miércoles, septiembre 25, 2019

The Boys: cómic vs. serie

En 2006, el guionista Garth Ennis (Predicador) y el dibujante Darick Robertson (Transmetropolitan) comienzan a publicar The Boys en el sello Wildstorm, perteneciente a DC. Seis números después de su inicio, se cancela la serie por su tono polémico y subversivo. Al año siguiente, The Boys reanuda su andadura en un nuevo sello, Dynamite Entertainment, donde continuará hasta su finalización en el número 72, junto a tres miniseries. Entre 2013 y 2015, Norma Editorial publicó tres integrales en español, repletos de extras y artículos, que recopilaban toda la colección: el volumen 1, incluyó los números USA 1-30; el volumen 2 recopiló hasta el número 47, junto a algunas miniseries, como "Herogasm" y "Highland Laddie"; y, por último, el volumen 3 reunió el resto de números (48-72), además de la miniserie "The Boys: Butcher, Baker, Candlestickmaker".
Sin embargo, aunque el cómic de Ennis y Robertson se granjeó un buen número de fieles, su éxito masivo no ha llegado hasta 2019, con la adaptación televisiva producida por Amazon para su plataforma audiovisual. The Boys ha sido uno de los estrenos seriales más exitosos y comentados de este año.
¿A qué se debió la accidentada edición inicial del cómic? ¿Qué empujó a DC Comics a recular y abandonar su publicación, hasta el punto de ceder la serie a otra casa editorial (incluidos los 6 primeros números que ya habían sacado ellos)?
Hace falta un poco de reflexión diacrónica.
Si a finales de los 80 y comienzos de los 90 el cómic de superhéroes había renacido a partir de la revisión crepuscular y adulta de sus fundamentos (ya saben, Moore, Miller, Mazzucchelli, etc.), los últimos 90 y el arranque del siglo XXI resituarán el género en el territorio postmoderno de la metaficción y sus rasgos pertinentes: parodia, autorreflexividad crítica, autorreferencialidad, interdiscursividad, etc. Son los años gloriosos de esa pandilla de guionistas y dibujantes descreídos y subversivos que deciden poner al clasicismo superheroico patas arriba, dando la vuelta como un calcetín a algunos de sus valores "incuestionables". Es también el periodo de la consolidación del multiverso, el what if.., los crossover devenidos en fenómeno de masas y los del éxito definitivo de las adaptaciones transmediales (al cartoon primero y al cine digital después).
Dentro de ese panorama, cada vez aparecen más autores (algunos con una larga trayectoria) que basan su trabajo en la transgresión, el desbordamiento del molde y la parodia indisimulada: hablamos de guionistas británicos como Mark Millar, Warren Ellis y el escocés Grant Morrison a la cabeza de todos ellos; pero tambien de Mike Allred y Peter Milligan, con su genial X-Force; de Joe Kelly, Kevin Smith, Brubaker, Michael Bendis.. y de Garth Ennis, claro.
Aunque habría que situarla al margen del género superheroico, Ennis ya había mostrado a las claras sus intenciones creativas con Preacher (1995-2000), una de las obras fundamentales del cómic reciente. En sus páginas, el británico daba rienda suelta a una violencia casi gore y a una desinhibición absoluta por lo que respecta a la corrección política de los temas tratados, el lenguaje o la sexualidad. Con la elección del dibujante Steve Dillon y de Glenn Fabry como portadista, además, Ennis marcaba el territorio grafico que le interesaba para su rompedora propuesta: un estilo expresivo agreste y muy explícito, que, de algún modo, emparentaba Preacher con la segunda fase del underground de los años 70 (Rand Holmes, Jack Jackson, Richard Corben).
Cuando concibe The Boys, Ennis pretende llevar la ultraviolencia y el espíritu subversivo de Preacher aún un paso más lejos. La elección de Darick Robertson para la parte gráfica incide en aquellas mismas motivaciones underground, potenciando aún más, si cabe, la explicitud sexual y el grafismo encarnizado. Se trata de golpear en el estómago a la industria del entretenimiento de los superhéroes que representaban Marvel o DC, con sus héroes pluscuamperfectos y sus múltiples y desordenadas fecundaciones de supergrupos en mutación constante. No fue una sorpresa que, como ya hemos dicho, DC decidiera cancelar la serie apenas llegada a su sexta entrega. 
The Boys debe interpretarse como la deconstrucción postmoderna y nihilista de un género desde su parodia más radical y grosera. Los guiones de Ennis no dejan títere con cabeza y casi todas las citas y referencias intertextuales que llenan sus páginas distan de ser sutiles. Casi desde la primera viñeta, reconocemos a personajes que funcionan como el trasunto indisimulado de los grandes mitos del cómic de superhéroes: ahí están Superman, Superwoman, Aquaman, Flash, Batman o el Detective Marciano; aunque en las páginas de The Boys se llamen, con mucha sorna, The Homelander, Queen Maeve, The Deep, A-Train, Black Noir y Jack from Jupiter.
Todos ellos forman el supergrupo más poderoso del mundo, The Seven, versión bufa y depravada de Justice League, aquel grupo que a principios de los 60 inauguró para el universo DC la época gloriosa de los conjuntos superheroicos. A lo largo de las páginas de The Boys encontraremos remedos burlescos de los principales supergrupos de Marvel y DC, con sus nombres alterados, pero con unos rasgos intrínsecos bien reconocibles: Young Americans (Teen Titans), G-Men (X-Men), Payback (The Avengers), Teenage Kids (The New Mutants), etc.
La novedad y la gracia del asunto (de la parodia) reside en que el cómic de Ennis y Robertson revierte por completo los valores heroicos de los protagonistas clásicos que lo inspiran. Frente a la rectitud moral, el valor y la sed justicia que definía a los superhéroes de la Edad de Oro estadounidense, estos nuevos protagonistas se caracterizarán por su codicia, su mezquindad, su depravación y su crueldad extrema. Atributos, todos ellos, puestos al servicio de macrocorporaciones tecnocráticas (singularizadas en el cómic en la tenebrosa corporación Vought International) y de  esa industria del espectáculo que se alimenta de reality shows, miserias humanas y talent shows de dudosa moral. Con cada nuevo episodio, The Boys pone una nueva pieza en el gran puzle de la degradación social y política hacia el que —parecen denunciar sus autores— se dirige occidente de forma irremisible. Dentro del tono corrosivo que contagia a la serie, los chistes de Ennis comienzan a chapotear en todos los charcos de la incorrección política (machismo, homofobia, racismo, neofascismo, intolerancia religiosa, etc.) en un deslizamiento progresivo hacia la total degradación del género superheroico, que terminará convertido en una (muy divertida y adictiva) broma de mal gusto. La moraleja resulta transparente: nada puede ser así de perfecto, detrás de cada sonrisa profident hay siempre un aliento fétido. Hagan ustedes una sencilla extrapolación del silogismo a la vida real y apliquen la conclusión no escrita a cualquier posible interpretación del panorama político y económico contemporáneo. Y ya lo tienen...
 
Esta temporada Amazon Prime Video ha estrenado la adaptación serial televisiva de The Boys en su plataforma audiovisual. A tenor de las críticas y las reacciones entusiastas de los televidentes, ha sido todo un éxito. Nos contamos entre sus seguidores satisfechos.
Se esperaba con precaución (recelo incluso) la adaptación de un cómic que, a primera vista, se antojaba difícil. Espinoso y demasiado agraviante para demasiados colectivos. La serie, creada por Eric Kripke (artífice de Supernatural), cuenta con Garth Ennis y Darick Robertson entre sus productores ejecutivos, hecho que invitaba a pensar en cierta fidelidad transmedial. Y la hay, pero sólo parcialmente. El cómic original encuentra su reflejo más o menos certero en su adaptación televisiva. Sin embargo, las diferencias también son notables. Casi todas ellas responden a una "necesidad sincrónica": es decir, están marcadas por el signo de los tiempos y sus penitencias.
En su versión audiovisual, The Boys no pierde ni un ápice de mala leche y humor ácido. Es más, en la adaptación naturalista que implica toda narración fílmica con autores de carne y hueso, la ultraviolencia los personajes resulta aún más lacerante y encarnizada. Terminamos cada capítulo de los ocho que forman la primera temporada salpicados de sangre y vísceras. Algunas escenas del cómic original funcionan a la perfección, como la del "accidente" de Robin, la novia de Hughie, en los primeros segundos de la temporada.
Esta bajada de la ficción al plano de lo real obliga también a cierta concreción dramática por lo que respecta a la unidad de acción, espacio y tiempo. Por el camino, se pierden ramificaciones y personajes que desarrollan en el cómic algunas subtramas divertidas. El contenido de estos primeros ocho episodios compendia el material narrativo de varios arcos (pocos) del primer volumen recopilatorio que mencionábamos al comienzo del texto ("Las reglas del juego" y, parcialmente, "Cherry" y "Bueno para el alma"), pero ignora deliberadamente y por completo bastantes otros ("Moja", "Glorioso plan quinquenal", "No le miento, Sargento", etc.); los últimos capítulos (los que cubren el episodio de la Convención Cristiana Superheroica) se ciñen con bastante fidelidad al arco "Creer" (perteneciente al segundo volumen recopilatorio).
Se prescinde en la trama televisiva, sobre todo, de aquellos episodios que muestran un contenido más crítico y explícito contra la política exterior estadounidense (recordemos que The Boys nace durante en el periodo más crítico de la administración de George W. Bush y que funciona, en parte, como una reacción a la política americana post 11-S). Tampoco encontramos en la adaptación televisiva la incorrección política que Ennis dedica a los diversos colectivos y minorías sociales de Estados Unidos: la subversión contra las buenas formas se diluye en un discurso que circunscribe sus andanadas al ámbito de la violencia y el lenguaje explícito; y, en menor medida, a un tratamiento de la sexualidad que nunca llega a ser tan explícito y salvaje en la serie como en las páginas de los comic books.
Por último, la serie omite también buena parte de las referencias metadiscursivas y autorreferenciales del cómic original: buena parte del trabajo de Ennis y Robertson debía leerse como una autorreflexión crítica sobre los cómics de superhéroes. Sus páginas estaban repletas de citas, guiños y alusiones directas a otros tebeos. El cómic deconstruía el género, al mismo tiempo que construía su propia revisión crítica. El arco titulado "Moja", por ejemplo, incluía a The Legend, el divertido y maquiavélico guionista, editor y archivista de cómics, al servicio de American's Victory Comics (la rama editorial de la Corporación Vought), encargado de construir la "historia oficial" de los superhéroes; convenientemente aderezada y expurgada de polémicas.
Hasta aquí las podas, pero ¿en qué medida enriquece la producción de Amazon el universo de The Boys, más allá de ese ya mencionado naturalismo?
Kripke y sus productores ejecutivos aumentan, por ejemplo, la presencia de la Macrocorporación Vought, dotando de mucho peso a Madelyn Stillwell, el personaje interpretado por Elisabeth Shue como vicepresidenta de la compañía. De esta forma, la importancia del factor armamentístico, que ya estaba presente en los cómics (la idea de convertir a un supergrupo en arma de destrucción masiva), adquiere prominencia en la versión televisiva hasta transformarse en uno de los hilos centrales de la trama. Vought International se consolida definitivamente como representación simbólica del mal (la antigua idea del villano elevada a una abstracción tecnocorporativa): la iniquidad asociada a la codicia empresarial, la especulación y la deshumanización de las grandes empresas. Es uno de los efectos directos de la crisis financiera de 2008: el enemigo ya no es tanto un nombre propio o una cara conocida, como la maquinaria financiera sin rostro que provocó el colapso económico. Ese deslizamiento de culpas post-crisis se concreta en The Boys en la imagen corporativa de la empresa Vought, cuyas intereses financieros serán la excusa para todo tipo de delitos y atropellos contra los Derechos Humanos. Y cuyo estandarte estará representado nada menos que por The 7, el grupo de héroes más admirado y respetado del mundo.
Aquí entra otro de los subtextos de la serie, potenciado respecto a los cómics: la crítica furibunda contra el papel de los medios de comunicación, la publicidad y la industria del espectáculo como factores de alienación y ocultación. The Boys apuesta (con intencionada inquina) por las teorías conspiranoicas y las manos invisibles en su interpretación del control político y económico global. Lo hace desde el tono paródico e hiperbólico que la caracteriza, pero sin dejar de sembrar ciertas dudas (razonable y persistentemente) acerca del oscurantismo en el que se encuentra el ciudadano medio; pagano final de todas las crisis.
The Boys, la serie, es una excelente adaptación. No es mimética ni exacta, por supuesto. Ninguna adaptación transmedial debería serlo. El cambio de medio siempre implica un cambio en las reglas del juego, un proceso adaptativo. En este sentido, la ficción audiovisual de Amazon saca provecho de las posibilidades que ofrece el lenguaje serial televisivo, así como de su actualización histórica a un momento diverso del que la vio nacer. Nos gusta el cómic de Ennis por lo que tuvo de transgresión, por su salvajismo y por su falta de pudor; también porque respondía a un momento histórico concreto de la evolución del género. Curiosamente, muchas de las razones por las que también nos ha gustado su adaptación televisiva.

miércoles, septiembre 04, 2019

El Fantomas de Cortázar. A fondo

El gran Julio Cortázar también hizo un cómic.
Bueno, no fue realmente un cómic, más bien un juguete anticapitalista con viñetas, bastante texto y paletadas de imaginación subversiva. Se llamó Fantomas contra las multinacionales (1975) y funcionaba como un folletín ilustrado de reivindicación política cargado de parodia postmoderna (antes de que tal cosa llegara a entenderse como tal). En él, el propio Cortázar convertido en personaje, junto a amigos como Susan Sontag o Alberto Moravia, recurre a Fantomas para conseguir dar voz a las denuncias y la sentencia simbólica del Tribunal Russell II (del que el propio Cortázar formó parte como testigo y miembro de la comisión) contra las violaciones de los derechos humanos en América Latina durante las décadas de los 60 y 70, así como contra el saqueo de los recursos naturales de la zona por parte de las empresas multinacionales.
Pero no les vamos a engañar, hemos traído a Cortázar a colación por otras razones muy diferentes.
En esta era cibernáutica de comunicaciones instantáneas y enciclopedismos al alcance de un clic, los secretos culturales pueden llegar a pasar desapercibidos entre el flujo de contenidos disponibles. Cuando se tiene acceso a todo, terminamos por insistir en lo de siempre. Esa pereza obstinada en tiempos de abundancia.
Probablemente nunca llegue a ser la BBC, pero cuando los gobiernos de turno (con sus aves rapaces de cabecera) se olvidan por un rato de degradar a la televisión pública y de mangonear su programación con indecencia propagandística, el medio público español también puede llegar a ser un espacio de encuentro. Ahora que además existe la posibilidad de descubrimiento y revisión, gracias a la plataforma digital de TVE, podemos incluso reconciliarnos con los programas itinerantes que nunca conseguimos encontrar en la parrilla a su hora de emisión real (léase Días de cine).
Debemos algunos de los mejores reencuentros televisivos recientes a ese milagro llamado "Televisión a la carta", que nos ha abierto a todos los españoles una buena parte del archivo inabarcable de la televisión que veíamos de pequeños, e incluso de la que veían nuestros padres y abuelos. Llevamos unas semanas, por ejemplo, enganchados a "A fondo", aquel programa de entrevistas dirigido y presentado por Joaquín Soler Serrano que visitaron algunos de los grandes nombres de la cultura del siglo XX; incluidos muchos de los mejores escritores de la literatura universal. Soler Serrano era un tipo instruido y elegante (un poco pedante y engolado en ocasiones), un presentador de los de antes, de los que dejaban hablar a sus invitados y les trataban con deferencia; en su caso, muchas veces, con la admiración verdadera de quien se sabe un privilegiado por poder compartir diálogo, cigarrillos y copas con genios como Dalí, Ayala, Alberti, Fellini, Carpentier, Borges o Cortázar.
"A fondo" esconde momentos gloriosos, como el de Umbral hablando con gravedad del hambre de postguerra mientras deglute vasos de leche y come manzanas compulsivamente; el de un Cortázar, aligerado de solemnidades y cada vez más relajado, fumándose los minutos junto a Joaquín Soler Serrano, hasta el punto de esgrimirle un “te respondo a esa pregunta si me das un poco de tu whisky”; o el de Dalí autoproclamándose puerco, "en el buen sentido de la palabra", y disparando ráfagas de titulares: “cuanto más me admiro, menos daliniano soy”. Habremos ganado en salud, pero cuánta normalidad hemos perdido.
Hace algunos años, se editó una colección de DVD recopilando algunas de las entrevistas más sobresalientes del programa ("Grandes Personajes A Fondo"), pero es ahora cuando tenemos la ocasión de disfrutar de ellas en el medio mismo que las vio nacer. La de Cortázar es una de las mejores.
Animado por un Soler Serrano al que le cuesta disimular su alborozo, el escritor argentino desgrana minuciosamente su biografía y su obra, sin ahorrar cigarrillos, tragos y reflexiones cargadas de lucidez. A medida avanza la conversación, trasluce la humildad y el genio oratorio de un Cortázar cada vez más relajado e intimista. La charla nos regala pasajes cuasi-confesionales, algunos verdaderamente emocionantes: como ese alegato dolorido y reivindicante de los exiliados por las purgas fascistas y la persecución política.
Por su duración, TVE ha dividido la entrevista en dos fragmentos. En el segundo de ellos (22:50-28:18), Cortázar reflexiona acerca de la génesis y las razones de ese curioso tebeo que, en formato comic-book, publicó en 1975. Su existencia nos ha servido de excusa para escribir este post y, sobre todo, para volver a la figura de uno de los grandes hombres de la cultura latinoamericana.
Julio Cortázar en 'A fondo' (1977) 


martes, agosto 20, 2019

Esenciales ACDC 2019 (primer semestre)

De nuevo, La Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España (ACDCómic) publica su listado de esenciales con los cómics favoritos de la crítica durante el primer semestre de 2019. Y, de nuevo, la ocasión es estupenda para completar lecturas, sacar ideas para futuros regalos y disfrutar de cómics que se nos pudieran haber pasado por alto en el curso anterior.
Éstas son las planillas con las portadas de los títulos seleccionados y la nota de prensa de la asociación:
 
En el listado, compuesto por un total de treinta novedades y cinco reediciones, destacan los títulos de autores españoles así como una significativa presencia de manga clásico, con obras de, entre otros, Go Nagai o Miyako Maki.
Con esta selección la asociación busca ofrecer una ‘guía de lectura’ tanto para lectores y aficionados como para bibliotecas, librerías y otras entidades culturales. 
La Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España (ACDCómic) presenta la primera ronda de sus ‘Esenciales 2019’, la selección semestral de cómics con la que esta organización busca llamar la atención sobre las obras más relevantes de entre la gran cantidad de títulos editados en nuestro mercado. Con las treinta novedades y cinco reediciones publicadas entre enero y junio del presente año se conforma una 'guía del lectura' que sirva de orientación a lectores habituales y a aficionados al medio, pero también a libreros, bibliotecarios y gestores culturales.
La selección de novedades de la ACDCómic contiene una variada muestra de lo publicado durante el pasado semestre. Hay obras de jóvenes y talentosos historietistas españoles, caso de Aroha Travé con Carne de cañón, de Núria Tamarit con Dos modenas o de Víctor Solana con El subsuelo; pero también de dibujantes nacionales plenamente consolidados, como Inframundo, de Pep Brocal o La noche polar, de Marcos Prior.
En lo referente al cómic internacional, se observa una importante presencia del manga, una tendencia que ya se viene repitiendo en las últimas ediciones de 'Esenciales', merced al buen momento que atraviesa este segmento editorial en España. Así, entran en la selección obras de autores clásicos publicadas por primera vez en nuestro mercado, como Mi vida en barco de Tadao Tsuge, Mujeres del zodiaco de Mayako Maki, La cantina de la medianoche de Yaro Abe o Devilman. The first de Go Nagai; compartiendo espacio asimismo con títulos actuales como Golden Kamuy de Satoru Noda y Reiraku de Inio Asano. 
Respecto al resto de historietas elegidas, cubren igualmente una enorme diversidad, pues van desde la obra magna de Seth, Ventiladores Clyde, por fin concluida, a novedosas propuestas didácticas como Historia del arte en cómic: El mundo clásico, de Pedro Cifuentes;  pasando por lo último del actual guionista estrella de Marvel, Donny Cates, titulado Veneno; el cómic infantil representado por Bolívar de Sean Rubin, o la consolidación definitiva de Nick Drnaso a través de Sabrina.
La lista completa de ‘Esenciales’ para el primer semestre de 2019, en orden alfabético, es la siguiente:

Novedades

  • Bahía Acuicornio, de Katie O’Neill (La Cúpula)
  • Bolívar, de Sean Rubin (ECC)
  • La cantina de la medianoche 1: Tokyo Stories, de Yaro Abe (Astiberri)
  • Carne de cañón, de Aroha Travé (La Cúpula)
  • Devilman. The first, de Go Nagai (Panini)
  • Dos monedas, de Núria Tamarit (La Cúpula)
  • En un rayo de sol, de Tillie Walden (La Cúpula)
  • Los enemigos superiores de Spiderman, de Nick Spencer y Steve Lieber (Panini)
  • Esos días que desaparecen, de Timothé Le Boucher (Dibbuks)
  • Golden Kamuy, de Satoru Noda (Milky Way Ediciones)
  • Guy, retrato de un bebedor, de Olivier Schrauwen, Ruppert & Mulot (Fulgencio Pimentel)
  • Historia del arte en cómic 1: El mundo clásico, de Pedro Cifuentes (Desperta Ferro)
  • Inframundo, de Pep Brocal (Astiberri)
  • Intisar en el exilio, de Pedro Riera y Sagar Forniés (Astiberri)
  • Irmina, de Barbara Yelin (Astiberri)
  • Laura Dean me ha vuelto a dejar, de Mariko Tamaki y Rosemary Valero-O’Connell (La Cúpula)
  • La mentira y cómo la contamos, de Tommi Parrish (Astiberri)
  • Maldita casa encantada, de Artur Laperla (Sapristi)
  • Mi vida en barco, de Tadao Tsuge (Gallo Nero)
  • Mujeres del zodíaco, de Miyako Maki (Satori Ediciones)
  • Niño prodigio, de Michael Kupperman (Blackie Books)
  • La noche polar, de Marcos Prior (Astiberri)
  • Ocultos, de Laura Pérez (Astiberri)
  • Reiraku, de Inio Asano (Norma)
  • Sabrina, de Nick Drnaso (Salamandra Graphic)
  • La sangre extraña, de Sergi Puyol (Apa Apa)
  • El subsuelo, de Víctor Solana (GP Ediciones)
  • Veneno, de Donny Cates y Ryan Stegman (Panini)
  • Ventiladores Clyde, de Seth (Salamandra Graphic)
  • Vidas paralelas, de Olivier Schrauwen (Fulgencio Pimentel)

Reediciones

  • Charlie Moon, de Carlos Trillo y Horacio Altuna (Astiberri)
  • Epiléptico, de David B. (Salamandra Graphic)
  • La guerra de Alan, de Emmanuel Guibert (Salamandra Graphic)
  • Isaac el pirata. Edición integral, de Christophe Blain (Norma)
  • Diario de un ingenuo, de Emile Bravo (Dibbuks)
ACDCómic es una asociación sin ánimo de lucro que agrupa a personas que realizan trabajos de periodismo, crítica, estudio, comisariado y otras actividades teóricas y divulgativas relacionadas con el cómic. La asociación se constituyó en 2012 con la voluntad de colaborar en la difusión del trabajo que ya desarrollan sus miembros de forma individual, emprender iniciativas conjuntas que no se podrían afrontar de forma separada y servir de interlocutor ante otros colectivos o instituciones.
En la selección de los Esenciales del primer semestre de 2019 han participado cuarenta y siete miembros de ACDCómic: Anna Abella, Daniel Ausente, Agus López “Bamf!”, Mikel Bao, Octavio Beares, Pablo Begué, Luigi Benedicto, Josep Maria Berengueras, Marc Bernabé, José Martínez “Bouman”, David Brieva, Marc Charles Palau, Oriol Estrada, Ángel L. Fernández, David Fernández de Arriba, Nerea Fernández, Iván Galiano, Manuel González, Julio Andrés Gracia Lana, Óscar Gual, Cristina Hombrados, Kike Infame, Raúl Izquierdo, Jesús Jiménez, Joan S. Luna, Jota Lynnot, Javier Marquina, Elena Masarah, Diego Matos, Pedro Monje, Javier Mora Brodel, Francisco Naranjo, Josep Oliver, Carolina Plou, Juan Royo, José Andrés Santiago, Óscar Senar, Xavi Serra, Alex Serrano, Jose A. Serrano, Jon Spinaro, Henrique Torreiro, Raúl Tudela, Rubén Varillas, Jaume Vilarrubí, Gerardo Vilches y Yexus.

lunes, agosto 12, 2019

Niño prodigio, de Michael Kupperman. El hijo del genio

Niño prodigio (cuya edición en nuestro país ha corrido a cargo de Blackie Books) arranca con una fotografía a toda página acompañada de una breve biografía de su autor: “Michael Kupperman, de madre historiadora y padre que hizo historia, parecía abocado a escribir historias. Eso hizo, desde muy joven, en el terreno de las viñetas, tanto en su infancia en Inglaterra como cuando regreso a Estados Unidos.” 
Luego, se nos informa de que el autor ha trabajado para Marvel y para DC, de que posee un premio Eisner o de que Niño prodigio es su primera obra “seria” (que, entendemos, se refiere a que es su primera “novela gráfica”). Sin embargo, pese a toda la información que completa su biografía, como lectores nos quedamos dando vueltas alrededor del juego de palabras de la primera frase que hemos citado. Esa triple repetición (historiadora-historia-historias) resume el libro que tenemos entre manos y abre la puerta a un misterio: el del hijo, narrador, que se dispone a contar la historia insólita de su progenitor, un “padre que hizo historia”.
Así comienza Niño prodigio, con un ejercicio de memoria filial destinado a ajustar cuentas con el pasado propio y con el de su árbol genealógico: “el de la familia infeliz que fuimos”. Michael Kupperman, convertido él también en padre de familia, decide echar la vista atrás 14 años para relatar cómo descubrió la increíble infancia mediática de su padre Joel Kupperman. Sucedió en uno de los momentos más bajos de su vida, cuando estaba al borde de una depresión. Sucedió de casualidad, cuando, viendo la televisión con su padre, aparecieron Abbott y Costello y éste comentó espontáneamente: “Esos me regalaron un perro”. De casualidad se descubren algunos hechos sustanciales de la vida; algunas claves de la existencia que nos ayudan a entender por qué somos lo que somos. 
El libro responde al modelo comicográfico metaficcional que Art Spiegelman glorificó en Mausel hijo que nos cuenta la historia del padre junto a la del proceso creativo mismo. Un cómic que narra cómo se hace un cómic. Pero si Spiegelman tuvo que enfrentarse a la figura de un progenitor traumatizado e irascible para completar la historia de un superviviente, Kupperman luchará contra la demencia incipiente de un hombre que sólo quiere olvidar su infancia: aquel periodo en el que una madre ambiciosa y unos medios de comunicación sin escrúpulos decidieron que Joel Kupperman era una gallina de los huevos de oro con un coeficiente de inteligencia por encima de los 200. 
Quiz Kids comenzó a emitirse en la radio estadounidense en los años 40. Varios niños competían por ganarse el favor del público en virtud de su inteligencia y conocimientos generales. Joel Kupperman fue su protagonista más ilustre. Un crío judío que, a los seis años, recibió la etiqueta de “niño prodigio” y adquirió el rango de celebridad para unos oyentes y televidentes necesitados de evasión ante los trágicos acontecimientos bélicos que estaban por desencadenarse.
Como suele suceder en las buenas biografías, la infancia de Kupperman nos ayuda a orientarnos entre los  sucesos históricos que acontecieron durante aquellos años decisivos en la historia de Occidente: el antisemitismo venenoso que impregnó Europa y Estados Unidos, la ascensión del nazismo, la participación de Norteamérica en la Segunda Guerra Mundial, etc. Sin embargo, el autor no pierde de vista la mirada de su padre ni siquiera cuando aborda estos asuntos de gravedad extrema: la mirada de un niño demasiado pequeño para interpretar lo que estaba sucediendo a su alrededor, o como para sospechar que él mismo había pasado a formar parte del engranaje patriótico de propaganda. Son paradójicas e inquietantes, por ejemplo, esas escenas en las que, a causa de su enorme popularidad, el niño Kupperman es empujado a reunirse con figuras históricas de la época (Henry Ford, Marlene Dietrich, Orson Welles) o a "participar" en acontecimientos históricos (como aquella Primera Asamblea General de la ONU en Nueva York, en la que él mismo intervino como orador representando a la juventud de su país); situaciones irrepetibles que el muchacho vivió desde la inconsciencia y el desinterés propios de su edad.
A partir de ahí, el autor indaga en las consecuencias traumáticas que la exposición mediática durante más de una década tuvo en el futuro de su padre, en su condición de persona adulta. Michael Kupperman disecciona la figura del Joel Kupperman que él llegó a conocer y, analizando sus desequilibrios y sus desafectos, intenta comprender las secuelas que una infancia robada puede tener en un individuo, así como los efectos colaterales que dichos traumas generarán en sus seres queridos. 
El relato de explotación infantil que es Niño prodigio encuentra muchos ecos en este tiempo presente en el que una sociedad infantilizada baila al son de un espectáculo que nunca cesa. Paradójicamente, la infantilización actual viene aparejada a dos circunstancias contradictorias: la que aúna la sobreprotección del menor y elude la necesidad de transmitirle normas y responsabilidades, y la de la sobreexposición irresponsable de la infancia a situaciones, vicios y estímulos propios de la edad adulta. En este sentido, Niño prodigio podría leerse como una lección, una admonición de los peligros que entraña la suplantación de la infancia en aras de los caprichos y las expectativas paternos. Mucho nos tememos, sin embargo, que el muy notable trabajo de Kupperman terminará resumiéndose y circunscribiéndose más bien a sus virtudes como novela gráfica biográfica (otra más); las cuales tampoco son pocas.

martes, julio 23, 2019

Tendencias de la narración gráfica contemporánea en la Universidad deLeón

Entre el 9 y el 11 de julio la Universidad de León celebró el curso "Tendencias de la narración gráfica contemporánea" en el inmejorable espacio de la Colegiata de San Isidoro. Las jornadas regresaban a León después de seis años sin celebrarse y, como en sus comienzos, al frente de las mismas ha estado nuestro amigo José Manuel Trabado Cabado, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, Director de Publicaciones de la Universidad y fundador del Grupo de Estudios sobre Cómic y Narración Gráfica; del que tenemos la suerte de formar parte.
Hemos tenido también la fortuna de participar en estas jornadas con una charla dedicada al cómic digital: "¿La revolución del cómic digital?". Para nuestra ponencia decidimos retomar parcialmente el texto que escribimos para Cómic Digital Hoy; ese espectacular volumen sobre el presente, el pasado y el futuro del cómic digital que ACDCómic editó en 2016 y que se puede descargar de forma gratuita aquí.
Más allá de nuestra charla y de la amable atención que nos dispensó el público asistente, de las jornadas nos llevamos los buenos recuerdos que nos han regalado sus organizadores, lo que hemos aprendido del resto de conferenciantes y las horas de charlas mantenidas con los participantes en sus actividades. Fue una ocasión especial, por ejemplo, para conversar con gente que sabe tanto de cómics como Gerardo Vilches, Elena Masarah, Inés González Cabeza o el propio José Manuel. Lo fue también para encontrarnos y charlar con el talentoso dibujante Javi de Castro, que nos puso al día sobre sus planes futuros en el ámbito del webcomic; o para oír la excelente charla-diálogo de Cristina Durán, a quien admirábamos por la sensibilidad artística y narrativa de su obra, y ahora también por su encanto personal y excelente conversación.
De nuestra visita leonesa sólo nos apena no haber podido asistir a la conferencia del fotógrafo Carlos Spottorno, otro artista quien admiramos y cuya obra La grieta (realizada junto al guionista Guillermo Abril) no nos cansamos de recomendar.
Le deseamos una larga vida a estas recuperadas jornadas de la Universidad de León dedicadas al cómic. Gracias a este tipo de actos y a la labor de investigadores como José Manuel Trabado, el cómic ha encontrado un espacio normalizado en el ámbito académico de los estudios narrativos y artísticos. Esperamos que la iniciativa perdure con éxito durante mucho tiempo.

miércoles, julio 10, 2019

ACDCómic otorga el I Premio Nacional de la Crítica

La ACDCómic remodela su web para anunciar una de sus iniciativas más largamente perseguidas: la inauguración del Premio ACDCómic al mejor autor español del año y al autor revelación. 
En el año de estreno del galardón, el Premio a la Mejor Obra ha recaído en Max, por Rey Carbón, "por su exploración del lenguaje del cómic y el cuestionamiento de sus reglas, coherente con una extensa carrera definida por la curiosidad y la constante búsqueda de nuevos caminos para el medio". Por su parte, María Medem ha recibido el Premio a Autora Emergente "por su madurez narrativa, su temprano dominio de una gráfica propia y su incuestionable personalidad artística, demostrada en varias obras a lo largo del año, tanto en solitario como en colaboración." La nota de prensa de la ACDCómic continúa:
La Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España ha anunciado este jueves en Barcelona el I Premio ACDComic. ‘Rey Carbón’, de Max, ha sido el ganador en la categoría de Mejor Obra y la sevillana María Medem en la categoría de Mejor Autor/a Emergente. El premio lo ha entregado Oriol Estrada, presidente de la ACDCómic, asociación que integran 81 miembros entre los cuales hay periodistas, académicos y especialistas en la historieta.

El doble galardón, que nace con el objetivo de dar reconocimiento y visibilidad a historietas de nueva autoría, se concederá anualmente a obras creadas para el mercado español por autores españoles o afincados en España. “Es fundamental que la crítica apoye abiertamente a los autores y autoras del territorio nacional y también apostar por la autoría joven, por aquellos artistas que están empezando a desarrollar sus carreras, muchos de ellos desde la autoedición”, ha explicado Estrada.

El presidente de la ACDCómic ha destacado de la obra ganadora, ‘Rey Carbón’ (La Cúpula, 2018), “su exploración del lenguaje del cómic y el cuestionamiento de sus reglas”. Para Estrada, Max articula en ‘Rey Carbón’ “una vanguardista reflexión sobre el origen del dibujo partiendo de una fábula clásica de Plinio el Viejo y huyendo del planteamiento clásico de introducción, nudo y desenlace y dando el protagonismo casi absoluto a la imagen, el trazo y el mensaje con una gran economía de palabra”. Un planteamiento, añade Estrada, “coherente con una carrera que siempre ha estado definida por la curiosidad y la búsqueda de nuevos caminos expresivos”.

De la ganadora del premio a la Mejor Autor/a Emergente, María Medem (Sevilla, 1994), Estrada ha alabado “su madurez narrativa, su temprano dominio de una gráfica propia y su incuestionable personalidad artística, demostrada en varias obras a la largo del año, tanto en solitario como en colaboración con otros autores”. Medem publicó en 2018 su primera novela gráfica, ‘Cenit’ (Apa Apa) y el pasado abril ya conquistó el premio a la autora revelación del Comic Barcelona. El reconocimiento de la crítica concedido ahora por la ACDCómic la confirma como uno de los grandes talentos surgidos en el mundo del cómic en los últimos tiempos. 
Los Premios ACDCómic han llegado para quedarse y para seguir visibilizando la presencia del cómic dentro de nuestro panorama cultural. Su creación consolida, además, el rol activo de la Asociación de Críticos de Cómic como pieza decisiva para la promoción del cómic y confirma la necesidad de un acercamiento crítico a un fenómeno cultural que se encuentra en un momento.