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jueves, agosto 21, 2008

Señal y ruido, de Gaiman y McKean. "Alquimioterapia" milenarista.

Terminas la lectura hipnótica de Señal y ruido (obra que obtuvo el Premio Eisner en 1993), terminas sus interludios, conclusiones y postludios, y te encuentras con otro de esos collages cuasi-expresionistas, abstractos, de Dave McKean; sobre él, una leyenda tan pragmática como "El material intertextual fue creado con la ayuda de una Canon Lasercopier 3000 y el programa de sampler de texto Babler 2.0." No es ningún juego metatextual, verdaderamente se trata del final de la obra, hemos terminado de leer uno de los grandes trabajos conjuntos de los dos genios del cómic Neil Gaiman y Dave McKean. El dibujo tampoco es del todo abstracto: se trata de la carcasa oxidada de un rollo de película antigua.
Señal y ruido es la historia de una historia: la de una película sobre un supuesto fin del mundo (en el año 999), escrita por un anciano director que, verdaderamente, se enfrenta al fin de sus días, su mundo, debido a un cáncer. Con estos materiales, los dos autores construyen una historia biográfica densa, llena de insinuaciones y aspectos vitales parcialmente revelados, que se entremezcla con la segunda historia (metarrelato):
Están mirando a los cielos. Uno de ellos grita y no podemos oir las palabras. Se están preparando para dejar todo lo que poseen. Y están empezando, muy lentamente, a creer de verdad... Anno Domini 999, el último día del último mes del año. Es invierno en el centro de Europa, un pueblecito a la sombra de una montaña. Nos acercamos lentamente: es como un hormiguero, mientras corren en círculos, recogiendo sus posesiones, comida, niños...
Así, lentamente, las reflexiones del sabio y viejo anciano, sus miedos, sus dudas, sus certezas autoriales después de una vida de éxito crítico, se entretejen con su dolor terminal y con la génesis creativa que, página a página, deberá constituirse en su última nueva obra, una nueva creación: "Cuando se termina algo se obtiene una sensación de plenitud que no se parece a ninguna otra cosa. No hay otra forma de describirlo: la sensación de que uno ha arrancado algo a la eternidad, de que uno le ha ganado algo a un dios adormilado." La feliz paradoja se confirma en un juego de paralelismos temáticos (fin del mundo-fin de la vida-falso apocalipsis-creación artística) que se comunican narrativamente en una espesa red de relaciones polisémicas, enriqueciéndose unas a otras.
La complejidad artística es una de las claves de ese alquimista comicográfico que es Neil Gaiman, creador de sueños y pesadillas ficcionales. En ese sentido, Señal y ruido cuenta con muchas de las señas de identidad del guionista estrella del "stardom" comiquero: encontramos a sus personajes circunspectos y complejos hasta la retórica, descubrimos una historia poliédricas cuyas caras cristalizan, casi siempre, en vetas para la reflexión intelectual... Leemos Señal y ruido sobre la línea oscilante que discurre entre la ficción y la realidad (verosimilitud, tal vez), en muchos casos intuyendo tan sólo los juegos ficcionales que plantea su autor (como los que se presienten en esas páginas recargadas de texto confuso, jerigonza abstracta en la que el "ruido intertextual" sólo nos da algunas pistas al modo del "stream of consciousness").
Por su parte, el talento gráfico de McKean estalla en este trabajo en una de sus obras más ricas y elaboradas (con el permiso de Cages). No falta casi nada: sus collages, las fotos retocadas, las acuarelas, los rayados, la instantánea velada, borrosa, la abstracción, el mencionado expresionismo, el puzle matemático, etc. Todo ello bañado en un barroquismo que, entendemos, a muchos pueda resultarles cargante o pretencioso, pero que adquiere un sentido pleno en la complejidad del guión que "ilustra". Un trabajo virtuoso y brillante, desbordante por momentos, pero perfectamente medido en sus registros visuales adecuados a los diferentes puntos de vista y metarrelatos internos. Curiosamente, Señal y ruido nos recuerda, más que a cualquier otra, a una historia corta de McKean que no fue guionizada por Gaiman, sino por Grant Morrison, hablamos de Un vaso de agua. Uno de los más lucidos relatos que hemos leído acerca de la vejez y la desmemoria, el relato corto de una anciana que habla a la vez que olvida, y que pudimos leer en ese doble volumen recopilatorio que Ediciones Zinco tituló "Avance rápido" (que, sorprendentemente, aún podemos encontrar en tenderetes y saldos comiqueros de nuestra tierra).
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Primeras páginas de Señal y ruido, vía Cultura y Ocio.