martes, diciembre 09, 2008

El escalpelo de Fernando Vicente.

Está Fernando Vicente en boca de todos últimamente. Le vemos aquí y allá con motivo de su Literatura ilustrada (hija de su exposición sevillana), de sus más antiguas pero imperecederas pin-ups (que sin pudor consentido expusieron también sus encantos) o de su ya fecunda colaboración con El País.
Conocíamos también su preciosa página web, llena de planetas, dibujos que parecen cuadros, cuadros que parecen mapas y mapas de anatomías varias. Sucede que, cuando un atlas acapara territorios tan vastos, casi siempre dejamos territorios sin explorar. Eso nos sucedió en su día. No es hasta hace bien poco cuando hemos descubierto que, además de paginero, don Fernando es un bloguero de pro (anotamos los agradecimientos).
Hasta tres (blogs) le contabilizamos: uno con las carnes de sus pin-ups graciosamente expuestas, otro que pasa por ser algo así como su bitácora oficial, con actualizaciones frecuentes, multitud de ilustraciones, caricaturas y anuncios; y, por último, otro escaparate de pinturas previamente expuestas: las de su serie Vanitas.

Vanitas o la degradación de la carne. Fernando Vicente enfoca el tópico clásico desde cierto gusto quirúrgico, desde un afán anatómico que degrada la naturaleza clásica de sus glamurosos retratos a un estadio cercano al naturalismo: algo así como una revisitación de la truculencia "rembrandiana", pasada por un filtro de asepsia forense; todo ello mezclado con el estilismo de Richard Avendon. Nada menos.
Además, aunque sea desde una motivación y un enfoque diferentes, esta colección de vanidades nos ha recordado a ese otro divertidísimo juego de disección zombi-carnicera que mencionábamos aquí no hace tanto. ¿No se les abren las carnes?

jueves, diciembre 04, 2008

Teratoid Heights, de Mat Brinkman. El ataque polimorfo

En plena fase post-traumática de recuperación "maggotsiana", el amigo Kioskerman (cuyas tiras semanales no nos cansamos de recomendar) nos sugirió, entre otras cosas, el ataque a otro miembro de ese grupo de comiqueros incendiarios y transgresores que es Fort Thunder: Mat Brinkman. Guiados por tan buen consejero, tardamos horas en encargar su único y complejo Teratoid Heights. Muy poco tardamos también en devorarlo.

Devorarlo, sí. Por puro espíritu de supervivencia, no fuera que los monstruos que habitan los cerros de Teratoid terminaran por engullirnos a nosotros. A primera vista, Teratoid Heights tiene muchos elementos en común con Maggots; para empezar, la afición musical de sus autores: pero mientras Chippendale y sus Lightnining Bolt castigan los oídos con ráfagas del noise más salvaje (atención al vídeo), Brinkman se decanta por los experimentos electrónicos en bandas como Mindflayer o Forcefield.

En cuanto a las viñetas en sí, tanto Maggots como Teratoid Heights brillan por su heterodoxia. Obras de contracultura más que cómics propiamente dichos. En ambos, el experimento visual se impone al componente narrativo: secuenciación acumulativa, ruptura de las convenciones lectoras y recursividad de elementos detrás de pantallas de ruido (obstáculos a la lectura) en Maggots; en el trabajo de Brinkman prima el concepto de cambio, la evolución animal explicitada en los procesos de mutaciones imposibles de esas entidades-monstruos-animales orgánicos que habitan sus páginas.Presenta su obra Brinkman como un libro conformado por diferentes episodios evolutivos independientes (con títulos sólo vagamente descriptivos o referenciales como "Oaf", "Flapstack", "Bolol", "Belittle", "Crudclub", "Glitch Ganglion", etc.) que acaban por componer el interesante árbol genealógico de las especies que habitan las Teratoit Heights y sus tierras laberínticas. El estilo de Brinkman ayuda a forjar esa pangea narrativa gracias a sus plumazos toscos y texturados. La fisiología de los personajes de Teratoid Heights está, aparentemente, constituida por la materia mítica más básica: sus formas "vivas" parecen hechas de piedra, madera, agua y vapores solidificados. Tampoco encontramos pensamiento racional en las acciones de los personajes, sólo instintos básicos y satisfacciones primarias destinadas a la supervivencia. Así, podemos entender este trabajo como una alegoría primaria y primigenia, una recreación en blanco y negro del nacimiento de un nuevo mundo.

La obra es mucho más "digerible" que Maggots y su lectura mucho más agradecida (no sé si gratificante sería el término adecuado aquí). El efecto en el lector, no obstante, es similar en ambas: después de una fase inicial de desconcierto, nos vemos sumergidos en la cascada rápida de secuencias mudas, que nos conducen hacia resultados insospechados, pero plenamente coherente dentro de la "lógica" animalidad de sus protagonistas. De este modo, el rol activo del lector en las obras de los autores de Fort Thunder parece resquebrajarse a causa de una ordenación que se supone anclada a procesos irracionales, pero que en realidad reponde a un inteligente y novedoso manejo de la secuenciación por parte de sus autores.

Teratoid Height fue publicado en 2003 en Canada por la difunta Highwater Books. No obstante, algunos de sus capítulos habían aparecido con anterioridad en diversas publicaciones (Burning, Monster, Comix2000...) entre 1994 y 1999. Mucho ha llovido ya y muchas extinciones (editoriales y "revisteras") han acontecido desde entonces. Curiosamente, cada vez somos más los que descubrimos a algunos de los talentos que habitaron durante aquellos años en el pequeño ecosistema de Providence y que se dieron a conocer como Fort Thunder. Tenemos la sensación de que no son (serán) pocos los que han bebido y están evolucionando desde aquellas fuentes.

lunes, diciembre 01, 2008

Chaland, colgado.

Hace unos días hablábamos de cárceles y cómics pintados sobre paredes hippies. Hace algo más, un amigo y visitante asiduo de esta casa presumía de cuadro-reproducción "chalandera", colgada de una pared y realizada por una familiar talentosa.
Como nos prometió entonces, don Miguel nos ha mandado el cuadro y, ¡recorcholis! tiene motivos para presumir de él. ¡Cualquiera no sonríe con tamaño guateque de línea clara colgado de la pared! Juzguen ustedes:


Detalle:

Premio honorífico para el que adivine la viñeta.

viernes, noviembre 28, 2008

Talleres de cómic y manga gratis.

Lamentablemente, este año no podremos ir a Expocómic. Como penitencia, prometemos leer tantos cómics como nos quepan en las manos y les pedimos que recen alguna oración por el perdón de nuestros posts; o en su defecto también pueden aprender a hacer estampas comiqueras dedicadas a San Little Nemo. ¿Dónde y cómo? Lean la nota que nos pasa nuestro amigo Carlos Díez de la Academia C10:
El sábado 29 y domingo 30 de Noviembre estaremos en el Salón de Actos la Fnac de Callao realizando talleres gratuitos de cómic y manga.
Los talleres serán de dos horas aproximadamente cada día, y dispondremos mesas y utensilios para los que queráis os sentéis con nosotros a aprender y dibujar, de la mano de dos de los mejores profesionales de nuestra escuela:
Álvaro Muñoz (sabado 29), autor del libro Aprende a dibujar cómics, dará el taller de cómic y Diana Fernandez (domingo 31), miembro de STUDIO KôSEN se ocupará del de manga. Ademas de ellos, profesores auxiliares y azafatas cubrirán el evento para garantizar la eficacia del mismo en caso de asistencia masiva de público.
Esta actividad, se celebra en paralelo y colaboración a Expocómic 2008, en el que también estaremos presentes.
Que ustedes se lo pinten bien.

martes, noviembre 25, 2008

Born to be wild. Cómic-graffiti carcelarios.

Salimos con un título indescifrable mas con base documental. Andábamos este fin de semana intentando poner al día nuestras deudas cinéfilas y decidimos apostar a caballo ganador: un clásico motorizado con hippies, rebeldes sin causa, orgías estupefacientes y un mucho de road-movie. Acertaron, Easy Rider, la cinta mítica de Dennis Hopper de 1969, protagonizada por él mismo, Peter Fonda y un jovencísimo Jack Nicholson. Una película, ésta, que marcó decisivamente a toda una generación de adolescentes, en medio de las convulsiones sociales y culturales de la Norteamérica (aunque no sólo) de finales de los 60.
El underground, el movimiento hippy, las corrientes pacifistas, la psicodelia, el pop-art, la rebeldía montada sobre dos ruedas... todo ello forma parte de Easy Rider y ayuda a establecer las marcas genéricas de un film que, dentro de su aparente anarquía narrativa, funciona como perfecto ejemplo de ese tema eterno que es "el viaje" y que casi siempre funciona desde el doble plano físico-simbólico. Easy Rider es cine de carretera (la versión post-moderna del viejo relato de viajes), sí, pero también un recorrido por la decadencia de un país, aparentemente más viejo de lo que dicta su historia, y en pleno proceso de degradación social y moral: los Estados Unidos de América de los 60 (que tanto nos recuerdan a los Estados Unidos pre-Obama).
El hecho es que, entre tanto hippy drogota y forajido heróico, la película se alimenta de aventuras alucinadas y trifulcas motorizadas que, en bastantes casos, acaban con los huesos de sus protagonistas magullados o, en el mejor de los casos, entre rejas. En una de esas algaradas carcelarias, "Captain America" Wyatt (Peter Fonda) y Billy the Kid (Dennis Hopper) terminan en una celda donde conocerán e incorporarán a su travesía al escasamente juicioso abogado George Hanson (Jack Nicholson). En un momento dado de esa escena, mientras nuestros anti-héroes descansan en el catre, la cámara con aires documentales de Hopper recorre la celda y... descubrimos que los presidios estadounidenses de los años 60 y 70 estaban llenos de amantes del cómic. En apenas unos segundos, la cámara recorre los muros de la celda para descubrirnos sus tesoros.

Ya ven, en sólo unos metros cuadrados de celda, encontramos a dos soldados de Beetle Bailey, a uno de nuestros personajes favoritos (recreado grafiteramente a partir de la versión de Vernon Green) y de regalo un personaje de cartoon entrañable, Mr. Magoo. Sin duda, esto merece un hurra por los comiqueros forajidos hippies, hip, hip...

jueves, noviembre 20, 2008

Deogratias, de Stassen. Vergüenzas de occidente.

Es curioso como en esta época de zozobras financieras seguimos observando impertérritos las tragedias humanas que tienen lugar en los extrarradios de aquellas. África, casi siempre África.
El belga Jean-Philippe Stassen habla de una de esas tragedias en Deogratias y sabe bien lo que se dice. En concreto habla de aquella que en 1994 sonó tan fuerte como el estallido de ira de todas las deidades juntas, tanto como para alterar ligeramente el pulso de occidente; aunque sólo fuera durante unos meses y debido, sobre todo, al sentimiento de culpa que provoca la letal pasividad de aquellos que en su olvidable rol colonizador plantaron la nefanda cosecha de futuros rencores. Hablamos, por supuesto, del genocidio Tutsi a manos de los Hutus en la Ruanda de mediados de los 90.
Cuando uno intenta digerir una historia como la de Deogratias, capaz de generar impactos emocionales de alto voltaje, no es extraño que se nuble el juicio crítico. Más aún cuando la cercanía cronológica y la contemporaneidad del escribiente actúan como amplificador emocional. Y es que parece increíble que tragedias como la de Ruanda terminen convertidas en huellas lejanas dentro de nuestro itinerario de espectadores en la distancia. Menos mal que artistas como Stassen asumen el compromiso de refrescarnos las conciencias de tanto en cuanto. Mejor dicho, menos mal que hay alguien que nos facilita los procesos de empatía poniéndole rostros a las víctimas anónimas. Admitimos, no sin vergüenza, que una obra como Deogratias ha provocado en nosotros una agitación interior mucho más desasosegante que las imágenes habituales de cadáveres televisivos desconocidos que se nos anuncian cada día en la lejana África. Será que el ser humano (nosotros al menos) necesita conocer la historia personal, identificar al individuo (aunque sea mediante la recreación ficcional), antes de convertirlo en uno de los nuestros: es decir, antes de sentir su sufrimiento como propio o poder ponernos en el lugar de sus miserias. Así de triste: nos hemos inmunizado ante la muerte en el suburbio, pero aún lloramos cuando los que mueren tienen un nombre y una cara.
Stassen dibuja rostros, espacios y situaciones con una caricatura preciosista y unos tonos acuarelados llenos de luz. Su línea gruesa (muy modulada) y la amplitud cromática de sus "pinceles" (determinantes a la hora de recrear las luminosidades imposibles del continente africano) nos recuerdan a dibujantes tan dotados como Rubén Pellejero. El lector de Deogratias no deja de recrearse en sus viñetas paisajísticas nocturnas pobladas de estrellas, al tiempo que sufre la noche interior de sus personajes, inundados de pena, locura y desesperación. Asistimos al proceso de degeneración social ruandés, jaleado por sus inmundos voceros radiofónicos, y a la vez se nos pierde la mirada entre la vegetación espesa que inunda sus campos y recorta sus sabanas. Stassen consigue fotografiar con sus caricaturas (a veces amables y redondeadas, otras agrestes y violentas) la ilusionada vitalidad adolescente de sus protagonistas (Deogratias, Benigne, Apollinaire...), pero también el rostro deformado de los monstruos fanáticos hipnotizados por la ira racial..
Delimita la obra el itinerario de un viaje hacia la nada, hacia la deshumanización, hacia la animalización, la cosificación más absoluta del ser humano (valgan las redundancias). Lo hace mediante saltos temporales y anacronías narrativas constantes, que fraccionan el relato con continuos flashbacks explicativos y vueltas al presente diegético. El lector no llega a sumar todas las claves del relato hasta el final del mismo, momento en el que el discurso alterado y demente de su protagonista se filtra en relato coherente gracias a las revelaciones de su historia personal. Lo cierto es que, en algunos momentos, Deogratias se resiente de la inconsistencia lunática de un personaje principal que funciona como punto de vista referencial para el conjunto de la narración. Hay que reconocer que, en términos narrativos, no siempre funciona la letanía lírico-dadaísta que acompaña al personaje protagonista del libro (el niño-perro-demente llamado Deogratias).
Ya lo hemos dicho, es difícil adoptar el papel de crítico cuando uno acaba de leer una obra que habla de cosas como las que cuenta ésta. Más aún cuando encendemos la televisión y te están hablando del Congo ex-colonial, de ordenadores como el que estamos usando nosotros ahora y de niños que no son niños. Deprimente. 
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Las siete primeras páginas de Deogratias en versión inglesa, por cortesía de First Second Books.

sábado, noviembre 15, 2008

Nathan Fox, curvas tridimensionales.

¿No les encanta? Llegamos casi de casualidad a la página de Nathan Fox, ilustrador, muralista, dibujante de cómics y creador de pinups voluptuosamente lujuriosas. Tenemos que reconocer que no teníamos ubicado a nuestro artista. Su estilo realista heterodoxo nos recuerda al de un Mike Allred pasado por la termo-turmix de visceras y balaseras fronterizas de Mezzo y Pirus. Todo impacto visual.
Pero es que además (y esto si que es gordo) la página web de Nathan Fox es una de las más originales y curraditas con las que nos hemos topado en la muy fecunda red global de ilustradores y comiqueros. Resulta que, ni corto ni perezoso, el bueno de Fox decidió que todos los materiales de su sitio iban a estar colgados en tres dimensiones. Como lo oyen: ¿se acuerdan de aquellas antiguas gafas de cartón y celofanes rojos y azules por cristales? Pues eso, si aún conservan las ruinas de su prehistoria adolescente, rebusquen y recuperen ese artefacto, prototipo modernísimo de la magia óptica, y cálcenselo, que tienen toda una colección de páginas de cómic, muchachas procaces y zombies varios esperando que les adivinen las curvas. Si carecen de tan vital artilugio, tampoco se sofoquen de masiado, que la página de este gran Nathan Fox también se disfruta desde el visionado "analógico". ¡Qué tío!

lunes, noviembre 10, 2008

Fun Home, de Alison Bechdel. Identidades y viajes literarios.

Fun Home fue recibido en blogs, periódicos (todavía nos resulta extraño escribir esto) y publicaciones especializadas como un auténtico fenómeno editorial comicográfico. Pocas veces una obra conformada en viñetas traía consigo tal equipaje de excelencias críticas (como si de un nuevo Corrigan se tratara). Así, a priori, un lector habitual de cómics se enfrentaba al trabajo de Alison Bechdel con todos los sensores encendidos y una inevitable colección de ideas y suposiciones preconcebidas.
Estamos ante una obra compleja, densa, muy literaria, razones que segura y razonablemente explican parcialmente el deslumbramiento crítico colectivo (que incluye con certeza a un buen número de analistas sorprendidos ante la profundidad que destilan las viñetas de algunos de estos "nuevos cómics"). Fun Home es la historia de un viaje iniciático y el relato de una búsqueda (interior); ahí es nada, dos de esos temas universales que explican buena parte del arte contemporáneo, transmutados en viñetas. Ambición narrativa destilada en páginas de cómic.
La idea temática que subyace en Fun Home es la misma que explica buena parte de la producción literaria del S. XX, la que está detrás del Retrato del artista adolescente o del Ulises, de Joyce, por ejemplo, pero también la que explica la bajada a los infiernos de Conrad en El corazón de las tinieblas o la que justifica la decadencia autodestructiva del Jimmy Gatz de Fitzgerald. De hecho, parte de la esencia de Fun Home consiste en el reconocimiento de esas afinidades literarias y su integración dentro de un discurso narrativo comicográfico propio. Estamos, que duda cabe, ante una obra que asume su literariedad de una forma transparente, hasta el punto de convertirla en recurso artístico por medio de la intertextualidad: las citas, referencias, subrayados, menciones y paralelismos literarios a los que recurre Fun Home, están en la base de su estructura narrativa y son parte esencial de su discurso. El cómic de Bechdel es un relato autobiográfico en el que su autora relata su búsqueda de una identidad (homo)sexual y personal, pero también es un ejercicio de recreación vital a través de la ficción, de las lecturas y del bagaje intelectual de su protagonista. Este recurso es, sin duda, el motor y una de las mayores virtudes de la obra (una de las claves de su irrupción estelar), pero en algunos momentos es también una pesada carga retórica que juega en contra de las intenciones de su autora.
Al final de todo, después de la experiencia intelectual que supone la lectura de Fun Home, a uno le queda la sensación de haber concluido un viaje, a veces fatigoso, siempre exigente, a través de los meandros retorcidos y turbulentos de la vida. Una navegación por esas aguas procelosas de la experiencia adolescente que, antes o después, terminan por conducirnos a todos al delta de la madurez. Alison Bechdel, con esa carga de suficiencia intelectual y cierta condescendencia, es sobre todo una timonel sincera y honesta. Una autora que sacrifica el pudor en aras de la verdad y que nos enfanga las retinas con sus revelaciones sexo-existenciales y sus secretos hormonales (por mucho limo que estos hayan acumulado). No nos extraña que, en otros tiempos, travesías similares terminaran en naufragios vitales (que no artísticos); que se lo pregunte el espíritu de algún censor a Wilde... o a Joyce:
Supongo que pasarse toda la vida ocultando la verdad erótica de mí mismo pudo tener un efecto de renuncia acumulativo. La vergüenza sexual es en sí misma una especie de muerte.
Ulises, por supuesto, fue prohibida durante muchos años por gente que encontraba obscena su honestidad.
Imaginamos nosotros, también, el enorme esfuerzo que Fun Home ha debido suponerle a su autora, tanto en el plano artístico como en el personal. La obra se revela como una confesión áspera de secretos propios y ajenos, un exorcismo intelectual de calado amplio, como hemos dicho. Los títulos de los diferentes capítulos dosifican convenientemente la información de la historia, pero juegan además en ese mismo nivel de autodestrucción catártica y posterior reconstrucción artística que sobrevuela la obra; están igualmente salpicados por las dosis de sarcasmo que bañan sus páginas: 1. Viejo padre, viejo artesano, 2. La muerte feliz, 3. Esa vieja catástrofe; 4. A la sombra de las muchachas en flor; 5. El carromato amarillo canario de la muerte; 6. Un marido ideal; 7. El viaje del antihéroe.
El dibujo de Bechdel es de un realismo sencillo pero tremendamente efectivo: un dibujo crudo por momentos, muy "narrativo" y poco dado a exhibiciones virtuosas, aunque convenientemente simbólico y explicativo. En todo caso, la faceta gráfica de la obra no amortigua en absoluto la densidad del conjunto: la elección de un falso bitono (formado por diferentes matices de un gris verdoso aguado) y los constantes juegos tipográficos ayudan, de hecho, a espesar aún más las redes significativas del conjunto. También lo hace la muy cuidada planificación y una puesta en escena que en ocasiones se transforma en todo un ejercicio cartográfico, tanto más complejo cuanto los escenarios en los que transcurre la acción se cargan también con frecuencia de matices simbólicos (la casa familiar, sobre todo, como reflejo de la personalidad paterna).
El contexto enfermizo del hogar (Fun Home) "recreado" como falso escenario de aspiraciones místicas, como arcadia imposible de la armonía familiar, termina convirtiéndose en un espejo deformante: en macabra atracción de feria privada que devuelve la imagen distorsionada de la impotencia materna, la degeneración psicológica del padre, y el escapismo decadente de los hijos. La casa se convierte en un cuadro perfecto de incomunicación familiar, como en esa escena en la que Alison ayuda a su madre a ensayar una obra de teatro de Oscar Wilde y la comicidad de los diálogos del dramaturgo británico se transforma a ojos del lector en una crónica profética del desafecto de sus intérpretes, como si el espíritu victoriano y hermético de tiempos peores cobrara todo su sentido en el "deshogar" de los Bechdel:
- Soy la prometida de Mr. Worthing, mamá.
- Perdona, tú no eres la prometida de nadie. Cuando seas la prometida de alguien, yo, o tu padre, si su salud se lo permite, te lo comunicaremos. Es cosa que debe presentársele a una muchacha como una sorpresa. No es un asunto que pueda permitírsele arreglar por su cuenta.
- Te has saltado una parte. Es "cosa que debe presentársele a una muchacha como una sorpresa, agradable o desagradable, según los casos".
Una sorpresa "agradable o desagradable, según los casos". No necesitamos mucha imaginación para adivinar cuales eran las sorpresas (familiares, sexuales, personales) que estaban por llegarle a la joven Alison, apenas comenzada su pubertad. Las revelaciones hormonales turbulentas alimentadas por la turbulencia intrínseca de eso que hoy llaman hogar desestructurado: ahí están los mimbres para desentrañar los secretos de Fun Home. Ahí y en la aceptación natural de la inteligencia de su autora proyectada a través de la lente de aumento de la sobrecarga de referencias literarias; algo con lo que, como lectores, a veces nos cuesta comulgar y que, en algún caso, se vuelve contra el propio relato y su ritmo narrativo. Pese a todo, Fun Home es una lectura exigente y llena de matices, un ejercicio de esos que huelen a reto, a experimento y a trabajo perdurable. Una obra que, por su valentía, merece buena parte de los halagos (nos tememos que no todos) que ha recibido en los últimos meses.

viernes, noviembre 07, 2008

Mimuik, ilustrando que es gerundio.

Aunque sólo fuera por razones alimenticias, la conexión entre los dibujantes de cómics y el mundo de la ilustración se nos aparece cada vez más nítida. Más aún, después de la consolidación de algunas de nuestras estrellas en el panorama de la prensa generalista de mayor tirada, el trabajo como ilustrador para el artista comicográfico se revela como toda una garantía laboral con efecto de continuidad (comiquera).
Hablamos, por supuesto, desde la certeza de que hay dibujantes de cómics que nunca se han adentrado en el terreno de la ilustración, del mismo modo que existen ilustradores profesionales cuya relación con el mundo de la viñeta es nula. En todo caso, parece claro que el territorio de intersección entre ambos dicursos se ensancha día a día, aún más extensamente de lo que anticipaba Daniele Barbieri en su ya clásico estudio.

Viene a cuento esta reflexión estirada en el post porque en nuestros paseos internáuticos de las últimas semanas, no dejamos de arrivar a puertos tan graciosamente ilustrados como Mimuik, barco, taller, escaparate y agencia de ilustración timoneada por Inés Obregón, una capitana resalada. Además, resulta que en la borda de tan lustrosa nave nos encontramos trabajos de viejos amigos como Pejac, de artistas que han ilustrado nuestra experiencia musical, como Vanesa Zafra, y de ilustres comiqueros recientes "clientes" de este blog (Alberto Vázquez); y con este último, verán, es precisamente con el que se recupera el hilo con el que comenzábamos a tejer este post.
Son bonitas estas travesías entre bits, peces de acuarela, códigos binarios y marineros de carboncillo, ¿no creen? Desde aquí, les deseamos suerte a los amigos de Mimuik y sus marineros valientes.

martes, noviembre 04, 2008

Historias color tierra, de Kim Dong-Hwa. La pubertad de las flores.

Nos ocupamos de un manhwa reciente editado por Planeta: Historias de color tierra. 1. Los pequeños cuentos de mi madre, de Kim Dong-Hwa. Últimamente nos lo pensamos dos veces antes de embarcarnos en una "saga" manga o manhwa, a sabiendas de que la empresa puede conllevar varios miles de páginas y ataduras a largo plazo; en este caso la precaución es estéril, ya que Los pequeños cuentos de mi madre es el primero de una serie de únicamente tres volúmenes.
Historias de color tierra relata las vivencias infantiles de Ihwa, la niña protagonista que vive con su madre, la joven viuda Namwon, en una aldea coreana en la que el tiempo y la vida discurren al ritmo lento de las estaciones. Si además les contamos que Dong-Hwa utiliza el paralelismo simbólico como recurso narrativo, para ilustrar el despertar a la pubertad de la niña mediante metáforas florales y símbolos naturales, más de uno puede llegar a pensar que estamos ante uno de esos trabajos que pecan de cursilería y sobredosis sentimental. Nada más lejos de la realidad. El autor de este manhwa supera los peligros de la retórica sentimental a base de costumbrismo de aldea, lirismo inteligente y buen hacer estético.
Apartándose de muchos mangas y manhwas actuales que, para desarrollar un modelo temático similar recurren a fórmulas y tópicos manidos, Kim Don-Hwa nos remite a un escenario rural que le servirá de contexto para hablarnos de tradiciones agrícolas coreanas, usos religiosos budistas y taoístas o de simples juegos infantiles tradicionales de la Corea profunda. El paisaje cotidiano donde habitan personas corrientes como el pequeño monje Chungmyoung y su venerable maestro, o como la solitaria viuda que trabaja en su taberna mientras espera a algún viajero anónimo que le devuelva la fe en el amor perdido.
En medio de ese paisaje, que adquiere tintes bucólicos a través de la mirada infantil de Ihwa, la niña descubre estupefacta las trasformaciones que día a día sufren su cuerpo y su espíritu. Una eclosión que se revela tan sorprendente como la que viven los persistentes frutos del gingko biloba en otoño, la blanca flor de la calabaza que sólo florece por la noche o la salvaje malvaloca rosa. De este modo, el recurso a la naturaleza funciona en un doble nivel: por un lado establece los límites cronológicos de un relato que, como ya hemos señalado, avanza al ritmo de las estaciones y, por otro, funciona como apoyo simbólico del, en ocasiones, muy explícito y omnipresente componente sexual de Los pequeños cuentos de mi madre.
El sentido poético que envuelve la obra se manifiesta con igual claridad en el componente textual que conforma la obra a través de los diálogos o esa voz en off que recoge los pensamientos alternos de los personajes principales (la madre, la hija, el monje budista, etc), siempre desde un tono profundamente poético (en contraste marcado con los comentarios sexistas y soeces de bastantes de los personajes masculinos que pueblan la obra y sus tabernas). El lector occidental, ajeno a los secretos milenarios del pensamiento y la filosofía orientales, asiste a las reflexiones de los personajes como quien espera descubrir los enigmas de la existencia humana agazapados tras los ideogramas que se dibujan en un viejo proverbio coreano:
La malvaloca...
La azucena...
La cabeza rapada...
El hábito gris...
Los recuerdos bonitos, uno a uno, hay que cortarlos, como las ramitas...
Así, mi pequeño monje Chungmyong...
...Podrá seguir su verdadero camino.
Y de fondo, enmarcando pero presidiéndolo todo, los delicados y preciosistas dibujos de Kim Dong-Hwa, que viajan desde la sencillez esquemática de los rostros de los personajes, a la recreación cuidada de sus ropas, para desembarcar en unos prodigiosos cuadros paisajísticos recreados con esmero de miniaturista. Un ejercicio clarividente de ese recurso que el señor McCloud denominó "masking effect".


¿Algún pero? Alguno. En ocasiones, por ejemplo, tenemos la sensación de que el autor no puede evitar adoptar una óptica masculina en su enfoque de la sensualidad. Desde el respeto absoluto por sus figuras femeninas, Kim Dong-Hwa dibuja algunos pasajes que transpiran inquietudes y deseos masculinos. Quizás la clave la tenga el crítico coreano Hwang Minho en el epílogo a este primer volumen, cuando señala que: "...encontramos, a lo largo de toda la obra, el recuerdo vivo y palpitante de las mujeres coreanas de antaño, de la paciencia con la que soportaron el sufrimiento al que les reducía la sociedad tradicional. Es probable que el autor quiera dirigirse en especial al público masculino para que tengan presente este recuerdo".
Quién nos los iba a decir, pero tenemos el pálpito de que en este caso no nos iba a haber importado que Historias de color tierra tuviera unos cuantos cientos más de páginas.