La mirada recorre hipnotizada las primeras páginas de La cólera como si se deslizara por el friso de una historia conocida. El soberbio dibujo de Olivares, siempre reconocible en su angulosidad vanguardista, nos invita a descubrir los detalles de batallas de terracota y los escenarios de una era clásica.
Avanza la acción entre las escenas míticas de la fábula homérica. Los semidioses luchan y los hombres mueren. La cólera es La Ilíada, reconocible desde su título (con esa palabra empieza el poema épico de Homero).
Sin embargo, poco a poco, la mitología se despliega en ambigüedades y lecturas inesperadas. La ironía postmoderna invade los diálogos y va desanclando al cómic del texto clásico. El dibujo oscila entre la reescenificación histórica y el juego simbólico. Se despliega un argumento conocido: la alianza de reinos comandada por Agamenón y sus aqueos asedia la ciudad de Troya; después de nueve años de sitio, Ajax, Ulises y Aquiles parecen a punto de derrotar su resistencia, sin embargo, el destino azaroso hace girar los acontecimientos aferrado a otra veleidad caprichosa, la de un Aquiles despechado (por un quítame allá esta amante) que se niega a seguir luchando a favor de Agamenón (su afrentador)... Avanza el argumento de La colera con pulso y con un despliegue visual apabullante..., hasta que deja de avanzar.
Cae Aquiles en un sueño lleno de presagios y se detiene el relato en una digresión metanarrativa que es un caballo de Troya postmoderno en toda regla. Un metarrelato que pone la historia principal patas arriba y la cabeza del lector de vuelta y media.
Después del desconcierto inicial (un desafío de las convenciones lectoras, un desafío de las expectativas, un desafío del equilibrio del relato), recuperamos el pulso y una intuición: la de que aquella Europa de la Grecia Clásica estaba en realidad mucho más cerca de esta otra Europa nuestra de lo que suponíamos. La cólera nos sacude la conciencia. ¡Que las sombras del mito proyectadas sobre el papel no nos oculten la realidad que transcurre a nuestras espaldas, la de las injusticias sociales, la de la emigración que huye del infierno y la de los ciudadanos invisibles!
Tras la iluminación, el guion de Santiago García retorna a la epopeya homérica. A Aquiles, con sus victorias y su derrota legendaria, a Ulises y su viaje inacabable, al transcurso constante entre el reino de los muertos y el de los vivos. Pero nuestra lectura ya está alterada. Del interior del caballo de Troya han surgido ideas cruzadas, reflexiones interdiscursivas y metáforas inesperadas que terminan por colonizar nuestra interpretación del relato original y multiplicar sus lecturas.
Y sí, al final Ulises regresa a Ítaca en su particular odisea. Pero ya nada es igual.
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