Una rata le muerde en el
cuello a otra; dos perros famélicos se disputan un brazo humano arrancado de
cuajo; Agnès, la joven protagonista del relato, amasa el pan de cada día con sus propias
lágrimas... Son escenas que marcan el tono de Laid Waste, el insólito cómic
de Julia Gfrörer. Una autora que no deja
de recibir críticas elogiosas con cada nuevo cómic que publica: Flesh and Bone (2010), Too Dark (2011), Black Is the Color (2013) o este Laid Waste
(2016) que nos ocupa.
La norteamericana
pertenece a una generación de jóvenes autores (Anders Nilsen, Sammy Arkham, Francesco Cattani)
que han optado por una sutil línea clara, frágil, suelta y quebradiza, deliberadamente
imperfecta, para abordar la endeble naturaleza humana y sus pasiones íntimas. Un psicologismo que
indaga en el presente, en ocasiones mirando al pasado, como sucede con Laid Waste.
Nos remite el estilo de
Gfrörer a las viejas ilustraciones del siglo XIX de la
muerte y lo demoniaco. Su trazo y su irregular rayado nos hacen pensar en un Edward Gorey que hubiera perdido el sentido del humor. El elemento gótico (e incluso satánico) se repite en casi todos sus trabajos, en los que la fantasía, los místico y lo sobrenatural se mezclan con sorprendente naturalidad y un paso lento que conecta lo irracional con la vida sencilla de las gentes.
La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa como por su apuesta estética. En Laid Waste la autora elige los tiempos terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Sus páginas nos muestran un tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo supersticioso a lo desconocido. En nuestro viaje de pesadilla por la decadencia del poblado emponzoñado, seremos testigos de las ceremonias de la enfermedad y la muerte más mísera, del correteo repulsivo de las ratas carroñeras y pasearemos entre las tenebrosas hogueras prendidas sobre cadáveres apilados.
La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa como por su apuesta estética. En Laid Waste la autora elige los tiempos terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Sus páginas nos muestran un tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo supersticioso a lo desconocido. En nuestro viaje de pesadilla por la decadencia del poblado emponzoñado, seremos testigos de las ceremonias de la enfermedad y la muerte más mísera, del correteo repulsivo de las ratas carroñeras y pasearemos entre las tenebrosas hogueras prendidas sobre cadáveres apilados.
En este contexto, sitúa Gfrörer a su protagonistá Agnès: una joven superviviente rodeada de miseria y
angustia que observa desconcertada como el mundo se desmorona a su alrededor,
mientras ella parece indemne a la muerte y a la degradación que le rodea. En ese punto, Laid Waste introduce el elemento
metafísico para jugar con una idea de santidad y espiritualidad. Recurre para
ello a secuencias que aportan valores simbólicos (las ratas comiéndose el pan, los perros peleando entre sí, los hombres enterrando y quemando a sus muertos...) a una trama
principal fragmentaria y discontinua, que se asienta en el recurso a la elipsis. La narración de Gfrörer se estructura
como un collage en el que se alternan las escenas costumbristas del poblado diezmado
por la peste, junto a los episodios que siguen el recorrido de la protagonista.
Pese a su reducida extensión, Laid Waste no es un tebeo sencillo, ni afable. Invita a la relectura y a la reflexión; y, en algunos momentos, deja bastante mal cuerpo. Con tanto relato histórico barnizado y maquillado como encontramos últimamente a nuestro alrededor, se agradece que Julia Gfrörer nos ahorre los eufemismos.
Pese a su reducida extensión, Laid Waste no es un tebeo sencillo, ni afable. Invita a la relectura y a la reflexión; y, en algunos momentos, deja bastante mal cuerpo. Con tanto relato histórico barnizado y maquillado como encontramos últimamente a nuestro alrededor, se agradece que Julia Gfrörer nos ahorre los eufemismos.
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