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lunes, noviembre 23, 2020

Mono de trapo, de Tony Millionaire. La juguetería mágica (en ABC Color)

Afirman desde la editorial sevillana Barrett que sólo publican un libro infantil y un cómic al año. Ojalá mantengan siempre el nivel de la antología de Mono de trapo que acaban de editar este 2020. Palabras mayores. Por el continente en sí, una preciosa edición limitada de pastas duras que combina con acierto el blanco y negro con el color, y por el contenido: una de las obras de referencia del estadounidense Scott Richardson, más conocido como Tony Millionaire; uno de los dibujantes y guionistas más heterodoxos y fascinantes del cómic actual.

Dentro de aquella generación de autores independientes que irrumpieron en Estados Unidos a mediados de los 90, a caballo entre la edición en papel, los blogs y el webcómic (los Kochalka, Arkham, Shaw, Weing, etc.), Millionaire fue uno de los que más éxito y reconocimiento tuvo gracias a la multipremiada Maakies; su celebrada y enloquecida galería de "animales sabios" que nació como tira de prensa para el New York Press en 1994. Luego llegarían sus series Billy avellanas (editado en español por La Cúpula en 2007) y Mono de trapo (que vio en nuestro país una primera edición parcial a cargo de la Editorial Rossell en 2008), en las que “recicla” y adapta algunos de los personajes aparecidos en sus tiras.  

Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En su estilo encontramos huellas del underground más sofisticado y abigarrado de Robert Crumb, efectivamente, pero su empleo minucioso de las tramas y del rayado demuestra también una influencia de la ilustración decimonónica y los grabados xilográficos de Tenniel o Cruikshank; o de pioneros del cómic como Winsor McCay o Lyonel Feininger. En su actualización de lo gótico y de lo macabro (una original combinación de tópicos y parajes románticos junto a referencias a la cuentística popular) y en su construcción de personajes antropomórficos podemos ver también la huella de ilustradores como Gorey o Sendak.


En toda su producción, desde sus cómics a sus películas de animación, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. El propio Millionaire se encarga de cultivar esa imagen de chamarilero loco. No hay más que rastrear las fotos que de él circulan por Internet: tan pronto aparece con un smoking de gala con chorreras imposibles, como disfrazado de guerrero carnavalesco, con melenaza y casco alado con pico de pato. Ese es el espíritu que preside sus cómics: un espacio mágico en el que conviven lo extravagante y lo inesperado, las referencias infantiles con temas y contenidos claramente adultos. La Villa Kunterbunt de Pippi Langstrum filtrada por el oscuro realismo mágico de Tim Burton. 

Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc.


Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas. Cada página del cómic nos remite a ese pasado que sólo sobrevive en ilustraciones y fotografías sepias. Cuando Millionaire decide añadir un texto al pie de cada página, está apuntando directamente a los grabados del siglo XIX; de este modo, la página funciona, no sólo como parte de una secuencia, sino como una unidad en sí misma que nos recuerda a viejas ilustraciones llenas de encanto. De este ejercicio de nostalgia que enhebra el imaginario infantil tradicional con el tenebrismo de las historias góticas nace la narrativa mágica y el riquísimo imaginario gráfico de Tony Millionaire.


Junto a los ocho episodios alrededor de las aventuras de Tío Gabby y Señor Cuervo, la antología de Barrett incluye tres capítulos más (dos de ellos en color): "El pomo de cristal" (construido como un cuento ilustrado), "El episodio de Pulgadas" y el brillante cierre que supone "Tío Gabby"; un pequeño relato en sí mismo, que nos habla de los anhelos imposibles de la infancia perdida, y que consigue cerrar el círculo de forma emocionante.

No exageramos si decimos que Mono de trapo es uno de los acontecimientos viñeteros de este año complicado. Un libro que nos invita a huir de la realidad para refugiarnos en el desván de la infancia y los recovecos de la nostalgia. 

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Y así ha quedado la cosa en la edición impresa del cultural dominical del periódico paraguayo ABC Color

martes, julio 31, 2007

Billy Avellanas, ojos de irrealidad

Últimamente, las actualizaciones veraniegas de este blog son menos fiables que una aplicación de Windows (esté o no sometida a los rigores estivales). Disculpen. Al menos, acabo de leer el Billy Avellanas de Tony Millionaire; le tenía ganas.

Arrancar una reseña con la información promocional de la contraportada es un recurso tan fácil, que uno puede arriesgar su escasa credibilidad en caso de abuso. Permítannos, sin embargo, hacer una excepción y repetir la letra impresa en este caso:

BILLY AVELLAS es un ser artificial dispuesto a dar con la cara oculta de la luna a la vez que descubre la suya propia. Para ello se embarcará en un viaje fantástico junto a Becky, la científica más inteligente de la granja Rimperton.

En la tradición del Pedro Melenas del doctor Hoffman, el Pinocho de Collodi, el Manostijeras de Tim Burton y otros tantos clásicos inolvidables, Billy Avellanas es una novela gráfica para adultos de edad indefinida con la que el multipremiado Tony Millionaire se acredita entre los grandes narradores de nuestro tiempo.

No tanto, la verdad, pero la cosa merece unos apuntes. Hacía tiempo que esperábamos a Millionaire por estos lares (como seguimos esperando a tantos otros, claro: Harkham, Catmull, Ralph, etc.). Es cierto que la figura del norteamericano no ha dejado de crecer entre los amantes del cómic y la crítica estadounidense, desde sus orígenes más o menos independientes hasta el momento actual en que su trazo inconfundible aparece en mil y una publicaciones norteamericanas. Sus obras se cotizan a lo grande, y el bostoniano consigue crear universos personales sorprendentes y llenos de magia.

De acuerdo también con los referentes autorales y narrativos mencionados: Billy Avellanas tiene puntos de conexión claros con la cuentística tradicional y moderna. Las referencias a Pinocho o Eduardo Manostijeras son obvias; como podrían serlo incluso a Frankenstein o, por qué no, a la tradición mítico-religiosa del Gollem o la misma creación del ser humano por Dios (Adán la tierra, Eva la carne). Como hemos señalado, especialmente clara nos resulta la semejanza entre Millionaire y Tim Burton. Ambos crean mundos a medio camino entre la tradición gótica y el cuento fantástico; ambos hurgan en el terreno desconocido de la psique humana (los miedos, los sueños, el deseo…), aludiendo, simbólicamente, con sus creaciones ficcionales a sentimientos, comportamientos y otros niveles de la existencia; ambos hacen discurrir las peripecias de sus personajes por un universo ficcional alucinado, que se rige por unas coordenadas propias, tejidas con hilos de la simbología cuentística y la fantasía onírica, un universo que no adquiere más sentido que el que determinan esas reglas internas propias de fantasía desbordada que dirigen y modelan sus tramas. Aquí está también la diferencia entre Burton (o Carroll o Perry) y Millionaire.

Mientras que aquellos, de un modo u otro, anclan sus trabajos a la realidad empírica y social (Eduardo Manostijeras es la anomalía de lo social; en Alicia todo es sueño dentro de un sueño; Peter Pan es el niño eterno que vive en un mundo de fantasía infantil). Billy Avellanas es un cuento de lo irreal, marciano, de principio a fin (¿se acuerdan de Jali?). Esa es su virtud y su defecto: la irrealidad lo preside todo sin excusas, de ahí que ni la línea onírica valga como excusa para sostener su trama. Y la trama de Billy Avellanas, en ocasiones, no se sostiene (en términos de equilibrio narrativo, nos referimos), todo parece desbordado. Millionaire termina por saturarnos con su cascada de sorpresas, detrás de cada viñeta, de cada secuencia, de cada página. De modo que, cuando uno termina de leer Billy Avellanas, se queda con la sensación de haber acabado un sprint demasiado largo. Si exceptuamos el emocionante y templado final, y algún otro instante de sosiego narrativo (bellísima la escena del naufragio con Billy y Becky, llevados por las olas, alejándose en el mar), todo es una vorágine en este cómic y se corre el riesgo de que el lector acabe fatigado, claro.

Pero sí, no cabe duda de que Millionaire es un artista con un universo personal, convincente y brillante en muchos casos, capaz de elaborar un lenguaje propio (más de lo que se puede decir de muchos autores, hoy en día). Parte de ese lenguaje personal descansa sobre la belleza de unas imágenes, un dibujo, que huele a clásico y a respeto por la tradición de la ilustración gráfica de los últimos 150 años. En el trazo elegante de Millionaire se puede rastrear a McCay y a Gray, pero también a Cruikshank, a E. H. Shepard, al mismo Töpffer y, sobre todo, a Tenniel. Volvemos a Wonderland, como ven, no podía ser de otro modo.
Por cierto, preciosa la edición de La Cúpula.