viernes, octubre 28, 2016

TBO en la onda: cómics y vanguardia en el siglo XX

En nuestra última cita radiofónica en Plan B, nos acercamos a las vanguardias (más o menos escondidas) del cómic del siglo XX: esos autores que intentaron colarse en la modernidad por los escasos resquicios que les permitieron las restricciones formales y editoriales de los syndicates periodísticos estadounidenses. En TBO en la onda (a partir del minuto 21:50) hemos invitado a genios como Winsor McCay, Lyonel Feininger, Gustave Verbeek, George Herriman o Frank King. Nombres esenciales, artistas recuperados y por reivindicar (más que nunca) en estos tiempos de novelas gráficas y nostalgia. Y, de postre, rematamos con algunas reflexiones sobre el nobel a Bob Dylan, que todavía no ha tocado nadie el tema.

viernes, octubre 21, 2016

Talco de vidrio, de Marcello Quintanilha. El fracaso del éxito

Pese a su precocidad, y aunque cuenta ya con una larga trayectoria en Brasil, Francia y España (en nuestro país, sobre todo como ilustrador de prensa), no descubrimos la obra de Marcello Quintanilha hasta la publicación de Tungsteno: un thriller brasileiro de arrabal, descarnado y vibrante, que se apoyaba en un muy elaborado guión cargado de sutilezas. Un trabajo por el que su autor recibió numerosos halagos y merecidos galardones internacionales.
Quintanilha regresa este año con Talco de vídrio, una historia ambientada de nuevo en su Brasil natal, pero sostenida por el análisis psicológico de personajes, frente al predominio de la acción y el componente criminal que encontrábamos en Tungsteno.
Los dos cómics, sin embargo, comparten su apego por un realismo crudo que traspasa el costumbrismo para hundirnos en las miserias del hombre moderno: las de ese nuevo modelo de ciudadano impasible, codicioso e inmune al dolor ajeno, que habita nuestras ciudades. Ese individuo translucido que, con la cabeza baja, deambula por calles, boulevares, pasillos y oficinas, abrumado por el peso de unas obligaciones y expectativas que apenas le dejan vislumbrar más allá de su propia sombra. Un individuo que, de algún modo, somos todos los que empujamos la noria del insaciable capitalismo liberal.
Celia, la protagonista de Talco de vídrio, es también una de esas personas: el prototipo de triunfadora social, una dentista reconocida, con una familia aseada, segura de sí misma y cómodamente instalada en el holograma de perfección que ella misma se ha encargado de diseñar; en resumidas cuentas, una mujer profundamente infeliz y siempre insatisfecha. Como debe de ser.
El cómic disecciona el proceso vírico que conduce hacia la autodestrucción personal y la insensibilización final: una enfermedad estrechamente asociada a síntomas como la angustia, la competitividad o la envidia. 
Tenemos la sensación de que a Marcello Quintanilha no le gusta tomar atajos para contar sus historias; no es de esos autores que se aseguran lectores complacientes a costa de tramas lineales o soluciones manidas. Quizás por eso, sus relatos parecen recorridos por una sombra de extrañeza, por un tono y un enfoque que, en un primer momento, resultan desconcertantes. Luego, nos damos cuenta de que esa falta de amarre tiene que ver, entre otras cosas, con el peculiar empleo que el autor hace del punto de vista y la voz narrativa. Tungsteno, por ejemplo, se apoyaba en un narrador omnisciente en tercera persona, que adoptaba el punto de vista interno (homodiegético) de los diferentes personajes (dando voz a sus pensamientos y emociones), y que establecía con ellos un dialogo retórico interpelándoles tanto en segunda como en tercera persona. Un recurso original, muy poco común.
De modo semejante, en Talco de vidrio descubrimos una voz narrativa también en tercera persona que, desde una omnisciencia matizada por la timidez y salpicada de dudas, se dirige al lector con un tono coloquial: como el de ese vecino cotilla que le cuenta a uno con falso desinterés la historia de un escándalo y las desgracias de aquel conocido mutuo que acabó tan mal.
Marcello Quintanilha es un autor con voz propia y también con un estilo gráfico muy personal y reconocible. Detrás de la sencillez de su trazo realista, suelto y ligero, se adivina una mano certera para el detalle y una capacidad gráfica notable para la plasmación de realidades complejas desde una aproximación sintética: dibuja como si toda la diversidad de la vida cupiera en el mínimo espacio de una viñeta poco mayor que un sello; tiene la habilidad especial de captar la esencia fotográfica de lo inmediato, despojándolo de todo trazo superfluo.
La combinancion de un guión certero y la habilidad de su autor como dibujante se concretan en un cómic que se sumerge en las alcantarillas de la psique humana. Una historia que invita a la reflexión y que escuece, aunque sólo sea porque podría estar hablando de todos y cada uno de nosotros.

viernes, octubre 14, 2016

Hablemos de viñetas: TBO en la onda (en Plan B)

Acaba de nacer una nueva emisora con aires marinos y alma cantábrica, Arco FM. Sin transición, nuestros amigos santanderinos nos han invitado a pasearnos por sus ondas y a participar en uno de los programas más sugerentes que formarán parte de su parrilla: Plan B. Lo contrario a un magazine, nos han aclarado. Cada lunes, de 18:00 a 19:00 En Plan B se hablará cada lunes a las 18:00 de cultura sin prejuicios ni condicionantes, una mirada abierta y abarcadora hacia el presente cultural por encima de modas, tendencias o correcciones políticas. Vanguardia y actualidad, estéticas y poéticas. Y cómic, por supuesto.
Tenía que haber un hueco para los cómic en Plan B, una sección en la que poder revisitar clásicos, analizar tendencias y descubrir cómics escondidos. Nos llamaremos TBO en la onda y cada dos o tres semanitas visitaremos los estudios de Arco FM para charlar de viñetas y pasar un buen rato con nuestros anfitriones Jorge Villasol & Alfredo Santos. Les esperamos.
Para que abran boca y se hagan una idea, les dejamos aquí con el primer programa de Plan B:

sábado, octubre 08, 2016

De grafitis por East London

Acabamos de regresar de una escapada inglesa post-Brexit que nos ha llenado de energía. Queríamos conocer un Londres diferente a los que ya conocíamos, así que nos pusimos en modo maleta y dejamos que unos buenos amigos nos llevaran de un lado a otro con la boca abierta. Prueba conseguida.
Nos adentramos sin prejuicios en el Londres más indie y hipster, el que recorre el área de Shoreditch y alrededores: Brick Lane, Bethnal, Dalston... Mucho diseño y modernidad, buena música tras cualquier puerta y arte urbano desatado. Pasear por East London es un recreo constante para la vista: no hay muro sin intervención. En Brick Lane, en los alrededores de Spitafields Market y en el Box Park de Bethnal Green Road nos topamos con obras emblemáticas de Stik, Roa, Dale Grimshaw, Ben Slow, Invader y, por supuesto, Banksy (cuyas obras sobreviven convenientemente protegidas en vitrinas o detrás de pantallas de metacrilato). Adivinamos tendencias tridimensionales en el arte urbano contemporáneo: sellos en relieve en esquinas, coloridas esculturas y cada vez más y más intervenciones e instalaciones; algunas de ellas monumentales y tan impresionantes como el increíble Bow and Arrows en pleno corazón de Shoreditch.

viernes, septiembre 30, 2016

Golem, de Lorenzo Ceccotti. De monstruos y mangas

Abre uno Golem por una página al azar y le salta a la cara el Akira de Katsuhiro Otomo en versión 3.0, como un alien japonés y futurista.
El cómic italiano de Lorenzo Ceccotti es un ejercicio de frenesí visual que fagocita muchos rasgos icónicos del manga de ciencia ficción clásico: su gestualidad y ruido cinético, la profusión tecnológica, cierta tendencia al horror vacui o la combinación entre los pasajes contemplativos y las escenas de violencia vertiginosa.
Los temas planteados en Golem también nos remiten a la poética temática de los Otomo, Shirow, Urasawa o el cine de Miyazaki: una distopía tecnológica de ciudades futuristas sometidas a los intereses de grandes corporaciones y totalitarismos autocráticos fuertemente militarizados; hackers digitales transmutados en fuerzas rebeldes de resistencia; genios científicos renegando de su sumisión al sistema; ciudadanos sometidos a la hipnosis catódica de las pantallas, etc. El argumento de Golem nos resulta familiar, como una versión actualizada de algo conocido: comenzando por esa figura del niño-demiurgo convertido en semilla nuclear que ya descubríamos en Akira.
Ceccotti, subyugado por la influencia de la estética manga, es un dibujante muy dotado. Dentro del barroquismo cibernético de su propuesta visual (apoyada por una paleta de colores vibrantes y satinados), las viñetas de Golem discurren a un ritmo vertiginoso y la narración (con sus claves ocultas y cierto cripticismo en aras del suspense) avanza con una engañosa facilidad. El abundante entramado cinético y la proliferación de señalética y capas digitales superpuestas para la creación de "diálogos virtuales" entre sus personajes (en cómplice interacción con el lector) proporciona densidad a la trama y ayuda a la creación de ambiente dentro de la historia. 
Resulta brillante el modo en que este cómic actualiza el recurso japonés de los insertos hiperrealistas o el empleo esporádico de páginas dibujadas en un estilo gráfico diferente al del resto de la obra (en algunos mangas en blanco y negro, por ejemplo, se aplica color a las primeras páginas). Ceccotti recurre a grandes páginas-viñeta sangradas, que elabora con estilos pictóricos heterogéneos, pero con una carga significativa importante para el relato: en las primeras planchas, por ejemplo, recurre a una imagen cercana al expresionismo abstracto, con el fin de mostrar actividades del subconsciente y la experiencia onírica del personaje; después, a medida que la historia va tomando forma y se consolida, el autor se adentra en un pictoricismo más figurativo: en ocasiones expresionista y angustioso (como un Bacon contemporáneo); más romanticista y simbólico, en otras.
Sin embargo, como bien señala Adriano Ercolani en el epílogo de la obra, seríamos injustos si limitáramos el valor de este cómic a su parentesco con el manga. Estaríamos dejando de lado su bagaje cultural y la originalidad de su propuesta. Obviaríamos, por ejemplo, las múltiples referencias culturales y alusiones a cineastas como Tarkovski o Ridley Scott; las ya señaladas influencias del arte pictórico y tantas referencias a la postmodernidad y al pensamiento filosófico contemporáneo; o las múltiples claves simbólicas que se incluyen en sus imágenes y en la nomenclatura de nombres propios, alusiones topográficas, etc.
El principal mérito de Golem reside en la habilidad de su autor para crear una ficción convincente dentro de sus propios parámetros imaginarios. El universo ficcional de la obra diseña una sociedad futurista no muy alejada de aquella que crearon Orwell o Huxley en sus distopías, pero angustiosamente verosímil si nos atenemos a la deriva de este capitalismo actual, alimentado por sociedades consumistas, sobreexcitadas, manipulables y entregadas a los caprichosos designios de las grandes corporaciones. Las construcciones urbanas futuristas de Ceccotti, sus proyecciones tecnológicas y biónicas, así como las claves de convivencia y los ritos sociales que gobiernan los actos de sus protagonistas, son tan convincentes como cualquier pesadilla económico-política de esas que nos asaltan diariamente desde las pantallas de nuestros televisores. De fondo, descubrimos el imaginario sempiterno de Blade Runner y las fabulosas construcciones ficcionales de Moebius, pero no hay que dejarse engañar, más allá de influencias y préstamos, Golem es una obra vigorosa: un cómic de ciencia ficción cargado de argumentos y méritos propios.

miércoles, septiembre 21, 2016

Una entre muchas, de Una. Voces silenciadas

Hay libros que le revuelven a uno por dentro. Se nos agarran de las tripas y nos tienen varios días retorciéndonos de estupor y vergüenza por ser tan complacientes en nuestra forma de mirar al Otro. Una entre muchas, de Una, entra dentro de esa categoría. Como lo hizo en su día Luchadoras, de Peggy Adam.
Tenemos la sensación de que este cómic atípico nunca se hubiera publicado hace 10 ó 20 años. En esta era de la comunicación global y de la exhibición obscena de la privacidad, hay temas que aún escuecen y se silencian. Hace sólo unos pocos lustros esos mismos silencios apestaban, además, a complicidad.
La batalla contra la violencia machista apenas se ha empezado a librar: la conciencia popular sobre el tema está, por vez primera, asomando por encima de abusos enquistados y convenciones perversas. De otros asuntos turbios, no tenemos apenas noticias. ¿Por qué nadie parece hablar de los niños desaparecidos cada día en tantas partes del mundo? ¿Por  qué cada vez que se desarticula una red de pederastia, la investigación parece embarrancarse en la orilla y nunca se llega a las instancias superiores? Volvemos a Luchadoras de Peggy Adam, por ejemplo, y nos preguntamos si sus  estremecedoras asunciones acerca de los secuestros y asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, con la connivencia de ciertas clases dirigentes mexicanas (asunciones confirmadas por multitud de otras fuente), no deberían resonar una y otra vez con estruendo en noticieros, reportajes y programas de investigación. Es imposible no preguntarse a quién interesan tantos silencios.
Una entre muchas aporta luz sobre uno de esos casos de infamia colectiva: el del Destripador de Yorkshire, que entre 1972 y 1981 asesinó a trece mujeres e intentó matar a otras siete sin conseguirlo. La autora desafía la incredulidad del lector en un desglose continuado de despropósitos: la negligencia policial reforzada por patrones misóginos, las manipulaciones sensacionalistas de los medios de comunicación ingleses y la connivencia machista de una sociedad que tenía muy claras sus conservadoras prioridades morales como para que la realidad viniera a cuestionárselas.
Hablamos de la misma sociedad enferma, no lo olvidemos, que durante décadas se dedicó a aplaudir las ocurrencias y el desparpajo televisivo de un pederasta y violador en serie, sin que nadie se atreviera a denunciar lo obvio, por miedo a que la burbuja dorada del éxito catódico explotara y salpicara a unos u otros. El Destripador de Yorkshire también estuvo en el foco de atención policial en multitud de ocasiones, sin que llegaran a detenerle: los investigadores lo interrogaron numerosas veces, había descripciones detalladas de su modus operandi por parte de víctimas que habían sobrevivido a sus ataques, existía incluso un preciso retrato-robot del autor y, sin embargo, su detención costó más de diez asesinatos en diez años. ¿Por qué? Porque los testimonios y las declaraciones fueron realizados por mujeres, a quienes ni se prestó atención ni se otorgó la credibilidad necesaria. Eran tiempos en los que a un asesino de mujeres se le dedicaban cantos guerreros en un campo de fútbol, mientras que a sus víctimas se las “maquillaba” de prostitutas para que el asunto diera menos miedo y éstas se parecieran lo menos posible a la novia o la hermana de uno. Así de clarito habla este cómic.
Sólo con estos ingredientes la historia ya resultaría desarmante, pero si añadimos que la narración está expuesta desde el punto de vista traumático de una mujer víctima de abusos infantiles y varias violaciones, la lectura de Una entre muchas se convierte poco menos que en necesaria. Aunque fuera tan sólo porque da voz a quienes durante siglos han estado silenciados, porque busca rescatar a las víctimas de la vergüenza, del oprobio y de ese injusto sentimiento de culpa hacia el que les empuja una sociedad cómplice y cobarde instalada en un perenne escenario de perfección televisiva y corrección política, sólo por ello, insistimos, ya habría que leer y recomendar este cómic. Su autora se erige en voz autorizada del dolor sofocado y, al mismo tiempo, se diluye en el título de la obra entre tantas otras que nunca se han atrevido a hablar o han sido acalladas, como lo fue ella durante tanto tiempo:
En 2010, una niña de Rochdale dijo que algunas personas contactaron con servicios sociales acerca de su situación -su escuela, sus padres-, pero a sus padres les dijeron que era una prostituta y que como tenía casi 16 años, no se podía hacer nada.
Su situación -sufría abusos y era explotada por grupos de hombres mucho mayores- fue descrita por las autoridades que podrían haberla protegido como "una elección de estilo vida". 
Nos referíamos el otro día a la expresión del dolor subjetivo a través de viñetas simbólicas, a propósito de La ternura de las piedras, de Marion Fayolle. Destacábamos que pocas veces habíamos contemplado un trasvase poético hacia el lenguaje comicográfico de esa naturaleza y con tanta variedad de recursos figurativos. Una entre muchas también recurre al simbolismo gráfico para trasladar su mensaje, pero sus intenciones y estilo son totalmente diferentes. Donde el cómic de Fayolle empleaba una metáfora lírica con intención catártica, el de Una se inclina por la asociación (a veces casi surrealista) de imágenes simbólicas profundamente subjetivas y tan oscuras como pueda serlo la plasmación visual del subconsciente. El estilo elegido por este cómic es deliberadamente simple, no así la organización de sus materiales: su dibujo responde a un minimalismo esquemático (cercano a la ilustración) apoyado por un selectivo uso simbólico del color (el rojo sangre, esencialmente); la secuenciación, muy libre, juega con las combinaciones espaciales de texto e imagen y recurre en algunos momentos a las soluciones del libro ilustrado y el collage (en sus páginas se mezclan noticias, cartas, anuncios, fotografías...); así mismo, Una entre muchas abunda en la repetición de motivos icónicos que terminan funcionando como leit motifs y argamasa para el relato central.
Y pese a ello, pese a ese cripticismo y la subjetividad de alguna de sus imágenes y textos, cualquier lector puede navegar entre los símbolos, las metáforas visuales y la narración fragmentada de un relato cuyas páginas nos estallan en la cara llenándonos de vergüenza y pudor culpable por no haber sabido mirar antes en algunas direcciones; o por decidir que ciertas ambivalencias le hacen a uno la vida más fácil.

jueves, septiembre 15, 2016

Las distopías bárbaras de Ignacio García Sánchez

Entre junio y agosto de este año, hemos podido ver la exposición  “The Barbarians Among Us”, de Ignacio García Sánchez, en la galería santanderina Espacio Alexandra.
La obra del madrileño está recorrida por una serie de motivos temáticos que conforman una visión postapocalíptica desesperanzada: paisajes con ruinas, fallidas proyecciones arquitectónicas futuristas, el tiempo de la revolución, el fracaso de las élites tecnológicas y financieras, etc... Son elementos que encontramos a lo largo de una producción tan ecléctica, que da cabida a dibujos tradicionales, construcciones figurativas sobre fondos abstractos, pósters, modelos urbanísticos, maquetas habitacionales, falsos murales, relatos ilustrados, esculturas e incluso viñetas y cómics.
A partir de sus sociedades distópicas y la mitología de armadas totalitarias, mendigos, rebeldes, bárbaros y cyborgs que las habitan, García Sánchez desarrolla una elaborada narrativa alimentada por cada una de las obras artísticas que se insertan en su producción para conformar la idea global de una ficción: la del fracaso y declive del capitalismo como modelo de construcción social. Las piezas futuristas del artista funcionan así como un pastiche contemporáneo de temas y etapas de la ciencia ficción convertidos ya en lugares comunes de la cultura popular: la catástrofe ecológica, la irrupción del totalitarismo y el control del pensamiento, la sublevación de la máquina, el paraíso adánico aislado de la civilización, la regresión a estados de precivilización, el nacimiento de la resistencia, etc.

En esta mirada hacia el pasado (artístico e histórico) para construir un futuro decadente, la estética de García Sánchez se alimenta de la escenografía futurista, convertida ya en icono, de maestros del cómic y la ilustración como Moebius, Jean-Claude Mézières o Juan Jiménez; aunque el fino trazo de su dibujo nos recuerda a otro joven autor familiarizado con los paisajes de la desolación, de quien estamos hablando mucho últimamente, Anders Nilsen.
En "The Barbarians Among Us", la obra expuesta en Espacio Alexandra, el artista retoma casi todos los elementos aquí señalados para insinuar, a partir de viñetas o estampas aisladas, la historia de una revuelta contra una élite dirigente, tecnológica y aséptica. Los "bárbaros" constituyen el ejército de desposeídos que asalta palacios y cúpulas de cristal en busca de su propia supervivencia. Los dibujos de García Sánchez utilizan como soporte papeles con los bordes quemados para ahondar en la idea de civilización arrasada y obligar al espectador a aferrarse a los restos de una realidad a la que un día incluso él pudo o podrá pertenecer.
Detrás de la catástrofe, no obstante, en la obra de Ignacio García Sánchez encontramos un resquicio para la esperanza, un lugar (¿la reflexión inteligente?) desde el que quizás será posible reconstruir la historia para construir un futuro habitable.

miércoles, septiembre 07, 2016

Esenciales ACDC 2016 (primer semestre)

Algunos hábitos convierten la rutina en motivación efervescente. Como lleva sucediendo en las últimas temporadas, la ACDCómic (Asociación de Críticos de Cómic) ha publicado los esenciales de la primera mitad de 2016. Siempre es un placer participar en la votación, pero aún lo es más revisar la lista para poder completar lecturas a partir de las recomendaciones de nuestros instruidos colegas. Ésta es la lista:
ESENCIALES ENERO-JULIO 2016

  • 13 Rue del Percebe edición integral, de Francisco Ibáñez (Ediciones B)
  • Chiisakobee, de Minetarô Mochizuki (ECC)
  • Crisálida, de Carlos Giménez (Reservoir Books)
  • Cuadernos japoneses, de Igort (Salamandra) 
  • El ala rota, de Antonio Altarriba Kim (Norma)
  • El día de julio, de Beto Hernandez (La Cúpula) 
  • El tríptico de los encantados, de Max (Museo del Prado) 
  • I.D., de  Emma Ríos (Astiberri) 
  • Intrusosde Adrian Tomine (Sapristi) 
  • La favorita, de Matthias Lehmann (La Cúpula) 
  • La luna al revés, de Blutch (Norma Editorial) 
  • La Visión, de Tom King, Gabriel Hernández Walta y Jordie Bellaire (Panini Cómics)
  • Las nuevas aventuras de Emilia y Mauricio, de Manuel Fontdevila (DeBolsillo) 
  • Los dientes la eternidad, de Jorge García y Gustavo Rico (Norma) 
  • María lloró sobre los pies de Jesús, de Chester Brown (La Cúpula) 
  • Paciencia, de Daniel Clowes (Fulgencio Pimentel) 
  • Paper girls, de Brian K. Vaughan Cliff Chiang y Matt Wilson Prior (Planeta) 
  • Perramus, de Juan Satsturian y Alberto Breccia (001 Ediciones) 
  • Presas fáciles, de Miguelanxo Prado (Norma Editorial)
  • Que no, que no me muero, de María Hernández Martí y Javi de Castro (Modernito Books)
  • Relatos de Sabu e Ichi, de Shotaro Ishinomori (Planeta)
  • Sirio, de Martín López Lam (Fulgencio Pimentel)
  • Todos los hijos de puta del mundo, de Alberto González Vázquez (¡Caramba!)
  • ¡Universo!, de Albert Monteys (Panel Syndicate)
  • Vencedor y vencido, de Sento (Autoedición)
Lo de siempre, no pierdan de vista a la ACDC.

viernes, septiembre 02, 2016

Manifiesto incierto, de Frédéric Pajak, en Culturamas

http://www.culturamas.es/blog/2016/08/29/manifiesto-incierto-de-frederik-pajak-ensayo-de-una-vida-dibujada/
Abrimos nuestra reseña sobre el manifiesto de Frédéric Pajak con una cita también incierta, por lo que tiene de paradójico viniendo de quien viene:
Resulta curioso que las palabras parezcan una necesidad, un consuelo, al mismo tiempo que encarnan una equivocación, un desliz, una fuente de incomprensión. Me dejan perplejo y consternado la desenvoltura oratoria, esas bocas llenas de sí mismas, esas voces que lucen, que proclaman alto y claro su permanencia a la “realidad” -quiero decir a la autoridad-. Naturalmente, ante ese vasto ruido demasiado bien ordenado se abren abismos, y no me creo ni una palabra. Creo en el balbuceo, en la palabra hecha añicos entre sus zarzas y su maleza. Creo en una verdad total y absoluta, y perfectamente inefable.
Se queja Pajak de la oratoria, pero él escribe, con palabras, como un torrente que fluye vertiginoso y cristalino, y con imágenes, en un claroscuro expresionista que dibuja la vida de poesía. Hablamos de su libro, de Walter Benjamin, de Samuel Beckett y de muchas otras cosas en: "Manifiesto incierto, de Frédéric Pajak. Ensayo de una vida dibujada".

jueves, agosto 25, 2016

La ternura de las piedras, de Marion Fayolle. Viñetas alegóricas

Entre los rasgos principales de eso que hemos dado en llamar Postmodernidad deberíamos sitúar la eliminación de fronteras y el rechazo a las categorías estancas por lo que respecta a formatos, géneros e incluso disciplinas artísticas; en estos nuevos tiempos, toda manifestación cultural es susceptible de mestizaje o trasvase discursivo.
No es algo nuevo, en realidad. En las vanguardias históricas encontramos un sinfín de ejemplos basados en el apropiacionismo y la hibridación: la poesía caligramática futurista, los cadáveres exquisitos del surrealismo, el arte encontrado dadaísta... Dentro de la idea de ruptura con el arte oficial, la experimentación interdisplinar cumplía una labor importante, y el desafío a las convenciones parecía el signo de los tiempos; así lo ejemplifican la prosa poética de Gabriel Miró, las greguerías de Gómez de la Serna, los acercamientos de Dalí al cine o, algo más tarde, los poemas objeto de Joan Brossa.
La llegada del arte pop difumina las fronteras aún más, empezando por la ruptura del eje fundamental entre alta y baja cultura. El cómic, que durante muchas décadas había sido circunscrito a la segunda categoría, se ve por primera vez libre de ataduras para experimentar con temas, formatos y estéticas en los que nunca antes se había adentrado. De aquellos tiempos, estos logros (novela gráfica mediante).
Hemos tirado de introducción generosa para presentar un cómic que es en sí mismo de difícil clasificación. A decir verdad, pocas veces hemos visto trabajos parecidos. La ternura de las piedras, de Marion Fayolle, es un cómic, pero podría situarse en algún territorio indefinible entre la poesía libre, la prosa poética o la ilustración lírica.
Es cierto que hay muchos cómics cargados de un profundo espíritu lírico: cómo no pensar en Edmond Baudoin y obras suyas como El viaje; o en Cinco mil kilómetros por segundo de Manuele Fior y en los trabajos de Bastien Vives, por referir ejemplos más cercanos. Haciendo memoría, tendríamos que mencionar también al gran Javier Olivares y sus Cuentos de la estrella legumbre como ejemplo puro de cómic poético (si en verdad se puede afirmar tal cosa). Sin embargo, insistimos, hasta ahora no habíamos leído un cómic que, en sus  intenciones y estética visual, trasladara con tanto acierto las herramientas del discurso poético a ese territorio doblemente articulado por la imagen secuenciada y la palabra que llamamos cómic.
Y es que, si fuéramos rigurosos en el análisis de La ternura de las piedras, tendríamos que concluir que la obra de Fayolle es toda una alegoría y que su historia se construye por medio de la acumulación de tropos y figuras retóricas: en particular metáforas y metonimias; pero también repeticiones, paradojas, elipsis y sobreentendidos.
La ternura de las piedras es una elegía atípica, un peculiar ejercicio de duelo por parte de su autora: son las viñetas a la muerte de su padre. Confiesa Fayolle que comenzó el libro con el principio de la enfermedad de su padre: un cómic que arranca como terapia y concluye como epitafio. Entre medias, se esboza la convivencia familiar con la enfermedad, trágica como una losa, y los recuerdos sobre el padre que fue; sin ahorrar reproches, sin dulcificar los desafectos a costa de la enfermedad. No es fácil hablar del dolor, librarse de él y exorcizarlo a través del arte o la literatura (sobre todo sin caer en el sentimentalismo o en lugares comunes). Esta joven artista opta por dibujar su pena dotándola de carga simbólica, convirtiendo sus recuerdos y vivencias en metáfora y símbolo mismo; lo hace despojando sus sentimientos de sentido y sustituyendo ese significado que desaparece por otra cosa: por una imagen, por una idea, por un objeto... La definición misma de "tropo".
La concreción visual de ideas tan líricas podría resultar banal, obvia, forzada, pero no es el caso de La ternura de las piedras. Cuando leemos sus páginas (algunas secuenciadas en viñetas, otras sobre una estructura de dibujo-trayecto o formadas por una única página-viñeta convertida en metáfora), traspasamos con facilidad la frialdad de la nueva imagen simbólica para penetrar en el sentimiento vivo que se encierra en su interior.
Para sus fines, recurre Fayolle a un dibujo delicado y a una línea tan fina, tan leve y quebradiza, que parece que sus imágenes se sostienen sólo en el precario equilibrio de la memoria efímera. Su dibujo nos recuerda al de Anders Nilsen, otro orfebre del cómic. Todo es sutil en estas páginas: el profuso rayado que nunca es intrusivo, el uso sensible del color e incluso la propia caligrafía de Fayole. Esta última, diminuta e igualmente delicada, resulta tan íntima como las ideas que expresa: el relato de la decadencia paterna huye de vaguedades, de generalidades o de pensamientos colectivos, nos conduce en la única dirección de un yo autoral que parece hablar de sí mismo y para sí mismo. Fayolle quiere que sepamos que su historia es suya, que su dolor es suyo: no sabemos si nos cuenta su historia para compartirlo con nosotros, sus lectores, o simplemente porque es la mejor manera que ha hallado para librarse de él. 
Se dibuja junto a su hermano trepando por la silueta negra de su padre y nos confiesa con falsa ingenuidad: "Papá fue muy amable al pensar en una treta para que pudiéramos irnos discretamente. Pero, ahora que se había vuelto una persona frágil, me apetecía cuidarlo y preferí retrasar el momento de volar". En otro momento del libro, cuando la salud de su padre se deshace a raíz de su cáncer, Fayole se imagina a su madre protegiéndolo en una urna de cristal: "Mi papá era muy frágil", dice. El lenguaje simple, casi infantil, y la metáfora trasparente trabajan en una misma dirección: la de personalizar la narración y convertirla en una experiencia única de la memoria. Una experiencia tan singular como pueda serlo la lectura de este cómic conmovedor e inclasificable.