lunes, junio 25, 2012

Jinchalo, de Matthew Forsythe. Indigestiones de sushi.

Acabamos de regresar de Inglaterra y hemos tenido la oportunidad de leer Jinchalo de Matthew Forsythe, una rareza sin palabras, pero cargada de una preciosa imaginería onírica, que continúa las aventuras de la niña protagonista otro de sus cómics, Ojingogo.
Tenemos que reconocer que la primera vez que nos topamos con los dibujos de Forsythe, pensamos que estábamos delante de la obra de una vieja (joven) conocida, Laura Park. El estilo de ambos se acerca a la mímesis en algunos momentos, los dos rebosan de talento visual y tienen la extraña capacidad de crear personajes empáticamente adorables.
Jinchalo es, como hemos dicho, un tebeíto extraño: es una de esas obras pequeñas, editadas con mimo, que parecen convertirse en objeto de colección y motivo de relectura constante, más que en tebeos de estantería. Más peliagudo es describir su contenido. Si les decimos que la aventura de su pequeña protagonista coreana se sitúa a medio camino entre las divertidas bufonadas animales de Trondheim, el surrealismo psicodélico de Woodring, el desvarío polimórfico de Cooper, la imaginería fantástica del cine de Miyazaki y la mirada infantil sobre la espiritualidad japonesa del NonNonBa de Mizuki, probablemente nos manden a freir tofu, pero les aseguramos que la mezcla señalada se acerca bastante a lo descrito.
Jinchalo significa en coreano algo así como "¿de verdad?" y a lo largo de sus páginas nos hacemos esa misma pregunta en multitud de ocasiones. En ellas se nos relatan los desvaríos gastronómicos y las alucinaciones (no sabemos si puramente digestivas) de una adorable niña que, ante los ojos sorprendidos del lector, devora nigiris, incuba huevos mágicos, pasea con su pulpo de compañía, vuela el pico de pelícanos gigantes y envejece con la misma facilidad que vuelve a rejuvenecer. En este sentido, la historia de Jinchalo nos recuerda a esos recorridos psicodélicos de Frank o Jim, en los que, justo cuando parece que empiezas a hilar un argumento o una línea de coherencia temática, te topas de bruces con el salto alucinado y la bifurcación surrealista, que tanto le gustan Jim Woodring. El placer de la inconsciencia inesperada.
Jinchalo se lee, se recorre, más bien, en un suspiro, y no es de esos cómics que compensan la inversión si únicamente hablamos en términos de tiempo de lectura, sin embargo, será un capricho gozoso, y desde ese momento muy rentable, para todos aquellos que disfrutan del cartoon orientalizado, el surrealismo amable y la miniatura ilustrada.

lunes, junio 18, 2012

3 relatos. La historia secreta del hombre gigante, de Matt Kindt. Creerse enorme.

Después de aquella historia llena de claves codificadas, ironía narrativa y jugueteos desestructurados que fue Super Spy, teníamos ganas de echarle un ojo a la última historia de Matt Kindt publicada ya hace casi un año en nuestro país: 3 relatos. La historia secreta del Hombre Gigante.
Arranca la narración contándonos la historia de Marge y Butchie a través de la mirada de aquella; un relato en primera persona, contado desde la vejez, cargado de nostalgia, dolor y reproche; una de esas historias tan americanas de reclutamientos, viudas jóvenes y huérfanos con sensación de pérdida. Hasta aquí, todo más más o menos normal, dentro de los límites emocionales de la historia. Sucede, sin embargo, que este primer relato no es sino el marco, la chispa desencadenante, de la verdadera historia que se desarrolla en las páginas de la obra: la de Craig Pressgang, el hombre gigante.
Cada uno de los tres relatos que dan título al volumen, de hecho, responde a un episodio de esa misma historia. Aunque quizás sería mejor decir que cada uno de ellos nos cuenta la misma historia desde un punto de vista diferente. Entre todos intentan conformar una personalidad compleja, completar un perfil vital creíble a partir de la elaboración descriptiva y la multiplicidad de los puntos de vista: la verdad depende de quién te la cuente, parece decir Matt Kindt. Así, en el primer relato asistimos al nacimiento de Craig a través de los ojos de Marge, su madre. Se trata de un episodio en el que el protagonista se presenta como un "cuerpo extraño", como un pobre sustituto de la figura amada, que no llega nunca a ocupar el hueco dejado por él. En el segundo relato es Jo, su mujer, quien nos cuenta la historia del hombre gigante, la historia de su distanciamiento sentimental y físico, la del nacimiento de su hija Iris y la de cómo a medida que Craig aumenta en centímetros se va alejando del suelo y de una existencia humana ordinaria. Es precisamente Iris, su hija, nuestra guía a través del último relato del cómic. El de la búsqueda de las huellas del tiempo, el pasado de un hombre al que su hija apenas llegó a conocer y con el que nunca pudo mantener otra relación que la que tendrían un insecto diminut0 y un elefante; una búsqueda fracasada antes de comenzar.
Matt Kindt enriquece su relato de relatos con una sobredosis de imaginación y docenas de detalles dirigidos a enriquecer la personalidad del protagonista y construir el edificio de su pasado. A fin de cuentas, la experimentación narrativa y la búsqued de soluciones ingeniosas parecen ser dos de las marcas de identidad del norteamericano. En Super Spy el proceso de deconstrucción del relato principal se apoyaba en la fragmentación aleatoria de la historia y en su decodificación en forma código secreto que debía ser descifrado por el lector. Un divertido experimento lleno de retos. Ahora, el proceso deconstructivo se basa en la mencionada planificación de los tres puntos de vista y en el apoyo interdiscursivo de la multitud de documentos, recortes de periódico, garabatos infantiles y mapas arquitectónicos (todos ellos ficcionales, por supuesto), que Matt Kindt inserta estratégicamente entre las páginas de su narración. La subjetividad del punto de vista reforzada por el trozo de papel, por el frío recorte. Otra solución ingeniosa, sin duda.
Y sin embargo, 3 relatos. La historia secreta del Hombre Gigante no acaba de funcionar del todo, al menos, no lo hace en la misma manera en que lo hacía Super Spy. No conseguimos entrar en la historia de Craig Pressgang como lo hacíamos en la red bélica de confabulaciones y espionaje de su anterior cómic. Y además nos divierte menos que aquella: se trata de un relato más ordinario y sentimental, menos lúdico. Así, aunque podemos leer la historia del gigantismo de Craig desde el plano simbólico de su aislamiento sentimental y social, en el fondo, el relato de su enfermedad no deja de resultar extravagante, como también lo es la progresiva ramificación del relato (la intromisión de la CIA, el triunfo artístico de Jo, etc.). Puede ser que el mundo de los gigantes de ficción y su imaginario estén ya tan llenos de Gullivers o gigantes ahogados, como el del inquietante relato de J. G. Ballard (que les recomendamos fervientemente), que la entrada de nuevos iconos de lo mastodóntico invite a la injusta comparación constante.
Dicho lo cual, una vez más, Matt Kindt demuestra que es uno de los autores norteamericanos contemporáneos que no debemos perder de vista. Sus historias están siempre llenas de hallazgos y sorpresas narrativas, de giros inesperados y soluciones brillantes. Nos gusta su osadía y su afán experimentador, nos gusta hasta cuando lo que hace nos gusta menos que otras veces. Ya es decir.

martes, junio 12, 2012

Marina y Zap están vivos.

Bueno, en realidad todavía no se han despertado del todo, pero empiezan a cobrar vida en una Isla Flotante y alrededores, gracias a manos tan hábiles como las de Raquelilla:

lunes, junio 04, 2012

Latidos y Pejac, dándole vueltas a la intervención.

Retomamos el asunto del arte urbano y las intervenciones. Lo hacemos, además, con gusto, porque vamos a hablar de amigos de esta página.
Desde hace unos meses, un colectivo de artistas sorianos que responde al nombre de Latidos del olvido, se ha propuesto rescatar el recuerdo y restaurar las sombras que, junto al musgo y el escombro, se esconden entre los muros de los viejos pueblos castellanos abandonados o antiguas fábricas desmanteladas. El colectivo lo forman Javier Arribas, Paye Vargas, Enrique Rubio y Diego Llorente; cada uno de ellos maneja un lenguaje artístico, una mirada diferente a la hora de abordar lo que ellos denominan la “crea-ocupación" de dichos lugares abandonados. La profesora de historia Eva Lavilla nos deja adivinar la motivación que dirige los pasos de este proyecto colectivo, cuando señala que:
Habría que inventar un nuevo término para los lugares que ya no nos pertenecen, los que abandonamos o de los que hemos sido expulsados.
Marc Augé acuñó el de los no lugares para esos espacios de la postmodernidad en los que el ser queda en suspenso, donde la transitoriedad corroe la esencia del individuo (si es que tal cosa existe de forma objetiva). No nos gusta el concepto de arqueología industrial, demasiado emparentado con el espíritu romántico de la ruina porque sólo rescata aquello que es estéticamente bello e institucionalmente útil; las antiguas estaciones de ferrocarril y las fábricas de ladrillo con sus hermosas chimeneas son ahora centros cívicos de la democracia postindustrial. ¡Tan hermosas que han borrado definitivamente las huellas de la explotación y el hollín!
Sin embargo aquí hay una apuesta clara por el feísmo, que es una experiencia estética e intelectual tan fértil como la contemplación de la más bella de las arquitecturas. Lo que un día fue lugar de trabajo es hoy umbral hacia otra dimensión. Entramos a las tripas de la sociedad, accedemos al laberinto de puertas desvencijadas y mobiliario arrumbado. No sólo pasado y abandono pretérito. El ruido nos anuncia el encuentro con seres fagocitados por la voraz alimaña, hombres desdibujados que recorren nuestras ciudades como espectros en su búsqueda de un refugio. Tenemos miedo.
Uno de sus miembros fundadores, Javier Arribas, por ejemplo, llena las paredes y los muros abandonados de rabiosos trazos expresionistas, que recrean literalmente las sombras de personas que pudieron proyectarse sobre ese mismo espacio; su pintura es natural, orgánica, invade las paredes con agua y barro, o construye sus esculturas con materiales prestados de la naturaleza y amasados con espíritu póvera. No sorprende que sus intervenciones hayan ocupado, entre otros espacios, los muros de La Tabacalera, esa fábrica enorme que ha transformado el madrileño barrio de Embajadores en un nuevo Berlín vanguardista.
Son ya dos las revistas que el colectivo Latidos del olvido ha publicado recogiendo sus intervenciones artísticas, junto a un buen numero de textos críticos y literarios, que ayudan a conformar y confirmar su propia poética creativa. La última, "Carne: materia prima".


A nuestro segundo invitado ya lo conocen ustedes, porque hemos hablado de él aquí en numerosas ocasiones. Nos referimos al pintor-escultor, grafitero e ilustrador cántabro Pejac. Volvemos a traerle a colación porque su crecimiento artístico en los últimos tiempos no está pasando desapercibida entre la crítica y el público.
Después de su aparición en las páginas de Los nombres esenciales del arte urbano y del graffiti español, su actividad ha sido frenética y la calidad de su propuesta multidisplinar creciente. No ha abandonado la intervención urbana, es más, la ha extendido hasta las "costas" de París, los raíles de estaciones semi-abandonadas o su serie "Arte urbano desde casa". Pero es que, además, la línea más clásica de su producción (la de las ilustraciones sobre papel, las esculturas de pequeño tamaño y el collage) está viviendo un periodo brillante de inspiración y excelencia simbólica, gracias a series y motivos como el de las "medusas", que ha vertebrado su reciente exposición "La cara oculta" con la galería mallorquina Fran Reus, y que ha coleccionado críticas entusiastas.
Completa Pejac su actividad frenética con proyectos de ilustración llenos de sensibilidad y poesía, como la que encierra a un pájaro en la jaula de papel de libreta, para la agencia Mimuik, o la que libera a toda una bandada en la portada del último disco de la banda Haddoks Orphans. Talento desatado y creatividad sin bridas, los de Pejac.

Ya ven, imaginación y arte urbano para unos tiempos difíciles. La mirada crítica encauzada con barro y gesto airado o con ácida inteligencia simbólica. Afortunadamente, los caminos del arte son libres e inescrutables. Mientras haya gente capaz de ver más allá del muro blanco, de la pared que enclaustra y encierra, seguirá habiendo esperanza.

lunes, mayo 28, 2012

Breves pero luminosos, como un PezLinterna.

Tres cosas buenas que se nos han cruzado por delante estos días:

1) Hemos decidido hacernos (más) verdes. Se lo recomendamos, sienta bien. El camino nos lo ha marcado una página web: Apadrina un árbol con tu blog, de la iniciativa proTierra. La idea es sencilla y solidaria, por cada blog que se sume a la campaña, ellos apadrinan un árbol. Así de fácil y de barato. Ojalá tengan (tengamos) éxito y la blogosfera se llene de bosques y de banners verdes.

2) Seguimos participando en Culturamas: en este caso, hemos repetido tema y tebeo, ya que hemos vuelto a acercarnos a uno de los cómics infantiles que más nos han gustado en los últimos tiempos. Nos referimos al Buh de Andy Runton, claro, del que también hablamos aquí no hace demasiado; así que para no hablar por triplicado de lo ya hablado, les remitimos a nuestra otra casa, sin más...

3) Más de colaboraciones. En este caso se trata de un espacio web recién inaugurado, con todo lujo y muchísimo lustre. Lo apadrina Freddy Gonçalvez Da Silva,
un tipo muy preparado, atiende al nombre de PezLinterna y se presenta como una "Revista de promoción e investigación de la literatura juvenil". El primer número luce espectacular con tres entrevistas, a Paco Roca, a María Teresa Andruetto (Premio Hans Christian Andersen de 2012) y a ese fenómeno de la ilustración simbólica que es Shaun Tan; con una intervención del celebrado fotógrafo Eugenio Recuenco, un "encuentro" con el escritor Alejandro García Schnetzer y artículos sobre el ilustrador Jimmy Liao y sobre Emigrantes de Shaun Tan (que también participa en el número con un texto propio titulado "Un día en la vida"). Lo dicho, espectacular.
Nosotros hemos colaborado en este primer número con un artículo retrospectivo sobre Paco Roca ("El paseo triunfal de un artista"), intentando analizar las razones de su éxito global y acercándonos a aquellas de sus obras que más nos gustan. Ha sido un verdadero honor formar parte en esta primera entrega de PezLinterna, si la calidad de la revista sigue en este nivel soberbio, les auguramos a Freddy, Rafhael Delgado (diseñador web), María Cecilia Egan (editora) y Laura Montanari (traductora) muchos años de éxito. Por de pronto, ya la tenemos luciendo en nuestra barra lateral.

lunes, mayo 21, 2012

Homenajeando a Moebius en la SER.

Notarán que debemos de haber sido los únicos que no hemos hablado de don Jean Giaraud con motivo de su deceso. Mal hecho, aunque no ha sido por falta de admiración, no se crean. Menos mal que otros se han ocupado con incansable dedicación a tamaña empresa.
Para enmendar el descuido, le dedicamos recientemente uno de nuestros mini-espacios radiofónicos en la SER local. Se lo dejamos aquí ahora. Será nuestro pequeño homenaje a uno de los nombres esenciales en la historia del cómic.

lunes, mayo 14, 2012

Salón del cómic de Barcelona 2012. Grandes polémicas en Slumberland.

Resulta difícil llevar a cabo una crónica de lo vivido en el Salón del Cómic de Barcelona 2012 sin valorar la polvareda que se ha levantado (no sólo en la web) debido a este post que ha publicado Santiago García en su Mandorla. En "Otro salón", el crítico y guionista expone su desafección hacia un modelo de salón del cómic basado en la promoción de grandes eventos audiovisuales, la explotación masiva del merchandising y una entrega mainstream absoluta a las grandes empresas del ocio que trabajan en nuestro país y a sus producciones. La victima más evidente de este modelo de negocio cultural sería el mismo motivo de su celebración, el cómic, en concreto, el cómic independiente (un concepto que en el caso de España englobaría a buena parte de las editoriales nacionales).
La respuesta ante el envite no se ha hecho esperar. La tesis de Santiago ha encontrado aliados en numerosos autores, editores y lectores de novelas gráficas. En la trinchera enfrentada de este debate, civilizado y constructivo, entendemos, se han posicionado de inmediato los lectores más evasivos, los amantes del rol, el disfraz y la parafernalia cosplay, el fan impertérrito y los representantes del salón, con Carles Santamaría a la cabeza. Como en casi toda disputa, razones son amores y, en este caso, las hay a ambos lados de la mesa. No queremos ser oportunistas, ni repetir argumentos ajenos. Nos gustaría hablar del Salón, de nuestra última visita, pero nos tememos que algo de lo que teníamos pensado contar en nuestra secuencia se encuentra también arraigado en el corazón de esta polémica.
Es cierto que el Salón ha crecido tanto que su cobertura y oferta se ha extendido hacia ámbitos sólo muy tangencialmente conectados con el mundo de las viñetas, aunque en el inconsciente colectivo unos y otros parezcan hermanados. Que alguien ajeno al mundo de los tebeos interprete que cómic, rol y videojuego son una misma cosa (o muy parecida), le hace un flaco favor a la pretensión del cómic por situarse en una posición de privilegio dentro del universo de la cultura contemporánea; a cuyas altas esferas el cómic ha llegado, no lo olvidemos, sólo en fechas muy recientes y por méritos propios: gracias a autores como Ware, Clowes o Gipi, que se sitúan en la vanguardia de la creación contemporánea. El cómic tampoco es, únicamente, manga o comic-book superheroico y quedan lejos los tiempos en que categorías geográficas y genéricas como éstas fagocitaban el mercado, por eso, tampoco se entiende bien que un Salón de ínfulas internacionales priorice de forma tan obvia un tipo de cómic que parece haber caído en una hipertrofia imparable y que, en realidad, no acaba de reflejar el crecimiento del cómic como vehículo cultural asentado de las últimas décadas.
En este sentido, el runrún que menciona Santiago García estaba ahí. También nosotros mantuvimos más de una conversación con autores y editores acerca de la sobreexplotación del espíritu carnavelesco del evento, de la abundancia de chucherías y colgajos, y de la relativa marginalización de algunas exposiciones (sí, las de Moebius y Winsor McCay, por ejemplo) que deberían haber contado con tanto bombo y artificio como las dedicadas a robots, Guerras de las Galaxias y Mazingerzetas (del que nos declaramos fans absolutos, que conste en acta). Por momentos parecía que el cómic era lo de menos. Hace un tiempo escribimos un post en esa misma línea, dedicado en aquel caso a Expocómic. No es lo mismo, la organización, el espacio, la oferta y el respeto por la historia del cómic y sus autores que muestra el Salón Barcelona, lo sitúan muchas leguas por delante de aquel. Sin embargo, es cierto que algunos tics incómodos se repiten en ambos.
Por otro lado, hay que reconocer que el Salón es un negocio privado y que se plantea como un modelo de empresa basado en el espectáculo. Asistimos año tras año y, cada vez, lo vivimos como una fiesta alrededor de la cual orbitan otros pequeños y grandes eventos. Vamos al salón con la excusa de que José Antonio Serrano nos cuente como va el proyecto de la Asociación de Críticos; vamos a compartir alegrías con nuestro amigo y socio Gaspar Naranjo, con la idea de cerrar proyectos con gente tan saludable como José y Olalla de Isla Flotante; a saludar a Gonzalo y a sus secuaces editoriales y a leer el último número de La Cruda; nos divertimos con el humor dadaísta de la última edición de los Golden Globos, ideados y gestionados por Ed Carosia y compañía. Nos dolería que un factor de catalización de tantos y tantos encuentros y eventos perdiera su capacidad de convocatoria o que su función dinamizadora se atomizara en mil puntos de fuga dispersos. Nos fastidiaría no contar con la oportunidad de ver en un mismo espacio expositivo originales tan caros de reunir como los de El Príncipe Valiente y Little Nemo in Slumberland y de comprobar cómo el talento desbordante de McCay lo sitúa en el grupo selecto de los dibujantes e ilustradores más grandes de la historia (Doré, Goya o Cruikshank). Perderíamos la ocasión de observar en vivo y en directo a una nómina de dibujantes y guionistas tan impresionante como la que han presentado el Salón y sus editores este año, con autores como Max, Liberatore, Shelton, Joost Swarte, Solano López, Enrique Breccia, Bernet, Pellejero, Font, Lloyd, Baru, Rubín, Jorge González, Díaz Canales, Thompson, etc.
McCay, genio

La mesa: Liberatore, Shelton, Max y Sebas

Martín Romera y Jorge González. Jóvenes y talentosos

José Domingo, triunfador

Canales, Baru y Rubén Pellejero. Clásicos del cómic clásico

Enrique Breccia, tras la estela
Si la única forma de mantener el volumen de negocio y la magnitud del encuentro es perpetuar el modelo de feria del espectáculo, la organización debería intentar, al menos, no darle la espalda a muchos de los aspectos señalados por Santiago García en su post; que, como se ha podido ver estos días, compendian también muchas de las preocupaciones del sector. Nosotros añadimos un último apunte en esa línea, que nos parece tan serio como aquellos: no es de recibo que del cartel de asistencia a un Salón tan consolidado como el de Barcelona se sigan cayendo año tras año pequeñas editoriales independientes, a causa de los precios desorbitados de unos stands que, en bastantes casos, se amortizan únicamente a costa de la ganancia total: aquello de lo ganado por lo servido resulta una justificación pobre en estos tiempos de crisis. El cómic, sus autores y sus editores no pueden ser la excusa. No es de recibo que un stand en Angoulême sea más accesible que uno en Barcelona, ni que algunas casas cuyo nombre está muy presente en la cabeza de los lectores por publicar año tras año algunos de los mejores títulos del mercado no puedan permitirse ni tan siquiera acceder al Salón con un stand propio, bajo pena de exilio en el último rincón de un pasillo lateral atestado de zombis y soldados de la Fuerza que amenazan la integridad de sus tebeos.
Crítica iluminando

lunes, mayo 07, 2012

Zap en una Isla Flotante.

Les presentamos primero a Marina y llega ahora el turno de Zap. Por ahora, ambos cohabitan a distancia en las páginas espaciales de un Fanzine Flotante muy especial, sin embargo, pronto compartirán andanzas y alianzas en su propio libro. Les tendremos informados.
Por cierto, nos pareció ver a Marina y Zap en el Salón del Cómic del que justo ahora regresamos; se lo contamos y documentamos uno de estos días:

lunes, abril 30, 2012

La caja de Tomine.

Cuando visitamos aquella tienda de cómics durante aquel viaje, nos quedamos con las ganas de traernos varios caprichos que nuestro exceso de equipaje desaconsejó adquirir allí y entonces. El más goloso, sin duda, fue la cajita con todos los primeros mini-comics (los Optic Nerve) de Adrian Tomine, que publicó Drawn & Quarterly en 2009.
Ya la tenemos. Leer (releer, de hecho) sus antiguas historias ha sido todo un ejercicio de nostalgia fanzinera de calidad suprema. Descubrimos a Tomine en una de esas listas con lo mejor del año que hacen en Rock de Lux (la del año 1999, nos parece recordar). Eran los tiempos de Sonámbulo y otras historias, los comic-books que publicaba La Factoría de Ideas de forma dispersa y episódica. El enganche fue inmediato. Nos encantaron esos relatos que parecían comenzar in media res y acababa también de sopetón, dejándonos con la sensación de que, en realidad, no necesitábamos mucho más para entender lo que allí estaba pasando, con la idea de que esa disección, esa selección deliberada de un instante fragmentado, recogía de hecho la esencia concentrada de un universo existencial completo. Oímos, o leímos, que Tomine era el Raymond Carver del cómic y que, encima, sólo tenía 19 años. En aquella época tampoco habíamos leído a Carver. Ahora nos damos cuenta de que ignorando al norteamericano ignorábamos también uno de los episodios fundamentales de la narrativa contemporánea. Carver es necesario, sus cuentos son la vida misma.
Tomine es un digno heredero, ciertamente, aunque no demasiado prolífico. En nuestro país hemos ido leyendo las obras que ha seguido publicando La Cúpula: Noctámbulo y otras historias, Rubia de verano, Shortcomings (su primera narración larga)...

Algunas de esas historias fueron publicadas en Optic Nerve el mini-cómic autoditado que Tomine vendió y distribuyó por suscripción postal, hasta que su obra fue descubierta por la editorial canadiense Drawn & Quarterly; fue en torno a 1994. Fueron ellos quienes en 2004 publicaron también una recopilación de aquellas primeras historias de Tomine en un librito llamado 32 Stories. The Complete Optic Nerve Mini-comics. En ellas, ya está el germen de la narrativa de este estadounidense-japonés precoz y superdotado para la concisión significativa. 32 Stories recopilaba los relatos de sus primeros siete números de Optic Nerve, narraciones breves tan brillantes como "Solitary Enjoyment" (nº 2), "Rodney" (nº 3), "Two in the Morning" (nº 5), "Leather Jacket" (nº 6), "Dine and Dash" (nº 7), etc.
No obstante, aquella publicación de 32 Stories se convierte en anécdota recopilatoria gracias a su reedición en 32 Stories: Special Edition Box Set, una cajita de cartón que recoge aquellos primeros siete números de Optic Nerve en inmaculada edición facsímile, es decir, tal y como fueron publicados en su día por el autor. Repasar la evolución del estilo de Tomine a lo largo de estas páginas es un ejercicio de lectura entrañable. También lo es comprobar la progresiva mejoría de cada número de Optic Nerve el paso de la fotocopia cutrona a los últimos cuadernillos con portada de cartón en color. Es divertido leer en cada ejemplar las cartas que recibía el propio Tomine y que, sin pudor ni autocensura, publicaba en el número siguiente: no deja de ser una sorpresa premonitoria el hecho de que entre los firmantes de aquellas misivas encontremos nombres como Megan Kelso, Tom Hart, Jason Lutes o James Kochalka; tan desconocidos por aquel entonces como lo era Adrian Tomine fuera de los círculos endogámicos de la autoedición de mini-comics.
Pues eso, que después de todo, la espera mereció la pena. La ha merecido también la relectura de los primeros trabajos de uno de nuestros autores favoritos. Algo que a veces olvidamos, y es que parece que su fama no le ha convertido en un dibujante más prolijo, sino todo lo contrario.

lunes, abril 23, 2012

Wimbledon Green, de Seth. El aburrido trabajo del coleccionista.

Comenzamos nuestra reseña sobre Wimbledon Green con una cita del propio Seth, mejor dicho, con un agradecimiento, el que abre las páginas de este volumen: "Dedicado a mi buen amigo Chris Ware, que sigue mostrándome el camino".
El movimiento se demuestra andando. Cuando Seth publica Wimbledon Green en 2005, está abriendo una puerta que le conecta directamente con el magisterio de Chris Ware, indudablemente, el gran renovador y pope del cómic contemporáneo. En ese momento, se entrelazan sus dos poéticas narrativas gracias al uso de técnicas como la fragmentación y la ramificación de la diégesis, el empleo de microsecuencias insertas en el relato principal, la interdiscursividad y la autorreferencia, etc. Este nuevo camino aleja a Seth de la línea lírico-contemplativa de sus trabajos anteriores y le reconduce hacia el biografismo ficcional posmoderno que se consuma en este irregular Wimbledon Green y que culminará, mucho más satisfactoriamente, en su excelente George Sprott 1894-1975, una de las obras cumbres del 2009 en nuestra opinión.
Seth nos maravilló con el lirismo de lo cotidiano que bañaba su autorretrato en La vida es buena si no te rindes. Después, con Ventiladores Clyde, nos indujo a un sopor profundo, sólo equiparable al hastío con que el anciano vendedor de ventiladores protagonista del relato enfoca su existencia. Por cuestiones de calendario editorial, leímos su George Sprott (recorrido existencial de un personaje de ficción que rezuma vida y veracidad, una obra maestra llena de sensibilidad y de inteligencia narrativa) antes que Wimbledon Green, cómic que la precede en ejecución y que, una vez digerida, se revela muy inferior a aquella.
Wimbledon Green es el perfil biográfico del autoproclamado "mayor coleccionista de cómics del mundo", un personaje obsesivo que, después de turbios tejemanejes, sospechados hurtos y poco escrupulosas operaciones, ha llegado a poseer la mayor colección imaginable de comic-books de la Edad de Oro estadounidense. El cómic completa el retrato de este hombrecillo rechoncho y vivaracho a base de brochazos biográficos, testimonios ajenos, confesiones personales y metarrelatos alternativos, una narración impresionista que intenta ofrecer una sensación de realidad a base de una visión parcial e imperfecta del mundo, la "antiomniscencia" de los testimonios fragmentarios. El primer puesto del listado de debes e influencias lo ocuparía, desde luego, el señor Welles con su Ciudadano Kane.
El problema de Wimbledon Green es que, siendo una obra técnicamente precisa y virtuosa en el plano narrativo, resulta ser tremendamente aburrida. Las cuitas de este coleccionista obsesivo y amante irracional de los cómics no consiguen interesarnos casi nunca y los testimonios ajenos sobre su persona nos atraen tanto como puedan hacerlo, sin ánimo de faltar, la lista de lecturas de nuestro señor presidente del gobierno, es decir, nada en absoluto. Lo sospechoso del caso es que si un trabajo de este tipo no consigue emocionar/interesar a lectores vocacionales de cómics con veleidades coleccionistas, no sabemos muy bien cómo caerá entre un público ajeno a los entresijos del mundo del tebeo y sus paranoías recopilatorias anexas. Nos parece ésta, al menos, una duda razonable.
La obra se pierde en su propia intelectualidad y en la especificidad reiterativa de su tema. La obsesión de Wimbledon Green nos aleja de su discurso. Suponemos que, en el fondo, todo tiene que ver con el propio Seth y con la plasmación de sus obsesiones personales, con sus búsquedas de autoafirmación creativa y personal, como aquella que le llevo a rastrear la existencia (ir)real de Kalo, un viejo dibujante del New Yorker desaparecido para el mundo pero omnipresente en el imaginario de La vida es buena si no te rindes. José Manuel Trabado describe de forma impecable en su último trabajo el autobiografismo de Seth en su obra y en este trabajo en particular:
El personaje que da título al libro tiene la singularidad de ser un coleccionista de cómics, y en ello se parece al propio Seth, autor, y a Seth, personaje de La vida es buena si no te rindes. En el prólogo el autor aclara el origen de esta obra que surge de lo que podría considerarse marginalia. Son bocetos tomados de sus cuadernos, pequeñas historias que nacen a modo de tiras que, finalmente y a través de una dinámica acumulativa, acaban por forjar una historia coral en torno a Wimbledon Green. En esta articulación puede verse el empuje de la influencia de los viejos cómics tal y como reconoce el propio autor (pág. 265).
Sucede que a veces no todas las búsquedas artísticas funcionan igual, ni todas las reivindicaciones autoriales son igual de interesantes. Definitivamente, nos quedamos con el buen sabor de boca que nos dejó George Sprott.