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miércoles, enero 06, 2021

2020, Cómics para una pandemia

No ha sido este el mejor de los años para el ciudadano. A base de pandemias y crisis encadenadas, nos hemos dado cuenta de que aquello de no hay mejor noticia que no tener noticias es un axioma perfecto para quienes aspiramos a la normalidad. Pero, como decíamos en nuestro último post, hasta un mal año trae buenas noticias. Los lectores perspicaces que hayan sido capaces de interpretar nuestra sidebar se habrán dado cuenta de que, para nosotros, 2020 será un año inolvidable por la mejor de las razones. En términos viñeteros, este ha sido un año igualmente glorioso. Las penurias aguzan el ingenio y no aplacan el buen hacer editorial, parece. 

La nómina de cómics notables de este curso no ha dejado de crecer hasta el último mes del año (como demuestra alguna de estas reseñas); no hemos tenido la posibilidad de leer todo lo que hubiéramos querido (se nos han quedado en el debe cosas como la última entrega de esa estupenda serie que es Orlando y el juego, de Luis Durán, y lo último de Jaime Martín, o lo de Magius y Nora Krug), pero entre lo leído, hay algunos cómics fantásticos. Allá va nuestra selección sin orden de preferencia: 

Preferencias del sistema (Ponent Mon), de Ugo Bienvenu: El cómic del dibujante, escritor, actor y director de animación Ugo Bienvenu sitúa la acción en un futuro culturalmente fantasmagórico, en el que la acumulación y difusión de información lo es todo (vamos, casi como en este presente que vivimos); un futuro en el que el interés de los bienes culturales depende de su capacidad para obtener reproducciones y difusión, más que de su calidad o su valor cultural intrínseco; un futuro en el que hay que sacrificar Odisea del espacio 2010 o la obra poética de Auden, para dejar espacio en el sistema a las retransmisiones de youtubers y a los posados de instagramers. Lo que más miedo da del cómic de Ugo Bienvenu es que todo cuanto cuenta suena perfectamente plausible. Hay quien le critica por su frialdad extrema, una sobriedad subrayada por el realismo de su dibujo (por algo la editorial que creó en 2018 con Cédric Kpannou y Charles Ameline se llama Réalistes) y por sus colores planos. Pero esa nos parece precisamente la mayor virtud de Preferencias del sistema: su precisión quirúrgica para diseñar un futuro distópico que, al margen del avanzado grado de evolución tecnológica y robótica que plantea, huele a presente en cada viñeta. La puerta a la esperanza de esta historia inclemente y sombría está personificada en la pequeña Isi, una niña que nos recuerda que la cultura, la música, el cine y la poesía podrían llegar a ser nuestros últimos rasgos de humanidad en esta inercia de materialismo consumista a la que nos hemos entregado.

El Humano (La Cúpula), de Diego Agrimbau y Lucas Varela: Aventuras de género. Humanoides, astronautas en hibernación y un planeta al borde de la extinción son los ingredientes de una historia de ciencia ficción en estado puro. Robert, el científico humano, regresa a la Tierra después de una hibernación orbital de 549.000 años. Su misión, salvaguardar el futuro de la especie humana después de que éstos estuvieran a punto de acabar con el planeta. Este es el punto de partida para las aventuras del protagonista y sus acompañantes robóticos. Como no podía ser de otro modo, detrás del relato de aventuras se esconden reflexiones acerca de la condición humana y su condición depredadora, que conducen a conclusiones desesperanzadas acerca de nuestra naturaleza vírica y destructiva. El nuevo trabajo de este eficiente tándem de autores argentinos puede presumir de un bonita y estilizada línea clara (en la mejor tradición de la escuela de Bruselas) y de un pulso narrativo vibrante que no abandona el relato hasta su sorprendente giro final.

Devastación (Alpha Decay), de Julia Gfrörer: Una rata le muerde en el cuello a otra; dos perros famélicos se disputan un brazo humano arrancado de cuajo; Agnès, la joven protagonista del relato, amasa el pan de cada día con sus propias lágrimas... Son escenas que marcan el tono de Devastación, el insólito cómic de Julia Gfrörer. Su estilo nos remite a las viejas ilustraciones del siglo XIX de la muerte y lo demoniaco. Su trazo y su irregular rayado nos hacen pensar un Edward Gorey que hubiera perdido el sentido del humor. El elemento gótico (e incluso satánico) se repite en casi todos sus cómics, en los que la fantasía, los místico y lo sobrenatural se mezclan con sorprendente naturalidad, a un paso lento que conecta lo irracional con la vida sencilla de las gentes. La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa como por su apuesta estética. En Devastación la autora elige los tiempos terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Un tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo supersticioso a lo desconocido. 

Del Trastévere al paraíso (Reservoir Books), de Felipe Hernández Cava y Antonia Santolaya: Continúa Hernández Cava (el gran guionista del cómic español) reconstruyendo el imaginario progresista del siglo XX, desde la lucidez democrática y con una mirada crítica y reflexiva hacia la barbarie de los totalitarismos y los extremismos. Se enfrenta en esta ocasión a uno de los episodios más turbios que acompañaron a las revueltas juveniles universitarias del 68 en buena parte de Europa: el surgimiento de facciones terroristas de inspiración anarquista, compuestas, en muchos casos, por jóvenes apenas mayores de edad. Valeria Stoppa, la protagonista de Del Trastévere al paraíso, fue una de aquellas adolescentes que se dejó cegar por el discurso del odio y la cosificación del adversario hasta integrarse en una de esas células terroristas que fueron germen de las Brigadas Rojas italianas. Ahora, desde su madurez, reflexiona acerca de una vida perdida y pone en duda sus propias convicciones de juventud. El dibujo evocador de Antonia Santolaya, con un trazo suelto cercano al esbozo y colores expresionistas, construye una mirada nostálgica y desesperanzada hacia el pasado de una juventud desperdiciada.

Verdad (Liana Editorial), de Lorena Canottiere: El dibujo de Canottiere en Verdad es deslumbrante, con un empleo luminoso y sorprendente del color. Su expresionismo cromático parece ilustrar recuerdos y sensaciones más que una representación de realidad. Las imágenes evocadoras nos acercan a la historia, las historias más bien, que componen la biografía de la joven protagonista que da título al cómic (un nombre propio anómalo, Verdad, cargado de connotaciones e intenciones). El relato serpentea desde el pasado hacia el presente: la niñez de Verdad con su abuela, a la sombra de una madre desaparecida; su lucha en la Guerra Civil Española contra el fascismo; su renuencia a la derrota viviendo en el monte como un maqui... Y todas esas vidas empujan en una misma dirección, confluyen en un mismo anhelo: la búsqueda (utópica) de la libertad. El deseo irrefrenable de la protagonista de construir su propia existencia, sin ataduras, sin dependencias. En ese impulso, la lucha contra Franco, la vida en soledad en la naturaleza o la resonancia lejana, casi mítica, de Monte Veritá (la colonia hippy a la que se escapó su madre) funcionan como escenarios simbólicos e ideales de ese sueño imposible de libertad. Verdad es un cómic con muchas lecturas y, sobre todo, es un verdadero goce visual. 

La esperanza pese a todo. Segunda parte (Dibbuks), de Èmile Bravo: Èmile Bravo sigue embarcado en su tarea de transformar una serie que nació con vocación cómica y para un público infantil en un cómic adulto con conciencia histórica y voluntad política. El segundo volumen de La esperanza pese a todo (de los cuatro que conformarán la saga) continúa la epopeya de Spirou y Fantasio en el contexto de la Bélgica ocupada y colaboracionista durante la Segunda Guerra Mundial. Y Bravo no duda en meter a sus personajes en todos los charcos posibles. Desde la rectitud moral del niño Spirou y la inconsciencia sin malicia de su amigo Fantasio, el dibujante francés plantea una serie de interrogantes éticos acerca la implicación de ciertos países aliados (como Bélgica y Francia) en la contienda; cuestionando además aspectos como el papel de la iglesia o la actitud xenófoba y supremacista del nacionalismo flamenco. Sin abandonar nunca el espíritu original del personaje y su dinamismo aventurero, La esperanza pese a todo plantea una relectura audaz y madura de una de las series clásicas del cómic europeo. La mejor línea clara franco-belga del momento.

Blueberry. Rencor apache (Norma Editorial), de Joann Sfar y Christophe Blain: Mucho de lo dicho en la entrada anterior valdría para reseñar esta revisión de otro clásico del cómic europeo como es las aventuras del Teniente Blueberry, desde el respeto a la creación original de Charlier y Giraud, pero con buenas dosis de atrevimiento e innovación. Dos de los grandes autores del cómic actual se embarcan en una reconstrucción del western a partir del espíritu original de un personaje y una serie que nacieron con un tono fordiano, pero que, en esta nueva entrega, se acercan más a la violencia naturalista y el austero psicologismo de Peckinpah y Sergio Leone, respectivamente. El guion de Sfar desarrolla un episodio de violencia que amenaza con desbaratar la frágil paz que garantiza la convivencia entre los colonos, el ejército de caballería y los Apaches. La historia avanza firme con una tensión creciente, al mismo tiempo que va introduciendo nuevos ingredientes y personajes en la trama. Blain, que ya le había dado una patada al género en su estupenda serie Gus, lleva a su terreno con asombrosa maestría el estilo original de Giraud (aka Moebius) para construir una galería de personajes llenos de matices y dobleces morales. Y, de fondo, la bastedad de un paisaje infinito y reconocible por todo buen aficionado al género. Nos podemos esperar a la siguiente entrega.

La cólera (Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares: La cólera es La Ilíada, reconocible desde su título (con esa palabra empieza el poema épico de Homero). Sin embargo, poco a poco, la mitología se despliega en ambigüedades y lecturas inesperadas. La ironía postmoderna invade los diálogos y va desanclando al cómic del texto clásico. El dibujo oscila entre la reescenificación histórica y el juego simbólico. Se despliega un argumento conocido: el de la alianza de reinos comandada por Agamenón y sus aqueos que asedian la ciudad de Troya; después de nueve años de sitio, Ajax, Ulises y Aquiles parecen a punto de derrotar su resistencia... Avanza el argumento de La colera con pulso y con un despliegue visual apabullante..., hasta que el relato se detiene en una digresión metanarrativa que es un caballo de Troya postmoderno en toda regla. Un metarrelato que pone la historia principal patas arriba y la cabeza del lector de vuelta y media. Después del desconcierto inicial (un desafío de las convenciones lectoras, un desafío de las expectativas, un desafío del equilibrio del relato), recuperamos el pulso y una intuición: la de que aquella Europa de la Grecia Clásica estaba en realidad mucho más cerca de esta otra Europa nuestra de lo que suponíamos.

Un tributo a la tierra (Reservoir Books), de Joe Sacco: La obra de Sacco tiene la cualidad de abrumar al lector. La cantidad de información y el minucioso proceso de documentación que hay detrás de cada uno de sus cómics hacen de ellos una fuente de conocimiento exhaustiva sobre la realidad geopolítica del mundo en el momento concreto de su publicación. Además, en cada nuevo trabajo, el dibujo de Sacco se ha ido enriqueciendo en matices, en una evolución hacia un realismo lleno de texturas que, por un lado, remite al detalle de la ilustración xilográfica clásica, pero que nunca ha abandonado la herencia underground de la que se alimenta la obra de Sacco desde sus orígenes. Por su temática, pudiera parecer que Un tributo a la tierra se aparta de esa línea de periodismo bélico que define la producción del autor, sin embargo, aunque es cierto que la acción de este cómic no se sitúa en medio de una guerra o una zona en conflicto armado, sus páginas también describen un enfrentamiento; un desafío, cruento en muchos casos, del que seguramente depende el futuro de la humanidad: el de la naturaleza frente al dedsarrollo económico. El cómic arranca con una mirada hacia los usos y costumbres de las tribus indígenas del norte de Canadá, que mantuvieron sus formas de vida nómada prácticamente hasta finales del siglo XX. Aquella difícil existencia casi extinguida contrasta dramáticamente con la actual explotación petrolífera de las reservas originales y la adaptación de los nativos al trabajo en las mismas y a los modos de vida occidental. Una adaptación, en muchos casos impuesta por las administraciones políticas y las autoridades religiosas del país. Un tributo a la tierra es un reportaje acerca del cambio climático y la explotación de los recursos naturales, sí, pero también una mirada sincera a la vida difícil de unos pueblos cuya subsistencia depende de esa misma evolución que poco a poco va enterrando sus propias raices. Una vez más, Sacco lleva a cabo un ejercicio magistral de investigación periodística que confía en la inteligencia del lector para penetrar en las zonas grises de la historia. 

Tatsumi (Satori Ediciones), de Yoshihiro Tatsumi: La editorial Satori (especializada en cultura y literatura japonesa) acaba de publicar Tatsumi, un cómic en el que se recopilan algunas de las mejores historias cortas del maestro japonés publicadas entre 1970 y 1972. Los relatos seleccionados (varios de los cuales ya habíamos tenido la oportunidad de leer en nuestro país en las publicaciones de La Cúpula) sintetizan con transparencia la poética del autor y resumen muchos de sus lugares comunes: la sombra alienante de la gran ciudad (“Cría”, “La montaña de los viejos abandonados en Tokio”), la soledad del trabajador asalariado en su lucha por una subsistencia precaria (“Escorpión”, “Querido Monkey”, “La campana fúnebre”), la sexualidad disfuncional como metáfora de la inadaptación social (“Ocupado”, “La primera vez de un hombre”), los estigmas afectivos y las cicatrices de la participación en el bando derrotado de la Segunda Guerra Mundial (“Infierno”, “Goodbye”), etc. Como sucede a lo largo de toda su producción, muchos de los episodios recogidos en este volumen incluyen elementos de naturaleza autobiográfica. En algunas de sus historias, Tatsumi apenas se esconde detrás de sus personajes. Este volumen será una buena introducción para todos aquellos que aún no conozcan al mangaka. La selección de relatos incluye algunas de sus historias cortas más singulares y conmovedoras, como “Infierno”, “Querido Monkey” o “Goodbye”. Además, gracias a los textos que acompañan a la edición (al “Epílogo” del propio Tatsumi se une una “Breve nota biográfica”, no tan breve, y un estudio “Sobre las historias publicadas en el presente volumen”) el lector será capaz de profundizar en la figura y obra de uno de los maestros del manga: el padre del gekiga.

La soledad del dibujante (Sapristi), de Adrian Tomine: Cuando uno de los dibujantes más célebres y admirados del planeta cómic decide aparcar cualquier tipo de autocomplacencia y quedarse en pelota picada creativa delante de sus lectores, puede surgir algo tan honesto y sugerente como La soledad del dibujante (el personal homenaje de Adrian Tomine a la célebre novela de Allan Silitoe). Aunque en su recuento de humillaciones y situaciones embarazosas Tomine abusa de cierto patetismo autocompasivo, lo cierto es que su cómic es realmente divertido. Observar bajo la lupa los complejos y las decepciones de uno de los genios más precoces del medio no deja de ser una lección de humanidad. El formato elegido para la edición del cómic encaja como un guante con esa mismo búsqueda de sencillez y espontaneidad: el de una pequeña libreta Moleskine de cubiertas negras y hojas cuadriculadas (la edición estadounidense incorpora incluso la goma negra de cierre que las caracteriza). Todo funciona en La soledad del dibujante, lo de dentro y lo de fuera. Tomine sigue manteniendo aquel realismo de línea clara que le hizo célebre, aunque su estilo parezca ahora más espontáneo y depurado; y aquellos finales repentinos e inesperados que hicieron de él el Carver del cómic se han convertido en La soledad del dibujante en los gags ocurrentes de un autor que se sabe tocado por el éxito y el talento (aunque en este cómic se empeñe en disfrazarlos a base de humildad, timidez y un fino sentido del humor). 

Los sentimientos de Miyoko en Asagaya (Gallo Nero Ediciones), de Shin'ichi Abe: Los relatos breves que componen Los sentimientos de Miyoko en Asagaya conforman un extraño collage autobiográfico. Lo cierto es que Abe es un autor extraño en sí mismo, diferente. Pertenece, junto a Oji Suzuki o Seiichi Hayashi, a ese grupo escogido de autores japoneses que, bajo el influyente magisterio de Yoshiharu Tsuge, publicaron en la revista alternativa Garo mangas que discurrían entre la experimentación narrativa y cierto simbolismo poético. Como hace Abe en los relatos de este volumen, casi todos ellos recurrieron a episodios de sus propias biografías para proyectar una mirada extrañada de la realidad, muchas veces fragmentarias y profundamente críptica en su subjetividad. Los sentimientos de Miyoko en Asagaya está presidido por un tono decadente y sombrío, por una suerte de pesimismo existencial que empuja a los protagonistas de sus historias a dejarse ir cuesta abajo y malvivir solitarias vidas precarias. Las poéticas imágenes de paisajes nocturnos conviven con un diseño de personajes deliberadamente descuidado; un estilo caricaturesco que deforma rostros y movimientos con la intención de transmitir las emociones particulares de cada instante y situación. El dibujo antirrealista de Abe y su renuncia a una secuenciación convencional en términos de fluidez narrativa consiguen dotar a sus historias de un lirismo intimista que termina por atrapar al lector dentro de su red de significados e insinuaciones. 

A través (Pípala), de Tom Haugomat: Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado, el libro teórico que han publicado la Universidad de León y Trea este año, parece pensado para explicar una obra como la de Haugomat. Es un libro con pocos dibujos y menos texto, pero cuenta muchísimas cosas: una vida entera, de hecho. Lo hace combinando de forma sistemática dos puntos de vista de vista complementarios que crean una rutina secuencial: la mirada subjetiva de su protagonista aparece siempre continuada por el plano general que la explica. Así, a través de los ojos del personaje principal, asistimos a los instantes decisivos de su biografía y, junto a él, pasamos el tiempo de una vida. Las figuras minimalistas sin rostro de A través, sus paisajes evocadores y sus colores planos nos remiten a la ilustración estadounidense de los años 50-60, a aquellos diseños estilizados y utilitarios que abundaban en los magazines más elegantes y sofisticados de la época. Y, sin embargo, pese a esa frialdad aparente, el libro ilustrado/cómic de Haugomat está paradójicamente lleno de emoción y poesía; una lectura rápida de esas que dejan poso y apetece releer de vez en cuando. Un hallazgo.

Regreso al Edén (Astiberri), de Paco Roca: Vuelve quien seguramente es el autor más popular del cómic español reciente y lo hace a lo grande. Regreso al edén continúa indagando en esos procesos de reconstrucción de la memoria, biográfica, familiar e histórica, que ya había explorado en La casa. En este caso, el rastreo del pasado toma como punto de partida tres fotografías, que le sirven al autor para hacer la radiografía de una de tantas familias que vivieron la postguerra española entre penurias y privaciones de todo tipo. La familia elegida es la de su madre Antonia y, a través de su figura, la de sus padres y hermanos, se nos ofrece también el retrato fotográfico de una España que vivía uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. En realidad, el dibujo de Paco Roca tiene también cierta cualidad fotográfica a la hora de capturar con precisión los aspectos básicos de la realidad; pareciera que ningún detalle esencial se escapara a su trazo. En Regreso al edén, además, el autor continúa explorando en las posibilidades simbólicas y narrativas de un lenguaje que domina como pocos otros dibujantes. Este cómic vuelve a demostrar que Paco Roca es un autor en constante crecimiento y, parece, en perpetuo estado de gracia.

Mis cien demonios (Reservoir Books), de Lynda Barry: Es imposible no claudicar ante el estilo naif de Lynda Barry y la honestidad confesional de sus historias. En Mis cien demonios, la autora aborda el género del slice of life desde un original recuento de sus miedos y complejos infantiles. En el prólogo del libro, Barry confiesa cómo decidió inspirarse en los demonios (onis) de un rollo japonés del siglo XVI para elaborar su propia lista de "monstruos" personales a partir de sus recuerdos infantiles y adolescentes. En su enumeración variopinta se cuelan objetos, rasgos de su personalidad y referencias simbólicas a momentos concretos y obsesiones insistentes que, de alguna manera, dejaron una huella en su biografía y marcaron su personalidad posterior: su descoordinada forma de bailar, las discusiones constantes con su madre, la muerte de algún amigo, el olor de su hogar, su apego fetichista a ciertos objetos de la infancia... Mis cien demonios es la prueba palpable de que algunos autores elegidos pueden llegar a resumir toda la complejidad de la existencia en el espacio humilde de una anécdota infantil. El lenguaje sencillo de Barry y el candor infantil sus ilustraciones encierran momentos reveladores y una emoción verdadera que se contagia al lector casi desde las primeras páginas. Un cómic para todos los públicos que difícilmente decepcionará a nadie.

Mono de trapo (Barrett), de Tony Millionaire: Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En toda su producción, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc. Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas. 

Rosie en la jungla (Fulgencio Pimentel), de Nathan Cowdry: Los personajes de Cowdry son simplemente adorables. El achuchable perrito algodonoso y las bellas muchachas de formas redondeadas que protagonizan Rosie en la jungla tienen cierto aire disneyano, aunque en su diseño se observan también influencias del manga y del surrealismo pop big eyes. Sin embargo, lo que parecería la materia prima adecuada para una historia infantil o un relato de shojo manga, en manos de Cowdry sirve para construir un cómic de jóvenes traficantes de droga, mascotas que utilizan sus estómagos como mula y agresivas bragas parlanchinas dispuestas a matar y morir por un puñado de libras. Sexo duro, violencia y transgresión en un envoltorio de caramelo. Perturbador y fascinante a partes iguales. Como señala alguien en la faldilla promocional del libro, la experiencia de leer Rosie en la jungla se parece un poco a ver una película porno por primera vez. A ratos, uno intenta mirar para otro lado, pero no hay manera.

lunes, enero 06, 2020

Algunos cómics de 2019 que deberíais leer

Como todos los años, queremos celebrar nuestros Reyes Magos particulares recordando los cómics que más hemos disfrutado a lo largo de este curso que recién despedimos. 2019 ha sido un gran año en asuntos viñeteros. La siguiente lista muestra una selección de cómics en la que géneros, nacionalidades y estilos se alternan sin más orden ni jerarquía que nuestro gusto personal; tan discutible como cualquier otro, ya saben: 


Angola Janga (Flow Press), de Marcelo D'Salete El cómic multipremiado del brasileño D’Salete desglosa los episodios de una historia perdida en los pliegues mismos de la Historia, uno de esos episodios oscuros (u oscurecidos) por la inercia de las derrotas: la rebelión que en el siglo XVI protagonizaron los esclavos huidos de las plantaciones de caña de azúcar contra el Reino de Portugal en el Brasil colonial. Los esclavos fundaron en la selva amazónica el reino de Angola Janga (en homenaje a su tierra de origen) y desde allí lucharon, hasta la derrota final, contra las tropas militares que durante décadas intentaron infructuosamente acabar con los mocambos de Palmares. Adentrarse en el relato de Angola Janga exige voluntad por parte del lector. Sus páginas presumen de rigor historiográfico y apuestan por un indigenismo (terminológico, conceptual y espiritual) que nos invitará a indagar entre los mapas y la cronología de un episodio cargado de vergüenzas y oprobios. El exuberante dibujo de D'Salete, en un blanco y negro expresionista cargado de simbolismo, participa de ese mismo espíritu y nos invita a sumergirnos en una aventura, real y sin final feliz, de la que resulta difícil salir indemne. 


Mies (Grafito Editorial), de Agustín Ferrer Casas: Nos gusta el dibujo meticuloso, casi de amanuense, de Ferrer Casas y agradecemos la exhaustividad historiográfica de casi todas sus obras. En Mies se percibe el cariño especial que el dibujante ha puesto en su trabajo y en la documentación previa. Con un estilo deudor del realismo francobelga más naturalista, Ferrer Casas recorre la biografía del gran arquitecto alemán Mies Van Der Rohe y, junto a los claroscuros de su biografía y su autosatisfecha obstinación, nos redescubre la obra del genio a lo largo de su fecunda y turbulenta trayectoria. Mies escapa de la linealidad narrativa para buscar las conexiones y los puntos de anclaje que engarzan y dan sentido a cualquier periplo vital: gracias a ese juego de flashbacks y remembranzas en primera persona (el cómic está enfocado desde la voz narrativa de su protagonista) descubrimos a un personaje fascinante y podemos deleitarnos de su fabuloso legado, maravillosamente ilustrado por los lápices de Agustín Ferrer Casas. 

Niño prodigio (Blackie Books), de Michael Kupperman: En Niño prodigio, Michael Kupperman lleva a cabo un ejercicio de memoria filial destinado a ajustar cuentas con el pasado propio y con el de su árbol genealógico a partir de la figura del progenitor. Porque Joel Kupperman fue un niño prodigio, pero nunca supo ser un padre. El libro responde al modelo comicográfico metaficcional que Art Spiegelman glorificó en Maus: el hijo que nos cuenta la historia del padre junto a la del mismo proceso creativo. Un cómic que narra cómo se hace un cómic. El autor luchará contra la demencia incipiente de un hombre que sólo quiere olvidar su infancia: aquel periodo en el que una madre ambiciosa y unos medios de comunicación sin escrúpulos decidieron que Joel Kupperman era una gallina de los huevos de oro con un coeficiente de inteligencia por encima de los 200, aquellos años en los que Joel Kupperman se convirtió en el niño más famoso de Estados Unidos gracias al concurso Quiz Kids. 

¿Es así como me ves? (La Cúpula), de Jaime Hernandez: Las "locas" del menor de los Hernandez Bros siguen envejeciendo con una dignidad envidiable. Y el paso del tiempo al ritmo lento de la vida sigue siendo el tema principal de esta gran novela río que Jaime Hernandez lleva levantando desde hace casi cuarenta años. Para el lector es un privilegio haber podido madurar junto a personajes como Hopey y Maggie, haber compartido con ellas los bandazos de la existencia, sus alegría y sinsabores, sin trampa ni cartón. Como quien se hace mayor y envejece al lado de dos viejas amigas, aunque éstas, en verdad, habiten en una realidad paralela chicana que nace de la imaginación de otro viejo amigo. En esta nueva entrega, su autor nos invita a uno de esos reencuentros de amigos viejunos que nunca acaban bien: la de Maggie y Hopey es una fiesta punk en un tiempo en el que el punk ya no existe; menos mal que las buenas amistades nunca caducan. Sin embargo, como sucede siempre con el trabajo de Jaime y Beto Hernandez, el disfrute de ¿Es así como me ves? será directamente proporcional al grado de familiaridad que el lector tenga con sus sagas; para el neófito, la galería de personajes que discurren por sus páginas quizás no sean más que una panda de desconocidos con los que no siempre es fácil empatizar. El que avisa no es traidor. 

Irmina (Astiberri), de Barbara Yelin: Irmina comienza pareciendo una historia biográfica de empoderamiento femenino y termina por convertirse en una reflexión sobre la barbarie y los caminos equivocados que tomamos en la vida. "Quise contar la vida de mi abuela tras encontrar cartas, diarios íntimos y fotos que le pertenecían. Descubrí a una persona a la que no conocía...", comenta su autora. Irmina es la historia de aquella muchacha idealista y tolerante que con diecinueve años decidió irse ella sola a estudiar a Inglaterra para terminar entregándose a la fiebre totalitaria que abdujo a una masa de ciudadanos alemanes en su huida adelante hacia la inhumanidad y el sinsentido. Con un estilo urgente, sobrio y ligeramente expresionista, Barbara Yelin propone una mirada honesta y llena de interrogantes a su propio árbol genealógico: la mirada perpleja de quien intenta entender un pasado que se adivina incomprensible. 

Cómo traté de ser una buena persona (La Cúpula), de Ulli Lust: Cuando pensábamos que ya no podíamos aguantar más novelas gráficas autocompasivas ni más miserias autobiográficas, llega la austriaca Ulli Lust y nos da una galleta de casi 400 páginas con un slice of life de manual, repleto de traumas personales, relaciones fallidas y mucho, mucho, sexo. Explícito como un kamasutra en viñetas y exhibicionista hasta la desvergüenza, Cómo traté de ser una buena persona retuerce la noción de "historia de amor" hasta hacerla casi irreconocible (por algo la palabra Lust significa 'lujuria' en alemán). El cómic describe las vicisitudes de un triángulo amoroso en el que la tolerancia, la compresión y el sexo desinhibido conviven con experiencias traumáticas, episodios violentos y pequeñas tragedias amorosas. La autora relata, sin ahorrarnos detalles, un periodo de su vida en el que, al mismo tiempo que empezaba a labrarse su futuro como artista, intentaba sobrevivir a los conflictos interiores generados por su maternidad irresponsable y una vida desordenada. Intensidad autoconfesional. 

Reiraku (Norma Editorial), de Inio Asano: No nos cansamos de leer a Inio Asano, siempre con cierta fascinación morbosa. Su obra escarba en las zonas oscuras de la naturaleza humana para explorar nuestros complejos e imperfecciones, para revelar que los sentimientos y la existencia no son reducibles a soluciones simples ni a la tentación arbitraria del final feliz. Por eso, los cómics de Asano se mueven con naturalidad entre el costumbrismo, la sexualidad explícita y el suspense que presagia todo drama, porque sus personajes respiran veracidad y sus relaciones, por más extrañas que parezcan, resultan convincentes. Pese a su carácter ficcional, Reiraku huele a exorcismo autoconfesional: estamos seguros de que hay algo de Asano en ese mangaka sociópata y angustiado que decide sacrificarlo todo en el altar del éxito profesional; aunque, por el bien de su autor, esperamos que la autorreferencialidad no pase de la inspiración circunstancial. Y es que Reiraku es, sobre todo, un relato de autodestrucción y de presagios obsesivos, la historia de un triunfo devenido en fracaso. 

Rusty Brown (Reservoir Books), de Chris Ware: Podríamos justificar la inclusión de este cómic en la lista con un simple “¡Joder, que es Chris Ware!”, pero quizás hagan falta dos o tres frases más. Por ejemplo, para señalar que Rusty Brown es una nueva obra maestra de Ware, un ejemplo mayúsculo del estudio de la personalidad humana a través de la secuenciación en viñetas. La prueba de que el autor de cómics más importante del siglo XXI nunca deja de crecer, técnica y narrativamente. Su nuevo libro es un trabajo de años en el que recicla algunas páginas que ya habíamos tenido la oportunidad de disfrutar gracias a su biblioteca unipersonal Acme Novelty Library, a la vez que cede el protagonismo a varios personajes (el propio Rusty Brown, Chalky White, Jordan Lint...) y líneas argumentales conocidos. Los relatos que conforman Rusty Brown, con sus itinerarios simultáneos, sus microsecuenciaciones y su empleo simbólico de los silencios y las pausas narrativas, funcionan como un mecanismo de vidas cruzadas, que incluyen la del propio autor transmutado en personaje. Con frecuencia, se ha acusado a Ware de un exceso de frialdad y gravedad, sin embargo, la sutil ironía autorreferencial de este cómic y la escasa indulgencia con la que trata a su propia autorrepresentación demuestran que, cuando toca y en silencio, Ware también sabe reírse de todo y de todos; hasta de sí mismo y sus críticos. Magistral. 

Las edades de la rata (Ediciones Salamandra), de Martín López Lam: No sabemos a ciencia cierta si existe tal cosa como la peruanidad, pero, de hacerlo, Las edades de la rata condensa algunas de sus pulsiones y recoge varios capítulos de su cronología. López Lam es un autor diferente, en las formas y en el fondo. Sus historias se mueven en un territorio de literariedad: relatos de biografías ajenas agitadas por la historia del país, recuerdos prestados de un pasado que ayuda a modelar el presente, historias de emigración... Los episodios de este cómic confluyen, a través de geografías y momentos históricos diferentes, en un meandro de vidas cruzadas alrededor de dos figuras protagonistas: Isidoro, golfo bohemio de extrarradio, y Manuela, chino-peruana emigrante y representante de una generación de supervivientes. El estilo de López Lam, agreste y abigarrado como es, nos devuelve a un underground filtrado por su expresionismo de arrabal; un estilo que, dentro de su aspereza y violencia gestual, encierra paisajes bellísimos de un Perú eterno que tan pronto puede estar en Barcelona o Roma, como en la Lima contemporánea. El año pasado, Las edades de la rata ganó el XII Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic. Merecidamente. 

La mentira y cómo la contamos (Astiberri), de Tommi Parrish: Con un estilo de dibujo muy pictórico (una suerte de art-brut lleno de matices, muy potente cromáticamente), Parrish nos invita a invadir un espacio íntimo que suponemos autobiográfico. La mentira es una historia cotidiana (un slice of life) alimentada de confesiones, descubrimientos y autoengaños. A partir del encuentro casual de dos antiguos amigos y su puesta al día, la conversación de los protagonistas evoluciona desde la charla trivial hasta la revelación de secretos y ocultaciones de un pasado en común que nunca fue tan íntimo y transparente como ambos presuponían. La descripción de los personajes se enriquece a partir de sus propias palabras y sus erráticos comportamientos; las elipsis y silencios de la trama ayudan a completar unos perfiles psicológicos llenos de matices e imperfecciones. El desarrollo narrativo de La mentira se enriquece además con la presencia de un metacómic (el cómic en blanco y negro que la protagonista encuentra en la calle y empieza a leer cuando no está hablando con su antiguo amigo); una historia dentro de la historia que enriquece simbólicamente la línea argumental principal a partir de las dobles lecturas que genera. La mentira es un cómic extraño, tanto gráfica y como narrativamente, pero, de alguna manera, hipnótico; una historia de descubrimiento sexual turbadora y desconcertante. 

Sabrina (Astiberri), de Nick Drnaso: El joven autor estadounidense fue una de las grandes revelaciones de 2016 con esa asombrosa puesta de largo que fue Beverly. Para titular su nueva obra, recurre de nuevo a un nombre femenino, que en este caso tomará prestado de la protagonista en segundo plano de su historia: la chica desaparecida alrededor de la cual gira la trama. Sabrina comparte con Beverly un mismo tono desesperanzado y una misma forma, fría y alienada, de mirar a la realidad. Desde su objetivismo extremo, Drnaso mantiene una distancia quirúrgica respecto a la historia que cuenta que, más que aportar soluciones, confronta la tragedia con desapego y distancia, como quien se enfrenta a hechos ineludibles o a actos consumados. Su estilo gráfico, apoyado en colores planos y una línea clara perfeccionista de acabado casi mecánico, contribuye a subrayar una impresión de frialdad y distanciamiento, que, como no podía ser de otro modo, termina por dejar al lector aterido; aunque en este caso sea de miedo y sobrecogimiento más que por frío. 

The Eyes (webcómic), de Javi de Castro: Javi de Castro ha estrenado su nueva página web, The Eyes, dedicada en exclusiva al webcomic y a la experimentación con la narración digital. Podemos disfrutar de los episodios publicados en su web y comprobar que el resultado es sorprendente. Historietas como Blindness, Mirage, The Evil Eye y Visions recurren —como ya hizo De Castro en sus primeros cómics digitales— a un uso sutil e inteligente de la animación gif, combinada con una secuenciación a partir del scroll vertical. La línea clara de Javi De Castro, cada vez más expresiva y rica en detalles, se beneficia de un espléndido uso del color que funciona con eficacia en la creación de pausas narrativas y momentos de suspense. Cada uno de los webcómics de Javi de Castro esconde una sorpresa y, desde la inteligencia de su puesta en pantalla, nos obliga a reflexionar acerca de lo mucho que aún queda por hacer en el campo del cómic digital. Un hallazgo.

El mal camino (Fulgencio Pimentel), de Simon Hanselmann: El dibujante australiano invierte la tradición literaria moralizante y satírica de los animales sabios y las criaturas fantásticas antropológicas para poblar su universo degenerado de seres fracasados y personajes alienados. En los cómics de Hanselmann, los gatos, los búhos y los lobos también conviven con magos y con brujas, pero sus escenarios recuerdan más a los suburbios degradados por la droga y la pobreza de occidente que a los bosques animados de Walt Disney. Se trata en realidad del recurso alucinado y lisérgico que permite enmascarar, hasta hacerla tolerable, la dura realidad de unos personajes desquiciados y marginales. Su disfraz catártico le permite a Hanselmann hablar en primera persona y desnudar sus miedos y adiciones ante el lector. El propio autor, devenido en bruja transexual adicta a todas las drogas posibles, convierte sus vicisitudes personales, su sexualidad y sus dependencias, en una colección impagable de sketches humorísticos que le hielan a uno la risa. Después de varios libros que funcionaban como acumulación de escenas, El mal camino es la primera obra larga de Hanselmann. Su filosofía es la misma que la de obras precedentes, pero la continuidad narrativa le permite a su autor construir un texto más consistente y desolador, si cabe. 

Los Estados Divididos de Histeria (Dolmen Editorial), de Howard Chaykin: Chaykin no ha perdido un ápice de rabia y energía con el paso de los años: su discurso sigue siendo combativo y extemporáneo; profundamente incómodo para una sociedad y una industria cultural que se han acostumbrado a la repetición formulaica y al puritanismo rigorista de lo políticamente correcto. No es una sorpresa que la publicación de Los Estados Divididos de Histeria fuera acompañada en su país por una oleada de críticas (histéricas, efectivamente) y por la censura de una de sus portadas. Detrás de esta fábula excesiva y alborotadora que protagoniza el agente de la CIA Frank Villa, se encierra una crítica severa hacia la intolerancia y la falta de entendimiento social. Son obvias las referencias a la degradación económica, al incierto panorama político estadounidense y a los enfrentamientos sociales acaecidos durante el primer periodo legislativo de la administración Trump; pero también al peligroso crecimiento de los fundamentalismos, los nacionalismos y las ultraderechas xenófobas que plantean la estructura social en términos de ruptura y enfrentamiento más que de convivencia. Que Chaykin es un provocador es cosa bien sabida. También lo es que, detrás de su fachada de dibujante de cómics para la industria mainstream, se esconde el espíritu gamberro e inconformista de un anarco-agitador armado con tramas de tinta china y un don especial para la ironía más ácida. 

Guy, retrato de un bebedor (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen, Ruppert y Mulot: Cuando se juntan algunos de los autores más experimentales y transgresores del cómic actual sólo puede salir un artefacto tan indefinible como Guy, retrato de un bebedor; la mezcla imposible entre una novela gráfica, un relato de piratas y un cuadro flamenco del siglo XV. El guion de Ruppert y Mulot modela una biografía picaresca alrededor de la figura protagonista de Guy, el canalla sin escrúpulos que da título al cómic; el representante tenebroso de un tiempo en el que la vida valía tan poco como las monedas que portaras en tu bolsa. Su crueldad irreflexiva y su huida homicida hacia ninguna parte son la excusa para reflexionar acerca de la crueldad humana, los límites de la civilización y la lucha por la supervivencia. Schrauwen utiliza un estilo de dibujo esquemático que juega continuamente con el imaginario pictórico de artistas como El Bosco, Brueghel o Teniers; referencias que el dibujante pone al servicio de su experimentación secuencial, con un uso simbólico del color (y el blanco y negro) y con un trazo que juega con diferentes grados de naturalismo. Un cómic que no dejará indiferente a nadie: el riesgo de apostar.  

Alt-Life (Dibbuks), de Falzon y Cadéne: Alt-Life es un ejercicio de cyberpunk postmoderno que da una vuelta de tuerca a ese tema de la virtualidad matricial que en su día anunció Baudrillard y que el Matrix de los Wachowski elevó a la condición de fenómeno de masas. La obra de Joseph Falzon y Thomas Cadéne arranca de una premisa similar a la que se desvela al final del filme: ¿Qué sucedería si nada de lo que vemos y sentimos fuera real? ¿Si todo lo que conocemos no fuera otra cosa que un simulacro creado por una entidad superior para confundir nuestros sentidos y nuestra consciencia? La vida como simulacro (concepto que Baudrillard esgrimía con intenciones simbólicas y del que Matrix y Alt-Life se apropian para construir sus edificios ficcionales) anunciaba en el filme de los Wachowski la distopía tenebrosa de un mundo controlado y sometido por la inteligencia artificial; un futuro en el que el ser humano acababa convertido en materia prima, combustible orgánico para mantener operativo el "sistema". Alt-Life propone una visión menos pesimista, pero igualmente abierta a interrogantes éticos y filosóficos, muchos de ellos en un tono freudiano alrededor de la sexualidad y la represión. Ciencia ficción con chicha. 

En un rayo de sol #1 y #2 (La Cúpula), de Tillie Walden: Los cómics de Tillie Walden describen una realidad paralela en la que, estamos seguros, le encantaría vivir a la propia autora. Es el suyo un universo en el que la Tierra y el cosmos confluyen en modelos habitables de convivencia y fascinación exploratoria; un lugar onírico construido de suntuosos palacios barrocos, cámaras secretas, escaleras de mármol y resplandeciente pasillos casi deshabitados; el universo de Walden sólo está habitado por mujeres fuertes y autosuficientes, benévolas e inteligentes; un espacio de civilización en el que la cultura y la naturaleza son más importantes que las cuotas de poder o la construcción de discursos civilizatorios. Pero lo curioso es que, pese a la indulgencia especulativa de sus ficciones y esa misantropía fabuladora que se adivina de fondo, cómics como The End of Summer o este En un rayo de sol construyen universos de ficción tan coherentes en su complejidad estructural y tan llenos de tolerancia que resulta imposible no desear que fueran ciertos. El dibujo de Walden es frágil pero exuberante, desnudo pero perfeccionista en su detallismo; un ejercicio de poesía visual que se apoya en un uso envolvente del color. En un rayo de sol es una nueva piedra preciosa en la carrera de esta jovencísima artista. 

En otro lugar, un poco más tarde (Astiberri), de David Sánchez: Después de su brillante incursión en Un millón de años, Sánchez continúa dando forma a su cosmogonía particular. El autor tira de imaginación y buenas dosis de especulación exotérica para concebir su personal exégesis acerca del origen del mundo en un tiempo y una geografía indefinidos. Una mirada, la suya, en la que la espiritualidad, lo sobrenatural y el evolucionismo se mezclan para reescribir el nacimiento de la vida y sus imprevisibles derivaciones. Las páginas de En otro lugar, un poco más tarde se muestran deudoras, estilística y conceptualmente, de la obra de creadores como Charles Burns o Daniel Clowes, pero terminan por definir la personalidad creativa de un autor que parece tocado por una varita (metafísica).