Blutch es un niño travieso en busca de espectadores incautos que observen sus piruetas narrativas, sus juegos infantiles de papel, sus sueños proyectados. La voluptuosidad es uno de esos sueños (uno de los de niño grande) y funciona con las coordenadas alteradas de cualquier otro: las de la lógica-ilógica y el camino aleatorio por el mapa de lo conocido.
De pocos cómics se ha hablado más en los últimos tiempos que de éste de Blutch. Quizás, precisamente, porque casi todos nos reconocemos de un modo u otro (en alguno de sus momentos) en su extrañeza aparatosa de sueño azaroso. Detrás del absurdo, de la aparente exhibición narrativa impresionista de La voluptuosidad, existen pautas de comportamiento, anhelos y frustraciones perfectamente diseccionable. No se trata tanto de analizar una trama, con sus supuestas directrices diegéticas (personajes-escenario-acciones), sino de abordar las pasiones que en ella se simbolizan y desde ella se generan. Sería tan sencillo liquidar el efecto desconcertante de La voluptuosidad en un altar de adoración al surrealismo, que no nos vamos a tomar la molestia, siquiera. Hay que ser más ambicioso, penetrar con obstinación en el cripticismo simbólico de sus imágenes, en su agresiva sensualidad.
Aceptada la armazón onírica del relato como guía narrativa, no resulta tan impertinente recorrer las páginas de Blutch y rastrear, a través de ellas, en los bajos fondos de la corteza humana. Según leía La voluptuosidad, me acordaba de esa última obra casi maestra de Kubrick, que fue Eyes Wide Shut (a la que le sobraba algún subrayado o sobre-insistencia, para haber entrado en el olimpo de las obras póstumas). Me acordaba de Eyes Wide Shut, decía, porque, como en aquella, en La voluptuosidad se abordan las proyecciones poliédricas del deseo: los rayos torcidos de ese fractal que es el instinto sexual. El ser humano esconde, y pretende no reconocer, aquello que más anhela: la carne. Nadie en su sano juicio rompería su estatus social, ni las normas de la sociedad que lo ha "adoptado", en aras de una sinceridad no demandada. Ni siquiera un dibujante tan heterodoxo como Blutch.
Por eso, hasta La voluptuosidad se escuda en el artificio impresionista de su esqueleto narrativo (la historia de un sueño o la historia como sueño o las historias que se enlazan, como en un sueño), para hacernos probar la seta venenosa del deseo animal sin que nos intoxiquemos; una coartada. Ni el lector más desinhibido hubiera aceptado de otra manera ver reflejados sus infiernos interiores (o, en todo caso, no los hubiera admitido como propios): y es que, las bajas pasiones (hasta la ofensa) o el bestialismo simbólico necesitan esconderse detrás de una máscara (y hay muchas en La voluptuosidad) o bajo un saco cualquiera.
Por eso, hasta La voluptuosidad se escuda en el artificio impresionista de su esqueleto narrativo (la historia de un sueño o la historia como sueño o las historias que se enlazan, como en un sueño), para hacernos probar la seta venenosa del deseo animal sin que nos intoxiquemos; una coartada. Ni el lector más desinhibido hubiera aceptado de otra manera ver reflejados sus infiernos interiores (o, en todo caso, no los hubiera admitido como propios): y es que, las bajas pasiones (hasta la ofensa) o el bestialismo simbólico necesitan esconderse detrás de una máscara (y hay muchas en La voluptuosidad) o bajo un saco cualquiera.
4 comentarios :
Qué comentarios tan acertados. Debajo de la neblina onírica Blutch coloca cargas de profundidad sobre nuestra psique sexual y nuestros trastornos menos defendibles en sociedad. No "los esconde", están a la vista, turbadores y excitantes.
Pedazo de obra. Quiero más. Ya.
Me encanta estar totalmente de acuerdo con usted, amigo. A ver cuando nos llegan los Peplum y demás...
No lo conocía pero después de leerte me has convencido.
Voy a ver si puedo conseguirlo.
Un saludo dibujado
¡Cuánto tiempo sin verla por aquí, doña Tremen! Pues sí, conociéndola, probablemente le gusten las "perversiones" de don Blutch. Ya me contará usted y psesé más amenudo, mujer, que se le echaba de menos ;)
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