lunes, noviembre 28, 2011

El paréntesis, de Élodie Durand. Dramas de cabecera

El paréntesis, de Élodie Durand ha sido el premio revelación de Angoulême de este año; además, obtuvo el Premio BD 2011 de los lectores del diario Libération. De las dos cosas se nos informa en la tira promocional del libro. No nos extraña tanto reconocimiento, El paréntesis es un muy buen tebeo.

Un buen amigo nuestro nos comentaba hace poco que cada vez que le regalamos un cómic, tiene que armarse de valor antes de lanzarse a su lectura, porque casi todos cuentan unos dramas de aúpa. La verdad es que estaba en lo cierto: si reflexionamos un poco y pensamos en los cómics adultos (llámenlos de autor o novelas gráficas, o como les apetezca) que más éxito han tenido en los últimos años, también los que más nos han gustado, es verdad, lo cierto es que, en un alto porcentaje, se trata de cómics de temática trágica, dramática o melodramática; o de esos que ahora llaman "de contenido humano". Mucha muerte, enfermedad, complejo, depresión, angustia, patología y trauma infantil en primera persona. Viñetas a prueba de llanto.

A veces nos da por pensar que vamos a terminar haciendo callo, que algún día nos hartaremos y nos pondremos a leer tebeos de género y obras cómicas. Que estamos empezando a cansarnos de tanto dolor expuesto, autocompasión y flagelo emocional. Entonces, llega a nuestras manos un cómic como El paréntesis y decidimos que tampoco está mal observar los peligros de la existencia a través de ojos ajenos, que uno llega a aprender y a empatizar con el prójimo, precisamente, gracias a estos ejercicios autoconfesivos o a estos relatos de resistencia. Al final, suponemos, se trata de que la historia, cómica, trágica o tragicómica, esté bien contada y nos sorprenda, por su honestidad, por su técnica, por sus recursos narrativos o por lo que sea...

La obra de Élodie Durand que motiva esta reflexión, tiene un poco de todo lo que hemos comentado. Se trata de la historia de Judith, una joven veinteañera a la que le detectan un pequeño tumor, después de sufrir varios ataques agudos de epilepsia. En realidad, El paréntesis es la historia de la propia Durand y su enfermedad, por vía interpuesta de su personaje. Esa es la razón principal de que el cómic respire verosimilitud y de que las peripecias terribles de su protagonista se sientan como pequeños fragmentos de vida (de drama) absolutamente reales. Conocemos el final de la historia antes de leerla, Élodie nos lo hace saber con este cómic años después de su enfermedad. Sin embargo, el proceso, el recorrido de sus episodios de amnesia, sus dolores y sus miedos, resulta interesante per se como para arrastrarnos al interior de su peligrosa aventura.

Recurre la autora a esa línea clara minimalista cercana al esbozo, que tan buenos frutos está dando últimamente en la escuela francófona: Blutch, Blain, Sfar, Deslile, etc. Podríamos incluso afirmar que el suyo es un dibujo todavía más desnudo y expresionista que el de los referentes citados; alterna la sencillez de trazo, con tramas y rellenos cuidadosos y otras zonas directamente garabateadas. En su cómic, dentro de esa búsqueda de referencias directas a la enfermedad y de referentes reales a aquellos días de amnesias y recuerdos vagos, Élodie incluye los garabatos y las páginas pintarrajeadas que realizó durante su periodo de convalecencia. Están constituidas por una serie de formas imprecisas y figuras vagamente figurativas, llenas de angustia, rabia e impotencia. Son dibujos, pero podrían ser gritos. Se integran en el relato como un guante lleno de remiendos lo haría en una mano cosida de cicatrices. Los costurones del drama trasplantados a la memoria reconstruida

Dentro de ese intento por reconstruir una narración a base de rememoraciones fragmentarias y el relato ajeno de su propia enfermedad (el que construyen con sus recuerdos sus padres, su hermana y sus amigos, en realidad, quienes sufrieron su tragedia conscientemente, en primera persona, mientras ella se arrastraba hacia las sombras de la desmemoria y la enfermedad), decíamos, dentro de ese intento por crear una narración coherente, El paréntesis está repleto de soluciones imaginativas y metáforas visuales; no en la línea icónica de David B. o Marjan Satrapi, sino más bien en la dirección de intentar dotar a procesos mentales y verbales de carga visual: Durand intenta que seamos conscientes de sus momentos de incapacidad mental o de afasia a partir de mecanismos comicográficos deliberadamente simplistas o imperfectos (espacios en negro, repeticiones aleatorias, trazados geométricos, leitmotivs, deformaciones cuasi-surrealistas de los personajes, etc.). Algunas de sus páginas nos devuelven la imagen distorsionada de un espejo curvo, la realidad filtrada por un cerebro dañado, invadido por un pequeño tumor que, no obstante, lo deforma todo. Lo cierto es que el recurso funciona y consigue impregnar a su historia de emoción sincera. Y como siempre, terminamos cayendo en la trampa de la narración: nos la creemos y la sentimos como propia.

Ya ven, una vez más, nos hemos dejado arrastrar hacia los fangos de la tragedia autobiográfica, una vez más, el vigor de la historia ha pesado más que nuestra placidez anímica. A ver cómo se lo explicamos a nuestro amigo.

lunes, noviembre 21, 2011

Granadas de mano llenas de papel

Hace unos meses resonó en la blogosfera la noticia de que en el blog de Rubén Garrido se había colgado el número cero de aquella revista granadina, de corta vida y largo recuerdo, que fue La Granada de papel. Reunidos algunos de los participantes en aquel proyecto (López Cruces, Rubén Garrido) y otros tantos amigos talentosos (Chema García, Enrique Bonet), se rumoreó que a lo mejor se rescataba el resto de los números y se colgaban en la red (catalogados están gracias a Manuel Barrero y su equipo de legionarios de la lupa y el índice) y que quizás habría una exposición de materiales en el siguiente Salón de Granada. No hemos vuelto a tener más noticias del asunto, aunque no hay mejor sitio para informarse de lo que fue y de lo que está por venir que ese blog llamado Granada de papel.
Por otro lado, nosotros sí que sacamos mucho en claro de todo aquello. Resulta que con motivo del anuncio, nuestro amigo Juan Antonio, "granaíno" y comiquero antiguo, se nos soltó con un "¡Cómo me gustaban a mí aquellas Granadas de papel!", "Ah, ¿pero las tienes?", "Claro, ya te las dejaré". Dicho y hecho. Las hemos leído y disfrutado con gusto y, hay que reconocerlo, en las páginas de aquella publicación que dirigía José Tito Rojo, diseñaba el Equipo GEL y editaba la Concejalía de Juventud y Deportes del Ayuntamento de Granada, había mucho talento.
Lo hay a raudales (talento) en las páginas de Paco Quirosa y sus historias costumbristas de doble filo (alguna con Almudena Martínez en el guión), en el humorismo oscuro y la caricatura angulosa del propio Rubén Garrido ("Estudiamos juntos", "Mi contacto en la Chana"), en el humor irreverente de José Luis Prats (el mismo Ozelui de El Jueves, sí) y rezuma en cada una de las viñetas de nuestro amigo don Joaquín López Cruces; que con historias como "Vivo en el barrio más frío de Granada", "La chica de la motocicleta" (también con Almudena Martínez de guionista) o "Jardín botánico" (que creemos recordar apareció luego en sus Obras encogidas), nos hace maldecir la escasa prolijidad de su lápiz: no sabemos si habrá un dibujante más dotado en nuestro país con menor producción viñetera.
Junto a estos números de La Granada de papel, nuestro amigo nos dejó otra curiosidad de anticuario: Los tebeos de Granada; un libro-revista antológico, en el que José Tito Rojo, de nuevo, hace un recorrido documentadísimo y amplísimo a lo largo y ancho de la historia del cómic en Granada (casi cien páginas). En su parte final, la publicación recogía también un buen número de historietas a cargo de los autores más relevantes reseñados en el estudio: de nuevo, los Rubén Garrido, Paco Quirosa y José Tito, Joaquín López Cruces (con "El rubí de Abú Tálik Kalím, que luego formaría parte de su Sol Poniente -¿para cuándo una reedición?) y, sorpresa, sorpresa, Juan Flops(cuya notoriedad posterior tendría poco que ver con las viñetas).
Ya ven, causas y razones para que esos proyectos de revival que anunciaba el bueno de Rubén Garrido, sigan adelante y fructifiquen. Nos gustaría volver a tener noticias de tan talentosa generación.
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(Actualización: 24-11-2011) En los comentarios, Chema García, Enrique Bonet y Rubén Garrido enriquecen la información del post con datos y links. Rubén nos habla de la primerísima Granada de papel del 77 y además nos da pistas de cómo conseguir un ejemplar original de tal reliquia comiquera española. Goloso, goloso.

lunes, noviembre 14, 2011

Un adiós especial, de Joyce Farmer. Malditos años.

Dice Robert Crumb que Un adiós especial es uno de los mejores cómics que ha "leído en su vida, junto con Maus" y que le conmovió hasta hacerle "saltar las lágrimas". Seguro que incluso le recordó a sus primeras obras de creación y a las de sus colegas de generación, añadimos nosotros: aquellos trabajos underground de los últimos años sesenta, que no reparaban en correcciones políticas o medias tintas a la hora de aproximarse a temas difíciles, controvertidos o, directamente, desagradables. Hablamos de los cómics del propio Crumb, cargados de acidez y mala leche detrás de su ironía y humor negro, o de los comix cafres de Clay Wilson; también, desde luego, de aquellas primeras autoras underground, las Trina Robbins, Roberta Gregory o Aline Kominsky (Señora Crumb, a la postre).
De aquellas referencias, evidentemente, mamó Joyce Farmer, de hecho, ella era parte muy activa dentro del panorama underground. Participó en aquella revista fundacional que fue Wimmen's Comix y fue la fundadora, junto a Lyn Chevely, de otra revista feminista de importancia dentro del movimiento feminista, Clits & Tits. Su estilo tosco, decididamente underground, áspero e incómodo, nos recuerda a un peculiar híbrido entre Crumb, el ya mencionado Clay Wilson y la caricatura de Gregory. De la honestidad de aquellos cómics bebe también Joyce Farmer a la hora de plantearse las líneas maestras argumentales de su tremenda historia en Un adios especial.
Dicen que los grandes temas de la literatura universal (de la narrativa en definitiva) no son más de cuatro o cinco: el amor, la muerte, la búsqueda, el paso del tiempo... Sucede que el arte suele jugar a la recreación ficcional, al artificio, a la idealización estética. En pocas ocasiones se nos acerca a esos tópicos del tempus fugit y del vanitas vanitatis con la crudeza con la que nos los muestra esta obra.
Nos habla Un adiós especial de las miserias y dolores de lo inevitable: las que implican el paso del tiempo y la degradación de la carne. Nos sitúa la autora en los últimos años de las vidas de Lars y Rachel, dos octogenarios tan lúcidos mentalmente, como estropeados físicamente. Quizás sea ahí donde resida la mayor de las torturas: en la degradación consciente, en la noción de la pérdida. Los dos ancianos descubren sus achaques, sus dolencias, de forma paulatina y torturante. Del mismo modo que el niño se acerca al mundo, a las novedades de su existencia, los ancianos de Un adiós especial se aproximan, titubeantes y temerosos, hacia esa otra novedad que nos acecha al final de nuestros días, la inexistencia.
Y al mismo tiempo, observamos y compartimos un segundo drama: el de Laura, la hija de Lars y Rachel, que asiste impotente a la paulatina invalidez de sus padres, que intenta ofrecer su ayuda y que sufre en su propia piel el dolor de aquellos. El dolor y la confusión de Rachel ante las acuciantes necesidades de los que un día la protegieron a ella, no es sino el reflejo de nuestra propia posición ante la idea del fin de la autosuficiencia, el pensamiento de que algún día ya no nos será suficiente con nuestras propias fuerzas, porque seguramente careceremos de ellas.
Cada tropezón, cada enfermedad añadida de Lars y Rachel es una pequeña tragedia que se nos antoja irreversible y que nos aproxima, como lectores, hacia un sino inevitable que también nos observa a nosotros desde la distancia. Ahí nace la fuente de las emociones que despierta esta obra en todos los que a ella se acercan; el dolor que encierran sus páginas y que su dibujo quebradizo e imperfecto transmite al lector es al mismo tiempo, la razón de su éxito.
Es cierto que su línea narrativa peca de fragmentaria, que la abundancia de disdacalias temporales ("dos meses después", "pasan algunas semanas", etc.) puede parecer antigua o resultar un tanto torpe en la era Ware, pero, ay amigos, recursos son al servicio de un universal: la muerte, así con minúsculas. La muerte que nos espera y que nos duele desde las páginas de este cómic, lacerante de tan denso y explícito como es; admirable por su honestidad y su falta de atajos.

lunes, noviembre 07, 2011

Bruselas. Cómics, cervezas y Jean Van Roy.

Hace unas semanas regresamos de nuestro enésimo viaje a Bélgica. Por varias razones, nos sentimos de maravilla cada vez que desembarcamos en Charleroi. Suele decirse que los belgas son unos tipos aburridos y que su país recibe siempre al visitante con el gesto adusto. Puede que haya una parte de razón en esa visión estereotipada, pero, ¡ay amigos!, los belgas son también unos estupendos anfitriones en la creación de dos de los grandes vicios de la humanidad: las viñetas y las cervezas.
No hace falta más que pasearse por las calles de Bruselas para darse cuenta de que la línea clara desborda las viñetas para inundar las calles. Todo está contagiado de la imaginería creada por los Hergè, Pierre Jacobs, Ives Chaland y compañía: descubrimos sus personajes en los envoltorios de chocolates, en los grandes murales ilustrados que embellecen muchas fachadas de la ciudad, en las marionetas que cuelgan de sus comercios y locales e incluso en las etiquetas de botellas de cerveza.

Y es que la cerveza es otra de esas gloriosas aficiones que potencian, cultivan y explotan nuestros amigos belgas. Les contamos una anécdota breve. Estábamos paseando por las calles de ese multicultural barrio bruselense que es Anderlecht cuando, a la salida de uno de sus mercados, miramos hacia las alturas y nos topamos con esto:

Sin quererlo ni buscarlo, allí estábamos delante de la editorial Lombard, los antiguos dueños y señores de Tintín. Los hacedores de aquella revista que compartía nombre con el más famoso de los personajes del cómic europeo. Había una tiendecita oficial a pie de calle, pero la pasamos de largo.
Teníamos otros intereses a sólo unas pocas manzanas de allí. Llevábamos mucho tiempo queriendo ir a uno de los grandes templos de la cerveza belga: nada menos que a Cantillon. La cervecería-museo de los Van Roy (enlazados matrimonialmente con los Cantillon hace unas generaciones) es un verdadero santuario de las cervezas lambics, esos caldos maravillosos hechos con cebada, trigo, lúpulo viejo, frutas y, sobre todo, levaduras salvajes que favorecen una fermentación espontánea en grandes piscinas de cobre. Son pocos los cerveceros que siguen manteniendo las fórmulas arcaicas de esta cerveza; Cantillón son quizás los más celebrados de todos ellos. Cuando se habla de cervezas de frutas, solemos pensar en esos jarabes dulzones, manufacturados y muy industriales que llegan a nuestros país. Las verdaderas cervezas lambics son en realidad un líquido acidísimo, lleno de matices, a medio camino entre la sidra y el champán; una bebida delicada y sumamente compleja que requiere de largos periodos de fermentación y cuyas bodegas recuerdan en gran medida a los sistemas de solera de nuestros vinos de jerez, por ejemplo.

Tuvimos, en Cantillon, la suerte de probar auténticas joyas fermentadas, como sus Lou Pepe o Lou Gueuze, sus Grand Cru o esa maravilla que cada año es un nuevo mundo que se llama Zwanze. Pero sobre todas las cosas, tuvimos la gran suerte de conocer a un maestro como Jean Van Roy, de charlar con él largo y tendido y de aprender de su sabiduría inmensa. Tan bien fueron las cosas, que conseguimos convencerle para que se dejara entrevistar en el programa gastronómico Sal Gorda, de SER Soria, en la serie de programas que le estamos dedicando últimamente al mundo de la cerveza (invitados por nuestro maestro de ceremonias, el gran Chema Díez).
Nos gustó tanto la experiencia, fue tan instructiva la entrevista, que se la dejamos aquí abajo en forma de podcast. Si quieren ustedes escuchar el resto de programas dedicados a los tipos de cerveza (alta fermentación, baja, trigo, etc), pueden hacerlo en el Facebook de Sal Gorda SER Soria. Porque ya saben, no sólo de cómics vive el hombre, ni siquiera en Bruselas.


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(Actualización: 07-11-2011): El señor Díaz Canales nos ilustra en los comentarios acerca del tintinesco edificio: resulta que aunque Lombard y Dargaud ya no guardan relación con Tintín (cuyos derechos de explotación pertenecen a Casterman) el letrero pervive cual toro de Osborne, a mayor gloria del cómic belga y su mitología. A lo mejor deberíamos haber entrado a la tienda después de todo, glub. Más detalles en los comentarios.

lunes, octubre 31, 2011

Cinco mil kilómetros por segundo, de Manuele Fior. De lo que pudo haber sido.

De entre todos los crossovers y what ifs que a uno se le ocurren, seguramente no haya ninguno tan importante en el plano personal como aquellos que afectan a nuestro pasado sentimental: ¿Qué hubiera sido de nuestra vida si no nos hubiera abandonado aquella chica? ¿si nos hubiéramos decidido a ir algo más lejos con aquella otra? ¿o, simplemente, si hubiéramos reunido el valor de agarrarle la mano aquel día? Suena a ejercicio de autoflagelo, pero también a reto de madurez: la asunción de las responsabilidades que se derivan de nuestros actos (que extrañas suenan estas palabra en estos tiempos que corren), el reconocimiento de las causas y los efectos que toda decisión conlleva. Después de todo, como decía con insistencia machacona uno de los personajes de Perdidos, "siempre hay una elección"; en gran medida somos los artífices de nuestro itinerario biográfico.
De todo eso habla Cinco mil kilómetros por segundo y tan bien lo hace, que se llevó el premio al mejor cómic del año en Angoulême 2011. Es un cómic excelente de veras.
Manuele Fior viene a sumarse al grupo de virtuosos de la acuarela que se han instalado en el cómic contemporáneo, con Gipi al frente. Abrimos las páginas de su obra y nos salpican los amarillos soleados y los verdes brillantes de sus primeras páginas; sus dibujos parecen carecer de líneas, son puro brochazo, tonalidad expresionista, esbozo luminoso. Sin embargo, a medida avanzamos en la lectura de Cinco mil kilómetros por segundo, se nos revela el talentoso trazo de su autor, se nos encienden las líneas y aparece el detalle exquisito que encierran los dibujos de Fior (son asombrosos sus paisajes del fiordo noruego o las escenas del hormigueo humano en Egipcio). Todo quedaría en fuegos de artificio si debajo de tamaña exhibición visual no creciera un relato tan intenso, lírico y profundamente humano como el que conforma las páginas de este trabajo.
Piero, un adolescente italiano, conoce a Lucía, la nueva inquilina de su edificio, y se enamora de ella. Partimos de una premisa así de simple para asistir a la representación de la vida, dos vidas, en realidad, la de cada uno de los personajes (el autor inspira su trama en Cinco centímetros por segundo, la película animada de Makoto Shinkai). A partir del primer capítulo, la narración se bifurca, revivimos ese juego de itinerarios biográficos y elecciones que mencionábamos al principio de estas líneas. El relato fluye entonces como dos afluentes paralelos que se separan en el espacio para volver a converger en esporádicos episodios temporales. Asistimos a la construcción de las biografías y al nacimiento de afinidades y diferencias entre Piero y Lucía, a la aparición de personajes secundarios y otros capitales en la vida de nuestros protagonistas (igual que nos sucede a las personas continuamente). Fior maneja las elipsis con sabiduría, nos ahorra el tránsito penoso, el hastío irrelevante, el relleno existencial; tampoco queremos decir que Cinco mil kilómetros por segundo esté construido a base de instantes mágicos o idelizaciones efectistas, no, cada uno de sus cinco episodios supone un ejercicio de normalidad absoluta dentro de la existencia de sus personajes. Pero Manuele Fior demuestra un gran talento a la hora de elegir el momento preciso, su mirada es tan hábil como para detectar los pliegues existenciales que provocan los cambios de dirección en una biografía.
No hemos podido evitar encontrar semejanzas entre la obra de Manuele Fior y los trabajos de ese otro nuevo geniecillo del cómic europeo que es Bastien Vives. Ambos comparten una sensibilidad parecida a la hora de explorar en recovecos de la soledad humana, en la nostalgia que provocan el paso del tiempo y la separación, en el arraigo de las personas a geografías y lugares concretos y, en definitiva, en el esfuerzo que le dedicamos todos a encontrar nuestro espacio en el mundo.

lunes, octubre 24, 2011

Logicomix en Culturamas.

Regresamos a Culturamas de la mano de Christos H. Papadimitriou, Apostolos Doxiadis y su muy heterodoxo Logicomix, un cómic que pretende nada menos que orientarnos entre los nombres y sucesos que determinaron el nacimiento de la lógica matemática contemporánea. A partir de la biografía de Bertrand Russell, Logicomix nos ofrece un ejercicio narrativo ambicioso y un itinerario histórico-científico alrededor de las obsesiones y la locura de los genios que en el S.XX cambiaron las corrientes del pensamiento matemático. Casi nada.
Se lo contamos aquí con el detalle que merece.

lunes, octubre 17, 2011

Penny Century, de Jaime Hernandez. ¡A mí, mujeres!

Hay que reconocer que en las lista de "damnificados" después del advenimiento de la novela gráfica, dos de los que mejor parados han salido han sido los Hernandez Bros. No porque no estuvieran ya haciendo lo que hacen antes de la etiqueta de marras (a favor de la cual nos pronunciamos), sino porque con el nuevo formato su obra alcanza una dimensión adecuada y la magnitud que le corresponde.
Tenemos la sensación de que no es la primera vez que lo comentamos. Cuando los episodios del Palomar, de Beto, o las aventuras de Maggie, Hopey y el resto de Locas aparecían de forma dispersa y episódica en la ya mítica Love & Rockets (allá por los 80), el lector ocasional corría el más que probable riesgo de ahogarse en el maremagnum de personajes, aventuras fragmentarias y esbozos narrativos que conformaban el peculiar universo de los Hernandez; así sucedía, por ejemplo, con el españolito medio que únicamente recibía su dosis de Love & Rockets en los episodios ocasionales que publicaba El Víbora.
La llegada del volumen único, de la edición organizada de los episodios, de la novela gráfica en definitiva, nos ha permitido clarificar el horizonte. Las aventuras de Luba y otras Locas siguen existiendo como relatos abiertos y crecientes, como ríos comicográficos surcados por mil afluentes narrativos, pero el hecho de poder leer algunos de sus capítulos de un tirón nos ha permitido constatar definitivamente que estamos ante obras maestras, ante dos de los grandes trabajos comicográficos del S.XX (ya del S.XXI).
Penny Century (a la que ya homenajeamos musicalmente, vía Remate) ilustra a las claras las intenciones de su autor. Pareciera que el realismo mágico social que enmarca las peripecias de sus féminas no fuera a llegar nunca a un final definido. Si el personaje de Luba y el marco de Palomar (ese pueblo de mitológicas miserias) proveen a la narración de Beto Hernandez de unos límites narrativos definidos, de unos, digamos, puntos de anclaje alrededor de los cuales construir el friso del nuevo Macondo viñetero, la obra de su hermano Jaime no encuentra más nexo que el de sus muchas mujeres, el concepto de "mujer" entendido como punto de partida y llegada. Penny Century es un cómic irregular, aleatorio, fragmentario, disperso, caleidoscópico, movedizo... brillante. Las muchas historias que lo componen, sus diferentes episodios, parecen vivir de forma independiente e inconexa. El lector novel se creerá perdido en un charco de relatos breves. Nada más lejos de la realidad, Penny Century es, simplemente, nada menos, una página más para completar y entender la ingente biografía de sus muchos personajes: la de esa magnética y cascarrabias lesbiana que es Hopey, la de la encantadora Maggie, tan indecisa y resuelta a un tiempo, la de Penny Century, loca, irresistible, hipersexuada (como casi todas las protagonistas de la serie, como lo está nuestra realidad contemporánea).
Las historias que componen el trabajo de Jaime Hernandez invitan a la paranoia lectora: cambios radicales y constantes en el punto de vista, flashbacks y anacronías a bocajarro, paréntesis narrativos, metarrelatos, bromas estilísticas, introducción fantasma de personajes, etc. Sin embargo, a poco que uno esté familiarizado con su obra, o incluso después de unas cuantas decenas de páginas dentro de un mismo libro, el lector se da cuenta de que, debajo de la historia y de las aventuras sólo aparentemente triviales de sus personajes, existe una intrahistoria, una estructura profunda que cohesiona todos y cada uno de los episodios creados por Jaime Hernandez hasta la fecha. Es como si el autor tuviera todas las piezas del puzzle en su cabeza y se las fuera revelando al lector con cuentagotas. Penny Century supone un nuevo y brillante capítulo de esa misma historia, una pieza más (muchas en realidad) del puzzle.
Por todo ello, no pueden sorprendernos esos habituales comentarios de lectores enojados y decepcionados que, después de cada lista con lo mejor del año, se acercan a comprobar las maravillas de la obra de los Hernandez y se quedan más fríos que Bobby Drake. La lectura de Palomar y Locas es acumulativa, requiere cierta continuidad para la creación de un consciente colectivo que ayude a disfrutar de las obras. En ese sentido, la novela gráfica nos ha venido de maravilla. Y sí, este año, Penny Century volverá a estar entre nuestros favoritos.

lunes, octubre 10, 2011

La mentira de Ware.

Viajando se aprende mucho y se descubren secretos insospechados. Quién nos iba a decir a nosotros, por ejemplo, que en una de nuestras recientes rutas británicas íbamos a pillar al señor Ware en un renuncio.
Tanto predicar las miserias de Jimmy, tanto alarmarnos con sus dramas de infancia no superados, con su pobre herencia genético-depresiva, con su apatía social... y resulta que el drama no lo fue tanto y que el pobre no es tan pobre, ni tan miserable. Que vive en Scarborough y los negocios no le van nada mal. ¡Que lo hemos visto con nuestros propios ojos!

lunes, octubre 03, 2011

Cómics en la radio, cómics en la biblio.

Un post de esos de "me myself and I". Resulta que acabamos de comenzar un miniespacio dedicado a los cómics en la cadena SER Soria; una microsección dedicada a los tebeos y a las novelas gráficas, a las viñetas y a sus lectores. Como se trataba de conectar el espacio con el contexto local, hemos decidido, junto a Chema Díez (toda una institución de la radiofonía castellanoleonesa), conectar las charlas a una realidad tangible de la ciudad, a su biblioteca pública. Durante unos pocos minutos, hablaremos semanalmente de aquellas novelas gráficas y cómics (mucha obra de relumbrón) que los lectores sorianos pueden encontrar en su Biblioteca. Un espacio público que cuenta además con una de las comicotecas más aliñadas y modélicas que hemos podido ver por estas tierras patrias. Un hurra para su personal desde aquí.
El primer programa fue, sobre todo, una charla entre amigos, una declaración de intenciones y un ejercicio indisimulado de adulación colectiva; que los halagos y las buenas palabras nunca están de más. Después de mucho pensarlo, hemos decidido colgar este primer podcast (no les aburriremos mucho más con el tema, no se apuren): se trata de una charla-presentación junto a Chema y a Carlos, uno de los principales encargados de aprovisionar buenos tebeos para la biblio.
Evidentemente, la intención última de estos programas es la divulgación pura y dura, la difusión comiquera y el contagio lector; "Hoy por hoy soria" se emite cada día en un horario matutino para todos los públicos (los cómics ocuparán unos pocos minutos de los martes, a eso de la una). Por las mismas, que nadie espere virtuosismos ni acercamientos académicos, que otros foros hay para tales menesteres.
Nos hacía ilusión, teníamos que contárselo.


lunes, septiembre 26, 2011

La popaganda de Ron English (y alguna novedad editorial).

Surfeando por la red, que dicen los modernos, regresamos a la casa de un viejo conocido. Les referimos a Ron English con motivo de aquella gran cinta grafitera que es Exit Through the Gift Door, de un tal Banksy. Hacía mucho también que no retomábamos el tema del arte urbano y sus derivados.

En realidad, Ron English no merece presentaciones dentro del colectivo de artistas urbanos, dentro de ese grupo selecto de creadores al margen del sistema que tan bien (y poco disimuladamente) ha sabido asimilar ese mismo sistema. No es nuevo: si el producto es resultón, el mercado fagocita hasta a los virus que lo atacan. Decíamos, Ron English, como el propio (o los propios) Banksy, Mr. Brainwash, Shepherd Fairey, etc. son ya toda una élite del arte contemporáneo. El surrealismo-pop, el collage icónico y el apropiacionismo serial no tienen secretos para el nuevo arte urbano: la mezcla del objeto de consumo y la alta cultura (una puesta de largo del arte pop de toda la vida) es una constante en la obra de, por ejemplo, Ron English. Mucho icono comiquero de por medio.

Algunos de sus últimos trabajos tienen bastante gracia: su "Homohulk" nos ha hecho sonreír, no se lo negamos; el Mickey Mouse (vía Maus, que ya es icono de la casa, también resulta resultón y saleroso (con ese aire de pesadilla disneyana) tanto en su versión bidimensional como en sus apariciones. Divertida e inquietante es también su ingeniosa manipulación del smiley, con trasfondo calavérico (un nuevo motivo recurrente en la obra del artista); tanto en su versión Charlie Brown, como en las que sólo manejan la referencia del sonriente logo amarillo.

Otros trabajos nos parecen más banales y efectistas, como sus habituales patchworks a base de viñetas y recortes comiqueros con los que estampa a G. Washington o a un Ronald McDonald alopécico. Nos quieren recordar lejanamente a la obra de aquel verdadero agitador del arte que fue Basquiat (otro creador que encontró en el cómic una fuente habitual de inspiración), pero se quedan en un jugueteo de diseño manufacturado, nos parece a nosotros. Échenle un vistazo a su página Popaganda, una visita amena y chispeante.

Precisamente porque hacía mucho que no hablábamos de grafiteros y arte urbano en el blog, no queremos acabar esta entrada sin mencionar un libro recién publicado, que tiene un aire estupendo: Los nombres esenciales del arte urbano y del graffiti español, del crítico y periodista Mario Suarez. Un recorrido por la producción nacional reciente de artistas callejeros y pintadores de muros: mucha obra de arte digna de verse y recuperarse, cuya exposición fue en muchos casos, ya se encargaron de ello los ayuntamientos, más que efímera. Además, entre mucho nombre ilustre, sale nuestro amigo Pejac. Pinta muy bien.