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sábado, enero 06, 2024

Algunos grandes cómics de 2023

Abrimos esta lista-resumen del año apuntando (como ya han señalado algunos de los popes de la crítica comicográfica) al aluvión de grandes cómics que nos ha traído este 2023, con mención especial a las obras de producción nacional. Para nosotros también ha sido un año especial, porque, gracias a Ediciones Marmotilla, hemos conseguido dar luz, al fin, a nuestra La normalización postmoderna (1989-2021) y hemos podido disfrutar de la reedición de La arquitectura de las viñetas que con tanto esmero nos han regalado desde Grafikalismos.

Recordamos pocas temporadas con una cosecha de cómics como la de este curso; muchos de ellos están llamados a convertirse en clásicos y eso que, por el camino, nos hemos dejado bastantes lecturas. Vamos allá con nuestra selección. 

Ronson (Autsaider Comics), de César Sebastián: César Sebastián nos invita a repensar sobre los efectos de la memoria en la biografía de cada uno. Lo hace mediante un narrador ficticio que, a partir de los recuerdos de su niñez, rememora el mundo extinguido de aquella España rural del franquismo; tan triste y tan gris. Una España cruel y reprimida que encuentra, entre los intersticios de la infancia, hueco para la humanidad, el afecto y la resiliencia. En un ejercicio de lucidez nostálgica (que nos recuerda a otras estupendas ficcionalizaciones existenciales que jugaban con la idea de la memoria reconstruida), Ronson establece un doble juego de narración biográfica y de contigüidad simbólica entre el monólogo existencial de su protagonista y las (muy escogidas) imágenes fragmentarias de su recuerdo (en el espacio de su niñez). En ciertos momentos el verbo y la imagen se encuentran en hallazgos felices que condensan la esencia de un cómic agudo y emocionante: “El pasado es un territorio en disputa permanente; tal vez representa menos lo que una vez fuimos que aquello en lo que nos hemos convertido. La memoria recrea y distorsiona y, por tanto, guarda una vaga similitud con la realidad que pretende preservar. Pese a ello, sigo buscando refugio en los vestigios de mi infancia más remota.” 

La espera (Penguin Random House), de Keum Suk Gendry-Kim: Puede que éste sea el cómic más triste que hemos leído en 2023. Como ya demostró con el estupendo HierbaKeum Suk Gendry-Kim es una experta a la hora de contar relatos desgarradores. Hay historias reales tan inverosímiles como la peor distopía concebible por cabeza humana; Gendry-Kim se basa en la biografía de su propia madre y en la de otros dos testimonios reales para construir una ficción que huele a verdad en cada página. La anciana Gwija, la protagonista del cómic, pudo ser una entre las miles de personas que se separaron de sus seres queridos cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, estalló el conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur. Muchos norcoreanos tuvieron que huir hacia el sur para salvar sus vidas durante los enfrentamientos entre las fuerzas comunistas (apoyadas por Rusia) y los proaliados (al lado de Estados Unidos). En ese exilio forzoso, muchos hombres y mujeres se separaron de sus familiares para siempre. Gwija perdió a su hijo y a su marido. La espera remite (con tono inmisericorde y con ese expresionismo airado que caracteriza a su autora) a los breves y muy escasos reencuentros periódicos que, durante estas últimas dos décadas, han venido organizando los gobiernos de las dos Coreas para reunir a familiares perdidos durante la guerra; casi todos ellos son ya octogenarios y nonagenarios y, sin excepción, intentan sobrevivir a las cicatrices incurables de una existencia lacerada por la ausencia y la imposibilidad del olvido.

Lubianka (Norma Editorial), de Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell: Hernández Cava siempre ha sido un intelectual comprometido, un guionista que ha denunciado el fascismo, el terror y la violencia (la de los totalitarismos y el terrorismo, pero también la del capital). Sus cómics siempre se han posicionado al lado de la víctima y del trabajador. Lubianka entra en ese momento epifánico convertido ya en subgénero que podríamos definir como “la caída de venda”. Ese despertar ideológico que muchos pensadores de izquierdas vivieron al leer obras como Archipiélago Gulag o El cero y el infinito, después de constatar que el fracaso comunista, personificado en el reinado del terror de Stalin (con sus purgas atroces, su paranoia asesina y su maltrato caprichoso del pueblo), sólo era comparable al horror nazi. Lubianka narra una biografía ficticia: la de un escritor provinciano entregado a la causa bolchevique, que llega a la capital para convertirse en lacayo del régimen, uno de tantos torturadores que habitaron aquel edificio sombrío que da título al cómic. El trazo expresionista y violento de Pablo Auladell contribuye decisivamente en la creación de la atmósfera opresiva y claustrofóbica que, sin duda, tenían aquellas oficinas y cámaras de tortura que recorrían la Lubianka.

El cielo en la cabeza (Norma Editorial), de Antonio Altarriba, Sergio García y Lola Moral: Altarriba, García y Moral unen esfuerzos, talento y maestría, cada uno en lo suyo, para levantar una historia épica individual que, en un ejercicio fabuloso de proyección simbólica, termina reflejando la historia entera del continente africano y sus tragedias contemporáneas (muchas de ellas necrosadas ya en una dolorosa inercia asesina). De alguna manera, El cielo en la cabeza nos recuerda a aquella otra crónica trágica que el periodista Ryszard Kapuscinski construyera en Ébano, desde la realidad fragmentada de los conflictos africanos. En este caso, la mirada subjetiva del escritor aparece sustituida por el despiadado periplo biográfico del niño Nivek, un superviviente en el infierno. Su historia se levanta a partir de una ficción construida con los cuajarones que marchitan al continente: el de las minas de sangre, los niños soldado, la trata de esclavos, los fundamentalismos asesinos y las pateras-ataúd... La caricatura flexible y maleable de Sergio García (con su concepción macroestructural de la página, sus dibujos trayecto y sus mil soluciones visuales) contribuye decisivamente, junto al uso simbólico del color de Lola Moral, en la narración de ese viaje alegórico, épico y atroz, en el que Altarriba nos empuja poco a poco hacia el corazón de las tinieblas.

Patos, de Kate Beaton: A Kate Beaton la conocemos por sus muy intelectualizados e interdiscursivos gags cortos (de una tira o media página, la mayoría), en los que recorre con humor postmoderno la historia de la cultura universal. Su novela gráfica Patos se aparta radicalmente de aquellos para construir un monumental slice of life autobiográfico acerca de los años que la autora pasó en las explotaciones petrolíferas de Alberta, con la finalidad de pagar la hipoteca con la que había costeado sus estudios universitarios. Beaton recurre a un dibujo desenfadado, esquemático y caricaturesco, que apuesta por un bitono gris para recrear los escenarios industriales en los que se mueven sus protagonistas. Un estilo que, a priori, podría desentonar con el tono costumbrista del cómic, pero que funciona como contrapunto perfecto para mostrar la mirada extrañada de una joven abrumada por aquello a lo que ha decidido enfrentarse día a día: ese monstruo informe e insaciable que cubre la tierra con raíces y tentáculos de metal en las explotaciones petrolíferas y que bestializa al ser humano sacando lo peor que lleva dentro. La historia autobiográfica de Patos funciona así también como carta de denuncia ante los abusos machistas y las aberraciones sociales que ciertos escenarios laborales siguen perpetuando.

Hecha a sí misma (Aristas Martínez), de Alicia Martín Santos: Cuando la sátira se hace con gracia es algo muy serio. Y Hecha a sí misma es una novela gráfica realmente graciosa. En un apunte biográfico al final del libro, se dice que Alicia Martín Santos "estudió derecho y tiene un trabajo serio y normal como asesora jurídica en una multinacional". Si no se trata de otro guiño paródico de los que abundan en el cómic, podemos afirmar que la autora sabe de lo que se habla. Porque Hecha a sí misma se enfrenta a este presente neoliberal y corporativo que nos ha tocado vivir haciendo una disección muy cáustica del funcionamiento interno de las grandes multinacionales que dictan las reglas del mercado global. A través de su personaje principal, Cuca Báumez, esa empleada ya no tan joven, llena de sueños frustrados y anclada al presente alienante de los agravios de género y la falta de oportunidades de una macrocorporación, se nos desvelan los absurdos y los engranajes kafkianos de un sistema viciado por la codicia y esa idea imposible del crecimiento progresivo a costa de la deshumanización. Con un estilo gráfico basado en texturas de collage digital y un manejo audaz de los planos generales, Alicia Martín Santos fabrica una atinada parodia en la que (de paso y aprovechando que Cuca pasaba por allí) también se asoma con mirada aguda a muchos otros abismos contemporáneos, como los de las redes sociales, la IA o la ludificación del mundo laboral. 

Mónica (Fulgencio Pimentel), de Daniel Clowes: Cada cómic de Clowes es el acontecimiento editorial del año. En la página de créditos de su nuevo cómic, Clowes desarrolla, en un apresurado (pero muy significativo) resumen diacrónico de apenas veinte viñetas, la historia completa de la creación del mundo. Mónica encierra otro sumario existencial, mucho más detallado éste, el de la vida atribulada de la mujer que da título al cómic. Su vida funciona así como resumen de un itinerario completo, como un universo privado que se rige por unas reglas propias. Las biografías ficcionales son una de las especialidades del dibujante de Chicago. Casi todas ellas están protagonizadas por outsiders y personajes marginales que habitan una realidad alucinada y paralela. El extrañamiento preside casi todas las páginas de Clowes. Su dibujo se ha depurado y ha añadido matices que han ayudado a dejar atrás la rigidez de sus primeros trabajos y aquella tendencia a repetir rostros (sobre todo los de mujeres jóvenes), que hacían complicado diferenciar personajes entre sí. Además, Clowes se ha convertido en un escritor soberbio.  

Contrition (Norma Editorial), de Carlos Portela y Keko: Contrition es un cómic estremecedor. Como pocos que hayamos leído. Un relato que nos sacude hasta el asco y que nos dejará rumiando acerca de las miserias humanas durante mucho tiempo. Thriller, noir e investigación criminal en el mismo lote. El nuevo cómic de Portela y Keko bucea en las profundidades del alma desde su mismo punto de arranque (los delincuentes condenados por delitos sexuales) y lo hace con buenas dosis de suspense, al ritmo de misterios ocultos y una pesquisa criminal en la que a nadie parece interesarle descubrir la verdad. Los autores construyen su relato de vidas cruzadas a partir de un punto de vista alterno que, en una narración no lineal, nos lleva de un personaje a otro al mismo tiempo que se le revelan al lector las claves y los entresijos de una historia infectada de ponzoña y tan negra como pueda llegar a serlo el alma humana. El dibujo de Keko nos sumerge de lleno en esta oscuridad tenebrosa que domina el relato.

Ultrasound (Libros Walden), de Conor Stechschulte: El apellido más impronunciable del año nos regala uno de los cómics más inquietantes. Una mezcla incómoda entre Todd Solondz y David Lynch, que ya es decir. Con su realismo sucio esquemático (lo de sucio es literal en este caso, ya que Stechschulte parece renunciar a borrar o adecentar las marcas y huellas de rectificados y correcciones) y con su empleo de cinco colores diferentes, Stechshulte despliega una historia en la que nada es lo que parece, en la que cada giro de guion abre una puerta que nos conduce a un sitio todavía más incómodo que el anterior; un lugar en el que las historias de desamor se convierten en experimentos de control social. Nada es casual en Ultrasound, ni las alternancias cromáticas, ni las correcciones sobre la página y los bocadillos, ni las veladuras y capas sobredibujadas, ni los indicios y anticipaciones que se esparcen (a veces de forma casi imperceptible) por cada una de las páginas del cómic… Todo responde al orden superior de una historia basada en los equívocos, el ocultamiento y un psicologismo realmente retorcido. Así que, cuando terminamos Ultrasound, tenemos la impresión de que nunca antes habíamos leído algo parecido. ¿Hay mejor elogio que ese?

El gran vacío (Salamandra Graphic), de Lea Murawiec: ¿Quién no ha tecleado alguna vez su nombre en Google, sólo para descubrir que no somos únicos? Estamos seguros de que la joven dibujante francesa Léa Murawiec tiene un nombre de esos que no se repiten mucho, sin embargo, en El gran vacío plantea una original hipótesis distópica que encaja muy bien en el plano simbólico de estos tiempos de likes, selfies a mayor gloria de uno mismo y vanidad autorrepresentativa en las redes sociales. Imaginemos que todos los aspectos de nuestra vida y nuestra salud dependieran exclusivamente de nuestro nombre y su aparición (“presencia”) en un ciberespacio fractal y multiplicador que termina por confundirse con la existencia misma. El día en el que el espacio público y el espacio privado se confundan con el espacio virtual. La idea no es del todo nueva (recordemos, por ejemplo, aquel inquietante “Nosedive” de la tercera temporada de Black Mirror). Murawiec, sin embargo, desarrolla su propuesta con un apabullante despliegue visual y un original estilo gráfico en el que la expresividad cinética del manga se mezcla con la señalética y con un tratamiento formalista y abigarrado de los espacios arquitectónicos que (hasta en el uso del color) nos recuerda a una versión tridimensional del neoplasticismo de Mondrian y De Stijl. La ciudad en la que vive Mane Naher, la protagonista del cómic, parece ser el único sitio del mundo realmente habitable; fuera de sus márgenes alienantes, sus rascacielos y el espacio (público y privado) invadido por la publicidad nominal (los miles de nombres de sus habitantes que se reproducen sin cesar en muros, carteles, pósteres y pantallas, para constatar su existencia, su “presencia”), no hay nada: sólo ese gran vacío que da título al cómic. Mane Naher, además, ha tenido la mala suerte que de su nombre es el mismo que el de la cantante de moda; hecho que la relega a la insignificancia, a la ausencia de una “presencia” que garantice incluso sus constantes vitales.

El museo (Norma Editorial), de Jorge Carrión y Sagar: ¿Cómo se describe, se abarca o se penetra en los misterios de un museo o de cualquier otra colección? Con imágenes, por supuesto. Pero también con palabras que permitan escrutar en los misterios de la mirada, que permitan desmondar lo superficial para hallar subtextos y lecturas ocultas. Eso es lo que hicieron Carrión y Sagar cuando el Museo Nacional d'Art de Catalunya les ofreció la posibilidad de acercarse a sus salas y sus obras para crear un libro-catálogo-ensayo en torno a su colección. Luego, Norma Editorial decidió publicarlo dentro de su catálogo. Sin embargo, El museo no es un cómic (no sólo es un cómic), es un objeto postmoderno (no tan diferente, en el fondo, de Todos los museos son novelas de ciencia ficción, aquel otro libro que Carrión publicó en 2022 narrativizando otro museo, el Centro José Guerrero, de Granada). Apoyándose en disciplinas como las teorías de la recepción, de la percepción, la estética, la semiótica o la pragmática, Carrión construye una reflexión sobre la mirada en forma de microensayos interconectados, que adquieren entidad gráfica gracias a la fascinante traducción visual de Sagar (en la que abundan recursos y técnicas estilísticas). De este modo, El museo avanza de lo particular (quizás el mayor lastre de la obra recaiga precisamente en su exhaustivo localismo y la sincronicidad de la propuesta) a lo general, dejando por el camino un ramillete de reflexiones de esas que agitan la inteligencia e invitan a mirar de una forma diferente.

El enigma Pertierra (Astiberri), de Fernando Marías y Javier Olivares: ¿Es El enigma Pertierra un cómic siquiera? ¿O se trata más bien de un objeto postmoderno (el segundo en esta lista ya)? En su prólogo el propio Fernando Marías nos arroja algo de luz sobre la cuestión (o no): “En noviembre de 2009 la editorial SM encargó al novelista Fernando Marías la escritura de una novela que habría de ser la primera del género «transmedia» escrita en idioma español para jóvenes. Con el término «transmedia» se denominaba un género, incipiente entonces, que reuniera, además de letra impresa, opciones como páginas web, conexiones YouTube, etc.”. El enigma Pertierra nace, entonces, como objeto interdisciplinar vertebrado por la novela El silencio se mueve (2010), del propio Fernando Marías; la historia de un ilustrador casi olvidado (Joaquín Pertierra) que en los años 70, tras muchos años de ilustrar portadas de libro, trabajos de prensa, carteles y cubiertas de discos, decidió dibujar un cómic para contar su historia. En este punto, aparece la figura de Javier Olivares. Tras la muerte de Fernando Marías (en febrero de 2022), Astiberri ha reunido en un único volumen todo el material intermedial creado por Javier Olivares: las ilustraciones con las que alimentó el blog Pertierra, sus bocetos y el cómic que creó para la novela de Marías; material al que se suman unas páginas de cómic inéditas, que Marías dejó escritas acerca de un improbable encuentro entre Pertierra y el cineasta Jean-Pierre Melville. Dentro de este divertido juego de identidades cruzadas y engaños metaficcionales destaca el talento de Olivares para dar forma a un universo gráfico fascinante en el que el lector se deja “embaucar” con el placer de un cómplice satisfecho.

Krazy Kat. Páginas dominicales (La Cúpula), de George Herriman: Vamos a desdecirnos en un puñado de líneas. La publicación por parte de La Cúpula de los sundays de Herriman es el acontecimiento editorial del año. Hay que tener mucha osadía para lanzarse a traducir a Herriman; a cualquier idioma. Hacerlo así de bien es, además, un hito. No vamos a descubrir a Herriman aquí y ahora (échenle un ojo al nombre de este blog). Su influencia en el mundo del cómic es y ha sido enorme: junto a algunos otros pioneros, como McCay, Feininger o Sterrett, el autor de Krazy Kat fue de los pocos que, con sus dibujos secuenciados, intentaron caminar en paralelo a los artistas de las vanguardias pictóricas; de los pocos que intentaron salirse de esa zona de confort trituradora de cualquier originalidad que delimitaban las exigencias (lúdicas) de un público popular de lectores y las restricciones (draconianas) de una industria que aborrecía las innovaciones. En ningún lugar se adivina mejor la audacia de Herriman que en sus planchas dominicales, cargadas de ideas (y experimentación), de guiños humorísticos (slapstick) y de audaces ejercicios metaficcionales que, hasta ese momento, no parecían compatibles con el lenguaje de las viñetas. Lo demás, la peripecia argumental, el triángulo amoroso que forman sus tres protagonistas y los escenarios metamórficos que caracterizaban a la serie, ya es historia.

sábado, junio 05, 2021

A Single Match, de Oji Suzuki. Melodías extrañadas

En esta última década, parece haber surgido en Occidente un interés renovado por el manga más experimental que la revista Garo publicó durante los años 60-70 a la estela del magisterio de Yoshiharu Tsuge. Shin'ichi Abe, Oji Suzuki, Seiichi Hayashi o Kuniko Tsurita (la única mujer del grupo) han visto recopilados sus relatos en editoriales de prestigio como Drawn & Quarterly. En España, el catálogo espectacular que está confeccionando la editorial Gallo Nero incluye ya varias obras de Tsuge, de su hermano Tadao y de algunos de sus "discípulos" en Garo, como Shin'ichi Abe, de quien recientemente editaron Los sentimientos de Miyoko en Asagaya (hablamos de ella aquí y volveremos a hacerlo más extensamente dentro de no mucho tiempo).

En un momento u otro habíamos tenido la oportunidad de leer páginas de casi todos ellos excepto de Oji Suzuki. Parte de su obra está publicada en francés (Le kimono rouge; Vaste le ciel; Bleu transparent) y en italiano (La casa delle stelle), pero el libro que ha llegado a nuestras manos es A Single Match (edición inglesa de Le kimono rouge), la colección de historias cortas que los canadienses de D&Q publicaron en 2010.  

Los relatos de Suzuki no esgrimen la autobiografía de forma tan obvia como pueda hacerlo Shin'ichi Abe en su idiosincrática interpretación del watakushi manga (‘manga del yo’), ni hacen tanto hincapié en el lirismo como Seiichi Hayashi, que basa su narrativa en la evocación simbólica de las imágenes y en el cripticismo de unas referencias socio-culturales difíciles de descifrar para un lector occidental. Y, sin embargo, tanto estilística como conceptualmente, la narrativa de Suzuki encuentra numerosos puntos de confluencia con los de sus amigos y compañeros de generación. 

En las historias de A Single Match encontramos esas huellas del relato biográfico que define a los mangakas watakushi; por ejemplo, en la obsesión de Suzuki por la infancia entendida como bifurcación y por el modo en el que cada uno construye su propia existencia a base de descartes y decisiones sin vuelta atrás. El relato que titula el volumen, "A Single Match" (pero también "Fruit of the Sea" o "City of Dreams") dibuja un recorrido circular entre el presente y el pasado, y está poblados de alusiones simbólicas a la inocencia perdida, a los instantes decisivos que determinaron la huida hacia un futuro, seguramente, menos feliz de lo que el niño inconsciente podía adivinar. La narración elíptica y simbólica de Suzuki oscurece el significado de unos diálogos y secuencias cuya musicalidad se ve con frecuencia subrayada por recitados y letanía extradiegéticas (canciones, poemas, ruido medial), que actúan como banda sonora connotativa con una intención más evocativa que narrativa. 

Suzuki es, si cabe, más oscuro y tenebroso que Abe, Hayashi o Tsurita. Sus historias están sobrevoladas por una idea de fatalidad que conecta a la existencia con la muerte y los espíritus que la habitan (transfigurados muchas veces en forma de recuerdos, de presagios o sueños en otras), pero también con los deseos incumplidos o la imposibilidad de aprehender la realidad. Lo vemos en el sobrecogedor "Tale of Remembrance", que, como se anuncia en su título, se acerca a la muerte de la hermana desde el plano dolorido de la memoria y la evocación onírica, fantasmal, del ser querido; o en "Crystal Thoughts", en la que el niño proyecta fallidamente sobre un objeto, un aparato de radio, un deseo de trascendencia que le explique la realidad compleja que le rodea; incomprensión que se repite en "Mountain Town", en la que los universos del niño y el adulto recorren vías divergentes que los separan dolorosamente. 

 


El dibujo de Suzuki coincide con el de Abe en su apuesta por un expresionismo feísta que juega con el claroscuro a partir de la imperfección de las tramas y un trazo despreocupado. No obstante, su estilo es, si cabe, todavía más oscuro y evasivo que el de aquel. En muchas ocasiones, sus personajes no son otra cosa que sombras o siluetas perfiladas sobre el fondo oscuro de la noche o el polvo de los caminos. El niño de "Color of Rain" se despierta sobresaltado en medio de sus pesadillas, pero sólo vemos su silueta rodeada por la oscuridad y los presagios de la noche; la figura solitaria del protagonista de  "Fruit of the Sea" se recorta sobre un mar encrespado mientras observa la luz lejana de un faro.

En marzo de este año, Gallo Nero ha publicado Tokyo Goodbye, una selección que incluye algunos de los relatos que Suzuki dibujó en los años 70 y que ofrece al lector español la oportunidad de bucear en la narrativa extrañada y simbólica de uno de los autores más singulares y exigentes del cómic japonés. Una nueva ventana abierta a ese otro manga que representaron los autores de Garo.



miércoles, enero 06, 2021

2020, Cómics para una pandemia

No ha sido este el mejor de los años para el ciudadano. A base de pandemias y crisis encadenadas, nos hemos dado cuenta de que aquello de no hay mejor noticia que no tener noticias es un axioma perfecto para quienes aspiramos a la normalidad. Pero, como decíamos en nuestro último post, hasta un mal año trae buenas noticias. Los lectores perspicaces que hayan sido capaces de interpretar nuestra sidebar se habrán dado cuenta de que, para nosotros, 2020 será un año inolvidable por la mejor de las razones. En términos viñeteros, este ha sido un año igualmente glorioso. Las penurias aguzan el ingenio y no aplacan el buen hacer editorial, parece. 

La nómina de cómics notables de este curso no ha dejado de crecer hasta el último mes del año (como demuestra alguna de estas reseñas); no hemos tenido la posibilidad de leer todo lo que hubiéramos querido (se nos han quedado en el debe cosas como la última entrega de esa estupenda serie que es Orlando y el juego, de Luis Durán, y lo último de Jaime Martín, o lo de Magius y Nora Krug), pero entre lo leído, hay algunos cómics fantásticos. Allá va nuestra selección sin orden de preferencia: 

Preferencias del sistema (Ponent Mon), de Ugo Bienvenu: El cómic del dibujante, escritor, actor y director de animación Ugo Bienvenu sitúa la acción en un futuro culturalmente fantasmagórico, en el que la acumulación y difusión de información lo es todo (vamos, casi como en este presente que vivimos); un futuro en el que el interés de los bienes culturales depende de su capacidad para obtener reproducciones y difusión, más que de su calidad o su valor cultural intrínseco; un futuro en el que hay que sacrificar Odisea del espacio 2010 o la obra poética de Auden, para dejar espacio en el sistema a las retransmisiones de youtubers y a los posados de instagramers. Lo que más miedo da del cómic de Ugo Bienvenu es que todo cuanto cuenta suena perfectamente plausible. Hay quien le critica por su frialdad extrema, una sobriedad subrayada por el realismo de su dibujo (por algo la editorial que creó en 2018 con Cédric Kpannou y Charles Ameline se llama Réalistes) y por sus colores planos. Pero esa nos parece precisamente la mayor virtud de Preferencias del sistema: su precisión quirúrgica para diseñar un futuro distópico que, al margen del avanzado grado de evolución tecnológica y robótica que plantea, huele a presente en cada viñeta. La puerta a la esperanza de esta historia inclemente y sombría está personificada en la pequeña Isi, una niña que nos recuerda que la cultura, la música, el cine y la poesía podrían llegar a ser nuestros últimos rasgos de humanidad en esta inercia de materialismo consumista a la que nos hemos entregado.

El Humano (La Cúpula), de Diego Agrimbau y Lucas Varela: Aventuras de género. Humanoides, astronautas en hibernación y un planeta al borde de la extinción son los ingredientes de una historia de ciencia ficción en estado puro. Robert, el científico humano, regresa a la Tierra después de una hibernación orbital de 549.000 años. Su misión, salvaguardar el futuro de la especie humana después de que éstos estuvieran a punto de acabar con el planeta. Este es el punto de partida para las aventuras del protagonista y sus acompañantes robóticos. Como no podía ser de otro modo, detrás del relato de aventuras se esconden reflexiones acerca de la condición humana y su condición depredadora, que conducen a conclusiones desesperanzadas acerca de nuestra naturaleza vírica y destructiva. El nuevo trabajo de este eficiente tándem de autores argentinos puede presumir de un bonita y estilizada línea clara (en la mejor tradición de la escuela de Bruselas) y de un pulso narrativo vibrante que no abandona el relato hasta su sorprendente giro final.

Devastación (Alpha Decay), de Julia Gfrörer: Una rata le muerde en el cuello a otra; dos perros famélicos se disputan un brazo humano arrancado de cuajo; Agnès, la joven protagonista del relato, amasa el pan de cada día con sus propias lágrimas... Son escenas que marcan el tono de Devastación, el insólito cómic de Julia Gfrörer. Su estilo nos remite a las viejas ilustraciones del siglo XIX de la muerte y lo demoniaco. Su trazo y su irregular rayado nos hacen pensar un Edward Gorey que hubiera perdido el sentido del humor. El elemento gótico (e incluso satánico) se repite en casi todos sus cómics, en los que la fantasía, los místico y lo sobrenatural se mezclan con sorprendente naturalidad, a un paso lento que conecta lo irracional con la vida sencilla de las gentes. La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa como por su apuesta estética. En Devastación la autora elige los tiempos terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Un tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo supersticioso a lo desconocido. 

Del Trastévere al paraíso (Reservoir Books), de Felipe Hernández Cava y Antonia Santolaya: Continúa Hernández Cava (el gran guionista del cómic español) reconstruyendo el imaginario progresista del siglo XX, desde la lucidez democrática y con una mirada crítica y reflexiva hacia la barbarie de los totalitarismos y los extremismos. Se enfrenta en esta ocasión a uno de los episodios más turbios que acompañaron a las revueltas juveniles universitarias del 68 en buena parte de Europa: el surgimiento de facciones terroristas de inspiración anarquista, compuestas, en muchos casos, por jóvenes apenas mayores de edad. Valeria Stoppa, la protagonista de Del Trastévere al paraíso, fue una de aquellas adolescentes que se dejó cegar por el discurso del odio y la cosificación del adversario hasta integrarse en una de esas células terroristas que fueron germen de las Brigadas Rojas italianas. Ahora, desde su madurez, reflexiona acerca de una vida perdida y pone en duda sus propias convicciones de juventud. El dibujo evocador de Antonia Santolaya, con un trazo suelto cercano al esbozo y colores expresionistas, construye una mirada nostálgica y desesperanzada hacia el pasado de una juventud desperdiciada.

Verdad (Liana Editorial), de Lorena Canottiere: El dibujo de Canottiere en Verdad es deslumbrante, con un empleo luminoso y sorprendente del color. Su expresionismo cromático parece ilustrar recuerdos y sensaciones más que una representación de realidad. Las imágenes evocadoras nos acercan a la historia, las historias más bien, que componen la biografía de la joven protagonista que da título al cómic (un nombre propio anómalo, Verdad, cargado de connotaciones e intenciones). El relato serpentea desde el pasado hacia el presente: la niñez de Verdad con su abuela, a la sombra de una madre desaparecida; su lucha en la Guerra Civil Española contra el fascismo; su renuencia a la derrota viviendo en el monte como un maqui... Y todas esas vidas empujan en una misma dirección, confluyen en un mismo anhelo: la búsqueda (utópica) de la libertad. El deseo irrefrenable de la protagonista de construir su propia existencia, sin ataduras, sin dependencias. En ese impulso, la lucha contra Franco, la vida en soledad en la naturaleza o la resonancia lejana, casi mítica, de Monte Veritá (la colonia hippy a la que se escapó su madre) funcionan como escenarios simbólicos e ideales de ese sueño imposible de libertad. Verdad es un cómic con muchas lecturas y, sobre todo, es un verdadero goce visual. 

La esperanza pese a todo. Segunda parte (Dibbuks), de Èmile Bravo: Èmile Bravo sigue embarcado en su tarea de transformar una serie que nació con vocación cómica y para un público infantil en un cómic adulto con conciencia histórica y voluntad política. El segundo volumen de La esperanza pese a todo (de los cuatro que conformarán la saga) continúa la epopeya de Spirou y Fantasio en el contexto de la Bélgica ocupada y colaboracionista durante la Segunda Guerra Mundial. Y Bravo no duda en meter a sus personajes en todos los charcos posibles. Desde la rectitud moral del niño Spirou y la inconsciencia sin malicia de su amigo Fantasio, el dibujante francés plantea una serie de interrogantes éticos acerca la implicación de ciertos países aliados (como Bélgica y Francia) en la contienda; cuestionando además aspectos como el papel de la iglesia o la actitud xenófoba y supremacista del nacionalismo flamenco. Sin abandonar nunca el espíritu original del personaje y su dinamismo aventurero, La esperanza pese a todo plantea una relectura audaz y madura de una de las series clásicas del cómic europeo. La mejor línea clara franco-belga del momento.

Blueberry. Rencor apache (Norma Editorial), de Joann Sfar y Christophe Blain: Mucho de lo dicho en la entrada anterior valdría para reseñar esta revisión de otro clásico del cómic europeo como es las aventuras del Teniente Blueberry, desde el respeto a la creación original de Charlier y Giraud, pero con buenas dosis de atrevimiento e innovación. Dos de los grandes autores del cómic actual se embarcan en una reconstrucción del western a partir del espíritu original de un personaje y una serie que nacieron con un tono fordiano, pero que, en esta nueva entrega, se acercan más a la violencia naturalista y el austero psicologismo de Peckinpah y Sergio Leone, respectivamente. El guion de Sfar desarrolla un episodio de violencia que amenaza con desbaratar la frágil paz que garantiza la convivencia entre los colonos, el ejército de caballería y los Apaches. La historia avanza firme con una tensión creciente, al mismo tiempo que va introduciendo nuevos ingredientes y personajes en la trama. Blain, que ya le había dado una patada al género en su estupenda serie Gus, lleva a su terreno con asombrosa maestría el estilo original de Giraud (aka Moebius) para construir una galería de personajes llenos de matices y dobleces morales. Y, de fondo, la bastedad de un paisaje infinito y reconocible por todo buen aficionado al género. Nos podemos esperar a la siguiente entrega.

La cólera (Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares: La cólera es La Ilíada, reconocible desde su título (con esa palabra empieza el poema épico de Homero). Sin embargo, poco a poco, la mitología se despliega en ambigüedades y lecturas inesperadas. La ironía postmoderna invade los diálogos y va desanclando al cómic del texto clásico. El dibujo oscila entre la reescenificación histórica y el juego simbólico. Se despliega un argumento conocido: el de la alianza de reinos comandada por Agamenón y sus aqueos que asedian la ciudad de Troya; después de nueve años de sitio, Ajax, Ulises y Aquiles parecen a punto de derrotar su resistencia... Avanza el argumento de La colera con pulso y con un despliegue visual apabullante..., hasta que el relato se detiene en una digresión metanarrativa que es un caballo de Troya postmoderno en toda regla. Un metarrelato que pone la historia principal patas arriba y la cabeza del lector de vuelta y media. Después del desconcierto inicial (un desafío de las convenciones lectoras, un desafío de las expectativas, un desafío del equilibrio del relato), recuperamos el pulso y una intuición: la de que aquella Europa de la Grecia Clásica estaba en realidad mucho más cerca de esta otra Europa nuestra de lo que suponíamos.

Un tributo a la tierra (Reservoir Books), de Joe Sacco: La obra de Sacco tiene la cualidad de abrumar al lector. La cantidad de información y el minucioso proceso de documentación que hay detrás de cada uno de sus cómics hacen de ellos una fuente de conocimiento exhaustiva sobre la realidad geopolítica del mundo en el momento concreto de su publicación. Además, en cada nuevo trabajo, el dibujo de Sacco se ha ido enriqueciendo en matices, en una evolución hacia un realismo lleno de texturas que, por un lado, remite al detalle de la ilustración xilográfica clásica, pero que nunca ha abandonado la herencia underground de la que se alimenta la obra de Sacco desde sus orígenes. Por su temática, pudiera parecer que Un tributo a la tierra se aparta de esa línea de periodismo bélico que define la producción del autor, sin embargo, aunque es cierto que la acción de este cómic no se sitúa en medio de una guerra o una zona en conflicto armado, sus páginas también describen un enfrentamiento; un desafío, cruento en muchos casos, del que seguramente depende el futuro de la humanidad: el de la naturaleza frente al dedsarrollo económico. El cómic arranca con una mirada hacia los usos y costumbres de las tribus indígenas del norte de Canadá, que mantuvieron sus formas de vida nómada prácticamente hasta finales del siglo XX. Aquella difícil existencia casi extinguida contrasta dramáticamente con la actual explotación petrolífera de las reservas originales y la adaptación de los nativos al trabajo en las mismas y a los modos de vida occidental. Una adaptación, en muchos casos impuesta por las administraciones políticas y las autoridades religiosas del país. Un tributo a la tierra es un reportaje acerca del cambio climático y la explotación de los recursos naturales, sí, pero también una mirada sincera a la vida difícil de unos pueblos cuya subsistencia depende de esa misma evolución que poco a poco va enterrando sus propias raices. Una vez más, Sacco lleva a cabo un ejercicio magistral de investigación periodística que confía en la inteligencia del lector para penetrar en las zonas grises de la historia. 

Tatsumi (Satori Ediciones), de Yoshihiro Tatsumi: La editorial Satori (especializada en cultura y literatura japonesa) acaba de publicar Tatsumi, un cómic en el que se recopilan algunas de las mejores historias cortas del maestro japonés publicadas entre 1970 y 1972. Los relatos seleccionados (varios de los cuales ya habíamos tenido la oportunidad de leer en nuestro país en las publicaciones de La Cúpula) sintetizan con transparencia la poética del autor y resumen muchos de sus lugares comunes: la sombra alienante de la gran ciudad (“Cría”, “La montaña de los viejos abandonados en Tokio”), la soledad del trabajador asalariado en su lucha por una subsistencia precaria (“Escorpión”, “Querido Monkey”, “La campana fúnebre”), la sexualidad disfuncional como metáfora de la inadaptación social (“Ocupado”, “La primera vez de un hombre”), los estigmas afectivos y las cicatrices de la participación en el bando derrotado de la Segunda Guerra Mundial (“Infierno”, “Goodbye”), etc. Como sucede a lo largo de toda su producción, muchos de los episodios recogidos en este volumen incluyen elementos de naturaleza autobiográfica. En algunas de sus historias, Tatsumi apenas se esconde detrás de sus personajes. Este volumen será una buena introducción para todos aquellos que aún no conozcan al mangaka. La selección de relatos incluye algunas de sus historias cortas más singulares y conmovedoras, como “Infierno”, “Querido Monkey” o “Goodbye”. Además, gracias a los textos que acompañan a la edición (al “Epílogo” del propio Tatsumi se une una “Breve nota biográfica”, no tan breve, y un estudio “Sobre las historias publicadas en el presente volumen”) el lector será capaz de profundizar en la figura y obra de uno de los maestros del manga: el padre del gekiga.

La soledad del dibujante (Sapristi), de Adrian Tomine: Cuando uno de los dibujantes más célebres y admirados del planeta cómic decide aparcar cualquier tipo de autocomplacencia y quedarse en pelota picada creativa delante de sus lectores, puede surgir algo tan honesto y sugerente como La soledad del dibujante (el personal homenaje de Adrian Tomine a la célebre novela de Allan Silitoe). Aunque en su recuento de humillaciones y situaciones embarazosas Tomine abusa de cierto patetismo autocompasivo, lo cierto es que su cómic es realmente divertido. Observar bajo la lupa los complejos y las decepciones de uno de los genios más precoces del medio no deja de ser una lección de humanidad. El formato elegido para la edición del cómic encaja como un guante con esa mismo búsqueda de sencillez y espontaneidad: el de una pequeña libreta Moleskine de cubiertas negras y hojas cuadriculadas (la edición estadounidense incorpora incluso la goma negra de cierre que las caracteriza). Todo funciona en La soledad del dibujante, lo de dentro y lo de fuera. Tomine sigue manteniendo aquel realismo de línea clara que le hizo célebre, aunque su estilo parezca ahora más espontáneo y depurado; y aquellos finales repentinos e inesperados que hicieron de él el Carver del cómic se han convertido en La soledad del dibujante en los gags ocurrentes de un autor que se sabe tocado por el éxito y el talento (aunque en este cómic se empeñe en disfrazarlos a base de humildad, timidez y un fino sentido del humor). 

Los sentimientos de Miyoko en Asagaya (Gallo Nero Ediciones), de Shin'ichi Abe: Los relatos breves que componen Los sentimientos de Miyoko en Asagaya conforman un extraño collage autobiográfico. Lo cierto es que Abe es un autor extraño en sí mismo, diferente. Pertenece, junto a Oji Suzuki o Seiichi Hayashi, a ese grupo escogido de autores japoneses que, bajo el influyente magisterio de Yoshiharu Tsuge, publicaron en la revista alternativa Garo mangas que discurrían entre la experimentación narrativa y cierto simbolismo poético. Como hace Abe en los relatos de este volumen, casi todos ellos recurrieron a episodios de sus propias biografías para proyectar una mirada extrañada de la realidad, muchas veces fragmentarias y profundamente críptica en su subjetividad. Los sentimientos de Miyoko en Asagaya está presidido por un tono decadente y sombrío, por una suerte de pesimismo existencial que empuja a los protagonistas de sus historias a dejarse ir cuesta abajo y malvivir solitarias vidas precarias. Las poéticas imágenes de paisajes nocturnos conviven con un diseño de personajes deliberadamente descuidado; un estilo caricaturesco que deforma rostros y movimientos con la intención de transmitir las emociones particulares de cada instante y situación. El dibujo antirrealista de Abe y su renuncia a una secuenciación convencional en términos de fluidez narrativa consiguen dotar a sus historias de un lirismo intimista que termina por atrapar al lector dentro de su red de significados e insinuaciones. 

A través (Pípala), de Tom Haugomat: Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado, el libro teórico que han publicado la Universidad de León y Trea este año, parece pensado para explicar una obra como la de Haugomat. Es un libro con pocos dibujos y menos texto, pero cuenta muchísimas cosas: una vida entera, de hecho. Lo hace combinando de forma sistemática dos puntos de vista de vista complementarios que crean una rutina secuencial: la mirada subjetiva de su protagonista aparece siempre continuada por el plano general que la explica. Así, a través de los ojos del personaje principal, asistimos a los instantes decisivos de su biografía y, junto a él, pasamos el tiempo de una vida. Las figuras minimalistas sin rostro de A través, sus paisajes evocadores y sus colores planos nos remiten a la ilustración estadounidense de los años 50-60, a aquellos diseños estilizados y utilitarios que abundaban en los magazines más elegantes y sofisticados de la época. Y, sin embargo, pese a esa frialdad aparente, el libro ilustrado/cómic de Haugomat está paradójicamente lleno de emoción y poesía; una lectura rápida de esas que dejan poso y apetece releer de vez en cuando. Un hallazgo.

Regreso al Edén (Astiberri), de Paco Roca: Vuelve quien seguramente es el autor más popular del cómic español reciente y lo hace a lo grande. Regreso al edén continúa indagando en esos procesos de reconstrucción de la memoria, biográfica, familiar e histórica, que ya había explorado en La casa. En este caso, el rastreo del pasado toma como punto de partida tres fotografías, que le sirven al autor para hacer la radiografía de una de tantas familias que vivieron la postguerra española entre penurias y privaciones de todo tipo. La familia elegida es la de su madre Antonia y, a través de su figura, la de sus padres y hermanos, se nos ofrece también el retrato fotográfico de una España que vivía uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. En realidad, el dibujo de Paco Roca tiene también cierta cualidad fotográfica a la hora de capturar con precisión los aspectos básicos de la realidad; pareciera que ningún detalle esencial se escapara a su trazo. En Regreso al edén, además, el autor continúa explorando en las posibilidades simbólicas y narrativas de un lenguaje que domina como pocos otros dibujantes. Este cómic vuelve a demostrar que Paco Roca es un autor en constante crecimiento y, parece, en perpetuo estado de gracia.

Mis cien demonios (Reservoir Books), de Lynda Barry: Es imposible no claudicar ante el estilo naif de Lynda Barry y la honestidad confesional de sus historias. En Mis cien demonios, la autora aborda el género del slice of life desde un original recuento de sus miedos y complejos infantiles. En el prólogo del libro, Barry confiesa cómo decidió inspirarse en los demonios (onis) de un rollo japonés del siglo XVI para elaborar su propia lista de "monstruos" personales a partir de sus recuerdos infantiles y adolescentes. En su enumeración variopinta se cuelan objetos, rasgos de su personalidad y referencias simbólicas a momentos concretos y obsesiones insistentes que, de alguna manera, dejaron una huella en su biografía y marcaron su personalidad posterior: su descoordinada forma de bailar, las discusiones constantes con su madre, la muerte de algún amigo, el olor de su hogar, su apego fetichista a ciertos objetos de la infancia... Mis cien demonios es la prueba palpable de que algunos autores elegidos pueden llegar a resumir toda la complejidad de la existencia en el espacio humilde de una anécdota infantil. El lenguaje sencillo de Barry y el candor infantil sus ilustraciones encierran momentos reveladores y una emoción verdadera que se contagia al lector casi desde las primeras páginas. Un cómic para todos los públicos que difícilmente decepcionará a nadie.

Mono de trapo (Barrett), de Tony Millionaire: Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En toda su producción, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc. Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas. 

Rosie en la jungla (Fulgencio Pimentel), de Nathan Cowdry: Los personajes de Cowdry son simplemente adorables. El achuchable perrito algodonoso y las bellas muchachas de formas redondeadas que protagonizan Rosie en la jungla tienen cierto aire disneyano, aunque en su diseño se observan también influencias del manga y del surrealismo pop big eyes. Sin embargo, lo que parecería la materia prima adecuada para una historia infantil o un relato de shojo manga, en manos de Cowdry sirve para construir un cómic de jóvenes traficantes de droga, mascotas que utilizan sus estómagos como mula y agresivas bragas parlanchinas dispuestas a matar y morir por un puñado de libras. Sexo duro, violencia y transgresión en un envoltorio de caramelo. Perturbador y fascinante a partes iguales. Como señala alguien en la faldilla promocional del libro, la experiencia de leer Rosie en la jungla se parece un poco a ver una película porno por primera vez. A ratos, uno intenta mirar para otro lado, pero no hay manera.

miércoles, abril 25, 2018

Recomendaciones para "el día del cómic", en Culturamas

Éstos han sido los cómics que hemos recomendado para el día del libro en Culturamas, nuestro boletín cultural favorito:

Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books) de Emil Ferris: El cómic de Ferris fue el gran triunfador del curso pasado en Estados Unidos y se esperaba su publicación en nuestro país como todo un acontecimiento. La autora ha facturado una obra inclasificable en la que el bolígrafo, los lápices de colores y el rotulador recrean sobre hojas pautadas de cuaderno un cuento grotesco habitado por niñas que quieren ser monstruos, jóvenes pandilleros, madres sobreprotectoras, mujeres asesinadas y un vecindario espeluznante lleno de secretos. Detrás de todo ello, se despliega un monumental ejercicio simbólico acerca del crecimiento personal y la supervivencia, un relato turbador y heterodoxo que combina su ritmo hipnótico con un talento gráfico desatado. Lo que más me gusta son los monstruos es un cómic que no puede dejar indiferente a nadie.
Oscuridades programadas (Salamandra Graphics), de Sarah Glidden: Una expedición a Oriente Próximo en plena crisis de refugiados (los que huían de su país después de la Segunda Guerra de Iraq en 2010), un colectivo de jóvenes periodistas independientes (los miembros de Seattle Globalist) y una dibujante que se embarca en la misión con el fin de recoger en viñetas la crónica de lo acontecido. Éstos son los ingredientes de Oscuridades programadas, una voluminosa novela gráfica que se mueve en el territorio metaficcional de una obra que se construye a sí misma mostrando el proceso de su elaboración; pero también un reportaje periodístico en sí mismo: una reflexión honesta y comprometida acerca la responsabilidad directa de Estados Unidos (y Occidente en general) en los conflictos de Oriente Próximo. Oscuridades programadas es una reflexión fascinante sobre el acto de ser periodista y sobre el acto creativo que supone la creación de un cómic.
El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Dibbuks), de Sonny Liew: El reciente ganador del Premio a Mejor Obra Extranjera del Salón de Cómic de Barcelona 2018 es un trabajo portentoso alrededor de la biografía simulada del dibujante de cómics Charlie Chan Hock Chye; tan falso él como su obra. A través de la ficcionalización vital del personaje de ficción, Sonny Liew reconstruye la historia reciente de Singapur, al mismo tiempo que levanta ante nuestros ojos un gran fresco de la historia del cómic. Así, el relato del crecimiento artístico del dibujante protagonista (con sus diferentes fases de evolución estilística) nos permite acercamos indirectamente a la obra de maestros del cómic como Winsor McCay, Walter Kelly, Osamu Tezuka, Jiro Taniguchi, Jack Kirby o Frank Miller. De este modo, el itinerario formativo de Charlie Chan Hock Chye se convierte en un gran collage postmoderno de estilos, guiños y citas a la historia del cómic. Un collage multidisciplinar que combina las fotografías familiares, ilustraciones, cuadros y recortes de periódico de una vida que nunca fue.
Si quieren conocer las muy interesantes recomendaciones del resto de colaboradores, entren y vean: "Los libros, los cómics".

jueves, febrero 08, 2018

Comicperiodismo: Oscuridades Programadas, de Sarah Glidden, en ABC Color

ABC Color nos ha prestado su tribuna para hablar de ese excelente cómic que es Oscuridades programadas, de Sarah Glidden, y para reflexionar sobre el comicperiodismo y su estado actual. Les dejamos aquí mismo las planillas centrales del suplemento y el artículo íntegro: "Los caminos del comicperiodismo: Oscuridades Programadas, de Sarah Glidden".
Las referencias al mundo del periodismo como fuente de creación de ambientes o inspiración argumental han sido recurrentes en la historia del cómic. Desde Clark Kent a Kurt Severino (el personaje del Berlín, de Jason Lutes), pasando por Tintín o el inefable Reporter Tribulete, los tebeos han estado habitados por multitud de periodistas y fotógrafos que desempeñaban sus faenas reporteriles a la luz de una viñeta. En principio, la excusa temática para explorar parajes desconocidos, dar a conocer a personajes extravagantes y desentrañar misterios no podía ser mejor.
Sin embargo, en estas líneas no nos referiremos al periodismo como medio inspirador, sino como materia constitutiva y vehicular. Hablaremos de cómics que se alimentan de la naturaleza del periodismo, es decir, que funcionan en sí mismos como crónicas, noticias o reportajes de investigación. De cómics que, por así decirlo, podrían haber sido o han sido hechos por periodistas. 

Pioneros
La mención primera es obvia. No hay reseña o análisis de Maus que omita su Premio Pulitzer en 1992; unos premios anuales que se conceden a los mejores trabajos de investigación periodística. En su obra (que probablemente supuso el pistoletazo de salida al auge contemporáneo del formato de la «novela gráfica»), Art Spiegelman narraba, mediante una recreación fabulística protagonizada por ratones y gatos, la historia del holocausto a través de los ojos de su padre, Vladek, superviviente de Auschwitz. Pero al mismo tiempo, en un juego de metarrelatos y niveles narrativos, describía el proceso de recreación de ese relato: de este modo, la obra se componía, en su primera parte, de la historia de supervivencia de Vladek; mientras que la segunda reconstruía narrativamente los encuentros entre Spiegelman, su padre y su madre adoptiva que hicieron posible la historia inicial. De este modo, Maus incluye la disección de su propia génesis: el cómo se hizo Maus.
Lo que más nos interesa aquí, sin embargo, es la naturaleza de un trabajo que tuvo mucho de investigación y de reportaje periodístico. Spiegelman ahondó en las raíces del infierno nazi e intentó derribar la coraza de autoprotección de algunas de sus víctimas para ofrecer una crónica honesta de su sufrimiento sin ahorrarse en el empeño sofocos personales y angustias existenciales.
Spiegelman rompió una barrera que llevaba décadas resquebrajándose: la que sujetaba al cómic dentro del territorio de la ficción. Las confesiones personales de los creadores transgresores del underground o los experimentos sociológicos y reivindicativos de los autores europeos habían puesto en duda la naturaleza misma del cómic, demostrando que, además de un objeto cultural o una obra de entretenimiento, el cómic era un lenguaje, que se amoldaba a cualquier tipo de discurso narrativo. Incluido el periodístico.
La influencia de Maus se extendió con rapidez. Una vez abierto el dique, la marea fue imparable. Persépolis, de Marjan Satrapi, también funcionaba como crónica filtrada por vivencias subjetivas: las que experimentó la propia autora durante su niñez en Irán durante la llegada al poder del integrismo islámico de los ayatolas. No obstante, en este caso el relato añade multitud de elementos biográficos y simbólicos (sobre todo en su parte gráfica, con una influencia directa de David B. y su obra La ascensión del gran mal, 1996), que introducen unos niveles de imaginación y de recreación fantasiosa que contrastan con la presentación objetiva y rigurosa que se le presupone a un ejercicio periodístico.
Un ejemplo similar es el de los trabajos del canadiense Guy Delisle, que se apartan del reportaje periodístico puro y duro con intenciones humorísticas reforzadas por el empleo de una caricatura muy sintética y expresiva. Shenzhen (2000), Pyongyang (2003) y Crónicas birmanas (2008) son obras que se mueven a medio camino entre el relato de viajes, la comedia costumbrista y la crónica corresponsal. 

Joe Sacco: El maestro del cómic periodístico
Pero si hay un autor que encaja como un guante en la etiqueta de comicperiodismo, es sin duda el norteamericano (maltés de nacimiento) Joe Sacco. En sus obras no hay atisbo de la fabulación, el simbolismo, la fantasía o el humor que convertía a los ejemplos precedentes en acercamientos híbridos al ejercicio periodístico. Joe Sacco es un periodista que no escribe reportajes, los dibuja. De ello dan fe sus colaboraciones habituales en medios como The Guardian, Harper’s Magazine o The Washington Post.
En sus cómics, habitualmente Sacco se dibuja a sí mismo como interlocutor de los personajes a los que entrevista. A partir de esos testimonios dibujados secuencialmente, reconstruye con rigor la crónica histórica de conflictos bélicos enquistados en el mapa de las zonas calientes: Palestina: en la franja de Gaza (1993-1995), Gorazde: zona protegida (2000), El mediador (2003), Notas a pie de Gaza (2009)… Pese a su autorrepresentación, intenta huir de cualquier tipo de subjetividad o de juicio de valor. En sus reportajes son los hechos y los personajes quienes hablan y ayudan a construir la historia.
Uno de los mejores ejemplos recientes de cómic periodístico en español es Los vagabundos de la chatarra (2015). Sus autores, el dibujante Sagar Fornies y el escritor/periodista Jorge Carrión, se acercan a los efectos de la crisis económica que ha sumido a Occidente en un largo periodo de políticas de austeridad, recesión económica y pérdida de derechos sociales y laborales. Se sumergen en una Ciudad Condal subterránea, desconocida, habitada por los Otros: ciudadanos que sobreviven en una precariedad irresoluble y en un estado de indefinición por lo que respecta a su situación legal y civil. Bastantes de ellos son inmigrantes ilegales, otros, pequeños criminales reincidentes y, casi todos, víctimas (y «esclavos a sueldo») de todo tipo de mafias.
El epílogo del cómic es el resultado de una conversación (una entrevista informal) en viñetas entre el guionista, Jorge Carrión, y un Joe Sacco que se encontraba de visita en Barcelona; el encuentro se desarrolla entre paseos y comidas, en presencia de Sagar y otros amigos. En un momento dado de la entrevista se desarrolla el siguiente diálogo:
- Jorge Carrión: Yo creo que el auténtico New Journalism está en el cómic de no ficción.
- Joe Sacco: Puedes decir que el cómic es una nueva estética, estoy de acuerdo. Pero no conozco el panorama general como para saber si es el único lenguaje que está aportando algo nuevo. Tal vez hoy haya documentalistas que lo están haciendo también en cine… 
- JC: Tienes razón: la renovación formal se está produciendo en varios lenguajes. ¿Qué es lo que no se puede perder, lo que hay que conservar? 
- JS: Lo que importa del periodismo es el compromiso. Los hechos importan. La realidad importa. Las víctimas imperan. Hay que cuestionar el poder. Esos son los fundamentos morales que hay que defender. (…) 
- JC: Art Spiegelman es el gran referente del cómic autobiográfico, y tú lo eres del periodístico. Sois por tanto los maestros, voluntarios o no. ¿Cómo ves la próxima generación de autores de cómic de no ficción? 
- JS: Josh Neufeld y Sarah Glidden son buenos. Hay una nueva generación de dibujantes y autores franceses, como los que agrupa la revista XXI. O españoles también, que siguen trabajando en el cómic como experimento. Es lo bueno de este lenguaje: que todo está en marcha, todo se está haciendo, es todavía posible encontrar nuevas formas para acercarte a un tema... 

Sarah Glidden: Oscuridades Programadas
En el año 2010, la dibujante Sarah Glidden se unió al colectivo de periodistas independientes Seattle Globalist en una expedición a Irak y Siria para realizar reportajes periodísticos sobre la situación posbélica en Oriente Próximo (acababa de concluir la Segunda Guerra de Irak). El proyecto de Seattle Globalist había sido concebido cinco años antes por iniciativa de Sarah Stuteville, Alex Stonehill y Jessica Partnow, periodistas aficionados y amigos de Glidden. Además de ella, a la expedición se unió el excombatiente en la Guerra de Irak Dan O’Brien. De las experiencias del viaje y de las muchas entrevistas realizadas sobre el terreno nace Oscuridades programadas, un ejercicio de comicperiodismo de Sarah Glidden.Glidden recurre al mismo rol de dibujante-periodista-personaje que inaugurara Joe Sacco. Utiliza la autorrepresentación para mostrarnos visualmente el desarrollo de la noticia desde dentro y se sitúa en el plano doble de personaje y testigo en primera persona que intenta trasladar objetivamente la veracidad de los hechos a un formato de secuenciación en viñetas.
En la introducción, la propia Sarah advierte de los inconvenientes de su propuesta. Está por un lado el problema de la limitación espacial: la naturaleza gráfico-textual del cómic exige un ejercicio de concisión mayor que cualquier otro formato «literario». Así, aunque en los comentarios a su trabajo señala que todos los testimonios recogidos son veraces, reconoce que «las conversaciones transcriptas han pasado por una fase de edición y condensación con el fin de que se transformaran en el guión de un cómic legible que no tuviera un millar de páginas».
Pero sobre todo, asume la autora, debe tenerse en cuenta el hecho de que toda narración supone un proceso de reconstrucción y, consecuentemente, una ficcionalización de los hechos relatados. Así, señala que ha moldeado los «hechos y diálogos reales para componer una historia, pero la vida de una persona no es una historia. Todos creamos narraciones de nuestras propias vidas, destacando algunas experiencias y dejando otras de lado. (…) Cuando contamos nuestra historia a alguien, esa otra persona presta atención a ciertos detalles y pasa por alto otros, un proceso que se acentúa cuando esa persona narra la misma historia a un tercero. Por ese motivo es imposible alcanzar una objetividad real en el periodismo narrativo (y podría decirse lo mismo de cualquier otro tipo de periodismo)».
En el caso de un cómic periodístico existe, además, la mediación interpuesta del dibujo. El autor debe adoptar una decisión por lo que respecta a la elección de un estilo gráfico. Esto añadirá nuevos matices al debate de la «objetividad» y supondrá un nuevo filtro por lo que respecta a la interpretación de la realidad. Sacco optó por un estilo heredero del underground (a medio camino entre el realismo y la caricatura), apoyado en una trama profusa y un rayado abundante: un dibujo que provocaba cierto distanciamiento de la condición trágica de los sucesos narrados. Glidden apuesta por un naturalismo de líneas sencillas y cierto minimalismo en la puesta de escena. Para reforzar la expresividad y el realismo de su propuesta, recurre a unas acuarelas que, con sobria brillantez, añaden color y tridimensionalidad al conjunto.
La historia de Oscuridades programadas respira veracidad a lo largo de todo su recorrido. En el viaje real que hicieron sus protagonistas, el trayecto fue tan importante como la estancia en las zonas de conflicto. En trenes, aviones y taxis, los cuatro miembros de la expedición (Jessica Partnow solo se les unió en la última fase) ultimaron los preparativos: en el largo viaje en tren que les llevó de Turquía a Irán al comienzo del periplo, por ejemplo, organizaron sus ideas, establecieron un plan de actuación y un sistema de edición de los contenidos. Luego, desde la ciudad de Van y su campo de refugiados, se adentraron en Irak a través del Kurdistán, antes de dirigirse a Suleimaniya a investigar la extravagante y dramática historia de Sam Malkandi: refugiado de guerra kurdo-iraquí realojado en Estados Unidos y más tarde extraditado de nuevo a Irak por una relación tangencial, nunca probada del todo, con los atentados del 11-S.
Oscuridades programadas reflexiona sobre hechos de la historia reciente cuyas consecuencias y desarrollo ulterior conocemos bien. De su lectura pareciera deducirse ese mensaje desesperanzado de que no importa cuán mal estén las cosas, porque siempre pueden ir peor. Cuando los cuatro periodistas llegan a Siria y comienzan a entrevistarse con refugiados iraquíes que intentan rehacer su vida en el país vecino, nada parecía anunciar la ola de devastación que solo un año después habría de destruir el país y contagiarlo de la debacle iraquí. Así, leemos las reflexiones de Glidden en 2010 con un sobrecogedor escalofrío anticipatorio: «Siria es un refugio de la violencia sectaria que en Irak enfrenta a suníes y chiíes y a otras minorías. Hasta ahora, esas luchas nunca han traspasado la frontera. Estas personas viven en pisos en la ciudad, no en tiendas de campaña. La lengua y cultura sirias les resultan familiares y sus hijos pueden escolarizarse gratuitamente en primaria y secundaria. Pero su vida está lejos de ser fácil. Para empezar, a los refugiados no les permiten trabajar». Es imposible no preguntarse qué habrá sido de aquellos refugiados, miembros de una clase media iraquí que lo perdió todo tras la invasión; pero es igualmente difícil no pensar en la nueva oleada de desposeídos sirios que se ha unido a aquella primera marea de refugiados y de cómo el que era un país de acogida se ha visto transformado en un nuevo campo de muerte y desolación habitado por sombras que tratan de escapar de él.
Oscuridades programadas reflexiona también sobre la responsabilidad de Occidente en el proceso de desintegración de unos países que sujetaban su precaria estabilidad al gobierno de sátrapas y dictadores; países cuya dinámica histórica pareció ajustarse a los intereses de Occidente durante largo tiempo. La figura del exmarine Dan O’Brien es fundamental en este proceso de asunción catártica que intenta desviar la mirada patriótica de las gestas de un ejército de liberación, hacia el espacio luctuoso de las vidas rotas y el dolor infringido en una población civil que, mal que bien, sobrevivía en una paz estricta y amordazada. En ese territorio de asunción de responsabilidades se despliega uno de los conflictos interiores que se desarrollan en Oscuridades programadas: el del soldado Dan, muchas de cuyas certezas y convicciones se desmoronan poco a poco.
El cómic de Glidden es un reportaje periodístico que avanza en la línea metaficcional que la novela gráfica ha adoptado en las dos últimas décadas, pero también es un doble ejercicio autorreferencial sobre el acto de ser periodista, en primer lugar, y sobre la realidad del dibujante de cómics, en segundo. No se limita a ser un cómic que funciona como reportaje periodístico, sino que disecciona las dos profesiones desde dentro. En su construcción, el proceso resulta tan importante como la historia final que se edifica en el reportaje: por eso, en sus páginas asistimos a los fatigosos preparativos y tiempos muertos previos al reportaje, se nos desvelan las dificultades técnicas que implica la construcción de una noticia y de un cómic, somos testigos de los obstáculos que se presentan durante los procesos de investigación y creación y, por último, se nos hace partícipes de la construcción ficcional que implica toda narración (periodística, comicográfica, audiovisual, etc.). Al penetrar en los procesos intestinos de la construcción de la historia, el lector mismo pasa a formar parte de la creación metaficcional que edifica su autora: un cómic dentro del cómic, un reportaje periodístico que se construye a sí mismo mientras se bucea en su proceso creativo. Postmodernidad en estado puro.
En las primeras páginas, Sarah Glidden le pide a su amiga, la periodista Sdlarah Stuteville, que le dé una definición de periodismo. Esta, después de dudarlo, le responde que comparte esa idea que circunscribe su profesión a todo «lo que sea informativo, verificable, responsable e independiente». Una de las preguntas que se plantea esta novela gráfica es, precisamente, qué cuota de responsabilidad debemos asignar al periodismo actual en la ecuación de injusticias e inequidades globales. La misma Sarah se lo cuestiona en las páginas finales del cómic: «Que la gente considere el periodismo poco ético… me saca de mis casillas, pero en cierto modo entiendo por qué. (…) Muchos factores están contribuyendo al declive del periodismo tal y como lo conocemos. Internet y los modelos económicos tienen mucho que ver. Pero también el elitismo y la arrogancia, y la desconfianza en los periodistas y los medios. Obviamente, lo que precedió a la guerra de Irak no ayudó nada. Ni el auge del estilo tendencioso de los informativos de canales privados, ni la politización, que haya medios de izquierdas y de derechas…».
Una vez leído el cómic de Glidden, tenemos la sensación de que Oscuridades Programadas es periodismo del bueno, pero nos surge la duda de si, en estos tiempos de posverdades y noticias redactadas al dictado de intereses espurios, hay tantos periodistas que de verdad hacen honor a tal nombre.