 El paréntesis, de Élodie Durand ha sido el premio revelación de Angoulême de este año; además, obtuvo el Premio BD 2011 de los lectores del diario Libération. De las dos cosas se nos informa en la tira promocional del libro. No nos extraña tanto reconocimiento, El paréntesis es un muy buen tebeo.
El paréntesis, de Élodie Durand ha sido el premio revelación de Angoulême de este año; además, obtuvo el Premio BD 2011 de los lectores del diario Libération. De las dos cosas se nos informa en la tira promocional del libro. No nos extraña tanto reconocimiento, El paréntesis es un muy buen tebeo.Un buen amigo nuestro nos comentaba hace poco que cada vez que le regalamos un cómic, tiene que armarse de valor antes de lanzarse a su lectura, porque casi todos cuentan unos dramas de aúpa. La verdad es que estaba en lo cierto: si reflexionamos un poco y pensamos en los cómics adultos (llámenlos de autor o novelas gráficas, o como les apetezca) que más éxito han tenido en los últimos años, también los que más nos han gustado, es verdad, lo cierto es que, en un alto porcentaje, se trata de cómics de temática trágica, dramática o melodramática; o de esos que ahora llaman "de contenido humano". Mucha muerte, enfermedad, complejo, depresión, angustia, patología y trauma infantil en primera persona. Viñetas a prueba de llanto.
A veces nos da por pensar que vamos a terminar haciendo callo, que algún día nos hartaremos y nos pondremos a leer tebeos de género y obras cómicas. Que estamos empezando a cansarnos de tanto dolor expuesto, autocompasión y flagelo emocional. Entonces, llega a nuestras manos un cómic como El paréntesis y decidimos que tampoco está mal observar los peligros de la existencia a través de ojos ajenos, que uno llega a aprender y a empatizar con el prójimo, precisamente, gracias a estos ejercicios autoconfesivos o a estos relatos de resistencia. Al final, suponemos, se trata de que la historia, cómica, trágica o tragicómica, esté bien contada y nos sorprenda, por su honestidad, por su técnica, por sus recursos narrativos o por lo que sea...
 La obra de Élodie Durand que motiva esta reflexión, tiene un poco de todo lo que hemos comentado. Se trata de la historia de Judith, una joven veinteañera a la que le detectan un pequeño tumor, después de sufrir varios ataques agudos de epilepsia. En realidad, El paréntesis es la historia de la propia Durand y su enfermedad, por vía interpuesta de su personaje. Esa es la razón principal de que el cómic respire verosimilitud y de que las peripecias terribles de su protagonista se sientan como pequeños fragmentos de vida (de drama) absolutamente reales. Conocemos el final de la historia antes de leerla, Élodie nos lo hace saber con este cómic años después de su enfermedad. Sin embargo, el proceso, el recorrido de sus episodios de amnesia, sus dolores y sus miedos, resulta interesante per se como para arrastrarnos al interior de su peligrosa aventura.
La obra de Élodie Durand que motiva esta reflexión, tiene un poco de todo lo que hemos comentado. Se trata de la historia de Judith, una joven veinteañera a la que le detectan un pequeño tumor, después de sufrir varios ataques agudos de epilepsia. En realidad, El paréntesis es la historia de la propia Durand y su enfermedad, por vía interpuesta de su personaje. Esa es la razón principal de que el cómic respire verosimilitud y de que las peripecias terribles de su protagonista se sientan como pequeños fragmentos de vida (de drama) absolutamente reales. Conocemos el final de la historia antes de leerla, Élodie nos lo hace saber con este cómic años después de su enfermedad. Sin embargo, el proceso, el recorrido de sus episodios de amnesia, sus dolores y sus miedos, resulta interesante per se como para arrastrarnos al interior de su peligrosa aventura.

 Dentro de ese intento por reconstruir una narración a base de rememoraciones fragmentarias y el relato ajeno de su propia enfermedad (el que construyen con sus recuerdos sus padres, su hermana y sus amigos, en realidad, quienes sufrieron su tragedia conscientemente, en primera persona, mientras ella se arrastraba hacia las sombras de la desmemoria y la enfermedad), decíamos, dentro de ese intento por crear una narración coherente, El paréntesis está repleto de soluciones imaginativas y metáforas visuales; no en la línea icónica de David B. o Marjan Satrapi, sino más bien en la dirección de intentar dotar a procesos mentales y verbales de carga visual: Durand intenta que seamos conscientes de sus momentos de incapacidad mental o de afasia a partir de mecanismos comicográficos deliberadamente simplistas o imperfectos (espacios en negro, repeticiones aleatorias, trazados geométricos, leitmotivs, deformaciones cuasi-surrealistas de los personajes, etc.). Algunas de sus páginas nos devuelven la imagen distorsionada de un espejo curvo, la realidad filtrada por un cerebro dañado, invadido por un pequeño tumor que, no obstante, lo deforma todo. Lo cierto es que el recurso funciona y consigue impregnar a su historia de emoción sincera. Y como siempre, terminamos cayendo en la trampa de la narración: nos la creemos y la sentimos como propia.
Dentro de ese intento por reconstruir una narración a base de rememoraciones fragmentarias y el relato ajeno de su propia enfermedad (el que construyen con sus recuerdos sus padres, su hermana y sus amigos, en realidad, quienes sufrieron su tragedia conscientemente, en primera persona, mientras ella se arrastraba hacia las sombras de la desmemoria y la enfermedad), decíamos, dentro de ese intento por crear una narración coherente, El paréntesis está repleto de soluciones imaginativas y metáforas visuales; no en la línea icónica de David B. o Marjan Satrapi, sino más bien en la dirección de intentar dotar a procesos mentales y verbales de carga visual: Durand intenta que seamos conscientes de sus momentos de incapacidad mental o de afasia a partir de mecanismos comicográficos deliberadamente simplistas o imperfectos (espacios en negro, repeticiones aleatorias, trazados geométricos, leitmotivs, deformaciones cuasi-surrealistas de los personajes, etc.). Algunas de sus páginas nos devuelven la imagen distorsionada de un espejo curvo, la realidad filtrada por un cerebro dañado, invadido por un pequeño tumor que, no obstante, lo deforma todo. Lo cierto es que el recurso funciona y consigue impregnar a su historia de emoción sincera. Y como siempre, terminamos cayendo en la trampa de la narración: nos la creemos y la sentimos como propia. Ya ven, una vez más, nos hemos dejado arrastrar hacia los fangos de la tragedia autobiográfica, una vez más, el vigor de la historia ha pesado más que nuestra placidez anímica. A ver cómo se lo explicamos a nuestro amigo.
Ya ven, una vez más, nos hemos dejado arrastrar hacia los fangos de la tragedia autobiográfica, una vez más, el vigor de la historia ha pesado más que nuestra placidez anímica. A ver cómo se lo explicamos a nuestro amigo. 
 
 









 Hay que reconocer que en las lista de "damnificados" después del advenimiento de la novela gráfica, dos de los que mejor parados han salido han sido los Hernandez Bros. No porque no estuvieran ya haciendo lo que hacen antes de la etiqueta de marras (a favor de la cual nos pronunciamos), sino porque con el nuevo formato su obra alcanza una dimensión adecuada y la magnitud que le corresponde.
Hay que reconocer que en las lista de "damnificados" después del advenimiento de la novela gráfica, dos de los que mejor parados han salido han sido los Hernandez Bros. No porque no estuvieran ya haciendo lo que hacen antes de la etiqueta de marras (a favor de la cual nos pronunciamos), sino porque con el nuevo formato su obra alcanza una dimensión adecuada y la magnitud que le corresponde. Las historias que componen el trabajo de Jaime Hernandez invitan a la paranoia lectora: cambios radicales y constantes en el punto de vista, flashbacks y anacronías a bocajarro, paréntesis narrativos, metarrelatos, bromas estilísticas, introducción fantasma de personajes, etc. Sin embargo, a poco que uno esté familiarizado con su obra, o incluso después de unas cuantas decenas de páginas dentro de un mismo libro, el lector se da cuenta de que, debajo de la historia y de las aventuras sólo aparentemente triviales de sus personajes, existe una intrahistoria, una estructura profunda que cohesiona todos y cada uno de los episodios creados por Jaime Hernandez hasta la fecha. Es como si el autor tuviera todas las piezas del puzzle en su cabeza y se las fuera revelando al lector con cuentagotas. Penny Century supone un nuevo y brillante capítulo de esa misma historia, una pieza más (muchas en realidad) del puzzle.
Las historias que componen el trabajo de Jaime Hernandez invitan a la paranoia lectora: cambios radicales y constantes en el punto de vista, flashbacks y anacronías a bocajarro, paréntesis narrativos, metarrelatos, bromas estilísticas, introducción fantasma de personajes, etc. Sin embargo, a poco que uno esté familiarizado con su obra, o incluso después de unas cuantas decenas de páginas dentro de un mismo libro, el lector se da cuenta de que, debajo de la historia y de las aventuras sólo aparentemente triviales de sus personajes, existe una intrahistoria, una estructura profunda que cohesiona todos y cada uno de los episodios creados por Jaime Hernandez hasta la fecha. Es como si el autor tuviera todas las piezas del puzzle en su cabeza y se las fuera revelando al lector con cuentagotas. Penny Century supone un nuevo y brillante capítulo de esa misma historia, una pieza más (muchas en realidad) del puzzle.
 
   
 