Concluímos la "travesía crumbiana" y lo hacemos retomando uno de esos puntos temáticos básicos en la obra del estadounidense: la confesión autobiográfica; algo que en el caso de Crumb implica dosis ingentes de sarcasmo, autoparodia sin flotador, ironía misógina y complejos y más complejos revelados en primera persona sin pudor alguno: "One of the keys to expressing yourself in your art is to try to break through self-restraint, to see if you can get past that socialized part of your mind, the superego or whatever you call it".
Por forzar la comparación, diríamos que Crumb es una suerte de Woody Allen desatado e hiperhormonado. En el fondo, la suya es la historia del niño ciclotímico y acomplejado que un buen día se venga de sus ofensores por la vía del talento reconocido. Una venganza basada en el abuso de todo aquello que se le había negado con anterioridad: la satisfacción del deseo. Son años de sexo desenfrenado a la luz de la fama, adulterios declarados y un uso indisimulado de la fan como instrumento de placer. Después de un primer periodo en San Francisco con su mujer (1967), invadido por la frustración que le produce no participar de esa ola de amor libre que todo lo invadía, Crumb conoce el éxito con Zap y suelta amarras y cinturones: "My pissant little fame had made my life so completely crazy by this time. I was only able to keep up the cartooning through sheer momentum. Most of my energy was now focused on dealing with the endless procession of hustlers and hangers-on, and getting rid of all this pent-up sex rage. The comics definitely suffered".
Cuenta el estadounidense además en su haber con un valor no discutido: Robert Crumb es uno de los primeros autores de cómic que moderniza el discurso, gracias a este hábil uso de la autorreferencia y la autoconsciencia ficcional que venimos comentando; valores ambos muy representativos de la postmodernidad y claramente extraños al vehículo que nos ocupa, hasta la aparición del genio de Filadelfia. Hace no demasiado hablábamos de ello en aquel número de Anthropos dedicado a la "Metaliteratura y metaficción". Por eso y porque, aunque está muy feo citarse a uno mismo, es del género tonto repetir dos veces lo mismo, soltamos aquí alguno de aquellos párrafos:
Muchas de las historietas de Crumb, son autobiográficas, sin embargo, dentro de su tono provocador, el autor americano no se conforma con la reflexión incisiva o con la recreación esperpéntica de situaciones vitales más o menos heterodoxas. Crumb en su afán por combatir las convenciones sociopolíticas conservadoras más arraigadas en la sociedad, decide plantear sus episodios biográficos en términos de una comunicación directa con el lector. Efectivamente, en muchas de las páginas de este artista, él mismo se dibuja como personaje-narrador (un autor implícito representado a través de su propia caricatura), pero no es menos relevante el papel que Crumb otorga a sus lectores. De hecho, en bastantes ocasiones, el Crumb-personaje establece un diálogo retórico con un lector implícito (no representado), al mismo tiempo que establece todas las marcas propias de un contacto dialógico con ese hipotético interlocutor no ficcional externo (dirige su mirada hacia el lector, fuera del campo visual de la viñeta, recurre a marcas cinéticas propias de una conversación entre dos personas, etc.).
La creación de un confidente ficticio, favorece la sensación de complicidad entre el autor (a través de su alter-ego ficcional, intencionadamente autoparódico y por tanto más digno de crédito en sus argumentaciones críticas) y un hipotético lector; al que Crumb se dirige en todo momento desde una pretendida afinidad ideológica e intelectual, con el fin de hacerle copartícipe de su visión crítica frente a la influencia perniciosa de las instituciones y sectores sociales que son objeto de su crítica. Gracias a este ejercicio de condescendencia compartida, Crumb consigue que el lector, halagado, se sienta impelido a reconsiderar cierta afinidad cómplice para con sus planteamientos; aunque sólo sea por el afán inconsciente de desmarcarse de aquellos individuos e instituciones que representan el polo opuesto.
En todo caso, las historietas de Robert Crumb no son en sí mismas metahistorietas. Es cierto que en sus comics las referencias al proceso creativo son frecuentes, sin embargo, éstas deben entenderse dentro de un proceso catártico más amplio: Crumb reflexiona sobre comics, se dibuja haciendo comics, del mismo modo que habla de sus mujeres o de sus crisis de fe; simplemente, porque todo ello nutre de savia su peripecia vital. Crumb recurre al metacómic como herramienta funcional para llevar a buen puerto su concepto de arte crítico y comprometido.
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