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viernes, enero 06, 2017

Veintiún cómics de 2016 (y un estudio)

Como es tradición en esta casa, hemos escondido una lista con los mejores cómics de 2016 en nuestro roscón de  Reyes.
Este año, de nuevo, hemos tenido una excelente cosecha viñetera. Pero por encima de la calidad y cantidad de cómics y autores, nos llena de alegría que un porcentaje alto de nuestras lecturas favoritas de 2016 sean de producción local. Quizás no haya mejor indicador de la buena salud (creativa, no tanto pecuniaria) del cómic nacional que la publicación por parte de Fantagraphics de Spanish Fever; una antología de autores españoles que está teniendo repercusión y aparece en varias listas norteamericanas de los mejores cómics de 2016. Aunque la obra es, en realidad, una edición inglesa de Panorama (la recopilación que Astiberri publicó en 2013), no es casualidad que algunos de los autores recogidos en ella vuelvan a repetirse en muchas de las listas con lo mejor de este año, incluida la nuestra:
Vencedor y vencido (autoeditado), de Sento: Podríamos haber incluido a Sento entre lo mejor del año con cualquiera de las dos obras anteriores que componen esta trilogía sobre la vida del Doctor Uriel y la Guerra Civil Española vista desde dentro. Tras Un médico novato y Atrapado en Belchite, se cierra el ciclo con Vencedor y vencido, si cabe, la entrega más desesperanzada de la saga. Basados en la historia real y los diarios de Pablo Uriel, los cómics de Sento escapan de sentimentalismos, intrigas gratuitas y efectismos de acción; quizás sea por eso que se ha visto obligado a autoeditar las dos últimas entregas de la serie. Por su honestidad, por su labor de investigación y por como lo cuenta, hay que leer al señor Sento Llobell.
El ala rota (Norma Editorial), de Antonio Altarriba y Kim: El ala rota es el cómic de Antonio Altarriba, dibujado de nuevo por Kim, que completa su díptico familiar dedicado a los derrotados de la Guerra Civil Española: memoria histórica necesaria. Otra vez artistas y creadores haciendo lo que no hacen nuestras instituciones. El de Altarriba y Kim es un cómic áspero y honesto, un ejercicio confesional de restitución por partida doble: a su madre Petra, pero sobre todo, a todas esas mujeres que sobrevivieron de forma heroica al drama de la muerte de los seres queridos, la humillación y el menosprecio sistemático que recibieron por parte de una sociedad machista, embrutecida y profundamente cruel. 
Intemperie (Planeta Cómics), de Javi Rey: Tremendismo y mucha aspereza para contar la historia de un superviviente en un medio hostil. Javi Rey adapta la novela del mismo título de Jesús Carrasco y construye un relato que convierte en imágenes la tradición literaria española de postguerra: esa dureza que La familia de Pascual Duarte ejemplificó como pocas. Chico, el protagonista, es un niño que intenta escapar de su familia, de su pueblo y de su vida, y que, en su huida de animal acorralado, tras sus encuentros con individuos honestos, terminará por convertirse en un superviviente, es decir, en un hombre (que no adulto). Javi Rey reconstruye los paisajes rurales de la desolación con un sólido dibujo realista y un deslumbrante (y medido) empleo del color. Intemperie es un relato clásico, una historia dura que nos devuelve a un pasado de amos, esclavos, dominación y un control ideológico que parece lejanísimo, pero que está en realidad a la vuelta de la esquina o a unas páginas de periódico de distancia. 
Talco de vidrio (La Cúpula), de Marcelo Quintanilla: Después del éxito de Tungsteno, Marcelo Quintanilha vuelve a impresionar con un trabajo de naturaleza muy diferente: Talco de vidrio, un relato psicológico del desaliento. Celia, su protagonista, es una triunfadora eternamente insatisfecha, el prototipo del fracaso de este modelo social en el que nos hemos instalado los países capitalistas. La obra de Quintanilha es una crónica realista y convincente de la envidia, la codicia y la desesperación como motores sociales. Un cómic que quema y nos invita a repensar hacia dónde vamos y qué caminos estamos dispuestos a tomar.
Intrusos (Sapristi Ediciones), de Adrian Tomine: La última obra de Adrian Tomine recopila seis historias breves; género en el que el norteamericano se ha revelado un auténtico maestro desde que publicara sus primeras historietas en su fanzine Optic Nerve. Tomine bucea en las inconsistencias de lo real, en las miserias de cada día con una profundidad y un pulso narrativo al alcance de pocos autores contemporáneos. Intrusos es un trabajo complejo y ambicioso, una obra de madurez y, en cierto sentido, una declaración de principios por parte de uno de los nombres esenciales de la revolución de la novela gráfica.
Beverly (Fulgencio Pimentel), de Nick Drnaso: Los relatos breves sutilmente cruzados que componen Beverly parecen resultar de una mezcla curiosa entre Carver, Solondzt, Clowes y Porcellino. Una mirada aguda sobre las miserias humanas y el crudo egoísmo del ciudadano común. La línea clara clarísima de Drnaso (así, sin vocal) reproduce la falsa asepsia de las existencias inmaculadas: el American Dream convertido en la cobertura glaseada de un pastel de mierda. Debajo del trazo finísimo de este cómic y sus perfectos colores planos, detrás de sus historias de familias felices, adolescentes efervescentes y esos resorts vacacionales de ensueño en los que le pedirías la mano a tu amor eterno se esconde la existencia miserable y hueca  que santifica al común de los mortales: una planicie que se disfraza de sonrisa hipócrita y maravilla de cartón piedra en simulacros de vida como Facebook o Instagram. El brillo, los focos y la música de Barry Manilow de fondo son un invento de Hollywood. Así nos lo cuenta Nick Drnaso, con mucho pulso narrativo, momentos incómodos y dobles sentidos, en Beverly.
Chiisakobee (ECC Cómics), de Minetarô Mochizuki: Hacía tiempo que no disfrutábamos tanto de un manga. Entre otras cosas, porque los cuatro volúmenes que componen Chisakobee no se parecen a nada que hayamos leído antes. Detrás de la, sólo aparentemente trivial, trama de un joven ingeniero que hereda la empresa de construcción de sus padres después de la muerte de éstos en un incendio, se esconde uno de los cómics más osados y asombrosos en la planificación de escenas que se recuerdan. El lenguaje del cómic recurre a la alternancia de planos para dinamizar la acción; Mochizuki lo hace para describir sentimientos profundos y estados de ánimo que parecían difícilmente traducibles a un lenguaje gráfico. Parece imposible que una acumulación de primeros planos de manos, piernas y nucas pueda llegar a transmitir la carga emocional que consigue esta obra. Dejándose llevar por la estética y la forma de vida de sus personajes, muchas voces han definido el de Mochizuki como un "manga hipster". No se compliquen la vida: más allá de etiquetas, Chiisakobee es un cómic prodigioso. Y punto.
La favorita (La Cúpula), de Matthias Lehmann: No conocíamos a Lehmann en nuestro país, pero habrá que seguirle con atención después de leer La favorita. El francés recurre a un dibujo heredero de la ilustración decimonónica (no por algo es un maestro en el linograbado) para contar una historia que arranca como un homenaje a la novela gótica y concluye en un acercamiento postmoderno a cuestiones tan complejas como la identidad sexual, los derechos de la infancia o el peso de las apariencias en las sociedades conservadoras. Entre medias, secuenciaciones audaces y alguna vuelta de tuerca sorprendente que dejará al lector en un estado de plácido estupor y le regalará unas buenas horas de reflexión.
Una entre muchas (Astiberri), de Una: Una entre muchas es un cómic necesario, uno de esos trabajos que zarandean conciencias y remueven pasividades cómplices. Una, su autora, aborda sin excusas temas como el maltrato machista, la pederastia, la violación o la connivencia y el silencio social en el asesinato de mujeres. Se nos relata con crudeza el caso del Destripador de Yorkshire, cuyas atrocidades se vieron amparadas por la inacción y los prejuicios sociales. Y Una habla de sus traumas personales, como víctima de abusos y violaciones a lo largo de su vida. Una voz autorizada, un cómic sobrecogedor. 
La ternura de las piedras (Nørdica Cómics), de Marion Fayolle: La ternura de las piedras, de Marion Fayolle, es un ejercicio único de mestizaje entre el cómic y la literatura: la autora francesa dibuja y escribe su cómic como una alegoría poética y lo dota de una profundidad lírica tan íntima y sutil que el lector no puede sino sobrecogerse por lo que en él se narra. Porque La ternura de las piedras no es otra cosa que una elegía a la muerte del padre edificada en viñetas, un ejercicio de exorcismo convertido en símbolo y metáfora de la tragedia. Fayolle recurre al símbolo y la metáfora para, con su estilo delicado y evocador, construir un relato cargado de dolor, empatía y belleza. Uno de los cómics más bonitos e intimistas de este curso.
Diagnósticos (La Cúpula), de Lucas Varela y Diego Agrimbau: Diagnósticos fue concebido tras un año de estancia en la Maison de Auteurs de Angoulême por parte de sus dos autores argentinos. Seguramente no ha tenido la repercusión que hubiera merecido, pero este trabajo es la prueba fehaciente de que en cómic todavía quedan muchas cosas por hacer. Usar la enfermedad como excusa creativa es la vía que han tomado Varela y Agrimbau para construir un conjunto de historias cortas cohesionadas por la vinculación literal entre forma y contenido: seis personajes aquejados de seis trastornos mentales (agnosia, claustrofobia, sinestesia, afasia, akinetopsia y prosopagnosia) son la excusa para experimentar con la secuenciación narrativa y la manifestación gráfica de los síntomas y efectos de la enfermedad. Cada relato se desarrolla desde el interior de la mente enferma y cobra forma a partir de la disfunción de sus protagonistas. Una idea valiente que funciona en su traslación a viñetas.
El fin del mundo y antes del amanecer (Norma Editorial), de Inio Asano: Últimamente, se habla de Inio Asano en todos los foros. No nos extraña. Su actualización de algunos géneros tradicionales del manga (hentai, shojo, gekiga...) y su acercamiento, curioso, perspicaz y excéntrico, a la sociedad nipona, no deja de ganar adeptos para su causa y para el manga adulto. Pero es que, además, Asano dibuja como pocos: el hiperrealismo de sus escenarios impone y sus personajes desbordan expresividad. El fin del mundo y antes del amanecer recopila varios relatos cortos para componer un inquietante fresco urbanita de jóvenes melancólicos y desilusionados que miran con inquietud hacia un futuro sombrío, como quien observa la llegada inminente de un apocalipsis inevitable. En este contexto, Asano entreteje con maestría una urdimbre de detalles existenciales, hábitos del día a día, diálogos cargados de intenciones e indicios filosóficos y teleológicos que parecen señalar a una instancia superior. Son intuiciones y símbolos que emergen de historias cotidianas. Apuntes para una crisis, que a lo peor deberían leerse como un vaticinio agorero dedicado a nuestra forma de vida, frenética y sofisticada.
Necrópolis (Astiberri), de Marcos Prior: Necrópolis es el cómic de Marcos Prior que cierra su "trilogía de la crisis", después de Fagocitosis y Potlatch. El autor reformula la idea de cómic comprometido para hurgar en la herida de la "gran estafa global" que nos ha explotado a los ciudadanos en la cara por obra y gracia de nuestra clase política y su servidumbre ante los poderes financieros. Sus páginas proyectan hacia el absurdo postmoderno la inercia de los acontecimientos contemporáneos, para dibujar un cuadro social presidido por la violencia, la corrupción, la miseria, la estupidez y la insolidaridad generalizada.
Todos los hijos de puta del mundo (Astiberri), de Alberto González Vázquez: La fina mala hostia de Alberto González Vázquez es tan fina y está tan repartida que estamos todos invitados en la dispensa. Que le llamen a uno gilipollas a la cara, debe de ser muy jodido, pero es tremendamente gracioso para quien observa desde otro lado de la viñeta. Todos los hijos de puta del mundo, la recopilación de las páginas que González Vázquez ha ido publicando en El Mundo Today y Orgullo y Satisfacción a lo largo de estos años, es un cómic que busca soltar lastre a base de escupitajos e inteligencia: un tebeo dedicado a todos esos que siguen pensando que España va bien, mientras aplauden con las orejas y disculpan resignados a fulanos trajeados con tarjetas black. González Vázquez ha publicado un cómic hilarante como una patada en los huevos. No puede uno dejar de reírse, oigan. 
Paciencia (Fulgencio Pimentel), de Daniel Clowes: Hablar de Clowes es hacerlo de uno de los grandes renovadores del lenguaje comicográfico, de una de las figuras emblemáticas en lo que ha sido el asentamiento de la novela gráfica y su despegue como medio artístico de prestigio. Todas las obras del estadounidense son reconocibles y valientes; en casi todas ellas encontramos algún hallazgo narrativo o méritos estilísticos que las convierten en obras de referencia. Paciencia tampoco decepciona. Enmarcada dentro del territorio de la ciencia ficción, el nuevo cómic de Clowes desafía las convenciones y desborda las expectativas que se van planteando en cada una de sus páginas. 
Los dientes de la eternidad (Norma Editorial), de Jorge García y Gustavo Rico: El cómic de Jorge García y Gustavo Rico resuena como un viejo cantar moldeado por gestas milenarias y dioses inmortales. Con su narración densa y épica del ocaso de los dioses, del triunfo efímero y amargo del hombre sobre la gloria legendaria de Asgard, García confirma que es uno de los grandes guionistas de nuestro país; un autor capaz de construir historias que parecen surgir de la memoria de los pueblos. La reconstrucción de esta mirada mítica habitada por dioses escandinavos y guerreros de hielo moldea sus dimensiones heroicas definitivas gracias a la enérgica imaginería de un Gustavo Rico en estado de gracia: no exageramos si afirmamos que, en muchos momentos, el torbellino expresionista de su dibujo nos devuelve la imagen exuberante de maestros como Alberto Breccia y Miguel Calatayud... ¿Hace falta decir más? 
Golem (Roca Libros), de Lorenzo Ceccotti: El de Ceccotti es un cómic que bebe del manga clásico para  crear un sorprendente universo de ciencia ficción: una propuesta brillante y vertiginosa que nos presenta a un dibujante sobresaliente y a un creador de mundos ficcionales diferente y complejo. El manga del italiano Lorenzo Ceccotti es un ejercicio de frenesí visual que fagocita muchos rasgos icónicos de la ciencia ficción clásica y del cibermanga de autores como Otomo o Shirow: su gestualidad y ruido cinético, la profusión tecnológica o la combinación entre los pasajes contemplativos y las escenas de violencia vertiginosa son características que Golem recupera, actualiza y trasnsforma en un tebeo que se lee sin dejar de sudar.
Enter the Kann (Autsider Comics), de Víctor Puchalski: Si le hacía falta un Tarantino al cómic, alguien que recuperara los viejos géneros de la serie B y el pulp para revestirlos de colorido barniz kitsch y efervescente violencia gratuita, si hacía falta, decíamos, Víctor Puchalski acaba de proponer su candidatura en firme con Enter the Kann. Ya desde esa alucinante portada holográfica que le golpea (literalmente) al lector en la cara en tres fases, el cómic de Puchalski destila incorrección política, violencia underground en tonos psicodélicos y un homenaje a la cultura pop desde su primera página: a los videojuegos de arcade, al cine de artes marciales de Bruce Lee, a la línea chunga española iluminada por el espíritu de Clay Wilson y Gary Panter... Enter the Kann es lowbrow en estado puro que en sus escenas más violentas y alucinadas roza la abstracción. Enter the Kann es un espectáculo visual fabuloso, un tebeo mestizo, irreverente, asalvajado y además muy divertido... 
Safari Honeymoon (DeHaviland Ediciones), de Jesse Jacobs: El sólo hecho de recorrer las viñetas mutantes de Jesse Jacobs y pasear por los paisajes metamórficos, abigarrados y exuberantes de sus cómics resulta en sí un festín visual. El neoyorquino ha conseguido convertir su estilo gráfico en un lenguaje: Safari Honeymoon es un valioso muestrario de su caligrafía. La historia de los dos recién casados que organizan, para su luna de miel, una expedición a las selvas de un peligroso y fecundo planeta es sólo la excusa argumental que emplea Jacobs para desplegar su catálogo de criaturas multiformes y la alucinante flora imposible que habita sus páginas. Con su amable estilo underground y una combinación preciosista de tonos verde, Safari Honeymoon es una delicia para amantes de la ciencia ficción y la rareza freak, pero, sobre todo, es un tebeíto que se lee con el deleíte hipnótico de quien emprende un viaje excitante al planeta soñado. 
La visión (Panini Cómics), de Tom King, Gabriel Hernandez Walta, Jordie Bellaire: El cómic de superhéroes más citado, aclamado y premiado del año. La idea no es nueva: adentrémonos en la cotidianidad del superhéroe, intentemos capturar la normalidad de lo extraordinario (como hicieron, por ejemplo, Aja y Fraction con Ojo de Halcón de forma deslumbrante). En La visión, sin embargo, el ejercicio especulatorio se enriquece con unas buenas dosis de crueldad, humor negro y, sobre todo, gracias a la propia naturaleza sintética de sus protagonistas. ¿Cómo se cuenta la humanidad de algo que no es humano? Debido a estos factores, el cómic de King, Walta y Bellaire invita a reflexiones propias del género superheroico, como la hostilidad social, la identidad o la inadaptación, pero planteadas desde una óptica muy diferente y novedosa. Una lectura refrescante.
Noche Oscura: Una historia verídica de Batman (ECC), de Paul Dini y Eduardo Risso: Uno de los mejores cómics de superhéroes de 2016 no es un cómic de superhéroes, sino el ejercicio de catarsis biográfica de un guionista que adquirió su fama gracias a ellos. Paul Dini fue uno de los responsables (junto a tipos como Bruce Timm, Joe Chiodo, Michael Avon Oeming, etc.) del exitoso giro cartoon que los personajes de DC vivieron a comienzos de este siglo. Cuando su carrera como guionista de animación parecía lanzada, dos atracadores le dieron una brutal paliza a Dini que lo dejó a las puertas de algo peor... Batman, una historia verdadera cuenta esa experiencia traumática. Azzarello (100 Balas) recurre a su talento gráfico para dar forma a un relato en el que se mezclan los hechos reales, el recuerdo, la narración en primera persona del propio Paul Dini, convertido en personaje, y las historias cruzadas de los personajes de ficción que han ayudado a Dini a ser quien es. El cómic autorreferencial de un exorcismo en toda regla (Batman mediante).
Y si se quedan con ganas de leer más, este año ACDCómic (la Asociación de Críticos de Cómics) ha publicado el esperado Cómic Digital Hoy: 33 capítulos que recorren el panorama contemporáneo del cómic digital internacional a base de estudios (entre ellos este nuestro) y análisis llenos de interés. Una de las buenas publicaciones de este 2016; y encima de balde.
http://www.acdcomic.es/comicdigitalhoy/ 

lunes, enero 11, 2016

Lo mejor de 2015: quince cómics (más uno) que no deberían perderse

Como cada año, esos Reyes Magos multiculturales y reivindicativos que tan bien nos caen, nos han dejado en el zapato la lista de cómics imperdibles publicados en 2015 en nuestro país. Este curso el inventario tiene tintes inmobiliarios y está sazonado de experimentos visuales, fantasía mutante y una pizquita de reivindicación socio-política. Sin orden ni preferencia, nuestros quince cómics favoritos (más bonus track) del 2015 han sido.
Aquí (Salamandra Graphic), de Richard McGuire: pura vanguardia contemporánea rescatada de 1989. Seguimos con las paradojas en un cómic que a través de un plano fijo y múltiples transiciones espacio-temporales, lleva la secuenciación a su expresión mínima prácticamente sin abandonar una habitación, la que da título al cómic: ese "aquí", que no "ahora". Cuando McGuire publicó su primera versión de Aquí en el volumen 2 del Raw de Art Spiegelman y Françoise Mouly, aquel ejercicio fascinante parecía arte más que cómic (muy en la línea de lo que buscaban sus editores). Era cómic de ciencia-ficción. Ahora, en los tiempos de la novela gráfica, el nuevo Aquí de McGuire, redibujado, coloreado y mucho más redondo y cerrado, lo hemos redescubierto con entusiasmo lectores de cómic, de novela y amantes de la cultura en general. Es un libro que desborda todas las normas de la narrativa secuencial comicográfica y que invita a pasearse con deleite por sus páginas una y otra vez; a buscar conexiones insospechadas y detalles que emergen en cada nueva lectura; o, simplemente, a dejarse maravillar ante el genio de McGuire. Una joya preciosa.
La casa (Norma Editorial), de Daniel Torres: cómic didáctico, libro de historia ilustrado o catálogo animado de arquitectura, lo cierto es que en La casa Daniel Torres se ha embarcado en una labor ciclópea: la de revisar la historia de las viviendas humanas desde el origen de la civilización hasta nuestros días; y lo mejor es que ha salido bien parado de la empresa. En su combinación de diagramas, textos explicativos, apuntes históricos y recreaciones comicográficas de episodios históricos ficcionalizados, La casa se lee con el interés que suscita la narración costumbrista de un ojo atento (que nos recuerda a la mirada limpia y apasionada de Zweig) y la curiosidad con la que se afronta un texto didáctico cargado de historia y anécdotas. Las casi 600 páginas de la obra son un tour de force que lectores curiosos y amantes de la historia sabrán agradecer en su justa medida. Un volumen impresionante (en todos los sentidos).
La casa (Astiberri), de Paco Roca: tres hermanos, la muerte del padre y la vieja casa de campo familiar conforman la materia narrativa sobre la que Paco Roca construye su relato más intimista y personal. La casa es una reflexión, con un fuerte componente autobiográfico, acerca del paso del tiempo, la construcción del recuerdo y las deudas filiales. Paco Roca ha alcanzado una depuración en su narración comicográfica que lo sitúa ya al nivel de los grandes maestros del medio: con una naturalidad pasmosa y una "puesta en escena" casi invisible, el valenciano experimenta con los silencios y con una organización de la página que, gracias a su formato apaisado, facilita el empleo de microsecuencias internas e itinerarios de lectura imprevistos. La casa es una declaración de amor al padre, un relato  emocionante y contagioso que se lee con avidez, pero que deja un poso profundo en nuestro recuerdo.
El mundo a tus pies (Astiberri), de Nadar: había muchos ojos puestos en Nadar después de su aclamada irrupción con esa novela gráfica de vidas cruzadas y mirada social que fue Papel estrujado. El mundo a tus pies ha satisfecho, cuando no superado, todas las expectativas. Hablan muchos ya de crónica generacional y cómic-testimonio de una época y una crisis. A través de los tres relatos que se despliegan en sus páginas, Nadar nos habla de una juventud de la que él forma parte; una generación de jóvenes, más preparados y cualificados que nunca, que se ve abocada a sobrevivir en trabajos de mierda o a huir en estampida de este país, en busca de un futuro incierto, preferible en todo caso a morirse de hambre o seguir viviendo en casa de sus padres hasta los cincuenta. El mundo a tus pies es el espejo de un fracaso, narrado y dibujado con realismo y verosimilitud. Una novela gráfica que duele y que, ahora mismo, respira mucha más verdad que cualquier Telediario.
Rituales (Astiberri), de Álvaro Ortiz: Ortiz ha publicado en este 2015 su obra más redonda (y circular) hasta la fecha. Lo que en un primer instante parece una colección de historias cortas, termina por engarzarse en una red de relatos cruzados que se enhebran gracias a la presencia extravagante de una estatuilla tribal de barro adornada con un gigantesco falo cuya aparición desencadena circunstancias impredecibles para los protagonistas de cada relato: por sus páginas y embrujos pasearán desde estudiantes de bellas artes obsesionados con pisos abandonados, institutrices decimonónicas llenas de lascivia a biógrafos de Caravaggio que se pierden en su propia búsqueda... El de Ortiz es un cómic divertido, lleno de intriga y estupendamente dibujado por un autor que, detrás de su agradable esquematismo caricaturesco, esconde sucios misterios y un inquietante juego de historias cruzadas enhebradas por una maldición muy chunga. Imaginación desbordada la de Rituales.
Chapuzas de amor (La Cúpula), de Jaime Hernández: no hay que leer la gran novela río que Jaime Hernandez lleva más de treinta años construyendo para emocionarse con Chapuzas de amor, es cierto. Sus páginas encierran tanta vida, tanta realidad dialogada y tanta tragedia latente, que incluso el lector desavisado se contagiará de las peripecias de Hopey, Maggie y el resto de la tribu que habita las costas fronterizas de la California mítica y mágica reinventada por el menor de los Hernandez Bros. Chapuzas de amor funciona como tebeo aglutinador y pegamento narrativo de los episodios que han ido dando forma a Locas, la serie que Jaime lleva construyendo desde principios de los años 80. En un juego de saltos temporales, flashbacks y anticipaciones narrativas, en el libro confluyen algunos acontecimientos vitales de Hopey y su familia, que nos ayudarán a entender su existencia como personajes con un pasado, y que nos conducirán hasta su presente como individuos ficcionales cargados de vida. Una pieza más en el puzzle maestro de un maestro del cómic.
Patria (Turner Publicaciones), de Nina Bunjevac: aunque sólo fuera por el puntillismo minucioso influido por la ilustración clásica de su dibujo, ya valdría la pena disfrutar de Patria. Pero si añadimos que en sus páginas Bunjevac narra en primera persona la actividad terrorista de su padre durante los tiempos de la dictadura de Tito, los alicientes se acumulan para empujarnos a recorrer unas páginas repletas de historia, sufrimiento y confesión. Sin sentimentalismos ni nostalgias por los tiempos pasados, Patria se acerca a un territorio espinoso en el que la ética, la geografía y la política tejen un manto capaz de ahogar cualquier experiencia personal o etapa de crecimiento: la vida de Nina Bunjevac y la de su madre y hermanos es tan traumática como excepcional; una de esas existencias únicas que bien merecen ser relatadas y que están esperando a una audiencia de lectores curiosos e inteligentes.
El árabe del futuro: Una juventud en Oriente Medio (1978-1984) (Ediciones Salamandra), de Riad Sattouf: para muchos (paséense por los premios saloneros de este año), el mejor cómic de 2015. Estemos de acuerdo o no, resulta innegable que el señor Sattouf ha firmado una obra mayor (aún por concluir). Repasar la historia trágica del Oriente Próximo de los Sadam Hussein, Muamar el Gadafi y Háfez al-Ásad (con Ronald Reagan de nefasto invitado especial) en clave de humor no es cosa menor, o es cosa mayor, que diría algún intelectual contemporáneo. El árabe del futuro tiene tal cantidad de ideas y gags por página, tanta imaginación en el desarrollo de cada capítulo, que es difícil contener la risa aún cuando en sus páginas se está poniendo el foco sobre algunos de los sucesos políticos más desgraciados del S.XX. Ayuda que, en su particular revisión de su biografía personal y familiar, el autor haya adoptado la mirada del niño, el punto de vista de un chavalín árabe que tuvo la ocurrencia de nacer adornado con unos dorados bucles de angelito. A veces no hay más que contar las cosas como realmente pasaron para seducir a las audiencias; es lo que hace Sattouf con una gracia infinita.
El hombre sin talento (Gallo Nero Ediciones), de Yosiharu Tsuge: el acontecimiento comicográfico del año. Después de muchos intentos, pese a las constantes reticencias por parte de su autor, al fin, Gallo Nero ha conseguido llevarse el “japo” al agua y regalarnos la edición española uno de los trabajos más emblemáticos del genio nipón. El hombre sin talento es un cómic semiautobiográfico en el que Tsuge nos relata sus momentos de dudas como autor de cómics, una ocupación sin futuro ni prestigio incluso en aquel tiempo en el que él llegó a ser un dibujante medianamente apreciado en su país. Antes de aceptar el destino que le convirtió en maestro de maestros, el protagonista de nuestra historia intentó ganarse la vida como comerciante de cámaras viejas reparadas o como vendedor de antigüedades y piedras ornamentales (un “arte” que en Japón se denomina suiseki). El hombre sin talento refiere esos años de penurias y pobreza profunda, una época en la que Tsuge se sintió al borde del precipicio como marido, padre y artista: un hombre sin futuro. Quién se lo iba a decir.
Cómics (1986-1993) (Fulgencio Pimentel), Julie Doucet: no nos olvidemos, esta historia empieza en 1986... La rabia y el bochorno. En los años ochenta y noventa parecía inverosímil que alguien, una mujer, recuperara el testigo autoconfesional de Crumb para desnudarse (literalmente) ante el lector y contarle sus vergüenzas e intimidades más sórdidas. Julie Doucet, casi una adolescente entonces, lo hizo y nos dejó a todos en estado de shock. Por eso, la recopilación ahora de Fulgencio Pimentel en un orgulloso volumen de pastas duras y foto de autora en portada se ha vivido entre sus viejos lectores como todo un acontecimiento (no olvidemos que con Doucet nos movíamos en el terreno de los minicómics autoeditados, el fanzine y las historias cortas desperdigadas en revistas y antologías). Cómics (1986-1993) es un acontecimiento al nivel del del japonés de unas líneas más arriba. Las historias de descubrimiento, desamor, rabia y epifanía de Julie Doucet son una pista para entender el cómic contemporáneo y la novela gráfica; esta mujer es una pionera y merece un respeto, o un homenaje como es este cómic antológico.
Cráneo de Azúcar (Reservoir Books), de Charles Burns: y, al fin, con Cráneo de azúcar, Burns completa su trilogía y cierra el círculo de pesadillas tintinescas, pildoras antidepresivas y flashbacks de adolescencia punk que había comenzado con Tóxico y La colmena. Ya desde su formato de álbum, la trilogía juega al despiste y a la ironía ácida: desde luego, la historia de pesadilla de su protagonista Doug poco tiene que con el género de aventuras que tradicionalmente se asocia al formato francobelga. A partir de una estructura reticulada regular que abunda en cartelas de texto y asociaciones cromáticas, Burns despliega una narración plagada de enigmas, rupturas temporales y líneas de relato paralelas apoyadas en cambios estilísticos, que consiguen desconcertar al lector en cada página. Cráneo de azúcar cierra el círculo y cierra las puertas que se han ido abriendo a lo largo de la serie, pero nos deja con esa semilla de inquietud y desasosiego que los cómic Burns consiguen plantar en nuestra cabeza. Por algo este tipo es uno de los genios del cómic contemporáneo.
Cruzando el bosque (Sapristi Cómic), de Emily Carroll: la joven Emily Carroll tiene el don de los viejos contadores de cuentos. Las historias de Cruzando el bosque encogen el corazón y asustan tanto como debían de hacerlo aquellos primeros cuentos crueles de Andersen, Perrault o los Hermanos Grimm o las viejas murder ballads inglesas; historias destinadas a crear modelos de conducta y a empujar a niños y adultos descarriados por la senda correcta. La diferencia es que, aunque comparta el mismo tono que aquellas, Carroll prefiere hechizar al lector con su fecunda imaginación, en vez de castigarle con didactismos morales. Por lo demás, como en aquellas historias viejas, este libro nos invita a entrar en acogedoras cabañas de madera protegidas por el fuego del hogar, sólo para abandonarnos luego en medio de bosques tenebrosos o palacios habitados por fantasmas y lobos sanguinarios. El dibujo de Emily Carroll también evoca imágenes de otro tiempo, con sus pinceladas sueltas y expresivas, y el uso expresionista del color cargado de intenciones. Cruzando el bosque es una colección de cuentos de los de antes, sí, pero donde Disney puso príncipes azules, hadas y princesas con final feliz, Carroll nos devuelve los monstruos que se esconden debajo de la cama y amenazan con robarnos la infancia.
Por sus obras le conoceréis (DeHaviland Ediciones), de Jesse Jacobs: se propone Jacobs en su cómic una tarea de esas para las que algunos requieren milenios de esfuerzo y proselitismo: completar su propia "biblia", un texto muy poco sagrado que explique la formación del Universo con su peculiar y muy marciana cosmogonía de dioses, bestias mitológicas y aparición de la vida. No es cosa de una semana, desde luego. Para llevar a cabo tamaña empresa, Jacobs se apoya en su fascinante dibujo, un híbrido del underground más clásico, el lowbrow de los Fort Thunder (con Matt Brinkman a la cabeza) y el mitológico imaginario sideral del mítico Jack Kirby. El resultado es una obra cargada de humor e ironía, un trabajo lleno de matices apoyado en un dibujo fecundo, texturizado, y felizmente abigarrado. Alguien debería dejarle a Jacobs reescribir la historia según sus propias reglas.
Lose (DeHaviland Ediciones), de Michel DeForge: DeForge vive en una realidad paralela o, al menos, en sus cómics dibuja una realidad paralela. En las diferentes entregas de su fanzine Lose, lleva ya varios años contándonos historias de hormigas, personajillos deformes e historias de amor adolescente con giros “lynchianos”, pero no ha sido hasta este año cuando DeHaviland lo ha presentado en sociedad en nuestro país, con la edición de un tomo recopilatorio de Lose de algunas de sus mejores relatos cortos (en Estados Unidos la compilación se publicó bajo el título de A Body Beneath). Sin duda es una oportunidad excelente para curiosear en la trayectoria de un artista que, pese a su juventud, ha ido creciendo estilísticamente desde sus primeros trabajos en 2007. Estamos ante uno de esos jóvenes creadores (junto a los Schrauwen, Shaw o Kago) que están reescribiendo desde el presente la Vanguardia Clásica que el cómic nunca tuvo. No pierdan de vista a DeForge, sus naturalezas mutantes y ciudades alienadas merecen la pena de veras.
¡Oh, diabólica ficción! (La Cúpula), de Max: más que un cómic, esta colección de viñetas y reflexiones publicadas en El País, y recopiladas ahora en un único volumen estructurado de forma orgánica, componen un ensayo gráfico sobre el acto creativo y la naturaleza de la obra artística. Con su capacidad para el icono simbólico y la reflexión metadiscursiva, Max nos conduce con humor y mucha ironía por entre los andamios de la construcción literaria y comicográfica; siempre convencional, siempre artificiosa. Nuestra guía será una urraca parlanchina, trasunto de la inspiración y, por tanto, de la voz misma de su creador. A través del discurso del ave (de su elocuencia torrencial) y de sus conversaciones con el lector y con el propio autor, Max nos está en realidad revelando sus procedimientos creativos, sus inquietudes y los secretos que han hecho de él uno de los dibujantes de cómic internacionales más sólidos e inteligentes de las últimas décadas.
Sol Poniente (Edicions de Ponent), de Joaquín López Cruces y Mª Isabel Santisteban: de acuerdo, no es una novedad, pero como joya escondida del cómic español, merece estar en esta lista. De hecho, cuando la editorial Cajal lo publica por vez primera en Almería en 1990 en una edición limitadísima, el libro se convierte casi de inmediato en objeto de coleccionista y material descatalogado. Por eso, hay que agradecerle a Edicions de Ponent que haya recuperado ahora esta historia de exilio, desencanto de postguerra y secretos bohemios. Siempre hemos dicho que Joaquín López Cruces es el último gran romántico del cómic español, su trazo fino, preciso y preciosista, dibuja escenarios perfectos y personajes vivos como una filigrana cargada de detalles y emoción. El guión de Santiesteban revela la historia de un secreto en tres actos, tres relatos que se entrecruzan para contar otra historia, la de la familia Humet, la de sus fantasmas y recuerdos silenciados. Ya era hora de que Sol Poniente dejara de ser también un secreto.