martes, agosto 31, 2010

Japón (I): Regreso al futuro.

Disculpen la demora. Acabamos de regresar de Japón. Es un país que para el aficionado comiquero tiene resonancias mitológicas, no sin razón. En los siguientes posts les vamos a contar a ustedes por cómo nos ha ido por el Imperio del Sol Naciente.
La primera impresión que tiene uno cuando aterriza en Tokyo es que ha viajado al futuro. Dejamos de ser, como sucede en muchos viajes intercontinentales, los blanquitos ricos occidentales, para asistir perplejos a un estadio siguiente de civilización, así, sin exagerar. Nos gusta esa palabra, “civilización”, porque no se refiere únicamente a un nivel de evolución tecnológica, sino a un grado de respeto y a la capacidad de vivir en sociedad de forma civilizada; evidentemente, es mucho más sencillo ser civilizado cuando las necesidades básicas están cubiertas, pero precisamente por eso sorprende que en un país como España seamos tan incívicos con el prójimo en tantas ocasiones.
Evidentemente, pecamos y pecaremos de simplistas (cuestión de espacio y soporte). No queremos dejarnos alucinar por el fulgor nipón, además. Su sociedad es bastante machista y su arraigo tradicional llega en ocasiones a lo teatral, pero, señores, qué bien funciona la cosa pública.
Casi todos los parámetros de la realidad japonesa se explican en base a tres factores: se trata de un país relativamente pequeño (algo menor que California y con sólo un cuarto de la extensión del país habitable, debido a sus muchas zonas montañosas y boscosas), superpoblado (127,5 millones de personas que se amontonan literalmente en la llanura meridional de la isla más grande, Honshü) y condicionado por su pasado y sus tradiciones. Las grandes ciudades japonesas, con Tokyo a la cabeza, responden al tópico de las luces de neón, el desarrollo hípertecnológico y la muchedumbre en constante tránsito, que parece situarnos en el escenario de Blade Runner, afortunadamente sin que el pesimismo distópico rompa el sueño futurista. Pasear por los barrios de Shibuya o Shinjuku es una aventura technicolor que le deja a uno con la boca abierta. En ellos más que en otro sitio, se asiste con asombro a la realidad japonesa de las ciudades verticales. El espacio es tan necesario en las ciudades niponas que sus grandes barrios-ciudades crecen hacia arriba y hacia abajo: las estaciones de tren o de metro pueden llegar a tener decenas de pisos (asombrosa la de Kyoto con sus cientos de restaurantes, pasillos infinitos y grandes centros comerciales); son pequeñas y laberínticas ciudades subterráneas en las que siempre terminas encontrando la salida, aunque no sea siempre por donde uno quiere. Pero las ciudades (y quien dice ciudades, dice bares, tiendas y centros de negocio, no sólo sus rascacielos) también crecen hacia arriba: ir de compras o de marcha en Japón implica ir mirando hacia los segundos, terceros y cuartos pisos, porque quizás sea en ellos donde se encuentre el lugar que buscas; sólo hay que tomar un ascensor a pie de calle y salir en el piso indicado, de rondón en el local o tienda correspondiente. El espacio manda. Asombra la capacidad japonesa para ofrecer soluciones minimalistas a necesidades básicas en términos de espacio, tengan éstas que ver con cocinas, aprovechamiento de habitaciones o lugares de ocio. Por ejemplo, cuando uno entra a un bar muy pequeño hay que estar muy atento al famoso “cover charge” o dinero que se paga simplemente por ocupar una banqueta (que puede ir desde los 3 a los 10 euros); el abuso es menos si consideramos que algunos bares japoneses no tienen más de dos o tres asientos en la misma barra: ¿se imaginan el futuro del negocio si llegara a ellos un españolito dispuesto a pasarse la tarde con un café y el periódico? Espacio, tiempo y tecnología.
Japón es un arcade gigante. Hay miles de máquinas y todas funcionan siempre (e incluso devuelven el cambio justo, que no nos oigan los de Telefónica). Los millones de maquinas expendedoras de bebidas que inundan el país (para alivio de la humedad reinante) rebosan de bebidas imposibles, baratos paquetes de cigarrillos (el vicio nacional de un país en el que está prohibido fumar prácticamente en cualquier sitio) o tickets para solicitar el menú en el restaurante. Los váteres parecen paneles de mandos de naves espaciales, con mil botones que le exponen a uno (y a sus partes pudendas) a chorros de agua a presión, tazas calefactoras y vapores secadores insospechados. Los trenes bala, Shinkanshen y Nozomi, vuelan por encima de los 300 km/h antes de alcanzar su destino con una puntualidad milimétrica. Los edificios de juegos recreativos ocupan hasta cinco y seis plantas y en ellos, miles de japoneses, jóvenes y viejos, se dejan los sueldos en el pachinko, en hipódromos virtuales con pantallas de cine, en maquinitas de juegos que todavía no existen y, en el caso de las adolescentes, en fotomatones rosas que occidentalizan los ojos y permiten photoshopeos posteriores a las fotos.
Con tamaña abundancia y oferta, los cacos deberían ser una fauna feliz en ciudades como Tokyo o la muy marchosa Osaka (ante el tamaño gigantesco de sus ciudades y el precio de los taxis, el horario de fiesta lo marca el metro: el último a las 12 pm, el primero a las 5 am). Nada más lejos de la realidad: Japón es el país de la seguridad y la confianza en el prójimo (rozando la inocencia). Nadie te engaña, nadie te roba. Puedes ir con un fajo de billetes asomando del vaquero y volver con él intacto. Funcionan de modo excelente, como decíamos antes, los funcionarios de lo público. Hasta el exceso. De nuevo, suponemos, tiene que ver con la superpoblación: hay que colocar al personal, mucha mano de obra en un país rico hace posible un funcionariado ingente y eficiente. Encontrábamos hasta cuatro policías vigilando el tráfico en un paso de cebra. Igualmente, la poda del un árbol no requiere menos de cinco operarios: uno supervisando, otro avisando a los peatones, uno podando, otro recogiendo y cargando y el quinto, oteando, por si las moscas. El servicio de megafonía en estaciones y lugares públicos, siempre es unipersonal: léase, un tipo con megáfono dando instrucciones; nada se graba, todo se cuenta en primera persona: lo hace el conductor del autobús público con su pinganillo y lo hacen los cajeros del supermercado.
El contraste lo marca su conjunto de creencias y tradiciones, tan fuertemente arraigadas en el Japón contemporáneo y tan fuertemente enfrentadas por buena parte de la juventud que, con sus atuendos extravagantes, llena las discotecas de Roppongi o los lujosos comercios tecnológicos de Guinza. Hay que recordar que en este país prevaleció un régimen cuasi feudal y endogámico hasta muy entrado el S.XIX. Existe todavía un Japón tradicional que disfruta de sus onsens (baños tradicionales, como el famosísimo Dogo Onsen de Matsuyama), de la visita a los templos budistas y sintoístas de Takayama o Miyajima, los jardines de arena de Kyoto o de la ceremonia del té en una de las numerosas casas de té que se levantan en los primorosos jardines de las grandes ciudades como Kanazawa. En ciudades como Nikko, sus habitantes pasean entre miles de ciervos que recorren las calles como dóciles perritos y comen de la mano de los niños: un ejercicio de ecología (que, seguro, envidian los delfines de alguna ciudad vecina).
En Japón, la cortesía todavía es un grado: el agradecimiento ante la invitación o la ofrenda debe ser explícito y repetido, el respeto ante el prójimo patente y la hospitalidad manifiesta. El calendario nipón está poblado de fiestas y celebraciones que ponen de manifiesto ese respeto hacia el pasado, a las grandes ocasiones y banquetes se acude aún con el kimono y, en las casa, uno se sienta sobre el tatami (con los pies descalzos y vestido con la yakuta) y se duerme sobre el futón enrollable (de nuevo, la economía de espacio).
¿Y los manga, dónde quedan en esta historia? Hecha la introducción, se lo contamos en el capítulo 2.

sábado, agosto 21, 2010

Arte Santander 2010. Pinturas y polacos.

Este año, como ya viene siendo costumbre, asistimos a una edición más de Arte Santander. Vimos muchas caras conocidas y reconocimos a muchas de las galerías presentes en cursos anteriores (entre ellas, algunas de las clásicas del panorama artístico español). En una de ella, la siempre interesante Caja Negra de Madrid, exponía nuestro buen amigo Pejac dos piezas que jugaban a la paradoja, conjugando las referencias geográficas con las implicaciones psicoanalíticas de las manchas de Rorschach; como no podía ser de otro modo, nos acordamos de Moore y de Gibbons.
Hubo más trabajos que nos movieron a la correlación comiquera y que invitaban al juego asociativo. Los oleos de Toño Camuñas, de la galería Valid Foto de Barcelona, escondían, detrás de su simbolismo colorido, referencias claras al underground, por lo que respecta a la línea de su dibujo y a su inclinación por la caricatura grotesca de explícita “visceralidad”. Parecían una mezcla bastarda entre la iconografía mejicana funeraria y los cómics de Hunt Emerson, con aquella voluptuosidad orgánica de su cartoon descarnado.
Sin duda, la nota de exotismo de esta edición la pusieron las cuatro o cinco galerías que representaban a Polonia, como país invitado a la muestra. Suyas fueron algunas de las aportaciones más atrevidas e imaginativas. Leto Gallery/Hepen Transfer Gallery, presentaron los dibujos en tinta china de Zofia Gramz: una propuesta rabiosa entre el art-brut, el graffiti y el garabato, que demuestra hasta que punto el dibujo está recuperando terrenos perdidos en el arte contemporáneo.
En el stand de Collectiva Gallery (de Poznan) pudimos disfrutar con un precioso tríptico de Öl auf Leinwand, titulado Plywamy, que nos supo a cloro y nos refrescó algunos buenos momentos viñeteros del año pasado. La pared de enfrente repartía varios lienzos en blanco y negro de la serie Monstrare (de Lidia Krawczyk y Wojtek Kubiak) que trampeaban la primera impresión realista de la propuesta, mediante el recurso a esos big eyes que parecen inundar el arte pop contemporáneo (que le pregunten a Gary Baseman); eso sí, con un trazo pictórico tan poco ilusionista como el de los objetos y personajes cotidianos sobre fondos planos de Alex Katz. Nos preguntamos, ¿quién en el mundo del cómic podría postularse como representante máximo del big-eyes movement, más allá de la obviedad mangaka? ¿Dave Cooper? ¿Jim Woodring?
A tiro de piedra de dos galerías se ubicaba el espacio de Piekary Gallery, en el que destacaban sobremanera las asombrosas Pin-up fruits de Andrzej Wasilewski. Una serie de pinturas acrílicas y óleo sobre lienzo, que renuevan el concepto de vanitas, adaptándolo al improbable contexto iconográfico del American way of life y el hipócrita aliento a las tropas a través del impulso sexual. La decadencia de la felicidad hueca, la testosterona podrida a partir de unas imágenes que, a primera vista, se le aparecen al espectador amablemente coloridas.
Por último, ya fuera del “circuito” polaco, nos llamó la atención (ciñéndonos al filtro comicográfico que intentamos ajustar en este tipo de posts) el gran lienzo circular de Aaron Johnson que presentó la galería Mito de Barcelona. Sus explícitas influencias orientalistas y su barroca manipulación gore de los referentes espirituales y religiosos que caracterizan a aquellas, nos hicieron pensar de inmediato en los autores más salvajes e iconoclastas del manga actual, sobre todo en Suehiro Maruo (un dibujante también sumido en el exceso y en la ornamentación barroca), aunque también en otros amantes de la casquería artística, como Hideshi Hino o Shintaro Kago.
Dicho lo cual, les prometemos que antes de lo que expira un mes, volveremos a hablarles del Imperio del Sol Naciente largo y tendido.

lunes, agosto 16, 2010

Metralla, de Rutu Modan. En busca de las identidades.

Otro viejo artículo, evaporado en el limbo catódico, de la desaparecida Tebeos en palabras. Lo recuperamos aquí, con simple empeño archivístico. El de la israelí fue uno de los cómics de la temporada, si recuerdan.

El primer impacto de Metralla (disculpen el fácil juego de palabras), la última obra de Rutu Modan, es básicamente visual: la impronta realista de sus figuras troqueladas, armónicas, equilibradas, pero intencionadamente planas en su reflejo del volumen, el color y la textura, sugiere una estética de fotografía retocada vía Photoshop, de realismo depurado hasta su mínima expresión. Es imposible no acordarse de representantes del arte pop contemporáneo como Julian Opie, con el que Rutu Modan comparte (salvando la distancia interdiscursiva) una evidente semejanza en la representación icónica de la figura humana (que llega al mimetismo en el caso de los planos alejados). El realismo esquemático de los fondos y el juego de profundidades basado en el uso de colores uniformes (con tramas planas para cada plano) ahonda en la búsqueda de cierta asepsia realista y el distanciamiento (llámenlo objetivismo) que transpira esta primera obra de Rutu Modan.
Y es que hace falta mucho pulso, un paso firme y cierta dosis de inhibición narrativa, para que la historia que Rutu Modan se trae entre manos en Metralla no degenere en un melodrama desbordado, con saturación de azucares. Todo tiene una explicación, aunque el enfoque global de esta novela gráfica dista de ser sencillo. De hecho, hay muchas sorpresas alrededor de Metralla, empezando por el origen de su autora, israelí (aunque después del caso Satrapi, cualquier “exotismo” de este tipo lo es menos), hecho que condiciona claramente la contextualización de la obra.
Sorprendente es también que una artista primeriza como Rutu Modan (ésta es su primera historia “larga”) se atreva a tejer un tapiz con mimbres tan complejos como los del dolor por la pérdida de un progenitor, en el marco, aún más complejo, del conflicto palestino-israelí.
Metralla se mueve, en un complicado equilibrio entre dos puntos de vista narrativos contrapuestos: está por un lado la búsqueda de cierto distanciamiento (que ya hemos desvelado parcialmente al hablar de sus imágenes) a la hora de presentar unos acontecimientos tan dramáticos como los que ocupan a sus protagonistas. Cuando se trata de reflejar los aconteceres sociopolíticos que sirven de marco a los sucesos de su historia, Rutu Modan pasa casi de puntillas ante unos hechos que forman parte de la terrible realidad cotidiana de Israel y que, por eso mismo, no merecen ser subrayados en este relato, cuyas ambiciones van más allá de la crónica política o social. En este punto, la autora muestra la ligereza respetuosa del observador-narrador que confía en el juicio y la responsabilidad de su audiencia a la hora de extraer conclusiones a partir de unas imágenes cuidadosamente elegidas; unos brochazos de horror planteados con la frialdad de la rutina asumida (terrible la escena del Instituto Anatómico Forense), pero suficientemente esclarecedores como para descifrar las claves de la pesadilla que desvela a un territorio en estado de convulsión constante: “Los atentados-suicidas son sólo una parte de un fenómeno terrible mucho más amplio, que es la muerte”.
Curiosamente, y contra lo que venimos comentando hasta ahora, en la misma entrevista de la que hemos tomado esas palabras, la autora confesaba cierta aversión al distanciamiento a la hora de enfrentarse a la escritura de sus historias; toda una declaración de intenciones que cobra su sentido en el modo en que Metralla se acerca al territorio de las relaciones personales y familiares. Existe en este trabajo una sinceridad emocional evidente a la hora de abordar las relaciones entre los personajes protagonistas de la obra:
En Metralla se nos cuenta la historia de Koby, un taxista que un día se entera del posible fallecimiento de su padre en una atentado-suicida, gracias a la llamada inesperada de Numi, la joven amante de su padre y soldado del ejército israelí. En algo más de 150 páginas, el cómic describe el camino que emprenden los dos jóvenes (el hijo y la amante) en busca de las pruebas que confirmen el luctuoso suceso. Una búsqueda de evidencias físicas que termina convirtiéndose en una exploración interior y en un proceso liberador para ambos personajes.
Obviamente, el curioso lector deberá superar el nivel superficial de una historia que, gracias a la habilidad de su autora, se sobrepone a las dos amenazas principales que acechan a una sucesión de acontecimientos tan pintorescos: la tentación de la lágrima fácil y, en el extremo opuesto, la parodia melodramática. Uno de los grandes logros de Metralla reside, precisamente, en eso, en su capacidad para trazar caminos narrativos más allá de la anécdota argumental; en su habilidad para superar sus propias trampas argumentales o los objetivos inmediatos más obvios. Nadie mejor que la propia autora para explicarlo y para concluir estas líneas:
Como lectora no me gustan las obras con “una finalidad”, así que tampoco me propuse escribir una. Quería contar una historia e intentar que fuera interesante. No obstante, tuve que limitarme a describir aquello que conocía bien – la realidad israelita. Por eso, espero que cuando el lector se acerque a Metralla, al menos pueda llegar a entender un poco mi punto de vista sobre Israel y sobre temas como las relaciones familiares, el amor, etc.

martes, agosto 10, 2010

Más niños en Culturamas.

Es complicado hablar tres o cuatro veces de lo mismo sin repetirse, así que nos hemos repetido. Hace unos días nos pluriempleamos en Culturamas para glosar y recomendar las gloriosas andanzas de uno de los más asiduos visitantes de esta casa, últimamente.

miércoles, agosto 04, 2010

Blogperación estética.

Anunciar lo que se ve a simple vista parece redundante, pero nos gustaría utilizar esta entrada para repartir agradecimientos en el cambio estético que han experimentado nuestros fondos. Observarán que, de la vieja repetición reticulada de Nemos y Kats, hemos pasado a un ejercicio de coloridos mosaicos con diferentes versiones de los mismos personajes (presionen su F5 si no notan el cambio). La aparición de las cuatro plantillas diferentes es aleatoria, así que, desde ahora, el azar juega a nuestro favor. Llevábamos tiempo queriéndole dar un cambio de imagen al blog y, con ese fin, decidimos recurrir a tres buenos amigos, artistas mayúsculos, que nos ayudaran a ejercer esta nueva deriva estética. 

Así, junto a nuestros Little Nemo y Krazy Kat originales (sólo cambia el diseño del mosaico), desde ahora, nuestro fondo de pantalla puede presumir de contar con los divertidamente coloridos diseños del Gaspar Naranjo's littlenemoskat:

...con la sugerente elegancia pictórica acuarelada del Pejac's littlenemoskat:

...y con ese clasicismo de último gran romántico que siempre acompañará al Joaquín López Cruces' littlenemoskat:

Evidentemente, nuestra legendaria impericia informático-webera no habría garantizado éxito alguno ni tan siquiera con tan cualificada materia prima. Por eso, como siempre, agradecemos su apoyo logístico a ese fenómeno informático y gran amigo que es Jorge Sánchez.

Gracias a todos ellos, podemos decirlo ahora, nos sentimos como niños con backgrounds nuevos.