Pues sí, ni pudimos, ni quisimos evitar la ya crónica visita a la Ciudad Condal con motivo del Salón del cómic (y algunos otros menesteres). Es un placer llegar a Barcelona, respirar sus aires marinos y disfrutar de sus noches impredecibles y algo canallas; sobre todo cuando el tiempo y las compañías acompañan. En nuestro caso fue así, de principio a fin. A fin de cuentas, compartimos espacios y cervezas con viejos amigo (alguno de ellos nuevo dibujante).
Con don Gaspar Naranjo (y alguna dama encantadora) visitamos templos nocturnos de la perversión popera y tugurios de mala vida. Así estábamos al día siguiente cuando, ya en Salón (a horas nada recatadas), nos acercamos al stand de otros amigos, los de Malavida, tan simpáticos y salados como siempre. Más tiempo le dedicamos aún a Mr. Yorkshire y su recién estrenado proyecto editorial, no sólo por la simpatía inherente y el entusiasmo contagioso de los dos editores bizantinos, sino porque fue allí (en el stand que generosamente les invitó a compartir Dibbuks) donde pudimos saludar y recibir firmitas de alguno de nuestros ídolos de la viñeta: léanse Max o Javier Olivares. Después, las laberínticas andanzas entre casetas, saludando a amigos-artistas, como Ed o Jorge García, conociendo a otros la mar de simpáticos, como Sonia Pulido o Juan Berrio, y mirando, apabullados, desde lejos, a las deidades y sus quilométricamente fatigosas colas (sí, hablamos de Manara y Moebius, y de Ibáñez, como siempre, claro). No nos olvidamos tampoco de la amable charla con el jefe de Bang Ediciones, que, insensato, se reconoció lector ocasional de este blog; saludos desde aquí.
Señoras y señores, el gran Olivares.
Él, Manara
La cola de Manara.
Virtuosos a la vista: Tripp e Yslaire.
Aún y así, nos quedamos con las ganas de conocer y saludar al carcelero y a otros muchos colegas bitacóricos que se nos aparecen por entre los comments con mayor o menor frecuencia (a los chicos de Entrecómics sólo los vimos de refilón y de lejos, tan apalominados estábamos tras la ingesta de alpiste). Habrá más citas y salones para encuentros variados. También nos dejó el nervio alterado llegar tarde a las dedicatorias de don Santiago Valenzuela (nuestro torrezno favorito), perdernos la contemplación de los Quino y Liniers en acción o no poder hacer las horas de cola que hubieran hecho falta para alabar con megáfono a ese grande que es Giardino (firmaba por la matina, pardiez).
A falta de Giardinos, buenos son sus originales.
Mucho mejor nos fue con las exposiciones organizadas para el evento, que, como no se movían, nos permitieron admirar originales de los mismos Moebius, Manara y Giardino, o los preciosos y coloridos "frescos" de Miguelanxo Prado para De Profundis. Por las mismas, nos paseamos deleitados por entre los stands monográficos dedicados al Bardín de Max y a la Tetería de Rubín; nos sorprendió el pequeño tamaño de sus planchas, que parece incrementar el mérito de su capacidad talentosa para el detalle y la expresión. También había alguna cosita de Max (y de Pere Joan, de Fito, de Guillem March o de Seguí) en el pabellón montado por el Institut d'Estudis Baleàrics bajo el título de Illes Balears. Sorprendente el montaje con los robots, attrezzos y cositas especiales varias utilizadas en El laberinto del Fauno, aunque las colas aconsejaban verlo desde fuera. Lástima que la zona dedicada a la mayoría de las exposiciones, en la nave al fondo del pabellón, tenga ese aire frío y desangelado, muy distinto al del resto del salón.
Pecata minuta, porque lo cierto es que, año tras año, la organización del Saló mejora y son más los argumentos para certificar su primacía entre los eventos comiqueros patrios. Da gusto observar que, con cada edición, el Saló aumenta sus objetivos y sus campos de influencia: muy adecuada el área dedicada a contactos profesionales entre editores y artistas; interesantes también las exposiciones retrospectivas como la dedicada al cómic y la censura o las cada vez más prominentes actividades complementarias y actos paralelos: fueron divertidos, por ejemplo, los duelos de dibujantes con las pantallas digitales.
También las editoriales y librerías son conscientes del escaparate inmejorable que supone el salón (que además garantiza una cifra creciente de ventas), por eso sorprende a medias encontar macro-stands como el de Norma o el pedazo de supercado que se montaron los de Planeta. Tampoco nos ha de extrañar la cada vez más abundante presencia de tiendas directamente dedicadas al merchandising, con mención especial para los muñequitos, maquetas y artilugios varios nacidos alrededor del universo Star Wars. Mercado y más mercado.
El día se cerró de forma similar al anterior: pillerías nocturnas con grupo numeroso de amigos, del que formaron parte alguna ilustre ilustradora y varios miembros del equipo de El Jueves; gente tan simpática y divertida como Darío Adanti y señora. En fin, ya lo ven, una fiesta llena de bocadillos y personajes de cómic. A ver si la edición de 2009 no tarda mucho.