Podemos arrancar esta reseña con un match ball: Hernán Esteve es el mejor cómic de Esteban Hernández hasta la fecha; lo cual no es decir poco.
Lo es por su honestidad sonrojante, por su empleo del género autoconfesional hasta asfixiarlo y porque desde la primera página Hernán Esteve te agarra, te zarandea, te ruboriza y te suelta al final con un sopapo en la cara en forma de beso, que te deja pensando si no sería necesario que todos hiciéramos algo más de introspección sin frenos como la que se desarrolla en sus páginas.
Literalmente, el nuevo cómic de Esteban Hernández es una "salida de un armario inexistente". En realidad, casi todos sus tebeos y fanzines han estado contagiados por su propia autobiografía. Su obra es reflexiva, psicologista, anecdótica en el buen sentido. Su fanzine Usted se ha nutrido, casi siempre, del ramillete de miedos, inseguridades y vivencias personales de ese yo escritor y dibujante que decide mostrarnos retazos esporádicos de intimidad: le hemos visto discutir con sus amigos de lo humano y lo divino, hurgar en las miserias de su pasado e incluso nos ha presentado a su novia (como desvela esa metahistorieta que Hernán Esteve toma prestada del fanzine Usted #6). Sin embargo, en su nuevo trabajo, Esteban da un paso más allá, para quedarse en pelota picada delante del lector. Sin más parapeto que un alterego que apenas esconde nada y que, por si quedara alguna duda, termina por romper cualquier espejismo de ilusión en la brillante secuencia final de la conversación entre el autor y el personaje, entre Esteban y Hernán, entre el otro que soy yo y su proyección dibujada sobre la página.
Literalmente, el nuevo cómic de Esteban Hernández es una "salida de un armario inexistente". En realidad, casi todos sus tebeos y fanzines han estado contagiados por su propia autobiografía. Su obra es reflexiva, psicologista, anecdótica en el buen sentido. Su fanzine Usted se ha nutrido, casi siempre, del ramillete de miedos, inseguridades y vivencias personales de ese yo escritor y dibujante que decide mostrarnos retazos esporádicos de intimidad: le hemos visto discutir con sus amigos de lo humano y lo divino, hurgar en las miserias de su pasado e incluso nos ha presentado a su novia (como desvela esa metahistorieta que Hernán Esteve toma prestada del fanzine Usted #6). Sin embargo, en su nuevo trabajo, Esteban da un paso más allá, para quedarse en pelota picada delante del lector. Sin más parapeto que un alterego que apenas esconde nada y que, por si quedara alguna duda, termina por romper cualquier espejismo de ilusión en la brillante secuencia final de la conversación entre el autor y el personaje, entre Esteban y Hernán, entre el otro que soy yo y su proyección dibujada sobre la página.
¿Quién se atrevería a contar en público sus secretos inconfesables?, ¿a desgranar en secuencias episódicas las vergüenzas onanistas de nuestros descubrimientos e iniciaciones sexuales? Esteban Hernández lo hace y, en apariencia, se guarda bien poco: la curiosidad infantil por su sexualidad aún sin estrenar; la revolución hormonal y los años de iniciación, dudas e incertidumbres del instituto; la consolidación de la identidad propia en la universidad... Todas las etapas de su desarrollo sexual están representadas explícitamente en el cómic con el subrayado determinante de esos instantes representativos, los momentos trascendentes (o que creímos trascendentes), que se han quedado anclados en la memoria como aquellos instantes decisivos en los que su existencia pivotó hacia un lado en vez de al otro.
En alguna ocasión, hemos achacado cierto exceso de verbosidad en los cómics de Esteban Hernández. En Hernán Esteve, sin embargo, las palabras están medidas. Hasta su mitad, el libro es prácticamente mudo: hablan los hechos, las situaciones torpes y los momentos comprometidos que se experimentan cuando nos adentramos en terra incognita; el texto se dosifica con contención hasta que el personaje empieza a dejar atrás la niñez y la adolescencia, cuando el verbo se convierte en un elemento esencial de nuestras relaciones y las palabras pesan tanto como los actos; cuando, en el caso de Hernán, se confunden amistad y amor, y la identidad sexual intenta abrirse hueco entre la espesura de los afectos. Es ésta, la relación del protagonista con su amigo Juan, la que comprende las páginas más duras y sentidas de la obra, la parte más perturbadora y, seguramente, la confesión más valiente y dolorosa del cómic.
El dibujo de Hernández, cada vez más cubista y deformante, funciona como un reloj en la revelación, a veces ridícula a veces desarmante, de los momentos más íntimos y pudorosos de la biografía autoral. Aunque su caricatura roce la deformación grotesca humorística, es imposible no percibir el respeto y la responsabilidad que el dibujante siente hacia sus creaciones, su cuidadoso esfuerzo a la hora de componer personajes y rostros. Precisamente, debido a ese uso extremo y distorsionante de la caricatura, a Hernán Esteve le sienta muy bien la aplicación de un suave bitono azul en la creación de tramas y sombreados; clarifica la lectura y añade luminosidad a unas viñetas cargadas de información y contenido.
Seguimos a Esteban Hernández desde hace mucho tiempo. Hace mucho también que subrayamos la personal originalidad de su trabajo, su singularidad marciana. Pero si existe algún tipo de ley no escrita acerca de la meritocracia viñetera, nos parecería imposible que este valiente, honesto y absorbente Hernán Esteve pasara desapercibido.
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