martes, octubre 26, 2010

Sufjan Stevens, Henry Darger y las niñas voladoras (con permiso de Chippendale)

Como quedó claro en nuestra entrada anterior, los caminos multidireccionales de la asociación son inescrutables. Más ejemplos.

Estábamos el otro día cloqueando ante las maravillas reveladas del último disco de Sufjan Stevens (The Age of ADZ, inapelablemente, de lo mejorcito del presente curso), publicado apenas un mes después de su también brillante EP, All Delighted People, cuando un amigo musiquero nos puso en la pista de un viejo tema suyo; un tema instrumental con uno de los títulos más barrocos, marcianos y sugerentes que hayamos leído nunca: "The Vivian Girls Are Visited In the Night by Saint Dararius and his Squadron of Benevolent Butterflies". Nos contaba nuestro amigo que Sufjan y sus secueces interpretaron el tema en escena disfrazados de bandada de mariposas polinizadoras, nada menos.

El señor Stevens es un tipo leído, por eso tampoco nos sorprendió descubrir que tamaña gesta nominal no era completamente de su cosecha, sino homenaje flagrante a Henry Darger. Un personaje. Después de rastrear su legado, nos acordamos de aquel otro artista alucinado del que hablamos aquí hace ya tanto.

Henry Joseph Darger (1892-1973) pertenecía a esa tribu de literatos invisibles y camuflados detrás de su propio halo de inasibilidad, como los señores Salinger o Pynchon, entre tantos otros. Curiosamente, como tantas otras veces ocurre también, debe Darger su fama a dicho aire de autor maldito y a una gesta literaria no menos trascendente: es el escritor de la novela The Story of the Vivian Girls, in What is known as the Realms of the Unreal, of the Glandeco-Angelinnian War Storm, Caused by the Child Slave Rebellion, descubierta sólo después de su muerte. El manuscrito original constaba de 15.145 páginas a un espacio y, esto nos interesa, estaba ilustrado de mano del propio escritor, con cientos de acuarelas.

Nos parece recordar que leímos algo de toda esta historia hace algunos años en un dominical de El País. Pero no ha sido hasta ahora cuando nos hemos puesto en firme a revisar algunos de los dibujos de Darger y, que quieren que les digamos, nos parecen asombrosos. Una mezcla entre la ilustración inglesa más clásica del S.XIX (Walter Crane, John Tenniel...) y el dibujo infantil o primitivo (que ya reivindicaron, entre otros, los pintores fauvistas y cubistas).Tienen las acuarelas de Darger esa belleza arrebatada e intuitiva, que surge del subconsciente, propia de algunos locos ilustres, como Daniel Johnston. Pero, por otro lado, demuestran un virtuosismo y una capacidad para la recreación del detalle imaginativo, que nos hace pensar en un dibujante lleno de talento y extremadamente hábil. La falsa sencillez de un parnaso ficcional a la medida de su autor: la fantasía como fuente y motivo de creaciones imposibles. Sus dibujos son inquietantes y perturbadores: su obsesión por las imágenes de soldados y niñas (aladas, insinuantes o maltratadas), la repetición de elementos y personajes extrañamente descontextualizados, la desafiante religiosidad de sus dibujos, la ruptura de la perspectiva, etc., ayudan a crear un universo visual preciosista y desasosegante a un tiempo. Encontramos algunas claves del personaje y su trabajo en el documental In the Realms of the Unreal, que filmó la ganadora del Oscar Jessica Ju en 2004.No es de extrañar que la obra ilustrativa de Henry Darger resida o sea visitante asidua de museos de primer orden, como el Museum of Modern Art de New York, el Art Institute y el Museum of Contemporary Art, de Chicago, o la colección de l’Art Brut, en Lausanne; o de otros centros aún más peculiares, como el Center for Intuitive and Outsider Art, también en Chicago.¿Y saben qué? A nosotros el estilo colorista, exuberante, extrañamente hipnótico y muy heterodoxo de los dibujos de Darger nos recuerdan a las ilustraciones y planchas en color de uno de nuestros autores favoritos (ahora que acaba de publicar su If-n-Oof). Nos referimos, sí, a Brian Chippendale, especialmente a su trabajo en obras como Ninja. Y es la segunda vez que nombramos esta obra. A la tercera ha de ir la vencida, por fuerza.

lunes, octubre 18, 2010

Katsura Funakoshi en Kanazawa. El busto de los ángeles.

Vamos a ir cerrando nuestro periplo de recuerdos nipones. Hemos dejado para el final una de las mejores imágenes artísticas que nos trajimos de allí.
Hay ciudades que crecen a la vera de un hallazgo arquitectónico. Que se lo digan a Bilbao. Kanazawa era, en Japón, una ciudad reconocida por su barrio ninja, por sus calles de geishas y por disponer de uno de los tres grandes jardines oficiales del Japón. Ahora, a Kanazawa, se la conoce y reconoce también por contar con el museo de arte contemporáneo más importante de Japón, o casi.
El 21st Century Museum of Contemporary Art no luce la barroca espectacularidad del Guggenheim, pero casi. Su forma circular permite una sorprendente organización de los espacios interiores, en sus jardines crecen como flores futuristas obras tan espectaculares como la Colour Activity House de Olafur Eliasson o el Klangfeld Nr.3 für Alina de Florian Claar. Y en la colección permanente de su interior no hay Serras, pero hay falsos agujeros negros de Anish Kapoor, una increíble sala de luz del siempre increíble James Turrell, una piscina reversible de Leandro Erlich (la niña bonita de las piezas exhibidas, según parecen dejar ver los visitantes que se asoman por arriba y desde abajo) y un hombre midiendo las nubes, obra de Jan Fabre.
Precisamente, cuando visitamos el museo la exposición temporal, titulada Alternative Humanities, estaba dedicada a los trabajos enfrentados de dos artistas dispares, el mismo Jan Fabre y el japonés Katsura Funakoshi. Dos creadores unidos por su mirada hacia el arte y el pensamiento pretéritos como motivo de inspiración, como fuente de materias primas sobre las que trabajar y elaborar sus discursos. La obra de Fabre tiene mucho de trasgresión y provocación; su relectura del cristianismo, la realeza y del arte flamenco, por ejemplo, está repleta de alusiones/puñetazos simbólicos, creados a partir de la reutilización de materiales orgánicos y otras desviaciones matéricas (mantos de insectos, osarios de cristal, muros pintados con bolígrafo y cajas de escaleras hacia la nada).Katsura Funakoshi plantea reflexiones similares acerca del pasado, el arte y las religiones filosóficas orientales. También existe cierta intención provocadora en sus bustos y esculturas a medio camino entre la figura antropomórfica y la construcción mítica. Sus materiales son, sin embargo, mucho más tradicionales: lápices y óleos para los bocetos y pinturas preparatorias, madera policromada y escayola para sus esculturas. Curiosamente, la propuesta de Funakoshi le resulta al espectador occidental mucho más críptica que la de Fabre, pese a la compleja puesta en escena de las piezas de este último.
Los bustos del japones están rodeados de cierta imperfecta divinidad, de un aura de irrealidad. Pese a todo, los mirábamos una y otra vez y no podíamos evitar encontrar cierto aire familiar en esos ojos de cristal de mirada animal, en sus pieles celestes, en sus cuerpos mutilados y en sus largos cuellos. ¿Dónde nos habíamos encontrado antes con los ángeles andróginos de Funakoshi, con esas criaturas detenidas entre la tierra y el cielo?
Al final lo recordamos...


martes, octubre 12, 2010

RЭVЄS #1.

Pues eso, después del 0 viene el 1. Ya está aquí el nuevo número de RЭVЄS, nuestro mini-fanzine reversible favorito. Mantiene este número las secciones abiertas en el anterior: filosofía, cómics, folclore, arte, en el horizontal, y fotografía, poesía, viñetas y pintura en el vertical. Didactismo versus creatividad.
Pero además, como es costumbre en la casa, en este nuevo número abundan las sorpresas e ideas enrevesadas. Todo, por el módico precio de cero euros si se quedan ustedes en la lectura digital en la web; si lo que buscan es la página impresa, el olor a papel y tela, la posesión preciada de la joyita artesanal, dirijanse ustedes al punto de venta más cercano (de los indicados en la web) y paguen esos módicos 3 euritos que cuesta.

Les dejamos con las portadas, el "Revitorial" de este número y el vínculo perenne ahí a la derecha:

Franjas de confusión magmática y caos controlado, no son malos colores para tenerlos por bandera editorial. Algunos de los nuestros no nos entienden. Fanzinear a lo loco, sin reglas monográficas o patrones de conducta grupal, tiene sus riesgos y, lo asumimos, no nos va a dar acceso a ninguna academia de la ortodoxia. No nos ganaremos ni el carnet de nobleza artística, ni el de la posteridad oficial. Ni falta que hace. Admitimos la pena y nos recreamos en el pecado.

Llegamos al número 1 de Revés y queremos seguir instalados en la confusión y en la duda inteligente, y si es posible aumentarlas. Artistas sin padre ni madre, textos espesos y exigentes, pinturas figurativamente abstractas, cómics con dinosaurio, poemas desenhebrados, arte y saber convertidos en un tutum revolutum, para que cada lector le ponga el orden que rija en su cabeza.

Decíamos, vamos a más en nuestra confusión planificada: lo horizontal sigue rezando prosa cultural, lo vertical continúa vendiendo creación, pero en este Revés en segunda instancia, además, se nos han cruzado las páginas y, de pronto, nos sentimos japoneses. Pues nada, si hay que aprender a leer de nuevo, se aprende. Al que no le guste que proteste airado, que en el siguiente número le respondemos a las quejas en tres párrafos. Queda dicho.

martes, octubre 05, 2010

"Silver Surfer, Ghost Rider Go!", de Trentemøller. Psicofonías escenografíadas.

Venga, uno cogido por los pelos y en el rollo musiquero que nos traemos últimamente entre orejas.
Después de años de osadías heavymetaleras, los países nórdicos van camino de convertirse en el paraíso perdido de las melodías juguetonas y la orfebrería pop. En los reinos de ABBA y aledaños han aparecido en fechas recientes toda una colección de bandas angloparlantes que tienen hipnotizados a los registradores de hypes y listas de éxitos de medio mundo; en España, por supuesto, seguimos embarrados en rollito latino y en la jauría de rock mediomalote-adolescente (sin preocuparse, que dentro de diez años, como ha sucedido con los Franz Ferdinand, Arcade Fire o Sigur Ros, los redescubriremos a todos vía algún anuncio televisivo o melodía de serie exitosa).
A lo que íbamos. Se pone a hacer uno recuento de los grupos de pop que impactan últimamente y todos suecos, daneses y demás latitudes de climas gélidos. Desde un pionero como Jens Lekman a los Shout Out Louds, pasando por los Friska Viljor, los Raveonettes, los Sambassadeur, las Audrey, los Lacrosse o Peter Von Poehl, todos  suecos, daneses y más suecos, y todos con un sonido fresco y cristalino.
Sucede que, entre tanta joya pop, nos ha llegado a nuestro correo en fechas recientes una rareza techno-trance que nos ha dado la vuelta a las orejas. Se llaman Trentemøller y están encabezados por el Dj danés, Anders Trentemøller. La excusa de que aparezca en un blog comiquero es uno de sus últimos temas, el alucinante, hipnótico y psicotrópico "Silver Surfer, Ghost Rider Go!". La razón, a ver si alguno de ustedes le saca algo de sentido al título. Nuestra coartada, que su vídeo del tema en directo en el concierto de Roskilde de 2009 es absolutamente alucinante. Estamos seguros de que Frank Miller o Bryan Talbot habrían firmado una escenografía así de marciana con los ojos cerrados y el casco puesto. Amárrense a la silla y escuchen, escuchen.

martes, septiembre 28, 2010

Tromarama, stop-motion, botones y madera tallada.

Se lo advertimos. En el piso 53 del Roppongi Hills Mori Tower está el Mori Art Museum. Desde nuestra perspectiva museística, la cosa pintaba extraña y, diríamos, poco ambiciosa: ¿qué podemos esperar de un museo en la cima de un rascacielos? El simple acto de la visita parece una expedición. La realidad nos devolvió a la realidad siempre sorprendente de las ciudades verticales japonesas. Una de las arañas Mamán de Louise Bourgeois, agazapada expectante en la base del edificio, nos situó además frente al valor real del Mori Art Museum: un cento de vanguardia del arte contemporáneo y un nido de sorpresas.

Nuestra visita mereció la pena, coincidió con la exposición "Sensing Nature", en la que tres jóvenes figuras del arte interdisciplinar japonés mostraban sus diferentes percepciones de la naturaleza dentro de la cultura japonesa. Yoshioka Tokujin, Shinoda Taro y Kuribayashi Takashi demuestran mediante espectaculares (y costosísimas) instalaciones hasta que punto la nieve, el agua, las montañas, la luz o los lagos han llegado a constituir parte esencial del imaginario artístico nipón. Obras como Snow (de Tokujin) envuelven al espectador en las complejas dinámicas de los ciclos y fenómenos naturales, creando el contexto adecuado para ese estado contemplativo que parece indisociablemente unido a la espíritualidad oriental.

No obstante, les traíamos este post a sus ventanas a causa de una segunda exposición, más conectada ésta con los asuntos del dibujo y la animación que normalmente nos ocupan. Hace mucho ya, les hablábamos fascinados de un maestro urbano del stop-motion, esa técnica de rodaje que consiste en la creación de una ilusión de movimiento a partir del ciclo: grabación del fotograma - manipulación del objeto filmado - grabación del fotograma... En el Mori Art Museum descubrimos a un colectivo de artistas también instalados en la virtud de la paciencia como componente básico para el ejercicio de la evolución creativa: se llaman Tromorama y son un trío de jóvenes estudiantes indonesios (con base de operaciones en Bandung), que dedican sus esfuerzos a la creación de instalaciones y vídeos basados en la mencionada práctica del stop-motion.

La extrema minuciosidad de su trabajo, su inteligencia y la sensibilidad de su propuesta han generado una creciente atención por parte de los medios y comisarios de arte. En el museo tokyota se exponen sus principales trabajos, así como la disección de su proceso creativo, junto a los materiales originales empleados para tal fin. Vídeos musicales como Serigala Militia (creado a partir de impresiones de 400 bloques de madera tallados individualmente, 2006),     Zsa Zsa Zsu  (realizado con miles de botones y cuentas de collares, 2007) o     Ting*  (que usa porcelana y piezas de vajilla, 2008) resultan una muestra valiosa para constatar el talento y la fe infinita que tienen estos muchachos en la creación artística como resultado de la paciente sudoración. Les dejamos con dos de ellos. La música que los adorna, como la propuesta, sofisticada cuando no incendiaria.

lunes, septiembre 20, 2010

Pluto, de Naoki Urasawa. El mayor suspense sobre la faz de la tierra

Naoki Urasawa tiene un secreto, tiene muchos, en realidad. Quién no los tiene. Pero Naoki Urasawa sabe cómo contárnoslos: se acerca a nosotros, nos mira a los ojos y nos susurra algo al oído, alguna verdad tortuosa, tres fragmentos de historia, dos soplidos de miedo y... ya estamos dentro. Sujetos a la silla y enganchados a sus páginas. Lo hizo con 20th Century Boys, lo hizo con Monster y lo vuelve a hacer con Pluto; y, no lo dudamos, lo repetirá en ese Billy Bat que mencionábamos en nuestro viaje japonés.

Resulta que Urasawa es una estrella. En su país lo es. Sus obras se adaptan a la gran pantalla con un éxito masivo entre los espectadores; una de esas adaptaciones, la de la mencionada 20th Century Boys, llega, de hecho, a nuestro país justo ahora. El género del suspense tiene una larga tradición cinematográfica, no tan larga por lo que respecta al cómic. Por lo que a nosotros respecta, Naoki Urasawa es su máximo y mejor representante a día de hoy.

El difícil arte del suspense suele estar sujeto al truco de guión y al engaño narrativo (en sus peores ejemplos), a la sorpresa que salta a cada vuelta de página. En esta ferretería hemos hablado mucho últimamente de vueltas de tuerca y cliffhangers, una especialidad que para el maestro japonés no tiene entresijos. En Pluto, Urasawa y el guionista Takashi Nagasaki consiguen, en un más difícil todavía, anudar la intriga prácticamente a cada salto de página, por no decir a cada secuencia. Su capacidad para generar suspense y abrir nuevas vías de escape tensional se demuestra en un constante crescendo climático, que funciona con la meticulosidad de una bomba de relojería, gracias a un guión medido y muy minucioso.

Curiosamente, la historia de Pluto no es suya, sino de otro maestro del manga, de "el maestro del manga", de Osamu Tezuka. Declara Urasawa en uno de los textos que acompañan a los volúmenes de esta serie (ocho en total) que la impresión que le produjo de niño el episodio de Astroboy titulado "El mejor robot sobre la faz de la tierra" fue tal, que siempre cobijó en su fuero interno la idea de homenajear al maestro vía adaptativa. Llegado a la cima de su popularidad, le planteó su idea a Macoto Tezka, el hijo de Osamu, quien, con no pocas reticencias, decidió apoyar el proyecto. El resultado es Pluto y la suma de genialidades resulta en una historia llena de atractivos y con un evidente gancho comercial. Es, además, una obra de "autor" (Macoto presionó a Urasawa para que este la hiciera suya e intentara ajustarla a su estilo y maneras; la sombra de Tezuka es alargada, ya se sabe).

 

Parece contradictorio hablar de cómic de autor en un producto tan flagrantemente delimitado por los patrones de la "obra-espectáculo" como es Pluto (y como lo son tantos y tantos manga), pero sería absurdo negar que los cómics de Urasawa son inconfundibles y que su personalidad (y la de su equipo) se trasparenta en todos y cada uno de sus trabajos.

Gráficamente Pluto es un prodigio. Su imaginario visual futurista derrocha imaginación. La capacidad de Urasawa y su equipo de creadores y dibujantes (el cómic funcionando al modo y manera de los grandes estudios cinematográficos), gente como Hideaki Urano, Tadashi Karakida o Kazuma Maruyama, es digna de mención. Han logrado alcanzar un grado de minuciosidad en el dibujo que, en algunos momentos de la serie, llega realmente a apabullar visualmente. La recreación arquitectónica de los paisajes urbanos de Pluto es fascinante. Su capacidad para reinventar nuestra civilización (con nuestras ciudades, países y similares registros sociales) en clave de ciencia-ficción, denota un ejercicio de creatividad que últimamente escasea en otros discursos narrativos (y que resulta un cebo cinematográfico inevitable).

Nos espera, según Tezuka, según Urasawa, un futuro en el que la robótica y la cibernáutica formarán parte de nuestra realidad cotidiana (si no lo son ya) y en la que seres humanos y robots convivirán en paz sin distingos ni remilgos. Un mundo en el que no resultará fácil distinguir entre los seres vivos biológicos y las IA (Inteligencia Artificial). Un mundo expuesto a incertidumbres, a un control exhaustivo, cuasi-militar, por parte de autoridades omnipresentes y organismos de control invisibles y con muchos acontecimientos históricos que olvidar: las guerras eternas, el exterminio. Un mundo no tan diferente del actual. En este contexto, surge la amenaza, un misterio oscuro llamado Pluto, y en este contexto asistiremos a los crueles asesinatos que sacudirán al mundo entero y al lector, abriendo la puerta del misterio.

 Pluto es un thriller psicológico y futurista, pero también es un ejercicio metafórico con tintes pacifistas. En esta serie, el lector contemporáneo reconoce sin dificultad el estado presente de nuestro Planeta y sus vicios, como a esos políticos incompetentes y sin escrúpulos que dirigen o han dirigido el mundo en fechas recientes. Urasawa dibuja a oligarcas ambiciosos, a empresarios y economistas únicamente obsesionados por el yo y el ahora, a señores de la guerra sedientos de petróleo (perdón, energía) y a científicos al servicio del negocio bélico; se vislumbra diáfana la crítica a las guerras infinitas en Oriente Próximo (con Iraq y sus mentiras a la cabeza) y se adivina sin duda la crítica al papel del Imperio Yanki soberano, que se ha arrogado el rol de emperador universal en estos (y aquellos) tiempos de zozobra.

Pluto es también una excelente galería de personajes, algunos excepcionalmente perfilados. Junto a los grandes protagonistas de la serie (Astroboy, Gesicht, Épsilon, etc.), este manga consigue grandes momentos narrativos gracias a la presencia de algunos personajes secundarios con gran potencial emocional: como Urán, la niña hipersensible, que protagoniza algunas escenas dignas de una película de Capra; o el de ese pequeño robot indigente que persigue a Gesicht en Persia; o ese otro robot, remedo de Hannibal Lecter, cuya presencia consigue desasosegar al lector tanto como a los propios personajes de la trama.

Mucha información, muchos misterios. En ocasiones, a Urasawa le pierde su hambre de intrigas, su propia red de expectativas. Abre tantas puertas que termina enfriándosele la casa (otra avería compartida con el cine-espectáculo reciente). Le sucedía en 20th Century Boys y le pasó, parcialmente, con Monster (cuyo final no estaba a la altura de la expectativa creada, nos parece). Pluto mejora los precedentes, todo parece mejor atado y empaquetado al final, sin ser redondo en este sentido; pero no sufran que no les vamos a contar nada al respecto. Nos gustan los mangas que (como las buenas series de HBO) empiezan y acaban. Se disfrutan más entre medias, Pluto es el ejemplo perfecto.

 

lunes, septiembre 13, 2010

Japón (y III): calles, disfraces y panteones museísticos.

El manga es parte de la identidad japonesa, decíamos. El manga entendido como concepto abarcador y, en ocasiones, extravagantemente amplio. Así, decíamos también, cuando un visitante comiquero llega a las costas japonesas, los debes y visitas planificados se acumulan en la agenda de viaje. Son tantas las referencias directas e indirectas que hemos oído o sobre las que hemos leído, que algunos nombres, calles y lugares nos suenan a ya conocidos.
Por ejemplo, ¿quién no ha visto en alguno de esos programas-plaga de calagurritanos viajeros o calagurritanos por el mundo (que me perdone todo Calahorra al completo) a un viajero que se pasea un domingo por la mañana por la zona de Harajuku para ver a los chavales disfrazados en el puente que da al parque de Yoyogi? Es alucinante ver a toda esa chavalada primorosamente camuflada bajo el atuendo de sus ídolos manga, disfrazados de vampiros o de estrellas del rock. Una de las vestimentas más exitosas que vimos entre el género masculino fue la de viuda victoriana. Como lo oyen. La zona, por otro lado, está repleta de tiendas de ropa, accesorios y chuminadas diversas, modernísimas y muy fashion. Dicen por ahí (en Calagurritanos Viajeros) que los buscadores de tendencias sobrevuelan los alrededores de Harajuku en busca de la moda futura. No les vimos, pero seguro que estaban.
Otro lugar común del mangaka tokyota es el barrio de Akihabara. Allí  habitan esas muchachuelas disfrazadas de camareras-doncellas que te invitan a tomarte un refrigerio en su local, mientras escenifican servidumbres pretéritas. Pese al orgullo con que lucen sus atuendos estrafalarios, algunas se muestran reacias al posado fotográfico (al revés que los vampiros y las orgullosas lolitas de Harajuku); no es lo mismo posar que trabajar, suponemos. Akihabara es también el barrio de la electrónica y de los otakus. Tiene bastantes tiendas de manga; alguna de varias plantas.
Entrar a una tienda de cómics en Japón es un ejercicio de desesperación. Algo así como meterse en un buffet libre con el estómago revuelto. Uno se ve rodeado de miles de tebeos, sabe que entre ellos encontraría a algunos de sus autores favoritos de los últimos tiempos (Tezuka, Kago, Taniguchi...), pero no hay tu tía: rodeados del jeroglífico kanji, resulta imposible, no ya entender algo, sino siquiera localizar a dichos autores. Además, como no podía ser de otro modo, en Japón, hasta la librería más pequeña está repleta de cómics. Omnipresente, la nueva entrega de Naoki Urasawa, su Billy Bat, en plena promoción. La oferta es ingente (con mucho hentai -cómic erótico- de por medio), la respuesta del no iniciado en las destrezas lingüísticas niponas, la impotencia pura y dura. Aún y así, claro, nos compramos algún que otro manga: testimoniales algunos (a ver si adivinamos de quién es lo que nos agenciamos, porque tiene buena pinta) y sentimentalmente valiosos los otros (un Astro Boy viejísimo de segunda mano).
Hablando de Tetsuwan Atom, ya les dijimos que en la estación de Kyoto, la impronta Tezuka se deja notar desde los primeros pasos. En realidad, el despliegue estatuario tiene que ver con la tienda oficial del célebre mangaka, que se encuentra en la misma estación. No pudimos visitar el Tezuka Osamu Manga Museum, en Takarazuka (no encajaba en la ruta y tampoco está uno ya para esos excesos), así que tuvimos que conformarnos con el merchandising, variado y carísimo, de la tienda de la estación. Algo de utilísimo menaje para el hogar y el necesario atuendo cayó, por supuesto.En Kyoto estaba también el Museo del Manga, presidido de nuevo por una gigantesca estatua de Tezuka, su Fenix en este caso. Curioso museo, por la literalidad de su nombre, sobre todo: el museo del manga de Kyoto es una enorme biblioteca de mangas, miles y miles de ellos (incluido alguno en español), a la que acuden los aficionados, simplemente, a leer. Hay algunas vitrinas con una escueta historia del cómic japones, con algunos datos acerca de la industria y con ciertas menciones a los autores más importantes, pero sobre todo encontramos cientos de lectores, de todas las edades, devorando series enteras de personajes clásicos y modernos, que se suele decir. Cosas niponas, de nuevo.Otro museo que nos quedamos con las ganas de ver, éste en Tokyo, fue el Ghibli Museum, de Hayao Miyazaki. Dicen que vale la pena y que parece más un pequeño parque de atracciones que un museo, dicen que la entrada es una transparencia real de una las películas animadas de Miyazaki, pero (y esto no lo dicen, lo pudimos comprobar) la entrada está limitada a un reducido número de visitantes diarios y la alta demanda exige reservas con mucha más previsión de la que nosotros mostramos.
Tampoco nos aburrimos, en realidad. ¿Que no podemos entrar en el Ghibli? Vámonos al Mori Art Museum... En otro post les contamos lo que vimos por allí.
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lunes, septiembre 06, 2010

Japón (II): soba, matcha y manga.

Hay conceptos, objetos, alimentos, ideas que, por encima del estereotipo, parecen ayudar a conformar la idiosincrasia cultural de un país. El té es una de esas realidades topicalizadas en el caso de Japón. Resulta complicado pensar en la cultura, o incluso en la historia japonesa, sin tener presente la importancia que el té ha tenido en su evolución como país. Aquellas hojas que llegaron desde China unidas a la filosofía del budismo zen, fueron rápidamente adoptadas por las clases dirigentes niponas; fue el té la bebida emblemática de los samuráis y, a partir del S.XVI (durante el Shogunato Tokugawa), gracias a la influencia del monje Sen no Rikyu y su perfeccionamiento de la ceremonia té, llegó la sublimación de la bebida de jade, el elixir de los dioses que obnubiló al país.Como se suele decir, el sabor del matcha (el té verde en polvo que se emplea para la ceremonia) está "en todas las salsas" japonesas... bueno, y en los helados, los pasteles, los granizados y cualquier material ingerible que a uno se le ocurra; incluidos los mochis, las omnipresentes bolitas de arroz. En casi todos los contextos y horarios, se nos presentará la ocasión de degustar alguna de las variedades japonesas de té verde: en verano es habitual comer con un vaso frío de hojicha (té verde tostado al carbón); es también uno de los sabores habituales en las maquinas expendedoras con su infinita gama de botellas de agua aromatizada. Con los rigores estivales tampoco viene mal un traguito de genmaicha (té tostado con arroz).
En ocasiones, una taza de sencha o bancha (las dos variedades más comunes de té verde en Japón) acompañará a nuestros fideos udon o soba. Hablando de fideos, una de las primeras sorpresas que le esperan al comensal en un restaurante japonés son sus menús: muchos de los platos ofertados se exhiben en coloridos escaparates verticales; se necesita un rato y bastante atención para descubrir que todo ese despliegue gastronómico es de plástico. Los japoneses son unos maestros de la representación, en todos sus sentidos. Iconicidad al poder.Se dice que el lenguaje ayuda a conformar el pensamiento de un pueblo; el tópico al respecto es el del alemán y sus filósofos, ¿recuerdan? Por las mismas, cabría convenir que las gentes niponas están imbuidas de la fuerza representativa de los iconos. Después de todo, el más habitual de sus tres alfabetos (kanji) se compone de representaciones simbólicas convencionales: un dibujito para cada concepto. Quizás sea esa una de las razones de que en Japón las imágenes sean arte y parte lingüística. Y, claro, el manga se compone de imágenes.
El manga es japonés y Japón es manga. Los mangakas son auténticos ídolos de masas y muchos de sus personajes han adquirido el rango de iconos sociales y han saltado fuera de las páginas de los tebeos para convertirse en embajadores visuales de cualquier otro tipo de producto comercial. Pósters publicitarios, anuncios televisivos, marquesinas de autobuses, carteles luminosos, postes de señalización son los nuevos hábitats de creaciones como Doraemon, Detective Conan, Kakashi, Son Goku o Tetsuwan Atom, que lo invaden todo.
Es imposible dar un paso en Nara, por ejemplo, sin reconocer a uno de los personajes de Gosho Aoyama. El estilo de Yoshihiro Tatsumi o el de Mizuki se multiplican en juguetes, anuncios... Apenas se pone un pie en Kyoto y se sale por la puerta de su estación, cuando nos topamos de lleno con los personajes del más grande, de Osamu Tezuka.Manga, manga y más manga. En la siguiente entrega les concretamos el asunto con datos concretos, que esta entrada, nos consta, ha sido un tanto matcha revolutum.
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martes, agosto 31, 2010

Japón (I): Regreso al futuro.

Disculpen la demora. Acabamos de regresar de Japón. Es un país que para el aficionado comiquero tiene resonancias mitológicas, no sin razón. En los siguientes posts les vamos a contar a ustedes por cómo nos ha ido por el Imperio del Sol Naciente.
La primera impresión que tiene uno cuando aterriza en Tokyo es que ha viajado al futuro. Dejamos de ser, como sucede en muchos viajes intercontinentales, los blanquitos ricos occidentales, para asistir perplejos a un estadio siguiente de civilización, así, sin exagerar. Nos gusta esa palabra, “civilización”, porque no se refiere únicamente a un nivel de evolución tecnológica, sino a un grado de respeto y a la capacidad de vivir en sociedad de forma civilizada; evidentemente, es mucho más sencillo ser civilizado cuando las necesidades básicas están cubiertas, pero precisamente por eso sorprende que en un país como España seamos tan incívicos con el prójimo en tantas ocasiones.
Evidentemente, pecamos y pecaremos de simplistas (cuestión de espacio y soporte). No queremos dejarnos alucinar por el fulgor nipón, además. Su sociedad es bastante machista y su arraigo tradicional llega en ocasiones a lo teatral, pero, señores, qué bien funciona la cosa pública.
Casi todos los parámetros de la realidad japonesa se explican en base a tres factores: se trata de un país relativamente pequeño (algo menor que California y con sólo un cuarto de la extensión del país habitable, debido a sus muchas zonas montañosas y boscosas), superpoblado (127,5 millones de personas que se amontonan literalmente en la llanura meridional de la isla más grande, Honshü) y condicionado por su pasado y sus tradiciones. Las grandes ciudades japonesas, con Tokyo a la cabeza, responden al tópico de las luces de neón, el desarrollo hípertecnológico y la muchedumbre en constante tránsito, que parece situarnos en el escenario de Blade Runner, afortunadamente sin que el pesimismo distópico rompa el sueño futurista. Pasear por los barrios de Shibuya o Shinjuku es una aventura technicolor que le deja a uno con la boca abierta. En ellos más que en otro sitio, se asiste con asombro a la realidad japonesa de las ciudades verticales. El espacio es tan necesario en las ciudades niponas que sus grandes barrios-ciudades crecen hacia arriba y hacia abajo: las estaciones de tren o de metro pueden llegar a tener decenas de pisos (asombrosa la de Kyoto con sus cientos de restaurantes, pasillos infinitos y grandes centros comerciales); son pequeñas y laberínticas ciudades subterráneas en las que siempre terminas encontrando la salida, aunque no sea siempre por donde uno quiere. Pero las ciudades (y quien dice ciudades, dice bares, tiendas y centros de negocio, no sólo sus rascacielos) también crecen hacia arriba: ir de compras o de marcha en Japón implica ir mirando hacia los segundos, terceros y cuartos pisos, porque quizás sea en ellos donde se encuentre el lugar que buscas; sólo hay que tomar un ascensor a pie de calle y salir en el piso indicado, de rondón en el local o tienda correspondiente. El espacio manda. Asombra la capacidad japonesa para ofrecer soluciones minimalistas a necesidades básicas en términos de espacio, tengan éstas que ver con cocinas, aprovechamiento de habitaciones o lugares de ocio. Por ejemplo, cuando uno entra a un bar muy pequeño hay que estar muy atento al famoso “cover charge” o dinero que se paga simplemente por ocupar una banqueta (que puede ir desde los 3 a los 10 euros); el abuso es menos si consideramos que algunos bares japoneses no tienen más de dos o tres asientos en la misma barra: ¿se imaginan el futuro del negocio si llegara a ellos un españolito dispuesto a pasarse la tarde con un café y el periódico? Espacio, tiempo y tecnología.
Japón es un arcade gigante. Hay miles de máquinas y todas funcionan siempre (e incluso devuelven el cambio justo, que no nos oigan los de Telefónica). Los millones de maquinas expendedoras de bebidas que inundan el país (para alivio de la humedad reinante) rebosan de bebidas imposibles, baratos paquetes de cigarrillos (el vicio nacional de un país en el que está prohibido fumar prácticamente en cualquier sitio) o tickets para solicitar el menú en el restaurante. Los váteres parecen paneles de mandos de naves espaciales, con mil botones que le exponen a uno (y a sus partes pudendas) a chorros de agua a presión, tazas calefactoras y vapores secadores insospechados. Los trenes bala, Shinkanshen y Nozomi, vuelan por encima de los 300 km/h antes de alcanzar su destino con una puntualidad milimétrica. Los edificios de juegos recreativos ocupan hasta cinco y seis plantas y en ellos, miles de japoneses, jóvenes y viejos, se dejan los sueldos en el pachinko, en hipódromos virtuales con pantallas de cine, en maquinitas de juegos que todavía no existen y, en el caso de las adolescentes, en fotomatones rosas que occidentalizan los ojos y permiten photoshopeos posteriores a las fotos.
Con tamaña abundancia y oferta, los cacos deberían ser una fauna feliz en ciudades como Tokyo o la muy marchosa Osaka (ante el tamaño gigantesco de sus ciudades y el precio de los taxis, el horario de fiesta lo marca el metro: el último a las 12 pm, el primero a las 5 am). Nada más lejos de la realidad: Japón es el país de la seguridad y la confianza en el prójimo (rozando la inocencia). Nadie te engaña, nadie te roba. Puedes ir con un fajo de billetes asomando del vaquero y volver con él intacto. Funcionan de modo excelente, como decíamos antes, los funcionarios de lo público. Hasta el exceso. De nuevo, suponemos, tiene que ver con la superpoblación: hay que colocar al personal, mucha mano de obra en un país rico hace posible un funcionariado ingente y eficiente. Encontrábamos hasta cuatro policías vigilando el tráfico en un paso de cebra. Igualmente, la poda del un árbol no requiere menos de cinco operarios: uno supervisando, otro avisando a los peatones, uno podando, otro recogiendo y cargando y el quinto, oteando, por si las moscas. El servicio de megafonía en estaciones y lugares públicos, siempre es unipersonal: léase, un tipo con megáfono dando instrucciones; nada se graba, todo se cuenta en primera persona: lo hace el conductor del autobús público con su pinganillo y lo hacen los cajeros del supermercado.
El contraste lo marca su conjunto de creencias y tradiciones, tan fuertemente arraigadas en el Japón contemporáneo y tan fuertemente enfrentadas por buena parte de la juventud que, con sus atuendos extravagantes, llena las discotecas de Roppongi o los lujosos comercios tecnológicos de Guinza. Hay que recordar que en este país prevaleció un régimen cuasi feudal y endogámico hasta muy entrado el S.XIX. Existe todavía un Japón tradicional que disfruta de sus onsens (baños tradicionales, como el famosísimo Dogo Onsen de Matsuyama), de la visita a los templos budistas y sintoístas de Takayama o Miyajima, los jardines de arena de Kyoto o de la ceremonia del té en una de las numerosas casas de té que se levantan en los primorosos jardines de las grandes ciudades como Kanazawa. En ciudades como Nikko, sus habitantes pasean entre miles de ciervos que recorren las calles como dóciles perritos y comen de la mano de los niños: un ejercicio de ecología (que, seguro, envidian los delfines de alguna ciudad vecina).
En Japón, la cortesía todavía es un grado: el agradecimiento ante la invitación o la ofrenda debe ser explícito y repetido, el respeto ante el prójimo patente y la hospitalidad manifiesta. El calendario nipón está poblado de fiestas y celebraciones que ponen de manifiesto ese respeto hacia el pasado, a las grandes ocasiones y banquetes se acude aún con el kimono y, en las casa, uno se sienta sobre el tatami (con los pies descalzos y vestido con la yakuta) y se duerme sobre el futón enrollable (de nuevo, la economía de espacio).
¿Y los manga, dónde quedan en esta historia? Hecha la introducción, se lo contamos en el capítulo 2.

sábado, agosto 21, 2010

Arte Santander 2010. Pinturas y polacos.

Este año, como ya viene siendo costumbre, asistimos a una edición más de Arte Santander. Vimos muchas caras conocidas y reconocimos a muchas de las galerías presentes en cursos anteriores (entre ellas, algunas de las clásicas del panorama artístico español). En una de ella, la siempre interesante Caja Negra de Madrid, exponía nuestro buen amigo Pejac dos piezas que jugaban a la paradoja, conjugando las referencias geográficas con las implicaciones psicoanalíticas de las manchas de Rorschach; como no podía ser de otro modo, nos acordamos de Moore y de Gibbons.
Hubo más trabajos que nos movieron a la correlación comiquera y que invitaban al juego asociativo. Los oleos de Toño Camuñas, de la galería Valid Foto de Barcelona, escondían, detrás de su simbolismo colorido, referencias claras al underground, por lo que respecta a la línea de su dibujo y a su inclinación por la caricatura grotesca de explícita “visceralidad”. Parecían una mezcla bastarda entre la iconografía mejicana funeraria y los cómics de Hunt Emerson, con aquella voluptuosidad orgánica de su cartoon descarnado.
Sin duda, la nota de exotismo de esta edición la pusieron las cuatro o cinco galerías que representaban a Polonia, como país invitado a la muestra. Suyas fueron algunas de las aportaciones más atrevidas e imaginativas. Leto Gallery/Hepen Transfer Gallery, presentaron los dibujos en tinta china de Zofia Gramz: una propuesta rabiosa entre el art-brut, el graffiti y el garabato, que demuestra hasta que punto el dibujo está recuperando terrenos perdidos en el arte contemporáneo.
En el stand de Collectiva Gallery (de Poznan) pudimos disfrutar con un precioso tríptico de Öl auf Leinwand, titulado Plywamy, que nos supo a cloro y nos refrescó algunos buenos momentos viñeteros del año pasado. La pared de enfrente repartía varios lienzos en blanco y negro de la serie Monstrare (de Lidia Krawczyk y Wojtek Kubiak) que trampeaban la primera impresión realista de la propuesta, mediante el recurso a esos big eyes que parecen inundar el arte pop contemporáneo (que le pregunten a Gary Baseman); eso sí, con un trazo pictórico tan poco ilusionista como el de los objetos y personajes cotidianos sobre fondos planos de Alex Katz. Nos preguntamos, ¿quién en el mundo del cómic podría postularse como representante máximo del big-eyes movement, más allá de la obviedad mangaka? ¿Dave Cooper? ¿Jim Woodring?
A tiro de piedra de dos galerías se ubicaba el espacio de Piekary Gallery, en el que destacaban sobremanera las asombrosas Pin-up fruits de Andrzej Wasilewski. Una serie de pinturas acrílicas y óleo sobre lienzo, que renuevan el concepto de vanitas, adaptándolo al improbable contexto iconográfico del American way of life y el hipócrita aliento a las tropas a través del impulso sexual. La decadencia de la felicidad hueca, la testosterona podrida a partir de unas imágenes que, a primera vista, se le aparecen al espectador amablemente coloridas.
Por último, ya fuera del “circuito” polaco, nos llamó la atención (ciñéndonos al filtro comicográfico que intentamos ajustar en este tipo de posts) el gran lienzo circular de Aaron Johnson que presentó la galería Mito de Barcelona. Sus explícitas influencias orientalistas y su barroca manipulación gore de los referentes espirituales y religiosos que caracterizan a aquellas, nos hicieron pensar de inmediato en los autores más salvajes e iconoclastas del manga actual, sobre todo en Suehiro Maruo (un dibujante también sumido en el exceso y en la ornamentación barroca), aunque también en otros amantes de la casquería artística, como Hideshi Hino o Shintaro Kago.
Dicho lo cual, les prometemos que antes de lo que expira un mes, volveremos a hablarles del Imperio del Sol Naciente largo y tendido.