lunes, noviembre 25, 2013

Wright, Merritt y otras murder ballads.

Seguimos respirando un poco más a través de Blacklung. En uno de sus abordajes, los piratas protagonistas encuentran un libro de canciones marineras entre el botín. Entre todos, obligan a Marquis, el único que sabe leer, el profesor y tripulante accidental del barco, a recitarles una de las canciones del libro. La canción-poema que el azar elige es la siguiente:
The land is short
The sea is high
Not half as high as the wind
Our mast is thick 
Our sails are true
Not true as Ann Garland.

I gave her up to be a man
And told her, darling dear,
There was never a man that went away
Who had so little fear,
That he would come back home,
That you would wait for him
So he'd have his darling dear.
At the end of the day
He could look at his wife
And upon his children dear.

The land is short
The sea is high
Not half as high as the wind
Our mast is thick 
Our sails are true
Not true as Ann Garland.

Five years hence
He arrived at the dock
Near the home he once had known,
With a body that was hard
And eyes that were keen,
He went to greet his very own.
But when he came to the door
He saw the face of a child
Through the window staring at him
And his heart rose up.
He could taste it in his mouth
The fear he'd mocked now had him.

The land is short
The sea is high
Not half as high as the wind
Our mast is thick 
Our sails are true
Not true as Ann Garland.

He knocked on the door
And prayed to his soul
That the child would not be real.
Her sweet lover's eyes
Exploded in the night
And tasted their last meal.
A mother she had been
And a widow she had been
And been also a gentle lover.
He put them in a hole
And he covered up his soul
And he left his home forever.

The land is short
The sea is high
Not half as high as the wind
Our mast is thick 
Our sails are true
Not true as Ann Garland.
La canción encierra a la perfección el espíritu doblemente trágico y trascendente de Blacklung. La primera vez que la leímos, nos pareció que este poema podría estar libremente inspirado en alguna antigua canción marinera o en una murder ballad (composiciones líricas de metro simple sobre asesinatos y sucesos macabros, el equivalente anglosajón de nuestros romances más truculentos), pero no hemos encontrado rastros de ella en la web, por lo que suponemos que se trata de una creación de Chris Wright al estilo antiguo. Como también hiciera Nick Cave en su disco del mismo nombre (Murder Ballads) en 1996, en el que incluyó joyas como ésta.
La composición de Wright le deja a uno mal cuerpo, pero tiene su aquel. En otro tono (uno mucho menos desabrido y sangriento) nos recuerda a otra "falsa balada", el "Abigail", de Stephen Merritt y sus The Magnetic Fields, el grupo que más nos ha emocionado y tocado la fibra en estos últimos lustros (que van siendo décadas). "Abigail, Belle of Kilronan" es sólo una de las muchas obras maestras (una de las más conmovedoras) que adornan las tres fabulosas horas de 69 Love Songs. Fundamental:

lunes, noviembre 18, 2013

Blacklung, de Chris Wright. Ángeles, monstruos y piratas.

Blacklung es uno de los cómics estadounidenses más alabados y premiados del 2012. Su rareza es su virtud, su originalidad, el mayor de sus atractivos.
Hablábamos el otro día de animales antropomórficos y de seres humanos animalizados con motivo de la comparación entre la pintura alegórica flamenca y renacentista y cierto underground. El cómic de Chris Wright está obviamente influido por el estilo underground clásico (su trazo nervioso, el abundante entramado y rayado manual, la espontaneidad de su acabado), pero el diseño de sus páginas y personajes, más que a las caricaturas gamberras y transgresoras de los Crumb, Shelton o "Spain" Rodriguez, nos recuerda a la turbadora visión del mundo de William Blake (infiltrado en un mundo de piratería ilustrada).
Estamos ante un trabajo complejo y rico en matices, una de esas obras que requieren de una lectura atenta. Resulta curioso, de algún modo, porque la historia que se plantea en Blacklung es en realidad un ejercicio de género puro y duro, un relato de aventuras de piratas. El resultado final está muy lejos, sin embargo, del simple distraimiento o de la aventura heroica. Chris Wright utiliza el molde genérico para hablar de temas tan profundos como el sentido de la trascendencia, la pérdida de la fe, la predestinación frente al libre albedrío o la brutalidad humana. Sobre todo la irracional, desnuda y primitiva brutalidad humana.
Los personajes de Blacklung no son exactamente personas, tampoco animales, son “entes” animados, seres primarios, sólo a veces guiados por una chispa racional, golems de barro, arpillera y paja destinados a simbolizar todos y cada uno de los defectos y vicios humanos. Sus rostros están diseñados como aquellos muñecos de hierba que regábamos de niños hasta que las raíces y brotes que crecían desde su interior terminaban por formar un rostro vegetal deforme. Sus actos discurren entre una espiritualidad religiosa cuasi-esotérica y la barbarie en estado puro. Fuego y tierra.
Hablábamos hace unos meses de la lucha animal y del darwinismo inclemente de una obra como Pudridero, tan poblada de bestias y monstruos. Los personajes de Blacklung son aún más bestiales que aquellos, porque la suya no es una simple lucha animal por la supervivencia, sino un struggle for life matizado por la búsqueda de explicaciones a nuestra existencia, una orgía de deshumanización salpicada por la culpa y el temor de dios (de algún dios). Esta visión más compleja de la existencia es la que, en nuestra opinión, hace de Blacklung una obra superior a la de Johnny Ryan; un trabajo más cargado de matices y segundas lecturas.
La historia, las historias que se cruzan en el trabajo de Wright son las que marcan a su vez las vidas cruzadas de sus numerosos personajes (a los cuales no es siempre sencillo distinguir, ya que sus rasgos fisiológicos son más icónicos que humanos -otra vez). Tampoco es fácil seguir el hilo de sus parlamentos (por lo alegórico, en ocasiones, por lo arcaizante de su lenguaje, en otras), ni una línea de acontecimientos que depende, tantas veces, de la naturaleza simbólica del relato. Pero el reto, la inmersión, vale bien la pena: el lector profundizará con desconcierto e interés, primero, en la leyenda cruenta del pirata Towart; se posicionará con cierto escepticismo al lado del profesor Isaac, protagonista involuntario de la aventura; y se embarcará, finalmente, en la travesía definitiva junto a la terrible tripulación del Pirata Brahm, tan místico como sanguinario: "...he conocido a un buen número de tripulaciones y capitanes, y este Brahm es otra cosa. Es fiero pero no está loco, tiene medida, alma, podríamos decir...", señala uno de sus marineros.
La apuesta de Wright es al todo o nada: ni le ahorra al lector esfuerzos, ni evisceraciones. Sus escenas de castigos y batallas son algunas de las más explícitas y cruentas que hemos visto en una viñeta, mientras que las páginas que ilustran los sueños, las visiones y los metarrelatos espirituales del Capitán Brahm, funcionan en un plano simbólico, casi abstracto, que no habíamos leído nunca en un cómic. La secuenciación geométrica, totémica, de sus viñetas tiene una fuerza primitiva que entronca con una visión atávica y ancestral del mundo y de la espiritualidad, y aporta una buena dosis de simbolismo a las páginas de Blacklung.
Blacklung by Chris Wright - pages
Un cómic con mayúsculas. No sabemos si hay alguna editorial española que se haya hecho ya con los derechos de la novela gráfica de Chris Wright, pero la que se atreva, se apuntará un tanto ganador. Eso sí, no sería mala idea regalar un pañuelo junto al libro. Para limpiar las salpicaduras de sangre, decimos.

lunes, noviembre 11, 2013

Sobre Miguelanxo Prado y su Premio Nacional en la SER.

Estuvimos la semana pasada con Chema Díez, en nuestro programita comiquero de la cadena SER Soria, hablando del Ardalén de Miguelanxo Prado; para que no se diga que no nos ceñimos a la actualidad o que le damos la espalda a los nombre ilustres del cómic español. 
 Nos gustó mucho el trabajo de Prado, una obra profunda y reflexiva, un cómic de personajes y retratos sociales, que vuelve a incidir en la compleja fragilidad de la memoria y en la construcción de los recuerdos. Muy merecido su Premio Nacional. ¡Y además Miguelanxo cada vez dibuja mejor!
Les dejamos con el podcast.

lunes, noviembre 04, 2013

De lo barroco, lo grotesco y el underground (II).

Hablábamos de neobarrocos y underground, de cómo las marcas de aquellos se pueden rastrear de algún modo en la proposición estética de estos últimos, desde sus orígenes en los años sesenta hasta sus últimas reformulaciones contemporáneas. Hablábamos de la recién clausarada exposición en el Guggenheim bilbaíno y de aquel precedente salmantino y nos referíamos a otro salmantino, investigador ilustre, que nos ayudaba a guiarnos entre los meandros de lo sublime y lo grotesco.
Paseando los pasillos de la pinacoteca bilbaína, dejándonos llevar por las exuberancias barrocas y sus derivaciones postmodernas y neobarrocas, jugamos también a encontrar paralelismos entre la brocha y el lápiz, entre el lienzo y la viñeta. Descubrimos, por ejemplo, la obra de Faustino Bocchi, pintor italiano a caballo entre los siglos XVII y XVIII, que hizo habitar en sus cuadros a enanos, animales antropomórficos y demás fauna alegórica de esa que tanto gustaba en su época. El astracán al servivio de la enseñanza moral y la crítica del vicio, en una línea semejante a la que otros visitantes ocasionales de este blog, como el Bosco o Brueghel, pusieron también en práctica algunos años antes que Bocchi. Con motivo de algún otro post y alguna otra exposición, ya comentamos lo mucho que las deformaciones alegóricas flamencas nos recordaban al aire caricaturesco de los primeros cómics, hijos decimonónicos de la ilustración. Ahora, nos atreveremos a dar un paso asociativo aún más largo, porque, observando cuadros de Bocchi como su Escena burlesca, en la ostentosa animalización de sus humanos y en la antropomorfización grotesca de sus animales, nos ha parecido ver algunos de los rasgos caricaturescos de un dibujante como Jim Woodring, tan dado al simbolismo y a la fabulación irreverente como Bocchi, el Bosco, Brueghel o Cornelis Saftleven (de quien también había obras en la exposición bilbaína); aunque no comparta con ellos intenciones, ni contextos.
Más. Al Columbia es uno de los enfants terribles del cómic estadounidense. Detrás de la amable caricatura disneyana de personajes como Pim & Francie, el trabajo de Columbia esconde toda la incorrección política del mundo. En este caso, el sentido del underground lo lleva el artista estadounidense en las tripas y lo plasma a través del contraste que sus dibujos marcan entre lo estético y lo irreverente, entre la convención y la trasgresión, la apariencia y el fondo. Algo que también encontramos en el trabajo plástico y escultórico de otro "niño terrible" del arte, el estadounidense Paul McCarthy, un creador que ha hecho de la provocación una forma de vida. Lejos ya de las performances imposibles y los atentados al buen gusto, McCarthy se mueve en los últimos años como un pez en el agua dentro de la transgresión de la arcadia capitalista. En Bilbao pudimos disfrutar de su revisión del cuento de Blancanieves, gracias a su colosal escultura Nieve Blanca y mudito (White Snow and Dopey) y a cuadros como sus Enanitos giratorios. Y pensamos, esto podría ser de Al Columbia.
Nos sorprendió por la violencia de su texturalidad visceral la obra de Glenn Brown, cuadros como La negra del mundo, Carnaval o La felicidad en el bolsillo, cuya crudeza visual sitúan al espectador al borde del rechazo o el desgrado. Es una sensación que también aparecía (y aparece) de forma deliberada en buena parte del comix underground: el feísmo como carta de presentación, la viscera expuesta, el despojo y la carne. Nadie como Dave Cooper ha sabido jugar con la naturaleza metamórfica del cuerpo y la piel. En sus cómics, la realidad alucinada convive con la mutación vírica, con el nervio y el tendón a la vista de todos.
Cerramos con el trabajo de Dana Schutz porque sus coloridas composiciones superpuestas, la ambigüedad de sus personajes, sólo parcialmente figurativos, y el trasfondo trágico que se percibe debajo de la superficie de sus lienzos, también nos ha hecho pensar en la poética underground, en la carga explosiva debajo de la pista de baile, el ácido clorhídrico que fluye por las venas de los perdedores a punto de estallar. De ello habla en algunas de sus obras Brecht Evens, uno de los nuevos talentos del cómic europeo, un autor valioso y valiente que detrás de la intelectualidad de su propuesta alberga algunos de los valores que hicieron importantes a los Robert Crumb y Gilbert Shelton, como la ironía inteligente, la falta de prejuicios gráficos (ese aire suyo tan Chagall) y la libertad creativa. De algún modo, el trabajo de Schutz también nos ha acercado a la figura de Evens.
Caprichos de la memoria asociativa, dirán algunos. Simple jugueteo de semejanzas, podrá ser. En el fondo, no pretendíamos otra cosa que acercarnos al arte y al cómic desde una mirada diacrónica, valorar la posibilidad de que, después de tantas décadas divergiendo, por fin las viñetas (algunas viñetas) parecen correr en paralelo a movimientos, tendencias y escuelas asociadas a las bellas artes. La finalidad del cómic es narrativa, es un hecho, su naturaleza, sin embargo, es dual (gráfica y textual), por eso, nos agrada también encontrar a Crumb en un museo, por lo que su obra (su estilo) tiene y ha tenido de referente visual en la conformación de la mirada presente, de la iconografía del S.XXI. Y por eso nos gusta que comisarios como Bice Curiger no se olviden de Crumb cuando se trata de recorrer algunas de las habitaciones del arte contemporáneo.
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De lo barroco, lo grotesco y el underground (I).

lunes, octubre 28, 2013

Los must de 2013 (so far).

La Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic elige los títulos  "esenciales" del primer semestre de 2013 
ACDCómic presenta una guía con 25 novedades y 5 clásicos publicados entre enero y junio de 2013 
El objetivo de esta selección, primera acción de la asociación, es contribuir a que el público descubra una serie de obras particularmente notables 
La Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España (ACDCómic) presenta sus 'Esenciales', una iniciativa que pretende destacar una serie de lecturas de entre todos los cómics editados en nuestro país. Para esta primera entrega, disponible en acdcomic.es/esenciales2013, se han escogido 25 novedades y 5 clásicos publicados entre enero y junio de 2013.
Esta selección tiene como objetivo llamar la atención sobre una serie de obras especialmente destacables y estimular la curiosidad por propuestas de estilos muy amplios.  A modo de guía de lectura, se incluyen unos breves apuntes sobre cada obra seleccionada, que la sitúan y contextualizan rápidamente, además de accesos directos a reseñas y comentarios realizados por miembros de la asociación para diferentes soportes y medios de comunicación.
La selección de Esenciales ACDCómic está dividida en dos apartados: 'Esenciales', donde se consideran las novedades editoriales estrictas, sin hacer distinciones entre nacionalidades o distintas escuelas, y 'Esenciales Clásicos', que recoge obras que por su valor artístico o histórico forman parte del patrimonio cultural de la historieta. En la siguiente entrega de Esenciales ACDCómic, que abarcará los cómics publicados entre julio y diciembre de 2013, se incluirá también una categoría de 'Esenciales Infantiles', con títulos especialmente dirigidos a niños de hasta 12 años aparecidos a lo largo de todo el año.
Los Esenciales para Enero-Junio de 2013 son: 

    Alter y Walter o la verdad invisible, de Pep Brocal (Entrecomics Cómics) 
    Los años Sputnik, de Baru (Astiberri Ediciones) 
    Autobiografía, de Shigueru Mizuki (Astiberri Ediciones) 
    Bakuman, de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata (Norma Editorial) 
    La colmena, de Charles Burns (Random House Mondadori) 
    Conspiraciones, de José Domingo (Astiberri Ediciones) 
    Cuento de arena, de Jim Henson, Jerry Juhl y Ramón K. Pérez (Norma Editorial) 
    La cuerda del laúd, de Jim Woodring (Fulgencio Pimentel) 
    Fatale, de Ed Brubaker y Sean Phillips (Panini Cómics) 
    Fraction, de Shintaro Kago (EDT) 
    Guía del mal padre, de Guy Delisle (Astiberri Ediciones) 
    Grandes preguntas, de Anders Nilsen (Sins entido / Fulgencio Pimentel) 
    Grandville, de Bryan Talbot (Astiberri Ediciones) 
    La Hermandad de Historietistas del Gran Norte, de Seth (Sins entido) 
    El hombrecito, de Chester Brown (Edicions La Cúpula) 
    Huracán de sensatez, de Paco Alcázar (Diábolo Ediciones) 
    I Am a Hero, de Kengo Hanazawa (Norma Editorial) 
    La infancia de Alan, de Emmanuel Guibert (Sins entido) 
    Nela, de Rayco Pulido (Astiberri Ediciones) 
    Ojo de Halcón, de Matt Fraction, David Aja y Javier Pulido (Panini Cómics) 
    Panorama, de Varios Autores (Astiberri Ediciones) 
    Paul en Quebec, de Michel Rabagliati (Astiberri Ediciones) 
    Prophet, de Brandon Graham / Simon Roy / Farel Dalrymple / Giannis Milonogianis (Aleta Ediciones) 
    Ragemoor, de Jan Strnad y Richard Corben (Norma Editorial) 
    El rayo mortal, de Daniel Clowes (Random House Mondadori)
Los Esenciales Clásicos para Enero-Junio de 2013 son: 
    Atajos, de Martí (Ediciones La Cúpula) 
    Creepy Presenta: Richard Corben, de Richard Corben y VVAA (Planeta-DeAgostini Cómics) 
    Fénix, de Osamu Tezuka (Planeta-DeAgostini Cómics) 
    Johan y Pirluit, de Peyo (Dolmen Editorial) 
    Krazy Kat: Celebrando los domingos, de George Herriman (Norma Editorial)
 
ACDCómic es una asociación sin ánimo de lucro que agrupa a personas que realizan trabajos de periodismo, crítica, estudio, comisariado y otras actividades teóricas y divulgativas relacionadas con el cómic. La asociacion se constituyó en 2012 con la voluntad de colaborar en la difusión del trabajo que ya desarrollan sus miembros de forma individual, emprender iniciativas conjuntas que no se podrían afrontar de forma separada y servir de interlocutor ante otros colectivos o instituciones. 

lunes, octubre 14, 2013

De lo barroco, lo grotesco y el underground (I).

Se ha trabajado poco sobre la idea de lo barroco (y lo neobarroco) en el mundo del cómic, sobre la revisitación de lo grotesco a partir del comix underground y sus derivaciones contemporáneas.
Acaba de concluir la exposición Barroco exuberante: de Cattelan a Zurbarán, que ha ocupado los muros del Museo Guggenheim Bilbao durante casi cuatro meses y que nos ha permitido constatar el peso de lo barroco (como propuesta estética e intelectual) en el arte contemporáneo, en un interesante juego de espejos entre las obras gestadas durante el Barroco histórico y las reformulaciones, apropiaciones y lecturas neobarrocas del momento presente. 
En 2005, el Domus Artium (DA2) de Salamanca tuvo a bien programar una de sus muestras más destacadas, Barrocos y neobarrocos. El infierno de lo bello. Javier Panera, el comisario de aquella exposición, ya señalaba que su intención era abordar el Barroco "no tanto como un momento histórico, sino como una categoría estética que aparece en diversos momentos de la historia" y que para tal fin había seleccionado un conjunto de obras contemporáneas que "sobresalen por su carácter teatral, por su carácter perturbador de los sentidos". La filosofía, como hemos tenido ocasión de constatar en Bilbao, no era entonces muy diferente de la que ha guiado los pasos de la comisaria Bice Curiger en su selección de obras para el Guggenheim (con la salvedad señalada del ejercicio comparativo entre el presente y pasado que hemos señalado más arriba).
En su exigente y muy interesante ensayo La comedia de lo sublime, el profesor de estética, teoría del arte y filósofo Domingo Henández alude a la teatralidad y a la exageración (a "la realidad escenificada y sobresaturada"), junto a otros rasgos, como los de la sobreexposición de las imágenes, la mirada teledirigida, la ilusión ficticia de extrañeza o la nostalgia de lo siniestro, para concretar algunos rasgos de la postmodernidad artística contemporánea. En su trabajo, el autor reivindica la actualización de la vieja dialéctica entre lo sublime y lo cómico, y lo hace partiendo de tres ámbitos muy definidos: lo pintoresco, lo siniestro y el cuerpo. Para ello, Domingo Hernández analiza algunos de los males que aquejan a la mirada artística actual: "la enfermedad de la imaginación, la conversión de los ojos en cámaras dirigidas o lo anodino de las miradas telegrafiadas", alude también a la tan frecuente tergiversación de "lo real bajo la máscara de la sangre, la carne y el cadaver":
Defendemos, en todo caso, una versión de lo cómico que parte de su dialéctica con lo sublime, que es capaz de invertirlo, pero que no se independiza en la subjetividad; un humor objetivo donde su parte más crítica se inicia, precisamente, en el respeto por el objeto y lo real; una comedia que es capaz de, sin caer en la banalidad, encontrar grietas de las sociedades sontemporáneas y mostrarlas cuando sea necesario, sabiendo que, en el fondo, no hay mejor ejemplo de lo sublime cómico que nuestra propia realidad.
Suponemos que muchas de las obras neobarrocas objeto de las dos exposiciones que venimos señalando pecan en gran medida de esos vicios que Hernández achaca a buena parte del arte contemporáneo, pero no es menos cierto que tanto en Barrocos y neobarrocos, como en Barroco exuberante, hemos tenido la oportunidad de disfrutar de muchos trabajos nacidos también de ese "respeto por el objeto y lo real", que señalaba el crítico.
Andábamos dándole vueltas a estas y otras sesudas reflexiones mientras paseábamos por los pasillos del Guggenheim, cuando nos dio por considerar el encaje del cómic dentro de este esquema de pensamiento. Inmediatamente se nos vino a la mente el comix underground y sus ramificaciones post-underground. Somos de los que pensamos que Robert Crumb es uno de los cinco o diez artistas vivos más importantes e influyentes. Su obra cae en lo grotesco y supone una exacerbación paródica de lo real, pero nadie podrá negarle a Crumb, dentro de su exuberancia, dentro de su barroquismo gráfico y conceptual, un compromiso auténtico con la realidad social, una relación fiera y directa con el objeto de su crítica y una carga de profundidad, detrás de sus caricaturas deformantes, que aleja a su discurso de cualquier tentación a la superficialidad nostálgica (más allá de sus frecuentes retratos de grandes figuras del primer jazz).
Además, la influencia de Crumb y sus coetáneos underground, su poética, pervive, en grados diferentes, en muchos de los autores de cómic más importantes de la actualidad, que también han optado por una elaboración teatralizada y una atracción manifiesta por el extrañamiento: su apostolado es patente en la obra de los Hernandez Bros, en la de Burns, Clowes o Ware, y en la de casi todos los autores jóvenes norteamericanos surgidos de la autoedición y el minicómic (Jeff Brown, Tony Millionaire, Sammy Harkham, Dash Shaw, etc.).
En esas estábamos cuando, detrás de una cortina, suponemos, destinada a controlar impudores y sofocos malpensantes, nos encontramos con dos decena de páginas de Crumb y constatamos que no eramos los únicos en dejarnos llevar por asociaciones, sólo en apariencia, tan sinuosas. No nos sorprendió encontrar la obra de Crumb en las paredes de un museo (ya habíamos tenido la ocasión de disfrutar de exposiciones suyas con anterioridad en circunstancias semejantes), pero nos divirtió ver sus dibujos rodeados de obras tan "ajenas" al mundo del cómic; aunque en casos como los de las esculturas de Urs Fischer (Cama blanda), el vínculo asociativo surja de forma espontánea casi inmediatamente. Allí había caricaturas y planchas de dos o tres historietas típicamente crumbianas, no faltaban ejemplos de su vena misógina (Cómo pasarlo bien con una mujerona), ni del peculiar revisionismo histórico a que nos tiene acostumbrados (Una historia clásica).
En una próxima entrega les contamos otras cuantas reflexiones neobarrocas y comiqueras que se nos vienieron a la cabeza en nuestro recorrido por la pinacoteca bilbaína.

lunes, octubre 07, 2013

La Hermandad de Historietistas del Gran Norte, de Seth. Un antiguo cuento topográfico.

Si a alguno se le ocurre rebuscar entre nuestras reseñas aquellas dedicadas, directa o indirectamente, al dibujante Seth (Gregory Gallant), se llevará la impresión de que el aquí firmante está aquejado de una esquizofrenia lectora por lo que respecta al autor canadiense. Compartimos la opinión, no se apuren. No sabemos a que atenernos con los cómics de Seth.
En su día nos deslumbró el lirismo cotidiano de La vida está bien si no te rindes (posteriormente "retitulado" La vida es buena, si no te rindes), su poso reflexivo y la ligereza de su dibujo. Sin embargo, aunque algunos de esos ingredientes se mantenían intactos, Ventiladores Clyde nos pareció un trabajo soporífero, la vida del anciano vendedor de ventiladores retirado y solitario nos produjo más indiferencia que nostalgia existencial. Curiosamente, fue otra recreación biográfica ficcional, George Sprott, la que nos devolvió amplificado el talento de Seth como observador de la existencia cotidiana, es un trabajo mayúsculo, complejo y cargado de hallazgos narrativos, una de las obras recientes más brillantes que hemos tenido a bien leer. Cal y arena, sin paletada de argamasa intermedia. De nuevo, decepción considerable con Wimbledon Green. A contracorriente en este caso, la obra recibió buenas críticas en general, pero nosotros no llegamos nunca a pillarle la gracia a la broma de esos coleccionistas de tebeos compulsivos que se comportan con la misma codicia y malas artes que se observan en los círculos de la especulación artística "seria" (muy interesante el reciente filme de Tornatore, La mejor oferta, sobre este tema, por cierto).
Por todo ello, con mucha cautela y guantes de plástico, nos pusimos a leer La G.N.B. doble C. La Hermandad de Historietistas del Gran Norte, un cómic que traspira ironía y jugueteo referencial ya  desde su intrincado título. En el prólogo a la obra, el propio Seth explica que, aunque concibió este trabajo con anterioridad a Wimbledon Green y "se prodría decir que es una precuela de ese libro porque fue aquí, en esta obra, donde le di forma a gran parte del mundo en que vive Wimbledon", en realidad, La Hermandad de Historietistas del Gran Norte es un trabajo que no adquirió su presentación actual sino hasta bastante tiempo después: nació como cómic libre, casi improvisado, pero sufrió diversas reconstrucciones y Seth tuvo que redibujar gran parte del material original antes de la edición final. Quizás se deba a ese proceso de enmienda y reformulación que La Hermandad de Historietistas del Gran Norte sea, desde nuestro punto de vista, un trabajo más orgánico, fluido y mucho menos acartonado (excesivamente estructurado) que Wimbledon Green. No se le ve tanto el artificio como a la colección de gags que formaban aquellas otras páginas; y eso que la relación entre ambos va más allá de las obvias elecciones estéticas y afinidades estilísticas (el dibujo minimalista, la retícula de seis viñetas idénticas por página, el empleo de color bitono, etc.).
En su nueva obra, el autor se inventa un género de difícil filiación: la ficción topográfica. Porque La Hermandad de Historietistas del Gran Norte es en realidad un relato descriptivo, un recorrido cuasi-turístico por un escenario ficticio: un club de dibujantes de cómic, que, como señala el propio autor, estaría sólo a unas manzanas del mismo contexto ficcional en el que se desarrollaba la acción de Wimbledon Green. Un narrador externo (omnipresente en las didascalias superiores que completan casi todas las viñetas del libro) nos guía a través de las estancias, pasillos y recuerdos que encierra el edificio-sede de esta peculiar hermandad. Esa voz narrativa omnisciente (y sutilmente irónica) recurre en su itinerario guiado a una cámara subjetiva que zigzaguea entre pasillos y escalinatas, "ilustrando" el relato con estampas documentales cargadas de nostalgia y una rememoración (un tanto mordaz) de aquellos good old times
Sólo en las últimas páginas del tebeo comprobaremos que la voz narrativa, melancólica y erudita, no era otra que, como en tantas otras historietas de Seth, la del propio autor; o al menos la de su trasunto convenientemente disfrazado por la propia ficción que él mismo ha ideado. La autorrepresentación, como la metarreferencia o la referencia cruzada, son una constante en el trabajo de los chicos de Drawn & Quarterly (el cómic está dedicado a uno de ellos, "Joe Matt, gran dibujante y canadiense honorífico"). También lo es, una constante en el trabajo de Matt, Seth y Chester Brown, ese aire de verosimilitud (ficción documental) con el que envuelven sus creaciones. Cuando leemos La Hermandad de Historietistas del Gran Norte se nos vienen a la memoria cualquiera de aquellas antiguas "sociedades" y "casinos", clasistas, snobs, coloniales, burgueses que forman parte del pasado decimonónico (y no tanto) occidental y que en su día funcionaron como auténticos centros de decisión política y económica, detrás de su aparente acomodo lúdico (algo así como los palcos de fútbol actuales). La guasa del caso es que Seth (que detrás de su supuesta hipersensibilidad esconde un fino espíritu socarrón) haya construido todo este solemne sarao escenográfico alrededor de un vehículo cultural tan poco respetado y dignificado en el pasado como el cómic. Ahí reside la gracia: una Hermandad de Historietistas de postín, tan seria y relevante como la que centra el cómic, tendría en las últimas décadas del S.XX tanto fundamento como un Club de Honradez Política en la España del presente.
Además, la cuidadísima edición con pastas duras troqueladas de Sins Entido (como también sucedía con Wimbledon Green, algo huele a Ware en Canadá) le aporta al libro el aspecto vintage de un objeto de coleccionismo, una antiguedad que merece cuidado y atención, una reliquia del pasado, como la misma Hermandad que se describe en sus páginas. Y, así, acumulando detalles y capas de significado, jugueteando con la ironía postmoderna, Seth consigue componer un objeto cultural que se ríe del presente a partir de una nostalgia más falsa que un billete de 500 euros (espera, ¿o no era así?).

lunes, septiembre 30, 2013

Con Blain y Quai d'Orsay en Culturamas

Aprovechando el estreno de la adaptación cinematográfica de Quai d'Orsay, a cargo de Bertrand Tavernier (a quien aprendimos a querer gracias a obras como Hoy empieza todo o Carnaza), hemos escrito un texto acerca del cómic de Blain; uno de los mejores que hemos leído en los últimos años.

Somos seguidores indisimulados del francés y de muchos de sus coetáneos, lo saben si siguen este blog. En nuestro artículo reflexionamos acerca de la nueva Línea Clara Expresionista (o Esquemática) francesa -como nos gusta llamarla-, pero sobre tomo, intentamos desentrañar las virtudes de una novela gráfica cargada de humor, ironía fina y mucha inteligencia (narrativa y visual).

Si les interesa lo que les estamos contando, les invitamos a pasarse por las páginas de Culturamas, una visita que siempre sale a cuenta.

NB. Por cierto, la última imagen con la que ilustramos la reseña es un estupendo homenaje a Blain y a Quai d'Orsay, por parte de Marcos Prior. Entre artistas anda el juego.

lunes, septiembre 23, 2013

Mox Nox, de Joan Cornellà. Humor negro de vanguardia.

El humor cafre que se esconde detrás de cada una de las historias de una pagina de Joan Cornellà tiene mucho que ver con el sentido postmoderno de la risa que comentábamos a raíz de aquella reseña de Millán, Noguera y sus osos hervidos.
Nos explicamos. Mox Nox es un libro que se compone de gags mudos de una página alimentados de mucha incorrección política y una interpretación surrealista y perversa de la realidad: un psicópata francotirador enfundado en un chándal rosa (protagonista nefando de muchas de las planchas del cómic) dispara a la ingle de un paseante trajeado, éste asiste sorprendido a la aparición de un enorme oso rosa que, en un intento de frenar la profusa hemorragia de su pelvis, le ofrece un enorme tampax. Otro. Un hombre se pilla la manga de la americana con la puerta, del tirón pierde el brazo y comienza a desangrarse, otro hombre entra en la habitación portando una pila de libros, resbala con la sangre del primero y cae al suelo de forma aparatosa; los dos se ríen con ganas del accidente.
El humor postmoderno deja de tener gracia cuando se cuenta. Cuando Muchachada Nui no eran un fenómeno mediático, los no iniciados asistíamos perplejos (y con una punta de envidia) a los jolgorios compartidos que sus escasos fieles de Paramount Comedy celebraban en nuestra presencia al grito de "Marciaaaaaal". Si se cuenta, la gracia se escurre entre las rendijas de la comprensión, si se presencia en directo, tarde o temprano la risa aparece, congelada.
En el caso de Mox Nox la sonrisita incómoda viene motivada por la violencia visual de una propuesta que, entre otros, nos recuerda al sadismo gore de Johnny Ryan en su serie Angry Youth Comix. Curiosamente, para modelar su espíritu hardcore, Cornellà emplea un dibujo muy pictórico, esquemático y colorido (en el que prescinde del color negro incluso en el modulado de las líneas de perfil) de claras connotaciones infantiles; un dibujo que conecta con esa misma vía del cómic contemporáneo que tantos y tantos autores jóvenes frecuentan hoy en día (con trabajos muy diferentes al que nos ocupa): nos acordamos ahora de Jesse Moynihan, Ron Regé Jr. o de John Mejías, por ejemplo.
También del inclasificable Olivier Schrauwen, con quien Cornellà, además de cierta impronta gráfica, comparte ese giro vanguardista surreal que mencionábamos anteriormente. De hecho, si obviamos el elemento sádico-transgresor de los episodios que forman Mox Nox, convendremos en que es el componente surrealista el que nos invita a la reflexión, a la reubicación de las conexiones lógicas y el que desata la risa (o sonrisa). Detrás del maltrato a sus personajes, este cómic encierra algunas sutiles reflexiones acerca del contexto socio-político que lo encuadra, que no es otro, a fin de cuentas, que el momento presente de la sociedad en que vivimos. No faltan autores en nuestro país embarcados en proyectos tan ácidos y críticos con la realidad contemporánea como el de Joan Cornellà, aunque los tebeos de Paco Alcázar, Jorge Parras o Miguel Brieva, por citar tan sólo a algunos de ellos, no recurran a la escatología o a la violencia airada como factores centrales de su sarcasmo (ironía/crítica/mordacidad).
El de Cornellà es un tebeo engañoso, un chupa-chups relleno de gusanos y bilis que, debajo del plástico brillante y de sus vivos colores, esconde en realidad ese gusto amargo a que saben las miserias humanas. Y no se rían, que podría ser peor.