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lunes, octubre 03, 2022

Super Woman Historia. Dioses engalanados

Wonder Woman Historia es uno de esos cómics de superhéroes que cargan de razones a los fanáticos del género que fustigan a los Porcellino, Jeffrey Brown y demás minimalistas del garabato por su alergia al virtuosismo gráfico. El trabajo de Phil Jimenez, con una paleta digital que persigue el acabado pictórico con la obsesión de un miniaturista, es apabullante en su preciosismo barroco (casi rococó).

La guionista Sue DeConnick construye un relato a la orden de ese empoderamiento feminista que ha colonizado y renovado el espacio mediático contemporáneo. En su acercamiento al panteón superheroico, el texto de DeConnick bebe directamente de la mitología clásica para revisar con cierta ortodoxia el mito de las amazonas dentro de su teogonía fundacional. Tanto en este punto como en su apartado gráfico es inevitable la referencia al Promethea de Alan Moore y J. H. Williams III. En este sentido, al lector habitual de marvel y DC no le resultarán ajenos ni los listados descriptivos de dioses ni su recuento de heroínas amazónicas primigenias; la enumeración apologística como fórmula de presentación es ya un recurso habitual dentro del género de superhéroes. DeConnick lo sabe y alimenta el suspense de la acción por venir (la serie constará de tres álbumes) con este recurso introductorio de genealogías divinas y habilidades sobrenaturales.


Pero no cabe duda de que la carta ganadora de Wonder Woman Historia es, como se ha anticipado, el dibujo apabullante de Phil Jimenez.

El estadounidense factura una recreación simbólica y estilizada de la mitología griega, que encuentra ecos iconográficos en los motivos decorativos parnasianos, en la mirada idealizada al pasado de los prerrafaelitas ingleses y en la belleza lánguida y sobrecogida de sus mujeres; todo ello bajo el paraguas de aquel simbolismo decadentista y finisecular que miraba al mundo (también al de las ideas, la fe y los cultos paganos) desde el pensamiento mágico y la sublimación de lo esotérico. Las composiciones de página remiten a los frisos de la antiguedad clásica y a los motivos decorativos de jarrones y mosaicos, pero también a esa macroestructura de páginas-marco y dobles páginas que, tal y como hemos apuntado unas líneas más arriba, hizo del Promethea de Moore y Williams un cómic de cómics, un trabajo de referencia para futuras inmersiones en las derivaciones del género superheroico hacia el universo de la magia y la mitología.

Por su exhibición técnica y por el impacto visual de su propuesta, Wonder Woman Historia es uno de esos cómics que desbordan su adscripción genérica y, de rebote, los prejuicios que cualquier lector pudiera tener al respecto. Un deleite para los ojos.


miércoles, julio 27, 2022

Cambio de clima, de Philippe Squarzoni. Entre el reportaje científico y el relato de terror

El título completo del cómic de Philippe Squarzoni, Cambio de clima. Un ensayo gráfico (y autobiográfico) sobre el cambio climático, dice tanto de sus intenciones como de su contenido. En el doble proceso que supone explicar y concienciar acerca de las consecuencias del cambio climático, Squarzoni factura un relato multigenérico en el que el slice of life (fragmentos de realidad) autobiográfico se alterna con naturalidad con la disertación científica, el ensayo cultural, la entrevista gráfica y el manual pedagógico conservacionista; y, aunque el autor intenta no caer en el tremendismo ni se apoya en las conclusiones más extremas de los datos científicos que maneja, Cambio de clima se lee en muchos momentos como un relato de terror: por la certidumbre de su diagnóstico y por la irremediabilidad de sus conclusiones. 

Aunque por su naturaleza y objetivos Cambio de clima se sitúa en una órbita afín a la de Una verdad incómoda, la película documental que Al Gore protagonizó en 2006 y con la que guarda grandes parecidos —por lo que respecta a su disertación científica, sobre todo—, seguramente el cómic de Squarzoni puede presumir de una hondura intelectual y de una mirada abarcadora y poliédrica de la que no disfrutaba el documental de Davis Guggenheim; debido a las limitaciones de metraje y la condensación expositiva que exige el medio cinematográfico. 

La aridez del aparato científico de Cambio de clima (con su exposición rigurosa de datos, cifras y conceptos) encuentra acomodo en el relato en primera persona de Squarzoni, quien, al mismo tiempo que se aplica en la investigación sobre la degradación climática, va desvelando ante el lector la construcción metaficcional y autoconsciente del cómic que recogerá todo ese proceso. La mezcla de discursos, lecturas, referencias culturales, datos y testimonios agiliza la narración y se asegura la implicación del lector en un debate complejo y abierto a innumerables puntos de vista y factores analíticos. Estamos ante un trabajo monumental, y no sólo por lo que respecta a su tamaño (casi 500 páginas), sino por el aparato científico que sustenta sus páginas, por la calidad gráfico-narrativa de su ejecución y, por supuesto, por lo convincente de su propuesta final. Uno de los cómics de este 2022, seguro.


lunes, junio 20, 2022

Jot Down Cómics 2021 (con ACDCómic)

Este año llegamos un poco tarde al anuncio, pero como sucede desde hace ya seis años, Jot Down también ha publicado este curso, en colaboración con ACDCómic, un libro con los mejores cómics del año glosados por los críticos más conocidos del país. Se mantienen este año los cambios en maquetación y estructura que introdujo el libro en su anterior edición ("obras de interés", "apéndices", etc.) y se incluye además una charla a tres voces entre Javier Olivares, Ana Penyas y Gerardo Vilches, nada menos. Lo explican muy bien desde la página de Jot Down:

Jot Down Cómics es una revista anual de 244 páginas a todo color con reseñas de los mejores títulos de cómic publicados en España a lo largo del último año. La selección, que corre a cargo de la Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España (ACDCómic), ofrece una muestra del rico panorama del cómic en España y constituye un repaso imprescindible para ampliar la perspectiva tanto de lectores habituales como de aquellos que se interesan en el mundo del cómic por primera vez. 

En Jot Down Cómics, cuya nómina de firmas está compuesta por miembros de ACDCómic y los redactores de Jot Down, visitamos uno a uno todos los títulos del año, incluyendo algunas muestras de las obras de referencia, y ampliamos la panorámica del medio con una selección de otras obras de interés categorizadas por género. Este número también incluye una entrevista a Ana Penyas y Javier Olivares, autores de su portada. 

Esta vez, nuestra participación en el volumen está dedicada a Warburg & Beach, el cómic heterodoxo y sorprendente que Jorge Carrión y Javier Olivares le dedican a la pasión bibliofila en su relación con el mundo de las librerías, las bibliotecas y la edición. Un trabajo que, a través del trazo oblicuo y las deslumbrantes composiciones de página de Javier Olivares, teje una red de relaciones sutiles entre las figuras de la librera y editora Sylvia Beach, el coleccionista Aby Warburg y figuras tan improbables como Mary Wollstonecraft, la primera escritora feminista de la historia, la librera neoyorquina Frances Steloff o Marcel Duchamp.

Pueden adquirir el libro en la tienda web de Jot Down. Si tienen alguna duda, échenle un ojo al índice y se les quitarán. Les dejamos también las primera líneas de nuestra participación en el tomo.


 

Una red de libros

Por Rubén Varillas

Reconocido principalmente por su labor como novelista y ensayista, el escritor Jorge Carrión se adentró en el mundo de las viñetas con el guion para ese notable ejercicio de cómic-periodismo que fue Barcelona. Los vagabundos de la chatarra (Norma, 2016), junto al dibujante Sagar Forniés; también con él realizó su segunda novela gráfica, Gótico (Norma/MNAC, 2018). El cómic Warburg & Beach, sin embargo, enlaza directamente con uno de sus ensayos más conocidos, Librerías (finalista del Premio Anagrama en 2013). El título del cómic alude a uno de los principales personajes que aparecían en aquellas páginas, la librera estadounidense Sylvia Beach, a quien sitúa ahora al lado del historiador alemán Aby Warburg. Beach fue la responsable de la primera edición del Ulises de Joyce y la propietaria fundadora de Shakespeare & Company, la librería parisina por la que pasó la flor y nata de la intelectualidad de su tiempo. Warburg, por su parte, fue el compilador de la célebre biblioteca que lleva su nombre en Hamburgo, lugar donde surgió el Atlas Mnemosyne. En Warburg & Beach las vidas de ambos encuentran tangencias con las de otros personajes de trayectoria libresca y pasión bibliófila, como Mary Wollstonecraft, la primera escritora feminista de la historia, la librera neoyorquina Frances Steloff o Marcel Duchamp, padre del arte contemporáneo. 

Para abrazar el homenaje a la edición literaria y a los libros que es Warburg & Beach, sus autores han decidido publicar una obra original y sorprendente en su concepción formal: se trata de un cómic-objeto desplegable y reversible (al estilo de La Gran Guerra, de Joe Sacco); un friso con dos caras que, detrás de su aparente linealidad, se descompone como un gran collage en el que conviven las dos biografías que dan título a la obra (una en cada lado del desplegable), junto a episodios dedicados a los ya mencionados Mary Wollstonecraft (prólogo), Frances Steloff y Marcel Duchamp (epílogo). Como compañero necesario para tan singular proyecto, Carrión ha elegido a Javier Olivares, una de las figuras del cómic español; un dibujante heterodoxo y especialmente dotado para el trazo expresionista y la mirada oblicua. Un autor, además, que en los últimos tiempos ya se había acercado al género de los perfiles biográficos atípicos con Las Meninas (Astiberri, 2014), la biografía de Velázquez que realizó junto al guionista Santiago García, o Shakespeare & Cervantes, el relato ilustrado que realizó junto al propio Carrión en 2018. 

lunes, mayo 30, 2022

IN., de Will McPhail. La fuerza de la alegoría gráfica

Nunca se debería empezar una reseña por la conclusión, pero el IN. de Will McPhail es un cómic maravilloso. Es curativo y emocionante. Es divertido y profundo. Parece imposible que sea una ópera prima. 

Sorprende en sus primeras páginas por su acercamiento original y desprejuiciado al slice of life (sí, nosotros también nos preguntábamos si la originalidad en ese terreno era posible). Sus reflexiones acerca del día a día y su mirada sobre los recuerdos que afectan al presente resultan novedosas. McPhail es uno de esos autores que procesan el mundo con el cerebro y los ojos de un mutante capaz de establecer asociaciones insospechadas. Puro extrañamiento. Es cierto que, por la ironía autocompasiva que proyecta en su acercamiento a las escenas cotidianas de su protagonista, su mirada puede recordarnos a la de otros autores de cómics autobiográficos como Jeff Brown o Joe Decie (cuyo estilo gráfico también recuerda vagamente al de McPhail), pero hay que reconocer que su humor es mucho más cerebral y complejo (el autor lleva años publicando chistes gráficos e ilustraciones humorísticas en publicaciones tan prestigiosas como el New Yorker). Respecto a este punto, aunque IN. no es un ejercicio estricto de autoficción, sospechamos que en su protagonista hay mucho del propio McPhail; en una entrevista reciente el propio autor confesaba que "por lo que respecta al humor, IN. es básicamente autobiográfico". 

La base argumental es sencilla: Nick (trasunto del propio Will) es un ilustrador con escasa capacidad para las habilidades sociales y la empatía; un joven narcisista y con cierta tendencia hacia la autocompasión, que, desde su posición de confort (económico y social), intenta encontrarse a sí mismo. A partir de ahí, se desarrollan ciertos lugares comunes dentro de los relatos de “búsqueda interior”: la monotonía y la abulia existencial, el distanciamiento familiar, la falta de perspectivas de crecimiento laboral, el chico encuentra chica, la inseguridad personal, etc. Pero IN. marca las distancias respecto a otros cómics similares que hayamos podido leer antes gracias a su empleo de analogías inesperadas y metáforas visuales. Sobre todo, cuando la historia se acerca a su momento climático y McPhail introduce nuevos recursos creativos en su técnica gráfico-narrativa. Hay entonces algo que hace clic en la historia y la eleva a un plano de referencias simbólicas que convierten su lenguaje y su mensaje en universales. 


McPhail es un dibujante dotadísimo. Incluso en su condición de autor realista (casi hiperrrealista, en algunos momentos) hay espacio para la originalidad y la mirada dislocada (como en esos ojos redondos y expresivos de sus personajes; o en sus cafeterías imposibles de puro verosímiles). Sin embargo, es en sus secuencias oníricas en color (el recurso técnico inesperado al que aludíamos más arriba) donde surge el artista con mayúsculas; tanto en su faceta gráfica como narrativa. Su plasmación simbólica de emociones verdaderas a través de secuencias alegóricas mudas es desarmante. No sólo por su capacidad para traducir visualmente sentimientos muy complejos, si no por la riqueza y la profundidad emocional de las metáforas empleadas para la descripción del desconcierto y el dolor. El despliegue visual de estas secuencias en color alcanza la categoría de gran arte. Se trata de un recurso simbólico que consigue dotar de iconicidad procesos interiores: una suerte de stream of consciousness traducido a un lenguaje comicográfico de micronarraciones alegóricas que se insertan con normalidad en un relato de vida en primera persona. Todo un hallazgo.

Hace tiempo que no sonábamos tan laudatorios, pero es que hace tiempo que un cómic no nos sorprendía y emocionaba tanto como este IT. de Will McPhail. Sobresaliente.

miércoles, abril 20, 2022

La falla, de Carlos Spottorno y Guillermo Abril. La otra cara de la frontera

Cuando Carlos Spottorno y Guillermo Abril publicaron La grieta en 2016, los halagos fueron unánimes por parte de la crítica y de sus muchos lectores. Ahí había algo diferente: un fotorreportaje periodístico, a medio camino entre el cómic y la fotonovela, que indagaba con profundidad crítica acerca del devenir geopolítico de la vieja Europa y sus fronteras (las visibles y las fácticas). Las grietas que, en forma de vallas, muros y fronteras, crean cicatrices entre Europa y los países que la rodean. 

Había cierta vocación visionaria en el cómic de Spottorno y Abril, y, desafortunadamente, a la luz de acontecimientos recientes como la invasión rusa en Ucrania, da la impresión de que sus reflexiones anticipatorias eran correctas. Cada vez que vemos un telediario o leemos la prensa, adivinamos en el presente los presagios de algunos párrafos del cómic: 

Llevamos un tiempo dándole vueltas a esta idea. Recorriendo la frontera exterior ―la gran grieta― hemos encontrado decenas de fisuras en el sueño europeo. Está la inmensa falla de los refugiados; las brechas del nacionalismo, el cierre de fronteras y la sombra de la salida del Reino Unido de la UE; el populismo y la islamofobia; la crisis que ha enfrentado al norte y el sur; la fractura de un bloque del este, que considera a Bruselas la nueva Moscú; los agujeros de Siria, Irak y Libia. Y está Rusia, una enorme hendidura... 


Nos llega ahora La falla, el segundo trabajo largo de Spottorno y Abril; aunque entre medias hemos tenido la ocasión de leer otros fotorreportajes suyos, como el que dedicaron en El País a los estragos que la ocupación del Ejército Islámico causó en las ruinas históricas de Palmira ("Palmira. El otro lado"). Quizás para aliviar el regusto amargo de su anterior cómic, y aunque sus títulos presenten semejanzas obvias, La falla puede leerse como un reverso de La grieta; una mirada esperanzada hacia los modelos de convivencia transfronterizos. Esta excepción que confirma la regla y que muestra el camino de “lo posible” esta representado por los límites invisibles de esa nación sin fronteras que es El Tirol. Un pueblo que sobrevivió al desmembramiento del imperio Austrohúngaro desgajando su territorio entre dos países (Austria e Italia) con tres lenguas diferentes (alemán, italiano y ladino) y un común denominador: la omnipresente majestuosidad de los Alpes. 


Sucede que aquello que podría actuar como un muro (la presencia de cadenas montañosas y valles insondables) ha ejercido entre los pueblos del Tirol el efecto contrario: un espíritu de comunidad y convivencia que desafía las barreras nacionales e idiomáticas; un sentimiento de destino compartido que vive tiempos felices gracias al auge del turismo y la bonanza económica. Pero no todo es bonhomía y positivismo en La falla. Spottorno y Abril nos obligan a estar alerta, a observar las fallas en el sistema y a constatar que no hay estructura sociopolítica que no esconda grietas. Estos tonos grises enriquecen la lectura de un cómic que, sin embargo, resulta más plano y urgente que su trabajo anterior. No se trata únicamente de que el factor sorpresa se haya diluido, aunque siga siendo un cómic notable e inteligente, La falla carece de la profundidad de análisis y de los múltiples subtextos que presentaba su antecesor. En parte, lógicamente, por su mayor brevedad. 

No obstante, nos negamos a pensar que la tragedia cuente mejores historias. Estamos ante dos trabajos independientes, pero perfectamente complementarios. La grieta y La falla conforman un díptico que encierra algunas de las reflexiones más certeras y brillantes sobre la actualidad sociopolítica que se han hecho nunca en forma de cómic. Periodismo del bueno.

sábado, febrero 05, 2022

Saqueo, de Fredrik Peeters. Visiones bulímicas para el apocalipsis

El título del cómic más personal y heterodoxo de Frederik Peeters no sólo tiene resonancias ecologistas, sino que, en un sentido holístico y desesperanzado, podría interpretarse como una mirada diacrónica a la historia de la humanidad. Nos marca el camino hacia el fin de los días.

En el prólogo de la obra, el dibujante suizo comenta que Saqueo recoge "la gran destrucción del mundo, el alboroto frenético de los seres humanos, el hundimiento del sueño salvaje, la enorme melancolía occidental, y la tendencia que tengo desde hace años de volver una y otra vez a la novela Stalker. Picnic extraterrestre, de los hermanos Strugatski, por sentir que en ella hay una puerta de entrada para crear paralelismos y dar forma a esas sensaciones". Vayamos por partes.

Saqueo arranca con intenciones distópicas que no resultan novedosas (menos aún en estos días pandémicos): sitúa al lector en un contexto postapocalíptico nuclear y le embarca en un viaje vertiginoso y desordenado por los escenarios de la catástrofe. Nuestro guía en ese periplo será un hombrecillo fosforescente, un viajero mutante y silencioso que por momentos parece deshacerse en hebras de carne sintética para después reconstruirse y retomar el camino. A su lado, como un escudero sin rostro, camina un niño-espejo delicuescente, reflejo inmaterial de su acompañante y remembranza de un tiempo que nunca volverá. 

Parece que estamos cayendo en la abstracción, pero ese es precisamente el tono que nos marca este cómic inclasificable. Cada página está ocupada por una única ilustración repleta de ideas, personajes, conceptos y lecturas diferentes. Como si Peeters hubiera intentado capturar la inmensidad cuántica en cada una de ellas. El empleo del bolígrafo añade una riqueza inabarcable de detalles y texturas a cada una de sus planchas. Las define Peeters como "visiones bulímicas"; imágenes que se alimentan de tantas referencias artísticas e iconográficas que resulta inútil intentar describirlas de forma aislada. La narración en la que se integran nos invita a dejarnos llevar por el vértigo de un viaje a ninguna parte: desastres naturales, guerras, catástrofes ecológicas y dramas humanos se suceden en una cronología del apocalipsis que define la historia de la humanidad desde sus orígenes. Las ideas y las imágenes implosionan, como descargas surrealistas, en conceptos e ideas que nos permiten intuir la huella de alguna verdad superior que nunca llegamos a descifrar del todo, pero que empuja siempre en una misma dirección: la de una desolación atemporal que, lamentablemente, parece no tener solución.

Ejercicio de estilo, prodigio gráfico-narrativo, pesadilla distópica... el cómic de Peeters no es un cómic de ciencia ficción al uso ni una lectura consoladora, pero, si uno está dispuesto a aceptar el pacto narrativo y a dejarse llevar por su torrente de imágenes, Saqueo garantiza una experiencia singular y turbadora.

jueves, enero 06, 2022

2021, cómics para después de un naufragio

Cuando parecía que despertábamos de un mal sueño, resulta  que aún seguimos instalados en este día de la marmota pandémica... pero menos. 2022 promete ser un poco más soleado y dejarnos respirar un aire más puro. Mientras tanto, y como ya comentábamos en algún post a lo largo del año, la literatura, el cine y los cómics nos han ayudado a sobrellevar el estrés y las obligaciones en tiempos de COVID. Los Reyes Magos, por ejemplo, nos han vuelto a regalar una lista llena de pequeñas joyas en la que se atisba mucho producto nacional...

Ethel y Ernest (Blackie Books), de Raymond Briggs: Briggs siempre ha reconocido que Jim y Hilda, los personajes protagonistas de Gentleman Jim y When the Wind Blows, estaban directamente inspirados en sus propios padres. Pero la distancia ficcional motivada por el cambio de nombres y por el fuerte caricaturismo de su dibujo desaparecerá definitivamente en Ernest and Ethel (1999), la novela gráfica que Briggs dedica, ya sin disimulos argumentales o nominales, a la biografía de sus padres. La vivienda de Ethel y Ernest es el decorado en el que transcurre su vida y donde verán nacer a su hijo Raymond; pero también es el escenario del que se valdrá Briggs para mostrarnos el devenir histórico del siglo XX y algunos de sus acontecimientos más importantes. De este modo, su cómic se convierte en un cuadro de costumbres de la vida trabajadora en el agitado contexto socio-político del siglo. La historia no organiza sus acontecimientos a partir de una linealidad estricta, sino que se compone más bien de secuencias sucesivas encadenadas, que en muchos casos no ocupan más de media página. Mediante este recurso, Briggs compone un fresco impresionista en el que la narración se debe a una acumulación de situaciones cronológicas encadenadas temáticamente, más que a una contigüidad temporal estricta. Son las elipsis (nunca demasiado extremas) las que nos ayudan a completar el tejido de los acontecimientos.

La mentira por delante (Astiberri), de Lorenzo Montatore: Era Umbral un personaje literario en sí mismo, una autoficción. En la mentira por delante Montatore hace otro personaje del personaje. Lo hace a partir de ese estilo tan propio, una caricatura esquemática que toma prestada en mestiza hibridación la línea depurada de Ware y el rasgo sincrético-humorístico de los Miura, Gila, Tono y demás autores de La Codorniz. Colección de gags, catálogo de aforismos, ramo de ocurrencias ilustradas..., este cómic reconstruye con imaginación y mucha gracia una biografía fragmentaria de uno de los escritores más prolíficos y laureados de las letras españolas. Lo hace mediante la digestión y regurgitación gráfica de materiales audiovisuales y testimonios documentales bien conocidos, como las intervenciones de Umbral en programas televisivos (aquel careo hostil con Mercedes Milá o esa otra entrevista impagable que Joaquín Soler Serrano le hizo en A fondo) o los fragmentos de sus columnas periodísticas. De igual manera, ese documental excelente que es Anatomía de un dandy nos ha regalado la ocasión de acercarnos a muchos de los episodios biográficos y las anécdotas que conforman La mentira por delante. Un buen complemento al divertido ejercicio de estilo que es el cómic de Lorenzo Montatore.

Crónicas de juventud (Astiberri), de Guy Delisle: Como se anuncia en la contracubierta, el dibujante canadiense nos invita a otro de esos viajes en viñetas que han hecho de él una estrella del cómic; aunque esta vez sea un viaje en el tiempo más que en el espacio. Crónicas de juventud nos sitúa en Quebec, la ciudad natal de Delisle, y nos invita a acompañarle en los años de su post-adolescencia; el periodo que terminaría de definir su vocación y su devenir artístico. Dicho lo cual, que nadie crea que estamos ante un cómic autobiográfico al uso. Tras el empacho de slice of life que ha vivido el cómic en la última década, se agradece la concreción temática de la que hace gala esta obra. En ella, Delisle recurre a la misma mirada curiosa y a la ironía amable que caracteriza sus cómics de viaje, para mostrarnos la difícil existencia de un obrero industrial en las entrañas mismas de una gran fábrica de papel. ¿La excusa autobiográfica? Los tres veranos en los que él mismo trabajó allí para poder costearse sus estudios de animación. Como suele hacer en sus crónicas de viajes, Delisle adopta la posición del observador circunstancial, la de quien se sabe de paso pero tiene el privilegio de participar de la "fiesta", para diseccionar con inteligencia narrativa y un ritmo impecable las vidas ajenas. Y en ese empeño, una vez más, el canadiense se revela como uno de los grandes autores del cómic contemporáneo.

Oleg (Astiberri), de Frederik Peeters: Pues ya tiene Frederik Peeters su autoficción. Parapetado detrás de ese alter ego apenas disimulado llamado Oleg, el dibujante abandona los cómics de género (ciencia ficción, western, noir) a los que ha dedicado buena parte de sus años recientes para retomar la senda que abrió con Píldoras azules, el cómic que le dio fama universal y cuya estela le persigue desde entonces; un trabajo mucho más cercano a la biografía que a la ficción. En un guiño a aquel momento creativo epifánico, casi todos los personajes que se cruzan con Oleg le preguntan cuándo piensa publicar la segunda parte de su exitoso cómic El reparto del mundo. Hace Oleg un recorrido inductivo de lo particular a lo general, de las pequeñas miserias laborales e intelectuales al drama universal de la vida y la muerte, y, entre medias, se insertan de forma natural las historias que discurren a la deriva por la mente del creador; las que habrán de germinar en las páginas de una posible siguiente obra o naufragar definitivamente en el olvido de los cómics nunca realizados. Estas semillas de relato, como no podía ser de otra manera, se alimentan de la vida propia y de los pensamientos que en ese momento ocupan la cabeza del artista. Son y se explican, únicamente, por las circunstancias que les dan vida. Y todas ellas, todas esas posibles historias (que en esencia podrían llegar a ser) colapsan y se derrumban cuando a su hacedor, Oleg el dibujante (que es Frederik Peeters el dibujante de Oleg), le toca vivir un cataclismo existencial, un accidente en forma de la enfermedad de un ser querido, de esos que le cambian la vida a uno.

Los grandes espacios (Impedimenta), de Catherine Meurisse: Después de aquella sacudida emocional y el mal cuerpo que nos dejó ese cómic fabuloso que es La Levedad, recuperamos ahora a una Meurisse más amable, divertida y adánica. Su cómic es un carta de amor a la infancia, pero, sobre todo, es una carta de amor a la naturaleza; no a una naturaleza abstracta, sino a aquellos árboles, flores y plantas, con sus correspondientes nombres, historias y evocaciones literarias, con los que convivió en su niñez. Cuando era una niña, sus padres decidieron mudarse al campo, abandonar la gran ciudad y empezar una nueva vida en un entorno rural. Los grandes espacios nos cuenta ese episodio de la vida de Meurisse, y lo hace desde una mirada al pasado cargada de nostalgia y agradecimiento. En su recuerdo se enlazan las correrías y los divertimentos infantiles junto a su hermana con las vivencias que ayudaron a forjar esa nueva vida junto a su familia. Y en su relato, las centifolias, las higueras y las aguileñas conviven con los detalles literarios y familiares surgidos a su alrededor que ayudaron a construir la biografía de la protagonista. Un cómic para levantar el espíritu.

Rhapsody in Blue (Roca Editorial), de Andrea Serio: Visualmente desbordante, el cómic de Andrea Serio bucea en la memoria histórica y personal de sus tres protagonistas, para narrar la historia verídica de tres jóvenes primos judíos que tuvieron que emigrar a Estados Unidos escapando del fascismo italiano. Sus imágenes poderosas se despliegan como cuadros nostálgicos de tonos grises, las fotografías evanescentes de un pasado juvenil que, poco a poco, se va contagiando con las certezas trágicas de una guerra y el peso plomizo de un futuro sin esperanzas. Como anuncia su gershwiniano título, Rhapsody in Blue avanza con lentitud siguiendo los compases melancólicos y libres de una melodía que suena a Nueva York, a invierno y a pérdida. El tiempo de la narración salta entre el pasado y el presente y las escenas de situación se alternan con los diálogos cargados de presagios de sus personajes. Todo ello al ritmo de unas imágenes que nos recuerdan al cromatismo expresionista de Lorenzo Mattotti o Alfred y a la conmovedora frialdad emocional de Hopper. 

La Isla (Reservoir Books), de Mayte Alvarado: El primer cómic de la pacense Mayte Alvarado tiene la cadencia de un poema marinero; por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, con ese preciosismo pictórico que atrapa la vista entre colores serpenteantes y masas cromáticas de cálida solidez. Porque la gran fuerza de La isla reside en su apartado gráfico y en sus numerosas metáforas visuales. Cuadros secuenciados (o secuencias pictóricas, como queramos verlo) que, con su expresionismo colorista, desbordan el hecho narrativo para tejer una cadencia poética en una red de referencias cruzadas y asociaciones connotativas. El pincel de Alvarado se mueve con libertad entre la secuenciación tradicional en viñetas y otras composiciones simbólicas cercanas a la abstracción que parecen desbordar la página en un flujo centrífugo. La isla es un debut luminoso, un ejercicio de estilo que, en su afortunada combinación de lenguajes (el pictórico, el poético, el narrativo-secuencial), propone una lectura cargada de lirismo al mismo tiempo que invita al puro disfrute visual. 

Warburg & Beach (Penguin Random House), de Jorge Carrión y Javier Olivares: El escritor y ensayista Jorge Carrión se alía con ese dibujante heterodoxo y especialmente dotado para el trazo expresionista y la mirada oblicua que es Javier Olivares para facturar un homenaje al libro y a la edición libresca. Lo hacen, como no podía ser de otro modo, con un libro que en realidad no lo es: Warburg & Beach es un cómic-objeto desplegable y reversible (al estilo de aquel La Gran Guerra, de Joe Sacco); un friso con dos caras que, detrás de su apariencia lineal, se descompone como un gran collage en el que conviven las dos biografías que dan título a la obra, la del historiador y archivista Aby Warburg y la de la librera Sylvia Beach. Sus vidas se entrecruzan con las de otros personajes de trayectoria libresca y pasión bibliófila, como Mary Wollstonecraft, la primera escritora feminista de la historia, la librera neoyorquina Frances Steloff o Marcel Duchamp, padre del arte contemporáneo. Las biografías, las fechas y el simbolismo visual de Olivares se retroalimentan y superponen en una red de relaciones cruzadas, vínculos sutiles y paralelismos que aluden a una mirada postmoderna de la Historia y sus complejos laberintos.

El ladrón de libros (El mono libre), de Alessando Tota y Pierre Van Hove: Son los años 60 en el Barrio Latino, en La Rive Gauge: el territorio de Sartre y los existencialistas franceses. Daniel Brodin, un joven estudiante de Derecho, llega a aquel París de cafés e intelectuales con el ánimo de hacerse un nombre en el mundo de la poesía: un don nadie sometido al cinismo y al desprecio de las élites intelectuales más inescrutables y displicentes de la cultura europea. Muy pronto, Brodin descubrirá que las únicas salida en un mundo de apariencias y esnobismo son la impostura y el fraude. Así arranca El ladrón de libros, el cómic de Tota y Van Hove que obtuvo el premio a Mejor Novela Gráfica en el Festival Lucca Cómics de 2015 y, un año después, el Premio Attilio Micheluzzi al Mejor Guion. Con estilo ligero y narración fluida, los autores construyen una historia que nos remite al aire vanguardista e improvisado de la Nouvelle Vague, los existencialistas y el resto de productos culturales del 68, pero que está impregnada de un saludable cinismo postmoderno y de esa narración expresionista que los Sfar, Blutch, Larcenet y Blain han convertido en firma distintiva de la nueva línea clara europea. Muy disfrutable.

Tito Andrónico (Astiberri), de Marcos Prior y Gustavo Rico: Desde su edición inmaculada y su preciosa portada, hay algo hipnótico en este cómic sangriento. Puede que sea el dibujo brecciano de Rico, con su expresionismo violento, sus personajes feroces de rostros afilados y su técnica collage de texturas digitales; o quizá se trate de la adaptación, concisa y estremecedora que ha hecho Marcos Prior del texto isabelino original; el caso es que Tito Andrónico se lee en un suspiro, con el ánimo encogido y la mirada espeluznada por el explícito despliegue visual de sus sanguinarios acontecimientos. El cómic actualiza la obra teatral clásica según unos códigos contemporáneos en los que tiene cabida el trash-metal, el cine gore, la ciencia ficción y la estética industrial. Como si La Fura dels Baus se hubieran decidido a hacer un cómic a partir una de sus rompedoras adaptaciones de material clásico... Y, visto así, por qué no interpretar Tito Andrónico también como un "cómic de fricción". Una vía a explorar (en esa misma línea en la que el propio Rico y Jorge García llevan trabajando estos últimos años).

Romeo muerto (Reservoir Books), de Santiago Sequeiros: La reaparición de Sequeiros después de veinte años de silencio es en sí misma un acontecimiento de los que merecen titulares. Una de las noticias comiqueras del año: el regreso del gran maldito del cómic español. Y sigue siendo tan maravillosamente raro como siempre. Que nadie espere encontrar en Romeo muerto una narración al uso. Su nuevo cómic es una galería de pesadillas escrita en versos emponzoñados; la inversión poética y perversa de un relato, cuya recitación interpuesta emana, como una letanía incesante, de la boca de sus personajes. El malditismo de Sequeiros no es una etiqueta. Sus odas biliosas a la embriaguez enfermiza y al sexo ulcerante beben de la experiencia y de la necesidad catartica. Hay un mucho del propio autor en cada uno de los seres que habitan la Mala Pena. En Romeo muerto nos reencontramos con los personajes que ya protagonizaban su obra en aquellos años 90 en los que le y les descubrimos como un escalofrío: Nostromo Quebranto, Ambigú, Susi Patíbulo, la Mamá Grande... El dibujo de Sequeiros bebe de mil fuentes que confluyen en una penumbra frondosa que se extiende por sus páginas como una plaga vírica que infecta hasta el último rincón de la última viñeta. Y, sorprendentemente, de este caos de negrura profusa y angulosa, de espacios y personajes que se superponen y estrangulan unos a otros, surge la belleza luminosa (tenebrosa) de unas páginas que resumen la búsqueda virtuosa del estilo: es imposible no reaccionar con asombro y fascinación ante el dibujo de Romeo muerto, ante el impacto visual de su trascendencia artística.

miércoles, diciembre 22, 2021

Oleg, de Frederik Peeters. Autoficciones y metarrelatos

Pues ya tiene Frederik Peeters su autoficción. Parapetado detrás de la tercera persona narrativa y de ese alter ego apenas disimulado llamado Oleg, que da título al volumen, el dibujante abandona los cómics de género (ciencia ficción, western, noir) a los que ha dedicado buena parte de sus años recientes para retomar la senda de la autobiografía que abrió con Pildoras azules, el cómic que le dio fama universal y cuya estela le persigue desde entonces; un trabajo mucho más cercano a la biografía que a la ficción. En un guiño a aquel momento creativo epifánico, casi todos los personajes que se cruzan con Oleg le preguntan cuándo piensa publicar la segunda parte de su exitoso cómic El reparto del mundo, una obra que el autor, en realidad, sólo pretende dejar atrás. 

Oleg pertenece al género del slice of life (fragmentos de vida), sí, pero es también un cómic de cómics, un metacómic en el que el autor enhebra realidad y ficción a través de diferentes relatos inconclusos (esbozos de relato, más bien), que ilustran su fecundidad creativa al mismo tiempo que explican su situación presente, personal y creativa. En este sentido, Oleg vendría a ser La tía julia y el escribidor o el Si una noche de invierno un viajero de Frederik Peeters. Desde una mirada menos experimental y novedosa que aquellos, es verdad. 


Hace Oleg un recorrido inductivo de lo particular a lo general, de las pequeñas miserias laborales e intelectuales al drama universal de la vida y la muerte, y, entre medias, se insertan de forma natural las historias que discurren a la deriva por la mente del creador; las que habrán de germinar en las páginas de una posible siguiente obra o naufragar definitivamente en el olvido de los cómics nunca realizados. Estas semillas de relato, como no podía ser de otra manera, se alimentan de la vida propia y de los pensamientos que en ese momento ocupan el cerebro del artista. Son y se explican, únicamente, por las circunstancias que les dan vida. Y todas ellas, todas esas posibles historias (que en esencia podrían llegar a ser) colapsan y se derrumban cuando a su hacedor, Oleg el dibujante (que es Frederik Peeters el dibujante de Oleg), le toca vivir un cataclismo existencial, un accidente en forma de la enfermedad de un ser querido, de esos que le cambian la vida a uno. 

 

Hacia la parte final del relato, una vez superada la crisis que vertebra su argumento, Alix y su marido Oleg mantienen una conversación que, de alguna manera, encierra el germen autobiográfico de esta obra y explica la oportunidad de su aparición con honestidad y sutil ironía: 

- Lo que me pregunto es qué te lleva a hacer algo así. En cierto sentido, es muy pretencioso dedicar todo un libro a hablar de la vida de uno. De hecho, a principios de los años 2000, cuando estaban de moda los cómics autobiográficos, decías que odiabas el género, que era una exhibición de la propia intimidad y que nunca caerías en eso. Es como decir “de esta agua no viviré” y luego… 
- “No beberé”… 
- Ya, bueno. ¡Pero es que es eso! Parece un cómic de los años 1990-2000. 
- Lo sé. Pero es que me ha salido solo. Tú misma no dabas crédito ante aquel interés por las historias “clásicas”. Tienes que verlo sencillamente como un intento de contar una vida desde lo cotidiano. La velocidad del mundo. La neblina ideológica. ¿En qué consiste ser un autor de cómic que ya va teniendo una edad en el siglo XXI? ¡Ah! ¡Y hablar también del amor a largo plazo! 
- ¡Ya, o sea que es tu cuenta de Instagram, vamos! 
- Qué rabia me da cuando metes el dedo en la llaga. 
- ¡Qué va! ¡Si me adoras por eso! 

En lo que tiene de declaración de amor y de ejercicio de ubicación personal, Oleg es un cómic valiente, un ejercicio catártico apenas disimulado detrás de una ficción desplegada en múltiples metarrelatos, que funcionan como contrapunto de momentos mentales y procesos creativos. Un cómic que se pega al momento presente de las ficciones contemporáneas sin caer en lugares comunes.


viernes, noviembre 19, 2021

Con Shin’ichi Abe en Jot Down Cómics #5

Con lavado de cara y alguna novedad que lo hace aún más atractivo, hace unos meses Jot Down publicó, por quinto año seguido, su anuario con los mejores cómics del curso a partir de la selección de esenciales de ACDCómic. En el encontramos a algunas de las voces más autorizadas del país en la crítica de cómics.  

Y, por quinto año también, hemos tenido la suerte de que su editor, Iván Galiano, se acordara de nosotros. Elegimos Los sentimientos de Miyoko en Asagaya, de Shin'ichi Abe, para nuestra colaboración; un cómic peculiar y heterodoxo, incluso dentro del panorama del manga. Ya hemos hablado en nuestro blog de un compañero de generación de Abe, como fue Oji Suzuki, y volveremos en el futuro a referirnos a otros dibujantes de watakushi manga (‘manga del yo’) que colaboraron junto a ambos en Garo y otras revistas de vanguardia. En nuestro artículo para Jot Down hablamos un poco de todo ello y diseccionamos algunas de las peculiaridades de Los sentimientos de Miyoko en Asagaya, una colección de relatos autobiográficos tormentosa y sorprendente en el apartado estilístico. 

Aquí tienen el sumario de Jot Down Cómics #5 y los primeros párrafos de nuestra colaboración:


Entre la apatía y la autodestrucción

Por Rubén Varillas 

Los relatos breves que componen Los sentimientos de Miyoko en Asagaya conforman un extraño collage autobiográfico. Lo cierto es que Abe, es ya en sí mismo un autor extraño, diferente. Junto a Oji Suzuki, Seiichi Hayashi y Kuniko Tsurita pertenece a ese grupo escogido de mangakas que se encuadraron bajo el influyente magisterio de Yoshiharu Tsuge y su watakushi manga (‘cómics del yo’). Como hicieron Yoshiharu Tsuge y su hermano Tadao en su día, y como también hace Abe en las historias cortas de este volumen, casi todos ellos recurrieron a episodios de sus propias biografías para proyectar una mirada extrañada de la realidad. Y también como ellos, Abe, Suzuki, Hayashi y Kurita desarrollaron buena parte de su producción en publicaciones alternativas como la emblemática revista Garo, con unos mangas que discurrían entre la experimentación narrativa y cierto simbolismo poético. 

Los sentimientos de Miyoko en Asagaya está presidido por un tono decadente y sombrío, por una suerte de pesimismo existencial que empuja a los protagonistas de sus historias a dejarse ir cuesta abajo y malvivir precarias vidas bohemias. Son los hijos de la postguerra, una generación castigada por la desesperanza y los estigmas de una derrota traumática. Las imágenes poéticas de paisajes nocturnos conviven con un diseño de personajes deliberadamente descuidado; un estilo caricaturesco que deforma cuerpos y rostros con la intención de transmitir las emociones particulares de cada instante y situación. El dibujo antirrealista de Abe y su renuncia a una narración convencional en términos de fluidez narrativa consiguen dotar a sus relatos de un lirismo intimista que termina por atrapar al lector dentro de su red de significados e insinuaciones. 



 

martes, octubre 26, 2021

Los grandes espacios, de Catherine Meurisse. Remembranzas florecidas

Conocimos a Catherine Meurisse con esa catarsis desgarradora que fue La levedad; una sacudida emocional que funcionaba como despedida a los amigos, como homenaje póstumo a las víctimas de la matanza terrorista de Charlie Hebdó en 2005 y como amarga reflexión acerca de las coartadas del horror. 

Después de aquella conmoción, nos encontramos ahora a una Meurisse más amable, divertida y adánica. Los grandes espacios es un canto a la infancia, pero es, sobre todo, una carta de amor a la naturaleza; no a una naturaleza abstracta, sino a aquellos árboles, flores y plantas, con sus nombres y cualidades botánicas, con los que la autora convivió en su niñez; y también a las historias y evocaciones literarias que acompañan a su recuerdo. 


Cuando era una niña, los padres de Meurisse decidieron mudarse al campo, abandonar la gran ciudad y empezar una nueva vida en un entorno rural. Los coleteos de la era hippy habían despertado un espíritu ecológico entre cierta intelectualidad occidental: ciudadanos educados de clase media-alta que abandonaban su espacio socio-económico y una buena situación laboral, para recuperar sus raices rurales, volver a la naturaleza y reivindicar una agricultura sostenibe. Los grandes espacios nos cuenta ese episodio de la vida de Meurisse, y lo hace desde una mirada al pasado cargada de nostalgia y agradecimiento. En su memoria se enlazan las correrías y los divertimentos infantiles de Meurisse junto a su hermana con las vivencias que ayudaron a forjar esa nueva vida junto a su familia. En el relato conviven las centifolias, las higueras y las aguileñas con detalles artísticos, literarios y familiares que ayudaron a enriquecer la biografía de la protagonista. 



Meurisse comparte estilo gráfico con esa generación de autores franceses (los Sfar, Blain, Larcenet y Sattouf) que han hecho de la línea suelta esquemática un vehículo para desbordar géneros y acercarse a la autobiografía desde el humor y cierta mirada ironica hacia la historia. Como ellos, la autora francesa maneja con originalidad las metáforas visuales e introduce ingeniosas digresiones narrativas que ayudan a romper la suspención de la incredulidad en aras de la complicidad lectora a partir de cierta comicidad surrealista. De este modo, el relato se aparta de la linealidad para adentrarse en una subjetividad narrativa (la de la niña Meurisse, en este caso) entregada a los caprichos de la imaginación, el recuerdo y una recreación episódica del pasado que tiene mucho de ensoñación nostálgica. Las referencias continuadas a lecturas, cuadros y eventos culturales se integran con fluidez, como pequeños metarrelatos, en el marco general de una historia deliciosa, que rezuma bonhomia y amor a la vida.

Por eso, Los grandes espacios es un cómic para levantar el espíritu, un ejercicio de reconciliación con el arte, la literatura, la arqueología... y la naturaleza.