viernes, mayo 20, 2016

Wonderland, de Tom Tirabosco. El peso de la mirada

El auge presente de la novela gráfica se asienta, en sus orígenes, sobre los ejercicios autobiográficos ácidos y descarnados de aquellos Robert Crumb y Justin Green que desnudaban sus vergüenzas impúdicamente ante un lector desacostumbrado. Luego tomaron el testigo los canadienses de Drawn & Quarterly (Doucet, Seth, Joe Matt...) y los innovadores autores de L'Association (David B, Jean-Cristophe Menu...), entre otros.
La autobiografía es ahora una de las marcas diferenciales del cómic adulto, un género que la narración gráfica ha desarrollado con una naturalidad desconocida en otros discursos narrativos.
Wonderland, del italiano Tom Tirabosco, es un ejemplo notable de novela gráfica en primera persona. En ella, recoge sus experiencias vitales infantiles y rastrea entre las influencias culturales que en aquellos años dejaron una huella posterior en su obra. Nos confiesa sus primeras influencias artísticas: el amor por los pintores italianos del Renacimiento que le contagió su padre; la impresión que le causaban las estampas ilustradas de la naturaleza y de la prehistoria del dibujante checo Zdenek Burian; o los cómics de Herge. En un momento de su repaso autobiográfico, cuando se refiere a los estímulos provocados por el cine, la television y el cómic, menciona a Walt Disney; y a Bambi en particular:
…era un fanático de las películas de Disney / Peter Pan, La Isla de los Piratas, Mowgli, Bancanieves y Merlín… / Bambi. Todavía hoy sigo calculando la magnitud de los daños causados por esta gran película elegíaca y mórbida en algunos de mis trabajos actuales: cierto lirismo y una tendencia al sentimentalismo…
Wonderland es una constatación del despiadado espíritu crítico del dibujante en su mirada al pasado, al mismo tiempo que una prueba evidente de que los temores sugeridos en la cita eran infundados. Porque si este cómic peca de excesos, lo hace por su crudeza, nunca por su sentimentalismo. Tirabosco recorre su infancia sin ahorrarse resentimientos, frustraciones y autocrítica.
En su catarsis autobiográfica, el dibujante le dedica abundantes páginas a las relaciones familiares. Aunque en muchos momentos habla con nostalgia de su infancia y descubre su cariño de hijo y hermano, tampoco hace demasiadas concesiones al amor paterno o fraternal: en Wonderland se subraya la dureza de carácter y el distanciamiento egoísta del padre; se reprocha, sin aspereza, la naturaleza sumisa y débil de la madre; pero, sobre todo, se descubre con dolorosa crudeza la impotencia infantil y la confusión del niño que no sabe gestionar la invalidez física de su hermano, ni es capaz de convivir con la constante necesidad de cuidados y atenciones que éste demanda. En este terreno, Tirabosco se mueve en unas coordenadas no demasiado alejadas de las que David B trazara en Epiléptico. La ascension del gran mal, un cómic también autobiográfico en el que es central la figura del hermano discapacitado y la convivencia con la enfermedad.

No es la primera vez que Tom Tirabosco construye su relato a partir de la  mirada al pasado. Era ésta, por ejemplo, una de las claves temáticas de esa historia luminosa repleta de secretos familiares que es Los ojos del bosque (2003) y también de El fin del mundo (2008), el intimista relato preapocalíptico que realizó junto a Pierre Wazen en 2008. En Wondeland, no obstante, el dibujante y guionista pone el acento sobre la idea de la mirada subjetiva y la percepción fragmentaria: como se nos muestra con lucidez reflexiva en el breve epílogo del cómic, casi todos nuestros recuerdos (en estrecha correlación con su antigüedad) son incompletos, inexactos o están filtrados por el tamiz deformante de nuestra siempre personal e interesada interpretación de los acontecimientos. Esta premisa nos conduce hacia una encrucijada a la hora de interpretar el sentido último de la obra: ¿hasta qué punto es fidedigno el relato de los hechos que nos trasmite Tirabosco y en qué medida está condicionado decisivamente por la mirada deformante del niño? Quizás sea ésta una de las claves de Wonderland: su honestidad nace de la asunción de su naturaleza imperfecta.
Pero volvamos a la cita en la que el artista se disculpaba por su inclinación hacia la sensiblería. Es cierto, como señalaba, que las formas redondeadas y la caricatura de sus cómics nos remiten de algún modo a los entrañables iconos dulcificados de la factoría Disney. El efecto que consigue Tirabosco con su estilo no está, sin embargo, sujeto al chantaje sentimental de las imágenes amables. Al contrario, con su estilo consigue crear una especie de enmascaramiento caricaturesco que, paradójicamente, subraya la crueldad del alma humana: detrás de una sonrisa y unos enormes ojos brillantes se esconden diablos insospechados. Lo hemos visto en casi toda su producción. En Kongo (2013), por ejemplo, empleaba su línea preciosista de ilustrador infantil para contar los episodios más oscuros y sanguinarios de la biografía de Joseph Conrad en la África colonial, esclavista y agreste de finales del S. XIX. La cosificación del indígena en un viaje al corazón de la civilizada barbarie de los colonizadores occidentales, filtrada por el trazo cartoon de un narrador sin remilgos. 
Encontramos disociaciones similares entre la imagen y lo narrado en numerosos trabajos de la extensa bibliografía de su autor, con aproximaciones a diferentes territorios que van desde de cuentística infantil al suceso histórico. Sin embargo, en pocos casos alcanza su obra el tono confesional y la patética desnudez que despliega en Wonderland. El de Tirabosco es, no cabe duda, un cómic lleno de virtudes y un paso adelante dentro del ya fructífero campo de la autobiografía comicográfica.

miércoles, mayo 11, 2016

La muerte y Román Tesoro, de Lorenzo Montatore. Depresión de un dadaísta

Venimos señalando a propósito de una nueva hornada de autores de cómic (Deforge, Schrauwen, Hanselmann, José Ja Ja Ja...) cómo las viñetas contemporáneas están pescando en las aguas de unas vanguardias históricas con las que el cómic apenas compartió inquietudes o intenciones. Cada vez encontramos más tebeos que bucean en el futurismo, el dadaísmo, el cubismo o el surrealismo, abriendo unas puertas que, al convertirse en viñetas, nos conducen a estancias que no conocíamos. En otro orden de prioridades y con una poética diferente, es lo mismo que están haciendo Ware, Seth y compañía con el cómic y la ilustración de comienzos del S.XX. Lo viejo hecho nuevo, el pasado transmutado en herramienta y lenguaje moldeable.
Por las mismas causas, y una vez perdido el miedo, los editores se están atreviendo también a publicar obras de difícil categorización. La muerte y Román Tesoro, de Lorenzo Montatorees un ejemplo de lo que decimos. Un cómic de humor dadaísta, pero negro como una depresión, que se viste con ropajes cubistas y se teje desde un extraño onirismo surreal, tiene mucho más futuro que pasado (aunque, quizás, Mihura, Tono y Coll nos negarían la mayor).
Es cierto que en los últimos tiempos estamos leyendo bastantes tebeos que se alimentan de rasgos parecidos a los de este La muerte y Román Tesoro: a saber, la urgencia y la brevedad, el humor tibio bañado de cierto lirismo y un trasfondo surrealista. Nos acordamos de la obra de Kioskerman, Tute o Jim Pluk, aunque en ninguna de sus páginas aparezcan el cante jondo de Camarón o Francisco Umbral y Supermario Bros haciendo cameos. No es algo baladí si queremos entender a Lorenzo Montatore y de qué va su propuesta.
Con una composición libre, que en algunos casos se vale de la estética visual de los videojuegos de plataformas (pixelado incluido), las historias breves de Román Tesoro funcionan como reflexiones pseudofilosóficas y existenciales cargadas de mucha coña marinera y posthumor absurdo (valga la redundancia): “¡Universo! ¡Háblame, coño! ¿No ves que estoy sólo?”, le grita Román al cielo en la primera viñeta. Y espera, hasta que una voz divina le responde en la tercera: “Tiene tres mensajes nuevos”.
De fondo, reconocemos a los autores de La Codorniz o de Hermano Lobo; a los Summers, Perich, Gila, Chumy Chúmez... En la superficie, brillan los colores estridentes, el uso surrealista del paisaje que inventó Herriman y una caricatura extrema, esquemática y mutante que da buena cuenta de la naturaleza disparatada de este invento viñetero, difícil de clasificar, pero que, desde la imaginación y la inteligencia, mueve a la sonrisa y la reflexión.
“¡A la mierda con Freud!”, que diría Román Tesoro.., o Lorenzo Montatore.

miércoles, abril 27, 2016

Sandra Chevrier. Rostros y superhéroes tatuados

El número 32 de la revista VNA (Very Nearly Almost) le dedica un artículo a la artista canadiense Sandra Chevrier. Su título, "Superheroism", no es casual; su ubicación en una revista dedicada sobre todo al arte urbano, el grafiti y las intervenciones en espacios arquitectónicos, tampoco.
Aunque la obra de Chevrier se enmarca dentro de los esquemas del arte tradicional (básicamente trabajos sobre papel y lienzo realizados con técnicas clásicas: óleo, acuarela, tinta china...), sus cuadros y dibujos presentan un espíritu profundamente contemporáneo por lo que respecta a sus intenciones y realización. 
Lo observamos, por ejemplo, en Studies on Paper, en los que la artista recurre al collage y al apropiacionismo pop para recrear rostros de bellas mujeres (con reminiscencias a conocidas modelos y actrices) invadidos por imágenes prestadas de la cultura pop y, sobre todo, de los cómics de superhéroes clásicos. Nos encontramos así con las efigies esbeltas de  hipotéticas Audrey Hepburns, Merilyn Monroes o Brigitte Bardots, con sus rostros invadidos por Supermanes compungidos o por onomatopeyas y batiseñales. El resultado es profundamente estético y desprende una sutil inocencia pop.
En las diferentes series que encuadra bajo el título Super Hero Canvas, la autora lleva el proceso un paso más allá por lo que respecta a la "nobleza" de los materiales empleados (óleo sobre lienzo), sin que la base de su propuesta varíe sustancialmente: de nuevo, recrea los rostros estilizados y graciosos de mujeres, cuya perfecta armonía se ve truncada por el "tatuaje" conveniente de escenas superheroicas descontextualizadas sobre sus caras. En Hand Painted Cages, el proceso se repite con acrílico sobre madera tallada.


La idea del rostro convertido en muro, pantalla o viñeta (como se prefiera), junto a la obvia referencia al collage (que en algunos casos no es tal, ya que las imágenes están directamente pintadas sobre el rostro) y las técnicas de sobreexposición y sobreimpresión combinadas, son los factores que convierten los cuadros de Chevrier en "textos" modernos y los emparentan con muchas vertientes contemporáneas del arte urbano, el post-pop y el neodadaísmo. Aunque sus trabajos tienen cierta impronta decorativa y se mueven en ocasiones en un territorio cercano a la ilustración, su uso del fotorrealismo, junto al empleo de técnicas mixtas y materiales normalmente emparentados con las bellas artes, están granjeándole al interesante ejercicio de apropiacionismo pop de Chevrier una popularidad creciente entre aficionados, galeristas y medios de comunicación. El pop está de moda, otra vez.

jueves, abril 21, 2016

La casa, de Daniel Torres, en la SER Soria

Retomamos nuestro microespacio en SER Soria para hablar junto a Eva Lavilla y Chema Díez del próximo Salón del Cómic de Barcelona, y para acercarnos a algunas de las obras favoritas a obtener el premio a mejor publicación del 2015.
En esta ocasión nos centramos en uno de los cómics que más disfrutamos el curso pasado: La casa, de Daniel Torres; una obra que puede presumir de didactismo, enciclopedismo y virtuosismo gráfico a partes iguales. El libro de Torres nos invita a viajar por la historia y la geografía de la vivienda humana desde el origen de la civilización hasta nuestros días, en un recorrido ambicioso que ilumina, entretiene y cautiva.

miércoles, abril 13, 2016

Billie Holiday, de Muñoz y Sampayo, en ABC Color. La canción de la mala vida

Hace algo menos de una semana se cumplían 101 años del nacimiento de una de las grandes voces del jazz, de la música: Billie Holiday. Decidimos celebrarlo por anticipado en el periódico ABC Color de Paraguay, con una reseña del homenaje que otros dos clásicos, los artistas José Muñoz y Carlos Sampayo, le dedicaron a la leyenda en forma de cómic. Curioso intercambio, en realidad, porque Muñoz y Sampayo son también dos leyendas vivas, de la narración gráfica en su caso. 
Nuestra editora Montserrat Álvarez le dedica en el número un perfil biográfico a la gran cantante; el Doctor en Filosofía y melómano, Jorge Manuel Benítez, se acerca a su voz a través de la escucha de All or Nothing at All; y nosotros completamos el homenaje con nuestro artículo: "Billie Holiday, de Muñoz y Sampayo. La canción de la mala vida".

Desde siempre, desde que, vanguardia viva, bucearon en el nacimiento de un cómic adulto que se dio en llamar «cómic de autor»; desde que se presentaron como invitados transatlánticos del hermano continental junto a aquellos tipos del underground y a aquellos atildados auteurs europeos que ahora entendemos como padres de la aclamada cosa gráfica novelada; desde que empezaron rasgando la página y la viñeta a machetazos, y los bocadillos con letras trazadas por un buril; desde entonces, Muñoz y Sampayo parecen arte nuevo y revelación, más que cómic; o cómic artístico y vanguardia, que puede llegar a ser lo mismo. Reinventores del lenguaje.
La edición preciosa de Billie Holiday, de Salamandra Graphic (prestada de los franceses Casterman) se abre como si fuera un museo: páginas doradas a lo Klein antes de los créditos; retrato plateado de ella, esbozado sobre negro como una caligrafía arrugada, para ilustrar el título; y luego, la foto enorme en plano medio de Francis Paudras de una Billie bellísima y jovencísima: una diosa de la música en plena exuberancia subrayada por un tocado de flores blancas sobre su pelo ensortijado. Un museo sin casi abrir el cómic de Muñoz y Sampayo, aún.
«Prostituta, alcohólica, toxicómana. Muere joven... Una vida sentimental desgraciada», dicta el cronista. La niebla de Billie Holliday es demasiado densa como para que la realidad llegue algún día a despejar el mito perfecto del malditismo, la gloria y el amor convertido en jirón de voz.
Con el estilo oblicuo y afilado de Muñoz, y la inclinación de Sampayo por los relatos seccionados y la mirada múltiple, este cómic aborda la historia de la gran dama del jazz como un relato construido a partir de referencias cruzadas y testimonios fragmentarios; recreando, en algún sentido, la propia vida de su protagonista. En el prólogo del cómic, Francis Marmande así lo señala:
«Afortunadamente, Billie Holiday vivió varias vidas. Varias vidas simultáneas, cruzadas, enredadas como el hilo de una madeja, con suficientes placeres inauditos para transmitírselos a todo el mundo; con aquella risa, a pesar de todo, sobre un fondo de muerte, y esa locura por los hombres que la llevaría a la perdición.
»...Tuvo la energía para vivir todas esas vidas mil veces más intensamente que nuestras vidas cuadriculadas, escrupulosas, renqueantes. Tuvo, sobre todo, la capacidad dañina de vivirlas todas juntas en sus intersecciones, en sus brechas, en sus heridas insoportables. Murió a los cuarenta y cuatro años».
Aquel cronista que mencionábamos, un periodista al que le han endosado la tarea de escribir sobre el trigésimo aniversario de la muerte de una cantante de jazz a la que no conoce, es una de las esquinas de este relato oblicuo, también fragmentario y entrecruzado. Una de las marcas de estilo de Muñoz y Sampayo. Otra de esas marcas es la presencia protagonista en Billie Holiday de Alack Sinner, personaje estandarte e icono del dúo creativo; detective oscuro, torturado, complejo, que representa una de las cumbres de la serie negra comicográfica, y referente fundamental, en las numerosas historias protagonizadas por él, para el crecimiento del cómic adulto a partir de aquel cómic de autor europeo e hispanoamericano de los años sesenta y setenta. En Billie Holiday, Alack Sinner es un policía primerizo (ignorante aún del serpenteante universo ficcional biográfico que le espera) que un día, de niño, conoció a la más grande cantante de jazz; y que luego, ya de adulto, volverá a encontrarse con ella un luctuoso 17 de julio de 1959, casi sin saberlo. Vidas cruzadas, viajes autorreferenciales.
La tercera presencia del relato es, claro, la que le pone nombre: Eleonora Holiday, Lady Day, Billie Holiday… La historia de una desgracia continuada que llegó a parecer una vida; y que salpicó a quienes la rodeaban, como a ese pobre Lester «Pres» Young, un hombre invisible que respiraba a través de un saxofón.
El cronista indaga, recupera los retales de la biografía y los une, no para ilustrar la imagen luminosa de su éxito y recuerdo póstumo (la que resiste plastificada en las portadas de sus CDs recopilatorios), sino las huellas casi perdidas de su fracaso como persona, de su vida infeliz sacudida por el machismo de los hombres que no la quisieron y por el racismo de sus conciudadanos, que no la respetaron. De fondo, suena «You might find th’night time th’right time for kissin», como un mantra. Tonada del anhelo de lo que nunca fue.
La voz de Billie Holiday encerraba el secreto del arte, y sus canciones solo nos dejaban constatarlo por una rendija. Este cómic lo da por hecho, y nos abre otra rendija para que descubramos la fragilidad, la imperfección y la suerte perra que en realidad respiraban debajo de la estrella.
El arte gráfico de José Muñoz, dueño del claroscuro, del tenebrismo, el verdadero expresionista alemán de Buenos Aires, es de nuevo un prodigio de manchas, intersecciones y rostros cortados por la tinta de una navaja. Los globos y los textos de Billie Holiday se entretejen, van y vienen, y, como en una banda sonora impresa sobre papel, crean un contexto, una atmósfera pesada y densa, hecha de conversaciones anónimas, recuerdos casi perdidos y muchas noches sin dormir (las del periodista, que necesita terminar su artículo, las de Alack Sinner, que no sabe que ella se está muriendo en la habitación contigua, y las de Billie Holiday, que fueron casi todas).
Este cómic está cargado de arte desde la portada hasta las páginas finales, en las cuales, bajo el título de «Jam session», se recogen los increíbles bocetos, dibujos rápidos y cuadros de situación creados por Muñoz para terminar de redondear un trabajo, que es un homenaje a la vida triste de una voz única.

miércoles, abril 06, 2016

Más de arquitectura y cómics. Revista MAS Context, especial "narrativa"

Después de aquel post acerca del simbolismo arquitectónico en el cómic, hemos estado especialmente receptivos hacia el tema. Por ello, o porque las casualidades siempre se enredan con los intereses circunstanciales, en los últimos tiempos nos hemos topado con varios textos interesantes que apuntan a la relación entre el cómic y la arquitectura. Algunos apuntes al respecto: 
En los comentarios de la entrada mencionada, Emilio Aurelio Gil, arquitecto y autor de blogs clásicos como Tangencias o Cómics en extinción, nos invita a acercarnos a sus interesantes fichas de lectura dedicadas a la relación entre comic y urbanismo; las conocíamos de antaño, pero nunca está de más revisar su acercamiento a la arquitectura comicográfica. Es el suyo un trabajo cuidadoso, lleno de hallazgos y reflexiones interesantes:
Me permito sugeriros este enlace, donde analizo gráficamente la interacción entre arquitectura, urbanismo y cómics. Yo diría que esa interacción se produce desde el momento en en que estas disciplinas utilizan el dibujo no por si mismo, sino como un medio para narrar historias o para transmitir las bondades de un proyecto que hasta ese momento solo está en nuestra mente.

El Issue 20 / Winter 13 de la revista cuatrimestral de arquitectura MAS Context (que se puede leer online o descargar gratuitamente en formato .pdf) estuvo dedicado a la “Narrativa”; en gran medida, a la relación entre el espacio arquitectónico, la imagen y la secuenciación. No es casual, por tanto, que los principales protagonistas de sus páginas sean el cómic y los autores de cómics. La portada, sin ir más lejos, está ocupada por algunos de los conocidos cortes axonométricos de plantas de edificios de Chris Ware.
Como marco contextualizador, la revista abre con dos interesantes artículos. El primero está firmado por el arquitecto y estudioso del cómic Koldo Lus Arana: “Comics and Arquitecture, Comics in Arquitecture”. En él, Arana hace un documentado repaso a la relación entre arquitectura y cómic, comenzando por un acercamiento (no muchas veces visto dentro de los estudios sobre cómic) a los préstamos que aquella ha tomado de las narraciones gráficas.
En su primera parte, se mencionan el uso del stoyboard que hizo Le Corbusier; los trabajos y las presentaciones del Equipo Archigram (a uno de cuyos miembros, Peter Cook, la revista dedica una entrevista), que utilizó las viñetas y las proyecciones secuenciales para desarrollar sus proyectos más importantes; se nos cuenta cómo Norman Foster recurrió a autores de cómic como John Batchelor (Dan Dare) o Franck Dickens (Bristow) a lo largo de su carrera, para realizar dibujos y versiones axonométricas de algunos de sus proyectos; o cómo fue Tanino Liberatore, entre otros artistas, el encargado de ilustrar el Louisiana Manifesto de Jean Nouvel. En la última parte de su estudio, Lus Arana plantea la naturaleza arquitectónica de toda construcción comicográfica: ambas disciplinas comparten relaciones de base en la organización espacial. Habla el autor de la influencia que el cómic ha tenido en arquitectos como Norman Foster, Jean Nouvel o el equipo Archigram, y de la incursión de François Schuiten, Joost Swarte, Marc-Antoine Mathieu y otros autores de cómic en proyectos arquitectónicos y diseños escenográficos:
…this interdisciplinary overlap happens in both ways, in an exchange that becomes particularly visible in the Franco-Belgian scene, where finding the participation of comics authors in the design of buildings, set designs, scenographies, or architectural installations has become a rather habitual situation, one that underlines the changing role of the medium in the cultural status quo and as its increasing “design” component. Excursions into architectural grounds are frequent in cases such as Marc-Antoine Mathieu’s or especially François Schuiten’s, whose designs, bred in the two dimensional, fictional realm of comic books, have been translated and adapted into exhibition spaces, interior designs, and outdoors architectural ornamentation. The restoration of the Maison Autrique, Victor Horta’s first Art Nouveau building in Brussels, is a particularly illustrative example. Stemming from François Schuiten & Benoit Peeter’s infatuation with the Belgian architect, both comics authors, who enjoy great public recognition within Belgium’s cultural scene, became the promoters and main supporters of the project, which they then integrated within the mythology of their series Les Cités Obscures, via an inner scenography designed ad-hoc. This same interdisciplinary tack can be found in Josst Swarte’s collaboration with Mecanoo on the design of the De Toneelschuur theatre in Haarlem (1996), later turned into a book and further architectural works, or in the development of the Nederlands Stripmuseum in Gronigen (2004), whose exterior redesign was undertaken after proposals by artists such as Schuiten or Henk Kuijpers (p. 25).
El segundo estudio teórico de la revista, a cargo de Mélanie van der Hoorn (“Buildings and Their Representations CollapsingUpon One Another”), se centra en los “cómics arquitectónicos”, entendiendo por tales aquellas “strip stories in which architecture plays a leading part, most of which have been made or commissioned by architects. In terms of content, the comic strip enables architects to present a project or concept or to express a critical standpoint” (p. 35). Es decir, comics realizados por arquitectos, bien como continuación (lúdica o profesional) a su propia ocupación arquitectónica, o como parte integrante de ésta. Nos descubre Van der Hoorn nombres y proyectos tan interesantes como los de Daniel Bosshart, Alexandre Doucin, Jimenez Lai o los del colectivo ruso Quiet Time.
Precisamente, entre sus contenidos, la revista incluye cómics de los dibujantes Leopold Lámbert, Jimenez Lai y Klaus, que prestan una atención especial a la espacialidad. El volumen incluye, además, entrevistas a varios de los autores de cómic citados en sus artículos a propósito de su incursión en el territorio de la arquitectura; todos ellos reconocidos por su recreación de espacios urbanos e interiores habitacionales: autores como Klaus, François Schuitein, Joost Swarte, Marc Antoine-Mathieu y Manuele Fior.
Como mencionábamos anteriormente, una de las entrevistas del volumen está dedicada a Peter Cook, que además de arquitecto fue, junto a Warren Chalk, fundador del grupo creativo y de la revista Archigram; a partir de cuya filosofía, sus autores desarrollaron su peculiar labor arquitectónica, fuertemente imbricada con la disciplina comicográfica.
Merece la pena echarle un vistazo al trabajo de Cook y a las futuristas y siempre originales ideas de Archigram. En MAS Context nos lo han puesto fácil.

miércoles, marzo 30, 2016

Paseos baldíos y grafitis lisboetas

Llevados por el entusiasmo explorador hipster de un cronista, para más señas, redactor de El País, decidimos dejarnos aconsejar y dedicarle una parte de nuestra no muy larga estancia en Lisboa a la visita del Barrio Marvila, en la margen este del Tajo. ¡Hay que ser pánfilos y muy incautos (hablo por los que fuimos), para caer otra vez en la trampa de las tendencias modernetas de la enésima reencarnación berlinesa a este lado del Spree! Como no era la primera, ni será la última visita que hagamos a la preciosa ciudad portuguesa, el merodeo gratuito no pareció tan caro.
Tras comer en ese "palacio" escondido en el centro de Lisboa que es la Casa de Alentejo, decidimos acercarnos a la Cueva de Alí Babá a la portuguesa que se suponía era el Barrio Marvila. Después de vagabundear durante más de una hora entre descampados, grúas, glamurosas naves industriales de las de toda la vida y locales cerrados, decidimos, ante la falta de perspectivas, sentarnos en una cafetería calculadamente cutre (que el cronista denomina con generosidad eufemística: "decoración de no-decoración"), por aquello de hacer un poco de tiempo, a ver si las postmodernas galerías y los Centros Culturales de vanguardia se decidían a abrir. Dos cafés después, la efervescencia cultural del martes por la tarde seguía sin hacer acto de presencia en el arrabal industrial lisboeta. Ni rastro del fado a pie de calle, los modernos cafés y la sorpresa artística a la vuelta de la esquina; sólo locales cerrados en horario de apertura. Es cierto que, siguiendo los pasos de referencia del periodista, conseguimos atisbar a través de la rendija de un buzón (gesto de impotencia, más que performance situacionista) algunos lienzos y veladuras de la exposición temporal de la Underdogs Gallery. Dimos por cumplido el objetivo cultural. A las seis, cuando ya casi habíamos arrojado la toalla, callejeando, conseguimos llegar a la Cervejeira Artesanal Dois Corvos, cuyos dueños, pese a estar también cerrada, nos permitieron disfrutar de una birrita rápida y hacer acopio de reservas para la vuelta.
Refrigerio cervecero aparte, sin duda, lo mejor de la tarde fue la visita al Centro Cultural Fábrica do Braço de Prata, ubicado en una antigua fábrica de armas. Aunque el espacio estaba también cerrado (no era nuestro día, claramente), en su jardín y alrededores, cuidadosamente abandonados ambos, pudimos disfrutar de una interesante colección de grafitis cargados de creatividad e ingenio. Muy divertida la intervención en clave de humor hiperrealista de Maclaim (Tasso), en From the Past, y estupenda la serie Give You My Love de Alexandre Farto (alias VHILS), con sus retratos arrancados de la pared, marca de la casa. En el edificio anejo, encontramos nuevos trabajos de VHILS, recreando escenarios urbanos a partir de las imperfecciones y relieves de la pared.
Si se sabe encontrarlos, está Lisboa repleta de magníficos grafitis. Con muchos se tropieza uno casi sin quererlo. Si no se tiene tiempo o ganas de buscar, existen rutas organizadas por la Galería de Arte Urbana (GAU), como nos explica, de nuevo, nuestro cronista en otro reportaje: "Lisboa, museo de arte urbano" (no hay que ser ingrato cuando las nuevas son buenas).
En la Rua Sao José, por ejemplo, nos encontramos con una de las siempre soberbias obras de Aryz, creada con motivo del cuarto aniversario de la tienda Dedicated, especializada en material artístico y grafitero. Aunque para espectaculares, la colección de gigantescos murales con la que nos topamos en edificios abandonados y fachadas de la Avenida Fontes Pereira de Melo. Entre sus grafitis, se pueden ver obras espectaculares de nuestro admirado BLU, de Ericailcane o de Os Gêmeos. Arte con mayúsculas.
http://www.theguardian.com/travel/gallery/2011/jan/29/lisbon-city-breaks
Ya ven que no hay paseo baldío, después de todo, y que detrás de cualquier muro surge la sorpresa.

miércoles, marzo 23, 2016

Superhéroes cinematográficos y televisivos. Gotham y Daredevil, dos caminos

Cada nueva adaptación cinematográfica superheroica que vemos nos deja la sensación de un regreso al pasado, como si Disney y la Warner ("herederos" del fondo de catálogo marvelita y de DC) estuvieran dispuestos a repetir la carrera de multiversos y ramificaciones seriales inabarcables en las que cayeron los cómics de superhéroes en los años 80. Cada nuevo capítulo cinematográfico de X-Men o Los Vengadores (juntos o con sus miembros por separado) parece perder de vista el rastro de los episodios anteriores. Hollywood juega con ventaja: se ha reenganchado a las sagas desde el espíritu Ultimate. Pero Vengadores: La era de Ultron (2015) no parece otra cosa que un capítulo aislado de otros muchos por venir; nos cuenta los orígenes de la Bruja Escarlata y Visión, verdad, pero, si dejamos a un lado sus hallazgos visuales (como la plasmación efectiva de las splash-pages en pantalla), no tiene más trascendencia argumental que la de un buen comic-book autoconclusivo. Punto. Cuando llevemos 10 ó 12 entregas de los diferentes supergrupos, ¿seremos capaces de diferenciar una de otra? Difícilmente. Como señalaba Jordi Costa en la crítica de la última entrega de Los Vengadores, el espectador va a los cines a comprobar la fidelidad de la adaptación, a dejarse llevar por el espectáculo visual del efecto digital y el nacimiento de los personajes en pantalla.
En este punto del debate, falta por saber cuándo aparecerán las particulares versiones cinematográficas de The Watchmen y El regreso del señor de la noche. No nos referimos a sus correspondientes adaptaciones fílmicas, que ya existen, sino al concepto de "obra trascendente de referencia" al punto de inflexión crepuscular que habrá de cambiar el lenguaje y marcar un nuevo paradigma en las adaptaciones cinematográficas del género o, mejor aún, que hará evolucionar el género desmarcándolo de su parasitismo respecto al cómic. ¿Habrá algún día un cine de superhéroes que no nazca de una versión previa en papel? ¿Se impondrá el género a sus orígenes, como sucedió con el western respecto a su nacimiento novelado? A ese punto de madurez llegó el cómic hace varias décadas. Desde que Alan Moore y Frank Miller decidieron cambiar las reglas del juego (Dennis O'Neil y Neal Adams mediante), a los superhéroes les sienta fenomenal la penumbra y la mugre.
Hasta que ese día llegue, duele ver que el Hollywood edulcorado de la última década haya sacado a la luz tanto subproducto con el sello Marvel y DC, dejando escurrir entre los fotogramas la oportunidad única que el artificio digital le había puesto en la mano de presentar en pantalla grande a los héroes adultos que ya nos habían atraído a los lectores hacia el lado oscuro en las páginas de los tebeos. Afortunadamente, los señores Christopher Nolan y Christian Bale habían puesto freno en los últimos tiempos a tanto dislate de Daredevil estreñido o Fantastic 4 de chirigota.  No obstante, por su formato y su posibilidad de crear obras extendidas en el tiempo, quizás el futuro de los mejores superhéroes en pantalla esté asociado a las series televisivas: la televisión ofrece la oportunidad de crear ciclos y sagas cerradas, en vez de capítulos episódicos más o menos autoconclusivos, sin una capacidad real de conformar una continuidad constructiva en la mente del espectador (como si hicieron algunos de los grandes cómics de los 90).
Era el paso que faltaba dentro de la fiebre serial que ahora todo lo inunda (quince años después de la casi desapercibida, en su momento, epifanía de The Sopranos, The Wire y Mad Men). Cosas como Heroes y Misfits, no nos engañemos, sólo habían sido aproximaciones divertidas, tanteos de audiencia con dosis medidas de superpoder.
La crecida de capas y mallas que ya había anegado los cines, llega ahora a la televisión, pero parece que el caudal se está controlando con más tino en este caso. GothamDaredevil cuentan ya dos temporadas en pantalla (aunque su continuidad parece garantizada), pero son una buena piedra de toque para analizar qué rumbos parece enfilar el tema superheroico. En este caso, totalmente divergentes, ya que mientras Gotham apuesta por la revisión cartoon de Batman que emprendieron en su día los Bruce Tim, Darwyn Cooke, Mike Oeming o Tim Sale (aquí tenemos Héroes, de nuevo); Daredevil se ha lanzado de cabeza hacia el Daredevil sombrío de los Frank Miller, David Mazzucchelli y Bill Sienkiewicz
Ambas series están cuidadas al detalle en su producción, la puesta en escena y la introducción de indicios con vista a una evolución futura del mito. En ese sentido, es loable la presentación (a modo de anticipación o prolepsis) de la galería de supervillanos que en Gotham van naciendo desde la perspectiva de ese niño Bruce Wayne que habrá de ser, pero que todavía no es. Mención especial para Robin Taylor, el actor que ha creado un Penguin histriónico, divertido y escalofriante a un tiempo, que tiene ya trazas de convertirse en un personaje de referencia. Hay en Gotham bastante de los Batman de Jeph Loeb (guionista y productor de Lost y Héroes; nada es del todo casual) y Tim Sale. Como en The Long Halloween y Dark Victory, en Gotham recuperamos atmósferas oscuras, una ciudad sucia y sórdida y unos personajes llenos de dudas (herencia necesaria de Miller); pero casi en ningún momento abandonamos el territorio de la irrealidad ficcional y la caricatura: el de la ficción subrayada por el efectismo visual y la escenificación.
Daredevil busca otra cosa: intenta recuperar el psicologismo tenebrista y torturado de Moore, Miller, Sienkiewicz y Mazzucchelli; e intenta anclarlo a una realidad en la que el componente mágico o fantasioso se circunscriba a la espiritualidad asiática, la mística ancestral y una evolución tecnológica moderada. El Daredevil de Netflix y su Hell's Kitchen podría estar en algún suburbio hongkonés o de Brooklyn, la Gotham de Fox es escenario fílmico manierista.
Arranca Daredevil con la impronta clara de Born Again y Love and War (de nuevo Miller, Mazzucchelli y Sienkiewicz entre manos). Charlie Cox hace un correcto Matt Murdock, aunque desprende un encanto risueño y una bonhomía excesivos para uno de los héroes más oscuros y castigados de Marvel. Sin embargo, el Kingpin (Wilson Fisk) de Vincent D'Onofrio es una joya de la recreación actoral: proyecta violencia e inseguridad a partes iguales, el actor ha conseguido crear un personaje con una presencia imponente, cargado de sensibilidad y agresividad: un Kingpin de verdad.
Habrá que esperar hasta ver dónde gira la ruleta del dinero y el espíritu empresarial, para ver si este atisbo de sensatez narrativa que observamos en algunas adaptaciones televisivas tiene continuidad, o si sólo es una chispa encendida por las fuentes comicográficas que las alumbraron. Otras series, como Flash, nos despiertan serias dudas al respecto. Sobre Jessica Jones, preferimos esperar a una segunda temporada para consolidar juicios y despejar sombras. Habrá que esperar también para comprobar si, finalmente, cine y televisión consiguen zafarse de sus deudas adaptativas y consolidan un imaginario propio dentro de las posibilidades que siempre ofrece un nuevo lenguaje. Muchas dudas e interrogantes, ¡que alguien llame al Profesor Charles Xavier!

jueves, marzo 17, 2016

Alan Moore, Caos y magia, y el millón de libras

La publicación el año pasado de la edición española de Caos y magia. La banda que quemó un millón de libras (2012), de John Higgs, ha sido un acontecimiento editorial-pop.
La historia de The KLF, la banda formada por Bill Drummond y Jimmy Cauty, es tan enloquecida, que no parece de este mundo. Hace años escuchamos su popularísimo álbum Chill Out hasta quemarlo. Sus samplers hipnóticos y su cadencia viajera nos hacían imaginar unos autores igualmente sosegados y pausados. En Caos y magia descubrimos que sus artífices fueron también los autores de este single-pelotazo que se ha convertido en banda sonora de acontecimientos deportivos y farándulas adrenalínicas varias y cuyo single compramos hace décadas sin saber a ciencia cierta quién lo firmaba (¿The Timelords?); de haberlo sabido (o de haber buscado sus videoclips, entrevistas o apariciones televisivas de entonces), habríamos tenido una pista de que las mentes pensantes detrás de The KLF y sus variadas manifestaciones discográficas eran en realidad un par de lunáticos.
Para despejar dudas, John Higgs escribe ahora una de las "biografías" más heterodoxas, desmitificadoras y divertidas que hemos leído nunca. Se propone el autor buscar la base lógica al comportamiento de unos individuos que en un momento de su carrera (en el que ni siquiera eran tan ricos como para poder permitírselo) decidieron, literalmente, como dice el título, quemar un millón de libras. La búsqueda de Higgs es tanto más improbable y baldía, cuando ni siquiera los artífices del dislate han sido nunca capaces de explicar por qué lo hicieron. No contamos más.
En su ejercicio deductivo, expansivo, casi febril, Higgs va dando forma a una biografía que en muchos casos parece una road-novel, en otros una novela de suspense conspiranoica, y termina convirtiéndose en una indagación casi detectivesca a palos de ciego entre el universo intangible del azar y las relaciones cruzadas. En su particular reivindicación de las doctrina del caos como factor rector y explicativo de la realidad, el pasado y las consecuencias que desencadenan los actos humanos, Caos y magia construye un discurso verosímil (dentro de sus propias coordenadas) acerca del éxito (casual), la inspiración y el genio (innato). Se trata de conformar una tesis, un conjunto de paradigmas explicativos, que den sentido a unos actos que ni sus propios protagonistas, ni un razonamiento lógico tradicional son capaces de explicar.
Aquí es donde entran Julian Cope y Echo & the Bunnymen; Jim Garrison, el Fiscal del Distrito de Nueva Orleans que investigó el asesinato de Kennedy; Thimothy Leary; Greg Hill y Kerry Thornley, fundadores del Discordianismo; los redactores de la sección de cartas de Playboy, Robert Anton Wilson y Bob Shea, que escribieron el best-seller Illuminatus! Trilogy, discordianos confesos; los dramaturgos Ken Campbell y Chris Langham; el "All You Need Is Love" de The Beatles; Gary Glitter y Jonathan King (celebridades británicas y pedófilos condenados, ambos); el Doctor Who y sus múltiples encarnaciones; Carl Jung; y, como no podía ser de otro modo en este maremagnum imposible de personalidades inconexas unidas por el azar literario-biográfico... Alan Moore.
Hablábamos no hace mucho de Alan Moore con motivo de ese documental inquietante y metafísico sobre el genio de Northampton que es The Mindscape of Alan Moore (2005). En él se desplegaba un acercamiento visual, subrayado por el propio Moore, a su poética y universo mítico-mágicos. Que el cerebro del guionista esta atravesado por conexiones sinápticas extraterrestres se adivina leyendo sus cómics; pero después de observar el documental sobre su pensamiento, el espectador se queda con la sensación de que razón, filosofía, cábala y chamanismo son una misma cosa para Alan Moore; y que sus reglas y dogmas en realidad sólo los entiende el mismo, por mucho que trate de explicárnoslos.
En Caos y magia, la presencia de Moore es circunstancial y transversal (como la de todos sus personajes al margen de sus protagonistas), pero John Higgs hace, durante todo un capítulo, un intento estimable de asir su "pensamiento mágico" para introducir la teoría alanmooriana del "Ideaespacio mental" dentro de las herramientas lógicas que le ayudarán a desfacer el entuerto de los KLF y su millón de libras calcinado. En un pasaje de Caos y magia se dice de Alan Moore:
Alan Moore es guionista de cómics. Le han apodado "el mejor guionista de la historia" tantas veces que lo más probable es que sea cierto. Alcanzó la fama en 1980 con obras como V de Vendetta y Watchmen, y sigue siendo un prolífico escritor en su ciudad natal. Drummons tiene su misma edad, asistió dos años en Northampton a la escuela de arte y después trabajó seis meses en un psiquiátrico de la ciudad. Allí, Drummond y Moore frecuentaron muchos de los mismos clubes, pubs y conciertos entre 1970 y 1972, pero no se conocieron hasta los años noventa. Will Sergeant, de Echo the Bunnymen, le descubrió la obra de Moore en los ochenta, con V de Vendetta y La cosa del pantano.
Más allá de ella, a Moore se le conoce por su desdén hacia Hollywood, su extraordinaria barba y su interés por la magia. Es precisamente esto último lo que parece apuntar a que Moore era la única persona a la que The KLF intentaron mostrar activamente la película [Watch The K Foundation Burn A Million Quid] para conocer su opinión. Si uno quiere aprender sobre magia en la modernidad, Moore es la persona adecuada.
Van cogiendo el tono de este libro: una obra imprevisible, azarosa y divertida como pocas que, además, haciendo gala de esa impredecibilidad, se vende en ediciones de diferentes colores. Nosotros lo compramos por correo y no pudimos elegir. Nos tocó el amarillo, ¡qué buena suerte!