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lunes, junio 23, 2008

Pequeños eclipses, de Fane y Jim. Luz interior.

Siempre nos ha gustado (mucho) Eric Rohmer porque en sus películas se habla (también mucho) sobre los temas universales, las palabras importantes que mueven el mundo. En su obra encontramos personajes cotidianos, seres pequeños, que nos enseñan grandes lecciones acerca de la amistad, el amor y el paso del tiempo (¿existe algún otro tema?). Pero a las películas de Rohmer les falta sentido del humor, justo al contrario que al reciente trabajo de Fane y Jim publicado en nuestro país.
No crean ustedes que Pequeños eclipses ha usurpado el lugar de La coleccionista, La rodilla de de Clara o Cuento de verano en nuestro pequeño equipaje de preferencias narrativas, pero, desde luego, se ha hecho un hueco junto a ellas. Es una obra de arte brillante. Un trabajo rico en ironía, capacidad de análisis, ritmo, interés, calidad estética y, sobre todo, inteligencia. Hubiera resultado difícil mantener en pie esta tragicomedia coral, sobre un grupo de amigos treintañeros que se encuentran en una casa de campo para pasar cuatro días a la espera de un eclipse, si no hubiera habido detrás un guión tan inteligente y redondo como el que plantean Fane y Jim (realizado, al igual que los dibujos, a cuatro manos).
La arquitectura narrativa de Pequeños eclipses es casi perfecta: lo es en su medida del tiempo, líneal, pero sazonada por mínimos flash-backs y simultaneidades obligadas por los constantes cambios en el punto de vista desde un personaje a otro. Acertadísima es, también, la dosificación de información y los esbozos anticipatorios en busca de una distribución "climática" adecuada. Se organiza la historia en cinco capítulos que, a su vez, tienen la entidad de pequeñas narraciones interdependientes, con sus clímax, anticlímax y desnudamiento progresivo de los personajes a través de sus propios diálogos. Cada episodio se corresponde, simétricamente (es decir, en términos cronológicos, desde el alba hasta el amanecer), con uno de los días vacacionales que les restan a los seis amigos hasta la llegada del eclipse (el definitivo "Día D"); una idea organizativa, ésta, que les permite a sus autores dotar de coherencia externa al conjunto de la narración; que así consigue, además, huir del peligro que acecha a toda historia coral: el de caer en el anecdotario episódico.


Muy al contrario, Pequeños eclipses dibuja un rosario de personajes complejos, redondos, con unas personalidades perfectamente dibujadas a partir de sus propias acciones y palabras. Los Dominique, Isabelle, Hubert, Héléna, Jan y Jean Pierre son personaje verosímiles que adquieren la entidad de personas reales gracias a un modelado honesto y nada maniqueo. El dibujo colabora a entramar el conjunto, con una caricatura (de personajes, especialmente) barroca y muy detallista, en la línea visual de las obras de Loisel y Tripp, o de nuestro Tha. No somos demasiado amigos de esos cómics en los que, por barroco y frondoso, el dibujo acaba acaparando todo el protagonismo de la historia. No es el caso de Pequeños eclipses, donde el trazo está claramente al servicio del argumento, aunque el trabajo del lápiz se transparente prácticamente en cada viñeta. En este cómic la minuciosidad gráfica enriquece el conjunto y ayuda a focalizar la atención del lector sobre el detalle relevante. Además, la capacidad de Fane y Jim para la expresividad gestual tiene unos efectos sorprendentes en la recreación de unos personajes que oscilan continuamente entre la comicidad y el patetismo, entre el sarcasmo inteligente y la acidez ofensiva.
Rasgos, estos últimos, comunes a los referentes cinematográficos de Pequeños eclipses. Películas que, como este cómic, basan su argumento en la reunión de varios amigos en una casa, que se convierte en el contexto catártico donde exorcisar demonios interiores, revelar secretos oscuros y adivinar mentiras fosilizadas. Un vínculo entre cine y cómic del que ya dio cuenta con sobrada lucidez el carcelero no ha demasiados días y sobre el que, por tanto, cualquier añadido sonaría a redundancia. Denys Arcand o Fane & Jim, tanto monta, cuando detrás hay reflexiones tan lúcidas y humanas como las que se encierran en El declive del imperio americano o Pequeños eclipses. Arte con mayúsculas para hablar de lo que realmente importa.
Con lo bonito que sería decirse que las historias no mueren nunca de verdad, sino que pasan, cruzan nuestras vidas, las sacuden y se van a otra parte, a cumplir otro ciclo, lejos de nosotros...