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martes, junio 15, 2010

Charlas comiqueras en la Universidad de León

Andamos liadillos últimamente, lo habrán notado. Por ahora, hasta que recuperemos ritmo, les comentamos un breve que no queremos que se nos pase. Resulta que hace unos días ya se han abierto los plazos para los cursos de verano de la Universidad de León. Entre ellos hay uno que brilla como un buen tebeo: Cómic y cine de animación. Últimas tendencias y relaciones con otros lenguajes. Tendrá lugar en la Obra Social de Caja España, los días 5, 6, 7 y 8 de julio de 2010 y su duración será de 30 horas.

El programa incluye nombres y charlas de esas que no apetece perderse; expertos, autores de relumbrón, blogueros de referencia, estudiosos... Échenle un vistazo (pinchen en la imagen para ampliar):


A nosotros nos han invitado a dar una charla sobre el cómic y sus posibilidades expresivas. Hemos decidido elegir a tres autores por los que, en esta casa, tenemos especial predilección: Ware, Shaw y Chippendale. Básicamente, porque nos parecen tres de los creadores que, con muy diferentes intenciones, medios y resultados, más han arriesgado a la hora de buscar nuevas vías expresivas para el cómic en los últimos años. Queremos dar las gracias más sinceras a José Manuel Trabado, organizador y director del curso, por habernos invitado a un evento del que,estamos seguros, sólo sacaremos experiencias positivas y magisterios memorables.

Si quieren unirse a nosotros, ya lo saben, referencias aquí y aquí. No se vayan demasiado lejos, retornamos en breve.

miércoles, septiembre 23, 2015

Cómics Online: Go Get a Roomie!, de Chloé C. Divertida desvergüenza

Por causas que les explicaremos en otro momento, estamos últimamente volcados en un campo, el de los cómics online, que teníamos bastante abandonado. Así que, aprovechando el rebufo, les vamos a "regalar" una dirección web que es un cajón lleno de sorpresas y momentos de diversión a coste cero:
Hablamos de Hive Works Comics, una página de hospedaje para proyectos digitales, que promociona y ayuda a los artistas a obtener beneficios con la difusión de sus trabajos. Aunque muchos de ellos son nombres desconocidos para el lector de cómics habitual, el catálogo de artistas y la calidad media de los trabajos expuestos es ciertamente notable, con profusión de contenidos eróticos, humorísticos y fantásticos. Casi todos los cómics de Hive Works Comics responden al formato de tira o página comicográfica trasvasadas al medio digital.
Go Get a Roomie! es un buen ejemplo de sus contenidos. Chloé C. comenzó su serie en 2010 sobre una premisa ingeniosa y un divertido personaje principal: Roomie es una muchacha feliz, un poco hippy, lesbiana, desinhibida y amante de la cerveza, que ha decidido huir de compromisos, ataduras y domicilios estables. Sus días pasan entre su cervecería de cabecera, las casas de sus amigos y sus múltiples novias, a quienes "gorronea" regularmente alojamiento y con quienes comparte cama, risas y desacuerdos. Roomie es una nomada de la noche y su vida es un cúmulo de situaciones divertidas que Chloé C. desarrolla con mucho humor, buenas dosis erotismo y sana irreverencia.
http://www.gogetaroomie.com/comic/professional-sleeper
La tira se actualiza tres veces por semana y, después de cinco años, muestra una salud excelente; además, con el tiempo, su autora ha depurado su estilo gráfico, con una línea que nos recuerda cada vez más a artistas como Jeff Smith o Scott Chandler (ese trazo sensual y disneyano al mismo tiempo). De tanto en cuanto, Chloé C. alterna sus tiras habituales con composiciones de página más osadas y pequeños "extras" que ayudan a completar y dotar de matices al divertido universo de sus personajes. El éxito de Go Get a Roomie! se ha visto reflejado en un variado merchandising y en la edición en papel de los materiales online.
http://www.gogetaroomie.com/comic/scarf
Diversión, provocación y entretenimiento en estado puro. No siempre hay que buscarle trascendencia a cada viñeta que leemos, ¿verdad?

sábado, enero 06, 2018

Los cómics de 2017 en Little Nemo's Kat

Llevamos años ya en los que se nos acumulan tantas buenas lecturas que resulta difícil elegir unas para dejar otras fuera. Bendita edad de oro de la novela gráfica. En aras de la variedad pero sin traicionar nuestros gustos, hemos llevado a cabo una selección amplia con aquellos cómics que más nos han gustado este curso. Una de las mejores noticias, sin duda, es que desde hace unos años entre estos favoritos cada vez aparecen más y más autoras de cómics cuyo trabajo brilla con luz propia y marca un camino de normalización de género sin vuelta atrás. Sin orden claro, pero con el mejor concierto del que hemos sido capaces, ésta es nuestra lista de Reyes con los cómics de 2017: 

La levedad (Impedimenta), de Catherine Meurisse: Catherine Meurisse era dibujante de Charlie Hebdo en la fecha del atentado terrorista contra la revista que acabó con la vida de doce personas. La levedad es un cómic  de superación y exorcismo, una confesión analgésica cargada de pena, desconcierto y un poco de esperanza. En La levedad, Meurisse hace un relato de la angustia de quien permanece mientras todos se van (salvó su vida porque ese día fatídico llegó tarde a la redacción), un perfil psicológico, sentido, desgarrado y muy personal, de la angustiosa ingravidez en la que flotó como un fantasma durante los meses siguientes al atentado. La levedad es un cómic de retazos organizados en breves secuencias de linealidad emocional, más que cronológica. Su relato en viñetas está cargado de metáforas visuales y un humor trágico. Quizás no existan muchas más formas de sobrevivir al sinsentido. 

Oscuridades programadas (Salamandra Graphic), de Sarah Glidden: En el año 2010, la dibujante Sarah Glidden se unió al colectivo de periodistas independientes Seattle Globalist en una expedición a Siria e Iraq, con la intención de realizar diversos reportajes periodísticos sobre la situación postbélica en Oriente Próximo (acababa de concluir la Segunda Guerra de Iraq). El resultado de aquel viaje es Oscuridades programadas, una voluminosa novela gráfica que corrobora el auge actual del cómicperiodismo. Oscuridades programadas avanza en la línea metaficcional que la novela gráfica ha adoptado en las últimas décadas, pero también es un doble ejercicio autorreferencial: en primera instancia, sobre el acto de ser periodista y, finalmente, sobre la realidad del autor de cómics. De este modo, el trabajo de Glidden no se limita a ser un cómic que funciona como reportaje periodístico, sino que disecciona las dos profesiones desde dentro, la del periodista y la del dibujante, con la honestidad y veracidad de quien ha vivido aquello que narra y ha sido testigo de los dramas que sacuden el Globo.

Hernán Esteve (Libros de Autoengaño), de Esteban Hernández: Hernán Esteve es un trabajo de una honestidad brutal. Lo es por su empleo del género autoconfesional sin excusas y porque desde la primera página le agarra a uno y le zarandea hasta el final con un sopapo en la cara en forma de beso. En su nuevo cómic, Esteban da un paso más allá, para quedarse en pelota picada delante del lector. Sin más parapeto que un alterego que apenas esconde nada y que, por si quedara alguna duda, termina por romper cualquier espejismo de ilusión en la brillante secuencia final de la conversación entre el autor y el personaje, entre Esteban y Hernán, entre el otro que soy yo y su proyección dibujada sobre la página.

Estamos todas bien (Salamandra Graphics), de Ana Penyas: El primer trabajo de Ana Penyas tiene forma de homenaje reivindicativo. Es un cómic dedicado a sus abuelas Maruja y Herminia y, a través de ellas, a todas nuestras abuelas: mujeres diferentes que criaron a sus hijos en circunstancias y problemáticas muy diversas, pero que compartieron en su mayoría el ninguneo de una sociedad en la que a ellas se les dejaba poco margen de acción y palabra. Durante el franquismo y los años posteriores a la muerte del dictador, el machismo campaba a sus anchas y regía las normas de comportamiento en nuestro país. En ese tiempo, ser mujer, madre, ama de casa y esposa era un trabajo silencioso a tiempo completo, ni era fácil ni estaba reconocido. Aquellas mujeres sacaron adelante a nuestras familias y por eso Penyas las ha hecho protagonistas de una historia que avanza con pequeños gestos cotidianos y frugales miradas al pasado. Pero lo que más nos gusta de Estamos todas bien es su realización gráfica, una técnica mixta de lápices, fotografías, ceras, pinturillas y recortes, para componer un collage en el que el hule de la mesa camilla, el papel de la pared y el estampado de la falda plisada de la abuela son más auténticos que los de verdad. Mucho respeto, mucho cariño.

Poncho fue (La Cúpula), de Sole Otero: Hasta en la pareja más feliz late un infierno escondido. Sole Otero nos relata una historia de amor envenenado y pasión tóxica que respira verdad biográfica en cada viñeta. El título hace referencia a uno de esos juegos de convivencia (un “la llevas”) que alimentan las rutinas de las relaciones nacientes. Uno de esos pequeños ritos que sujetan el amor a las rutinas cotidianas. El dibujo de la autora, caricaturesco, sencillo, casi infantil, parece apoyar esa inercia de positivismo romántico que envuelve al enamoramiento incipiente. Sin embargo, a medida avanzan las páginas de Poncho fue, los miedos, las inseguridades y las obsesiones se apoderan de su historia, de sus personajes e incluso del dibujo de su autora, que cada vez se torna más simbólico, con sus metáforas visuales y su uso disruptivo (casi pesadillesco) de colores saturados y páginas conceptuales. En este punto, el cómic se convierte en un ejercicio de supervivencia: el de su protagonista, la joven ilustradora que desde las profundidades de su autoestima intenta zafarse de una relación destructiva, absorbente y tentacular.

Una hermana (Diábolo Ediciones), de Bastien Vivès: Vivès cada vez necesita menos para expresar más. La línea de su dibujo ha alcanzado un grado de depuración, modulada y esquemática, que con apenas unos trazos expresa gestos, emociones y sentimientos como el mejor de los maestros. No es ya que no necesite dibujar bocas y ojos, o cerrar movimientos gestuales, sino que incluso en su composición de escenas y paisajes se observa una concisión y habilidad tales, que su dibujo expresionista adquiere cualidades cuasi poéticas. Desde este lirismo natural, el francés aborda una historia de iniciación adolescente, un itinerario explícito y maravillosamente impúdico de búsqueda del amor y descubrimiento de la sexualidad. La sensibilidad de Una hermana lo desvía de cualquier ánimo provocativo y reubica su interés en la sencillez de los miedos, la curiosidad y la intensidad con la que los niños viven el tránsito hacia la adolescencia antes de desembocar en las asperezas de la vida adulta. Es difícil no reconocerse en algún instante de las páginas de Una hermana, pero Vivès (un autor aún muy joven, recordemos) nos ayuda a entender las particularidades existenciales de estas nuevas generaciones tecnológicas e hiperconectadas, que tan distantes se nos aparecen a muchos adultos.

Bride Stories (Norma Editorial), de Kaoru Mori: Uno de los mangas más delicados, preciosistas y estimulantes que hemos leído últimamente. Kaoru Mori es una mangaka que construye viñetas como quien teje una alfombra, sin prisa, con atención exquisita a los detalles y con una paciencia infinita. Para contextualizar sus historias (porque los nueve volúmenes de la serie se bifurcan en diferentes hilos argumentales) ha elegido un tiempo y una geografía pretéritas: la de las tribus seminomádicas que a finales del siglo XIX habitaban las estepas del Asia Central. En una de esas sociedades tribales se concierta la boda entre la bella Amir Halgal y el aún adolescente Karluk Eihon. A partir de ese escenario, tan ajeno a la saturación digital y las urgencias vitales contemporáneas, Karuo Mori construye un tapiz costumbrista enriquecido por el deslumbrante lujo de detalles con el que recrea las arquitecturas y el diseño de interiores, los ropajes y adornos de sus protagonistas, las armas, vajillas y demás útiles diarios, etc. Un viaje al pasado con el habitual ingrediente amoroso que no puede faltar en un buen manga de romance histórico.

Cortázar (Nórdica), de Marchamalo y Torices: No es Cortázar un autor sencillo. Marchamalo y Torices deciden que tampoco la reconstrucción de su biografía debería serlo. Por eso, en lugar de optar por un relato lineal de acontecimientos, deciden embarcarse en el ensamblaje de un rompecabezas fragmentario y disperso construido a partir de episodios anecdóticos e instantes representativos descontextualizados; un puzle compuesto por entrevistas, citas literarias, recortes periodísticos o documentos fotográficos. En su ánimo de subrayar esa mirada cortaziana, Torices opta por expandir el aire experimental y evocador del texto de Marchanalo a la misma construcción gráfica de la obra. Para ello, huye de cualquier tipo de convencionalismo estructural. Las líneas de viñeta se desdibujan, las secuencias asumen soluciones inesperadas y el dibujo mismo entra en un proceso de mutación simbólica o se deshilacha y aligera como el recuerdo de un recuerdo; como el vestigio de aquella historia que nos contara la Maga y de la que sólo nos ha llegado la esencia.

El perdón y la furia (Museo Nacional del Prado), de Altarriba y Keko: En su serie reciente de reflexiones acerca del arte y la violencia (recordemos el cómic Yo, asesino, realizado por los mismos autores), Altarriba construye un “thriller académico” alrededor de la figura de un profesor universitario, Osvaldo González Sanmartín, patológicamente obsesionado con la figura de José de Ribera (el cómic fue publicado por el Museo del Prado con motivo de su exposición monográfica alrededor de la figura de José de Ribera, el Españoleto). La línea expresionista de Keko, su magistral empleo del claroscuro y su talento gráfico a la hora de componer escorzos imposibles y recrear espacios lóbregos, son esenciales a la hora de construir una historia presidida por esa dialéctica entre muerte e inmortalidad que nunca ha dejado de estar presente en la historia del arte. Aunque en algún momento pueda resultar un tanto artificioso, El perdón y la furia es un relato erudito e inteligente, un ejercicio atípico y sorprendente de género que mantiene el interés del lector desde la primera viñeta.

El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Dibbuks), de Sonny Liew: El cómic de Sonny Liew es la biografía simulada del dibujante de cómics Charlie Chan Hock Chye, tan falso él como su obra. El mérito de este trabajo reside en que, a través de ese ficticio periplo vital, su autor recorre la historia sociopolítica reciente de Singapur y, en paralelo, la historia misma del cómic; con algunos de sus grandes autores, escuelas e hitos más relevantes. A medida que se despliega la biografía del protagonista, el lector asiste a la evolución estética de Charlie Chan como dibujante de cómics: a su búsqueda de un camino propio. En el recorrido de aprendizaje (empujado por diferentes fases de imitación, plagio, inspiración y homenaje) se cruzan los cómics de Winsor McCay, Walter Kelly y Carl Barks; la escuela de Tezuka, Tatsumi y Taniguchi; o la admiración por los cómics de Harvey Kurtzman, Jack Kirby y Frank Miller. El itinerario de Charlie Chan se convierte así en un museo-collage postmoderno de estilos, guiños y citas a la historia del cómic. Un collage en el que también se mezclan las fotografías, ilustraciones, cuadros, pósters, noticias de periódico que ayudan a reconstruir una vida que en realidad nunca fue tal. Uno de los grandes cómics de los últimos años. 

Arsène Schrauwen (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen: Con este integral se redondea en España la publicación de uno de los recorridos experimentales más extravagantes, rupturistas e inspiradores de la última década. Ya incluimos las primeras entregas del cómic de Schrauwen en listados precedentes, pero sería injusto no volver a reincidir en un capricho tan loco y vanguardista como el que plantea el (aún joven) dibujante belga. La poco fidedigna reconstrucción biográfica del periplo africano que su abuelo Arsène Schrauwen viviera en los tiempos coloniales del Congo Belga, le sirve a su nieto Olivier para experimentar con el estilo gráfico y la forma narrativa en direcciones que el cómic apenas había frecuentado; pero que (en gran medida gracias a este cómic) cada vez veremos más veces repetidas en trabajos futuros. Schrauwen ubica su relato en un territorio indefinido entre el género de aventuras, la experiencia onírica surrealista y el viaje interior. El resultado es una obra profundamente postmoderna y metanarrativa en la que las herramientas del medio se emplean para desvelar el andamiaje ficcional que las sustenta: el artificio narrativo expuesto a la vista de todos en toda su aparatosa convencionalidad. Un cómic como hay pocos.

RocoVargas: Júpiter (Norma Editorial), de Daniel Torres: la nueva aventura de la gran saga espacial de Torres plantea una mirada postmoderna, distópica y fragmentaria. En sus páginas, el autor rompe el juguete de las arquitecturas futuristas cargadas de utopía para desplegar un mensaje pesimista y un activismo ecologista que conecta con el signo de los tiempos; y, de otro modo, con las reflexiones que también se planteaban en los capítulos finales de La casa. Sin abandonar el género de aventuras interespaciales, la nueva obra de Daniel Torres alude a la necesidad inminente de repensar el espacio y la ubicación del ser humano en el mismo: una relación que abarca desde la pequeñez de los espacios habitacionales, hasta nuestra interacción con el planeta Tierra y su situación en la Galaxia. Por su planteamiento circular y sus referencias interdiscursivas a otros volúmenes de la saga, parece Júpiter una revisión crepuscular y el cierre de las aventuras de Roco Vargas; no es así. Sí que es, sin embargo un ejercicio de virtuosismo gráfico y una colección de escenarios, situaciones y proyecciones futuristas al alcance de muy pocos dibujantes de cómics del planeta.

Cosmonauta (Astiberri), de Pep Brocal: En Cosmonauta Pep Brocal nos invita a reflexionar acerca del devenir de una humanidad que parece abocada a la autodestrucción, mientras se consume en su propia falta de expectativas y soluciones. Lo hace con humor trágico y con un desarrollo argumental que, debajo de su invitación al absurdo paródico, encierra un guión perspicaz y profundas reflexiones teleológicas. Cosmonauta luce como una obra de madurez, una reflexión tragicómica mientras el Mundo se consume en su propia falta de expectativas y soluciones. Héctor Mosca es nuestra última esperanza. Es uno de los últimos cosmonautas seleccionados en el "Second Chance Project" para alcanzar los confines del Universo y transmitirle al Creador el "memorial de agravios en el que se detalla que los hombres no somos los únicos responsables de este fracaso". Ojalá las cosas fueran tan fáciles, pero el propio Mosca se dará cuenta de que nunca las cosas son como parecen, o como nos cuentan. 

Black Hammer (Astiberri), de Dean Ormston y Jeff Lemire: Revisión nostálgica e intergenérica de Watchmen (pero también de las Golden y Silver Ages del cómic clásico). Black Hammer es mucho más gótica, mucho más ciberpunk y mucho más retrofuturista que aquella obra maestra, pero igualmente crepuscular y revisionista. El género superheroico parecía obsoleto a finales de los 80, pero en las últimas décadas ha recobrado algo de vida gracias a su proyección en la gran pantalla y al cuestionamiento constante de sus propias coordenadas constitutivas. La serie de Ormston y Lemire (uno de los chicos de moda del cómic actual) actualiza nociones como las del multiverso o los supergrupos, con un acercamiento introspectivo y muy psicologista a las motivaciones de unos personajes exiliados en tierra de nadie, que han dejado de ser superhéroes invencibles para convertirse en unos tipos molientes y corrientes que no se soportan ni a ellos mismos. Desde este punto de vista, el cómic despliega la fantasía heroica y raciones de superpoder a muy pequeñas dosis y, como hiciera la obra maestra de Alan Moore y Dave Gibbons hace ya muchos años, nos enfrenta a unos personajes más humanos y verosímiles que la mayoría de los estereotipados superhéroes habituales.

Un millón de años (Astiberri), de David Sánchez: Lo fácil sería decir que David Sánchez es el Charles Burns, o incluso el Daniel Clowes, español. La línea clara de su dibujo y sus atmósferas desasosegantes nos recuerdan a ellos, sí, pero limitarnos a tal aseveración significaría no reconocerle del todo al madrileño su merecido lugar de privilegio dentro del cómic español reciente. Estamos ante uno de los autores contemporáneos más originales y brillantes: uno de esos dibujantes capaces de enterrar clichés y descubrir itinerarios narrativos sorprendentes en cada nueva página. Su obra se ha movido siempre en el territorio del extrañamiento y lo inesperado, pero pocas veces ha sido tan nihilista, distópica y desesperanzada como en Un millón de años. Ese escenario postapocalíptico y salvaje en el que sobreviven sus protagonistas crea el contexto perfecto para un relato de terror, sin embargo, la inercia impredecible (y no siempre comprensible) de sus actos nos habla de oscuras revelaciones teleológicas y de mensajes simbólicos alienígenas, de civilizaciones desconocidas y de tiempos peores. Si se trata de una metáfora, lo cierto es que da miedito de veras.

Sabor a coco (La Cúpula), de Renaud Dillies: Sabor a coco es el homenaje de Renaud Dillies al mundo mágico y surreal de George Herriman. Sus personajes Jiri y Polka recorren un desierto que ya no es el de Coconino County, pero que, como aquel, abarca las posibilidades expresivas y estéticas del cómic en su búsqueda de nuevas poéticas narrativas que no dejan de mirar al pasado. Como también sucedía en Krazy Kat, las planchas de Sabor a coco conforman macrounidades narrativas con vida propia. Componen un espectáculo visual postmoderno a medio camino entre el códice ilustrado y el cartel circense: una sucesión de estructuras impredecibles, marcos de viñeta polimórficos y una colección de filigranas, frisos, adornos y perifollos que suspenden el ilusionismo de la historia y nos invitan a dejarnos llevar por la belleza visual de la apuesta estilística, por el jugueteo retórico de la línea y la creación de espacios mágicos sobre la página.

Y sí, nosotros también nos encontramos entre el grupo de lectores deslumbrado por esa maravilla rupturista que es My Favorite Thing Is Monsters, de Emil Ferris. Además, podemos anunciarlo ya, estará en nuestra lista del año que viene, porque se ha anunciado su edición en español para 2018. (Y, parece ser, habrá película dirigida por Sam Mendes).

miércoles, septiembre 21, 2016

Una entre muchas, de Una. Voces silenciadas

Hay libros que le revuelven a uno por dentro. Se nos agarran de las tripas y nos tienen varios días retorciéndonos de estupor y vergüenza por ser tan complacientes en nuestra forma de mirar al Otro. Una entre muchas, de Una, entra dentro de esa categoría. Como lo hizo en su día Luchadoras, de Peggy Adam.
Tenemos la sensación de que este cómic atípico nunca se hubiera publicado hace 10 ó 20 años. En esta era de la comunicación global y de la exhibición obscena de la privacidad, hay temas que aún escuecen y se silencian. Hace sólo unos pocos lustros esos mismos silencios apestaban, además, a complicidad.
La batalla contra la violencia machista apenas se ha empezado a librar: la conciencia popular sobre el tema está, por vez primera, asomando por encima de abusos enquistados y convenciones perversas. De otros asuntos turbios, no tenemos apenas noticias. ¿Por qué nadie parece hablar de los niños desaparecidos cada día en tantas partes del mundo? ¿Por  qué cada vez que se desarticula una red de pederastia, la investigación parece embarrancarse en la orilla y nunca se llega a las instancias superiores? Volvemos a Luchadoras de Peggy Adam, por ejemplo, y nos preguntamos si sus  estremecedoras asunciones acerca de los secuestros y asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, con la connivencia de ciertas clases dirigentes mexicanas (asunciones confirmadas por multitud de otras fuente), no deberían resonar una y otra vez con estruendo en noticieros, reportajes y programas de investigación. Es imposible no preguntarse a quién interesan tantos silencios.
Una entre muchas aporta luz sobre uno de esos casos de infamia colectiva: el del Destripador de Yorkshire, que entre 1972 y 1981 asesinó a trece mujeres e intentó matar a otras siete sin conseguirlo. La autora desafía la incredulidad del lector en un desglose continuado de despropósitos: la negligencia policial reforzada por patrones misóginos, las manipulaciones sensacionalistas de los medios de comunicación ingleses y la connivencia machista de una sociedad que tenía muy claras sus conservadoras prioridades morales como para que la realidad viniera a cuestionárselas.
Hablamos de la misma sociedad enferma, no lo olvidemos, que durante décadas se dedicó a aplaudir las ocurrencias y el desparpajo televisivo de un pederasta y violador en serie, sin que nadie se atreviera a denunciar lo obvio, por miedo a que la burbuja dorada del éxito catódico explotara y salpicara a unos u otros. El Destripador de Yorkshire también estuvo en el foco de atención policial en multitud de ocasiones, sin que llegaran a detenerle: los investigadores lo interrogaron numerosas veces, había descripciones detalladas de su modus operandi por parte de víctimas que habían sobrevivido a sus ataques, existía incluso un preciso retrato-robot del autor y, sin embargo, su detención costó más de diez asesinatos en diez años. ¿Por qué? Porque los testimonios y las declaraciones fueron realizados por mujeres, a quienes ni se prestó atención ni se otorgó la credibilidad necesaria. Eran tiempos en los que a un asesino de mujeres se le dedicaban cantos guerreros en un campo de fútbol, mientras que a sus víctimas se las “maquillaba” de prostitutas para que el asunto diera menos miedo y éstas se parecieran lo menos posible a la novia o la hermana de uno. Así de clarito habla este cómic.
Sólo con estos ingredientes la historia ya resultaría desarmante, pero si añadimos que la narración está expuesta desde el punto de vista traumático de una mujer víctima de abusos infantiles y varias violaciones, la lectura de Una entre muchas se convierte poco menos que en necesaria. Aunque fuera tan sólo porque da voz a quienes durante siglos han estado silenciados, porque busca rescatar a las víctimas de la vergüenza, del oprobio y de ese injusto sentimiento de culpa hacia el que les empuja una sociedad cómplice y cobarde instalada en un perenne escenario de perfección televisiva y corrección política, sólo por ello, insistimos, ya habría que leer y recomendar este cómic. Su autora se erige en voz autorizada del dolor sofocado y, al mismo tiempo, se diluye en el título de la obra entre tantas otras que nunca se han atrevido a hablar o han sido acalladas, como lo fue ella durante tanto tiempo:
En 2010, una niña de Rochdale dijo que algunas personas contactaron con servicios sociales acerca de su situación -su escuela, sus padres-, pero a sus padres les dijeron que era una prostituta y que como tenía casi 16 años, no se podía hacer nada.
Su situación -sufría abusos y era explotada por grupos de hombres mucho mayores- fue descrita por las autoridades que podrían haberla protegido como "una elección de estilo vida". 
Nos referíamos el otro día a la expresión del dolor subjetivo a través de viñetas simbólicas, a propósito de La ternura de las piedras, de Marion Fayolle. Destacábamos que pocas veces habíamos contemplado un trasvase poético hacia el lenguaje comicográfico de esa naturaleza y con tanta variedad de recursos figurativos. Una entre muchas también recurre al simbolismo gráfico para trasladar su mensaje, pero sus intenciones y estilo son totalmente diferentes. Donde el cómic de Fayolle empleaba una metáfora lírica con intención catártica, el de Una se inclina por la asociación (a veces casi surrealista) de imágenes simbólicas profundamente subjetivas y tan oscuras como pueda serlo la plasmación visual del subconsciente. El estilo elegido por este cómic es deliberadamente simple, no así la organización de sus materiales: su dibujo responde a un minimalismo esquemático (cercano a la ilustración) apoyado por un selectivo uso simbólico del color (el rojo sangre, esencialmente); la secuenciación, muy libre, juega con las combinaciones espaciales de texto e imagen y recurre en algunos momentos a las soluciones del libro ilustrado y el collage (en sus páginas se mezclan noticias, cartas, anuncios, fotografías...); así mismo, Una entre muchas abunda en la repetición de motivos icónicos que terminan funcionando como leit motifs y argamasa para el relato central.
Y pese a ello, pese a ese cripticismo y la subjetividad de alguna de sus imágenes y textos, cualquier lector puede navegar entre los símbolos, las metáforas visuales y la narración fragmentada de un relato cuyas páginas nos estallan en la cara llenándonos de vergüenza y pudor culpable por no haber sabido mirar antes en algunas direcciones; o por decidir que ciertas ambivalencias le hacen a uno la vida más fácil.

miércoles, abril 25, 2018

Recomendaciones para "el día del cómic", en Culturamas

Éstos han sido los cómics que hemos recomendado para el día del libro en Culturamas, nuestro boletín cultural favorito:

Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books) de Emil Ferris: El cómic de Ferris fue el gran triunfador del curso pasado en Estados Unidos y se esperaba su publicación en nuestro país como todo un acontecimiento. La autora ha facturado una obra inclasificable en la que el bolígrafo, los lápices de colores y el rotulador recrean sobre hojas pautadas de cuaderno un cuento grotesco habitado por niñas que quieren ser monstruos, jóvenes pandilleros, madres sobreprotectoras, mujeres asesinadas y un vecindario espeluznante lleno de secretos. Detrás de todo ello, se despliega un monumental ejercicio simbólico acerca del crecimiento personal y la supervivencia, un relato turbador y heterodoxo que combina su ritmo hipnótico con un talento gráfico desatado. Lo que más me gusta son los monstruos es un cómic que no puede dejar indiferente a nadie.
Oscuridades programadas (Salamandra Graphics), de Sarah Glidden: Una expedición a Oriente Próximo en plena crisis de refugiados (los que huían de su país después de la Segunda Guerra de Iraq en 2010), un colectivo de jóvenes periodistas independientes (los miembros de Seattle Globalist) y una dibujante que se embarca en la misión con el fin de recoger en viñetas la crónica de lo acontecido. Éstos son los ingredientes de Oscuridades programadas, una voluminosa novela gráfica que se mueve en el territorio metaficcional de una obra que se construye a sí misma mostrando el proceso de su elaboración; pero también un reportaje periodístico en sí mismo: una reflexión honesta y comprometida acerca la responsabilidad directa de Estados Unidos (y Occidente en general) en los conflictos de Oriente Próximo. Oscuridades programadas es una reflexión fascinante sobre el acto de ser periodista y sobre el acto creativo que supone la creación de un cómic.
El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Dibbuks), de Sonny Liew: El reciente ganador del Premio a Mejor Obra Extranjera del Salón de Cómic de Barcelona 2018 es un trabajo portentoso alrededor de la biografía simulada del dibujante de cómics Charlie Chan Hock Chye; tan falso él como su obra. A través de la ficcionalización vital del personaje de ficción, Sonny Liew reconstruye la historia reciente de Singapur, al mismo tiempo que levanta ante nuestros ojos un gran fresco de la historia del cómic. Así, el relato del crecimiento artístico del dibujante protagonista (con sus diferentes fases de evolución estilística) nos permite acercamos indirectamente a la obra de maestros del cómic como Winsor McCay, Walter Kelly, Osamu Tezuka, Jiro Taniguchi, Jack Kirby o Frank Miller. De este modo, el itinerario formativo de Charlie Chan Hock Chye se convierte en un gran collage postmoderno de estilos, guiños y citas a la historia del cómic. Un collage multidisciplinar que combina las fotografías familiares, ilustraciones, cuadros y recortes de periódico de una vida que nunca fue.
Si quieren conocer las muy interesantes recomendaciones del resto de colaboradores, entren y vean: "Los libros, los cómics".

sábado, enero 22, 2011

NonNonBa, de Shigeru Mizuki. Niños y fantasmas.


Lo decíamos el otro día, una de las razones por las que el año 2010 permanecerá en nuestra memoria comiquera es el descubrimiento definitivo de Shigeru Mizuki en nuestro país. Después de años leyendo y escuchando hablar de sus virtudes, al fin nos ha llegado la oportunidad de constatar la evidencia. A finales del 2009 se publicó Hitler. La novela gráfica, pero es que el curso pasado hemos tenido la suerte de poder disfrutar de él por partida triple con su Operación muerte, con el primer volumen de su serie GeGeGe no Kitaro y con la estupenda NonNonBa.

Esta última recibió el gran premio del jurado en el salón de Angoulême de 2007. No nos extraña en absoluto: NonNonBa es un prodigio narrativo y visual.

El estilo gráfico de Mizuki es inconfundible, con su mezcla de personajes caricaturescos (con un aire muy cartoon) y unos fondos realistas y muy minuciosos en el detalle, que remiten a la tradición del paisajismo japonés (esa combinación gráfica que Scott McCloud definió como enmascaramiento). El efecto es hipnótico.

En este caso, no obstante, el talento visual de la obra está al servicio de una historia llena de secretos y hallazgos narrativos. Shigeru parte de episodios parcialmente autobiográficos de su infancia, para adentrarse en las profundidades de la espiritualidad filosófico-religiosa de las creencias japonesas. Guiados por el personaje de la vieja NonNonBa, que da título al cómic, descubriremos el mundo de los fantasmas y espíritus que pueblan el panteón sintoísta nipón. Un universo en el que el culto a los ancestros y el respeto, casi reverencial, por la naturaleza se convierten en protagonistas capitales de la historia.

Pero si hay un tema que sobrevuela todas y cada una de las páginas del cómic de Shigeru Mizuki, ese es el de la muerte; enfrentada con una visión muy diferente a la de nuestra cultura: un acercamiento resignado, exento del espíritu trágico judeocristiano, la muerte como tránsito hacia otra realidad. El niño Shigeru descubre la dureza de la existencia y crece en las páginas del cómic con cada tropezón vital. Con la ayuda de la vieja NonNonBa y sus historias de fantasmas y yôkais japoneses, el protagonista del cómic aprende a avanzar por la vida, y a asumir como inseparables las pequeñas tragedias y los gozos que la alimentan. El lector recorre junto a él ese itinerario, al mismo tiempo que se le revelan, como en un gran fresco de la vida rural, las costumbres y tradiciones del pueblo japonés a principios del S.XX.

Pidámosle un último deseo a los espíritus japoneses: que el romance editorial español con Shigeru Mizuki dure muchos años más.

sábado, junio 05, 2021

A Single Match, de Oji Suzuki. Melodías extrañadas

En esta última década, parece haber surgido en Occidente un interés renovado por el manga más experimental que la revista Garo publicó durante los años 60-70 a la estela del magisterio de Yoshiharu Tsuge. Shin'ichi Abe, Oji Suzuki, Seiichi Hayashi o Kuniko Tsurita (la única mujer del grupo) han visto recopilados sus relatos en editoriales de prestigio como Drawn & Quarterly. En España, el catálogo espectacular que está confeccionando la editorial Gallo Nero incluye ya varias obras de Tsuge, de su hermano Tadao y de algunos de sus "discípulos" en Garo, como Shin'ichi Abe, de quien recientemente editaron Los sentimientos de Miyoko en Asagaya (hablamos de ella aquí y volveremos a hacerlo más extensamente dentro de no mucho tiempo).

En un momento u otro habíamos tenido la oportunidad de leer páginas de casi todos ellos excepto de Oji Suzuki. Parte de su obra está publicada en francés (Le kimono rouge; Vaste le ciel; Bleu transparent) y en italiano (La casa delle stelle), pero el libro que ha llegado a nuestras manos es A Single Match (edición inglesa de Le kimono rouge), la colección de historias cortas que los canadienses de D&Q publicaron en 2010.  

Los relatos de Suzuki no esgrimen la autobiografía de forma tan obvia como pueda hacerlo Shin'ichi Abe en su idiosincrática interpretación del watakushi manga (‘manga del yo’), ni hacen tanto hincapié en el lirismo como Seiichi Hayashi, que basa su narrativa en la evocación simbólica de las imágenes y en el cripticismo de unas referencias socio-culturales difíciles de descifrar para un lector occidental. Y, sin embargo, tanto estilística como conceptualmente, la narrativa de Suzuki encuentra numerosos puntos de confluencia con los de sus amigos y compañeros de generación. 

En las historias de A Single Match encontramos esas huellas del relato biográfico que define a los mangakas watakushi; por ejemplo, en la obsesión de Suzuki por la infancia entendida como bifurcación y por el modo en el que cada uno construye su propia existencia a base de descartes y decisiones sin vuelta atrás. El relato que titula el volumen, "A Single Match" (pero también "Fruit of the Sea" o "City of Dreams") dibuja un recorrido circular entre el presente y el pasado, y está poblados de alusiones simbólicas a la inocencia perdida, a los instantes decisivos que determinaron la huida hacia un futuro, seguramente, menos feliz de lo que el niño inconsciente podía adivinar. La narración elíptica y simbólica de Suzuki oscurece el significado de unos diálogos y secuencias cuya musicalidad se ve con frecuencia subrayada por recitados y letanía extradiegéticas (canciones, poemas, ruido medial), que actúan como banda sonora connotativa con una intención más evocativa que narrativa. 

Suzuki es, si cabe, más oscuro y tenebroso que Abe, Hayashi o Tsurita. Sus historias están sobrevoladas por una idea de fatalidad que conecta a la existencia con la muerte y los espíritus que la habitan (transfigurados muchas veces en forma de recuerdos, de presagios o sueños en otras), pero también con los deseos incumplidos o la imposibilidad de aprehender la realidad. Lo vemos en el sobrecogedor "Tale of Remembrance", que, como se anuncia en su título, se acerca a la muerte de la hermana desde el plano dolorido de la memoria y la evocación onírica, fantasmal, del ser querido; o en "Crystal Thoughts", en la que el niño proyecta fallidamente sobre un objeto, un aparato de radio, un deseo de trascendencia que le explique la realidad compleja que le rodea; incomprensión que se repite en "Mountain Town", en la que los universos del niño y el adulto recorren vías divergentes que los separan dolorosamente. 

 


El dibujo de Suzuki coincide con el de Abe en su apuesta por un expresionismo feísta que juega con el claroscuro a partir de la imperfección de las tramas y un trazo despreocupado. No obstante, su estilo es, si cabe, todavía más oscuro y evasivo que el de aquel. En muchas ocasiones, sus personajes no son otra cosa que sombras o siluetas perfiladas sobre el fondo oscuro de la noche o el polvo de los caminos. El niño de "Color of Rain" se despierta sobresaltado en medio de sus pesadillas, pero sólo vemos su silueta rodeada por la oscuridad y los presagios de la noche; la figura solitaria del protagonista de  "Fruit of the Sea" se recorta sobre un mar encrespado mientras observa la luz lejana de un faro.

En marzo de este año, Gallo Nero ha publicado Tokyo Goodbye, una selección que incluye algunos de los relatos que Suzuki dibujó en los años 70 y que ofrece al lector español la oportunidad de bucear en la narrativa extrañada y simbólica de uno de los autores más singulares y exigentes del cómic japonés. Una nueva ventana abierta a ese otro manga que representaron los autores de Garo.



lunes, marzo 21, 2011

Operación muerte, de Shigeru Mizuki. ¿Era necesario llegar a ese punto?

- ¿Para qué ha servido la operación muerte? ¿Para qué van a servir nuestras muertes?
- Basta ya, cállate. Por mucho que gritemos ahora, nada va a cambiar. Aceptemos esto como nuestro destino.
Cuando Japón asume su derrota en la Segunda Guerra Mundial, después de los traumáticos sucesos en Hiroshima y Nagasaki, el Emperador Hirohito compadece ante los medios radiofónicos para anunciar la derrota con un discurso ante su pueblo. Ese 15 de agosto de 1945, por primera vez en sus vidas los japoneses escuchan la voz de su máximo dirigente. Supone el fin de una era: la retrasmisión radiofónica, el sonido de la voz imperial, supone a su vez la asunción de que su emperador es un ser humano, un mortal más, en vez de una deidad. Centenares de altos mandos del ejército japonés ponen fin a sus días mediante la ceremonia suicida del sepukki. La realidad se vuelve tan intolerable para ellos que sólo la muerte supone una salida honrosa a una vida militar fanatizada basada en unos códigos de honor tan dudosos como la naturaleza divina de su máximo dirigente.
Sólo desde la fe ciega y el fanatismo se entienden algunos de los actos bélicos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Acciones como el suicidio por honor, los asaltos kamikazes o la operación muerte, sólo se conciben desde una fe irracional, desde una creencia pseudo-religiosa en una superioridad moral y racial. Los soldados japoneses no se rendían después de la derrota, se inmolaban o se suicidaban.
Recientemente hemos tenido la ocasión de sufrir con una de las películas más duras que ha parido la historia del cine: Ciudad de vida y muerte, de Lu Chuan; un film en el que la vida parece un accidente testimonial. En esta cinta se narra la ocupación de la ciudad china de Nanking, uno de los episodios más vergonzosos de la vergonzosa Segunda Gran Guerra. El relato de las atrocidades llevadas a cabo por las tropas japonesas durante la ocupación es de tal dureza que el espectador no sale indemne de la experiencia. Estremece pensar que, en la naturaleza humana, existe espacio para la barbarie en esos términos; estremece imaginar hasta qué punto podríamos cada uno de nosotros comportarnos de manera similar en situaciones de similar enajenación.
Operación muerte, de Shigeru Mizuki, aborda otro episodio atroz, el de la defensa del puesto de Baien (en la Isla de Nueva Bretaña, en el Pacífico). No descubrimos nada si decimos que el final de dicha operación se anticipa en el título y se anuncia desde las primeras didascalias del relato. Shigeru Mizuki participó en el episodio militar.
Cambia el punto de vista respecto a Ciudad de vida y muerte, claro: éste es un cómic contado por un japonés, un soldado-testigo que devino en dibujante de cómics, y el enfoque es, por tanto, mucho más subjetivo. Curiosamente, el “malo” sigue siendo el mismo, el fanatizado ejército japonés, cegado por sus valores feudales de la gloria y el honor (recordemos que Japón subsistió como régimen feudal hasta finales del S. XIX).
Por otro lado, Operación muerte es un trabajo mucho más “ligero” que Ciudad de vida y muerte. Lo es por la fuerte carga de humor que trasmite Mizuki en algunas de las escenas relatadas: al plantearse, en muchos momentos, la visión de la guerra como un absurdo (el punto de vista básico del doctor del campamento, por ejemplo), el autor decide eludir una visión excesivamente dramática, en pos del relato de anécdotas cotidianas. De este modo, el lector asiste a situaciones del día a día y a conversaciones aparentemente banales entre los soldados, que, en realidad, trasmiten fuertes sentimientos de humanidad y consiguen crear una inmediata empatía entre el lector y los personajes.
El empleo del estilo de dibujo habitual en Mizuki (la mezcla de fondos hiperrealista, en la línea de los grabadores paisajistas tradicionales japoneses, con personajes muy caricaturescos y sintéticos) colabora a acentuar ese aire paródico del relato. No obstante, detrás de las apariencias, detrás de cada uno de esos episodios (ordenados cronológicamente, pese a su ocasional apariencia aleatoria) que conforman este gran cuadro bélico, se presagia un drama con mayúsculas: el de la deshumanización. Como señala el propio Mizuki en su epílogo: “En la jerarquía militar estaban primero los oficiales, luego los suboficiales, después los caballos y, finalmente, los soldados. Estos últimos no eran considerados como personas, sino como seres inferiores a los equinos.”
El empleo del mencionado “enmascaramiento” adquiere en esta obra en concreto un simbolismo muy significativo: es como si los seres humanos que pueblan las páginas de Operación muerte fueran personajes de cómic que habitan (o habitaron) un mundo muy real: con sus paisajes naturales exuberantes y sus tenebrosos campos de batalla; las vidas humanas, la de los caricaturescos personajes de Mizuki, no valen más (o menos) que un trazo de tinta sobre la página. Por eso, las breves escenas en las que el autor recurre al trazo realista para la recreación de figuras humanas tienen una carga significativa especialmente trágica.
Un gran cómic, este Operación muerte. Esta claro que para Shigeru Mizuki su vida es un filón narrativo. Y lo está también que para el lector hispanoparlantes la publicación de sus trabajos en el 2010 ha sido una bendición. Ya era hora de que llegáramos a este punto… editorial.
Hoy, un Japón muy diferente está viviendo uno de los episodios más trágicos de su historia reciente y sus habitantes están demostrando una entereza y una dignidad tales que desde el resto del orbe no podemos sino asistir asombrados a la exhibición de civilización de ese rincón del mundo. Sirva esta pequeña reseña como homenaje y muestra de afecto a uno de los pueblos más admirables de nuestro planeta.

sábado, agosto 21, 2010

Arte Santander 2010. Pinturas y polacos.

Este año, como ya viene siendo costumbre, asistimos a una edición más de Arte Santander. Vimos muchas caras conocidas y reconocimos a muchas de las galerías presentes en cursos anteriores (entre ellas, algunas de las clásicas del panorama artístico español). En una de ella, la siempre interesante Caja Negra de Madrid, exponía nuestro buen amigo Pejac dos piezas que jugaban a la paradoja, conjugando las referencias geográficas con las implicaciones psicoanalíticas de las manchas de Rorschach; como no podía ser de otro modo, nos acordamos de Moore y de Gibbons.
Hubo más trabajos que nos movieron a la correlación comiquera y que invitaban al juego asociativo. Los oleos de Toño Camuñas, de la galería Valid Foto de Barcelona, escondían, detrás de su simbolismo colorido, referencias claras al underground, por lo que respecta a la línea de su dibujo y a su inclinación por la caricatura grotesca de explícita “visceralidad”. Parecían una mezcla bastarda entre la iconografía mejicana funeraria y los cómics de Hunt Emerson, con aquella voluptuosidad orgánica de su cartoon descarnado.
Sin duda, la nota de exotismo de esta edición la pusieron las cuatro o cinco galerías que representaban a Polonia, como país invitado a la muestra. Suyas fueron algunas de las aportaciones más atrevidas e imaginativas. Leto Gallery/Hepen Transfer Gallery, presentaron los dibujos en tinta china de Zofia Gramz: una propuesta rabiosa entre el art-brut, el graffiti y el garabato, que demuestra hasta que punto el dibujo está recuperando terrenos perdidos en el arte contemporáneo.
En el stand de Collectiva Gallery (de Poznan) pudimos disfrutar con un precioso tríptico de Öl auf Leinwand, titulado Plywamy, que nos supo a cloro y nos refrescó algunos buenos momentos viñeteros del año pasado. La pared de enfrente repartía varios lienzos en blanco y negro de la serie Monstrare (de Lidia Krawczyk y Wojtek Kubiak) que trampeaban la primera impresión realista de la propuesta, mediante el recurso a esos big eyes que parecen inundar el arte pop contemporáneo (que le pregunten a Gary Baseman); eso sí, con un trazo pictórico tan poco ilusionista como el de los objetos y personajes cotidianos sobre fondos planos de Alex Katz. Nos preguntamos, ¿quién en el mundo del cómic podría postularse como representante máximo del big-eyes movement, más allá de la obviedad mangaka? ¿Dave Cooper? ¿Jim Woodring?
A tiro de piedra de dos galerías se ubicaba el espacio de Piekary Gallery, en el que destacaban sobremanera las asombrosas Pin-up fruits de Andrzej Wasilewski. Una serie de pinturas acrílicas y óleo sobre lienzo, que renuevan el concepto de vanitas, adaptándolo al improbable contexto iconográfico del American way of life y el hipócrita aliento a las tropas a través del impulso sexual. La decadencia de la felicidad hueca, la testosterona podrida a partir de unas imágenes que, a primera vista, se le aparecen al espectador amablemente coloridas.
Por último, ya fuera del “circuito” polaco, nos llamó la atención (ciñéndonos al filtro comicográfico que intentamos ajustar en este tipo de posts) el gran lienzo circular de Aaron Johnson que presentó la galería Mito de Barcelona. Sus explícitas influencias orientalistas y su barroca manipulación gore de los referentes espirituales y religiosos que caracterizan a aquellas, nos hicieron pensar de inmediato en los autores más salvajes e iconoclastas del manga actual, sobre todo en Suehiro Maruo (un dibujante también sumido en el exceso y en la ornamentación barroca), aunque también en otros amantes de la casquería artística, como Hideshi Hino o Shintaro Kago.
Dicho lo cual, les prometemos que antes de lo que expira un mes, volveremos a hablarles del Imperio del Sol Naciente largo y tendido.