lunes, abril 27, 2009

Feininger vs. Feininger.

Cerramos nuestro periplo berlinés con una nueva curiosidad que, seguro, les va a gustar. Uno de nuestros paseos museísticos terminó conduciéndonos a ese museo pequeño e instructivo sobre la Bauhaus (Klingelhöferstrasse 14), su historia y sus (muchas) aportaciones a la historia del arte. Allí vimos las obras y semillas artísticas de algunos de los profesores que honraron los muros de tan peculiar escuela; cuna de artistas imbuidos de un nuevo espíritu creativo y forjados, en su día, en una ideología trasgresora en la interpretación del arte.
Esta escuela, fundada por Walter Grupius en 1919, tuvo su sede en Weimar, para después pasar por Dessau y, finalmente, Berlín, ciudad que vio terminar su actividad en 1933. En las aulas de la Bauhaus impartieron docencia genios como Kandinsky, Paul Klee, Josef Albers, László Moholy-Nagy o Mies Van der Rohe (que fue, además, su director durante tres años). Entre los muchos artistas y creadores vinculados a la escuela, directa (como profesores) o indirectamente (por vínculos artísticos o afinidades ideológicas), se encuentra un viejo conocido: Lyonel Feininger, amigo de Grupius y profesor de su escuela durante muchos años.
Por supuesto, en el museo Bauhaus se puede disfrutar de la obra de Feininger. Pero, curiosamente, estos días, además de la labor pictórica de Lyonel uno puede recrearse también con el trabajo fotográfico del otro Feininger, su hijo Andreas.
El cierre de la Bauhaus por las presiones del partido nazi y el clima de hostilidades pre-bélico motivó que muchos de sus miembros, considerados subversivos por la reaccionaria clase política imperante, tuvieran que exiliarse en Estados Unidos. Allí acabó también y desarrolló parte de su carrera fotográfica Andreas Feininger, arquitecto de profesión que terminó consagrado como uno de los grandes retratistas de la Gran Manzana (ciudad en la que había nacido su padre, por cierto).
En la exposición temporal de la Bauhaus (que visitó nuestro país hace ahora un año) se pueden ver algunas de las fotografías más representativas de Andreas Feininger, con sus impresionantes retratos de los urbanitas neoyorquinos (obreros, tenderos, estivadores, paseantes e infantes) o con las instantáneas portuarias y fluviales alrededor del río Hudson. Una de estas últimas nos llamó especialmente la atención: East River, Brooklyn Bridge, Manhattan Bridge (1940).
La mirábamos y la remirábamos y no podíamos dejar de pensar que nos recordaba a algo que ya habíamos visto. Finalmente dimos con ello. La foto de Andreas (como algunas otras de la muestra) era prácticamente idéntica a este otro dibujo:
Como lo ven, una foto del hijo "homenajeando" una de las planchas más famosas de su padre de esa gran obra mínima que fue The Kin-der-Kids. Ver para creer. No muchas veces se es testigo de algo igual: la realidad inspirándose en la ficción. Curioso, ¿verdad?.

martes, abril 21, 2009

Más de secretos y cómics berlineses.

Ya lo hemos dicho, una ciudad como Berlín da de sí para mucho. El diseño, la ilustración, la vanguardia se mueven a sus anchas por las vías oficiales y extraoficiales de la capital alemana. Entre estas últimas, por ejemplo, destacaremos siempre la apabullante calidad y variedad de los grafitis que adornan sus muros.
Andábamos paseando por Warschauer Straße en busca de ese quilómetro largo de muro que permanece en pie como monumento y memoria del despropósito, cuando nos dimos casi de frente con un viejo conocido y una de sus obras más reconocible; desde el puente, siguiendo el curso del río, asomaba otra entrega más del fenómeno. No es mal arranque para empezar una ruta grafitera por Berlín. No obstante, no faltan muestras allá por donde uno vaya: mención especial a los que brotan en los alrededores de Tacheles, la casa okupa instituida en centro cultural alternativo, o en muchas de las galerías y patios interiores de Kastanienallee. Grafitis y más grafitis, pintados la mayoría, pegados como stickers o collages muchos otros (en una nueva tendencia que parece extenderse como la pólvora de imprenta por la ciudad). Y, por supuesto, entre todos, no faltan referencias al discurso que alimenta este blog, el cómic; éste de aquí abajo lo encontramos en el muro de entrada a Yaam, una playa-disco-bar de considerables dimensiones plantada en medio de la ciudad (al final de ese quilómetro de muro que acabamos de mencionar).
Más viñetas esparcidas encontramos en estaciones de metro, en aparadores abandonados y en folletos varios, pero donde realmente creímos reconocer la esencia alternativa berlinesa trasmutada en establecimiento comiquero fue en esa tienda, cueva de los tesoros, que se encuentra escondida al final de la galería en Rosenthaler strasse 39. Un lugar digno del Nueva York prepunk. Les explicamos como llegar: una vez en la dirección indicada, se reúne valor y se entra en el oscuro callejón, dejando atrás algunos de esos acogedores y oscuros cafés improvisados en locales que inundan los barrios de Berlín; se cruzan las dos o tres arcadas interiores, seguro que sin poder dejar de mirar, de nuevo, los grafitis, instalaciones y esculturas extraterrestres que adornan los muros de ladrillo descubierto y, entonces, llegamos al último patio, el que ocupa uno de los mejores locales nocturnos underground de la ciudad, el Kaffee Kaschemme, que comparte espacio y nombre con una galería de arte y un portal de empinadas y grafiteras escaleras en dirección a Neurotitan, nuestro sitio.
Allí al fondo

Pocas veces hemos estado en una tienda de cómics tan, tan "peculiar" y ajena a la oficialidad editorial (lo cual ya es decir, hablando de un medio tan poco ortodoxo editorialmente como éste). Nada más adentrarnos en el espacio franco, invadido de mesas y estanterías, de esta librería-galería empezamos a movernos a una velocidad cercana a cero por hora, hipnotizados ante fanzines, revistas, mini-cómics y tebeos alternativos o como ustedes quieran llamarlos, a medio camino entre la rareza experimental, la trasgresión underground y el cómic-arte de serie limitada y numerada. Descubrimos casas y editores que nunca habíamos oído tan fascinantes como los franceses Le Dernier Cri, el Institute Pacôme o el berlinés estudio Bongoût; junto a proyectos frescos que demuestran que aún quedan cosas por hacer en el campo de las revistas comicográficas, echenle un vistazo al fanzine esloveno Stripburger. Entren y ojeen. Les dejamos algunas instantáneas de lo que vimos tras esa puerta. Algún otro día les hablamos de alguna rareza que allí compramos.

miércoles, abril 15, 2009

Berlín, biografías y Joseph Beuys.

Berlín es una ciudad llena de estímulos, culturales, gastronómicos, festivos, artísticos y visuales. Una de las plazas europeas más jóvenes y efervescentes pero, al mismo tiempo, en gloriosa paradoja, más ricas en historia e información esencial sobre lo que somos los europeos y por qué lo somos. En cada visita tenemos la sensación de que la capital alemana es un espacio en constante transformación, una ciudad que no deja de forjarse una identidad a partir de los restos de ese naufragio histórico-político del que emergió en los últimos años del siglo pasado. Tierra baldía, zona franca que, quizás por puro espíritu de subsistencia, quizás por ánimo de resistencia ante el estigma diacrónico o quién sabe si por el enorme solar que se abrió tras el derrumbe, se ha convertido en un enorme lienzo en blanco sobre el que artistas nómadas, buscavidas, desheredados de occidente, nostálgicos de la vanguardia y jugadores del día a día han decidido pintar el irregular skyline de esta ciudad imprevisible.
Nos gusta pasear por sus enormes avenidas entre edificios históricos y oscuras torres de viviendas que nunca desvelan con claridad si su pasado pertenece al bloque comunista o a la vieja alianza. Entramos una y otra vez en sus bellos museos amueblados con las ruinas de saqueos míticos o con esos otros construidos a sí mismos con espíritu pragmático y afán didáctico. Museos irresistibles, habitados por reinas de la belleza o por monstruos de la ruptura, como Joseph Beuys. La del Hamburger Bahnhof es una de las visitas que siempre repetimos cuando viajamos a Berlín, sobre todo por mucho que nos impresiona un tipo como Beuys.
El alemán es una figura legendaria del arte contemporáneo, pero al mismo tiempo un artista con limitada ascendencia popular. Creador y personificador de una obra rupturista, Beuys intentó superar en todo momento la concepción tradicional de los museos y el arte, mediante la destrucción de su significación denotativa: "cada hombre, un artista". Ideario ético y filosofía estética al servicio de la diferencia artística. La trayectoria de Beuys está unida a la ciudad de Düsseldorf y sus comienzos conectados al grupo Fluxus, de los que pronto se desmarca, siguiendo una línea creativa marcada por una heterodoxia aún mayor que la de aquellos.
Beuys compaginó sus célebres intervenciones y acciones, con una labor docente reformista enfrentada a la enseñanza tradicional. Buscaba una enseñanza libre en todos sus sentidos, en la que el papel protagonista recayera en el alumno y a la que cualquier persona tuviera acceso. Fue expulsado de su puesto titular como profesor de escultura en la Academia Nacional de Düsseldorf después de que varios aspirantes a cursar sus enseñanzas fueran rechazados por el claustro de profesores de la Academia; antes, Beuys ocupó la secretaría del centro junto a algunos de esos alumnos y escribió una carta abierta al director sin guardarse ninguna opinión sobre las autoridades in-competentes. Las presiones estudiantiles y un fallo favorable de los tribunales alemanes favorecieron la admisión de los alumnos inicialmente rechazados y la readmisión de Beuys, pero él, en un órdago final, presentó su dimisión. Dos años antes de morir (1986) ingresa en la Academia de Arte de Berlín, la ciudad que guarda buena parte de su legado atístico.<
Para Beuys todo es susceptible de convertirse en objeto artístico (la política, la religión...) y él oficiará siempre como sumo sacerdote en unas liturgias perfectamente organizadas, cargadas de simbolismo mágico y mensajes crípticos. Oficiará sus acciones buscando la complicidad del espectador que deberá descifrar el mensaje social/artístico/político que se esconde detrás de títulos como Como explicar cuadros a una liebre muerta (1965) o I Like America and America Likes Me (1974), por citar dos de los vídeos grabados con las acciones del artista que se pueden ver en el museo. Valeriano Bozal señalaba al respecto en Modernos y postmodernos: "Beauys actúa como un chamán, y con sus gestos y movimientos, con los objetos y materiales que utiliza, crea un espacio o dominio en el que la revelación se hace posible".
Los trabajos "más clásicos" de Beuys (esculturas, ¿pinturas?, objetos, etc.) tampoco se lo ponen fácil al espectador tradicional. Obras crudas, feístas, voluminosas e intencionadamente simbólicas, siguen recurriendo a la organicidad de sus materiales y a referencias constantes a la naturaleza: enormes moles de grasa seca convertidos en rocas disformes, rollos de fieltro atravesados por jabalinas, vigas coronadas por moldes de hierro de cabezas humanas... Símbolo, transgresión, reformulación y grito airado para reiventar el arte, todo eso es Beuys.
En plena digestión, enfilamos la salida del museo y en su surtida librería de arte contemporáneo nos topamos con una sorpresa que enlaza este post con el de "ayer". Un tebeíto, minicómic (por su tamaño y número de páginas) con editorial detrás, acerca de la biografía de Beuys, titulado: Joseph Beuys. Der lärchelnde Schamane (El chamán sonriente, creemos); firmado por Bernd Jünger y Willi Blöss. No entendemos ni hablamos una palabra de alemán, pero los tres euros que cuesta el tebeo nos empujan a la compra (dentro de ese conocido afán por la adquisición de curiosidades inutiles que sufrimos los lectores políglotas frustrados). Se trata ésta, claramente, de una iniciativa didáctica en la que prima el concepto divulgativo sobre la búsqueda artística. El tebeíto, descubrimos luego, tiene continuidad en toda una serie de biografías artísticas que incluyen a Andy Warhol, Frida Kahlo o Egon Schiele, entre otros. Realmente curiosa esta mini-colección (cada volumen tine 24 páginas a un tamaño de 10'5 x 14'5 cms) editada por Willi Blöss Verlag.
En la siguiente entrega volvemos a Berlín pero prometemos centrarnos en curiosidades más intrínsecamente comiqueras.

sábado, abril 11, 2009

Biografías históricas normalizadas. Reich, de Elijah Brubaker.

Uno de los efectos secundarios de eso que llaman la normalización del cómic es su acercamiento a géneros y formas que en otros discursos narrativos parecen ya asentadas, pero que en el caso de las viñetas resultan todavía un territorio por explorar. Hablamos, por ejemplo, del género de las biografías históricas.
No hay que pensar demasiado para enumerar un buen puñado de biografías históricas noveladas memorables (Yo Claudio, Koba el temible, Flores de plomo...). Otro tanto sucede con el caso de las narraciones fílmicas (Andréi Rubliov, Aguirre, la cólera de Dios, El hundimiento...). En el caso del cómic, más allá de los célebres acercamientos de Robert Crumb al género con sus perfiles biográficos sobre Philip K. Dirk o pioneros del blues y el jazz, como Jelly Roll Morton o Tommy Grady (atención al post de Entrecomics al respecto), encontramos pocos ejemplos de vidas ajenas noveladas: quizás el más destacado de los últimos tiempos sea el aclamado Louis Riel de Chester Brown, aunque la lista promete ampliarse en los próximos tiempos.
Un ejemplo más es el de esa pequeña serie de minicómics independientes norteamericanos realizada por Elijah Brubaker, que responde al nombre de Reich (ya en su quinta entrega). En ella, se nos narra la vida de Wilhelm Reich, científico, filósofo y activista político cuya agitada vida discurrió entre 1897 y 1957. En la biografía de este personaje histórico, escasamente conocido, encontramos material suficiente para establecer un relato no falto de emociones. Reich fue uno de los pioneros de las tesis del psicoanálisis, en estrecha relación con Freud, y las teorías de la energía sexual. Su ideario político estuvo también marcado por las polémicas relaciones que mantuvo con casi todas las tendencias ideológicas imperantes en su tiempo: tuvo problemas con el partido comunista, al que en ciertos momentos le unió alguna afinidad ideológica; por su carácter totalmente contrario al autoritarismo, Reich, que además era judío, fue perseguido por los nacionalistas y fascistas alemanes y, finalmente, cuando terminó exiliado en Estados Unidos, sufrió un absoluto rechazo por parte de todos los estamentos sociales, que lo trataron de loco o excéntrico y terminaron quemando, literalmente, sus escritos en la hoguera para después encarcelarle.
Con tan complejos mimbres, la labor de Brubaker no era fácil, desde luego. Aunque se lamente en la introducción del espacio limitado que ofrece el formato de un minicómic, el autor norteamericano lleva a cabo su tarea de una forma sorprendentemente minuciosa y extensamente documentada (como denota la bibliografía que maneja). De hecho, en varios momentos, la vida y las teorías de Reich aparecen ilustradas por detalladas explicaciones científicas de sus presupuestos psicoanalíticos y apoyadas por citas literales de otros personajes de su vida y estudiosos de su biografía, que asumen, momentáneamente, la voz narrativa (se nos muestran hablando en una viñeta a modo de personaje entrevistado o cita ilustrada) en un recurso de referencia a la autoridad escasamente utilizado en el cómic. No obstante, este mecanismo, efectivo en la mayoría de las ocasiones, espesa la lectura en algún otro caso.
Destaca además la forma en que Brubaker aborda la descripción de personajes, en concreto la de Reich, a quien dota de una personalidad compleja y cambiable, recreando con eficacia objetiva la volubilidad, a veces antipática, del personaje. A la descripción física de los caracteres ayuda la sorprendente línea de dibujo de su autor, que apuesta decididamente por un estilo vanguardista: expresionista casi siempre en sus juegos con el claro-oscuro, cubista en el diseño anguloso de espacios y personajes, y surrealista cuando toca a la descripción de sueños y emociones. Un dibujo que puede parecer primerizo o amateur en ciertos momentos, pero que alcanza sus objetivos aportando espontaneidad y cierto aire naif al relato.

Ya ven, una nueva incursión entre la espesa y fértil vegetación del cómic independiente norteamericano que tiene en este caso más sentido que nunca, ya que nos ha conducido al panorama sociopolítico de la Europa anterior a la Segunda Guerra Mundial. Precisamente, el mismo territorio que acabamos de visitar y que ha tenido este blog paralizado durante casi una semana. En próximas entregas (que, prometemos, serán menos distanciadas en el tiempo) les hablamos de nuestro periplo berlinés; que ha dado para mucho.

jueves, abril 02, 2009

Los carruajes de Bradherley. Los límites de la provocación.

Hace unos años, en un episodio de noctambulismo estival, tomamos una de esas resoluciones irreflexivas que sólo tienen sentido a partir de la media noche: encender la televisión y convertirse en estoico espectador de "lo que nos echen". Con la buena fortuna de que lo emitido resultó ser un film de ese polémico autor austriaco, un tal Haneke, por aquel entonces no demasiado conocido (no había, creemos, ni siquiera estrenado La pianista). La película era Funny Games, popular ahora por su innecesario (como casi siempre) remake americano, calcado por el mismo Haneke.
Recordamos que cuando terminó la película nos sentimos cabreados, repugnados y fascinados a partes iguales. En el análisis de sobremesa (sobresofá) achacamos el cabreo a la habilidad (casi perfidia) del director para jugar con las emociones del espectador, utilizándole como muñeco de pimpampúm sacudido por los trucos de guión en un cruel tiroteo catártico: imposible no odiar las cínicas interpelaciones de los personajes mirando a cámara o no empatizar hasta el dolor con los torturados habitantes del chalet.
La repugnancia, obviamente, tenía que ver con la gratuidad de la violencia psicológica (que no física) que la película descarga sobre el espectador, al mismo tiempo que sobre esa misma familia burguesa que se convierte en conejillo de indias de sus asaltantes; una violencia transformada en desafío ético a las expectativas preconcebidas de cualquier espectador cinematográfico, a priori seguro en su butaca o sofá de que lo que va a observar se mantendrá dentro de ciertos límites (no escritos) de control ético. Dicho lo cual, y aquí se vuelve a demostrar la genialidad de un director tan impredecible como Haneke, una vez acabado el film el aficionado debe asumir resignado el veredicto de culpabilidad que recae sobre él en ese mismo juicio moral al acaba de asistir: ¿aparte de quien ejerce el delito no es también culpable el que se deleita en su contemplación, aunque sólo sea por el placer morboso que produce el distanciamiento aliviador? ¿No es a ese espectador a quien se dirigen una y otra vez los personajes torturadores de la película, buscando su complicidad, al mismo tiempo que su implicación directa en el desmán? En Funny Games Haneke demuestra que es un gran narrador y un rupturista del relato tradicional, un malabarista de los entresijos de la historia. Por eso, no podemos sino mostrarle admiración, al margen de cómo sus películas afecten a nuestro aparato digestivo.
Viene todo esto a cuento de algunas sensaciones encontradas que nos han sobrevenido con la lectura de una obra de Hiroaki Samura (ya muy comentada y reseñada) que se editó en Espana el curso pasado: Los carruajes de Bradherley. La obra entró en nuestro mercado precedida por una merecida fama de cómic truculento y espinoso. Su lectura y sus intenciones guardan relación con las de Haneke en el filme que acabamos de comentar, aunque el dibujante japonés no llega a lograr la maestría del austriaco en la plasmación artística de dichos presupuestos temáticos, ni sus juegos narrativos alcanzan el refinamiento de los de éste.
Por supuesto, por respeto a sus posibles futuros lectores, no vamos a destripar el secreto que esconde el argumento de Los carruajes... y que funciona como catalizador de todos sus capítulos, pero es necesario comentar al menos el arranque de la historia; nos limitaremos a la nota de contraportada:
Convertirse en hija adoptiva de la familia Bradherley era el sueño de todas las niñas del orfanato. El deseo de triunfar en la Compañía de la Ópera Bradherley, era la esperanza que tenían las niñas, pero el destino que alcanzaron era una especie de fosa oscura sin fondo. Es el comienzo de una pesadilla de terror y de crueldad.
Hasta aquí podemos leer, que decían en el Un, dos, tres. Efectivamente, Sakamura plantea su historia como un descenso a los infiernos. Una mirada de soslayo a las cloacas del alma humana, a esas fosas sépticas que rezuman una mierda moral que, preferiríamos pensar, está más allá de la razón. Pero a las cuales no podemos evitar mirar de soslayo, aunque sólo sea para limpiar nuestra conciencia y ganar en salud con la observación impermeabilizada de las atrocidades ajenas (¿les suena?).
Surgen varias dudas razonables después de una lectura como Los carruajes de Bradherley. ¿Hasta dónde puede/debe llegar el arte en su indagación de las miserias humanas? O dicho de otro modo, ¿desde un punto de vista ético, existen barreras no traspasables dentro de los afanes de provocación de una obra de arte? ¿Debe el autor hacer un ejercicio de autocensura a la hora de abarcar ciertos temas sensibles o la reformulación artística de cualquier tema es ya en sí un elemento de control inherente a la naturaleza ficcional de narraciones como Los carruajes de Bradherley? No se trata de crear polémicas, el tema está ahí mismito; además, quien siga este blog sabe lo poco dados que somos a castraciones intelectuales o creativas.
Por lo demás, superado el impacto inicial con que Samura sacude al lector en el primer capítulo, Los carruajes... no deja de ser un cómic manga al uso, muy en la línea de ese nuevo género a medio camino entre el thriller y el terror-psicológico que desde hace unos años nos llega vía Sol Naciente y que tan bien han desarrollado en viñetas autores como Junji Ito o Naoki Urasawa (sobre todo en Monster); en este caso, con ambientación de época (finales del S.XIX, principios del S.XX), eso sí. Hiroki Samura recurre también a otro recurso muy habitual en los modos de narración del manga: la explotación a lo largo de varios capítulos de ese feliz "hallazgo" argumental que fundamenta el relato, mediante recursos narrativos como el constante cambio del punto de vista, el uso de flashbacks narrativos a partir un final anunciado (ya saben, crónicas de una muerte...), la revelación de pequeños detalles, si no trascendentes sí efectivos a la hora de avivar el guión, etc. Recursos de autor que demuestran un conocimiento de los mecanismos de la intriga y el suspense narrativo y que, al mismo tiempo, permiten estirar un relato alimentado por aquella chispa de ingenio argumental que mencionábamos.



Por supuesto, el dibujo de Samura trabaja en la misma dirección, evitando las formas redondeadas y las líneas moduladas del manga tradicional y apuntando más bien a un estilo que encuentra parentescos lejanos en los rayados sobreabundantes de Eddie Campbell en el From Hell y mucho más cercanos en el ya mencionado Urosawa; un dibujo que en algunos momentos puede parecer un grabado de hace cien años, a la japonesa.
Por cierto, suponemos que debe formar parte de la idiosincrasia nipona y de su reconocido gusto por la paradoja y la broma macabra, pero, una vez más, nos hemos quedado con cara de tontos cuando, después de asistir al festival de mezquindades desatadas y angustia contenida de Los carruajes Bradherley, el bueno de Hiroaki se nos descuelga en el epílogo con un: "Hace unos tres años me enganché a la serie de libros de Ana de las Tejas Verdes y le anuncié a mi jefe editorial: 'quiero hacer una historia del estilo de Ana de las Tejas Verdes' y así fue como empecé este manga". Leer para creer. Todo nuestro discurso pulverizado de un plumazo surrealista.
Quien no resista su inquietud morbosa y no pueda esperar un minuto más sin conocer el oscuro secreto de la famila Bradherley, puede echar un vistazo aquí... pero sólo por curiosidad, ¿eh?

sábado, marzo 28, 2009

Más grafitis: pasmados ante el muro blu

Lo mejor de este invento es, repetimos, la interacción. Que no acabábamos de colgar nuestro post-manifiesto con sus grafitis granadinos estampando muros y se nos dirige amablemente en los comments el amigo haddock para informarnos de otro grafitero la mar de resultón y "granaíno" también, para más señas: el niño de las pinturas.

Merece la pena pas(e)arse por su página y pinchar en los cajones de madera de esa estantería hasta llegar a sus obras en muros, escaleras, miradores y edificios de Granada y otras latitudes. Todo un catálogo de arte urbano regido por algunos de esos factores que insinuábamos el otro día; léanse inteligencia, talento, actitud y estudio del medio.Pero es que, sólo un poco después, nos escribe por una vía menos pública nuestro buen amigo Gaspar para ponernos en conocimiento de otro grafitero, foráneo éste: don (no merece otro tratamiento, como verán en breve ustedes) BLU. Una celebridad, a tenor del ingente número de entradas, posts y halagos que se le dedican en la red y aledaños, pero un artista desconocido para nosotros. Un Banksy italiano universal, que dirían, y nosotros como un gato de yeso que observa el circo desde fuera, ciegos e ignorantes.

Entramos en su brillante página web y notamos que se nos empiezan a dislocar las meninges, o así lo sentimos, si tal cosa no fuera posible. Apabulla el BLU con su exaltación del art brut, la experimentación mimetizadora sobre el medio y una técnica artística que ya la quisieran para sí algunos de los inquilinos de los museos cuyas paredes ilustra. En su colección de "muros" encontramos juegos sarcásticos tridimensionales, crítica social referencial, interactuación con el "lienzo" por medio de recursos prestados y retóricos frisos descomunales en su mensaje y concepción. No hay página, fotografía o collage pictórico que deje indiferente; no observamos en los trabajos de BLU una sola esquina, cúpula con membranas ilustradas, estructura urbana, entrada a propiedades privadas o estancia en edificios públicos que no renazca transformada en obra de arte estimable o superlativa. Ya lo insinuábamos en el título mismo del post, anonadados estamos. Más cuando descubrimos varios de sus trabajos en nuestros muros hispánicos, en ciudades que nos gusta visitar y a cuyos muros nos apena no haber prestado mayor atención. En su sketchbook seguimos descubriendo más arte gráfico (sobre papel, en este caso) apoyado en el mensaje y el diseño elaborado, con un gusto definitivo por el desguace anatómico, que ya veíamos en sus grafitis, y un mucho de humor sarcástico forense (en la línea de las últimas ilustraciones de ese otro fenómeno que responde al nombre de Shintaro Kago, y que empieza a rozar la genialidad en su peculiar concepción del humor sádico). También nos recuerda, por supuesto, a esos autores del colectivo Fort Thunder de los que tanto hemos hablado en estas páginas. La misma (similar) organicidad en sus monstruos-persona-personaje, el mismo interés por la mutación polimórfica, por los laberintos interiores y exteriores o por la simetría multiplicadora. Viejos conocidos en una nueva y motivante versión.Miren que llevamos hablado, pues bueno, después de tanta loa y alabanza, aún no hemos mentado la obra que más nos ha llegado a impresionar del impresionante BLU. Y no vamos a hacerlo, véanlo ustedes por sí mismos. Incluimos por vez primera un vídeo en esta bitacorita, creemos que la ocasión lo merece. Siéntense, relájense y saquen tiempo de donde no lo tengan, pero no se pierdan lo que sigue: MUTO.

lunes, marzo 23, 2009

Hablando de grafitis hablados

Parece haber un debate eterno en torno a los grafitis. ¿Cuándo debemos hablar de grafitis y cuándo estamos simplemente ante egos vandálicos con efectos secundarios en paredes ajenas? Una pregunta con tantas respuestas, seguramente, como "opinadores". Entre ellos nos encontramos.
Ya saben ustedes del origen italiano del término, así como de su referencia plural. Por eso, cuando buscamos su acepción equivalente española en el DRAE, nos topamos con la siguiente referencia:
grafiti.
1. m. grafito (‖ letrero o dibujo).
Nos vamos a la segunda acepción de "grafito" y encontramos lo que sigue:
grafito 2.
(Del
it. graffito).
1. m. Escrito o dibujo hecho a mano por los antiguos en los monumentos.
2. m. Letrero o dibujo circunstanciales, generalmente agresivos y de protesta, trazados sobre una pared u otra superficie resistente.
Así, desde la denotación pura, casi todo es grafiti, casi todo lo que se pinte o dibuje sobre un muro. Cuánto más si el mensaje denota rabia, agresividad o protesta. Sucede que, como tantas otras veces, los diccionarios de las academias viajan a rebufo del contexto social que intentan enmarcar con sus definiciones. Porque, ¿puede concebirse hoy en día una definición de "grafiti" que escamotee alguna referencia a su condición de vehículo artístico popular, vanguardista en muchos casos y plenamente contemporáneo en prácticamente todos? Obviamente, cuando nos aventuramos a reivindicar la valía cultural del grafitero, lo hacemos con algunas matizaciones en mente. Manifiesto personal.
1) Rechazamos el grafiti puramente nominativo, la cutre-firma sin contenido malpintada a la carrera, la rúbrica de la nada, el nombre ostentado que parece esconder incapacidades, complejos o eyaculaciones de ego adolescente. Eso no es grafiti, más allá de la simple definición. Vandalismo firmado que, en ocasiones, desnuda doblemente su cutrerío al suplantar e invadir incluso verdaderas obras de arte murales.
2) Rechazamos los grafitis que equivocan su habitat-superficie-espacio, sin que éste tenga necesariamente que ver con conceptos tan herméticos como los de público-privado, individual-colectivo... El grafitero que cuida de su talento sabe que hay lugares que no funcionan como lienzo: no lo hacen, por ejemplo, los muros de una catedral o un palacio barroco (por encima de fes o confesiones) o las paredes de edificios históricos o los escaparates de un comercio, que harán del grafiti un pasaje gráfico mucho más efímero de lo que su propia condición urbana determina... Curiosamente, cada vez que encontramos pintadas en tales espacios, suelen estas limitarse, de nuevo, al antes mentado ejercicio autógrafo-pajillero. Hasta el más airado de los vindicadores es consciente de que un lema iracundo soltado en el lugar equivocado juega en contra de lo reivindicado.
3) Creemos en el grafiti como técnica de intervención urbana, como manifestación lúdica que promueve la interacción social e invita a la reflexión. Creemos en el grafiti que protesta, motiva, empuja, subraya, matiza, desafía o critica desde la inteligencia, no desde el escupitajo visual primitivo. Una sola frase ingeniosa llena un muro.
4) Creemos en el grafiti como vehículo artístico estéticamente valioso, generoso en su falta de pretensiones autoriales, pero devoto en la manifestación de su técnica; incluido ese grafiti que, nacido en la calle, juega con la iconografía y crea su propia caligrafía retorcida, "dibujando" nombres propios, apodos, palabras o figuras a mayor gloria de su clandestinidad artística.
Nos encantan grafitis como esos tan sugerentes y espectaculares que descubrimos en Granada hace bien poco y que varios colegas (alguno de ellos grafitero himself) nos empujaron a retratar en previsión de este post que ahora finalizamos. Arte del bueno y una certeza interdiscursiva: en Granada las paredes hablan con bocadillos. Gracias, artistas.

martes, marzo 17, 2009

Alan Moore, un gótico en la corte de las viñetas

Pues no, no vamos a hablar de Watchmen (al menos únicamente). Confesamos que la películanos ha gustado bastante: por adulta en sus planteamientos y soluciones, porque Snyder aborda en serio y con respeto el cómic de Alan Moore, porque evita caer en los cliches de género (superheroico) que se han instalado en las adaptaciones cinematográficas de cómics y porque la película mantiene el más esencial de los rasgos constituyentes de la obra que adapta: su espíritu posmoderno y rupturista (en un momento, éste, en el que la posmodernidad empieza a parecer una virtud pretérita, todo sea dicho). Pero no, no vamos a hablar de Watchmen, la película, porque una vez más (y van..) Jordi Costa dijo de ella casi todo lo que había que decir hace dos semanas en su brillante reseña para El País, "El abismo bajo la máscara".
Pensarán, quizás con razón, que hecho el renuncio, este post suena a acercamiento aprovechado. Se lo explicamos. Sacudidos por la omnipresencia de la obra de Moore en pantallas, radios y monitores, nos hemos acordado de un (ya muy) viejo artículo que escribimos acerca del guionista inglés para el suplemento cultural Tribuna de Salamanca con motivo de otra adaptación, igualmente no querida por su padre putativo, la de V de Vendetta; película que también nos gustó, pero menos. Publicamos la reseña antes de ver la película porque, como ahora, la semblanza del escritor y su obra nos parecía más interesante que las polémicas adaptativas generadas a partir de ella. Avanza el post con cierto aire anecdótico, como observan. Va la reseña.
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Hace algo menos de un año nos dedicábamos en estas páginas a sobrevolar por encima de la obra de Frank Miller, con motivo de la adaptación al cine de su cómic Sin City. A tenor de nuestros antecedentes, algún lector se temerá un acercamiento similar a la figura de Alan Moore (en un arrebato de suspicacia maledicente perfectamente comprensible), con la excusa de la adaptación a la gran pantalla de su obra V de Vendetta. Sería éste un ejercicio de oportunismo reprochable, un quite en el que, no obstante, estamos dispuestos a caer con una superheroica vergüenza torera.
Lo reconocemos, es oportunismo y, además, alevoso: primero porque en “Culturas” nunca hemos necesitado excusas cinéfilas para hablar de un buen cómic de actualidad (y V de Vendetta lo es, si nos atenemos a la fantástica reedición que Planeta publicó en 2005), y, en segundo lugar, porque la presencia de Alan Moore, constante, prolífica, alargada, debiera haber atraído nuestra atención mucho antes. En fin, excusillas a la mar, despleguemos ahora nuestras letras y condensemos las ideas, porque es mucho lo que se puede decir del “genio” de Northampton.
Alan Moore, guionista, inglés de pura espiga de cebada (su padre trabajaba en una cervecera), ha estado rodeado siempre de cierto halo de misteriosa extravagancia bañada en fuentes góticas. Vive en paradero desconocido aislado del mundanal ruido isleño, en un estado de alergia constante a todo lo que suene a intromisión crítico-periodística; cultiva una imagen personal más propia de un druida celta que de un artista serio y reconocido, y nunca ha negado cierta filiación hacia la truculencia, el ocultismo y las experiencias paranormales. Las expectativas casi nunca se resuelven a la vista de evidencias superficiales y, aunque gran parte de la obra de Moore refleja tangencialmente estas peculiaridades vitales que hemos mencionado, lo cierto es que su papel en la evolución del cómic tiene más puntos en contacto con el citado Frank Miller de lo que podría deducirse por sus veleidades góticas.
Se celebra a Moore por haber renovado, junto a otros, el género de los superhéroes; por haberlo actualizado hacia un estadio adulto. Su obra clave en este sentido fue Watchmen (1986), cuya labor gráfica recayó en los lápices sobrios, casi pétreos, del también británico Dave Gibbons. Aunque Moore insista en dejar claras sus renuencias ante la que considera una obra imperfecta (¿la eterna insatisfación del creador?), a su revisitación del universo de los superhéroes en clave desmitificadora, se sumó a la onda expansiva de El señor de la noche, de Miller, para dinamitar las bases tradicionales de un género en declive.
En Watchmen, unos hombres y mujeres “normales”, superado el ecuador de sus vidas y desengañados con la sociedad que les rodea, se ven forzados por las circunstancias a retomar sus antiguas ocupaciones, se ven obligados a vestir nuevamente sus antiguos trajes de superhéroes; causa y consecuencia de su escepticismo vital. Lógicamente, no es lo mismo sentirse superhombre desde el jovial optimismo de un joven lleno de proyectos filantrópicos, que desde el nihilismo decadente de un madurito cascarrabias. No desvelamos más, si ansían emociones fuertes, les remitimos a las fuentes originales, sin falta. 
La reflexión, ¿por qué emplear superhéroes para hablar de temas trascendentales cuando puedo hacerlo sin ellos?, ha pasado por la cabeza de más de un dibujante y guionista al servicio de Marvel o DC, sin embargo, pocos se han atrevido a poner en práctica un exorcismo laboral para luchar contra sus demonios editoriales. Alan Moore lo hizo en 1988 cuando creo su propio sello editorial, Mad Love, en un órdago decidido contra el mainstream. A partir de ese instante, Moore da rienda suelta a su creatividad artística: ese mismo año comienza a guionizar la serie From Hell. Su revisión de las andanzas charcuteras de Jack the Ripper (conocido por estos lares como Jack “El Destripador”), llevó a Moore a firmar uno de esos cómics calificados por la crítica y los lectores con el membrete de “imprescindible”. La suma del talento gráfico de Eddie Campbell (con un dibujo a medio camino entre la litografía decimonónica y la fantasmagoría manierista) y el guión perfeccionista hasta la obsesión de Moore (apoyado por una labor de investigación ingente y un interés indisimulado por el dato documental), hicieron de From Hell una obra de referencia no sólo para los amantes de la ficción comicográfica, sino para todos aquellos que creyeron ver en ella las respuestas definitivas al número uno entre los crímenes en serie sin resolver.
Lamentablemente, en 2001, las luminarias del cinematógrafo decidieron comenzar con su acoso y derribo a la obra del guionista inglés, y eligieron a los hermanos Hughes para dar el primer martillazo gracias a la cuestionable adaptación de From Hell al cine.
No existe adaptación a la vista, gracias a Dios, para Un pequeño asesinato, la obra que Moore escribió en 1990 para el gran dibujante argentino Oscar Zárate; probablemente su obra más críptica, simbólica y onírica. Una historia que apoyada en los pinceles expresionistas de Zárate, discurre entre la irrealidad onírica de una pesadillas introspectiva y el cuento biográfico de terror contemporáneo (la Inglaterra posindustrial de la segunda mitad del siglo veinte) con trasfondo moral. Ajena a estas sutilezas, una vez más, la meca del cine vio un filón en The League of Extraordinary Gentlemen, el cómic que Moore había empezado a publicar en 1999. La adaptación cinematográfica fue perpetrada por Stephen Norrington (La liga de los hombres extraordinarios, en España) en 2003. El cómic de Moore, aún siendo muy superior a su equivalente “hollywoodiense”, y pese a los muchos halagos que ha concitado, resulta en nuestra opinión una obra inferior a las hasta aquí citadas. El estólido dibujo de Kevin O’Neill y sus aires victorianos, no salvan una obra cuyo mayor mérito reside, de nuevo, en las altas dosis de mala leche y en la loable incorrección política con que Moore perfila a sus personajes; un pastiche de protagonistas literarios, mitológicos e históricos, en todo grado superiores a la misma historia y su elaboración técnica.
Sin embargo, mucho antes de dar lustre a La cosa del Pantano, reinventar a Batman (La broma asesina) y escribir Watchmen, From Hell, Un pequeño asesinato o The League of Extraordinary Gentlemen, Moore ya se había hecho un hueco a empujones entre los “autores a seguir” del noveno arte, gracias a la obra que ha impulsado estas páginas perezosas: V de Vendetta. Se trata de un trabajo mayor creado al alimón por Alan Moore y el dibujante David Lloyd en 1982. Entre ambos, conciben una “fábula política” que planteaba una hipótesis histórica de profundo calado: estamos en la Inglaterra de 1881; después de una derrota electoral no aceptada por los conservadores, estalla un conflicto nuclear que lleva a Inglaterra hacia un periodo de fascismo. En este contexto, surge la figura de V, un luchador-justiciero para unos, un terrorista para otros, que siguiendo una inspiración política claramente anclada en las teorías anarquistas, pretende cambiar el orden político a base de acciones armadas. La obra está salpicada de referencia literarias (desde Shakespeare a Ray Bradbury), intenciones ideológicas (el desprecio del tándem artístico por la política conservadora de Margaret Thatcher) y condicionantes sociopolíticos del momento en que se gestó la obra (afianzamento de la carrera de armamento nuclear, bipolarización mundial, etc.), pero en el fondo, V de Vendetta debe ser analizada como una gran tragedia socio-política de ficción, que elevó al cómic hacia esferas de reflexión artística y temática, prácticamente desconocidas. 
El soberbio trabajo gráfico de David Lloyd (esas imágenes casi en negativo, el empleo de contornos difusos invadidos por masas de colores apagados, aguados), ilustran una pesadilla repleta de referencias intertextuales, textos elaborados (autocomplacientes en ocasiones -uno de los pecadillos de Moore) y personajes complejos y ambigüos, ricos en matices. 
¿Habrán sido los Wachowski capaces de hacer justicia al trabajo de Moore y Lloyd? ¿Encontraremos a los creadores del brillante Matrix o los firmantes de sus vergonzantes secuelas? ¿Tendrá razón el señor Moore cuando afirma que la adaptación de V de Vendetta es “basura”? Vayan y vean por ustedes mismos, escuchen al único que conoce las respuestas: “…ni los jefes ni los actores saben si el espectáculo ha acabado o no, y mirando de soslayo guardan cola, pero la máscara helada sólo sonríe.”

viernes, marzo 13, 2009

La cola de Chaykin.

Les decíamos que entre las visitas ilustres del XIV Salón Internacional del Cómic de Granada se encontraba ni más ni menos que un tal Howard Chaykin. Como buenos fans nos pusimos a la (larga) cola de firmas con un ajado ejemplar de aquella edición de La Sombra de Ediciones Zinco, que sigue esperando reedición. Duramos quince minutos. Justo los que tardaba (minuto arriba, abajo) el artista Howard en cada una de sus dedicatorias ilustradas. Nos vamos haciendo viejos, debe de ser, porque nos dura la paciencia menos que una nueva edición de XIII en la puerta de la Fnac parisién.
Bueno, también ayudaba (al desánimo en la espera) el que hace pocos meses nos agenciamos una página original del susodicho tebeo (confesamos que en el primer arrebato lo intentamos con Black Kiss, pero se nos iba de presupuesto). Mucho más lustrosa y preciosista que el consabido dibujo-firma, ¿no creen? Déjennos presumir, les mostramos ésta, una de nuestras últimas adquisiciones, para que vean lo bonitas que son las enormes páginas de Chaykin al natural (lástima que en la edición de Zinco le embarraran sus deslumbrantes blancos y negros con unos colores chillones la mar de casposos).
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Por cierto, los amigos de El lector impaciente y Cómics en extinción le dedicaron varios posts al personaje recientemente; ilustrativos ambos (como lo es también el que les hemos marcado ahí
arriba).

martes, marzo 10, 2009

Tebeos entre granadas.

Este fin de semana se ha celebrado el XIV Salón Internacional del Cómic de Granada, una convención comiquera que parece ya consolidada en el panorama de los salones nacionales (entre los de la serie B, si bien es cierto).
No hemos encontrado demasiadas diferencias respecto a la edición del curso pasado, algunos pequeños desajustes organizativos aparte. Nos parece mejorable, por ejemplo, la gestión de las charlas y conferencias, tan desoladas como poco publicitadas. Tampoco muy concurridos, nos comentan, estaban los pasillos del salón durante los dos primeros días del acto; sin embargo, se agradecían los espacios amplios y limpios de la nave (algo desaprovechados, quizás) los días de mayor afluencia, como el sábado. Cerramos los peros con unas exposiciones que, hecha la excepción de "Carta a cinco esposas" de José Luis Agreda (con unos paneles llenos de color, imaginación y varios preciosos bocetos), daban toda la impresión de estar cumpliendo un trámite incómodo para alguien.
Mucho mejor pintaban los numerosos talleres populares (de máscaras, de escritura japonesa, de origami...) y demás actividades (Karaoke, ilustración...) pensadas para un público joven y entregado; una muchachada que, sobre todo el sábado, pobló los pasillos de Narutos, zombies y hadas aladas. También muy correcta la nómina de autores invitados por la organización y los stands participantes; una lista reducida pero selecta, que contaba entre sus nombres con figuras del cómic americano como el gran Howard Chaykin o Adam Kubert y grandes nombres nacionales como Gallardo, Paco Roca o Alberto Vázquez; amén de algunos nuevos jóvenes dibujantes que ya están dando o darán que hablar, como Pejac, Gaspar Naranjo, Juan Gargallo, etc.
Pero sobre todo este salón juega con una baza que ningún otro encuentro comiquero del mundo tiene la suerte de disfrutar: se celebra en Granada, una de las ciudades más bellas, sugerentes y divertidas que tenemos el gusto de conocer. Una ciudad que ofrece tantísimo al que la visita, que provoca contagios y adicciones incurables. Entre sus virtudes, la de ofrecer constantemente escenarios para el deleite visual, la fiesta y la celebración, como esas que pudimos "disfrutar" el viernes y el sábado junto a cicerones "granaínos", algunos viejos amigos y otros nuevos, con los que llegamos hablar de primera mano acerca vuelos rasantes, evangelios, arrugas, makokis y muñequitos con pies de alambre.
Les dejo con algunas instantáneas del evento:
Pejac en la presentación de Vuelo rasante, un acto extrañamente convertido en secreto.

Alberto Vázquez, un tipo con aguante, haciendo de su evangelio un sayo.

Chaykin, heroico, armado con su boli, desafiante ante las colas.

Sí, Adam Kubert, soltando telarañas y firmas.