miércoles, octubre 31, 2007

Asa el ejecutor, de prejuicios.

Hace menos de lo que muchos presumen, a los lectores de (perdonen ustedes) cómic adulto "occidental" (incluyo los USA), nos mencionaban el manga y nos entraban sudores fríos. Habíamos oído que el pérfido nipón se aprestaba a la invasión del globo c0miquero con toda una tropa de pintureros kamikazes, montados en astroboys y mazingerzetas, que habrían de inocular el virus de la eterna adolescencia a esos tebeos de bien que conocíamos. El contagio inicial entre jóvenes y niños fue tan fulgurante que el miedo inicial se convirtió en pánico y el prejuicio en imprecación. Además, la artillería era de calibre grueso, tanto por lo que respecta al número de páginas, como al número de autores-inoculadores (mangakas se hacían llamar los malditos). La vacuna, la de siempre, la soberbia autóctona: "éstas son cosas para críos", "si sólo hablan de cyber-robots, aventurillas de instituto y jovenzuelas enamoradas..." (menos Otomo, menos Otomo).
No me queda ni uno solo de los prejuicios que quizá escondí hacia el manga (y me arrepiento uno por uno de los que pude tener). Me duraron tan poco como lo que tardé en conocer, allá por los 90, a Satoshi Kon, a Hisashi Sakaguchi, a Jiro Taniguchi o, entre todos, a Osamu Tezuka. Luego llegaron otros muchos, algunos jóvenes valores, llenos de valores, y otros tantos, clásicos de publicación tardía en nuestro país.
Entre estos últimos sitúo a Goseki Kojima y Kazuo Koike, los celebradísimos autores de la mítica El lobo solitario y su cachorro. Se recibió su publicación, por parte de Planeta, como todo un acontecimiento. Nos habíamos cansado de oír a dibujantes que confesaban su devoción por esta obra, con Miller a la cabeza. Las expectativas no defraudaron a casi nadie: páginas y páginas de acción desbordada (plenas en recursos organizativos absolutamente novedosos), que se cruzaban con escenas contemplativas de una belleza plácida y armoniosa; ritmo manga alterno, hipnotizante, en estado puro. No obstante, aunque pocos llegaron o llegarán a agotar el arco de las aventuras de este Ronin impasible que es Itto Ogami, los que siguen la serie con fidelidad no pueden negar que los cientos de páginas que componen la serie terminan repitiendo motivos y situaciones y, confesémoslo, pueden resultar saturantes para los lectores no entregados.
Uno de los muchos personajes que pueblan las páginas de El lobo solitario y su cachorro es Asaemon Yamada (también conocido como Yoshitsugu), protagonista a su vez de otra serie de Koike y Kojima, Asa el ejecutor. Hace bien poco, uno de los blogueros de referencia comentaba su preferencia por Yamada frente a Ogami. Las dos series fueron ejecutadas en épocas similares (Asa... precede a El Lobo..., en todo caso), ambas cubren el mismo periodo cronológico (el Japón de la época Edo) y ambas son un documento valioso en términos antropológicos y culturales para acercarse a un país que se mantuvo en un régimen feudal hasta casi el S.XX; amen de ser, ambas, ejemplo de un cómic de aventuras lleno de virtudes y razones para la lectura amena. Sin embargo, como bien decía Pepo, Asa gana este combate a mandoble limpio (paradójico).
Por un lado, la historia de este "espadero" (o comprobador de katanas al servicio del shogún) abre el abanico temático de Asa el ejecutor. Lo hace al introducir la cámara en dos contextos sociales enfrentados: el de los nobles daimyos (para quienes trabaja Asaemon), con el de la vida miserable del lumpen nipón que representan aquellos a los que ajusticia mientras prueba sus katanas (prostitutas, ladrones, asesinos, violadores, etc.). Esta doble vía le permite a Koike desarrollar toda una serie de conflictos morales que enlazan con las ideas de honor y clase, en una sociedad en la que ambos valores determinaban la existencia y posibilidades sociales del individuo.
Además (a ver como se me entiende esto), Asa no tiene que cargar con un niño-cachorro a sus espaldas, así que no tiene más rémora narrativa o carga actancial que sus propias convicciones y recuerdos; como el de su padre (anterior probador de katanas) y su "Neha-gyo", trasmitido de generación en generación, que a modo de mantra taoista habrá de guiar los pasos de nuestro héroe:

Por el índice: Todo fluye, nada permanece.
Por el mayor: Ningún ser vive eternamente.
Por el anular: La vida es el sueño de la existencia.
Por el meñique: todo es ilusión.

El individualismo de Asa, su apego inquebrantable a los valores de la fidelidad y el honor, le convierten en un ejecutor frío y aséptico, un ser cuyas emociones están supeditadas a su sentido del deber. Este hecho, favorece la sucesión de encrucijadas morales y conflictos éticos de digestión difícil que, en estos tiempos de correcciones políticas, pueden terminar en cortes de digestión lectora, si no se lleva a mano una buena ración de relativismo socio-temporal. Ya desde el primer volumen de la colección (sobre un total de 10), impresionan, sobrecogen y deslumbran episodios tan crudos como el que abre la serie, "El llanto del filo del diablo", pero no lo hacen menos el terrible "Tosho Dai-Gongen" o la historia de bajada a los infiernos y sacrificio que es "Las cañas".
En julio del 2006 Planeta ya había publicado el décimo volumen de la serie, así que para muchos de ustedes esta recomendación (que no es otra cosa) llegará tarde, seguro. Los que aún no conozcan a este tandem mágico del cómic histórico de aventuras, samurais y shogunatos, déjenme decirles que están tardando ya en afilar sus katanas.

viernes, octubre 26, 2007

El Edén del kioskero.

Cuando uno recibe un regalo inesperado (una gran canción, el descubrimiento de un buen libro o una vista inigualable) se despierta casi por instinto otro instinto: el del disfrute compartido. Por eso, hago hoy este post.
Tenemos que confesar que cuando, hace unas semanas, recibimos en los comentarios de uno de nuestros posts la visita de Kioskerman (alias Pablo Holmberg), no teníamos el placer de conocerle a él ni a su trabajo. La recibimos, no obstante, con la alegría que nos contagian siempre sus palabras (sí las de ustedes) cada vez que el correo nos comunica su paso por nuestra bitacorita. Cuando el que visita es además un protagonista (los hacedores, en definitiva, de todo este cotarro "comiquerófilo") la chispa alumbra por dos; nos entienden, ¿verdad?
Amablemente, Kioskerman nos invitaba a sumarnos a los seguidores de su serie actual, Edén. Una tira online que se publica semanalmente y a la que uno puede suscribirse, con el fin de recibir avisos de actualización de manos de su autor. Y vale la pena, créanme. Después de unas semanas siguiendo las aventuras y ensoñaciones de ese pequeño y entrañable animalillo-soberano del reino de Edén, espero como agua de otoño cada notificación dominical de una nueva entrega.
Mostraba Kioskerman en sus inicios un aire amateur indisimulado. Con cada nueva tira, no obstante, fue puliendo su estilo, muy influido por la marca de Liniers, para, en las últimas tiras de su serie Kioskerman, alcanzar una personalidad definida y un nivel de calidad muy alto (con algunas viñetas realmente brillantes). Pero es Edén el fruto más jugoso de la plantación de Kioskerman. En la realidad paralela de su jardín onírico, Pablo Holmberg recolecta semanalmente las aventuras del Rey del Bosque y sus súbditos (su amada, los dioses que lo protegen, los animales que lo pueblan, los caballeros y las damas durmientes, los árboles llenos de sueños, los sueños llenos de presagios, sus noches alumbradas por una única estrella, los brujos, las hadas, el diablo...). Cada nueva tira de Edén huele a poesía, la de las pequeñas ilusiones, la que puebla la irrealidad mágica de los sueños y los cuentos infantiles. El entramado mitológico de Edén, sus personajes y lugares, es conocido: lo hemos visto, leído y oído muchas veces; pero, casi siempre, sus viñetas florecen sorpresivamente como un sentimiento inesperado.
La semilla se llama sensibilidad y el abono está compuesto, ya saben, de sencillez armoniosa (la de sus dibujos), de imaginación y del afecto que uno termina por sentir por sus protagonistas. Se respira bien en el Edén. No me sean hoscos y abran el regalo (se lo dejo ahí a lado en los cómics online), háganlo por esos ángeles que habitan en su árbol ;)

____________________________________________________________
Añadimos una curiosidad: vean que ilustre lista de invitados se pasó a celebrar la edición aniversario de Kioskerman.

lunes, octubre 22, 2007

La sangre de los Porfirio, maldiciones y colgantes bretones.

Yo confieso: el formato del álbum, así a bote pronto y sin demasiadas razones justificables, me echa un tanto para atrás. Quizás (ya vamos a justificar lo injustificable) por su costumbre serializadora, quizás porque las pastas duras encarecen o porque casi siempre se limitan a autores de las mismas geografías (que conste, que me encantan los dibujantes flamencovalones y franchutes). Lo dicho, no hay quien haga un sayo de razones tan peregrinas. Un prejuicio como otro cualquiera. Por eso, para luchar contra él, intentamos incluir en nuestra dieta algún álbum que otro con cierta frecuencia. Y a veces (más de las que creeríamos) nos alegramos, oigan.
Joël Parnotte y Yann Balac son los artífices de este La sangre de los Porfirio 1: Soizik. Sin ser la biblia en pastas (duras), el asunto les ha salido bastante bien a los dos autores. Balac (o Yann, que lo mismo monta, pues firma el guionista según la naturaleza del producto creado) no necesita muchas presentaciones (si hasta trabajó con Chaland); fue, recuerden, copartícipe de aquella maravilla que él y el señor Yslaire llamaron Sambré. Al menos lo fue en el primer volumen de la serie, el mejor y más centrado de todos. Le habíamos perdido un tanto la pista después de Pin-Up y vuelve ahora, con un trabajo que nos recuerda a aquel Sambré en algunos de sus planteamientos: una contextualización histórico-geográfica con muchas notas del romanticismo literario (la Bretaña francesa del S. XVIII, un pueblo de pescadores con familia nobiliaria y decaída, para más señas, al frente); como en aquella, Balac también recurre ahora a la tópica romántica para desarrollar su argumento entre naufragios, maldiciones, amuletos, marineras que parecen zíngaras, presos pródigos e hijos prisioneros en calas acantiladas... Aventura al estilo de los mejores clásicos del XIX.

De Parnotte no teníamos mayores referencias, pero no habrá que olvidar las que vayamos recibiendo a partir de ahora, porque el francés dibuja como los ángeles. Un dibujo virtuoso y evocador el del francés. Puestos a buscar pegas, habrá que señalar que su trazo no es novedoso: ese realismo semi-caricaturesco de influencias disneyanas, que parece haberse convertido en modelo de marca para algunas editoriales francobelgas; un estilo que prioriza cierto barroquismo en la descripción de espacios y adolece de cierto hieratismo petreo en la composición de los rostros. En todo caso, Parnotte, con su riqueza de recursos, su dominio de las texturas (vaya manera de pintar el agua, las rocas, etc.), el color y su detallismo primoroso, les saca las vergüenzas a algunos de sus "clones". Vaya que sí.

Por todo esto y porque La sangre de los Porfirio nos ha entretenido con sus oscuras maldiciones y sus amuletos con maleficio, y porque nos recuerda a Sambre (la fibra es la fibra), seguiremos leyendo álbums francobelgas. Antes incluso de que aparezca el número dos, miren lo que les digo.

viernes, octubre 19, 2007

Ay mamá Iné, ay mama Iné, lo superheroe ya toman café.

Otra reflexión intrascendente post-transalpina. Uno pensaba que Batman aguantaba las noches en vela a base de mala uva reconcentrada (ideal para insomnes voluntariosos) y dopaminas camufladas en su bat-cinto, pero hete aquí que llegamos a Malpensa y le descubrimos el quid del meollo al murciélago de pacotilla. Bueno, en realidad, nos lo confesaron no una, sino varias de sus amantes heroicas y rondadoras de alborotos nocturnos (de superheroinas hablamos, no dejen volar sus oscuras perversiones de esquina). Pues sí, la verdad revelada del profeta de los tejadillos: BATMAN BEBE CAFÉ.

Entrados en materia, las jóvenes nos contaron que en estos tiempos de gestas de medio pelo y heroicidades limitadas, han subarrendado su poderío a Lavazza, empresa cafetera de renombre, a la que, parece ser, habrían llegado de man0 de un españolito de postín llamado Eugenio Recuenco. Este fotógrafo superheroico, cual Peter Parker sin complejos, es el encargado de la campaña "The Most Incredible Spresso Experience". Una muestra de que se pueden atraer miradas sin ofensas gratuitas y escándalos infructuosos como los que últimamente se estilan por los mismos parajes.

lunes, octubre 15, 2007

Bart tuneado a la florentina.

Una de homenaje ligerito a Groening, comiquero de papel antes que fraile (cofrade de esa religión-epidémica con pigmentación amarilla que inunda nuestras pantallas). El caso es que andábamos hace unos días por la Vía Roma florentina, entre sillares almohadillados, helados con copete y ventanales renacentistas, cuando, de repente, nos topamos con esto...


¡¡¡¡Eh??? Arrimamos la nariz al escaparate, obligados por la curiosidad. De cerca, el asunto pintaba así:

Y así:
Parece ser que se trata de una iniciativa pergeñada por los señores jugueteros de Toy2r, que partiendo de un molde en blanco, desafiaron a creadores, diseñadores y artistas para que tunearan al buena-pieza de Bart. La exposición (en los escaparates de Luisa Via Roma) coincidió con nuestra estancia italiana, pero en fechas venideras, parece, seguirá girando alrededor del globo; aparentemente, sin parada hispana. El que se haya quedado con la intriga revoloteando detrás de la oreja, puede seguir escrutinando los muñequitos de marras aquí. Divertido, divertido.

miércoles, octubre 10, 2007

Beto Hernández. Río Veneno y Palomar: del amor y otras miserias.

Ahora que la edición de Luba por parte de La Cúpula todavía huele a recién hecha y se mantiene en el "debe" de los "must", nos hemos acordado de una vieja reseña que publicamos en el Culturas (¿se acuerdan los habituales?, el fenecido suplemento del Tribuna de Salamanca). El 29 de enero del 2006, ¡cómo pasa el tiempo! No habíamos ni nacido...
___________________________________________________________
En España la obra de los Bros Hernandez se ha movido siempre por el limbo de la inconstancia editorial. Que si esta revista (El Víbora, normalmente) publica algunos episodios del Palomar, de Gilbert Hernandez, que luego se edita en un álbum el Mechanics, de Jaime Hernandez, que más tarde La Cúpula (la misma editora de El Víbora, recordemos) en su colección “Brut Comix” decide sacar Locas, también de Jaime Hernandez, o el Río Veneno de Beto en cuatro “cómodas” mini-entregas, etc. Un goteo bienintencionado o un quiero y no puedo interruptus, vaya usted a saber. Dicho de otro modo, los hermanos Hernandez (así, sin tilde) han gozado en nuestro país de más reputación que de lectores; y siempre dentro de los microcírculos que cobijan a este tipo de comics, por supuesto.
La cosa tiene delito porque, desde finales de los 80, no hay antología de comics que se precie de tal cosa, que no sitúe alguna obra de los autores de Love & Rockets (la célebre revista en la que los dos hermanos fueron sacando sus materiales), entre “lo esencial de lo que importa en la lista de los mejores comics de…”. Poco a poco, sin embargo, la cada vez más diligente industria editorial hispana, va completando el puzle de las obras perdidas (para el lector) y los clásicos olvidados. Entre las piezas que mejor han encajado en el esquema debemos reseñar y aplaudir la edición de Palomar y Río Veneno por La Cúpula, como parte de la obra cumbre de Beto Hernandez (acaba de publicarse la segunda entrega de Palomar y la misma editorial ha puesto también a la venta Birdland, la divertida paranoia pornográfica de Beto).
A fuer de ser sincero, debo confesar que mis primeros contactos con el paisanaje de Palomar, como los de muchos otros lectores, se limitaron a los breves escarceos adolescentes con aquellos episodios dispersos que publicaba El Víbora a finales de los ochenta. Una relación que, todo sea dicho, no parecía tener ningún futuro. Aquellos números especiales de las “Historias completas” de El Víbora avivaban la pasión de esa lectura un tanto “extraña”, pero en el fondo nunca pude quitarme de encima la sensación de estar ante un cómic disperso, difícil y algo confuso.
Por eso, cuando en verano llegó a mis manos el primer volumen de la reedición de
Palomar, con sus 250 páginas, no pude evitar ciertas reservas; la precaución del viejo amante resabiado, supongo. Pero, para mi sorpresa, en esta nueva lectura (que postergué unas semanas, por simple y puro respeto), lo que antes parecía dispersión, se convirtió en multiplicidad de enfoque en el tratamiento del punto de vista; y lo que erróneamente interpreté como confusión, se me aparece ahora como un brillante manejo de la temporalidad y una selección efectiva de los instantes revelados. Todo cobra un nuevo sentido en este cómic cuando se analiza globalmente, cuando cada capítulo se lee como un puente hacia el siguiente, como parte integrante del cómic-río que componen los sucesos de este pequeño y humilde Cien años de soledad de los comics.
Por lo demás, adentrarse en el universo ficticio de ese pueblo fronterizo que responde al nombre de Palomar, sigue siendo un reto no exento de cierta dificultad, además de un desafío a la inteligencia y la sensibilidad del lector. Será por la cantidad ingente de personajes (todos ellos esenciales para entender el conjunto de la historia) o quizás por la dificultad a la hora de distinguirlos físicamente (la sencillez del estilo caricaturesco de Beto Hernandez no ayuda demasiado en este sentido), pero lo cierto es que se requieren unas cuantas páginas antes de contagiarse irremisiblemente del olor a vida que desprende Palomar, de su sabor a miseria y vitalidad, de su tacto áspero y cercano. Entonces, este pueblecillo indígena, como Macondo, como aquella otra Comala, nos traspasa y se convierte en parte de nosotros. Nos olvidamos de su naturaleza ficcional y empezamos a ver a los Vicente, Heraclio, Luba o Tonatzin, a las “personas” que lo habitan. Individuos, todos ellos, no muy diferentes de los que pueblan hoy, en pleno S.XXI, las fronteras mexicanas, colombianas, argelinas o afganas; los territorios olvidados, “inexistentes”. Al igual que en ellos, en la geografía creada por Beto Hernandez la vida cobra un valor añadido por el esfuerzo de ser vivida y hasta el sol “se comporta como un potentado sin compasión… como si hubiera elegido el pueblo de Palomar para desahogar su rabia.” Palomar y Río Veneno (dos partes de un todo), con sus defectos y sus muchos hallazgos, forman parte de ese tipo de lecturas que no dejan indiferentes a nadie (permítannos el lugar común). Leemos sus historias con la ansiedad del voyeur que necesita otra dosis de vidas ajenas para entender su propia existencia. Estamos ante ese tipo de trabajos que dejan un poso de reflexión e incitan a la comparación artística ¡Y pensar que sus secretos han estado tanto tiempo escondido para algunos de nosotros! ¡Qué bien les sienta el paso del tiempo a algunas antiguas amantes! 

viernes, octubre 05, 2007

Filibustero del cyberespacio.

No hay cosa que más placer me de (bueno, en realidad alguna otra hay) que pasar el rato en una tienda de cómics, con unos euros en el bolsillo, seleccionando presa. Pasar páginas, hojear viñetas, tocar papel, el olor a tebeo viejo y/o a nueva imprenta... Eso no quita para que, de tanto en cuanto, uno escuche al loro que lleva sobre el hombro izquierdo y le salga el bucanero que lleva dentro. Cuánto más, si la ilegalidad viene motivada por el olor goloso de obras inéditas en nuestro país o cómics de difícil acceso pecuniario (como éste).
Les propongo un pacto, yo les marco de soslayo una o dos rutas en el mapa del tesoro (gracias J.) y ustedes me guardan el secreto y me invitan a una jarra de grog la siguiente vez que nos veamos en los mares del Caribe, ¿hace?...

miércoles, octubre 03, 2007

Poesía, Buzzati y el "fumetti poetico".

Vuelvo tras una breve escapada a la Península Apenina. Han sido días de amaro, romanico lombardo y tortelloni, aunque, como siempre, ha habido algún ratito para librerie y fumetti, como no podía ser de otro modo. Uno de los cómics que han castigado mi espalda mochilera en las idas y venidas italo-españolas ha sido Poema en viñetas, de Dino Buzzati, Poema a fumetti, en este caso. Por qué irse hasta Italia para comprarse un libro que ya está editado en España (por Gadir Editorial)? Dos buenas razones, allí la edición de Oscar Mondadori cuesta la mitad y, como se suele decir, cuando existe la opción de leer a un autor en su lengua, por qué no hacerlo.
Seguramente gracias a Buzzati y a su edición española, se han podido leer en los últimos meses algunos posts en torno a la relación entre el cómic y la poesía. El tema tiene su interés. Sobre todo porque estamos ante dos vehículos artísticos claramente distantes por lo que respecta a sus técnicas discursivas y a su funcionalidad artística: el primero es un medio narrativo y el segundo un discurso literario de naturaleza lírica. De acuerdo, existe una poesía narrativa (los poemas épicos, sin ir más lejos) e incluso una poesía lírica construída sobre el hilo de una historia (algunos poemas de Robert Frost o Dylan Thomas, por ejemplo). De igual manera, de muchos cómics se ha destacado su profundo lirismo y su espíritu poético: se ha mencionado con frecuencia la recurrencia poética de Little Nemo o de Krazy Kat; todos reconocemos el lirismo subyacente en los trabajos de gente como Mattotti, Baudoin o Jali (por citar sólo alguno de los que han visitado esta casa), pero ¿podemos hablar en estos casos de poemas-visuales o de cómics-poemas o de poecómics (como he leído en algún lado )? ¿O se trata simplemente de esos casos tan típicos de interdiscursividad habituales en el panorama artístico? Sin City, la película, es un filme, por mucho que algunos se empeñen en considerarlo un cómic filmado; los cuadros de Liechtenstein son eso, cuadros pictóricos, y las novelas descriptivas de Gabriel Miró, son novelas, no cuadros.
Dicho lo cual, en el mundo del arte siempre existen intentos por superar las "limitaciones" vehiculares e invadir otros discursos, más allá del simple contagio o influencia. Uno no sabe si la poesía caligramática es literatura o ilustración o si los poemas-objeto de Joan Brossa son poesía o escultura. El Poema a fumetti de Bruzatti se mueve en esa ambigüedad experimental y, como sucede casi siempre, los reultados son difusos.
Se trata de un trabajo de 1969, un momento de convulsión social y aventuras estéticas. En el caso del cómic, sin ir más lejos, es el periodo en que en Europa comienza a gestarse lo que se ha dado en llamar "cómic de autor"; al otro lado del océano estaban más interesados en el gesto trasgresor y la provocación antisistema, era el turno de ese underground que tanto se asoma por aquí. Estamos seguros de que Buzzati conocía a algunos de aquellos nuevos autores europeos, no tenía que andar mucho. Seguro que leyó, por ejemplo, al gran Guido Crepax; resulta difícil negarlo tras leer su Poema a fumetti. 
Como su propio nombre indica, estamos sobre todo ante un poema que recurre a la imagen como recurso para multiplicar el significado de sus palabras. De este modo, Buzzati intenta huir de la ilustración pura y dura: no se trata de subrayar el texto mediante imágenes, sino de aumentar su carga expresiva. Pero Buzzati no es un dibujante de cómics sino un escritor y su capacidad como artista visual (en ocasiones) no alcanza su pericia como juntador de palabras. Evocadoras, imaginativas y profundamente simbólicas, las viñetas de Poema a fumetti pecan en ocasiones de esquematismo (abundan las viñetas únicas) y alternan la imaginería pop con el trazo esbozado.

El poema recrea y moderniza de un modo personal el mito de Orfeo y Euridice. El tiempo, la soledad y el amor salpican una trama que, pese a su carga alegórica, no abandona casi nunca el planteamiento narrativo que lo sustenta. Resultaría difícil deslindar al cómic de su naturaleza diegética, incluso en casos, como éste, en que la viñeta se supone instrumental frente a la naturaleza eminentemente poética de la obra. La pregunta surge por sí sola, ¿puede un cómic prescindir de su condición narrativa para convertirse en poesía, sin más? En este sentido, nos parecen más interesante propuestas como los Cuentos de la estrella legumbre, de Olivares, que plantean una indagación formal de mestizaje interdiscursivo más audaz, sin necesidad de subrayar sus intenciones poéticas.
En todo caso, y como comentaba Álvaro Pons no hace demasiado, "hay que evaluar Poema en viñetas como una transgresión para la cultura oficial del año 69, que veía como un literato respetado usaba la historieta como herramienta para su discurso, 'rebajándose' a usar un medio popular. Si nos olvidamos de ese aspecto, leído hoy, Poema en viñetas es una curiosa revisión del mito de Orfeo y Eurídice al mejor estilo de los 60, recreando la figura de Orfeo en un cantautor que usa sus composiciones para abrirse paso por un infierno de clara inspiración dantiana". Lo dicho, un experimento más que interesante dedicado a los amantes del riesgo y a todos los estetas de la viñeta; porque también hay que saber disfrutar de estas pequeñas y escasas rarezas, certamente.

jueves, septiembre 27, 2007

Una de revistas bizantinas: aparece el 2 de Tebeos en Palabras.

Se ha hecho de rogar, vaya que sí (como todo lo bueno), pero al fin ha aparecido el nº 2 de Tebeos en Palabras (el tercer número, la revista comenzó con un número cero y dos dossiers, ¿se acuerdan?). Se trata, para los recién llegados, de la revista digital gratuita de Último viaje a Bizancio Ediciones (la editorial inexistente que intentan conducir los amigos Yorkshire y LuisNCT hacia buen puerto). En ella se habla sobre cómics, por supuesto.
Hablamos, en realidad, porque junto a otros buenos colegas blogueros (Iru, Tebeonauta, el Sr. Punch, Lord Pengallan, Ternin o Esteban Hernández), también participa esta pequeña bitácora con su granito de arena, de metralla, esta vez. Una reseña sobre un gran trabajo, el de la israelí Rutu Modan en Metralla; uno de esos cómic buenos del curso pasado.
Seguiremos con la vista el recorrido de este velero bizantino y, cuando se nos pida, seguiremos fletando botes con provisiones cargadas de palabras que hagan más sencilla su travesía. A ver si entre todos conseguimos calafatear esas pequeñas grietas que se ven en el casco (el tamaño del archivo, sobre todo). Nada serio si se tiene en cuenta la cantidad de ilusión que saluda al lector desde la borda. Para los más tardones, os vinculo ahí abajo los números atrasados. Saludos.

martes, septiembre 25, 2007

Chester Brown. Nunca me has gustado... tanto.

Hace ya tiempo que la muchachada canadiense de Drawn & Quarterly vino a estas tierras para quedarse. Hemos de reconocer que, como lectores, les debemos bastante a los Seth, Matt, Doucet o Chester Brown. Se nos descubrieron, así de primeras, como unos redescubridores de la técnica autobiográfica. Sin llegar al flagelo del rey Crumb, los canadienses incorporaban a sus autoconfesiones diversos elementos y fórmulas bastante inhabituales en el mundo de las narraciones gráficas allá en los años 90ytantos: el lirismo autorreferencial de Seth en esa pseudoficción gozosa que es La vida está bien si no te rindes; el humor cáustico, cínico autocompasivo de Joe Matt en Peepshow; el exorcismo biográfico manchado por el realismo de alcantarilla de Julie Doucet o la confesión desnuda y frágil de las penurias adolescentes de Chester Brown.
Lo primero que vimos de este último en nuestro país (al menos lo primero que leí yo) fue El Playboy. Un tebeo interesante que La Cúpula publicó en 1995 en tres incómodos cómic-books (por el formato, que no por la edición, cuidada y muy correcta). Precedido por su fama, El Playboy reunía algunas de las constantes en la obra de Brown: un dibujo quebradizo y elegante ("¿cómo consigues hacer todas esas líneas tan finitas?", le pregunta uno de sus personajes a Brown); encontrábamos también la sensibilidad ciclotímica de su autor, ese aire semi-autista que le llevó a crearse un alter-ego en forma de conciencia voladora bipolar (ángel-diablo), con la que poder consultar sus cuitas; y, por último, El Playboy presentaba la técnica organizativa de Brown, con una distribución libérrima de viñetas en la página, únicamente condicionada por los intereses narrativos de la secuencia tratada (que podía consistir en páginas formadas por una única viñeta). Por todo ello, la historia de este Brown adolescente y sus complejos judeocristianos ante el sexo impreso (de ahí el título), nos interesó sobremanera en su día y nos parece recomendable en el presente, aunque no deja de ser un ejercicio tempranero, cuyo mayor defecto reside en su falta de recorrido narrativo y en la limitación (tanto espacial como temática) de su propuesta.
Antes de su relación privada con la revista porno de marras, Brown había trabajado en una obra de claros tintes surrealistas, humor morboso desatado y mucha mala uva, que había aparecido por entregas en Yummy Fur (el fanzine autoeditado por Brown en los 80); hablamos de Ed el payaso feliz (La Cúpula, 2006). Adolecen sus capítulos o gags de cierta anarquía relacional (deuda de un proceso creativo basado en el automatismo surrealista) y digamos que al traje del payaso se le ven las costuras más de la cuenta. Pese a ello, el conjunto presume de un humor dadaísta, cuando no demente, y de esa profundidad intelectual, que sobrevuela casi toda la obra del canadiense.
Porque, ¿sabían que para Seth su amigo Brown es un genio? Se deja entrever en las que, hasta el momento, son sus dos obras mayores, Louis Riel (La Cúpula, 2006; "completa" en 2007) y Nunca me has gustado (Astiberri, 2007). Algún día retomaremos la primera de ellas (en realidad su último trabajo de entidad), vayamos ahora con la otra.


Nunca me has gustado nace de la misma idea que El Playboy y, como aquella, se publica por entregas en Yummy Fur a comienzos de los 80 (cuando Brown ya ha fichado por Drawn & Quarterly). Sin embargo, y pese a las muchas semejanzas que hemos comentado anteriormente, Nunca me has gustado supera a su hermana ampliamente en inteligencia y madurez. Lo hace por lo que respecta a sus contenidos, pero también por la lucidez con la que plantea su desarrollo argumental y por su capacidad para emocionar al más pintiparado. Y es que las confesiones de Brown huelen a verdad, pero, además, tienen un extraño efecto contagioso que nos recuerda a aquel otro autor inclasificable que veíamos no hace tanto. Se trata, imaginamos, de una cuestión de instinto e intuición: la que se necesita para apretar la tecla adecuada que nos muestra el proceso de maduración por el que todos hemos pasado.
Esta obra de Chester Brown habla sobre el paso del tiempo, sobre el nacimiento de la conciencia individual y sobre la aparición (la lucha hormonal) de los primeros sentimientos afectivos (sexuales y sentimentales). El canadiense consigue trasmitir la lucha interior que sacude a todo adolescente, esa incomprensión y falta de empatía con el mundo exterior, que termina convirtiéndose en todo un trayecto de equivocaciones, vacilaciones y aprendizaje a marchas forzadas. Desde nuestra óptica de lectores maduros, de seres humanos más o menos formados (¿se llega a eso algún día?), los protagonistas de Nunca me has besado no dejan de equivocarse; por eso parecen tan reales. El espectador observa impotente su falta de decisión, la incoherencia de sus actos y el egoísmo infinito que guía sus decisiones. No podría haber sido de otro modo. Brown nos sacude con su acto de contricción y, de un latigazo en pleno rostro, nos muestra la facilidad con que nos olvidamos de lo que hemos sido.
Lo mejor de todo es que Brown consigue sus fines con una economía de medios y de discurso admirables. Con un dibujo sutil y una línea clara, casi transparente, pero muy plástica (que líricas son las escenas "bruscas", las que se suponen más agitadas o violentas, como esas peleas de amor entre Brown y Carrie). Con un uso maestro de la elipsis, que le permite al autor avanzar desde la infancia del protagonista hasta la adolescencia, con la suavidad del recuerdo esbozado (fragmentario, como son las imágenes de nuestra primera juventud). En este sentido, la utilización de indicios y repeticiones, permite ligar los sucesos en un hilo discursivo coherente. El empleo del montaje incide también en la disposición del material narrativo y permite subrayar unos episodios en detrimento de otros; o poner de relieve sucesos menores (desarrollados en varias páginas) frente a otros que parecerían más relevantes pero tienen un peso menor (o una inconsistencia mayor) en el recuerdo del protagonista. Así, hechos tan triviales como masticar una galleta, se convierten en hilos rectores de la historia y en ejercicios contemplativos de honda melancolía, gracias a una viñeta aislada en medio de la página.

La obra de Brown sorprende al que se acerca a ella por vez primera, a algunos les puede incluso parecer irritante y condescendiente en algunos momentos, pero, que nadie lo dude, el canadiense ha conseguido elaborar un lenguaje comicográfico absolutamente convincente y personal. Nunca me has gustado es el mejor ejemplo de ello.

__________________________________________

Le hemos tomado prestadas algunas de las imágenes a Pepo. Cuelga varias más aquí.