El manga es parte de la identidad japonesa, decíamos. El manga entendido como concepto abarcador y, en ocasiones, extravagantemente amplio. Así, decíamos también, cuando un visitante comiquero llega a las costas japonesas, los debes y visitas planificados se acumulan en la agenda de viaje. Son tantas las referencias directas e indirectas que hemos oído o sobre las que hemos leído, que algunos nombres, calles y lugares nos suenan a ya conocidos.
Por ejemplo, ¿quién no ha visto en alguno de esos programas-plaga de calagurritanos viajeros o calagurritanos por el mundo (que me perdone todo Calahorra al completo) a un viajero que se pasea un domingo por la mañana por la zona de Harajuku para ver a los chavales disfrazados en el puente que da al parque de Yoyogi? Es alucinante ver a toda esa chavalada primorosamente camuflada bajo el atuendo de sus ídolos manga, disfrazados de vampiros o de estrellas del rock. Una de las vestimentas más exitosas que vimos entre el género masculino fue la de viuda victoriana. Como lo oyen. La zona, por otro lado, está repleta de tiendas de ropa, accesorios y chuminadas diversas, modernísimas y muy fashion. Dicen por ahí (en Calagurritanos Viajeros) que los buscadores de tendencias sobrevuelan los alrededores de Harajuku en busca de la moda futura. No les vimos, pero seguro que estaban.
Otro lugar común del mangaka tokyota es el barrio de Akihabara. Allí habitan esas muchachuelas disfrazadas de camareras-doncellas que te invitan a tomarte un refrigerio en su local, mientras escenifican servidumbres pretéritas. Pese al orgullo con que lucen sus atuendos estrafalarios, algunas se muestran reacias al posado fotográfico (al revés que los vampiros y las orgullosas lolitas de Harajuku); no es lo mismo posar que trabajar, suponemos. Akihabara es también el barrio de la electrónica y de los otakus. Tiene bastantes tiendas de manga; alguna de varias plantas.
Entrar a una tienda de cómics en Japón es un ejercicio de desesperación. Algo así como meterse en un buffet libre con el estómago revuelto. Uno se ve rodeado de miles de tebeos, sabe que entre ellos encontraría a algunos de sus autores favoritos de los últimos tiempos (Tezuka, Kago, Taniguchi...), pero no hay tu tía: rodeados del jeroglífico kanji, resulta imposible, no ya entender algo, sino siquiera localizar a dichos autores. Además, como no podía ser de otro modo, en Japón, hasta la librería más pequeña está repleta de cómics. Omnipresente, la nueva entrega de Naoki Urasawa, su Billy Bat, en plena promoción. La oferta es ingente (con mucho hentai -cómic erótico- de por medio), la respuesta del no iniciado en las destrezas lingüísticas niponas, la impotencia pura y dura. Aún y así, claro, nos compramos algún que otro manga: testimoniales algunos (a ver si adivinamos de quién es lo que nos agenciamos, porque tiene buena pinta) y sentimentalmente valiosos los otros (un Astro Boy viejísimo de segunda mano).
Hablando de Tetsuwan Atom, ya les dijimos que en la estación de Kyoto, la impronta Tezuka se deja notar desde los primeros pasos. En realidad, el despliegue estatuario tiene que ver con la tienda oficial del célebre mangaka, que se encuentra en la misma estación. No pudimos visitar el Tezuka Osamu Manga Museum, en Takarazuka (no encajaba en la ruta y tampoco está uno ya para esos excesos), así que tuvimos que conformarnos con el merchandising, variado y carísimo, de la tienda de la estación. Algo de utilísimo menaje para el hogar y el necesario atuendo cayó, por supuesto.En Kyoto estaba también el Museo del Manga, presidido de nuevo por una gigantesca estatua de Tezuka, su Fenix en este caso. Curioso museo, por la literalidad de su nombre, sobre todo: el museo del manga de Kyoto es una enorme biblioteca de mangas, miles y miles de ellos (incluido alguno en español), a la que acuden los aficionados, simplemente, a leer. Hay algunas vitrinas con una escueta historia del cómic japones, con algunos datos acerca de la industria y con ciertas menciones a los autores más importantes, pero sobre todo encontramos cientos de lectores, de todas las edades, devorando series enteras de personajes clásicos y modernos, que se suele decir. Cosas niponas, de nuevo.Otro museo que nos quedamos con las ganas de ver, éste en Tokyo, fue el Ghibli Museum, de Hayao Miyazaki. Dicen que vale la pena y que parece más un pequeño parque de atracciones que un museo, dicen que la entrada es una transparencia real de una las películas animadas de Miyazaki, pero (y esto no lo dicen, lo pudimos comprobar) la entrada está limitada a un reducido número de visitantes diarios y la alta demanda exige reservas con mucha más previsión de la que nosotros mostramos.
Tampoco nos aburrimos, en realidad. ¿Que no podemos entrar en el Ghibli? Vámonos al Mori Art Museum... En otro post les contamos lo que vimos por allí.
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