic de Martín Romero; un autor que ya dejó muy buena impresión con sus Episodios lunares y, sobre todo, con su celebrado Las fabulosas crónicas del ratón taciturno. Como ya comprobamos en aquellos casos, el dibujo caricaturesco con aire infantil de Romero funciona especialmente bien para ilustrar lo opuesto a lo que se esperaría de los rostros afables de sus personajes: azucarillos de alienación y amargura.
Y es que, detrás de las miserias de Benjamín Castaño, La deuda esconde una visión pesimista del mundo que nos está tocando vivir. En sus páginas se denuncia la incomunicación que asola a unas sociedades cada vez más tecnológicas e hipervinculadas; la imposibilidad de ser libre cuando tus pasos y las expectativas de futuro están escritas de antemano; la miseria de muchos que socava la lustrosa superficie de la sociedad del espectáculo y el entretenimiento sin fin. En su cómic, Romero emplea abundantes secuencias descriptivas que funcionan como paréntesis de creación de ambiente, pero también como pausas contemplativas de un desastre colectivo: el de los desposeídos que circulan por nuestras urbes como un ejército invisible de ciudadanos olvidados.
Junto a estas secuencias aspectuales, al final de cada episodio el cómic introduce una coda con una de las actuaciones escénicas de Benjamín Castaño: una suerte de club de la comedia a doble página que, en realidad, no tiene ninguna gracia, pero que sirve para subrayar con inteligencia paradójica la acumulación de desgracias del personaje, al mismo tiempo que se aportan indicios sobre su pasado y el recorrido que le ha llevado hasta su infortunio presente.
La desgraciada narrativa del protagonista sólo encuentra un atisbo de esperanza en las páginas finales del cómic. Este rayo de luz conecta con su pasado y con sus renuncias; con aquello que el personaje decidió abandonar para buscar fortuna: los orígenes, la familia, el pueblo, la naturaleza, los amores antiguos... En este tramo final la historia de La deuda se enreda un tanto en soluciones estridentes y cierta inclinación hacia el thriller surrealista que no acaba de encajar con el tono general de la historia. La explosión final del hombre desesperado, sin embargo, conducirá hacia ese giro final que habrá de arrojar algo de luz sobre la decadente existencia de Benjamín Castaño. El protagonista desdichado de una vida de mierda que nos podría haber tocado vivir a cualquiera de nosotros.

jueves, marzo 08, 2018

Piruetas, de Tillie Walden. Giros de cambio

Jueves, 8 de marzo de 2018. Primera huelga feminista global de la historia. Algo está cambiando.
Un día antes, una jovencísima dibujante de cómics de Texas publica en su muro de Twitter:
New to me and my work? Don't worry, I can explain it all. I'm Tillie. I draw comics. I'm gay. I'm from Texas. I go to bed earlier than most. That's all you really need to know. Check out my work here:
Una declaración de intenciones, un tuit sin filtro. Toda su obra lo es. Tillie Walden es un talento precoz y prolífico. Tiene 21 años y ya ha publicado cinco cómics; y bastantes más trabajos online. En este blog la hemos seguido y disfrutado casi desde el principio. Descubrimos su breve y emocionante I Love this Part con la certeza de estar ante una creadora diferente, sensible, turbadora y superdotada para el dibujo; su línea clara naturalista y detallista captura el fino tejido de la vida en todos sus detalles e imperfecciones. En The End of Summer, el intimismo y la exploración de la identidad sexual dejaban paso a una fantasía trágica llena de evocación y simbolismo que se desarrollaba en los escenarios idealizados y las estancias suntuosas de un gran palacio romántico. La vida familiar revestida de misterio, evocación y tragedia.
Recientemente, se ha publicado en España Piruetas, su último cómic. El más ambicioso y extenso hasta el momento. En sus casi 400 páginas, la autora lleva a cabo un ejercicio de revelación autobiográfica a partir de una de sus pasiones: el patinaje artístico y sincronizado.
Si I Love this Part se aproximaba a la sexualidad desde el lirismo y la evocación y The End of Summer insinuaba las asperezas del espacio social desde la fantasía alegórica de barrocos escenarios fabulosos, ahora, Piruetas brilla por su desnudez autoconfesional. Sin velos ni insinuaciones. Una salida del armario (como ella repite en sus páginas) en toda regla, con sus episodios impredecibles de angustia, euforia, frustración y descubrimiento. Todo ello filtrado por la dedicación obsesiva a una afición que, como sucede siempre, deja de serlo para convertirse en celda cuando el disfrute deviene en obligación, y el amateurismo se inclina hacia la profesionalización.
"Hice patinaje artístico y sincronizado de manera profesional durante doce años". Con esas palabras arranca un cómic en el que la pista de hielo termina por ser una metáfora de la vida misma; en el que los accidentes del éxito y el trabajo, los rigores insoportables del entrenamiento y la búsqueda de la perfección, terminan por reflejar, como en un espejo que separara dos dimensiones paralelas, a la niña y a la atleta, a la persona que intenta aceptarse y a la mujer que no puede fallar, al ser imperfecto, sensible y vacilante y a la profesional virtuosa, precisa y exigente.  En las páginas de Piruetas, Tillie gira sobre una pista de hielo tan fría como el patio de la escuela y acepta sus fracasos deportivos del mismo modo que sobrevive al bullying, al acoso o al rechazo social.
Cada capítulo de Piruetas se abre con una técnica de patinaje sobre hielo: salto de vals, pirueta scratch, flip, axel, etc. Cada una de ellas podría entenderse perfectamente como un hito, una marca señaladora de las etapas de crecimiento y maduración del ser humano; las marcas interiores que nos enseñan a aceptarnos y a intentar comprender el mundo que nos rodea. Esfuerzos individuales por asumir con normalidad que debemos aprender a vivir con nosotros mismos. Por eso, el cómic de Tillie Walden esta lleno de silencios y espacios vacíos; viñetas minimalistas en las que la protagonista baila sola y pelea contra el blanco de la página.
Piruetas no parece un trabajo de juventud. Quizás Tillie Walden tampoco sea tan joven como señala su acta de nacimiento. En todo caso, algo debe de estar cambiando en el mundo si una artista de  apenas veinte años decide que lo importante es ser fiel a uno mismo y lo grita a los cuatro vientos desde sus viñetas con la euforia de quien sabe que, aunque la existencia es jodida, hay que vivirla sin mentiras ni miedos. Muchas mujeres como Tillie Walden lo saben bien.

jueves, febrero 08, 2018

Comicperiodismo: Oscuridades Programadas, de Sarah Glidden, en ABC Color

ABC Color nos ha prestado su tribuna para hablar de ese excelente cómic que es Oscuridades programadas, de Sarah Glidden, y para reflexionar sobre el comicperiodismo y su estado actual. Les dejamos aquí mismo las planillas centrales del suplemento y el artículo íntegro: "Los caminos del comicperiodismo: Oscuridades Programadas, de Sarah Glidden".
Las referencias al mundo del periodismo como fuente de creación de ambientes o inspiración argumental han sido recurrentes en la historia del cómic. Desde Clark Kent a Kurt Severino (el personaje del Berlín, de Jason Lutes), pasando por Tintín o el inefable Reporter Tribulete, los tebeos han estado habitados por multitud de periodistas y fotógrafos que desempeñaban sus faenas reporteriles a la luz de una viñeta. En principio, la excusa temática para explorar parajes desconocidos, dar a conocer a personajes extravagantes y desentrañar misterios no podía ser mejor.
Sin embargo, en estas líneas no nos referiremos al periodismo como medio inspirador, sino como materia constitutiva y vehicular. Hablaremos de cómics que se alimentan de la naturaleza del periodismo, es decir, que funcionan en sí mismos como crónicas, noticias o reportajes de investigación. De cómics que, por así decirlo, podrían haber sido o han sido hechos por periodistas. 

Pioneros
La mención primera es obvia. No hay reseña o análisis de Maus que omita su Premio Pulitzer en 1992; unos premios anuales que se conceden a los mejores trabajos de investigación periodística. En su obra (que probablemente supuso el pistoletazo de salida al auge contemporáneo del formato de la «novela gráfica»), Art Spiegelman narraba, mediante una recreación fabulística protagonizada por ratones y gatos, la historia del holocausto a través de los ojos de su padre, Vladek, superviviente de Auschwitz. Pero al mismo tiempo, en un juego de metarrelatos y niveles narrativos, describía el proceso de recreación de ese relato: de este modo, la obra se componía, en su primera parte, de la historia de supervivencia de Vladek; mientras que la segunda reconstruía narrativamente los encuentros entre Spiegelman, su padre y su madre adoptiva que hicieron posible la historia inicial. De este modo, Maus incluye la disección de su propia génesis: el cómo se hizo Maus.
Lo que más nos interesa aquí, sin embargo, es la naturaleza de un trabajo que tuvo mucho de investigación y de reportaje periodístico. Spiegelman ahondó en las raíces del infierno nazi e intentó derribar la coraza de autoprotección de algunas de sus víctimas para ofrecer una crónica honesta de su sufrimiento sin ahorrarse en el empeño sofocos personales y angustias existenciales.
Spiegelman rompió una barrera que llevaba décadas resquebrajándose: la que sujetaba al cómic dentro del territorio de la ficción. Las confesiones personales de los creadores transgresores del underground o los experimentos sociológicos y reivindicativos de los autores europeos habían puesto en duda la naturaleza misma del cómic, demostrando que, además de un objeto cultural o una obra de entretenimiento, el cómic era un lenguaje, que se amoldaba a cualquier tipo de discurso narrativo. Incluido el periodístico.
La influencia de Maus se extendió con rapidez. Una vez abierto el dique, la marea fue imparable. Persépolis, de Marjan Satrapi, también funcionaba como crónica filtrada por vivencias subjetivas: las que experimentó la propia autora durante su niñez en Irán durante la llegada al poder del integrismo islámico de los ayatolas. No obstante, en este caso el relato añade multitud de elementos biográficos y simbólicos (sobre todo en su parte gráfica, con una influencia directa de David B. y su obra La ascensión del gran mal, 1996), que introducen unos niveles de imaginación y de recreación fantasiosa que contrastan con la presentación objetiva y rigurosa que se le presupone a un ejercicio periodístico.
Un ejemplo similar es el de los trabajos del canadiense Guy Delisle, que se apartan del reportaje periodístico puro y duro con intenciones humorísticas reforzadas por el empleo de una caricatura muy sintética y expresiva. Shenzhen (2000), Pyongyang (2003) y Crónicas birmanas (2008) son obras que se mueven a medio camino entre el relato de viajes, la comedia costumbrista y la crónica corresponsal. 

Joe Sacco: El maestro del cómic periodístico
Pero si hay un autor que encaja como un guante en la etiqueta de comicperiodismo, es sin duda el norteamericano (maltés de nacimiento) Joe Sacco. En sus obras no hay atisbo de la fabulación, el simbolismo, la fantasía o el humor que convertía a los ejemplos precedentes en acercamientos híbridos al ejercicio periodístico. Joe Sacco es un periodista que no escribe reportajes, los dibuja. De ello dan fe sus colaboraciones habituales en medios como The Guardian, Harper’s Magazine o The Washington Post.
En sus cómics, habitualmente Sacco se dibuja a sí mismo como interlocutor de los personajes a los que entrevista. A partir de esos testimonios dibujados secuencialmente, reconstruye con rigor la crónica histórica de conflictos bélicos enquistados en el mapa de las zonas calientes: Palestina: en la franja de Gaza (1993-1995), Gorazde: zona protegida (2000), El mediador (2003), Notas a pie de Gaza (2009)… Pese a su autorrepresentación, intenta huir de cualquier tipo de subjetividad o de juicio de valor. En sus reportajes son los hechos y los personajes quienes hablan y ayudan a construir la historia.
Uno de los mejores ejemplos recientes de cómic periodístico en español es Los vagabundos de la chatarra (2015). Sus autores, el dibujante Sagar Fornies y el escritor/periodista Jorge Carrión, se acercan a los efectos de la crisis económica que ha sumido a Occidente en un largo periodo de políticas de austeridad, recesión económica y pérdida de derechos sociales y laborales. Se sumergen en una Ciudad Condal subterránea, desconocida, habitada por los Otros: ciudadanos que sobreviven en una precariedad irresoluble y en un estado de indefinición por lo que respecta a su situación legal y civil. Bastantes de ellos son inmigrantes ilegales, otros, pequeños criminales reincidentes y, casi todos, víctimas (y «esclavos a sueldo») de todo tipo de mafias.
El epílogo del cómic es el resultado de una conversación (una entrevista informal) en viñetas entre el guionista, Jorge Carrión, y un Joe Sacco que se encontraba de visita en Barcelona; el encuentro se desarrolla entre paseos y comidas, en presencia de Sagar y otros amigos. En un momento dado de la entrevista se desarrolla el siguiente diálogo:
- Jorge Carrión: Yo creo que el auténtico New Journalism está en el cómic de no ficción.
- Joe Sacco: Puedes decir que el cómic es una nueva estética, estoy de acuerdo. Pero no conozco el panorama general como para saber si es el único lenguaje que está aportando algo nuevo. Tal vez hoy haya documentalistas que lo están haciendo también en cine… 
- JC: Tienes razón: la renovación formal se está produciendo en varios lenguajes. ¿Qué es lo que no se puede perder, lo que hay que conservar? 
- JS: Lo que importa del periodismo es el compromiso. Los hechos importan. La realidad importa. Las víctimas imperan. Hay que cuestionar el poder. Esos son los fundamentos morales que hay que defender. (…) 
- JC: Art Spiegelman es el gran referente del cómic autobiográfico, y tú lo eres del periodístico. Sois por tanto los maestros, voluntarios o no. ¿Cómo ves la próxima generación de autores de cómic de no ficción? 
- JS: Josh Neufeld y Sarah Glidden son buenos. Hay una nueva generación de dibujantes y autores franceses, como los que agrupa la revista XXI. O españoles también, que siguen trabajando en el cómic como experimento. Es lo bueno de este lenguaje: que todo está en marcha, todo se está haciendo, es todavía posible encontrar nuevas formas para acercarte a un tema... 

Sarah Glidden: Oscuridades Programadas
En el año 2010, la dibujante Sarah Glidden se unió al colectivo de periodistas independientes Seattle Globalist en una expedición a Irak y Siria para realizar reportajes periodísticos sobre la situación posbélica en Oriente Próximo (acababa de concluir la Segunda Guerra de Irak). El proyecto de Seattle Globalist había sido concebido cinco años antes por iniciativa de Sarah Stuteville, Alex Stonehill y Jessica Partnow, periodistas aficionados y amigos de Glidden. Además de ella, a la expedición se unió el excombatiente en la Guerra de Irak Dan O’Brien. De las experiencias del viaje y de las muchas entrevistas realizadas sobre el terreno nace Oscuridades programadas, un ejercicio de comicperiodismo de Sarah Glidden.Glidden recurre al mismo rol de dibujante-periodista-personaje que inaugurara Joe Sacco. Utiliza la autorrepresentación para mostrarnos visualmente el desarrollo de la noticia desde dentro y se sitúa en el plano doble de personaje y testigo en primera persona que intenta trasladar objetivamente la veracidad de los hechos a un formato de secuenciación en viñetas.
En la introducción, la propia Sarah advierte de los inconvenientes de su propuesta. Está por un lado el problema de la limitación espacial: la naturaleza gráfico-textual del cómic exige un ejercicio de concisión mayor que cualquier otro formato «literario». Así, aunque en los comentarios a su trabajo señala que todos los testimonios recogidos son veraces, reconoce que «las conversaciones transcriptas han pasado por una fase de edición y condensación con el fin de que se transformaran en el guión de un cómic legible que no tuviera un millar de páginas».
Pero sobre todo, asume la autora, debe tenerse en cuenta el hecho de que toda narración supone un proceso de reconstrucción y, consecuentemente, una ficcionalización de los hechos relatados. Así, señala que ha moldeado los «hechos y diálogos reales para componer una historia, pero la vida de una persona no es una historia. Todos creamos narraciones de nuestras propias vidas, destacando algunas experiencias y dejando otras de lado. (…) Cuando contamos nuestra historia a alguien, esa otra persona presta atención a ciertos detalles y pasa por alto otros, un proceso que se acentúa cuando esa persona narra la misma historia a un tercero. Por ese motivo es imposible alcanzar una objetividad real en el periodismo narrativo (y podría decirse lo mismo de cualquier otro tipo de periodismo)».
En el caso de un cómic periodístico existe, además, la mediación interpuesta del dibujo. El autor debe adoptar una decisión por lo que respecta a la elección de un estilo gráfico. Esto añadirá nuevos matices al debate de la «objetividad» y supondrá un nuevo filtro por lo que respecta a la interpretación de la realidad. Sacco optó por un estilo heredero del underground (a medio camino entre el realismo y la caricatura), apoyado en una trama profusa y un rayado abundante: un dibujo que provocaba cierto distanciamiento de la condición trágica de los sucesos narrados. Glidden apuesta por un naturalismo de líneas sencillas y cierto minimalismo en la puesta de escena. Para reforzar la expresividad y el realismo de su propuesta, recurre a unas acuarelas que, con sobria brillantez, añaden color y tridimensionalidad al conjunto.
La historia de Oscuridades programadas respira veracidad a lo largo de todo su recorrido. En el viaje real que hicieron sus protagonistas, el trayecto fue tan importante como la estancia en las zonas de conflicto. En trenes, aviones y taxis, los cuatro miembros de la expedición (Jessica Partnow solo se les unió en la última fase) ultimaron los preparativos: en el largo viaje en tren que les llevó de Turquía a Irán al comienzo del periplo, por ejemplo, organizaron sus ideas, establecieron un plan de actuación y un sistema de edición de los contenidos. Luego, desde la ciudad de Van y su campo de refugiados, se adentraron en Irak a través del Kurdistán, antes de dirigirse a Suleimaniya a investigar la extravagante y dramática historia de Sam Malkandi: refugiado de guerra kurdo-iraquí realojado en Estados Unidos y más tarde extraditado de nuevo a Irak por una relación tangencial, nunca probada del todo, con los atentados del 11-S.
Oscuridades programadas reflexiona sobre hechos de la historia reciente cuyas consecuencias y desarrollo ulterior conocemos bien. De su lectura pareciera deducirse ese mensaje desesperanzado de que no importa cuán mal estén las cosas, porque siempre pueden ir peor. Cuando los cuatro periodistas llegan a Siria y comienzan a entrevistarse con refugiados iraquíes que intentan rehacer su vida en el país vecino, nada parecía anunciar la ola de devastación que solo un año después habría de destruir el país y contagiarlo de la debacle iraquí. Así, leemos las reflexiones de Glidden en 2010 con un sobrecogedor escalofrío anticipatorio: «Siria es un refugio de la violencia sectaria que en Irak enfrenta a suníes y chiíes y a otras minorías. Hasta ahora, esas luchas nunca han traspasado la frontera. Estas personas viven en pisos en la ciudad, no en tiendas de campaña. La lengua y cultura sirias les resultan familiares y sus hijos pueden escolarizarse gratuitamente en primaria y secundaria. Pero su vida está lejos de ser fácil. Para empezar, a los refugiados no les permiten trabajar». Es imposible no preguntarse qué habrá sido de aquellos refugiados, miembros de una clase media iraquí que lo perdió todo tras la invasión; pero es igualmente difícil no pensar en la nueva oleada de desposeídos sirios que se ha unido a aquella primera marea de refugiados y de cómo el que era un país de acogida se ha visto transformado en un nuevo campo de muerte y desolación habitado por sombras que tratan de escapar de él.
Oscuridades programadas reflexiona también sobre la responsabilidad de Occidente en el proceso de desintegración de unos países que sujetaban su precaria estabilidad al gobierno de sátrapas y dictadores; países cuya dinámica histórica pareció ajustarse a los intereses de Occidente durante largo tiempo. La figura del exmarine Dan O’Brien es fundamental en este proceso de asunción catártica que intenta desviar la mirada patriótica de las gestas de un ejército de liberación, hacia el espacio luctuoso de las vidas rotas y el dolor infringido en una población civil que, mal que bien, sobrevivía en una paz estricta y amordazada. En ese territorio de asunción de responsabilidades se despliega uno de los conflictos interiores que se desarrollan en Oscuridades programadas: el del soldado Dan, muchas de cuyas certezas y convicciones se desmoronan poco a poco.
El cómic de Glidden es un reportaje periodístico que avanza en la línea metaficcional que la novela gráfica ha adoptado en las dos últimas décadas, pero también es un doble ejercicio autorreferencial sobre el acto de ser periodista, en primer lugar, y sobre la realidad del dibujante de cómics, en segundo. No se limita a ser un cómic que funciona como reportaje periodístico, sino que disecciona las dos profesiones desde dentro. En su construcción, el proceso resulta tan importante como la historia final que se edifica en el reportaje: por eso, en sus páginas asistimos a los fatigosos preparativos y tiempos muertos previos al reportaje, se nos desvelan las dificultades técnicas que implica la construcción de una noticia y de un cómic, somos testigos de los obstáculos que se presentan durante los procesos de investigación y creación y, por último, se nos hace partícipes de la construcción ficcional que implica toda narración (periodística, comicográfica, audiovisual, etc.). Al penetrar en los procesos intestinos de la construcción de la historia, el lector mismo pasa a formar parte de la creación metaficcional que edifica su autora: un cómic dentro del cómic, un reportaje periodístico que se construye a sí mismo mientras se bucea en su proceso creativo. Postmodernidad en estado puro.
En las primeras páginas, Sarah Glidden le pide a su amiga, la periodista Sdlarah Stuteville, que le dé una definición de periodismo. Esta, después de dudarlo, le responde que comparte esa idea que circunscribe su profesión a todo «lo que sea informativo, verificable, responsable e independiente». Una de las preguntas que se plantea esta novela gráfica es, precisamente, qué cuota de responsabilidad debemos asignar al periodismo actual en la ecuación de injusticias e inequidades globales. La misma Sarah se lo cuestiona en las páginas finales del cómic: «Que la gente considere el periodismo poco ético… me saca de mis casillas, pero en cierto modo entiendo por qué. (…) Muchos factores están contribuyendo al declive del periodismo tal y como lo conocemos. Internet y los modelos económicos tienen mucho que ver. Pero también el elitismo y la arrogancia, y la desconfianza en los periodistas y los medios. Obviamente, lo que precedió a la guerra de Irak no ayudó nada. Ni el auge del estilo tendencioso de los informativos de canales privados, ni la politización, que haya medios de izquierdas y de derechas…».
Una vez leído el cómic de Glidden, tenemos la sensación de que Oscuridades Programadas es periodismo del bueno, pero nos surge la duda de si, en estos tiempos de posverdades y noticias redactadas al dictado de intereses espurios, hay tantos periodistas que de verdad hacen honor a tal nombre.