Mucho se ha hablado ya de El arte de volar. Para algunas voces autorizadas es el cómic más importante que se ha publicado en este país en años. Su cosecha de premios y reconocimientos ya ha comenzado y estamos seguros de que la recogida continuará en fases varias, empezando por el evento de los eventos que se celebra en unas semanas. Intentemos desvelar algunas de las causas de este, justificado, revuelo artístico:
En El arte de volar, Antonio Altarriba reparte naipes en el complicado tapete de la biografía histórica: la de su padre, uno de tantos perdedores de la Guerra Civil Española. Lo hace con convicción y toneladas de verdad, de esa verdad que sangra y que al lector sensible le puede resultar intolerable. Porque este libro es tan revelador, tan parco en excusas, que duele acercarse a las páginas de su crudo (por naturalistas) relato.
Altarriba, ya lo hemos dicho, narra la historia de su padre, literalmente, de principio a fin. Lo hace en un relato en primera persona, ejerciendo el derecho a la simbiosis que asiste al vástago con conocimiento de causa, el hijo que es el padre. Después de años de investigación, documentación y charlas interminables con su progenitor, el guionista se siente con la autoridad para vivir y sentir una vida ajena que, en realidad, es parte de la suya. La historia comienza con un salto al vacío, el vuelo de Ícaro con unas zapatillas de cera como único instrumento ("Mi padre se suicidó el 4 de mayo de 2001"). En el lento descenso hacia el comienzo de todo, se desgrana la historia, se rellenan los huecos vitales y se construye el relato de El arte de volar: cada uno de los cuatro capítulos que componen su historia se cobija, simbólicamente, en esa caída y revela una etapa en la vida del protagonista.
"3ª Planta 1910-1931. El coche de madera" cuenta los años de infancia de Antonio Altarriba Lope, el padre del guionista, en el pueblo zaragozano de Peñaflor. Se describen las penurias de la vida rural en un entorno social atenazado por la falta de expectativas, una alfabetización escasa, una moral religiosa castradora y los rigores infinitos del trabajo agrícola. Se nos habla de la dificultad de escapar a tu destino cuando éste ha sido escrito de antemano y de cómo en España la Guerra Civil apareció de la nada, como un fantasma que de pronto lo engulló todo y enfrentó a todos, cambiando vidas, destinos y tradiciones.
"Las alpargatas de Durruti" que subtitulan el siguiente capítulo ("2ª Planta 1949-1985") son un leitmotiv y un símbolo de la contienda y la posterior derrota que sufrió el bando republicano, los representantes del gobierno electo que fue derrocado por el alzamiento de Franco. El relato de un perdedor siempre se viste de amargura, sobre todo cuando el final es bien sabido por todos, por el lector y, seguramente, por los mismos personajes en muchos momentos de su carrera ciega contra el fascismo y los Messershmitt Bf 109 nazis que ayudaron a Franco a ganar la batalla. El protagonista se siente tan perdido y desconcertado ante la inercia de su propia vida, como seguro de hallarse en el lado correcto de la partida. En "Las alpargatas de Durruti" asistimos a la crónica detallada de la derrota y al relato desasosegante del exilio al que muchos españoles se vieron abocados por no estar en la orilla "correcta" del río; todo ello visto desde los ojos de un joven que nunca llegó a tener juventud.
La de "1ª Planta 1949-1985. Galletas amargas" es una caída en toda regla: la que demuestra la asunción del fracaso, la vuelta a la que fue tu casa, la derrota definitiva y la renuncia a los valores propios. Cuando Altarriba regresa a España desde su exilio francés, lo hace como un esclavo al servicio de todo aquello contra lo que había luchado. En este capítulo se describen (con belleza trágica) los años adultos del protagonista, así como la paradoja que surge entre la normalidad social (el trabajo, el matrimonio, los hijos) y el infierno personal.
Toda caída termina en el pavimento ("Suelo 1985-2001. La madriguera del topo"). En este caso, el suelo tiene forma de asilo y el golpe final se llama vejez. El dolor del fracaso (personal, político, existencial) baña estas páginas, algunas de las planchas más devastadoramente amargas que ha escrito el cómic en este país.
Kim colabora esencialmente a este ejercicio de tragedia y verdad con un dibujo sobrio, lleno de grises y rico en matices. Una caricatura estilizada que rezuma verismo y que, de forma asombrosamente detallista, recrea las imágenes de esos años como si realmente viviera de ellos. La simbiosis entre el texto y la imagen está tan bien lograda que parece que hubiera sido el mismo Altarriba quien hubiera estado dibujando su historia día a día, mientras renegaba del campo, trabajaba de repartidor en Zaragoza, distribuía correspondencia en el frente, ayudaba a sus anfitriones en la campiña francesa, hacía galletas en su poco pródigo regreso o se moría de pena en el asilo. La de Kim es una línea clara llena de sombras y texturas: el tacto de la pana, el terrón de tierra que cruje con las pisadas, el polvo del carbón que se nos queda en las manos... Imágenes ásperas para una vida espinosa.
Dicho lo cual, El arte de volar es, en realidad, una excusa biográfica o, dicho de otro modo, es mucho más que una biografía. Cuando hablábamos con Altarriba hace unos meses, nos contaba que en muchos de los actos de presentación que había llevado a cabo a lo largo y ancho de nuestra geografía, se le acercaban hombres y mujeres de avanzada edad para agradecerle que hubiera contado su historia o la de sus padres, la crónica de su impotencia. Asombra que, cuando todavía hay ciudadanos españoles que intentan cerrar la puerta de su pasado con un acto tan sencillo y ritual como es el enterramiento de los muertos, muchos hablen de remover el pasado en términos críticos o, más incomprensiblemente todavía, desde el distanciamiento cínico. No ignoramos que detrás de estas actitudes impostadas se esconde, probablemente, cierto miedo o, directamente, un sentimiento de culpa. Altarriba y Kim ayudan a aliviar a las víctimas y a enterrar parte de ese pasado que la oficialidad no les deja tocar. No lo hacen desde el revanchismo, sin embargo, todo lo contrario: el único verdugo y la única víctima que habita las páginas de El arte de volar es su propio protagonista, Antonio Altarriba Lope, trasunto y metáfora de todo un país, igualmente víctima y verdugo en su propia tragedia. En ese sentido, no extraña que esta obra haya tenido efectos analgésicos entre buena parte de sus lectores. Exorcismo, creemos que lo llaman.
Por eso, en estos tiempo lóbregos en los que los fusileros sientan a las víctimas en el banquillo de los acusados, en los que la búsqueda de desaparecidos se confunde con una afrenta y en los que la degradación moral adquiere la sólida consistencia de la mierda, El arte de volar es una lectura necesaria, un ejercicio de honradez sin máscaras ni bigotes postizos, un mazazo frontal a la estulticia insoportable de esos que disfrazan el pasado de lobitos buenos, piratas honrados y príncipes malos.
4 comentarios :
síiiiseñor.
Calro que sí ;)
"Asombra que, cuando todavía hay ciudadanos españoles que intentan cerrar la puerta de su pasado con un acto tan sencillo y ritual como es el enterramiento de los muertos, muchos hablen de remover el pasado en términos críticos o, más incomprensiblemente todavía, desde el distanciamiento cínico"
Y aunque nos metamos así en cenagales políticos, y como servidor no le tiene miedo a ello, sólo puedo estar totalmente de acuerdo con lo que has opinado.
Y "el arte de volar" sana muchas más cicatrices (a los comentarios de Altarriba que nos revelas me remito) que pretendidos borrones inútiles y cuentanuevas nocivos (además de imposibles).
Y seguiremos hablando del tebeo, cuando lleve (de cajón, vamos9 el Premio Nacional, y vuelvan a salir voces de pequeños capullos (es una imagen poética, pero si los capullos se ofenden, ueno...), de esos que estos días andan voceando que Kim no merece un premio porque no es un buen dibujante.
Yo, por apuntar, diría que a veces resulta demasiado enfático, eso sí. Pero de ahí a decir que no dibuja bien y compararlo para ello a Hermann...
Suscribo sus palabra casi al cien por cien. Kim hace un trabajo maravilloso en "El arte de volar". Es cierto que cuando comienzas la lectura lo haces desde el ¿prejuicio? de estar ante el autor de "Martínez el Facha". Desaparece con la primera página. Su dibujo es minucioso, sensible y consigue trasmitir la crudeza de una época con mucha más "verdad" de la que han contagiado nunca muchos de esos "grandes dibujantes" que tanto jalean algunos (no hablo de Hermann, por supuesto). Ya sabe cuales son dos de los deportes nacionales en este país: la envidia y la ofensa gratuita (en los últimos años añadimos crispación).
Si "El arte de volar" es un gran cómic lo es por su guión y por su dibujo, como no puede ser de otro modo. Y sí, yo también creo que va a ganar el Premio Nacional de largo. Merecidamente.
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