De igual manera que no hay mejor analgésico que la ignorancia, es imposible salir indemne de la revelación de las atrocidades de la historia. Desde el aturdimiento que nos produjo Ciudad de vida y muerte, la crónica atroz que Lu Chuan dibujó de la ocupación japonesa de Nankin, sentimos una sacudida cada vez que oímos el nombre de esa ciudad que fuera la capital de la República Popular de China en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial.
En su día, hablamos del Nankin, de sus esclavas sexuales y mujeres asesinadas (el destino habitual de las miles de mujeres y niñas chinas y coreanas violadas por los soldados japoneses), con motivo de la publicación del cómic del mismo nombre de Nicolas Meylaender y Zong Kai. Volvemos ahora al mismo tema y a la misma tragedia con motivo de Hierba (2017), una novela gráfica que gira, precisamente, alrededor de las vivencias de una de aquellas mujeres. Su autora, la dibujante y traductora Keum Suk Gendry-Kim, recurre a un artificio narrativo ya habitual en el mundo del cómic: el de la entrevistadora que construye un relato con las vivencias del entrevistado, al mismo tiempo que revela el proceso de construcción del relato que nace de aquellas vivencias. Es la misma técnica que ya empleara Art Spiegelman en Maus, para relatar la lucha por la supervivencia de su padre en Auschwitz.
En esta ocasión, la protagonista de Hierba es la anciana Lee Ok-Sun, una de las pocas víctimas que lograron sobrevivir a las atrocidades japonesas y a los años de explotación sexual a la que muchas mujeres chinas y coreanas fueron sometidas en aquella época terrible de la Guerra del Pacífico bajo el eufemismo de "mujeres de consuelo". El cómic recoge las visitas repetidas de Gendry-Kim a la residencia de ancianos en Corea del Sur (una House of Sharing) a la que regresó la protagonista después de su vida en China, para conducirnos hasta su infancia, mostrarnos las penurias de su familia, su impostado matrimonio concertado y todos los procesos posteriores de trata a los que fue sometida, hasta acabar siendo vendida como esclava sexual. Se describen las miserias de su vida con dureza, sin ambigüedades o disimulos, a partir de una caricatura en blanco y negro, no carente de dureza, marcada por un dibujo muy sintético de línea suelta. El relato "respira", sin embargo, gracias a numerosas pausas contemplativas en las que, después de alguna revelación terrible, la autora reposa su mirada sobre elementos de la naturaleza (paisajes, árboles, animales), con un trazo grueso expresionista que termina por difuminar sus perfiles casi hasta la abstracción; en imágenes que nos recuerdan a los brochazos expresionistas de Motherwell, Kline o incluso Pollock. En esos paréntesis, el lector recupera resuello para seguir el viaje hacia los infiernos de Lee Ok-Sun.
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