La irrupción de Borja González en 2016 con La Reina Orquídea nos descubrió a un autor tremendamente dotado para el dibujo y la narración simbólica, aunque en algunos momentos su relato tendiera hacia la dispersión y hacia un excesivo cripticismo. Casi todas sus virtudes se repiten ahora multiplicadas en su puesta de largo, la novela gráfica The Black Holes; y las indecisiones de su primera obra breve se resuelven a favor de un relato envolvente que actualiza al momento contemporáneo diferentes topos románticos y góticos (la muerte, el bosque, el rayo de luna, fantasmas errantes, el tiempo evanescente...), sin perder un ápice de simbolismo y misterio.
Desde su primera viñeta (esa maravillosa imagen crepuscular de una heroína romántica que vaga por un bosque persiguiendo un gemido), The Black Holes envuelve al lector con fabulosas postales de la naturaleza que nacen de un empleo brillante del claroscuro y con esa exquisita línea que González emplea para el diseño de unos personajes estilizados y misteriosos: mujeres que, pese a no tener rostro, son capaces de expresar deseos, emociones y miedos a través de su gestualidad y sus acciones. Este es uno de los factores sorpresa (una de las principales marcas de estilo) de los cómics del autor extremeño. Sus personajes sin facciones se mueven por las viñetas como figuras de aire, como fantasmas de un tiempo y una geografía soñados. Y, sin embargo, la historia de The Black Holes discurre a ras de suelo y nos conecta a realidades que, de alguna forma, nos resultan familiares por sus variadas referencias culturales: a la poesía del siglo XIX, al simbolismo, a la narrativa gótica; pero también a la recuperación de esas mismas referencias por parte de la juventud actual gracias al punk, al terror de serie B, al movimiento gótico adolescente o a la cultura pop.
En The Black Holes, entonces, discurren dos existencias paralelas que se interconectan gracias a la hipersensibilidad compartida de sus protagonistas: está, por un lado, la figura lánguida y ensoñada de Teresa, una joven de aire victoriano que vive la realidad como quien habita en una fantasía (protagonista también de La Reina Orquídea); y en un plano alternativo, más de un siglo después, Laura, la joven letrista que junto a sus dos amigas adolescentes se propone la creación de un grupo punk: The Black Holes. Borja González consigue anclar su obra al presente a través del lenguaje: sus personajes (tanto los del siglo XIX como los del XXI) hablan como lo harían los jóvenes de ahora. Los diálogos del cómic discurren entre una cuidada informalidad y un tono irónico que contribuye a ese extrañamiento potenciado por el estilo gráfico (los personajes sin rostro y sus paisajes góticos subrayados por la recurrencia a páginas-viñeta de la foresta).
Así, la trama discurre entre 1856 y 2016, y las vivencias de sus personajes femeninos se entretejen por medio de intuiciones, presagios y sensaciones compartidas, que construyen una red simbólica de vasos comunicantes entre esos dos periodos históricos tan distantes. Un simbolismo al que contribuyen las elecciones cromáticas: con el empleo de diferentes tonalidades verde botella para el presente y de colores vivos para las escenas del siglo XIX. Todos estos elementos, indicios y referencias culturales confluyen en un cómic que nos regala algunas de las viñetas más bellas que hemos presenciado últimamente. Un trabajo lleno de matices y virtudes, que se lee como un nocturno de José Asunción Silva, como un cuento de Alan Poe, como un poema de Rimbaud, como una película de Vincent Price, como una canción de Suicide... O como una novela gráfica de Borja González.
Así, la trama discurre entre 1856 y 2016, y las vivencias de sus personajes femeninos se entretejen por medio de intuiciones, presagios y sensaciones compartidas, que construyen una red simbólica de vasos comunicantes entre esos dos periodos históricos tan distantes. Un simbolismo al que contribuyen las elecciones cromáticas: con el empleo de diferentes tonalidades verde botella para el presente y de colores vivos para las escenas del siglo XIX. Todos estos elementos, indicios y referencias culturales confluyen en un cómic que nos regala algunas de las viñetas más bellas que hemos presenciado últimamente. Un trabajo lleno de matices y virtudes, que se lee como un nocturno de José Asunción Silva, como un cuento de Alan Poe, como un poema de Rimbaud, como una película de Vincent Price, como una canción de Suicide... O como una novela gráfica de Borja González.
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