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domingo, enero 06, 2019

Los cómics de 2018 en Little Nemo's Kat

Como viene siendo tradición, celebramos el Día de Reyes con un roscón relleno de viñetas. Desglosamos y comentamos nuestra lista de cómics de 2018, lo cual no quiere decir que sean los mejores, pero sí los que más nos han gustado de entre los muchos que hemos leído en este año que se escapa. Sin orden de preferencia, les dejamos con una selección que no entiende de géneros, de nacionalidades ni de cualquier otra jerarquía. 

Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books), de Emil Ferris: Ya lo anunciábamos el año pasado, este sería el año de Emil Ferris y sus monstruos. El cómic de Ferris fue el gran triunfador del curso pasado en Estados Unidos y se esperaba su publicación en nuestro país como todo un acontecimiento. La autora ha facturado una obra inclasificable en la que el bolígrafo, los lápices de colores y el rotulador recrean sobre hojas pautadas de cuaderno un cuento grotesco habitado por niñas que quieren ser monstruos, jóvenes pandilleros, madres sobreprotectoras, mujeres asesinadas y un vecindario espeluznante lleno de secretos. Detrás de todo ello, se despliega un monumental ejercicio simbólico acerca del crecimiento personal y la supervivencia, un relato turbador y heterodoxo que combina su ritmo hipnótico con un talento gráfico desatado. Lo que más me gusta son los monstruos es un cómic que no puede dejar indiferente a nadie.
Pantera (Astiberri), de Brecht Evens: Pantera es el último trabajo de Brecht Evens, uno de los talentos jóvenes europeos más descollantes. Como en el resto de su producción, el autor nos deslumbra con las veladuras y superposiciones de su estilo gráfico, a medio camino entre la ilustración infantil y el pictoricismo, para narrar un cuento sólo en apariencia infantil. Aunque en un primer momento parece la típica historia de crecimiento, el viaje del niño hacia los escollos de la vida, muy pronto, el cómic nos empieza a abrumar con su sobreabundancia de texto y la verbosidad excesiva de sus personajes, enredados en una incongruente cháchara infantil que no parece tener fin. Y así, a medida que el relato se enreda y las páginas se van llenando de los amigos imaginarios de Christine, la niña protagonista de la historia, empezamos a sospechar que el cómic de Brecht Evens no es un amable cuento infantil con moraleja, sino una de aquellas terribles pesadillas que de niños nos despertaban en medio de la noche, sin que nunca adivináramos de dónde venían, ni si iban a regresar al día siguiente.
The Black Holes (Reservoir Books) Borja González: Desde su primera viñeta (esa maravillosa imagen crepuscular de una heroína romántica que vaga por un bosque persiguiendo un gemido), The Black Holes envuelve al lector en fabulosas imágenes que nacen de un empleo brillante del claroscuro y de la exquisita línea que González emplea para el diseño de sus estilizados y misteriosos personajes: mujeres que, pese a no tener rostro, son capaces de expresar deseos, emociones y miedos a través de su gestualidad y sus acciones. Sus protagonistas se mueven por las viñetas como figuras de aire, como fantasmas de un tiempo y una geografía soñados. Y, sin embargo, la historia de The Black Holes discurre a ras de suelo y nos conecta a realidades que, de alguna forma, nos resultan familiares por sus variadas referencias culturales: a la poesía del siglo XIX, al simbolismo, a la narrativa gótica; pero también a la recuperación de esas mismas referencias por parte de la juventud actual gracias al punk, al terror de serie B, al movimiento gótico adolescente o a la cultura pop. La trama discurre entre 1856 y 2016, y las vivencias de sus personajes femeninos se entretejen por medio de intuiciones, presagios y sensaciones compartidas, que construyen una red simbólica de vasos comunicantes entre esos dos periodos históricos tan distantes. Este cómic nos regala algunas de las viñetas más bellas que hemos presenciado últimamente. Un trabajo lleno de tonalidades y virtudes, que se lee como un nocturno de José Asunción Silva, como un cuento de Alan Poe, como un poema de Rimbaud o como una canción de Suicide.
Martha y Alan (Salamandra Graphic), de Emmanuel Guibert: Guibert continúa con su reconstrucción de la biografía de Alan Ingram Cope a partir de la voz narrativa del propio protagonista. Recuerden que (como se ha encargado de contarnos el propio Guibert) Alan fue aquel excombatiente norteamericano con el que el autor entabló amistad en la isla de Ré y cuya historia le inspiró para desgranar su vida en forma de cómic. Si en el primer volumen, La guerra de Alan, se acercaba a la experiencia bélica del personaje durante la Segunda Guerra Mundial, y en La infancia de Alan lo hacía a sus recuerdos de la niñez, Martha y Alan relata un acontecimiento mucho más puntual y circunstancial de su biografía: la historia de su primer amor, Martha Marschall. Se trata de un episodio humilde, pero cargado de emoción y melancolía: una de esas experiencias íntimas que nos ayudan a crecer como personas y nos enseñan a tomar decisiones. El realismo fotográfico de Guibert y su empleo de grandes viñetas a doble página aportan veracidad y carga nostálgica a un cómic que se lee con la emoción a flor de piel.   
Poulou y el resto de mi familia (Roca Editorial), de Camille Vannier: El desglose genealógico que emprende Vannier incluye una galería de personajes tan extravagante y un conjunto de experiencias vitales tan azarosas que, si no tuviéramos todos una familia con la que comparar, su cómic parecería pura invención. No lo es. Cada línea de relato, cada personaje de Poulou (empezando por el abuelo de Vannier que da nombre al libro) existió y vivió tal y como se explica en el cómic. El hecho de que la autora recurra a un estilo informal e infantil, mucho más cercano a la ilustración que al cómic, o de que el lenguaje (con una tipografía torpe e inestable) incluya incoherencias gramaticales y faltas de ortografía, rema en esa pretendida naturalidad que persigue la historia: a medio camino entre el recuerdo fragmentario, el relato oral y un realismo mágico infantilizado. Funciona. Poulou se lee de principio a fin con divertida curiosidad y un invariable gesto de sorpresa. Las decisiones disparatadas de sus personajes crean un itinerario familiar tan improbable que sólo puede ser cierto; y que, como sucede con muchas otras las familias, dibuja un trazado quebrado que discurre desde el éxito gozoso al hundimiento desesperanzado, desde el afecto al odio. La principal virtud de Vannier en este cómic reside en su acercamiento a la tragicomedia desde una espontaneidad deliberada (gráfica y textual) que desdramatiza el relato, pero que contribuye a su verosimilitud y le otorga una inesperada carga humorística. A veces, hay que tomarse la vida menos en serio. 
Joe Shuster. Una historia a la sombra de Superman (Dibbuks) de Julian Voloj y Thomas Campi: Voloj nos acerca a la complicada biografía del dibujante Joe Schuster desde un punto de vista confesional en primera persona, a partir de un flashback que arranca en 1975, cuando la vida de los creadores de Superman pasaba por sus momentos más complicados y sus nombres parecían relegados a un ostracismo definitivo. Mientras las compañías editoriales y las distribuidoras de licencias creativas ganaban millones de dólares gracias a personajes como Superman y todos los que vinieron detrás de él, muchos de los guionistas y dibujantes (creadores anónimos asalariados) que concibieron aquellas primeras historias terminaron en el más absoluto de los olvidos, sobreviviendo, muchas veces, en condiciones lamentables. Una historia a la sombra de Superman cuenta la historia del dibujante Joe Shuster y el guionista Jerry Siegel, pero, al mismo tiempo, es una crónica fidedigna y excelentemente documentada del nacimiento de comic-book y del género de los superhéroes en Estados Unidos; una industria del entretenimiento que hoy en día ha adquirido el rango de mitología popular. La alternancia estilística del italiano Joe Campi llena el relato de matices: pasando de una línea realista suelta a una elegante estilización retro que nos recuerda al estilo pictórico de las ilustraciones de Norman Rockwell y al empleo del color de Edward Hopper. Ideal para nostálgicos y curiosos de la historia del cómic: un tebeo tan entretenido como didáctico. 
Picasso en la Guerra Civil (Norma Editorial), de Daniel Torres: Empieza a ser una costumbre incluir a Torres entre lo mejor del año. Su nuevo cómic obliga a ello. No se trata ya de que su dibujo, la capacidad de Torres para el detalle y su variedad inabarcable de registros estilísticos, le sitúe entre los grandes dibujantes de cómic contemporáneo, si no que su audacia y talento como contador de historias tampoco parecen tener límites. Picasso en la Guerra Civil plantea un juego de espejos autoconsciente que termina por confundir la historia con la ficción en un divertido ejercicio de narración especulativa: ¿Y si el padre Daniel Torres hubiera dibujado cómics en los años 50?, ¿y si hubiera conocido a Picasso y éste le hubiera encargado su biografía en viñetas?, ¿se imaginan que Picasso hubiera participado en la Guerra Civil y lo hubiera contado? Estas hipótesis ficcionales encadenadas están en la base argumental de una novela gráfica que se construye a partir de su estructura concéntrica de metarrelatos: un juego de cajas chinas en el que cada línea narrativa esconde, como una sorpresa, un nuevo cómic en su interior; cada uno de ellos con su propio estilo gráfico y con diferente naturaleza. La historia del dibujante Francisco Torres es el marco del relato biográfico de Picasso en la Guerra Civil; esta última, a su vez, esconde el cómic de propaganda antifranquista Sueños y mentiras de Franco; y todas ellas se cuentan desde los recuerdos que el autor, un tal Daniel Torres, conserva de su padre dibujante. Con su cómic de cómics, Torres hace un homenaje a la historia del medio: al cómic de los pioneros, a Eisner y a sus páginas-viñeta, a la línea clara franco-belga, etc., pero sobre todo nos demuestra que el lenguaje comicográfico no tiene límites.
Nieve en los bolsillos. Alemania 1963 (Norma Editorial), de Kim: Recuperando la senda temática y estilística que más éxito le ha reportado en los últimos años (aunque esta vez en solitario), Kim hace un nuevo ejercicio de memoria histórica para reivindicar la figura de todos aquellos emigrantes españoles que, en los años 60, tuvieron que hacer las maletas para labrarse un provenir. Hay en nuestro país una tendencia incurable a olvidar la historia. Se nos olvida (cuando se trata de construir discursos del miedo, la amnesia es siempre una excelente materia prima), por ejemplo, que durante mucho tiempo la nuestra fue tierra de emigración: miles de conciudadanos se lanzaron a una aventura incierta sin más equipaje que la fe, el esfuerzo y la esperanza de hacerse un futuro que en tierra propia se intuía tenebroso. Kim (Joaquín Aubert Puig-Arnau) tira de autobiografía y de las experiencias que vivió en piel propia durante sus años de estancia en Alemania, para construir un relato tragicómico en el que se descubre lo peor y lo mejor del ser humano. Sus andanzas migratorias están contadas con un ritmo vivísimo que se alimenta de sus anécdotas, los sueños, las decepciones y las penurias que vienen aparejadas a toda huida hacia adelante. Es la carrera ingrata que acompaña al emigrante: individuos que abandonan su hogar, no por gusto, sino por puro instinto de supervivencia. Honestidad pura.
Berlín, ciudad de luz (Astiberri), de Jason Lutes: Después de Berlín, ciudad de piedras (vol. 1) y Berlín, ciudad de humo (vol. 2), se cierra la trilogía que el estadounidense Jason Lutes ha tardado veintidós años en completar con Berlín, ciudad de luz (vol. 3). Los tres volúmenes de esta epopeya rellenan el hueco que transcurre desde el final de la devastadora Primera Guerra Mundial y los albores del apocalipsis hitleriano. Son los años de la República de Weimar, un tiempo en el que se empiezan a consolidar en el inconsciente colectivo alemán pensamientos cargados de intransigencia y supremacismo racial. En los tres libros que componen Berlín, Lutes rastrea el lento despertar de la Alemania herida y su transformación en una hidra desencadenada. Lo hace sin estridencias o subrayados violentos. Desde el costumbrismo histórico (urbano, en este caso) que facilita el género narrativo de las vidas cruzadas. A lo largo de los tres cómics, el autor desarrolla una galería de personajes de toda condición (ideológica, social, cultural y religiosa), cuyas vidas terminan por entretejerse en una serie de episodios anticipatorios de la deriva prebélica de un país que, poco a poco, va dejándose atrapar por la tela de araña ideológica del nacionalsocialismo. Jason Lutes recurre a una línea clara realista que, con el paso de las páginas y desde sus inicios en el primer tomo de Berlín, va ganando consistencia y fluidez. La rigidez inicial de algunas de aquellas primeras secuencias cede paso a un dibujo más fluido y a un empleo cada vez más insistente del claroscuro (eficaz para la construcción del creciente tono sombrío de la obra). Con cada página, la lectura de Berlín, ciudad de luz (la paradoja del título completo se revela en toda su magnitud a lo largo de esta tercera entrega) se vuelve más densa; las relaciones entre sus personajes, más dramáticas y dolidas; y la atmósfera que dibuja se presiente más irrespirable. El final abierto del cómic, no obstante, deja un pequeño resquicio a la esperanza de un presente reconstruido y nos invita a no repetir los mismos errores del pasado.
March (Norma Editorial), de John Lewis, Andrew Aydin y Nate Powell: Un cómic sobrecogedor. El dibujante Nate Powell y el asesor político Andrew Aydin dan forma a la voz y la memoria de John Lewis, único superviviente de los "Seis Grandes" (Philip Randolph, Dr. Martin Luther King Jr., Roy Wilkins, Jim Farmer y Whitney Young), el grupo de hombres que pusieron rostro a la lucha por los derechos civiles y el fin de la segregación racial en Estados Unidos durante los años 60. En su país, los seis tienen categoría de leyenda por su lucha pacífica a favor de los derechos humanos, pero en España (con la excepción de Martin Luther King) la relevancia de su empresa no es tan conocida. March describe acontecimientos históricos fundamentales del siglo XX, como la Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad de 1963, y arroja luz sobre uno de los hechos más vergonzante y dramático de la historia reciente de las democracias liberales: la segregación racial en Estados Unidos. John Lewis fue uno de los miembros fundadores y posterior presidente de la SNCC (Comité Coordinador Estudiantil No Violento), uno de los movimientos que más trabajó por el final del racismo social y político en los Estados Unidos. El cómic se acerca a los acontecimientos históricos sin remilgos ni medias tintas, desde la posición privilegiada que ofrece la memoria de un testigo de primera mano como Lewis. El lector asiste espantado al teatro de deshumanización y barbarie que, durante décadas, celebraron los estados del sur de Estados Unidos. Somos testigos de las matanzas y atrocidades cometidas por los ciudadanos de ciudades como Nashville, Liberty o Birmingham contra sus conciudadanos negros ante el silencio cómplice de la clase dirigente del resto del país. Y asistimos, finalmente, al triunfo de la razón. Este libro es una piedra más en esa batalla.
La tierra de los hijos (Salamandra Graphic), de Gipi: El mismo Gipi de siempre, ese que dibuja como nadie desde un trazo nervioso y quebradizo, el mismo que crea atmósferas bellísimas con una línea tan fina que parece transparente, vuelve más apocalíptico y desesperanzado que nunca. Su relato para después de un fin del mundo dibuja personajes animalizados y escenarios de pesadilla. Llevando al límite aquella máxima cánida hobbesiana, Gipi se instala en un género que goza de una popularidad inusitada en estos tiempos de augurios aciagos. Lo hace con naturalidad, sin especulaciones o explicaciones innecesarias, como quien pone la cámara a grabar un día cualquiera en la vida de una familia cualquiera. Así, a partir de las elipsis que naturalizan el relato desde sus primeras páginas, La tierra de los hijos nos permiten echarle un vistazo espantado a una de las muchas posibilidades de un futuro peor. Los escenarios postapocalípticos que plantea el cómic transcurren entre lo malo y lo pavoroso y lo hacen con un sentido de la normalidad que espanta; todo, desde ese realismo áspero y a veces incómodo que ha hecho de Gipi uno de los grandes nombres del cómic mundial. El Gipi de La tierra de los hijos se parece más al autor de Apuntes para una historia de guerra (aunque más tenebroso, más nihilista y menos simbólico) que al autor autobiográfico e intimista de sus obras recientes, pero sigue manteniendo esa línea desesperanzada que recorre casi toda su narrativa. Y, sobre todo, sigue demostrando que cada obra que publica es todo un acontecimiento para el medio.
La Patrulla-X Original (Panini), de Ed Piskor: La edición española del Grand Design de Piskor ha estado perseguida por la polémica, tanto por su desafortunada traducción "libre" del título (que escamotea las intenciones estilísticas y conceptuales de la obra original), como por las condiciones de impresión elegidas (con colores más saturados que en el cómic original, que perseguía un look deliberadamente retro). Nadie le ha puesto un solo pero, sin embargo, al hecho de que un autor proveniente del cómic underground, como Ed Piskor, se haya embarcado en una misión sui generis y tan ambiciosa que podría parecer irrealizable: la reconstrucción cronológica y comprensible de la historia mutante de Marvel; incluidas todas sus ramificaciones, desviaciones y excepciones. El conjunto funciona. El estilo de Piskor, tan rígido y entrañablemente anticuado como el de aquellos tebeos que rescataron el universo superheroico durante la Edad de Plata del cómic estadounidense, suscita nostalgias y satisfacciones de archivista antiguo.
¡Universo! (Astiberri), de Albert Monteys: En los últimos tiempos se han publicado pocos cómics más divertidos que ¡Universo!. La obra llega al formato en papel después de recibir numerosos premios y una exitosa trayectoria online en la plataforma Panel Syndicate. La imaginación de Albert Monteys y su talento visual desbordan cualquier límite espacio-temporal. ¡Universo! renueva el género de la ciencia ficción desde dentro y lo hace a partir un humor cargado de inteligencia y recursos técnicos. El inabarcable imaginario futurista de Monteys abarca desde una sorprendente e hilarante génesis del universo (uno de los relatos breves de ciencia ficción más brillantes que hemos leído), hasta completar todo un repertorio de posibilidades robóticas, viajes interestelares y vida interplanetaria. La habilidad gráfica de Monteys se despliega en la creación visual de un convincente escenario, tan lleno de ideas, ingenios tecnológicos y hallazgos conceptuales, que, literalmente y como indica su propio título, podemos afirmar que el autor ha engendrado su propio universo comicográfico. Deslumbrante.
Pulse Enter para continuar (Apa Apa), de Ana Galvañ: Suena a topicazo, pero el nuevo cómic de la autora murciana es una verdadera marcianada. Y resulta difícil no dejarse abducir por él. Desdoblamientos catódicos de personalidad, muñecas humanas circenses, campamentos futuristas, grupos terroristas de implantes cerebrales..., Galvañ retuerce las convenciones del medio, tanto gráfica como narrativamente, para construir pequeños relatos experimentales que desafían las expectativas del lector y que no se parecen a casi nada que hayamos leído antes. Pulse enter para continuar se inscribe dentro de ese nuevo cómic experimental español (Jose JaJaJa, Begoña García Alén, Andrés Magán, etc.) que, a partir de una línea clara, fría y depurada, casi geométrica, experimenta con las posibilidades del cómic hasta acercarse a la abstracción. Sin embargo, aunque sus historias puedan producir cierta perplejidad y se muevan en el terreno quebradizo de la paradoja, estamos seguros de que, si sigue regalándonos cómics así de audaces, a Ana Galvañ nunca le van a faltar seguidores de esos que adoran el riesgo y la sorpresa.

sábado, enero 06, 2018

Los cómics de 2017 en Little Nemo's Kat

Llevamos años ya en los que se nos acumulan tantas buenas lecturas que resulta difícil elegir unas para dejar otras fuera. Bendita edad de oro de la novela gráfica. En aras de la variedad pero sin traicionar nuestros gustos, hemos llevado a cabo una selección amplia con aquellos cómics que más nos han gustado este curso. Una de las mejores noticias, sin duda, es que desde hace unos años entre estos favoritos cada vez aparecen más y más autoras de cómics cuyo trabajo brilla con luz propia y marca un camino de normalización de género sin vuelta atrás. Sin orden claro, pero con el mejor concierto del que hemos sido capaces, ésta es nuestra lista de Reyes con los cómics de 2017: 

La levedad (Impedimenta), de Catherine Meurisse: Catherine Meurisse era dibujante de Charlie Hebdo en la fecha del atentado terrorista contra la revista que acabó con la vida de doce personas. La levedad es un cómic  de superación y exorcismo, una confesión analgésica cargada de pena, desconcierto y un poco de esperanza. En La levedad, Meurisse hace un relato de la angustia de quien permanece mientras todos se van (salvó su vida porque ese día fatídico llegó tarde a la redacción), un perfil psicológico, sentido, desgarrado y muy personal, de la angustiosa ingravidez en la que flotó como un fantasma durante los meses siguientes al atentado. La levedad es un cómic de retazos organizados en breves secuencias de linealidad emocional, más que cronológica. Su relato en viñetas está cargado de metáforas visuales y un humor trágico. Quizás no existan muchas más formas de sobrevivir al sinsentido. 

Oscuridades programadas (Salamandra Graphic), de Sarah Glidden: En el año 2010, la dibujante Sarah Glidden se unió al colectivo de periodistas independientes Seattle Globalist en una expedición a Siria e Iraq, con la intención de realizar diversos reportajes periodísticos sobre la situación postbélica en Oriente Próximo (acababa de concluir la Segunda Guerra de Iraq). El resultado de aquel viaje es Oscuridades programadas, una voluminosa novela gráfica que corrobora el auge actual del cómicperiodismo. Oscuridades programadas avanza en la línea metaficcional que la novela gráfica ha adoptado en las últimas décadas, pero también es un doble ejercicio autorreferencial: en primera instancia, sobre el acto de ser periodista y, finalmente, sobre la realidad del autor de cómics. De este modo, el trabajo de Glidden no se limita a ser un cómic que funciona como reportaje periodístico, sino que disecciona las dos profesiones desde dentro, la del periodista y la del dibujante, con la honestidad y veracidad de quien ha vivido aquello que narra y ha sido testigo de los dramas que sacuden el Globo.

Hernán Esteve (Libros de Autoengaño), de Esteban Hernández: Hernán Esteve es un trabajo de una honestidad brutal. Lo es por su empleo del género autoconfesional sin excusas y porque desde la primera página le agarra a uno y le zarandea hasta el final con un sopapo en la cara en forma de beso. En su nuevo cómic, Esteban da un paso más allá, para quedarse en pelota picada delante del lector. Sin más parapeto que un alterego que apenas esconde nada y que, por si quedara alguna duda, termina por romper cualquier espejismo de ilusión en la brillante secuencia final de la conversación entre el autor y el personaje, entre Esteban y Hernán, entre el otro que soy yo y su proyección dibujada sobre la página.

Estamos todas bien (Salamandra Graphics), de Ana Penyas: El primer trabajo de Ana Penyas tiene forma de homenaje reivindicativo. Es un cómic dedicado a sus abuelas Maruja y Herminia y, a través de ellas, a todas nuestras abuelas: mujeres diferentes que criaron a sus hijos en circunstancias y problemáticas muy diversas, pero que compartieron en su mayoría el ninguneo de una sociedad en la que a ellas se les dejaba poco margen de acción y palabra. Durante el franquismo y los años posteriores a la muerte del dictador, el machismo campaba a sus anchas y regía las normas de comportamiento en nuestro país. En ese tiempo, ser mujer, madre, ama de casa y esposa era un trabajo silencioso a tiempo completo, ni era fácil ni estaba reconocido. Aquellas mujeres sacaron adelante a nuestras familias y por eso Penyas las ha hecho protagonistas de una historia que avanza con pequeños gestos cotidianos y frugales miradas al pasado. Pero lo que más nos gusta de Estamos todas bien es su realización gráfica, una técnica mixta de lápices, fotografías, ceras, pinturillas y recortes, para componer un collage en el que el hule de la mesa camilla, el papel de la pared y el estampado de la falda plisada de la abuela son más auténticos que los de verdad. Mucho respeto, mucho cariño.

Poncho fue (La Cúpula), de Sole Otero: Hasta en la pareja más feliz late un infierno escondido. Sole Otero nos relata una historia de amor envenenado y pasión tóxica que respira verdad biográfica en cada viñeta. El título hace referencia a uno de esos juegos de convivencia (un “la llevas”) que alimentan las rutinas de las relaciones nacientes. Uno de esos pequeños ritos que sujetan el amor a las rutinas cotidianas. El dibujo de la autora, caricaturesco, sencillo, casi infantil, parece apoyar esa inercia de positivismo romántico que envuelve al enamoramiento incipiente. Sin embargo, a medida avanzan las páginas de Poncho fue, los miedos, las inseguridades y las obsesiones se apoderan de su historia, de sus personajes e incluso del dibujo de su autora, que cada vez se torna más simbólico, con sus metáforas visuales y su uso disruptivo (casi pesadillesco) de colores saturados y páginas conceptuales. En este punto, el cómic se convierte en un ejercicio de supervivencia: el de su protagonista, la joven ilustradora que desde las profundidades de su autoestima intenta zafarse de una relación destructiva, absorbente y tentacular.

Una hermana (Diábolo Ediciones), de Bastien Vivès: Vivès cada vez necesita menos para expresar más. La línea de su dibujo ha alcanzado un grado de depuración, modulada y esquemática, que con apenas unos trazos expresa gestos, emociones y sentimientos como el mejor de los maestros. No es ya que no necesite dibujar bocas y ojos, o cerrar movimientos gestuales, sino que incluso en su composición de escenas y paisajes se observa una concisión y habilidad tales, que su dibujo expresionista adquiere cualidades cuasi poéticas. Desde este lirismo natural, el francés aborda una historia de iniciación adolescente, un itinerario explícito y maravillosamente impúdico de búsqueda del amor y descubrimiento de la sexualidad. La sensibilidad de Una hermana lo desvía de cualquier ánimo provocativo y reubica su interés en la sencillez de los miedos, la curiosidad y la intensidad con la que los niños viven el tránsito hacia la adolescencia antes de desembocar en las asperezas de la vida adulta. Es difícil no reconocerse en algún instante de las páginas de Una hermana, pero Vivès (un autor aún muy joven, recordemos) nos ayuda a entender las particularidades existenciales de estas nuevas generaciones tecnológicas e hiperconectadas, que tan distantes se nos aparecen a muchos adultos.

Bride Stories (Norma Editorial), de Kaoru Mori: Uno de los mangas más delicados, preciosistas y estimulantes que hemos leído últimamente. Kaoru Mori es una mangaka que construye viñetas como quien teje una alfombra, sin prisa, con atención exquisita a los detalles y con una paciencia infinita. Para contextualizar sus historias (porque los nueve volúmenes de la serie se bifurcan en diferentes hilos argumentales) ha elegido un tiempo y una geografía pretéritas: la de las tribus seminomádicas que a finales del siglo XIX habitaban las estepas del Asia Central. En una de esas sociedades tribales se concierta la boda entre la bella Amir Halgal y el aún adolescente Karluk Eihon. A partir de ese escenario, tan ajeno a la saturación digital y las urgencias vitales contemporáneas, Karuo Mori construye un tapiz costumbrista enriquecido por el deslumbrante lujo de detalles con el que recrea las arquitecturas y el diseño de interiores, los ropajes y adornos de sus protagonistas, las armas, vajillas y demás útiles diarios, etc. Un viaje al pasado con el habitual ingrediente amoroso que no puede faltar en un buen manga de romance histórico.

Cortázar (Nórdica), de Marchamalo y Torices: No es Cortázar un autor sencillo. Marchamalo y Torices deciden que tampoco la reconstrucción de su biografía debería serlo. Por eso, en lugar de optar por un relato lineal de acontecimientos, deciden embarcarse en el ensamblaje de un rompecabezas fragmentario y disperso construido a partir de episodios anecdóticos e instantes representativos descontextualizados; un puzle compuesto por entrevistas, citas literarias, recortes periodísticos o documentos fotográficos. En su ánimo de subrayar esa mirada cortaziana, Torices opta por expandir el aire experimental y evocador del texto de Marchanalo a la misma construcción gráfica de la obra. Para ello, huye de cualquier tipo de convencionalismo estructural. Las líneas de viñeta se desdibujan, las secuencias asumen soluciones inesperadas y el dibujo mismo entra en un proceso de mutación simbólica o se deshilacha y aligera como el recuerdo de un recuerdo; como el vestigio de aquella historia que nos contara la Maga y de la que sólo nos ha llegado la esencia.

El perdón y la furia (Museo Nacional del Prado), de Altarriba y Keko: En su serie reciente de reflexiones acerca del arte y la violencia (recordemos el cómic Yo, asesino, realizado por los mismos autores), Altarriba construye un “thriller académico” alrededor de la figura de un profesor universitario, Osvaldo González Sanmartín, patológicamente obsesionado con la figura de José de Ribera (el cómic fue publicado por el Museo del Prado con motivo de su exposición monográfica alrededor de la figura de José de Ribera, el Españoleto). La línea expresionista de Keko, su magistral empleo del claroscuro y su talento gráfico a la hora de componer escorzos imposibles y recrear espacios lóbregos, son esenciales a la hora de construir una historia presidida por esa dialéctica entre muerte e inmortalidad que nunca ha dejado de estar presente en la historia del arte. Aunque en algún momento pueda resultar un tanto artificioso, El perdón y la furia es un relato erudito e inteligente, un ejercicio atípico y sorprendente de género que mantiene el interés del lector desde la primera viñeta.

El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Dibbuks), de Sonny Liew: El cómic de Sonny Liew es la biografía simulada del dibujante de cómics Charlie Chan Hock Chye, tan falso él como su obra. El mérito de este trabajo reside en que, a través de ese ficticio periplo vital, su autor recorre la historia sociopolítica reciente de Singapur y, en paralelo, la historia misma del cómic; con algunos de sus grandes autores, escuelas e hitos más relevantes. A medida que se despliega la biografía del protagonista, el lector asiste a la evolución estética de Charlie Chan como dibujante de cómics: a su búsqueda de un camino propio. En el recorrido de aprendizaje (empujado por diferentes fases de imitación, plagio, inspiración y homenaje) se cruzan los cómics de Winsor McCay, Walter Kelly y Carl Barks; la escuela de Tezuka, Tatsumi y Taniguchi; o la admiración por los cómics de Harvey Kurtzman, Jack Kirby y Frank Miller. El itinerario de Charlie Chan se convierte así en un museo-collage postmoderno de estilos, guiños y citas a la historia del cómic. Un collage en el que también se mezclan las fotografías, ilustraciones, cuadros, pósters, noticias de periódico que ayudan a reconstruir una vida que en realidad nunca fue tal. Uno de los grandes cómics de los últimos años. 

Arsène Schrauwen (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen: Con este integral se redondea en España la publicación de uno de los recorridos experimentales más extravagantes, rupturistas e inspiradores de la última década. Ya incluimos las primeras entregas del cómic de Schrauwen en listados precedentes, pero sería injusto no volver a reincidir en un capricho tan loco y vanguardista como el que plantea el (aún joven) dibujante belga. La poco fidedigna reconstrucción biográfica del periplo africano que su abuelo Arsène Schrauwen viviera en los tiempos coloniales del Congo Belga, le sirve a su nieto Olivier para experimentar con el estilo gráfico y la forma narrativa en direcciones que el cómic apenas había frecuentado; pero que (en gran medida gracias a este cómic) cada vez veremos más veces repetidas en trabajos futuros. Schrauwen ubica su relato en un territorio indefinido entre el género de aventuras, la experiencia onírica surrealista y el viaje interior. El resultado es una obra profundamente postmoderna y metanarrativa en la que las herramientas del medio se emplean para desvelar el andamiaje ficcional que las sustenta: el artificio narrativo expuesto a la vista de todos en toda su aparatosa convencionalidad. Un cómic como hay pocos.

RocoVargas: Júpiter (Norma Editorial), de Daniel Torres: la nueva aventura de la gran saga espacial de Torres plantea una mirada postmoderna, distópica y fragmentaria. En sus páginas, el autor rompe el juguete de las arquitecturas futuristas cargadas de utopía para desplegar un mensaje pesimista y un activismo ecologista que conecta con el signo de los tiempos; y, de otro modo, con las reflexiones que también se planteaban en los capítulos finales de La casa. Sin abandonar el género de aventuras interespaciales, la nueva obra de Daniel Torres alude a la necesidad inminente de repensar el espacio y la ubicación del ser humano en el mismo: una relación que abarca desde la pequeñez de los espacios habitacionales, hasta nuestra interacción con el planeta Tierra y su situación en la Galaxia. Por su planteamiento circular y sus referencias interdiscursivas a otros volúmenes de la saga, parece Júpiter una revisión crepuscular y el cierre de las aventuras de Roco Vargas; no es así. Sí que es, sin embargo un ejercicio de virtuosismo gráfico y una colección de escenarios, situaciones y proyecciones futuristas al alcance de muy pocos dibujantes de cómics del planeta.

Cosmonauta (Astiberri), de Pep Brocal: En Cosmonauta Pep Brocal nos invita a reflexionar acerca del devenir de una humanidad que parece abocada a la autodestrucción, mientras se consume en su propia falta de expectativas y soluciones. Lo hace con humor trágico y con un desarrollo argumental que, debajo de su invitación al absurdo paródico, encierra un guión perspicaz y profundas reflexiones teleológicas. Cosmonauta luce como una obra de madurez, una reflexión tragicómica mientras el Mundo se consume en su propia falta de expectativas y soluciones. Héctor Mosca es nuestra última esperanza. Es uno de los últimos cosmonautas seleccionados en el "Second Chance Project" para alcanzar los confines del Universo y transmitirle al Creador el "memorial de agravios en el que se detalla que los hombres no somos los únicos responsables de este fracaso". Ojalá las cosas fueran tan fáciles, pero el propio Mosca se dará cuenta de que nunca las cosas son como parecen, o como nos cuentan. 

Black Hammer (Astiberri), de Dean Ormston y Jeff Lemire: Revisión nostálgica e intergenérica de Watchmen (pero también de las Golden y Silver Ages del cómic clásico). Black Hammer es mucho más gótica, mucho más ciberpunk y mucho más retrofuturista que aquella obra maestra, pero igualmente crepuscular y revisionista. El género superheroico parecía obsoleto a finales de los 80, pero en las últimas décadas ha recobrado algo de vida gracias a su proyección en la gran pantalla y al cuestionamiento constante de sus propias coordenadas constitutivas. La serie de Ormston y Lemire (uno de los chicos de moda del cómic actual) actualiza nociones como las del multiverso o los supergrupos, con un acercamiento introspectivo y muy psicologista a las motivaciones de unos personajes exiliados en tierra de nadie, que han dejado de ser superhéroes invencibles para convertirse en unos tipos molientes y corrientes que no se soportan ni a ellos mismos. Desde este punto de vista, el cómic despliega la fantasía heroica y raciones de superpoder a muy pequeñas dosis y, como hiciera la obra maestra de Alan Moore y Dave Gibbons hace ya muchos años, nos enfrenta a unos personajes más humanos y verosímiles que la mayoría de los estereotipados superhéroes habituales.

Un millón de años (Astiberri), de David Sánchez: Lo fácil sería decir que David Sánchez es el Charles Burns, o incluso el Daniel Clowes, español. La línea clara de su dibujo y sus atmósferas desasosegantes nos recuerdan a ellos, sí, pero limitarnos a tal aseveración significaría no reconocerle del todo al madrileño su merecido lugar de privilegio dentro del cómic español reciente. Estamos ante uno de los autores contemporáneos más originales y brillantes: uno de esos dibujantes capaces de enterrar clichés y descubrir itinerarios narrativos sorprendentes en cada nueva página. Su obra se ha movido siempre en el territorio del extrañamiento y lo inesperado, pero pocas veces ha sido tan nihilista, distópica y desesperanzada como en Un millón de años. Ese escenario postapocalíptico y salvaje en el que sobreviven sus protagonistas crea el contexto perfecto para un relato de terror, sin embargo, la inercia impredecible (y no siempre comprensible) de sus actos nos habla de oscuras revelaciones teleológicas y de mensajes simbólicos alienígenas, de civilizaciones desconocidas y de tiempos peores. Si se trata de una metáfora, lo cierto es que da miedito de veras.

Sabor a coco (La Cúpula), de Renaud Dillies: Sabor a coco es el homenaje de Renaud Dillies al mundo mágico y surreal de George Herriman. Sus personajes Jiri y Polka recorren un desierto que ya no es el de Coconino County, pero que, como aquel, abarca las posibilidades expresivas y estéticas del cómic en su búsqueda de nuevas poéticas narrativas que no dejan de mirar al pasado. Como también sucedía en Krazy Kat, las planchas de Sabor a coco conforman macrounidades narrativas con vida propia. Componen un espectáculo visual postmoderno a medio camino entre el códice ilustrado y el cartel circense: una sucesión de estructuras impredecibles, marcos de viñeta polimórficos y una colección de filigranas, frisos, adornos y perifollos que suspenden el ilusionismo de la historia y nos invitan a dejarnos llevar por la belleza visual de la apuesta estilística, por el jugueteo retórico de la línea y la creación de espacios mágicos sobre la página.

Y sí, nosotros también nos encontramos entre el grupo de lectores deslumbrado por esa maravilla rupturista que es My Favorite Thing Is Monsters, de Emil Ferris. Además, podemos anunciarlo ya, estará en nuestra lista del año que viene, porque se ha anunciado su edición en español para 2018. (Y, parece ser, habrá película dirigida por Sam Mendes).

viernes, enero 06, 2017

Veintiún cómics de 2016 (y un estudio)

Como es tradición en esta casa, hemos escondido una lista con los mejores cómics de 2016 en nuestro roscón de  Reyes.
Este año, de nuevo, hemos tenido una excelente cosecha viñetera. Pero por encima de la calidad y cantidad de cómics y autores, nos llena de alegría que un porcentaje alto de nuestras lecturas favoritas de 2016 sean de producción local. Quizás no haya mejor indicador de la buena salud (creativa, no tanto pecuniaria) del cómic nacional que la publicación por parte de Fantagraphics de Spanish Fever; una antología de autores españoles que está teniendo repercusión y aparece en varias listas norteamericanas de los mejores cómics de 2016. Aunque la obra es, en realidad, una edición inglesa de Panorama (la recopilación que Astiberri publicó en 2013), no es casualidad que algunos de los autores recogidos en ella vuelvan a repetirse en muchas de las listas con lo mejor de este año, incluida la nuestra:
Vencedor y vencido (autoeditado), de Sento: Podríamos haber incluido a Sento entre lo mejor del año con cualquiera de las dos obras anteriores que componen esta trilogía sobre la vida del Doctor Uriel y la Guerra Civil Española vista desde dentro. Tras Un médico novato y Atrapado en Belchite, se cierra el ciclo con Vencedor y vencido, si cabe, la entrega más desesperanzada de la saga. Basados en la historia real y los diarios de Pablo Uriel, los cómics de Sento escapan de sentimentalismos, intrigas gratuitas y efectismos de acción; quizás sea por eso que se ha visto obligado a autoeditar las dos últimas entregas de la serie. Por su honestidad, por su labor de investigación y por como lo cuenta, hay que leer al señor Sento Llobell.
El ala rota (Norma Editorial), de Antonio Altarriba y Kim: El ala rota es el cómic de Antonio Altarriba, dibujado de nuevo por Kim, que completa su díptico familiar dedicado a los derrotados de la Guerra Civil Española: memoria histórica necesaria. Otra vez artistas y creadores haciendo lo que no hacen nuestras instituciones. El de Altarriba y Kim es un cómic áspero y honesto, un ejercicio confesional de restitución por partida doble: a su madre Petra, pero sobre todo, a todas esas mujeres que sobrevivieron de forma heroica al drama de la muerte de los seres queridos, la humillación y el menosprecio sistemático que recibieron por parte de una sociedad machista, embrutecida y profundamente cruel. 
Intemperie (Planeta Cómics), de Javi Rey: Tremendismo y mucha aspereza para contar la historia de un superviviente en un medio hostil. Javi Rey adapta la novela del mismo título de Jesús Carrasco y construye un relato que convierte en imágenes la tradición literaria española de postguerra: esa dureza que La familia de Pascual Duarte ejemplificó como pocas. Chico, el protagonista, es un niño que intenta escapar de su familia, de su pueblo y de su vida, y que, en su huida de animal acorralado, tras sus encuentros con individuos honestos, terminará por convertirse en un superviviente, es decir, en un hombre (que no adulto). Javi Rey reconstruye los paisajes rurales de la desolación con un sólido dibujo realista y un deslumbrante (y medido) empleo del color. Intemperie es un relato clásico, una historia dura que nos devuelve a un pasado de amos, esclavos, dominación y un control ideológico que parece lejanísimo, pero que está en realidad a la vuelta de la esquina o a unas páginas de periódico de distancia. 
Talco de vidrio (La Cúpula), de Marcelo Quintanilla: Después del éxito de Tungsteno, Marcelo Quintanilha vuelve a impresionar con un trabajo de naturaleza muy diferente: Talco de vidrio, un relato psicológico del desaliento. Celia, su protagonista, es una triunfadora eternamente insatisfecha, el prototipo del fracaso de este modelo social en el que nos hemos instalado los países capitalistas. La obra de Quintanilha es una crónica realista y convincente de la envidia, la codicia y la desesperación como motores sociales. Un cómic que quema y nos invita a repensar hacia dónde vamos y qué caminos estamos dispuestos a tomar.
Intrusos (Sapristi Ediciones), de Adrian Tomine: La última obra de Adrian Tomine recopila seis historias breves; género en el que el norteamericano se ha revelado un auténtico maestro desde que publicara sus primeras historietas en su fanzine Optic Nerve. Tomine bucea en las inconsistencias de lo real, en las miserias de cada día con una profundidad y un pulso narrativo al alcance de pocos autores contemporáneos. Intrusos es un trabajo complejo y ambicioso, una obra de madurez y, en cierto sentido, una declaración de principios por parte de uno de los nombres esenciales de la revolución de la novela gráfica.
Beverly (Fulgencio Pimentel), de Nick Drnaso: Los relatos breves sutilmente cruzados que componen Beverly parecen resultar de una mezcla curiosa entre Carver, Solondzt, Clowes y Porcellino. Una mirada aguda sobre las miserias humanas y el crudo egoísmo del ciudadano común. La línea clara clarísima de Drnaso (así, sin vocal) reproduce la falsa asepsia de las existencias inmaculadas: el American Dream convertido en la cobertura glaseada de un pastel de mierda. Debajo del trazo finísimo de este cómic y sus perfectos colores planos, detrás de sus historias de familias felices, adolescentes efervescentes y esos resorts vacacionales de ensueño en los que le pedirías la mano a tu amor eterno se esconde la existencia miserable y hueca  que santifica al común de los mortales: una planicie que se disfraza de sonrisa hipócrita y maravilla de cartón piedra en simulacros de vida como Facebook o Instagram. El brillo, los focos y la música de Barry Manilow de fondo son un invento de Hollywood. Así nos lo cuenta Nick Drnaso, con mucho pulso narrativo, momentos incómodos y dobles sentidos, en Beverly.
Chiisakobee (ECC Cómics), de Minetarô Mochizuki: Hacía tiempo que no disfrutábamos tanto de un manga. Entre otras cosas, porque los cuatro volúmenes que componen Chisakobee no se parecen a nada que hayamos leído antes. Detrás de la, sólo aparentemente trivial, trama de un joven ingeniero que hereda la empresa de construcción de sus padres después de la muerte de éstos en un incendio, se esconde uno de los cómics más osados y asombrosos en la planificación de escenas que se recuerdan. El lenguaje del cómic recurre a la alternancia de planos para dinamizar la acción; Mochizuki lo hace para describir sentimientos profundos y estados de ánimo que parecían difícilmente traducibles a un lenguaje gráfico. Parece imposible que una acumulación de primeros planos de manos, piernas y nucas pueda llegar a transmitir la carga emocional que consigue esta obra. Dejándose llevar por la estética y la forma de vida de sus personajes, muchas voces han definido el de Mochizuki como un "manga hipster". No se compliquen la vida: más allá de etiquetas, Chiisakobee es un cómic prodigioso. Y punto.
La favorita (La Cúpula), de Matthias Lehmann: No conocíamos a Lehmann en nuestro país, pero habrá que seguirle con atención después de leer La favorita. El francés recurre a un dibujo heredero de la ilustración decimonónica (no por algo es un maestro en el linograbado) para contar una historia que arranca como un homenaje a la novela gótica y concluye en un acercamiento postmoderno a cuestiones tan complejas como la identidad sexual, los derechos de la infancia o el peso de las apariencias en las sociedades conservadoras. Entre medias, secuenciaciones audaces y alguna vuelta de tuerca sorprendente que dejará al lector en un estado de plácido estupor y le regalará unas buenas horas de reflexión.
Una entre muchas (Astiberri), de Una: Una entre muchas es un cómic necesario, uno de esos trabajos que zarandean conciencias y remueven pasividades cómplices. Una, su autora, aborda sin excusas temas como el maltrato machista, la pederastia, la violación o la connivencia y el silencio social en el asesinato de mujeres. Se nos relata con crudeza el caso del Destripador de Yorkshire, cuyas atrocidades se vieron amparadas por la inacción y los prejuicios sociales. Y Una habla de sus traumas personales, como víctima de abusos y violaciones a lo largo de su vida. Una voz autorizada, un cómic sobrecogedor. 
La ternura de las piedras (Nørdica Cómics), de Marion Fayolle: La ternura de las piedras, de Marion Fayolle, es un ejercicio único de mestizaje entre el cómic y la literatura: la autora francesa dibuja y escribe su cómic como una alegoría poética y lo dota de una profundidad lírica tan íntima y sutil que el lector no puede sino sobrecogerse por lo que en él se narra. Porque La ternura de las piedras no es otra cosa que una elegía a la muerte del padre edificada en viñetas, un ejercicio de exorcismo convertido en símbolo y metáfora de la tragedia. Fayolle recurre al símbolo y la metáfora para, con su estilo delicado y evocador, construir un relato cargado de dolor, empatía y belleza. Uno de los cómics más bonitos e intimistas de este curso.
Diagnósticos (La Cúpula), de Lucas Varela y Diego Agrimbau: Diagnósticos fue concebido tras un año de estancia en la Maison de Auteurs de Angoulême por parte de sus dos autores argentinos. Seguramente no ha tenido la repercusión que hubiera merecido, pero este trabajo es la prueba fehaciente de que en cómic todavía quedan muchas cosas por hacer. Usar la enfermedad como excusa creativa es la vía que han tomado Varela y Agrimbau para construir un conjunto de historias cortas cohesionadas por la vinculación literal entre forma y contenido: seis personajes aquejados de seis trastornos mentales (agnosia, claustrofobia, sinestesia, afasia, akinetopsia y prosopagnosia) son la excusa para experimentar con la secuenciación narrativa y la manifestación gráfica de los síntomas y efectos de la enfermedad. Cada relato se desarrolla desde el interior de la mente enferma y cobra forma a partir de la disfunción de sus protagonistas. Una idea valiente que funciona en su traslación a viñetas.
El fin del mundo y antes del amanecer (Norma Editorial), de Inio Asano: Últimamente, se habla de Inio Asano en todos los foros. No nos extraña. Su actualización de algunos géneros tradicionales del manga (hentai, shojo, gekiga...) y su acercamiento, curioso, perspicaz y excéntrico, a la sociedad nipona, no deja de ganar adeptos para su causa y para el manga adulto. Pero es que, además, Asano dibuja como pocos: el hiperrealismo de sus escenarios impone y sus personajes desbordan expresividad. El fin del mundo y antes del amanecer recopila varios relatos cortos para componer un inquietante fresco urbanita de jóvenes melancólicos y desilusionados que miran con inquietud hacia un futuro sombrío, como quien observa la llegada inminente de un apocalipsis inevitable. En este contexto, Asano entreteje con maestría una urdimbre de detalles existenciales, hábitos del día a día, diálogos cargados de intenciones e indicios filosóficos y teleológicos que parecen señalar a una instancia superior. Son intuiciones y símbolos que emergen de historias cotidianas. Apuntes para una crisis, que a lo peor deberían leerse como un vaticinio agorero dedicado a nuestra forma de vida, frenética y sofisticada.
Necrópolis (Astiberri), de Marcos Prior: Necrópolis es el cómic de Marcos Prior que cierra su "trilogía de la crisis", después de Fagocitosis y Potlatch. El autor reformula la idea de cómic comprometido para hurgar en la herida de la "gran estafa global" que nos ha explotado a los ciudadanos en la cara por obra y gracia de nuestra clase política y su servidumbre ante los poderes financieros. Sus páginas proyectan hacia el absurdo postmoderno la inercia de los acontecimientos contemporáneos, para dibujar un cuadro social presidido por la violencia, la corrupción, la miseria, la estupidez y la insolidaridad generalizada.
Todos los hijos de puta del mundo (Astiberri), de Alberto González Vázquez: La fina mala hostia de Alberto González Vázquez es tan fina y está tan repartida que estamos todos invitados en la dispensa. Que le llamen a uno gilipollas a la cara, debe de ser muy jodido, pero es tremendamente gracioso para quien observa desde otro lado de la viñeta. Todos los hijos de puta del mundo, la recopilación de las páginas que González Vázquez ha ido publicando en El Mundo Today y Orgullo y Satisfacción a lo largo de estos años, es un cómic que busca soltar lastre a base de escupitajos e inteligencia: un tebeo dedicado a todos esos que siguen pensando que España va bien, mientras aplauden con las orejas y disculpan resignados a fulanos trajeados con tarjetas black. González Vázquez ha publicado un cómic hilarante como una patada en los huevos. No puede uno dejar de reírse, oigan. 
Paciencia (Fulgencio Pimentel), de Daniel Clowes: Hablar de Clowes es hacerlo de uno de los grandes renovadores del lenguaje comicográfico, de una de las figuras emblemáticas en lo que ha sido el asentamiento de la novela gráfica y su despegue como medio artístico de prestigio. Todas las obras del estadounidense son reconocibles y valientes; en casi todas ellas encontramos algún hallazgo narrativo o méritos estilísticos que las convierten en obras de referencia. Paciencia tampoco decepciona. Enmarcada dentro del territorio de la ciencia ficción, el nuevo cómic de Clowes desafía las convenciones y desborda las expectativas que se van planteando en cada una de sus páginas. 
Los dientes de la eternidad (Norma Editorial), de Jorge García y Gustavo Rico: El cómic de Jorge García y Gustavo Rico resuena como un viejo cantar moldeado por gestas milenarias y dioses inmortales. Con su narración densa y épica del ocaso de los dioses, del triunfo efímero y amargo del hombre sobre la gloria legendaria de Asgard, García confirma que es uno de los grandes guionistas de nuestro país; un autor capaz de construir historias que parecen surgir de la memoria de los pueblos. La reconstrucción de esta mirada mítica habitada por dioses escandinavos y guerreros de hielo moldea sus dimensiones heroicas definitivas gracias a la enérgica imaginería de un Gustavo Rico en estado de gracia: no exageramos si afirmamos que, en muchos momentos, el torbellino expresionista de su dibujo nos devuelve la imagen exuberante de maestros como Alberto Breccia y Miguel Calatayud... ¿Hace falta decir más? 
Golem (Roca Libros), de Lorenzo Ceccotti: El de Ceccotti es un cómic que bebe del manga clásico para  crear un sorprendente universo de ciencia ficción: una propuesta brillante y vertiginosa que nos presenta a un dibujante sobresaliente y a un creador de mundos ficcionales diferente y complejo. El manga del italiano Lorenzo Ceccotti es un ejercicio de frenesí visual que fagocita muchos rasgos icónicos de la ciencia ficción clásica y del cibermanga de autores como Otomo o Shirow: su gestualidad y ruido cinético, la profusión tecnológica o la combinación entre los pasajes contemplativos y las escenas de violencia vertiginosa son características que Golem recupera, actualiza y trasnsforma en un tebeo que se lee sin dejar de sudar.
Enter the Kann (Autsider Comics), de Víctor Puchalski: Si le hacía falta un Tarantino al cómic, alguien que recuperara los viejos géneros de la serie B y el pulp para revestirlos de colorido barniz kitsch y efervescente violencia gratuita, si hacía falta, decíamos, Víctor Puchalski acaba de proponer su candidatura en firme con Enter the Kann. Ya desde esa alucinante portada holográfica que le golpea (literalmente) al lector en la cara en tres fases, el cómic de Puchalski destila incorrección política, violencia underground en tonos psicodélicos y un homenaje a la cultura pop desde su primera página: a los videojuegos de arcade, al cine de artes marciales de Bruce Lee, a la línea chunga española iluminada por el espíritu de Clay Wilson y Gary Panter... Enter the Kann es lowbrow en estado puro que en sus escenas más violentas y alucinadas roza la abstracción. Enter the Kann es un espectáculo visual fabuloso, un tebeo mestizo, irreverente, asalvajado y además muy divertido... 
Safari Honeymoon (DeHaviland Ediciones), de Jesse Jacobs: El sólo hecho de recorrer las viñetas mutantes de Jesse Jacobs y pasear por los paisajes metamórficos, abigarrados y exuberantes de sus cómics resulta en sí un festín visual. El neoyorquino ha conseguido convertir su estilo gráfico en un lenguaje: Safari Honeymoon es un valioso muestrario de su caligrafía. La historia de los dos recién casados que organizan, para su luna de miel, una expedición a las selvas de un peligroso y fecundo planeta es sólo la excusa argumental que emplea Jacobs para desplegar su catálogo de criaturas multiformes y la alucinante flora imposible que habita sus páginas. Con su amable estilo underground y una combinación preciosista de tonos verde, Safari Honeymoon es una delicia para amantes de la ciencia ficción y la rareza freak, pero, sobre todo, es un tebeíto que se lee con el deleíte hipnótico de quien emprende un viaje excitante al planeta soñado. 
La visión (Panini Cómics), de Tom King, Gabriel Hernandez Walta, Jordie Bellaire: El cómic de superhéroes más citado, aclamado y premiado del año. La idea no es nueva: adentrémonos en la cotidianidad del superhéroe, intentemos capturar la normalidad de lo extraordinario (como hicieron, por ejemplo, Aja y Fraction con Ojo de Halcón de forma deslumbrante). En La visión, sin embargo, el ejercicio especulatorio se enriquece con unas buenas dosis de crueldad, humor negro y, sobre todo, gracias a la propia naturaleza sintética de sus protagonistas. ¿Cómo se cuenta la humanidad de algo que no es humano? Debido a estos factores, el cómic de King, Walta y Bellaire invita a reflexiones propias del género superheroico, como la hostilidad social, la identidad o la inadaptación, pero planteadas desde una óptica muy diferente y novedosa. Una lectura refrescante.
Noche Oscura: Una historia verídica de Batman (ECC), de Paul Dini y Eduardo Risso: Uno de los mejores cómics de superhéroes de 2016 no es un cómic de superhéroes, sino el ejercicio de catarsis biográfica de un guionista que adquirió su fama gracias a ellos. Paul Dini fue uno de los responsables (junto a tipos como Bruce Timm, Joe Chiodo, Michael Avon Oeming, etc.) del exitoso giro cartoon que los personajes de DC vivieron a comienzos de este siglo. Cuando su carrera como guionista de animación parecía lanzada, dos atracadores le dieron una brutal paliza a Dini que lo dejó a las puertas de algo peor... Batman, una historia verdadera cuenta esa experiencia traumática. Azzarello (100 Balas) recurre a su talento gráfico para dar forma a un relato en el que se mezclan los hechos reales, el recuerdo, la narración en primera persona del propio Paul Dini, convertido en personaje, y las historias cruzadas de los personajes de ficción que han ayudado a Dini a ser quien es. El cómic autorreferencial de un exorcismo en toda regla (Batman mediante).
Y si se quedan con ganas de leer más, este año ACDCómic (la Asociación de Críticos de Cómics) ha publicado el esperado Cómic Digital Hoy: 33 capítulos que recorren el panorama contemporáneo del cómic digital internacional a base de estudios (entre ellos este nuestro) y análisis llenos de interés. Una de las buenas publicaciones de este 2016; y encima de balde.
http://www.acdcomic.es/comicdigitalhoy/