Las generaciones literarias tienen algo que fascina. La
necesidad de encontrar un denominador común a personalidades creativas
diversas, quizás, o, por el contrario, la búsqueda del hecho diferencial dentro
de un grupo de autores al que la crítica, los lectores, la historia, se han
encargado de compartimentar dentro de un mismo baúl sincrónico, estilístico o
temático. El concepto de generación funciona como una etiqueta que nos permite
asir realidades literarias complejas que engloban a un número impreciso de
autores, en muchos casos, radicalmente diferentes los unos de los otros. De
tanto en cuanto, una generación literaria particular adquiere prominencia, se
pone de moda, y no dejamos de oír hablar de ella, de releer sus reediciones, de
asistir a las adaptaciones interdiscursivas de sus obras. Se recupera la generación
o se reivindica a un autor concreto de la misma, según los intereses
culturales, la tendencia política o la idiosincrasia concreta del momento.
Ahora, como sucedió en los 70, volvemos a hablar del valor intrínseco del simbolismo Machadiano, hace menos de una década se destacaban el
intelectualismo universal de Unamuno o el ensayismo humanista de Azorín; la
narrativa de Baroja cruza diferentes "renacimientos" de la novela en los últimas décadas y se juzga como un prodigio de crítica social, que encierra todas las virtudes de la narración moderna; y los 80 fueron la década del modernísimo teatro valleinclanesco, así como en los 70, de nuevo, Machado se leyó como una puerta de libertad y de búsqueda de una regeneración
lírica. El 98, los Novecentistas, el 27. Los Poetas de la Guerra o los Modernistas ingleses. La Generación Perdida y la Generación Beat estadounidenses... Parece que ahora estamos en el momento de redescubrir a estos últimos, a Kerouac, Ginsberg y compañía.
Decía algún crítico literario que, de igual modo que Fiesta
(o The Sun Also Rises), de Hemingway, fue el testamento de la Generación
Perdida, On the Road, de Jack Kerouac, lo fue de la Generación Beat.
Recientemente, el director de cine Walter Salles ha llevado a cabo una
estimable adaptación de esta novela de viajes (road-novel) esencial de
la literatura contemporánea. Aunque la película no consigue captar el vitalismo, ni la
intensidad atormentada de sus personajes (sobre todo la de ese Dean Moriarty
frenético, extático y torturado -trasunto literario de Neal Cassady, el alma
inspiradora del grupo, el portador de la llama y, curiosamente, el único de
ellos que nunca escribió nada reseñable), nos ofrece un buen conjunto de
interpretaciones y una respetuosa (aunque esquemática) traslación fílmica del
torbellino de excesos sexuales, musicales y viajeros que recorre las páginas de
la novela como una fiebre generacional que hubiera contagiado a todos los
protagonistas del libro.
Hace pocos meses también, se publicó en español The Beats,
el biopic generacional comicográfico de la generación, que dibujó Ed
Pistor, sobre un guión de Harvey Pekar, en 2009. Se trata de un grueso volumen en el que se reúnen las biografías "ilustradas" de casi todos los escritores y artistas que (de pleno derecho o de forma circunstancial) se engloban en este colectivo artístico cultural.
En los capítulos de The Beats hay espacio para casi veinte escritores y artistas, y para algunos de los acontecimiento y espacios básicos que ayudan a entender la gestación de una generación que, durante los años 50, funcionó como catalizador básico de la actividad cultural norteamericana. Una serie de artistas, músicos y escritores que vivieron la vida con el frenesí experimental de quien tiene todas la ventanas y puertas de la gran casa de la cultura abiertas de par en par: sin dogmas, ni respeto por otra cosa que un hedonismo popular, viajero y expansivo, los autores de la Beat Generation vivieron la música, la sexualidad y el arte con una falta absoluta de prejuicios y un desprecio manifiesto por las convenciones sociales más conservadoras. No existe el mañana, parecían pensar. No extraña que muchos de ellos prolongaran su carrera literaria como gurús o voces de referencia del torbellino hippy-psicodélico que habría de llegar unos años después. Allen Ginsberg es el ejemplo más claro de lo que decimos.
Los relatos biográficos de Gisnsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs ocupan prácticamente la mitad del volumen. Se trata de tres perfiles biográficos rigurosos, que alimentan su interés no obstante, gracias a algunos de los acontecimientos y anécdotas más turbias de cada uno de ellos (y fueron muchas). El guión de Pekar no es otra cosa que el relato lineal y estructurado de cada una de esas vidas. Aunque, como suele ser habitual en su escritura, el autor de American Splendor no deja de sazonar sus textos con usos ocasionales de la primera persona y comentarios subjetivos acerca de los autores reseñados, lo cierto es que la lectura de The Beats es en ocasiones plomiza, precisamente, por la ausencia de un espíritu narrativo veraz y fluido.
Los dibujos de Ed Piskor, como no podía ser de otro modo, se mueven en un estilo feísta, que bebe directamente del nuevo underground de Daniel Clowes (cercano sobre todo a la época de Como un guante de seda forjado en hierro). Pero aunque el registro gráfico es el adecuado para modelar el submundo urbano y los vagabundeos al límite de unos autores sumergidos en los guetos de la prostitución y la droga, en ocasiones no es suficiente para agilizar el palabrerío de un Pekar que parece estar escribiendo una entrada de Wikipedia más que un relato biográfico. Pese a todo, las tres historias centrales de The Beats esconden momentos de verdadero interés y, en muchos casos, funcionan como un acicate efectivo para profundizar en la excitante existencia de unos personajes tan atípicos como irregulares.
Más excitantes son algunos de los 22 relatos que completan el volumen bajo el epígrafe de "The Beats. Perspectivas", tanto por su brevedad y variedad estilística (están ilustrados y guionizados por algunos artistas tan notables como Peter Kuper, Trina Robbins o Mary Fleener), como por su capacidad para aproximarnos a las vidas de escritores, músicos y pintores mucho menos conocidos que los tres padres de la Generación Beat, pero cuyas existencias presentan giros y epifanías vitales tan interesantes y extravagantes como las de aquellos. Entre algunos relatos contextualizadores ("City Lights and the Beats in San Francisco", o la interesante y autoconfesiva "Beatnick Chicks"), encontramos biografías como las de Gregory Corso y Leroi Jones (las dos dibujadas de nuevo por Piskor), dos escritores excesivos y radicales por igual en su vida y en su literatura; el capítulo sobre el fascinante Kenneth Patchen, un poeta-dibujante revolucionario; el perfil de Jay DeFeo, esa joven y reconocida pintora que dedicó obsesivamente ocho años de su vida a la elaboración de The Rose, un cuadro que terminó matándola; o la historia de Tuli Kupferberg (escrita por el mismo), fundador de The Fugs, un grupo musical revolucionario (literalmente), que con su aire lunático, amateur y provocador consiguió agitar conciencias y ser reconocido en el Estados Unidos anterior a la Velvet Underground y el movimiento hippy.
Esta claro que The Beats no es el mejor trabajo de Harvey Pekar, acumulativo y discursivo en exceso, pero lo cierto es que sus páginas son un estímulo excelente para profundizar en los nombres y relaciones de una de las grandes generaciones literarias del S. XX. En ellas, Pekar compila un buen catálogo de personajes que vivieron sus vidas como si fueran literatura verdadera. Hay generaciones que nunca pasan de moda.