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martes, enero 06, 2015

Lo mejor de 2014. Nuestro listón de Reyes

Dicen que es sano cambiar de tradiciones de tanto en cuanto (sobrellevando el grado de esquizofrenia que la propia afirmación implica, suponemos), pero si hay algo de lo que nadie parece dispuesto a prescindir durante estas fechas es de esa mortificante y al mismo tiempo placentera afición de hacer listas que inunda blogs, revistas y canales televisivos cada comienzo de año. No vamos a ser máso menos que otros; así que, otra vez, les regalamos nuestra selección de los mejores cómics de 2014 en riguroso y subjetivo desorden:
Fabricar historias (Reservoir Books-Random House), de Chris Ware: cerrábamos 2012 recomendandoles la edición americana de Building Stories, del maestro Ware, y cerramos este 2014 haciendo lo propio con la inmaculada adaptación al español de la misma. Sin medias tintas, si exceptuamos a Robert Crumb, Ware es probablemente el autor de cómics más importante e influyente del momento. De hecho, más que como dibujante, deberíamos atender a su influencia en el arte, el diseño, la ilustración y la narración comicográfica actual. Del mismo modo, Fabricar historias es mucho más que un cómic o una obra única. La caja de Ware es todo un tratatum comicographicum; una colección de narraciones gráficas en diferentes formatos que, detrás del retrato biográfico y psicológico de la joven coja protagonista, nos permite viajar al futuro del cómic y no enseña algunas de las vías que seguirán futuros autores en la consolidación de la llamada novela gráfica. Objeto artístico y obra maestra.
La Gran Guerra (Reservoir Books – Random House), Joe Sacco: otro cómic que tampoco es un cómic, pero que, en este caso, nos remite a los antecedentes del cómic: a las columnas talladas, los frisos y tapices secuenciados de la Historia del Arte. Joe Sacco, asentado en su papel de dibujante excelso, ha decidido "condensar" todas las atrocidades de la Primera Guerra Mundial en un dibujo-trayecto de más de siete metros, en el que desarrolla los trágicos acontecimientos de la Batalla del Somme. El resultado es un ejercicio fascinante elaborado con una minuciosidad de amanuense: una enorme secuencia dibujada que consigue transmitir el desasosiego de la derrota, al mismo tiempo que funciona como cuadro de costumbres en el mismo frente de las trincheras. Un objeto de colección y un cómic "diferente". 
Cuadernos rusos (Ediciones Salamandra), de Igort: el pasado resuena como una explosión en la obra de Sacco, pero sangra de verdad en la de Igort. Últimamente leemos sus cómics con el estómago encogido. Si ya no era fácil sobreponerse la exhibición de atrocidades estalinistas que relataba en Cuadernos ucranianos con la escrupulosa exactitud del cronista, su trabajo en Cuadernos rusos es todavía más lacerante. Aunque sea tan sólo por la proximidad cronológica de lo que en él se relata. Igort nos acerca a un conflicto muy presente: el que se desarrolla entre Rusia y Ucrania, entre rusos y chechenos, entre la historia soviética y sus repúblicas convalecientes. A partir del asesinato de la periodística y defensora de los derechos humanos Anna Polistkóvskaya, Igort nos empuja hacia las alcantarillas del estado, el dinero y el fundamentalismo. Como quien escribe un diario ilustrado, se nos muestran las torturas y asesinato impunes y se nos "invita" a escuchar sobrecogidos los testimonios en primera persona de las verdaderas víctimas de un conflicto en el que los únicos que parecen sobrevivir son los que cada vez recuerdan menos a seres humanos.
Las guerras silenciosas (Norma Editorial), de Jaime Martín: lo confesamos, de la larguísima nómina de autores que dibujaban en El Víbora, Jaime Martínez fue uno de nuestros favoritos; seguíamos sus aventuras de extrarradio y pillaje en Sangre de Barrio y Los primos del parque con fervor adolescente. Siempre nos pareció que sus historias destilaban honestidad y mucha verdad. Desde hace unos años, Martín ha adoptado un tono más serio y trascendente, pero no ha perdido nunca aquella honestidad que tantas veces sonaba a confesión autobiográfica. Eso sí, cada vez dibuja mejor. Nos gustó su Lo que el viento trae, pero lo ha hecho aún más Las guerras silenciosas. En él, nos relata nada menos que las "batallitas" de la mili de su padre en el norte de África. Batallitas en nada inocentes que se escondían detrás del soterrado y frío conflicto de la disputa colonial entre Marruecos y España (a veces más sangriento de lo que la Historia nos suele recordar). Y al mismo tiempo que "escuchamos" al padre de Jaime Martín contándonos su historia, en un recurso muy "spiegelmaniano", asistimos a la creación de la historia, a la tramoya y el proceso de construcción del cómic, desvelados por el propio Jaime Martín, quien, como personaje de su propio cómic, nos descubre sus dudas, sus conversaciones privadas con los protagonistas reales y las horas de dibujo en la mesa hasta completar Las guerras silenciosas.
Come prima (Ediciones Salamandra), de Alfred: un viaje, dos hermanos y cientos de deudas que saldar. La nueva novela gráfica de Alfred hurga en la historia familiar de unos personajes carcomidos por el pasado y nos deja echarle un vistazo a la caja negra de los hermanos Giovanni y Fabio. Su reencuentro será el punto de partida de un relato que nos invita a reflexionar acerca de las elecciones vitales y las consecuencias que cada nuevo viraje en el camino comporta.Come prima es la historia de un viaje que, como suele suceder, muestra una doble vía, geográfica y psicológica, a la vez que estructura narrativamente el relato. El dibujante francés aprovecha este tránsito para desplegar su eclecticismo gráfico, jugar con la temporalidad del relato y deleitarnos con un empleo poderosamente simbólico del paisaje, en el que es uno de los mejores y más líricos cómics de este 2014.
La entrevista (Ediciones Salamandra), de Manuele Fior: como ya hiciera en Cinco mil kilómetros por segundo, el italiano nos demuestra que lirismo y suspense no están reñidos. Con unos recursos narrativos no muy diferentes de los que hemos mencionado en el cómic de Alfred (uso simbólico del paisaje, variedad gráfica, anisocronías, etc.), Fior construye una historia de ciencia-ficción con comienzo y espíritu costumbristas. Sorprende que un cómic que destaca por la calidad de sus diálogos, lo haga también por su uso maestro de los silencios y las elipsis a la hora de hacer avanzar el relato con inteligencia y naturalidad. Y es que, detrás de su original argumento y de la red de relaciones que conecta a sus personajes, La entrevista es un cómic que invita a una reflexión filosófica comprometida y serena.
Unahistoria (Ediciones Salamandra) de Gipi: cerramos el círculo de las novelas gráficas con poso lírico (y el del catálogo de Salamandra) con la nueva obra maestra de un maestro. Gipi es uno de los narradores avezados de este S. XXI. Su obra está llena de ejemplos en los que el italiano pone a prueba al lector gracias a un manejo innovador del lenguaje comicográfico que, a pesar de la tentadora invitación luminosa de sus acuarelas, no admite la contemplación pasiva. Los cómics de Gipi son exigentes y simbólicos, su uso de la temporalidad es deliberadamente enrevesada y fragmentaria; y la variedad de estilos gráficos que esgrime tiene siempre una razón de ser en el conjunto de cada trabajo. En Unahistoria se nos invita nada menos que a navegar por el interior de la mente de su protagonista: a desenredar la madeja de su pasado y su locura, al mismo tiempo que intentamos entender por qué las guerras de otros tiempos (las de su bisabuelo, por ejemplo) suelen dejar víctimas colaterales incluso muchas décadas después. El nuevo cómic de Gipi es un trabajo preciosista, profundo y conmovedor. Una tentación para lectores atrevidos.
He visto ballenas (Astiberri), de Javier Isusi: seguramente el mayor defecto de He visto ballenas sea la equidistancia (un tanto surbayada y forzada) en su insistencia por igualar el dolor y el peso de las victimas del largo tránsito terrorista generado por la banda asesina ETA. Pero quizás de ese punto de partida, de esa búsqueda de neutralidad, surja también la mayor de las virtudes de la obra de Isusi: la ausencia de juicios morales, a favor de la historia. He visto ballenas es un alegato único y diáfano en contra de la violencia, cualquier tipo de violencia; y es el relato trágico de los efectos de las armas en las víctimas que las sufren. A través de su galería de personajes (miembros de la ETA y el GAL, hijos de asesinados, sicarios, curas, familiares de presos, etc.) y su relación directa o indirecta con el mundo del terrorismo, Isusi construye una historia cargada de emociones y conducida con un pulso narrativo firme y medido. La intrahistoria de esos personajes, su lucha diaria por seguir hacia adelante y superar la carcoma del dolor que no cesa, favorecen un relato clásico, que penetra directo en la epidermis del lector. Una historia de mérito.
Habitaciones íntimas (Bang Ediciones), de Cristina Spanó: evanescente, ligero y delicado, así es este cómic de la italiana Cristina Spanó. Sucede a veces que los detalles y las anécdotas triviales dejan en nuestra biografía una huella más profunda que los grandes gestos o los acontecimientos solemnes. Habitaciones íntimas es la colección de esos pequeños episodios existenciales que modelan de forma trascendente la biografía de su personaje principal, la niña Camilla que al final del cómic ya es mujer. El estilo suelto, modulado y sutil de Spanó, contribuye a dotar a su historia de una atmósfera vaporosa y lírica, que nos sitúa en el territorio intangible de los recuerdos y la imaginación. Lo tonos pastel y las pinceladas sueltas y sinuosas de Habitaciones íntimas además colaboran a crear una atmósfera cargada de nostalgia y recuerdo en la que todos nos encontramos de un modo u otro, y en la que todos participamos con la emoción de nuestra propia experiencia.
Aquel verano (La Cúpula), de Jillian Tamaki y Mariko Tamaki: un padre camina por la noche entre árboles en dirección hacia un casa de campo tenuemente iluminada. Lleva a su hija apaciblemente dormida en brazos. No hay mejor metáfora de la protección, de ese refugio al que todos desearíamos escapar de vez en cuando. Con esa escena se abre Aquel verano, la premiada novela gráfica de las hermanas Tamaki, la historia de un verano en la vida de las niñas Rose y Windy durante sus vacaciones anuales en el bucólico pueblecito de Awago Beach. El verano, otro paraíso perdido que sólo los niños entienden en su plenitud. Viviremos Aquel verano entre chapuzones y juegos infantiles, descubriremos los pequeños secretos de Awago Beach junto a sus protagonistas, y al mismo tiempo sospecharemos con ellas que los años y el tiempo no nos hacen más libres, sino más serios y tristemente solemnes. Jillian y Mariko Tamaki son dos autoras tan sensibles y perceptivas que desde la primera página consiguen sumergir al lector en su historia de pequeñas aventuras estivales y despertar en él sentimientos olvidados que, no obstante, casi todos compartimos. Concluida la lectura, parece imposible que los personajes de Aquel verano no existan de verdad fuera de sus páginas y nos tendrían que convencer con un mapa en la mano de que  Awago Beach no es más que un refugio de ficción. Sólo entonces echaremos una lagrimita de nostalgia reprimida.
Ojo de Halcón 7-12. Pequeños aciertos (Panini Cómics), de Matt Fraction y David Aja: otros que repiten (que deben repetir) entre lo mejor del año; por cortesía de Panini y su segundo tomo recopilatario de unos comic-book llamados a "reinventar" (por enésima vez) la estética/poética superheroica de las grandes editoriales norteamericanas. Matt Fraction tiene la llave del suspense; sus guiones combinan la acción más efervescente con dosis milimetradas de comedia y tragedia. Los diálogos de los personajes están cargados de calle y los escenarios de la acción huelen a pizza, perritos calientes, basura y humedad. ¡Y qué decir de la versión flat design retropop de Ojo de Halcón que ha creado David Aja! Es un prodigio de sincretismo icónico y sofisticación visual y narrativa. Además, en este tomo recopilatorio se incluye el "comic-book del perro", uno de los mejores tebeos de superhéroes que leerán ustedes en años. No se había visto nada igual desde Orwell y su granja o Tolstoi y su caballo: señalética pura y dura para contarnos una historia de héroes desde el punto de vista de un can. Un portento de imaginación y clase en la era post-Ware.
La enciclopedia de la Tierra Temprana (Impedimenta), de Isabel Greenberg: una historia que se lee como los niños oían los cuentos de sus abuelos sentados junto a la lumbre, con la cara iluminada. Greenberg dibuja su cómic como si fuera una orfebre, o una tejedora de tapices, o una ilustradora de otra época. Así, con mimbres entresacados del folclore, de la tradición oral y de la cuentística popular, La enciclopedia de la Tierra Temprana conforma una historia de historias, una cosmogonía de ficción habitada por sus propios dioses y reyes, surcada por desconocidas geografías inhóspitas y al arbitrio de unas leyes que no parecen existir más que en la fantasía caleidoscópica que da forma a sus páginas. El cómic de Greenberg es una pequeña enciclopedia de ficción popular, una colección de cuentos que, a escala, nos muestra la deriva de seres humildes, niños, hombres y mujeres, que intentan luchar contra un destino adverso. Como nos contaban nuestros abuelos.
Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero (Impedimenta), de Martin Rowson:  el Tristram Shandy, de Laurence Sterne, anticipó a mediados del siglo dieciocho algunos de los rasgos esenciales de la novela moderna: la autorreferencia, la ironía, la digresión infinita o el empleo rupturista de la cesura. Fue, como señala el mismo Martin Rowson (convertido en personaje "invitado" de su personal revisión del libro de Sterne), "la primera gran antinovela sobre el acto mismo de escribir una novela". Adaptar al cómic una obra de este calibre era un reto mayúsculo, del que el británico Martin Rowson sale airoso gracias a su extremado ingenio y a su inusual talento gráfico (como también lo hiciera en su día el brillante Michael Winterbottom con la correspondiente adaptación cinematográfica). Rowson recurre a un estillo de dibujo deudor de la ilustración clásica inglesa (Gillray, Cruikshank, Rowlandson) y el underground de los 60, para ilustrar minuciosamente la gestación y nacimiento accidentado del mutilado caballero Tristram Shandy. Como sucede en la obra original, el cómic de Rowson abunda en rupturas narrativas, interrupciones y audacias textuales (y visuales, en este caso), que sorprenden al lector desprevenido a cada paso de un relato que nunca parece llegar a arrancar. Con inteligencia,Vida y opinions de Tristram Shandy, caballero revela conscientemente su naturaleza comicográfica y además de jugar con el metalenguaje, nos remite en no pocos momentos a la historia clásica del cómic universal; en un guiño al mismo tiempo postmoderno y respetuoso con la inclasificable novela original. Un "anticómic" muy exigente, complejo e increíblemente dibujado.
Las Meninas (Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares: Santiago García nos cuentan a Velazquez a través de Foucault, a traves de la mirada múltiple, con la palabra redoblada en imágenes, en viñetas. Reflexiones biográficas en torno al genio, a la diferencia entre el oficio y el arte, a la búsqueda de la inspiración. Y para ilustrar la vida y obra del más clásico y genial de nuestros pintores, Las Meninas esgrime el genio del más heterodoxo y vanguardista de nuestros dibujantes, don Javier Olivares, el Murnau del cómic español. Espejos y más espejos. El de García y Olivares es un cómic que se adentra en la Historia del Arte con un sombrero postmoderno de ala ancha y que recurre al cuadro mítico del genio sevillano para hablar en realidad del arte español y de España. Las Meninas se construye como un tapiz de relatos fragmentados (digresiones explicativas, metarrelatos paródicos, autorreferencia y mucha interdiscursividad) que, a base de ironía e inteligencia, consigue pintar un gran cuadro del proceso creativo, de Velazquez y de su huella posterior. Hasta llegar a este cómic que tenemos entre manos.
La técnica del perineo (Diábolo Ediciones), de Ruppert y Mulot: traía este tándem de artistas franceses cierta fama de malditismo. Lo anunciaban los críticos más avezados, sus obras se mueven entre el experimento, el riesgo calculado y la ruptura de esquemas. Su cómic publicado en España durante este curso hace gala de todo ello y nos crea unas expectativas enormes. La técnica del perineo es un estudio acerca de la seducción, la sexualidad y la construcción personal; filtrado todo ello por el papel que las nuevas tecnologías y el arte tienen como motores sociales. En cierto sentido, el cómic de Ruppert y Mulot está conectado con esa idea del sexo como secreto, como puerta misteriosa que abre espacio a riesgos y placeres desconocidos, que el maestro Kubrick ya explorara en la inquietante Eyes Wide Shut. Quizás ha sido ese atrevimiento (temático y narrativo, que no formal) el que haya provocado que el público y la crítica de nuestro país hayan pasado de puntillas por un cómic que hubiera merecido mucha más atención. Lástima. En el riesgo está el placer, dicen. 
Arséne Schrauwen (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen: el cómic más sorprendente, transgresor y vanguardista de este 2014. Olivier Schrauwen utiliza la figura de su abuelo para embarcarnos en un viaje psicodélico e imprevisible por la biografía improbable de su antecesor. Aunque en realidad la peripecia argumental no es sino una excusa estupenda para desplegar todo un catálogo de acrobacias narrativas y experimentaciones comicográficas. El belga nos está acostumbrando al más difícil todavía. Cada uno de sus cómics es un ejemplo más de que no todo está dicho o hecho en el mundo del arte. En los tres tomos que necesitó para desglosar la historia de su abuelo Arsene (de los cuales Fulgencio Pimentel ya ha publicado dos), Olivier Schrauwen reinventa el uso del color, el montaje y las transiciones entre viñetas desde una óptica postmoderna que actualiza instrumentos y técnicas de las vanguardias clásicas (imágenes surrealistas, metáforas desplazadas, efectos cinéticos, giros dadaístas, etc.) para construir su lenguaje. Que nadie lo dude, Arsène Schrauwen es un viaje al futuro del cómic entendido como manifestación artística. Necesario. 
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(Actualización: 07-abril-2015)

No es de recibo, estamos en ello, pero dejar fuera estos dos cómics era un "crimen":
Mi amigo Dahmer (Astiberri), de Derf Backderf: pocas veces tenemos la ocasión de recibir información acerca de la vida de un asesino de boca de un testigo directo. Derf Backderf fue compañero de clase de "el Carnicero de Milwaukee", cuando éste sólo era un adolescente disfuncional y rarito; es decir, cuando la solución parecía posible, pero nadie hizo nada. Mi amigo Dahmer es un documento pavoroso porque conocemos la historia y las consecuencias que esa dejación colectiva de responsabilidades tuvo en la vida de Jeffrey Dahmer y sus muchas víctimas. Backderf emplea el dibujo underground que tan en boga estaba en los años en que se desarrolla la historia, para completar un relato desasosegante y terrorífico que, literalmente, nos describe el nacimiento de un monstruo.
Yo, asesino (Norma Editorial), de Antonio Altarriba y Keko: más violencia, más asesinatos sangrientos, pero con una coartada radicalmente diferente. Altarriba y Keko nos regalan una de las reflexiones más certeras de los últimos tiempos acerca de la violencia, el dolor y su reflejo en el arte. En el fondo, la historia del profesor de Estética del Arte que elige a sus víctimas al azar y las asesina con la ceremoniosa minuciosidad del artista que prepara su lienzo, puede leerse igualmente como una crítica contra la violencia sistemática y organizada de instituciones sociales, políticas y fuerzas de seguridad contra el ciudadano de a pie. Pero, al mismo tiempo, Yo, asesino funcionaría también como desahogo autoral, una lúcida reflexión acerca de la impostura del arte contemporáneo y la inoperancia de los organismos educativos y culturales en nuestro país. Más allá de otros paralelismos obvios, no es casual el parecido físico del catedrático protagonista, Enrique Rodríguez Ramírez, con el propio Antonio Altarriba; gracias todo ello a un Keko que, con su trazo minucioso y su maestría en el uso del claroscuro, parece en permanente estado de gracia.

martes, enero 07, 2014

Lo mejor de 2013: ¡Qué cosecha la de aquel año!

Por una de esas paradojas cruzadas, el desastroso 2013 ha sido un gran año para el cómic en nuestro país y, parece, fuera de él. En 2013 lloramos por la insultante estulticia de nuestros gobernantes, por la manipulación de los órganos de justicia, por el desmantelamiento del estado del bienestar, por la codicia infinita de financieros y grandes empresarios, por la humillación constante que sufre el más débil; y, al mismo tiempo, aplaudimos las imaginativas y valerosas reacciones sociales ante las injusticias, la creatividad en ebullición que se percibe en plataformas, colectivos culturales y editoriales, el evidente florecimiento de la respuesta crítica que se proyecta en todo tipo de manifestaciones artísticas y, lo que más interesa para este blog, aplaudimos la publicación regular de muchos buenos tebeos internacionales y muchos, de verdad, grandes tebeos nacionales.
No ha sido fácil, pero en nuestra selección de lo mejor del año han entrado (sin orden de preferencia): 

Los surcos del azar (Astiberri), de Paco Roca: el mejor cómic de Paco Roca, lo cual ya es decir mucho. Un trabajo fabuloso. Los surcos del azar recrea la historia de la División 9, los héroes antifranquistas que participaron en la liberación europea de las tropas nazis, y lo hace con una fidelidad exhaustiva a la Historia y con un respeto encomiable a las historias de sus protagonistas; en particular a la de Miguel Ruiz (alias Miguel Campos), su narrador en segunda instancia. Roca nos demuestra, una vez más, que es uno de los mejores narradores de nuestro país, y pone su talento al servicio de una historia olvidada: resulta paradójico que, sistemáticamente, busquemos consuelo anestésico en los héroes de ficción y nos olvidemos de los verdaderos protagonistas de nuestro pasado. Es sonrojante que, en estos tiempos turbios que nos toca vivir, hasta el análisis de nuestra Historia reciente parezca bajo sospecha, velado por la mugre revisionista de un franquismo que no estamos seguros de haber superado. El cómic de Roca nos devuelve un poco de dignidad y se erige en otro homenaje a una memoria histórica de la que muchos aún huyen como de la (su) propia peste. Los surcos de azar es ya una obra imprescindible de cómic español.

Grandes preguntas (Fulgencio Pimentel/Sins Entido), de Anders Nilsen: otra obra colosal (y no sólo por su tamaño). Dicen que lo más profundo o lo más sublime se condensa en una gota de agua. Y en una bandada de pájaros, parece añadir Nilsen. La del americano es una fábula contemporánea que cuestiona la naturaleza humana y el sentido último de la existencia a partir de las reflexiones y vivencias de unos cuantos pequeños pinzones. Así, a través del viejo recurso de la personificación, asistimos a una revisión de las convenciones sociales y a un cuestionamiento de nuestros valores éticos y morales desde la mirada ornitológica de nuestros pequeños protagonistas y la del resto de personajes animales que habitan las páginas de este cómic (que su autor publicó por entregas a lo largo de más de quince años). Curiosamente, las lecciones más importantes que aprendemos en Grandes preguntas, las pocas respuestas que parecen esbozarse, tienen poco que ver con el factor humano, y nos sitúan en un estadio mucho más importante: el hecho de estar vivos.

Nela (Astiberri), de Rayco Pulido: como diría alguno de nuestros muy galdosianos dirigentes decimonónicos, Rayco Pulido ha hecho una adaptación del Marianela de Benito Pérez Galdós como Dios manda. En este caso la expresión define la habilidad del artista canario a la hora de adaptar la obra literaria de Galdós al lenguaje del cómic evitando "literariedades" innecesarias y haciendo gala de toda una batería de recursos imaginativos y muy eficaces. Pulido ya nos había mostrado su vena más experimental en la muy estimable y postmoderna Sin título. 2008-2011; todavía sorprende más que, en su búsqueda de un lenguaje propio, el autor haya logrado modernizar el folletín decimonónico, sin perder un ápice de la emoción y la sensibilidad galdosianos. Bien por Rayco.

Todo y nada (Fulgencio Pimentel), de Sammy Harkham: Harkham tiene una sensibilidad máxima. Una habilidad especial para desentrañar los pequeños detalles significativos que se esconden detrás de la existencia ordinaria; sus historias se pueblan de gestos, despechos y sonrisas de medio lado que tienen mucho más sentido que un acto heroico, un insulto abrupto o una carcajada franca. Todo y nada es la recopilación de muchas de esas historias que Arkham ha estado publicando esporádicamente a lo largo de los últimos años. La recopilación encierra algunos relatos soberbios y muchos instantes de genialidad verdadera (desde el Napoleón inicial a las desarmantes monotonías veraniegas de la adolescente Iris en Somersault). Seguimos prefiriendo la edición no remontada de Pobre marinero, pero tener aquí tanto de Harkham y tanto bueno es un triunfo.

Hawkeye (Panini), de Matt Fraction y David Aja: siendo de los que no encontramos demasiadas alegrías en las franquicias superheroicas, el placer es doblemente intenso cuando uno se topa con un trabajo tan original y divertido como este Hawkeye. La apuesta de Fraction y Aja es arriesgada: las aventuras de paisano del menos glamuroso de los vengadores, Clint Barton (alias Ojo de Halcón), así, a ras de suelo, el día a día de un héroe en su bloque de vecinos. Envido. Si, además, como sucede, los guiones de Fraction están cargados de frescura, humor, inteligencia y referencias a la modernidad, y David Aja se revela, con su minimalismo-pop, como un nuevo referente para los tebeos de superhéroes (su dibujo es la verdadera actualización iOS7 de Los Vengadores tradicionales), el éxito está garantizado. Órdago a la grande.

La Hermandad de Historietistas del Gran Norte (Sins Entido)de Seth: ¿es posible realizar un cómic puramente descriptivo? Gregory Gallant, alias Seth, se empeña en demostrarnos que sí, sobre todo si el detalle se filtra a través de la mirada irónica y la recreación paródica. La Hermandad de Historietistas del Gran Norte sigue la misma línea de historiografía bufa que ya observáramos en Wimbledon Green, aunque supera en lirismo y ensoñación a ésta última. Seth nos regala una visita turística por el escenario ficticio de un club de dibujantes de cómic y, a través de su irónica mirada subjetiva, nos conduce por las diferentes estancias del local mientras desgrana su historia y la de sus miembros. Así, con paso firme y mucha guasa, a partir de su tramoya de cartón piedra este cómic invita, a partir de la metarreferencia, a la reflexión acerca de la historia del cómic y el papel de sus creadores.

Playground (Ediciones Valientes), de Berliac: un tebeo pequeño de una pequeña editorial independiente, pero un gran cómic. El más experimental de nuestra lista, sin duda. Playground juega sobre la "falsa" premisa de una biografía, la del director norteamericano John Cassavetes, para desarrollar, en realidad, un ensayo acerca del lenguaje del cómic y la naturaleza de la narración secuencial fílmica por comparación con la comicográfica. De este modo, la forma y el contenido de Playground confluyen en un ensayo autorreferencial tan complejo, inspirador o libre como el mismo cine de Cassavetes; cuya vida y obra inspiran sus páginas.

La propiedad (Sins Entido), de Rutu Modan: la israelí se ha hecho de rogar, pero la espera ha merecido la pena. La historia de la anciana que regresa, junto a su nieta, a la Varsovia que tuvo que abandonar a causa de la invasión Nazi, para arreglar unos viejos asuntos inmobiliarios, es el punto de partida de una aventura que mezcla reflexiones históricas, costumbrismo judío e incluso ciertas dosis de intriga. La propiedad es un thriller de andar por casa, un cómic entretenido y muy bien dibujado que nos habla del peso de la memoria, de la restitución, el perdón y las viejas deudas que nunca llegan a cobrarse del todo.

Beowulf (Astiberri), de Santiago García y David Rubín: épica en estado puro. Santiago García y David Rubín adaptan al cómic uno de los textos clásicos de la literatura inglesa, el viejo poema anglosajón que narra la lucha del héroe Beowulf contra la bestia Grendell, y lo hacen sin regatear ninguna de las dificultades o requerimientos que demanda tamaña empresa. Así, este nuevo Beowulf se revela como un fantástico espectáculo visual, apoyado en una secuenciación audaz y dinámica, que hace honor a las gestas de su protagonista, pero que, al mismo tiempo, plantea profundas reflexiones acerca del paso del tiempo, la condición humana del héroe y la mezcla peligrosa que conforman la política y el poder.

La infancia de Alan (Sins Entido), de Emmanuel Guibert: Guibert nos tiene ganados de antemano. No hace un cómic malo. La infancia de Alan es muy bueno, de hecho. El francés continúa completando la biografía de su personaje (que conocimos en La guerra de Alan) con un detallismo y una verosimilitud exhaustivos. El personaje de Alan está basado en un excombatiente norteamericano que Guibert conoció en la isla de Ré y con el que entabló una amistad estrecha. La infancia de Alan desgrana diferentes episodios y anécdotas significativas de la niñez de su protagonista, y su autor consigue nada menos que insuflar vida auténtica a su creación ficcional. El lector se sumerge en el itinerario apasionante de la vida de Alan y, a lo largo de sus páginas, asiste admirado al minucioso despliegue de realismo gráfico de un autor enormemente dotado para la escritura y el dibujo.

Fénix (Planeta DeAgostini), de Osamu Tezuka: no es una novedad (bonus-track), de acuerdo, pero sí la primera vez que se recopila como merece la obra de toda una vida de uno de los grandes del cómic. Tezuka trabajó durante décadas en esta fantasía diacrónica que recorre la historia del hombre a la estela del vuelo inmortal del Fénix, el pájaro eterno que, como ha hecho el ser humano a lo largo de la Historia, parece renacer una y otra vez de sus propia cenizas. En casi todos los trabajos de "El Padre del Manga" encontramos trazos de su magisterio comicográfico, pero en ninguno como en Fénix se condensan con tanta claridad todas sus virtudes y la influencia universal de su obra: la fluidez y expresividad de su dibujo, su habilidad inigualable para la creación de secuencias y montajes de página novedosos o el sentido del espectáculo que demuestra en la elección y el desarrollo de sus historias-río corales se pueden disfrutar ahora con la continuidad que merecen gracias a la recopilación de Planeta.
A ver si, efectivamente, la reedición de este Fénix simboliza de algún modo nuestra entrada en el 2014. Salud.

martes, enero 08, 2013

Unos cuantos cómics del 2012.

Pasaron los Reyes por el cuarto de estar, se bebieron  las tres copas de licor y el cubo de agua para los camellos se evaporó. Nos dejaron una saca de carbón para repartir entre corruptos y codiciosos, pero también una pila de buenos cómics para que los compartamos entre la audiencia lectora, entre los buenos amigos de esta bitacorita. La lista se declara incompleta (dejamos muchos deberes por hacer en el 2012) y tan subjetiva como siempre.
Del curso pasado nos encantaron (sin orden): 
Vapor (La Cúpula), de Max: Vuelve el hombre. El hombre lleno de dudas y reflexiones metafísicas que ahonda en la razón última de la existencia. ¡Ahí es nada! El hombre es Max, probablemente la gran figura del cómic español de las últimas décadas. Su obra es poliédrica, mutante, paradigmática y en los últimos tiempos, profundamente reflexiva. Vapor ahonda en la senda interior, espiritual y metafísica que abriera aquel alter-ego cabezón que atendía al nombre de Bardín (un tipo superrealista). El nuevo eremita ascético que habita en las páginas de Vapor se llama Nicodemo y su intención no es otra que la de llegar a la esencia de la vida, despojándose para ello de todo lastre mundano. El lector avanza entre los dibujos cada vez más desnudos de Max y constata con cada viñeta que todavía existen autores superdotados capaces de convertir dos líneas y un círculo en el más profundo de los mensajes. 
Mister Wonderful (Random House Mondadori), de Daniel Clowes: si Wilson, aquel personaje misántropo, clasista y malhumorado, se hacía odiar, Mister Wonderful (su aparente contrapartida ficcional), despierta más lástima que simpatías. Clowes continúa alimentando su galería de personajes antisociales y outsiders. Para disfrute de sus lectores. Mister Wonderful es un hombre solitario, un tímido patológico carente de habilidades sociales, que parece abocado a un autoexilio existencial. Con una narración y un estilo mucho más ortodoxos que en sus últimos trabajos (Ice Haven, Wilson...) Clowes vuelve a revelarse como uno de los autores mayores de la escena comicográfica contemporánea. Su capacidad para crear personalidades complejas y atmósferas desasosegantes no tiene parangón. Maestro. 
Barcazza (Sins Entido), de Francesco Cattani: el dibujante italiano es una de las revelaciones de la temporada. Su trabajo en Canicola es excepcional en muchos sentidos. Lo es por su línea clara realista, primorosa, detallista hasta el paroxismo y luminosa como un día de sol en una cala mediterránea. Unos cuantos personajes disfrutan de una jornada marítima en una embarcación; toman en el sol, conversan y de reojo vigilan a los niños, que juguetean entre ellos en su realidad paralela de chapuzones y pequeñas batallas natatorias. Pura normalidad. Sin embargo, debajo de la cotidianidad lúdica, descubrimos que las pequeñas miserias nunca descansan, que la discusión y el fin de la armonía están siempre a la vuelta del arrecife. Un cómic costumbrista, cargado de sexualidad, que a nosotros nos recordó mucho a La aventura, esa gran película de Antonioni. 
Novia ante la estación y otras historias (EDT) / Reproducción por mitosis y otras historias (EDT), de Shintaro Kago: después de ser el secreto (internáutico) mejor guardado del manga contemporáneo, al fin se publica la obra de Kago en nuestro país; y lo hace por partida doble. Novia ante la estación y Reproducción por mitosis recogen algunas de sus mejores historias cortas, que sólo habíamos podido leer en Internet, junto a material inédito. No es fácil explicar, ni vender, así sin anestesia, la obra del japonés: estilo manga clásico, pornografía y experimentación se conjugan en una amalgama que conforma algunas de las páginas más sorprendentes del cómic actual. Kago es un narrador extravagante, sus composiciones de página y el ritmo de sus secuencias nos sitúan en un universo a medio camino entre la pesadilla surrealista, el porno duro, la ciencia-ficción y el cine de terror carnicero de los 80-90 (Hellraiser, Cube, Saw). Sin embargo, lo realmente valioso y sorprendente de Kago (aparte de su capacidad infinita para abrir nuevas vías narrativas) es que, detrás de los moldes génericos, el autor reflexiona con inteligencia acerca del mundo actual, acerca de estas sociedades inhabitables que estamos construyendo, entre todos, día a día. 
Frank. Filigranas del clima (Fulgencio Pimentel), de Jim Woodring: este año también repite el bueno de Woodring. Y lo seguirá haciendo mientras Fulgencio Pimentel, o quien quiera que sea, decida seguir publicando su obra. Como bien sabemos sus seguidores, con el estadounidense la palabra es siempre lo de menos. Sus personajes, Jim o Frank, Jim y Frank, son ya patrimonio de la humanidad animalizada viñetera. La obra de Woodring planta sus raíces en el underground psicodélico y lisérgico de los 70, junto a las fantasías alucinadas de los Víctor Moscoso o Rick Griffin. Pero en el caso de Frank el nivel simbólico se ramifica hasta alcanzar un sentido cuasi-metafísico, con una carga alegórica completa. Las fábulas protagonizadas por este animal antropomórfico funcionan como verdaderas parábolas hippies del comportamiento humano. Su dibujo cartoon, exuberante, metamórfico y pletórico, es un espectáculo visual con efectos hipnóticos. 
Buh (Thule Ediciones), de Andy Runton: podría parecer atípico incluir un tebeo infantil entre tanta obra seria y bizarra, pero el encantador animalillo de Runton merece un lugar en nuestra lista. Fue amor a primera vista, es lo que tienen los bichos torpones, bondadosos y llenos de plumas, que a uno le entran ganas de achucharlos. Además de eso, las historias de Buh (que Thule sigue publicando regularmente) encierran muchas virtudes como tebeos para niños y adultos. Dentro de su estilo cartoon, rotundo y amable, Runton esconde muchos registros como dibujante: sobre todo, domina el arte de la expresividad y la creación de personajes entrañables. En realidad, en las aventuras de este pequeño búho no pasa nada extraordinario; Buh se topa con los problemas habituales de su vida en el bosque (la tristeza de un amigo, un accidente doméstico, la frustración de un obstáculo...), del mismo modo que los niños lectores viven sus pequeñas penurias cotidianas como verdaderos dramas. Afortunadamente, como no podía ser de otro modo, en el bosque de Buh siempre termina reinando la felicidad.
Podría ser peor (Ultrarradio), de Ana Galvañ: Otra ilustradora, bloguera y comiquera que encuentra justicia editorial. Llevamos años siguiendo la obra de la señorita Galvañ (alias Elmyra Duff) y siempre nos ha parecido que tenía un don: la capacidad de crear mundos propios perfectamente reconocibles llenos de magnetismo y misterio. En Podría ser peor se recogen algunas de sus historias cortas, las que ha ido publicando a lo largo de estos últimos años en revistas y fanzines, junto a algunos relatos inéditos. Detrás de las formas suaves y rotundas de sus dibujos (con reminiscencias al manga, a la ilustración infantil y al universo disneyano) se esconden historias cargadas de mala uva, desasosiego y mucha incorrección política. Los “cuentos” de Ana Galvañ están protagonizados por muñecos y personajes sonrientes que parecen esconder secretos inconfesables. Sus historias se bifurcan en itinerarios insospechados y sus caramelos casi siempre están envenenados. 
Building Stories (Random House), de Chris Ware: ¡La caja! No está publicado en español, pero el de Ware es el cómic del año, y eso que ni siquiera es un cómic. Algún crítico avezado lo ha descrito ya como “la gran novela (gráfica) americana” (homenajeando a don Philip Roth). Ware continúa dando saltos mortales en su circo privado. La suya es la liga de los acróbatas imposibles. Building Stories es un cofre de los tesoros, que mide casi 50 centímetros, y que cobija comic-books, novelas gráficas, colecciones de tiras, cuadernillos, periódicos y hasta mapas arquitectónicos. Algunos de ellos materiales previamente publicados en The New York Times Magazine o en otros medios, la mayoría, material nuevo creado para la ocasión. Cada uno de los ladrillos que forman Buiding Stories encaja a la perfección en el relato biográfico de la joven protagonista y su entorno inmediato; la argamasa es la vida de aquella joven muchacha, coja y melancólica, que protagonizó las páginas del Acme NoveltyLibrary #18. El estadounidense completa la cuadratura del círculo narrativo y compone el macrorrelato de la existencia, la gran historia de una vida, a partir de los fragmentos, recuerdos, arquitecturas, vidas cruzadas y reflexiones que jalonan cualquier periplo vital. El deliberado baile de formatos, técnicas y soportes narrativos, junto al monumental talento gráfico de Ware, conforman una obra de arte de esas por las que muchos venderían su alma a Becelbú y todas sus reencarnaciones maléficas.
Ya fuera de lista, por motivos obvios, tenemos que agradecer el regalito editorial con el que nos han obsequiado nuestros amigos de Thule Ediciones (José y Olalla) y el Rey Gaspar. Para nosotros, este año también ha sido especial porque hemos visitado una IslaFlotante y hemos sido parte activa de un viaje galáctico con nuestro Marina está en la Luna. Nos permitirán cerrar con este bonus track personal.
Feliz 2013 a todos y que abunden las viñetas.

sábado, diciembre 31, 2011

Cómics del 2011, the very best.

Estamos en época de recortes, y a nosotros nos han afectado tanto, que vamos a reducir nuestro habitual resumen anual a la lista de los nueve cómics que más nos han gustado a nosotros este curso. Hay un poco de todo, desde clásicos semidesaparecidos y recuperados en nuestro país, a glorias del underground redescubiertas, o jóvenes valores nacionales e internacionales. Frente a la sensación que teníamos en temporadas anteriores, este año lo hemos visto claro: la edición de cómics ha sentido la crisis en el número de novedades editadas y (a la espera de un nuevo informe ministerial acerca de la situación del cómic en España) suponemos que en el número de ventas. Dicho lo cual, este año también hemos leído grandes tebeos. Nuestros favoritos, sin mayor orden ni concierto, son:

Cuadernos ucranianos, de Igort (Sins Entido): la crónica del italiano es una auténtica andanada con metralla periodística y puntería de cronista a la linea de flotación de la memoria histórica europea. Igort recupera una tragedia silenciada, un genocidio amparado por la ideología oscurantista del monstruo estalinista, y nos la escupe a la cara en forma de dato objetivable y relato biográfico tristemente subjetivo. Cómic e ilustración, crónica y relato, para descubrirnos la miseria moral y física que sacudió al pueblo ucraniano entre 1931 y 1935, cuando en pro de la colectivización y la riqueza socializada, Rusia dejó morir de hambre (mató de hambre de forma sistemática y planeada, en realidad) a cientos de miles de sus ciudadanos.

Sin título (2008-2011), de Rayco Pulido (Ediciones de Ponent): el tebeo del canario Rayco Pulido es una de las sorpresas del año, un tebeo moderno, postmoderno, más bien, intelectual, y, sorprendentemente, divertido e irónico, al mismo tiempo; un cómic que también es una fotonovela. Sin título es la historia de cómo se hizo otra historia, Pie de trinchera: una narración que en su esqueleto incluye su propia crítica y revela sus propios defectos, sin excusas y con mucho sarcasmo narrativo. Pie de trinchera es un thriller de corrupciones policiales, emigración ilegal y relaciones a punto de fracasar. Sin título es una fotonovela de las conversaciones entre el autor del cómic y el crítico implacable que saca todos sus defectos a la luz. Casi nada. 

Un adiós especial, de Joyce Farmer (Astiberri): demoledor el libro de la señora Farmer, una vieja gloria del feminismo underground setentero, que ha impresionado al mundo de la cultura con su descarnado retrato confesional de la vejez, el deterioro y la muerte que nos acecha a todos a la vuelta de nuestra biografía; todo ello, con un estilo tan underground y áspero como la misma historia a la que da forma. El retrato de los ancianos Lars y Rachel, y de su hija Laura, nos relata el declive de aquellos y la desesperación de ésta, con la frialdad del biógrafo y la honestidad resignada del moribundo. En Un adiós especial, asistimos a la degradación de los cuerpos y la asunción del paso del tiempo como parte de la existencia. Joyce Farmer, relata el día a día de la pareja protagonista en un slice of life repleto de pequeños triunfos cotidianos, batallas perdidas para siempre y retos titánicos que hacen de sus protagonistas auténticos héroes épicos de andar por casa. 

Cinco mil kilómetros por segundo, de Manuele Fior (Sins Entido): Fauve d'Or en el Festival de Angoulême, la obra del italiano Manuele Fior esconde algunas de las páginas visualmente más luminosas, románticas y cargadas de nostalgia de este año que ahora se nos acaba. Es la suya una historia de encuentros, desamores y reparaciones; un relato que nos habla del paso del tiempo, de las ocasiones perdidas y de esos trenes que pasan una o dos veces en la vida, para nunca más volver, y que, al parecer de este tebeo, resulta que existen de verdad. Nos gusta Cinco mil kilómetros por segundo porque nos sentimos identificados con las dudas de sus personajes y con la nostalgia infinita que despiertan sus páginas acuareladas, que a veces huelen a mediterráneo y otras se sienten tan frías como un paisaje nórdico nevado. Nos gusta, porque los giros argumentales de sus cinco episodios se parecen a las encrucijadas sentimentales a las que todos nos hemos tenido que enfrentar en alguna ocasión. 

Penny Century, de Jaime Hernandez (La Cúpula): las aventuras fronterizas de don Jaime, su colección de féminas descontroladas, parecen abocadas a la locura narrativa y al relato dislocado. Bendita arritmia. En realidad, todo forma parte de un plan escrupulosamente trazado: el de la creación de la saga más perfecta jamás ideada de personajes femeninos de papel (con permiso de su hermano Beto). Penny Century, Maggie, Hopey y todo el ejército de luchadoras que protagonizan Penny Century están tan vivas como pueda estarlo el lector; repasam0s sus biografías como el que escucha un relato amigo, o el relato de un amigo. Descubrimos los pequeños detalles de las vidas de Maggie y Hopey que nos ayudan a entender el porqué de sus comportamientos pretéritos o que nos ayudarán a comprender sus actos futuros. En definitiva, con cada nuevo episodio de las Locas de Jaime Hernandez, entendemos un poco mejor su universo poliédrico y nos parece que todo encaja en el puzzle con la precisión exacta que caracteriza a todavida imperfecta. 

Frank, de Jim Woodring (Fulgencio Pimentel): no pudo abrirse mejor el año. Por fin, llegó a nuestro país la obra del estadounidense en la edición que merecía. Jim Woodring es el mejor ejemplo del "otro underground", el que se aparta de la trasgresión social y del escupitajo irreverente: el underground mutante y polimórfico, el que se alimenta del surrealismo lisérgico, la fabula animal deformada y el subconsciente alterado. Frank es un perro, pero podría ser cualquier otro animal, incluido un ser humano; el mundo que habita es una metáfora de nuestra realidad amoral y corrupta, pero al mismo tiempo, se nos ofrece como el universo gráfico de las mil y una fantasía caricaturescas: mientras Alicia terminaba de pensárselo, Frank le quitó de las manos la seta alucinógena y se la tragó para siempre, sin importarle el billete de vuelta. En su mundo todo es posible y nunca estamos seguros de que el entrañable animalillo vaya a estar seguro, de que de sus paseos, de sus encuentros y de sus aventuras vaya a salir indemne. Tampoco lo hace el lector. 

Paying for it, de Chester Brown (La Cúpula): el cómic menos recomendable de la temporada para leer en familia. El Chester Brown menos autoindulgente del mundo, en estado catártico y autoconfesional, nos revela que no cree en el amor romántico y que su elección vital para tratar los asuntos de la satisfación sexual es la prostitución pura y dura. No lo hace por provocar, aunque pueda llegar a sonrojar al lector en alguna de sus páginas. Cómo insinúa su amigo Seth, Chester Brown a veces parece un robot, o un ordenador, no porque carezca de sentimientos, sino porque o no los demuestra extrovertidamente o porque los somete a un raciocinio escrupuloso. El puterío de Brown es una elección polémica, más o menos rebatible, pero nunca irreflexiva. Paying for It, además de ser un discreto muestrario de todos y cada uno de sus encuentros lúbricos con profesionales del sexo, es un libro respetuoso con las personas implicadas en su trama (Brown nunca muestra abiertamente el rostro de ninguna de las mujeres con las que compartió cama, nunca cotillea al respecto o desnuda intimidades más allá de las obvias). Es, además, como suele ser habitual en su autor, un ejercicio de honestidad narrativa y una buena fuente de debate, llena de argumentos, reflexiones, testimonios personales y razones, también muy personales. Repetitivo en ocasiones, poderoso en sus planteamientos y siempre interesante, el de Brown es uno de los acontecimientos comicográficos del año, seguro. 

Tóxico, de Charles Burns (Random House Mondadori): vuelve el hombre. Burns es garantía de éxito, hasta cuando hablamos únicamente de la primera entrega de una serie de tres. En este primer álbum (que es el formato que ha elegido para su historia) ya aparecen todos los ingredientes de Burns en estado degustable: sus personajes enfermizos y mutantes, una atmósfera oscurantista cargada de presagios lyncheanos, un personaje protagonista que parece cada vez más desorientado, juegos narrativos que cruzan la realidad, la ficción, el sueño y el recuerdo sin ofrecer claves interpretativas... y un dibujo cada vez más virtuoso, lleno de matices, guiños icónicos (empezando por su personaje-Tintín) y registros estilísticos. Se lee Tóxico y le entra a uno una inquietud que no se sabe si se debe a lo truculento de la historia o a los nervios de la espera hasta que llegue la segunda entrega. 

Logicomix, de Apostolos Doxiadis y Christos Papadimitriou (Sins Entido): doble salto sin red. Un cómic sobre la búsqueda de los fundamentos matemáticos que se encierran detrás de la Lógica, tomando como punto de partida la biografía del filósofo y matemático Bertrand Russell. Así, sin anestesia, no parece el más fascinante de los planteamientos. Sin embargo, la habilidad de Papadimitriou y de Doxiadis reside precisamente en hacernos disfrutar, no sólo del relato de acontecimientos de una biografía tan atípica como la del inglés, sino de los vericuetos más científicos y teóricos de la "aventura": la búsqueda de la lógica, del álgebra universal y sus efectos sobre los protagonistas, que circulan por los mismos caminos que conducen a la locura. Logicomix, además, muy en la línea de las novelas gráficas contemporáneas (post-Maus), incluye la narración de otra narración: la de cómo se hizo Logicomix. La de cómo Doxiadis, Papadimitriou, Alecos Papadatos (el dibujante de la historia) y Annie di Donna (la colorista), se embarcaron en un proyecto comicográfico que, en teoría, desafiaba todas las leyes de la lógica... editorial.