lunes, junio 11, 2018

Zenobia, de Dürr y Horneman. Naufragios

El de Lars Horneman y Morten Dürr es un cómic breve que se lee en un suspiro que termina ahogado en congoja. En 2016 recibió los premios a Mejor Cómic y Mejor Cómic Infantil, por parte del Ministerio de Cultura de Dinamarca.
Su título, Zenobia, remite a una figura mítica de la antigüedad: la reina de Palmira, "la mujer más bella del mundo", aquella heroína que levantó su imperio desde Alejandría hasta Ankara contra la presión de romanos y sasánidas. Zenobia es también el nombre de un ferry que se hundió en 1980 cerca de las costas de Chipre; metáfora trasparente de todas esas pateras que cada día naufragan en las aguas del Mediterráneo.
La protagonista de Zenobia es otra heroína, anónima en este caso. Se llama Amina y aún no ha cumplido los diez años. Huye en patera de una de esas guerras interminables que asolan Oriente Próximo ante la indiferencia del resto del Planeta, ante las que Occidente elude responsabilidad y humanidad. Huye de grupos terroristas, como ISIS o Boko Haram, que han puesto a Occidente en su punto de mira, pero que también han convertido a las mujeres en enemigo. El cómic de Dürr y Horneman es la historia de un viaje que sólo puede salir mal.
Su recorrido se apoya en dos recursos narrativos fundamentales: uno de naturaleza temática (esa idea de que toda la vida pasa por delante de nuestros ojos antes de morir) y otro de base secuencial (el empleo de la página-viñeta). De algún modo, Zenobia nos recuerda a aquellas novelas gráficas ilustradas de los años treinta del siglo pasado (Lynd Ward, Frans Masereel, Otto Nückel) en las que la página adquiría el rango de unidad narrativa fundamental. En Zenobia las páginas-viñeta se alternan con otras secuenciadas en viñetas, pero son las primeras las que, paradójicamente, en vez de acelerarlo crean un ritmo de lectura más lento (una ralentización que, en ocasiones, se subraya gracias a secuenciaciones internas y subdivisiones estratégicas de la página-secuencia). Esta lectura lenta se apoya en el detalle, en la creación de indicios y en el presentimiento trágico. Pero también en uso muy medido del color: rosas y azules para el relato histórico, tonos ocres quemados para los flashbacks del recuerdo, vuelta a la policromía para el relato presente... Son esas grandes viñetas a toda página las que nos ahondan en el azul turquesa del mal y en un horizonte plomizo que no permite atisbar ninguna esperanza.

Apenas hay palabras en el cómic de Horneman y Dürr. El de la niña Amina es un drama silencioso. Una historia de tantas que, aunque en este caso tenga nombre propio, podría (debe) leerse como el instante anónimo de una tragedia repetida. El testimonio recreado de esa carrera hacia la deshumanización que día a día va devorando el planeta.

jueves, mayo 31, 2018

La tortuga roja, de Michael Dudok de Witt. La soledad del náufrago

Pocas cintas recientes (¿Boyhood, quizás?) han sido capaces de mostrar de forma más simbólica y sintética el ciclo de la vida, la muerte (y el proceso de supervivencia que discurre entre ambos) que La tortuga roja (2016), la película de animación del Estudio Ghibli dirigida por el dibujante holandés Michael Dudok de Wit. En 2017 obtuvo el Óscar a la Mejor película de animación.
Desde la sencilla metáfora del náufrago desvalido en una isla desierta, la cinta indaga con lirismo contemplativo en los procesos de supervivencia y crecimiento personal ante la adversidad. Y como la soledad suele ser muda, lo hace sin una sola palabra; valiéndose únicamente de la fuerza de las imágenes y de los sonidos vibrantes y multicolores de la naturaleza. No recordamos una película de dibujos animados en la que el mar y sus criaturas traspasen la pantalla con mayor verosimilitud. Los planos generales de la isla enmarcan la soledad del protagonista con sus imponentes bosques de bambú, los perfiles de los arrecifes de coral o los vertiginosos acantilados. También los habitantes de la isla participan de este naturalismo envolvente: lejos de identificarse con el estilo tradicional de Ghibli, los personajes de La tortuga roja nos recuerdan por su diseño realista y conciso a los que llenan las páginas de los cómics de Emmanuel Guibert o de Paco Roca.
En la primera parte de la cinta no es difícil identificarse con la zozobra del personaje principal (en la claustrofóbica escena de la cueva submarina, por ejemplo), maravillarse con sus exploraciones y descubrimientos o, más adelante, sobrecogerse por su desvalimiento ante las fuerzas desbocadas de la naturaleza.
El simbolismo de la historia se desdobla en dos direcciones: por un lado, en las secuencias oníricas que (como en un espejismo o en una pesadilla) recogen la angustia desesperada del protagonista principal; por otro, en el componente fantástico que convierte a la naturaleza en elemento dador de vida y portador de muerte. Es ahí donde irrumpe la figura animal que da nombre a la cinta: esa tortuga roja que abre la posibilidad de que, en un giro argumental inesperado, la existencia solitaria del náufrago recobre su esperanza. A partir de ese punto de inflexión simbólica, podemos interpretar todo el relato como una gran fábula panteísta en la que las vivencias de los protagonistas (el náufrago y sus nuevos acompañantes) podrían traducirse como una gran metáfora de las diferentes etapas vitales del ser humano (nacimiento-crecimiento-emancipación-muerte) y un reflejo de su papel insignificante dentro del universo.
Y entre tanto náufrago, un aviso para navegantes y espectadores despistados: no esperen grandes sobresaltos argumentales (alguno hay, no obstante), ni acción trepidante en La tortuga roja. Pese a su paternidad holandesa y su producción parcialmente gala, en esta película late con fuerza el espíritu de Ghibli (no es casualidad que fuera fue el mismísimo Isao Takahata quien recomendara al director holandés), con su habitual cadencia contemplativa y su vínculo inquebrantable con la naturaleza y las filosofías animistas. Estamos ante una obra pausada, profunda y llena de argumentos para la reflexión.

jueves, mayo 17, 2018

Con Sonny Liew en Jot Down

Por segundo año, Jot Down (gracias a la perseverancia de su editor de cómics Iván Galiano) y ACDCómic han decidido publicar su anuario con los cómics esenciales de 2017. Así se anuncia en la página editorial de la revista:

Cómics Esenciales 2017 es un anuario de Jot Down y la Asociación de Críticos y divulgadores de Cómic que explora las obras y los temas más relevantes en el año de referencia de la mano de los mayores expertos en cómics. Firmas como Jordi Canyissà, Francisco Naranjo, Elizabeth Casillas, Óscar Senar, Alex Serrano, Kike Infame, Carolina Plou, Óscar Gual, Daniel Ausente, Henrique Torreiro y Joan S. Luna, entre otros, reseñan los 100 mejores cómics publicados en España durante el año 2017 a lo largo de 244 páginas a todo color. Cómics Esenciales 2017 también incluye una entrevista de Álvaro Pons a Nuria Tamarit y Daniel Torres y cinco artículos que tratan en profundidad aspectos, géneros y tendencias protagonistas en la actualidad del mundo del cómic. Incluye la versión digital para descargar inmediatamente.
Y un año más, también, hemos tenido la suerte de que nos inviten a participar en el mismo. Lo hemos hecho con una reseña de El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Amok/Dibbuks, 2017), de Sonny Liew, uno de nuestros cómics favoritos del año pasado; que además se alzó con el Premio a la Mejor Obra Extranjera en el Salón del Cómic de Barcelona 2018. Así comienza nuestra reseña: 

Antes de profundizar en El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur, de Sonny Liew, nos gustaría referirnos a sus portadas. En la edición española de Amok/Dibbuks se muestra el dibujo de lo que parece ser una foto familiar antigua sobre el fondo sepia de un papel de estraza envejecido. Sólo cuando prestamos atención a los detalles reparamos en que los cinco personajes retratados con estilizado realismo que conforman el grupo son en realidad una misma persona en diferentes momentos de su vida: se trata de cinco versiones cronológicas de Charlie Chan, el personaje que da nombre a la obra.

La cubierta original singapurense, sin embargo, es completamente diferente. En su día, Epigram Books optó por una portada-collage formada por cuatro viñetas distintas: la más grande (la que ocupa los dos tercios superiores de la página) representa a un niño oriental dibujado con el estilo clásico del manga infantil que popularizó Osamu Tezuka; el mismo estilo se repite en las dos primeras viñetas que ocupan la banda inferior, que muestran un robot y una escena de multitudes. En la viñeta inferior derecha, por el contrario, se representa medio rostro humano en un estilo pictórico muy realista.

La elección de portadas alternativas en las diferentes ediciones (en Estados Unidos Pantheon Books utilizó la portada de Epigram) no es irrelevante. Todas ellas nos descubren información significativa acerca de El arte de Charlie Chan Hock Chye.
 

viernes, mayo 04, 2018

Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris, en Culturamas

Con motivo de su publicación en español, volvemos a Culturamas para hablar del cómic revelación de 2017: Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris; un trabajo sorprendente y repleto de hallazgos narrativos que no va a dejar indiferente a nadie y que maravillará a los rastreadores de rarezas. Esta es nuestra reseña: "Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris. Todos somos monstruos". Y así comienza:
El cómic de Emil Ferris es un prodigio de imaginación que combina una compleja inteligencia creativa en el manejo de referencias simbólicas con esa sinceridad desarmante basada en la inocencia casi infantil que transmite el punto de vista elegido (el de la niña Karen Reyes). Lo que más me gusta son los monstruos está formado por  400 páginas dibujadas sobre papel pautado de rayas (con la habitual línea roja de margen y los dos agujeritos para archivar la hoja en una carpeta de anillas). Sobre esa superficie convencional que nos retrotrae a nuestra edad escolar, despliega la autora su barroquismo low art: ¡Y qué manera de dibujar la de Ferris! ¡Qué forma de actualizar el entramado profuso del underground hasta convertir su trazo en un realismo virtuoso que parece ejecutado a mano alzada! (Sus dibujos nos recuerdan a los ejercicios de estilo realista con los que maestros como Robert Crumb o Chris Ware completan cuadernos de bocetos que luego son publicados como libros de ilustración para completistas)...

(Continúa aquí)

miércoles, abril 25, 2018

Recomendaciones para "el día del cómic", en Culturamas

Éstos han sido los cómics que hemos recomendado para el día del libro en Culturamas, nuestro boletín cultural favorito:

Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books) de Emil Ferris: El cómic de Ferris fue el gran triunfador del curso pasado en Estados Unidos y se esperaba su publicación en nuestro país como todo un acontecimiento. La autora ha facturado una obra inclasificable en la que el bolígrafo, los lápices de colores y el rotulador recrean sobre hojas pautadas de cuaderno un cuento grotesco habitado por niñas que quieren ser monstruos, jóvenes pandilleros, madres sobreprotectoras, mujeres asesinadas y un vecindario espeluznante lleno de secretos. Detrás de todo ello, se despliega un monumental ejercicio simbólico acerca del crecimiento personal y la supervivencia, un relato turbador y heterodoxo que combina su ritmo hipnótico con un talento gráfico desatado. Lo que más me gusta son los monstruos es un cómic que no puede dejar indiferente a nadie.
Oscuridades programadas (Salamandra Graphics), de Sarah Glidden: Una expedición a Oriente Próximo en plena crisis de refugiados (los que huían de su país después de la Segunda Guerra de Iraq en 2010), un colectivo de jóvenes periodistas independientes (los miembros de Seattle Globalist) y una dibujante que se embarca en la misión con el fin de recoger en viñetas la crónica de lo acontecido. Éstos son los ingredientes de Oscuridades programadas, una voluminosa novela gráfica que se mueve en el territorio metaficcional de una obra que se construye a sí misma mostrando el proceso de su elaboración; pero también un reportaje periodístico en sí mismo: una reflexión honesta y comprometida acerca la responsabilidad directa de Estados Unidos (y Occidente en general) en los conflictos de Oriente Próximo. Oscuridades programadas es una reflexión fascinante sobre el acto de ser periodista y sobre el acto creativo que supone la creación de un cómic.
El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Dibbuks), de Sonny Liew: El reciente ganador del Premio a Mejor Obra Extranjera del Salón de Cómic de Barcelona 2018 es un trabajo portentoso alrededor de la biografía simulada del dibujante de cómics Charlie Chan Hock Chye; tan falso él como su obra. A través de la ficcionalización vital del personaje de ficción, Sonny Liew reconstruye la historia reciente de Singapur, al mismo tiempo que levanta ante nuestros ojos un gran fresco de la historia del cómic. Así, el relato del crecimiento artístico del dibujante protagonista (con sus diferentes fases de evolución estilística) nos permite acercamos indirectamente a la obra de maestros del cómic como Winsor McCay, Walter Kelly, Osamu Tezuka, Jiro Taniguchi, Jack Kirby o Frank Miller. De este modo, el itinerario formativo de Charlie Chan Hock Chye se convierte en un gran collage postmoderno de estilos, guiños y citas a la historia del cómic. Un collage multidisciplinar que combina las fotografías familiares, ilustraciones, cuadros y recortes de periódico de una vida que nunca fue.
Si quieren conocer las muy interesantes recomendaciones del resto de colaboradores, entren y vean: "Los libros, los cómics".

jueves, abril 12, 2018

Series mutantes en Fuera [de] Margen

Acaba de publicarse el monográfico #22 de la revista Fuera de Margen (Observatorio del Álbum y de las Literaturas Gráficas), una de las publicaciones más sugerentes, atrevidas y cuidadas de entre las dedicadas a las narrativas gráficas en nuestro país. En su último número, dedicado a las series, cuenta con sugestivos acercamientos panorámicos a la serialidad en los álbumes infantiles y en los cómics; pero también con estudios monográficos (sobre Ian Falconer, Aurélien Débat o Lewis Trondheim), con una entrevista a la autora Anaïs Vaugelade e incluso con un miniálbum recortable y editable de Giulia Gallino. Gracias a la amabilidad de Ana Lartitegui, su Jefa de Redacción en España, hemos tenido la suerte de poder participar en este último número con un artículo dedicado a los trasvases entre los cómics de superhéroes y las adaptaciones seriales audiovisuales: "Series mutantes en la postmodernidad tardía".

Les dejamos con el sumario de la revista, desglosado por sus editores:

nº 22 - marzo 2018

Entrando en su sexto año de ediciones ininterrumpidas, el Fuera [de] Margen lanza su monográfico #22. «Series» se ocupa de otear la parte excepcional, atípica o curiosa, dentro del fenómeno editorial de lo seriado: las series fallidas, las que avanzan a trompicones, las que acabaron en serie sin proponérselo, las que funcionan sin personaje y, sobre todo, los nuevos derroteros adoptados por las series que actualmente fuerzan las mutaciones dentro del tema, esas que parecen concebidas no tanto para explotar la parte comercial del asunto sino para poner a prueba sus posibilidades expresivas.

La nueva entrega «Series» luce la portada de Aurélien Débat, autor recientemente laureado en la Feria de Bolonia 2018 por su obra Cabanes, ilustrador que dentro de su producción gráfica explora la composición-descomposición en módulos del paisaje y los objetos para operar con ellos las mil variables posibles. Por tanto, tenemos que bajo el epígrafe «Series» abarcamos no sólo un fenómeno editorial sino también una reflexión sobre las diversas mutaciones que hoy alteran la forma tradicional de lo seriado para conducirla por terrenos de experimentación.

En cuanto a las series para los más pequeños, con Marianne Berissi observamos las claves específicas de las series infantiles de álbum y las innovaciones dentro de la pauta, en el artículo ¿Es la serie soluble en el álbum? Con Françoise Gouyou-Beauchamps volvemos al famoso personaje de Ian Falconer, Olivia, con motivo de la reciente aparición del último título de la serie Olivia la espía, en Cuando aparece Olivia También una disertación a través del ejemplo sobre las variables que resuelven y garantizan la identificación y fidelización del lector con sus personajes, con Beatriz Sanjuán en su artículo Vivir en serie. Asistimos a la conversación mantenida entre Sophie Van der Linden y la autora de las series Zuza y Les Quichons, a propósito del éxito y el fracaso, en la entrevista Anaïs Vaugelade: «¿un poco más de serie?».

En su artículo de opinión Yann Fastier incide sobre la previsibilidad y el efecto reconfortante de las lecturas en serie, eEl retorno del eterno retorno.

En cómic, Rubén Varillas analiza la relación entre las producciones fílmicas de superhéroes de hoy y las series de Marvel y DC de hace un par de décadas, así como el universo de posibilidades narrativas que se abre con este fenómeno de las series televisivas. Lo leemos en Series mutantes en la postmodernidad tardía. Acerca de la evolución y mutaciones de las series y particularidades de su producción desde sus orígenes hasta nuestros días, en el artículo La serie en cómic: ¿una máquina de producir relatos? escrito por Liliane Cheilan. Con motivo de la reciente reaparición de Lapinot en Les Nouvelles Aventures de Lapinot. Un monde un peu meilleur, observaremos  los avatares del sistema de series que se genera entorno este personaje, en Variaciones en serie con Trondheim: las diferentes encarnaciones de Lapinot escrito por Côme Martin.

Sophie Van der Linden se interesa por las propuestas plásticas con las que la idea de lo seriado entra en experimentación, en Jochen Gerner, autor de series.

[Carta blanca] para el equipo que forman Ellen Duthie, Daniela Martagón y Raquel Martínez, en Matrioska Wonder Ponder: ¿Cuántas series caben dentro de una serie?

En la sección internacional, las ediciones francófonas de Canadá en Quebec: la renovación del álbum, a cargo de Marie Barguirdjian.

Rematando el sumario como es habitual, la sección [Ópera Prima] esta vez con la italiana Giulia Gallino y su sorprendente obra dedicada al «género negro», En su casa por la noche.

Disponible por suscripción en fuerademargen@pantalia.es

jueves, abril 05, 2018

En defensa de la Ciudad Tesoro, de Michael Arias. Gatos ciberpunk

En defensa de la Ciudad Tesoro (Tekkonkinkreet, 2006), de Michael Arias, no es un anime al uso. Por de pronto, su diseño prescinde de los contornos suaves y los rostros afables asociados al dibujo animado japonés tradicional. Sus líneas angulosas y los rasgos afilados de sus personajes pudieran haber sido ejecutados por el Dave McKean de Cages o por un Teddy Kristiansen de inspiración nipona. En realidad, la película de Arias es una adaptación de Tekkonkinkreet, uno de los cómics de Taiyō Matsumoto; mangaka heterodoxo y talentoso con un estilo gráfico inconfundible. Es fácil encontrar conexiones (visuales, obviamente, pero también temáticas) entre En defensa de la Ciudad Tesoro y otra obra de Matsumoto como Sunny. Ambos están protagonizados por adolescentes inadaptados capaces de encontrar su hogar en coches abandonados; jóvenes que se enfrentan a la necesidad de crecer en un entorno refractario habitado por adultos sin escrúpulos ni empatía.
El filme se mueve en un territorio tradicional del anime, el del ciberpunk, su mirada distópica tiene más que ver con una revisión simbólica del presente que con un futuro tecnológico. La gran ciudad crece con desmesura entregada a una voracidad urbanista que se alimenta de los más desfavorecidos. Vehículos, muchedumbres y letreros de neón conviven en un magma de ruido acústico y visual. En ese contexto, Ciudad Tesoro sobrevive como un resto arqueológico de otros tiempos en los que las personas intentaban convivir en comunidad. El distrito adolece de los mismos defectos que el resto de la ciudad, cierto, pero sus calles están limpias, sus gentes sonríen y la vida comercial y los centros de entretenimiento conservan cierta humanidad pretérita. La ambientación ciberpunk de Tekkonkinkreet no siempre es oscura y desasosegante: en sus cielos brilla el sol y vuelan las aves, su arquitectura combina el diseño steampunk con la impronta clásica de templos y monumentos orientales y occidentales (algunos de ellos reconocibles, como la réplica de Santa Sofía). Pero (y en esto sí que se ajusta al tópico del anime ciberpunk) el empuje de las macrocorporaciones y de las grandes empresas de la construcción amenaza con hacer desaparecer cualquier vestigio de humanidad.
En Ciudad Tesoro sobreviven los hermanos Kuro (Negro) y Shiro (Blanco), conocidos como los “Gatos”. Porque eso son, dos gatos callejeros que habitan en azoteas, saltan entre cornisas y cometen pequeñas fechorías alimenticias; dos gatos resabiados de ciudad que intentar proteger su territorio con uñas y colmillos afilados. Kuro, el mayor, es un joven arisco, sombrío y protector; su hermano Shiro es el niño inmaduro, inconsciente, eternamente feliz y resiliente ante un entorno que invita más a la supervivencia que al optimismo. Ambos representan una imagen de la juventud como dualidad simbólica: inocencia frente a rebeldía, fantasía frente a realidad, verano frente a invierno. 
Con estos mimbres futuristas, Arias construye una fábula vertiginosa y violenta, en la que conviven empresarios corruptos, yakuzas, policías desbordados, bandas callejeras y sanguinarios humanoides casi indestructibles, mientras en el cielo azul sigue brillando el sol. La reestructuración urbanística de Ciudad Tesoro movilizará a los Gatos en su defensa, pero, paradójicamente, también a sus habitantes menos recomendables; todos ellos reconocen que en su lucha no importa tanto preservar una geografía como una forma de vida que tiende a desaparecer bajo el peso del dinero, el combustible principal de la codicia humana. Al final, todo se reduce a esa lucha eterna entre la luz y la oscuridad.


En defensa de la Ciudad Tesoro no es una película sencilla; como tampoco suelen serlo los cómics de Matsumoto. Sus paisajes son tan intrincados como su línea narrativa, prolija en personajes, subtramas e insertos oníricos. La acción se alterna con la mirada nerviosa de una cámara que tan pronto se recrea con la descripción visual a vuelo de pájaro de los escenarios neobarrocos, como con los primeros planos contemplativos sobre detalles poéticos; un lirismo que también comparten ciertos diálogos y las reflexiones en voz alta de los protagonistas. Dicho lo cual, la cinta de Arias puede presumir de una energía visual y una personalidad estética que no dejará indiferente a ningún amante del anime exigente.

jueves, marzo 29, 2018

La deuda, de Martín Romero. Caer en desgracia

Benjamín Castaño también fue joven. Uno de tantos que abandonan el pueblo para crecer y ganarse el pan en la gran ciudad. Allí, consiguió fama efímera tras hacerse un nombre como humorista. Pero ni la vida nos otorga certezas ni las buenas rachas duran eternamente.
Ahora, Benjamín Castaño está arruinado. Malvive en un cuchitril arrendado (de los que cada vez abundan más en ciudades como Madrid y Barcelona) y se ve día a día acompañado por la sombra de uno de esos infaustos asalariados que visten de etiqueta para anunciar la desgracia ajena a los cuatro vientos: a Benjamín le cuenta los pasos un cobrador del frac. Y ese es sólo el menor de sus problemas.
Más o menos así arranca la trama de La deuda, el último cómic de Martín Romero; un autor que ya dejó muy buena impresión con sus Episodios lunares y, sobre todo, con su celebrado Las fabulosas crónicas del ratón taciturno. Como ya comprobamos en aquellos casos, el dibujo caricaturesco con aire infantil de Romero funciona especialmente bien para ilustrar lo opuesto a lo que se esperaría de los rostros afables de sus personajes: azucarillos de alienación y amargura.
Y es que, detrás de las miserias de Benjamín Castaño, La deuda esconde una visión pesimista del mundo que nos está tocando vivir. En sus páginas se denuncia la incomunicación que asola a unas sociedades cada vez más tecnológicas e hipervinculadas; la imposibilidad de ser libre cuando tus pasos y las expectativas de futuro están escritas de antemano; la miseria de muchos que socava la lustrosa superficie de la sociedad del espectáculo y el entretenimiento sin fin. En su cómic, Romero emplea abundantes secuencias descriptivas que funcionan como paréntesis de creación de ambiente, pero también como pausas contemplativas de un desastre colectivo: el de los desposeídos que circulan por nuestras urbes como un ejército invisible de ciudadanos olvidados.
Junto a estas secuencias aspectuales, al final de cada episodio el cómic introduce una coda con una de las actuaciones escénicas de Benjamín Castaño: una suerte de club de la comedia a doble página que, en realidad, no tiene ninguna gracia, pero que sirve para subrayar con inteligencia paradójica la acumulación de desgracias del personaje, al mismo tiempo que se aportan indicios sobre su pasado y el recorrido que le ha llevado hasta su infortunio presente.
La desgraciada narrativa del protagonista sólo encuentra un atisbo de esperanza en las páginas finales del cómic. Este rayo de luz conecta con su pasado y con sus renuncias; con aquello que el personaje decidió abandonar para buscar fortuna: los orígenes, la familia, el pueblo, la naturaleza, los amores antiguos... En este tramo final la historia de La deuda se enreda un tanto en soluciones estridentes y cierta inclinación hacia el thriller surrealista que no acaba de encajar con el tono general de la historia. La explosión final del hombre desesperado, sin embargo, conducirá hacia ese giro final que habrá de arrojar algo de luz sobre la decadente existencia de Benjamín Castaño. El protagonista desdichado de una vida de mierda que nos podría haber tocado vivir a cualquiera de nosotros.

viernes, marzo 16, 2018

Rubens, Malraux y unos franceses

Cuando la pintura dejó de descubrir nuevos medios de representación, se lanzó, tras Rubens, a una búsqueda delirante del movimiento, como si solo el movimiento llevara implícita desde entonces la capacidad de persuasión que habían aportado hacía poco los medios de representación conquistados. Pero no era un hallazgo en el modo de representar lo que iba a permitir dominar el movimiento. Lo que requieren los gestos de ahogados del mundo barroco no es una modificación de la imagen, es una sucesión de imágenes; no es sorprendente que este arte todo gestos y sentimientos, obsesionado por el teatro, acabase en el cine...
La cita es de El Museo Imaginario, de André Malraux. Habla de pintura y de cine, pero cada vez que la leemos, desde sus primeras líneas hasta su última palabra, no podemos dejar de pensar en Blain, Blutch, Sfar y toda esa generación de autores de cómic que franceses que, desde finales de los 90 (y Edmond Baudoin mediante), han llenado las viñetas de movimiento, ligereza y libertad expresionista. Quizás, de haber nacido algunas décadas después, Malraux hubiera rematado sus palabras de forma diferente: "...no es sorprendente que este arte todo gestos y sentimientos, obsesionado por el teatro, acabase en el cine y el cómic"

jueves, marzo 08, 2018

Piruetas, de Tillie Walden. Giros de cambio

Jueves, 8 de marzo de 2018. Primera huelga feminista global de la historia. Algo está cambiando.
Un día antes, una jovencísima dibujante de cómics de Texas publica en su muro de Twitter:
New to me and my work? Don't worry, I can explain it all. I'm Tillie. I draw comics. I'm gay. I'm from Texas. I go to bed earlier than most. That's all you really need to know. Check out my work here:
Una declaración de intenciones, un tuit sin filtro. Toda su obra lo es. Tillie Walden es un talento precoz y prolífico. Tiene 21 años y ya ha publicado cinco cómics; y bastantes más trabajos online. En este blog la hemos seguido y disfrutado casi desde el principio. Descubrimos su breve y emocionante I Love this Part con la certeza de estar ante una creadora diferente, sensible, turbadora y superdotada para el dibujo; su línea clara naturalista y detallista captura el fino tejido de la vida en todos sus detalles e imperfecciones. En The End of Summer, el intimismo y la exploración de la identidad sexual dejaban paso a una fantasía trágica llena de evocación y simbolismo que se desarrollaba en los escenarios idealizados y las estancias suntuosas de un gran palacio romántico. La vida familiar revestida de misterio, evocación y tragedia.
Recientemente, se ha publicado en España Piruetas, su último cómic. El más ambicioso y extenso hasta el momento. En sus casi 400 páginas, la autora lleva a cabo un ejercicio de revelación autobiográfica a partir de una de sus pasiones: el patinaje artístico y sincronizado.
Si I Love this Part se aproximaba a la sexualidad desde el lirismo y la evocación y The End of Summer insinuaba las asperezas del espacio social desde la fantasía alegórica de barrocos escenarios fabulosos, ahora, Piruetas brilla por su desnudez autoconfesional. Sin velos ni insinuaciones. Una salida del armario (como ella repite en sus páginas) en toda regla, con sus episodios impredecibles de angustia, euforia, frustración y descubrimiento. Todo ello filtrado por la dedicación obsesiva a una afición que, como sucede siempre, deja de serlo para convertirse en celda cuando el disfrute deviene en obligación, y el amateurismo se inclina hacia la profesionalización.
"Hice patinaje artístico y sincronizado de manera profesional durante doce años". Con esas palabras arranca un cómic en el que la pista de hielo termina por ser una metáfora de la vida misma; en el que los accidentes del éxito y el trabajo, los rigores insoportables del entrenamiento y la búsqueda de la perfección, terminan por reflejar, como en un espejo que separara dos dimensiones paralelas, a la niña y a la atleta, a la persona que intenta aceptarse y a la mujer que no puede fallar, al ser imperfecto, sensible y vacilante y a la profesional virtuosa, precisa y exigente.  En las páginas de Piruetas, Tillie gira sobre una pista de hielo tan fría como el patio de la escuela y acepta sus fracasos deportivos del mismo modo que sobrevive al bullying, al acoso o al rechazo social.
Cada capítulo de Piruetas se abre con una técnica de patinaje sobre hielo: salto de vals, pirueta scratch, flip, axel, etc. Cada una de ellas podría entenderse perfectamente como un hito, una marca señaladora de las etapas de crecimiento y maduración del ser humano; las marcas interiores que nos enseñan a aceptarnos y a intentar comprender el mundo que nos rodea. Esfuerzos individuales por asumir con normalidad que debemos aprender a vivir con nosotros mismos. Por eso, el cómic de Tillie Walden esta lleno de silencios y espacios vacíos; viñetas minimalistas en las que la protagonista baila sola y pelea contra el blanco de la página.
Piruetas no parece un trabajo de juventud. Quizás Tillie Walden tampoco sea tan joven como señala su acta de nacimiento. En todo caso, algo debe de estar cambiando en el mundo si una artista de  apenas veinte años decide que lo importante es ser fiel a uno mismo y lo grita a los cuatro vientos desde sus viñetas con la euforia de quien sabe que, aunque la existencia es jodida, hay que vivirla sin mentiras ni miedos. Muchas mujeres como Tillie Walden lo saben bien.