jueves, julio 20, 2017

Hernán Esteve, de Esteban Hernández. Desnudo tras el espejo

Podemos arrancar esta reseña con un match ball: Hernán Esteve es el mejor cómic de Esteban Hernández hasta la fecha; lo cual no es decir poco.
Lo es por su honestidad sonrojante, por su empleo del género autoconfesional hasta asfixiarlo y porque desde la primera página Hernán Esteve te agarra, te zarandea, te ruboriza y te suelta al final con un sopapo en la cara en forma de beso, que te deja pensando si no sería necesario que todos hiciéramos algo más de introspección sin frenos como la que se desarrolla en sus páginas.

Literalmente, el nuevo cómic de Esteban Hernández es una "salida de un armario inexistente". En realidad, casi todos sus tebeos y fanzines han estado contagiados por su propia autobiografía. Su obra es reflexiva, psicologista, anecdótica en el buen sentido. Su fanzine Usted se ha nutrido, casi siempre, del ramillete de miedos, inseguridades y vivencias personales de ese yo escritor y dibujante que decide mostrarnos retazos esporádicos de intimidad: le hemos visto discutir con sus amigos de lo humano y lo divino, hurgar en las miserias de su pasado e incluso nos ha presentado a su novia (como desvela esa metahistorieta que Hernán Esteve toma prestada del fanzine Usted #6). Sin embargo, en su nuevo trabajo, Esteban da un paso más allá, para quedarse en pelota picada delante del lector. Sin más parapeto que un alterego que apenas esconde nada y que, por si quedara alguna duda, termina por romper cualquier espejismo de ilusión en la brillante secuencia final de la conversación entre el autor y el personaje, entre Esteban y Hernán, entre el otro que soy yo y su proyección dibujada sobre la página.
¿Quién se atrevería a contar en público sus secretos inconfesables?, ¿a desgranar en secuencias episódicas las vergüenzas onanistas de nuestros descubrimientos e iniciaciones sexuales? Esteban Hernández lo hace y, en apariencia, se guarda bien poco: la curiosidad infantil por su sexualidad aún sin estrenar; la revolución hormonal y los años de iniciación, dudas e incertidumbres del instituto; la consolidación de la identidad propia en la universidad... Todas las etapas de su desarrollo sexual están representadas explícitamente en el cómic con el subrayado determinante de esos instantes representativos, los momentos trascendentes (o que creímos trascendentes), que se han quedado anclados en la memoria como aquellos instantes decisivos en los que su existencia pivotó hacia un lado en vez de al otro.
En alguna ocasión, hemos achacado cierto exceso de verbosidad en los cómics de Esteban Hernández. En Hernán Esteve, sin embargo, las palabras están medidas. Hasta su mitad, el libro es prácticamente mudo: hablan los hechos, las situaciones torpes y los momentos comprometidos que se experimentan cuando nos adentramos en terra incognita; el texto se dosifica con contención hasta que el personaje empieza a dejar atrás la niñez y la adolescencia, cuando el verbo se convierte en un elemento esencial de nuestras relaciones y las palabras pesan tanto como los actos; cuando, en el caso de Hernán, se confunden amistad y amor, y la identidad sexual intenta abrirse hueco entre la espesura de los afectos. Es ésta, la relación del protagonista con su amigo Juan, la que comprende las páginas más duras y sentidas de la obra, la parte más perturbadora y, seguramente, la confesión más valiente y dolorosa del cómic.
El dibujo de Hernández, cada vez más cubista y deformante, funciona como un reloj en la revelación, a veces ridícula a veces desarmante, de los momentos más íntimos y pudorosos de la biografía autoral. Aunque su caricatura roce la deformación grotesca humorística, es imposible no percibir el respeto y la responsabilidad  que el dibujante siente hacia sus creaciones, su cuidadoso esfuerzo a la hora de componer personajes y rostros. Precisamente, debido a ese uso extremo y distorsionante de la caricatura, a Hernán Esteve le sienta muy bien la aplicación de un suave bitono azul en la creación de tramas y sombreados; clarifica la lectura y añade luminosidad a unas viñetas cargadas de información y contenido.
Seguimos a Esteban Hernández desde hace mucho tiempo. Hace mucho también que subrayamos la personal originalidad de su trabajo, su singularidad marciana. Pero si existe algún tipo de ley no escrita acerca de la meritocracia viñetera, nos parecería imposible que este valiente, honesto y absorbente Hernán Esteve pasara desapercibido.

jueves, julio 13, 2017

Panther, de Brecht Evens. Parecía un cuento

Brecht Evens es uno de los jóvenes autores europeos que más nos gustan y más nos han impresionado en los últimos tiempos. Nos maravilla su estilo visual, a medio camino entre la ilustración infantil y un pictoricismo que, con su peculiar actualización técnica del puntillismo, el expresionismo y el fauvismo, nos recuerda a autores de épocas muy diferentes, como Marc Chagall, Friedensreich Hundertwasser o Dana Schutz. Las coloridas y ligeras acuarelas de Evens se superponen en capas y veladuras que huyen de la perspectiva, o de cualquier representación espacial al uso, para crear imágenes de un gran poder evocador y escenas que se superponen como en un sueño. Su dibujo es falsamente naif, pero transmite esa inocencia, es abigarrado, pero ligero y lírico.
Sus historias, además, se aprovechan de esta fuerte impronta visual para moverse en territorios de subjetividad narrativa. No siempre es sencillo descubrir en las historias de Evens hasta que punto nos movemos en el terreno de la memoria, del sueño, de la alusión simbólica o de la realidad. Lo vimos en sus excepcionales Un lugar equivocado y Los entusiastas, y lo volvemos a comprobar ahora en su última obra, Panther.
Avanzamos por las primeras páginas del cómic hipnotizados por las andanzas hogareñas de Christine, la niña protagonista, y asistimos muy pronto a esa tragedia que para ella es la muerte de su gato Lucy. El dibujo de Evens es mágico. ¡Ese momento en que aparece por primera vez, en la soledad dolosa de su habitación, el personaje de Panther que da título al libro! Es el amigo imaginario sobre cuyo hombro podrá llorar Christine sus penas; una criatura, como todos los artificios de la imaginación, dúctil, mudable, metamórfica, nunca parecida a sí misma...
En este punto, muy al principio aún de la historia, percibimos que estamos ante un bonito cuento infantil con trasfondo simbólico: la típica historia de crecimiento, el viaje del niño hacia los escollos de la vida. Al mismo tiempo, nos empieza a importunar la sobreabundancia de texto, la verbosidad excesiva de unos personajes enganchados en lo que parece el diálogo insensato e incongruente de una cháchara infantil. El dibujo de Evens, sin embargo, sigue sin dar respiro: pese a la repetición acumulativa de sencillos planos de la conversación entre la niña y su amigo imaginario, la transmutación constante de Panther (proyectada por la imaginación de la niña) despliega tal derroche de ingenio y talento, que el lector no puede sustraerse a profundizar en los recovecos del diálogo que ambos mantienen.
Así, poco a poco, vamos intuyendo que detrás de esa charla aparentemente atolondrada, detrás del cuento infantil, en realidad se esconde algo más. Como suele suceder en los cómics de Evens, las capas de imágenes veladas y superpuestas encierran también secretos de la narración; subtextos y trasfondos que nunca le resultan explícitos al lector, pero que se arrastran por debajo de trama principal.
Eso sucede con Panther. Y a medida que se aparecen los nuevos amigos imaginarios de Christine, empezamos a sospechar que el cómic de Brecht Evens no es un amable cuento infantil con moraleja, sino una de aquellas terribles pesadillas que de niños nos despertaban en medio de la noche, sin que nunca adivináramos de dónde venían ni si iban a regresar al día siguiente.

jueves, julio 06, 2017

Cosmonauta, de Pep Brocal. 2.900 años con Héctor Mosca

La caricatura de Pep Brocal, angulosa, sintética, deudora de los mejores ejemplos de la Escuela Bruguera (Manuel Vázquez, Cifré, Raf), parecería más adecuada para el humor que para la reflexión filosófico-existencial. Los dos polos coexisten, sin embargo, en Cosmonauta, el último trabajo de un autor que cuenta ya con un larguísimo recorrido dentro del mundo del cómic y de la ilustración; y a quien ya leíamos en las revistas clásicas de los años 80, como Totem, Cairo o Zona 84.
Cosmonauta luce como una obra de madurez, una reflexión tragicómica acerca del devenir de una humanidad que parece abocada a la autodestrucción, mientras se consume en propia falta de expectativas y soluciones. Héctor Mosca es nuestra última esperanza. Es uno de los últimos cosmonautas seleccionados en el "Second Chance Project" para alcanzar los confines del Universo y transmitirle al Creador el "memorial de agravios en el que se detalla que los hombres no somos los únicos responsables de este fracaso". El cosmonauta Héctor viajará en una cápsula espacial preparada para mitigar los efectos del paso del tiempo durante los 2.500 años necesarios para alcanzar los límites conocidos del espacio.
El escenario paródico que articula el relato crea el contexto para el monólogo reflexivo de su protagonista; un monólogo interrumpido solamente por las intervenciones "sintéticas" de Nic, el procesador Intelic 9.2 de última generación que se encarga de la navegación de la capsula. El cínico nihilismo, rasgo extremo de humanidad, frente al racionalismo desapasionado y pragmático de la Inteligencia Artificial: la garantía de un diálogo imposible que termina ahogado en un monólogo desesperado y rencoroso. A lo largo de su viaje hacia el vacío más absoluto, el cosmonauta Héctor nos hará participes de otros procesos de vaciado: el de su propia biografía, sumida en la amargura del fracaso amoroso y la mediocridad social; y el vaciado de humanidad de una civilización globalizada, imprudente y consumida por el miedo y la violencia (representada por ese simulacro de megalópolis gobernada por militares, obispos y políticos demagógicos llamado Globecity).

En su doble periplo (interestelar e interior), el protagonista acude con frecuencia a sus recuerdos (insatisfactorios casi siempre) y al refugio mental de su único hogar verdadero: la barra de Chez Guido, su bar de cabecera y diván psicoanalítico; el escenario de algunas de las secuencias más ácidas y clarividentes del cómic. Interactos de cruel humorismo terrenal dentro de una historia más grande que el mismo Cosmos, en la que se conjugan con ingenio las teorías científicas sobre la creación del Universo, con los planteamientos religiosos en torno a la figura de un Creador.
La lucidez reflexiva del cómic de Brocal se extiende a lo largo de un guión que juega con inteligencia en una calculada ambigüedad de recorrido circular y que concluye con un epílogo sorprendente que cierra la historia en una vuelta de tuerca cargada de humanidad (y un punto de divina trascendencia). Una lectura con poso la de Cosmonauta.

jueves, junio 29, 2017

La levedad, de Catherine Meurisse, en Culturamas

http://www.culturamas.es/blog/2017/06/22/la-levedad-de-catherine-meurisse-lo-inexplicable/
Hemos reseñado para Culturamas La levedad, el último trabajo de la francesa Catherine Meurisse. No es un cómic cualquiera, son las páginas de una superviviente y es, a su vez, un ejercicio de supervivencia.
Meurisse trabajaba en la revista humorística Charlie Hebdo cuando, el 7 de enero de 2015, dos terroristas de Al-Quaeda irrumpieron en la redacción y perpetraron una masacre. Doce personas murieron en los atentados, entre ellos seis de los dibujantes de la célebre publicación satírica y varios colaboradores.
En La levedad, Meurisse hace un relato de la angustia de la quien permanece mientras todos se van (salvó su vida porque ese día fatídico llegó tarde a la redacción), un perfil psicológico, sentido, desgarrado y muy personal, de la angustiosa ingravidez en la que flotó como un fantasma los meses siguientes al atentado. La levedad es un cómic de retazos organizados en breves secuencias de linealidad emocional, más que cronológica. Su relato en viñetas está cargado de metáforas visuales y un humor trágico y amargo. Quizás, no existan muchas más formas de sobrevivir al sinsentido: "La levedad, de Catherine Meurisse. Lo inexplicable".

jueves, junio 22, 2017

El paraíso perdido, de Pablo Auladell, en SER Soria

Nos hemos acercado a la cadena SER, con nuestro buen amigo el filósofo Borja Lucena, para hablar del último Premio Nacional del Cómic concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. En octubre de 2016, los responsables del galardón decidieron que la mejor obra de 2015 había sido El paraíso perdido, de Pablo Auladell. Hubo varios candidatos igualmente meritorios durante ese curso, pero es innegable que el trabajo del alicantino es un cómic con mayúsculas, una adaptación del gran poema épico de Milton llena de fuerza, virtuosismo gráfico y talento secuencial.
En El paraíso perdido, Auladell (que trabajó durante más de cinco años en él) recurre a su habitual estilo pictórico para dotar de profundidad simbólico-alegórica a un trabajo cargado de matices y niveles de lectura.
De todo ello hablamos en este nuevo capítulo de "Cómics en la Biblioteca".

viernes, junio 09, 2017

Ferias, cómics y botones franco-belgas

Este fin de semana nos hemos acercado a la Feria del Libro, porque no sólo de fútbol viven los madrileños, parece.
Calor, mucha gente, cada vez más sesiones de firmas, colas localizadas para los (merecidos) triunfadores de la temporada y cada vez más casetas de cómics. Es más, nos ha sorprendido lo complicado que resultaba ojear páginas y novedades. No habia stand de literatura infantil, ilustración y cómics que no estuviera abarrotado. Buenas noticias para el mundo del tebeo, que ya no le pillan a nadie por sorpresa.
Además, como venimos observando en nuestra últimas visitas a la Feria, son cada vez más las librerías que invitan a dibujantes y guionistas a firmar ejemplares. Un pequeño salón del cómic al aire libre en el que tuvimos la suerte de saludar a David Sánchez (y hacernos por fin con su elogiado Un millón de años), que firmaba afanoso junto a Albert Monteys. No fueron los únicos. Aunque no estuvimos más que un par de horas, tuvimos también tiempo de ver y retratar a Carlos Spottorno y Guillermo Abril, firmando ejemplares de su tremendo La grieta; un poco más adelante estaba la ilustradora Victoria Francés con su legión de góticos agradecidos, colas considerables también a la espera de las firmas volátiles de Agustina Guerrero y muchos otros nombre ilustres que se anunciaban para las sesiones de la tarde en las planillas de firmas de las diferentes casetas (Altarriba, Kim, Miguelanxo Prado, Daniel Torres, etc.).
Por aquello de aprovechar el día, por la tarde decidimos acercarnos a la Casa del Lector del Matadero a echarle un vistazo a la exposición "Spirou en Madrid" (hasta el 11 de julio) que han organizado entre Dibbuks y la Fundación Germán Sánchez Ruiperez. Se trata de una mirada retrospectiva a uno de los personajes clásicos de la línea clara franco-belga; uno de los iconos indiscutibles del noveno arte. La exposición, formada básicamente por expositores con información historiográfica y reproducciones a tamaño póster de reinterpretaciones del personaje a cargo de algunos de los dibujantes españoles más reconocidos, funciona como recorrido diacrónico por los años de vida de este personaje emblemático, desde su nacimiento a manos de Rob-Vel y Jijé, hasta sus más recientes recreaciones a cargo de tipos tan talentosos como Morvan y Munuera o Yoann y Vehlmann.
Se echa en falta la presencia de algún original u otro aliciente para mitómanos, pero la exposición cumple su función divulgativa. Entre los lógicos guiños y referencias comparativas a El botones Sacarino (algo más que un préstamo tomado del cómic franco-belga), nos ha llamado la atención la abundancia de versiones transgénero del célebre botones belga entre las planchas-homenaje; algunas de ellas tan sugerentes como las que le dedican Fernando Vicente y David Pérez. Definitivamente (y afortunadamente) los tiempos están cambiando.

sábado, mayo 27, 2017

¿Cuánta tierra necesita un hombre?, de Martin Veyron. Hasta donde la codicia se expande

En muchos casos, la narrativa rusa del siglo XIX orbitaba alrededor de conceptos morales amplios, la culpa en Crimen y castigo o la pasión desordenada en Ana Karenina, por ejemplo. Es ese el caso también de Cuánta tierra necesita un hombre, el cuento de León Tolstói, que hace de la codicia y la pequeñez de la existencia el punto sobre el que pivota su trama.
El de Martin Veyron es uno de esos nombres clásicos autores franceses que toda una generación de lectores recordamos por sus apariciones frecuentes en revistas como Címoc o El víbora. Sus historias estaban cargadas de diálogos y relaciones, también morales, en las que se entretejían el sexo, los conflictos interpersonales y el desamor. Un tipo de autor, Veyron, que como Gerard Lauzier, conectaba el cómic con una forma muy francesa de entender el arte y la cultura, emparentada por ejemplo con el cine de la Nouvelle Vague.
Le habíamos perdido la pista a Martin Veyron hasta que ha llegado a nuestra manos este Cuánta tierra necesita un hombre. Se parece en poco al autor que recordábamos, sobre todo en el plano gráfico. Aquellas escenas cotidianas de línea clara, planos cerrados y entornos íntimos, han dejado paso ahora a un cómic que respira en un contexto rural de grandes espacios abiertos. Abunda el nuevo trabajo de Veyron en escenas paisajistas y estampas de bosques, lagos helados, trigales y estepas. Esos paisaje rurales latifundistas que tan importantes fueron en la narrativa de Tolstói y a los que el propio autor regresó en su vejez cuando la tierra ya no estaba en manos de los grandes terratenientes imperiales. De este modo, el propio escritor respondió a la pregunta de su cuento cuando abandonó todo cuanto tenía (incluida su familia), se despojó de posesiones y de los oropeles de la fama, y regresó a la vida sencilla del campo.
Esa idea esconde, en realidad, la historia y el trasfondo de Cuánta tierra necesita un hombre. La historia pequeña de Pajom, granjero y vecino de una aldea siberiana, que vive al día con su familia gracias a sus animales y una pequeña parcela para alimentarlos. La suya es también la historia de sus vecinos, con quienes comparte penurias y lindes con las vastas posesiones de otra vecina, una noble boyarda que hace ojos ciegos a las constantes intromisiones de sus vecinos en sus tierras de pasto, a los capturas que éstos pescan en los ríos de su propiedad y a los árboles que talan de sus bosques. Un día, sin embarga, la boyarda, por mediación de su hijo Andreï, contrata un capataz para que vigile sus latifundios y propiedades. Ese será el punto de inflexión decisivo en la vida de Pajom, su familia y sus vecinos.
Para recrear la historia de Tolstoi, Veyron recurre a un convincente realismo de líneas sueltas y ágiles que, en algunos momentos, nos recuerda al trazo de Blain y en otras ocasiones al estilo naturalista de Rubén Pellejero. Su recreación de los paisajes rurales y de las grandes planicias siberianas es de una belleza sobrecogedora, pero íntima y sencilla. El recorrido del protagonista por los paisajes de la Rusia antigua está subrayado por secuencias mudas de bellas postales que, por momentos, transforman una historia costumbrista con moraleja en un cómic de viajes y de miradas. Un disfrute para el lector-pasajero de unas viñetas con historia y con mensaje.
Monsieur Veyron, ha sido un placer el reencuentro.

viernes, mayo 19, 2017

Iron Fist, la serie. Puño de plomo

Frente al cacao-maravillao-multivérsico hacia el que parecen encaminarse las adaptaciones cinematográficas del género superheroico, el trasvase televisivo de la noción de crossover que está llevando a cabo Netflix sobre la base del Universo Marvel nos estaba creando muchas expectativas. Ya saben, la aparición de Luke Cage en la serie dedicada a Jessica Jones, la de The Punisher en Daredevil o la presencia de esa doctora Claire Temple, protagonizada por Rosario Dawson, que con su aparición en todas las franquicias enhebra todas las sagas abiertas dentro de una misma realidad ficcional.
Con esta idea en mente, comenzamos a ver Iron Fist, la serie de Scott Buck basada en el personaje creado por ese gigante del cómic que fue Gil Kane y ese otro que sigue siendo Roy Thomas. Los dos primeros episodios nos parecieron prometedores. Teníamos la sensación de que la serie intentaba de algún modo capturar el tono de la excelente adaptación que del superhéroe hicieron hace diez años Ed Brubaker, Matt Fraction y David Aja (¡qué tres!); y cuyo mejor nivel duró hasta que el último de ellos abandonó el puesto de dibujante de la misma. El interés por la adaptación televisiva nos ha durado mucho menos.
Aunque la serie tiene varios hallazgos en la elección de reparto, en su ambientación y en la fidelidad a la idea original, tenemos la sensación de que a Netflix se le está yendo la mano con su insistencia en la personalidad torturada y angustiosa del superhéroe; que en el caso de las adaptaciones televisivas suele traducirse en la elección de actores blanditos (véanse Charlie Cox en Daredevil o Finn Jones en esta Iron Fist) y en el repertorio de pucheros y gestos toruturados que esgrimen sus personajes. Seguramente la imagen de querubín rubio con ojos azules de Jones no haya sido la mejor elección para este Iron Fist.
Tampoco acaba de funcionar el ritmo narrativo de la serie. Es más, por momentos resulta un tanto plomiza la insistencia en el elemento corporativo de Industrias Rand y los enredos de la familia Meachum.
La apuesta de Netflix por la actualización del Universo Marvel (en una suerte de revisión ultimate catódica) y su búsqueda de una sobria verosimilitud adaptada al tiempo presente, tiene como contrapartida una dosificación de la acción que, en bastantes momentos, termina por desconectar al espectador de la fantasía superheroica. En ninguna de las series de Netflix es este hecho más evidente que en Iron Fist. Es más, en ese ánimo "realista" las menciones a La Mano y a K'un-Lun terminan chirriando y nos suenan (nos van a perdonar la broma) a chino.
Acabamos de comenzar ahora con Legión (la serie de Noah Hawley para FX), también de la factoría Marvel. Hasta ahora la cosa tiene una pinta bárbara. Crucemos los dedos.

viernes, mayo 12, 2017

La novela gráfica española y la memoria recuperada

http://edizionicafoscari.unive.it/it/edizioni/libri/978-88-6969-145-4/
Acabamos de publicar un estudio en el libro Historieta o Cómic. Biografía de la narración gráfica en España, de Edizioni Ca’ Foscar (editado por Alessandro Scarsella, Katiuscia Darici y Alice Favaro). En él, tenemos el honor de compartir páginas con investigadores de la talla de Antonio Martín o Manuel Barrero, así que no podemos estar más satisfechos. Se pueden ustedes descargar el libro en pdf de forma gratuita.
Este es el -creemos- interesante índice de la obra:
 
En nuestra colaboración hemos intentado acercarnos al fenómeno de la memoria histórica y al modo en que algunos creadores contemporáneos están llevando a cabo una labor que debería estar encabezada por las autoridades políticas y por una administración que se demuestra temerosa, arbitraria e injusta. Una sociedad difícilmente puede avanzar si no se cierran las heridas, se resarce a las víctimas y se pide perdón por los errores cometidos. Fundamentos de base que, frente a ejemplos muy recientes (como los de Argentina y Chile), o más lejanos en el tiempo (el ejemplo obvio de Alemania), en nuestro país  siguen sin afrontarse o resolverse. De todo ello hablamos en "La novela gráfica española y la memoria recuperada", cuyo texto arrancan así:
Concluida la Guerra Civil Española, el gobierno franquista en el poder llevó a cabo una política de purga y exterminio contra los supervivientes del ejército republicano derrotado y aquellos ciudadanos que habían colaborado con él o simplemente se habían mostrado desafectos hacia la causa del régimen. La historia de estos represaliados ha permanecido silenciada y ‘enterrada’ durante décadas en el olvido y en miles de fosas comunes. La Ley de la Memoria Histórica aprobada por el Parlamento Español en 2007 intentaba reparar y reconocer a las victimas de la Guerra Civil y el franquismo, sin embargo, su recorrido fue tan breve como el alcance de su puesta en práctica.
En nuestro estudio nos referiremos a este proceso político fallido y a cómo el espíritu de la iniciativa pervive gracias a actuaciones individuales y proyectos artísticos/culturales. Llevaremos a cabo un recorrido somero por aquellos cómics de postguerra que, de algún modo, se refirieron a los efectos del conflicto sobre los derrotados de Guerra Civil, hasta llegar al auge presente de la novela gráfica. Nos centraremos en una serie cómics que abordan los efectos de la Guerra Civil y de la dictadura en el bando de los perdedores; obras como El arte de volar, Los surcos del azar o Un médico novato, que a su manera funcionan como ejercicios reales de recuperación de la memoria histórica.