jueves, enero 30, 2020

Gardens of Glass, de Lando. Después del apocalipsis

A comienzos del siglo XXI, dos amigos decidieron fundar el sello Decadence Comics para autoeditar sus propios cómics de ciencia ficción. Stathis Tsemberlidis y Lando se conocieron mientras cursaban estudios de animación en Londres. Los dos compartían una misma mirada cyberpunk apocalíptica sobre el futuro de la humanidad, así como una misma  apuesta estética (por un trazo finísimo y una línea clara que nos recuerda al Moebius de El Garage Hermético), así que, después de graduarse, decidieron comenzar un proyecto para autopublicar sus minicómics y poder distribuirlos desde su propia página web. La calidad de sus trabajos y la originalidad de su mirada les han granjeado un buen número de seguidores y una atención cada vez mayor por parte de la crítica especializada.
Con los años, Tsemberlidis y Lando han reunido un buen número de relatos cortos, que uno y otro han terminado recopilando en sendos volúmenes unipersonales: Picnoleptic Inertia (2016) y Gardens of Glass (2017). Ambos comparten la ya mencionada afinidad temática y una misma línea gráfica; aunque mientras que Lando apuesta por un trazo finísimo y delicadas tramas digitales, los sombreados y los densos rayados y punteados manuales de Tsemberlidis nos retrotraen hacia la segunda etapa del underground de 70 y su inclinación temática hacia la ciencia ficción.
Gardens of Glass incluye seis historias cortas ("Olympic Games", "Last Drink", "H.A.A.R.P.", "Pyramid Scheme", "Flood Tablet" y "The Marble Man") que Lando había publicado previamente en forma de minicómic o como parte de alguna de las antologías que, bajo el título de Decadence, la pareja publica esporádicamente junto a contribuciones de otros artistas. Todos los relatos comparten ese mismo aire postapocalíptico que señalábamos más arriba; un tono de resonancias ballardianas, que nos trae a la memoria relatos como Playa terminalLa sequía o El mundo sumergido. Aunque estas recopilaciones están editadas en formato rústica, Decadence Comics normalmente publica sus relatos cortos en fanzines bitono de papel reciclado, presentados bajo la apariencia de folletos técnicos o manuales de supervivencia. Un anticipo irónico de lo que se encierra en su interior. 
Las historias de Lando se desarrollan en los escenarios devastados de una geografía indefinida, de ésta o cualquier otra galaxia. Son desiertos, templos en ruinas y parajes inundados; espacios inhóspitos que invitan a la rapiña y la depredación: el decorado de un combate animalizado regido por la ley del más fuerte. Sus protagonistas son hombres y mujeres enjutos, sombras huesudas con los rasgos desfigurados; fantasmas en vía de extinción que se guían por los instintos primarios de la supervivencia y por las reglas desquiciadas de esa nueva cadena trófica postapocalíptica que malhabitan. 
Casi todos los relatos cortos de Gardens of Glass comienzan in medias res, cuando la lucha ya se ha desencadenado o los personajes parecen agotados por su deambular errante. Es como si el lector retomara una partida de ordenador previamente guardada de la que no recordara nada. La narrativa de Lando remite con insistencia al universo de los videojuegos y se apropia de algunas de sus herramientas para construir su lenguaje comicográfico. Historias como "Olympic Games" o "Last Drink", por ejemplo, desarrollan su trama a partir del itinerario de uno de sus personajes, como si se tratara de una partida de arcade (¿se acuerdan de aquel Duke Nukem?) en la que el lector se dejara guiar por el punto de vista subjetivo de un personaje que avanza pantallas enfrentándose a la aparición de nuevos peligros y enemigos; en otros relatos, como "Pyramid Scheme" o "The Marble Man", los personajes se desplazan de un lugar a otro sobre plataformas flotantes o ascienden y descienden por escenarios de niveles verticales que nos recuerdan a los juegos de plataformas clásicos como Donkey Kong o Ghost and Goblins; encontramos también escenas e historias ("Pyramid Scheme", "H. A. A. R. P".) en las que los objetos y los personajes, literalmente, se descomponen en fragmentos de apariencia vectorial (como sucedía con las naves enemigas de aquel Spacewar! pionero) hasta mudar en nuevas formas y entidades cósmicas. 
De hecho, pareciera que la única salvación posible que les resta a los personajes de Gardens of Glass fuera esa: la de trascender hacia un nivel de espiritualidad superior, desintegrarse en el cosmos y adquirir la condición etérea e intangible de una proyección vectorial en 3D, los restos geométricos de una realidad que, paulatinamente, desaparece en el tiempo y en el espacio. Así, hasta confundirse con las historias míticas y los dioses clásicos que, tan frecuentemente, aparecen en las páginas de sus historias como implacables deus ex machina dispuestos a dictar el fin de los días.
El estilo gráfico de Lando, con un trazo finísimo y quebradizo, contribuye decisivamente a potenciar esa sensación de fragilidad e incertidumbre y a construir las atmósferas desesperanzadas que presiden sus relatos. Su línea clara realista, la precisión casi arquitectural de sus diseños y edificios, conecta su estilo con otros virtuosos del dibujo comicográfico; autores como Anders Nilsen, Francesco Cattanio o el propio Gipi, profetas todos ellos de la fragilidad humana y la desesperanza.

lunes, enero 06, 2020

Algunos cómics de 2019 que deberíais leer

Como todos los años, queremos celebrar nuestros Reyes Magos particulares recordando los cómics que más hemos disfrutado a lo largo de este curso que recién despedimos. 2019 ha sido un gran año en asuntos viñeteros. La siguiente lista muestra una selección de cómics en la que géneros, nacionalidades y estilos se alternan sin más orden ni jerarquía que nuestro gusto personal; tan discutible como cualquier otro, ya saben: 


Angola Janga (Flow Press), de Marcelo D'Salete El cómic multipremiado del brasileño D’Salete desglosa los episodios de una historia perdida en los pliegues mismos de la Historia, uno de esos episodios oscuros (u oscurecidos) por la inercia de las derrotas: la rebelión que en el siglo XVI protagonizaron los esclavos huidos de las plantaciones de caña de azúcar contra el Reino de Portugal en el Brasil colonial. Los esclavos fundaron en la selva amazónica el reino de Angola Janga (en homenaje a su tierra de origen) y desde allí lucharon, hasta la derrota final, contra las tropas militares que durante décadas intentaron infructuosamente acabar con los mocambos de Palmares. Adentrarse en el relato de Angola Janga exige voluntad por parte del lector. Sus páginas presumen de rigor historiográfico y apuestan por un indigenismo (terminológico, conceptual y espiritual) que nos invitará a indagar entre los mapas y la cronología de un episodio cargado de vergüenzas y oprobios. El exuberante dibujo de D'Salete, en un blanco y negro expresionista cargado de simbolismo, participa de ese mismo espíritu y nos invita a sumergirnos en una aventura, real y sin final feliz, de la que resulta difícil salir indemne. 


Mies (Grafito Editorial), de Agustín Ferrer Casas: Nos gusta el dibujo meticuloso, casi de amanuense, de Ferrer Casas y agradecemos la exhaustividad historiográfica de casi todas sus obras. En Mies se percibe el cariño especial que el dibujante ha puesto en su trabajo y en la documentación previa. Con un estilo deudor del realismo francobelga más naturalista, Ferrer Casas recorre la biografía del gran arquitecto alemán Mies Van Der Rohe y, junto a los claroscuros de su biografía y su autosatisfecha obstinación, nos redescubre la obra del genio a lo largo de su fecunda y turbulenta trayectoria. Mies escapa de la linealidad narrativa para buscar las conexiones y los puntos de anclaje que engarzan y dan sentido a cualquier periplo vital: gracias a ese juego de flashbacks y remembranzas en primera persona (el cómic está enfocado desde la voz narrativa de su protagonista) descubrimos a un personaje fascinante y podemos deleitarnos de su fabuloso legado, maravillosamente ilustrado por los lápices de Agustín Ferrer Casas. 

Niño prodigio (Blackie Books), de Michael Kupperman: En Niño prodigio, Michael Kupperman lleva a cabo un ejercicio de memoria filial destinado a ajustar cuentas con el pasado propio y con el de su árbol genealógico a partir de la figura del progenitor. Porque Joel Kupperman fue un niño prodigio, pero nunca supo ser un padre. El libro responde al modelo comicográfico metaficcional que Art Spiegelman glorificó en Maus: el hijo que nos cuenta la historia del padre junto a la del mismo proceso creativo. Un cómic que narra cómo se hace un cómic. El autor luchará contra la demencia incipiente de un hombre que sólo quiere olvidar su infancia: aquel periodo en el que una madre ambiciosa y unos medios de comunicación sin escrúpulos decidieron que Joel Kupperman era una gallina de los huevos de oro con un coeficiente de inteligencia por encima de los 200, aquellos años en los que Joel Kupperman se convirtió en el niño más famoso de Estados Unidos gracias al concurso Quiz Kids. 

¿Es así como me ves? (La Cúpula), de Jaime Hernandez: Las "locas" del menor de los Hernandez Bros siguen envejeciendo con una dignidad envidiable. Y el paso del tiempo al ritmo lento de la vida sigue siendo el tema principal de esta gran novela río que Jaime Hernandez lleva levantando desde hace casi cuarenta años. Para el lector es un privilegio haber podido madurar junto a personajes como Hopey y Maggie, haber compartido con ellas los bandazos de la existencia, sus alegría y sinsabores, sin trampa ni cartón. Como quien se hace mayor y envejece al lado de dos viejas amigas, aunque éstas, en verdad, habiten en una realidad paralela chicana que nace de la imaginación de otro viejo amigo. En esta nueva entrega, su autor nos invita a uno de esos reencuentros de amigos viejunos que nunca acaban bien: la de Maggie y Hopey es una fiesta punk en un tiempo en el que el punk ya no existe; menos mal que las buenas amistades nunca caducan. Sin embargo, como sucede siempre con el trabajo de Jaime y Beto Hernandez, el disfrute de ¿Es así como me ves? será directamente proporcional al grado de familiaridad que el lector tenga con sus sagas; para el neófito, la galería de personajes que discurren por sus páginas quizás no sean más que una panda de desconocidos con los que no siempre es fácil empatizar. El que avisa no es traidor. 

Irmina (Astiberri), de Barbara Yelin: Irmina comienza pareciendo una historia biográfica de empoderamiento femenino y termina por convertirse en una reflexión sobre la barbarie y los caminos equivocados que tomamos en la vida. "Quise contar la vida de mi abuela tras encontrar cartas, diarios íntimos y fotos que le pertenecían. Descubrí a una persona a la que no conocía...", comenta su autora. Irmina es la historia de aquella muchacha idealista y tolerante que con diecinueve años decidió irse ella sola a estudiar a Inglaterra para terminar entregándose a la fiebre totalitaria que abdujo a una masa de ciudadanos alemanes en su huida adelante hacia la inhumanidad y el sinsentido. Con un estilo urgente, sobrio y ligeramente expresionista, Barbara Yelin propone una mirada honesta y llena de interrogantes a su propio árbol genealógico: la mirada perpleja de quien intenta entender un pasado que se adivina incomprensible. 

Cómo traté de ser una buena persona (La Cúpula), de Ulli Lust: Cuando pensábamos que ya no podíamos aguantar más novelas gráficas autocompasivas ni más miserias autobiográficas, llega la austriaca Ulli Lust y nos da una galleta de casi 400 páginas con un slice of life de manual, repleto de traumas personales, relaciones fallidas y mucho, mucho, sexo. Explícito como un kamasutra en viñetas y exhibicionista hasta la desvergüenza, Cómo traté de ser una buena persona retuerce la noción de "historia de amor" hasta hacerla casi irreconocible (por algo la palabra Lust significa 'lujuria' en alemán). El cómic describe las vicisitudes de un triángulo amoroso en el que la tolerancia, la compresión y el sexo desinhibido conviven con experiencias traumáticas, episodios violentos y pequeñas tragedias amorosas. La autora relata, sin ahorrarnos detalles, un periodo de su vida en el que, al mismo tiempo que empezaba a labrarse su futuro como artista, intentaba sobrevivir a los conflictos interiores generados por su maternidad irresponsable y una vida desordenada. Intensidad autoconfesional. 

Reiraku (Norma Editorial), de Inio Asano: No nos cansamos de leer a Inio Asano, siempre con cierta fascinación morbosa. Su obra escarba en las zonas oscuras de la naturaleza humana para explorar nuestros complejos e imperfecciones, para revelar que los sentimientos y la existencia no son reducibles a soluciones simples ni a la tentación arbitraria del final feliz. Por eso, los cómics de Asano se mueven con naturalidad entre el costumbrismo, la sexualidad explícita y el suspense que presagia todo drama, porque sus personajes respiran veracidad y sus relaciones, por más extrañas que parezcan, resultan convincentes. Pese a su carácter ficcional, Reiraku huele a exorcismo autoconfesional: estamos seguros de que hay algo de Asano en ese mangaka sociópata y angustiado que decide sacrificarlo todo en el altar del éxito profesional; aunque, por el bien de su autor, esperamos que la autorreferencialidad no pase de la inspiración circunstancial. Y es que Reiraku es, sobre todo, un relato de autodestrucción y de presagios obsesivos, la historia de un triunfo devenido en fracaso. 

Rusty Brown (Reservoir Books), de Chris Ware: Podríamos justificar la inclusión de este cómic en la lista con un simple “¡Joder, que es Chris Ware!”, pero quizás hagan falta dos o tres frases más. Por ejemplo, para señalar que Rusty Brown es una nueva obra maestra de Ware, un ejemplo mayúsculo del estudio de la personalidad humana a través de la secuenciación en viñetas. La prueba de que el autor de cómics más importante del siglo XXI nunca deja de crecer, técnica y narrativamente. Su nuevo libro es un trabajo de años en el que recicla algunas páginas que ya habíamos tenido la oportunidad de disfrutar gracias a su biblioteca unipersonal Acme Novelty Library, a la vez que cede el protagonismo a varios personajes (el propio Rusty Brown, Chalky White, Jordan Lint...) y líneas argumentales conocidos. Los relatos que conforman Rusty Brown, con sus itinerarios simultáneos, sus microsecuenciaciones y su empleo simbólico de los silencios y las pausas narrativas, funcionan como un mecanismo de vidas cruzadas, que incluyen la del propio autor transmutado en personaje. Con frecuencia, se ha acusado a Ware de un exceso de frialdad y gravedad, sin embargo, la sutil ironía autorreferencial de este cómic y la escasa indulgencia con la que trata a su propia autorrepresentación demuestran que, cuando toca y en silencio, Ware también sabe reírse de todo y de todos; hasta de sí mismo y sus críticos. Magistral. 

Las edades de la rata (Ediciones Salamandra), de Martín López Lam: No sabemos a ciencia cierta si existe tal cosa como la peruanidad, pero, de hacerlo, Las edades de la rata condensa algunas de sus pulsiones y recoge varios capítulos de su cronología. López Lam es un autor diferente, en las formas y en el fondo. Sus historias se mueven en un territorio de literariedad: relatos de biografías ajenas agitadas por la historia del país, recuerdos prestados de un pasado que ayuda a modelar el presente, historias de emigración... Los episodios de este cómic confluyen, a través de geografías y momentos históricos diferentes, en un meandro de vidas cruzadas alrededor de dos figuras protagonistas: Isidoro, golfo bohemio de extrarradio, y Manuela, chino-peruana emigrante y representante de una generación de supervivientes. El estilo de López Lam, agreste y abigarrado como es, nos devuelve a un underground filtrado por su expresionismo de arrabal; un estilo que, dentro de su aspereza y violencia gestual, encierra paisajes bellísimos de un Perú eterno que tan pronto puede estar en Barcelona o Roma, como en la Lima contemporánea. El año pasado, Las edades de la rata ganó el XII Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic. Merecidamente. 

La mentira y cómo la contamos (Astiberri), de Tommi Parrish: Con un estilo de dibujo muy pictórico (una suerte de art-brut lleno de matices, muy potente cromáticamente), Parrish nos invita a invadir un espacio íntimo que suponemos autobiográfico. La mentira es una historia cotidiana (un slice of life) alimentada de confesiones, descubrimientos y autoengaños. A partir del encuentro casual de dos antiguos amigos y su puesta al día, la conversación de los protagonistas evoluciona desde la charla trivial hasta la revelación de secretos y ocultaciones de un pasado en común que nunca fue tan íntimo y transparente como ambos presuponían. La descripción de los personajes se enriquece a partir de sus propias palabras y sus erráticos comportamientos; las elipsis y silencios de la trama ayudan a completar unos perfiles psicológicos llenos de matices e imperfecciones. El desarrollo narrativo de La mentira se enriquece además con la presencia de un metacómic (el cómic en blanco y negro que la protagonista encuentra en la calle y empieza a leer cuando no está hablando con su antiguo amigo); una historia dentro de la historia que enriquece simbólicamente la línea argumental principal a partir de las dobles lecturas que genera. La mentira es un cómic extraño, tanto gráfica y como narrativamente, pero, de alguna manera, hipnótico; una historia de descubrimiento sexual turbadora y desconcertante. 

Sabrina (Astiberri), de Nick Drnaso: El joven autor estadounidense fue una de las grandes revelaciones de 2016 con esa asombrosa puesta de largo que fue Beverly. Para titular su nueva obra, recurre de nuevo a un nombre femenino, que en este caso tomará prestado de la protagonista en segundo plano de su historia: la chica desaparecida alrededor de la cual gira la trama. Sabrina comparte con Beverly un mismo tono desesperanzado y una misma forma, fría y alienada, de mirar a la realidad. Desde su objetivismo extremo, Drnaso mantiene una distancia quirúrgica respecto a la historia que cuenta que, más que aportar soluciones, confronta la tragedia con desapego y distancia, como quien se enfrenta a hechos ineludibles o a actos consumados. Su estilo gráfico, apoyado en colores planos y una línea clara perfeccionista de acabado casi mecánico, contribuye a subrayar una impresión de frialdad y distanciamiento, que, como no podía ser de otro modo, termina por dejar al lector aterido; aunque en este caso sea de miedo y sobrecogimiento más que por frío. 

The Eyes (webcómic), de Javi de Castro: Javi de Castro ha estrenado su nueva página web, The Eyes, dedicada en exclusiva al webcomic y a la experimentación con la narración digital. Podemos disfrutar de los episodios publicados en su web y comprobar que el resultado es sorprendente. Historietas como Blindness, Mirage, The Evil Eye y Visions recurren —como ya hizo De Castro en sus primeros cómics digitales— a un uso sutil e inteligente de la animación gif, combinada con una secuenciación a partir del scroll vertical. La línea clara de Javi De Castro, cada vez más expresiva y rica en detalles, se beneficia de un espléndido uso del color que funciona con eficacia en la creación de pausas narrativas y momentos de suspense. Cada uno de los webcómics de Javi de Castro esconde una sorpresa y, desde la inteligencia de su puesta en pantalla, nos obliga a reflexionar acerca de lo mucho que aún queda por hacer en el campo del cómic digital. Un hallazgo.

El mal camino (Fulgencio Pimentel), de Simon Hanselmann: El dibujante australiano invierte la tradición literaria moralizante y satírica de los animales sabios y las criaturas fantásticas antropológicas para poblar su universo degenerado de seres fracasados y personajes alienados. En los cómics de Hanselmann, los gatos, los búhos y los lobos también conviven con magos y con brujas, pero sus escenarios recuerdan más a los suburbios degradados por la droga y la pobreza de occidente que a los bosques animados de Walt Disney. Se trata en realidad del recurso alucinado y lisérgico que permite enmascarar, hasta hacerla tolerable, la dura realidad de unos personajes desquiciados y marginales. Su disfraz catártico le permite a Hanselmann hablar en primera persona y desnudar sus miedos y adiciones ante el lector. El propio autor, devenido en bruja transexual adicta a todas las drogas posibles, convierte sus vicisitudes personales, su sexualidad y sus dependencias, en una colección impagable de sketches humorísticos que le hielan a uno la risa. Después de varios libros que funcionaban como acumulación de escenas, El mal camino es la primera obra larga de Hanselmann. Su filosofía es la misma que la de obras precedentes, pero la continuidad narrativa le permite a su autor construir un texto más consistente y desolador, si cabe. 

Los Estados Divididos de Histeria (Dolmen Editorial), de Howard Chaykin: Chaykin no ha perdido un ápice de rabia y energía con el paso de los años: su discurso sigue siendo combativo y extemporáneo; profundamente incómodo para una sociedad y una industria cultural que se han acostumbrado a la repetición formulaica y al puritanismo rigorista de lo políticamente correcto. No es una sorpresa que la publicación de Los Estados Divididos de Histeria fuera acompañada en su país por una oleada de críticas (histéricas, efectivamente) y por la censura de una de sus portadas. Detrás de esta fábula excesiva y alborotadora que protagoniza el agente de la CIA Frank Villa, se encierra una crítica severa hacia la intolerancia y la falta de entendimiento social. Son obvias las referencias a la degradación económica, al incierto panorama político estadounidense y a los enfrentamientos sociales acaecidos durante el primer periodo legislativo de la administración Trump; pero también al peligroso crecimiento de los fundamentalismos, los nacionalismos y las ultraderechas xenófobas que plantean la estructura social en términos de ruptura y enfrentamiento más que de convivencia. Que Chaykin es un provocador es cosa bien sabida. También lo es que, detrás de su fachada de dibujante de cómics para la industria mainstream, se esconde el espíritu gamberro e inconformista de un anarco-agitador armado con tramas de tinta china y un don especial para la ironía más ácida. 

Guy, retrato de un bebedor (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen, Ruppert y Mulot: Cuando se juntan algunos de los autores más experimentales y transgresores del cómic actual sólo puede salir un artefacto tan indefinible como Guy, retrato de un bebedor; la mezcla imposible entre una novela gráfica, un relato de piratas y un cuadro flamenco del siglo XV. El guion de Ruppert y Mulot modela una biografía picaresca alrededor de la figura protagonista de Guy, el canalla sin escrúpulos que da título al cómic; el representante tenebroso de un tiempo en el que la vida valía tan poco como las monedas que portaras en tu bolsa. Su crueldad irreflexiva y su huida homicida hacia ninguna parte son la excusa para reflexionar acerca de la crueldad humana, los límites de la civilización y la lucha por la supervivencia. Schrauwen utiliza un estilo de dibujo esquemático que juega continuamente con el imaginario pictórico de artistas como El Bosco, Brueghel o Teniers; referencias que el dibujante pone al servicio de su experimentación secuencial, con un uso simbólico del color (y el blanco y negro) y con un trazo que juega con diferentes grados de naturalismo. Un cómic que no dejará indiferente a nadie: el riesgo de apostar.  

Alt-Life (Dibbuks), de Falzon y Cadéne: Alt-Life es un ejercicio de cyberpunk postmoderno que da una vuelta de tuerca a ese tema de la virtualidad matricial que en su día anunció Baudrillard y que el Matrix de los Wachowski elevó a la condición de fenómeno de masas. La obra de Joseph Falzon y Thomas Cadéne arranca de una premisa similar a la que se desvela al final del filme: ¿Qué sucedería si nada de lo que vemos y sentimos fuera real? ¿Si todo lo que conocemos no fuera otra cosa que un simulacro creado por una entidad superior para confundir nuestros sentidos y nuestra consciencia? La vida como simulacro (concepto que Baudrillard esgrimía con intenciones simbólicas y del que Matrix y Alt-Life se apropian para construir sus edificios ficcionales) anunciaba en el filme de los Wachowski la distopía tenebrosa de un mundo controlado y sometido por la inteligencia artificial; un futuro en el que el ser humano acababa convertido en materia prima, combustible orgánico para mantener operativo el "sistema". Alt-Life propone una visión menos pesimista, pero igualmente abierta a interrogantes éticos y filosóficos, muchos de ellos en un tono freudiano alrededor de la sexualidad y la represión. Ciencia ficción con chicha. 

En un rayo de sol #1 y #2 (La Cúpula), de Tillie Walden: Los cómics de Tillie Walden describen una realidad paralela en la que, estamos seguros, le encantaría vivir a la propia autora. Es el suyo un universo en el que la Tierra y el cosmos confluyen en modelos habitables de convivencia y fascinación exploratoria; un lugar onírico construido de suntuosos palacios barrocos, cámaras secretas, escaleras de mármol y resplandeciente pasillos casi deshabitados; el universo de Walden sólo está habitado por mujeres fuertes y autosuficientes, benévolas e inteligentes; un espacio de civilización en el que la cultura y la naturaleza son más importantes que las cuotas de poder o la construcción de discursos civilizatorios. Pero lo curioso es que, pese a la indulgencia especulativa de sus ficciones y esa misantropía fabuladora que se adivina de fondo, cómics como The End of Summer o este En un rayo de sol construyen universos de ficción tan coherentes en su complejidad estructural y tan llenos de tolerancia que resulta imposible no desear que fueran ciertos. El dibujo de Walden es frágil pero exuberante, desnudo pero perfeccionista en su detallismo; un ejercicio de poesía visual que se apoya en un uso envolvente del color. En un rayo de sol es una nueva piedra preciosa en la carrera de esta jovencísima artista. 

En otro lugar, un poco más tarde (Astiberri), de David Sánchez: Después de su brillante incursión en Un millón de años, Sánchez continúa dando forma a su cosmogonía particular. El autor tira de imaginación y buenas dosis de especulación exotérica para concebir su personal exégesis acerca del origen del mundo en un tiempo y una geografía indefinidos. Una mirada, la suya, en la que la espiritualidad, lo sobrenatural y el evolucionismo se mezclan para reescribir el nacimiento de la vida y sus imprevisibles derivaciones. Las páginas de En otro lugar, un poco más tarde se muestran deudoras, estilística y conceptualmente, de la obra de creadores como Charles Burns o Daniel Clowes, pero terminan por definir la personalidad creativa de un autor que parece tocado por una varita (metafísica).