La historia de la deskulakización stalinista que describió Igort en Cuadernos ucranianos nos conmovió profundamente; las deportaciones de campesinos a los kulaks, los terribles episodios de hambruna y canibalismo, las detenciones y matanzas...
Por eso, la lectura de Cuadernos rusos, el nuevo cómic de Igort, nos generaba una sensación ambigua: nos apetecía embarcarnos en el disfrute de un autor que en sus últimas obras demuestra una madurez narrativa, un rigor y una capacid gráfica envidiables, pero al mismo tiempo presentíamos el shock emocional que seguramente nos iba a deparar la lectura del último trabajo de investigación periodística y reconstrucción histórica del dibujante italiano. Expectativas confirmadas en ambos casos.
En Cuadernos rusos recurre a la técnica mixta que ya empleara en Cuadernos ucranianos: intercala fragmentos textuales explicativos, normalmente dedicados a la descripción de sucesos y personas, con ilustraciones a página completa (con una finalidad subrayadora) y episodios comicográficos, que funcionan como ejemplificación dramática de los casos expuestos. En las partes secuenciadas en viñetas, convierte en relato animado, insufla vida y "revive" a los protagonistas de la historia, a las personas concretas que vivieron las atrocidades del conflicto checheno, la investigación periodística y la lucha por los derechos humanos, en este caso.
Esto es una Makarov IZH con silenciador, un arma como ésta mató a Anna Polistkóvskaya en el ascensor de su casa, en el número 8 de la ulitsa Lesnaya, en Moscú. Ese día, el 7 de octubre de 2006, se extinguió una importantísima luz para la conciencia rusa; se hizo oír la brutalidad de una democracia travestida para la cual los sovietólogos han acuñado el término DEMOCRADURA.
Algunos actos de barbarie y degradación funcionan como catalizadores de la conciencia social, pinchan en nervio y despiertan a la masa adormecida que reconoce en ellos al monstruo del terror. Sucedió, si nos permiten extrapolar ejemplos, con el asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos del terrorismo mafioso de ETA, está sucediendo ahora mismo, en otro nivel, con los casos recientes de corrupción política y financiera, y, nos dio la sensación, que sucedió en Rusia con el asesinato de la periodista Anna Polistkóvskaya. El cómic de Igort nos lo confirma.
Recordamos en la distancia las numerosas muestras de dolor popular que se veían en los noticiarios durante aquellos días, en las crónicas llegadas desde Rusia. En este lado del mundo se cuestionaban abiertamente, quizás por primera vez, las derivaciones políticas últimas de aquellos milagros aperturistas que fueron la perestroika y el glasnot. Resulta que Rusia estaba repleta de grupúsculos neonazis violentos que actuaban con total impunidad. Al parecer, los tiempos oscuros no estaban del todo superados. En un instante, ante los ojos de la Europa más vieja e impasible, a personajes como Putin se les llenaba el rostro de sombras y cicatrices, y sus decisiones políticas empezaban a levantar sospechas y suspicacias. En esas seguimos. El reciente aliado de occidente cada vez lo parece menos.
En Cuadernos rusos, Igort nos cuenta la historia reciente de Rusia y la guerra chechena a través de la figura de la periodista asesinada, a través de sus escritos, investigaciones, testimonios y herencia. Algunos otros retomaron su testigo y compartieron su tragedia. Es el caso del también periodista Stanislav Markélov, amigo personal de Anna, y la joven becaria Anastasia Baburova, asesinados ambos en Moscú el 19 de enero de 2009; apenas tres años después del asesinato de Polistkóvskaya. Los dos trabajaban para el periódico Nòvaya Gazeta, como ella.
En gran medida, la mirada de Polistkóvskaya en el cómic viene filtrada por los testimonios directos de Galia Ackerman, amiga y traductora al francés de los libros de Anna, que aparece como personaje narrador en varios episodios del libro. A partir de esta conjunción de voces narrativas (la mirada autoral de Igort, los recuerdos y conversaciones de Galia y los textos e investigaciones de Anna en última instancia), el lector asiste a una crónica despiadada del terror, un recorrido de pesadilla que se mueve entre el presente y el pasado con un único hilo conductor: la deshumanización. Igort no ahorra detalles, ni ofrece reposo o consuelo en su viaje hacia el horror. Nos hace testigos de los ya mencionados asesinatos de periodistas, de las violaciones y asesinatos de adolescentes, como Elsa Kungáyeva, a manos de las Fuerzas Especiales rusas, de las terribles torturas y mutilaciones que se han llevado a cabo en "campos de detención", como el de Chernokosovo; asistimos incluso a testimonios en primera persona de quienes llevaron a cabo aquellas torturas y purgas, como el del soldado ruso mutilado del foro de veteranos de Chechenia. Y revivimos la crisis del teatro Dubroka, tomado por terroristas chechenos y recuperado a sangre, gas y fuego por el ejército ruso:
Fue una carnicería; no hubo organización en los servicios de socorro. Muchos murieron asfixiados porque los cuerpos de los desmayados se mamontonaban unos sobre otros. Fue atroz. Por otro lado, en los hospitales no sabían qué hacer porque nadie conocía el gas que [el ejército ruso] había usado y no había antídoto disponible. Secreto de estado.
Pero más allá de la enumeración de horrores, Cuadernos rusos intenta (desde un posicionamiento claro por parte de su autor, sin duda), contagiarse del espíritu de Anna Polistkóvskaya y, como hizo ésta a lo largo de toda su vida, entender y arrojar luz sobre las razones (históricas, personales, psicológicas, etc.) que motivan la tragedia. Un intento por comprender, al igual que también hiciera Hannah Arendt en su día respecto al Nazismo, las motivaciones del mal.
Como en Cuadernos ucranianos (trabajo al que Igort alude en el epílogo de la obra, para que no olvidemos cómo los errores se repiten en la historia una y otra vez), el dibujante italiano nos propone un relato fragmentado y acumulativo, apoyado en testimonios diversos y una multiplicidad de puntos de vista. Conviven en Cuadernos rusos, por esta causa, cierta dispersión o desorden narrativo, que puede llegar a desubicar al lector, junto a una fuerza testimonial innegable derivada de la heterogeneidad de perspectivas y testimonios. Un documento y un documental. Un cómic de esos que hay que leer (y sufrir) para entender.
El "problema ruso" está cargado de contradicciones y manifestaciones interesadas. Lo estamos viendo recientemente con la guerra encubierta que tiene lugar en Ucrania. EEUU y Europa se han posicionado claramente del lado de la antigua república rusa, sin embargo, algunos artículos, como los escritos reciéntemente por el profesor Vincenç Navarro nos hacen pensar que la situación no define a buenos y malos tan claramente como los medios occidentales nos quieren hacer pensar. Tampoco fue diáfano en su día el tratamiento del conflicto checheno y el de la respuesta sangrienta de la Rusia de Putin. No sabemos ustedes, pero nosotros nos fiamos mucho más de gente como Igort o Polistkóvskaya que de las llamadas "versiones oficiales". Descreimiento, le llaman. Lean este cómic y entenderán de qué hablamos.