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miércoles, junio 20, 2018

Tres minicómics de Ediciones Valientes

Seguimos fieles a las editoriales que nos dan alegrías. Aunque sea en pequeñas dosis. Ediciones Valientes, la casa de Martín López Lam, sigue amarrada, inquebrantable, a la apuesta independiente por autores arriesgados. En su catálogo seguimos descubriendo vanguardia y underground; casi siempre en formatos pequeños. Nos acercamos a tres de sus minicómics más recientes con tres microrreseñas que pueden leerse como recomendaciones lectoras.
Balada. O una historia cochina o te pasa cuando menos lo espera, de Martín López Lam, cuenta una historia que no es especialmente cochina ni creo que nos llegue a pasar nunca a nadie, pero juega en esa liga del extrañamiento en la que tan bien sabe hurgar su autor. Últimamente, el editor jefe de Ediciones Valientes frecuenta editoriales ajenas como Fulgencio Pimentel o Astiberri, pero sigue reservando pequeñas pildoras secuenciales para su propia editorial. Con su realismo sucio y saturado, Balada se adentra en una falsa cotidianidad en la que casi nada es lo que parece, ni las consecuencias son las esperadas. El acoso y el sentimiento de amenaza derivan hacia el simbolismo sobrenatural, al mismo tiempo que las expectativas del lector saltan por los aires con esa habitual anormalidad que solemos encontrar en los relatos de López Lam.
El problema Francisco, de Francisco Sousa Lobo, nos ha supuesto el grato descubrimiento de un autor diferente. Cuando parece que casi todo está ya contado dentro del cómic en su (prolífico) género autobiográfico, Sousa Lobo se desmarca con una peculiarísima subjetivización multicromática de la biografía como problema, como trauma a superar que conduce a una única e inevitable solución posible: la de la vocación a golpe de mazo y a contracorriente. Francisco Sousa Lobo se declara arquitecto, diseñador, escritor, artista..., pero en realidad es un dibujante de cómics. Punto y seguido. El problema Francisco explica parcialmente (como si el talento necesitara justificarse) el resultado de un reconocimiento: una beca de la Fundación Calouste Gulbenkian. Y así, como pidiendo perdón, el dibujante se lanza hacia una sorprendente reinterpretación de la linealidad narrativa, llena de inesperadas sinestesias y alteraciones de las convenciones cromáticas.
Material exquisito, de Víctor Hurricane, no está precisamente dirigido a paladares delicados. Su dibujo entronca directamente con aquel underground de deformaciones grotescas y polimorfas que hizo célebre a un autor como Basil Wolverton; aunque temáticamente esté mucho más cerca del salvajismo irreverente de Clay Wilson. Hurricane todavía va más lejos que aquel en su mirada desclasada y despiadada hacia la realidad: escenas de cataclismo zombi en las que Trump comparte páginas con un Al Capone redivivo; serial killers empeñados en acabar con la élite social; pesadillas de apocalipsis veganos... Esos son los ingredientes de un comix muy divertido, entregado en víscera y alma a las virtudes de la charcutería secuencial.
Tres propuestas valientes para una editorial siempre sugerente. Volveremos a visitar sus cuarteles no tardando mucho.

jueves, agosto 10, 2017

Los minicómics de Julia Gfrörer: Flesh and Bone, Palm Ash y Dark Age

Empujados por la muy buena impresión que nos causó su Laid Waste, nos hemos hecho con algunos de los minicómics autoeditados por Julia Gfrörer y distribuidos a través de su propia página (en el pedido añadimos además una de sus postalitas personalizadas con dibujo original). Una pequeña inversión llena de alicientes.
De Gfrörer nos gusta mucho su estilo fluido y delicado, el bosquejo de una línea clara realista entramada por un rayado profuso y nervioso. Un dibujo que encaja a la perfección con la cruda temática de sus cómics: acercamientos sincréticos a momentos seleccionados de la historia, instantes cuasi-costumbristas aislados de su contexto, que demuestran la crueldad de la existencia y la brutalidad del ser humano para con sus congéneres más débiles. Como sucede con su obra publicada editorialmente, también encontramos algo de todo ello en los fanzines autoeditados de la dibujante estadounidense que hemos adquirido: Flesh and BonePalm Ash Dark Age.
Flesh and Bone (2010) es un cuento gótico en el que el Romanticismo y su idea atormentada del amor se entrecruza con la encarnación satánica del mal: pálidas novias románticas que mueren en la flor de la vida, akelarres de brujas en torno al gran Chivo, maquiavélicas reformulaciones de la cuentística popular..., cohabitan en Flesh and Bone en lo que es una reflexión acerca de la perversión y el amor, de la mentira ilusoria y el sentido espiritual de trascendencia. Un cómic explícito y áspero en su crueldad y sexualidad, pero intenso y estimulante como un trago de limón.
Palm Ash (2014) sitúa su acción en el contexto de los primeros cristianos sacrificados en Roma en los sangrientos espectáculos populares celebrados en coliseos y plazas. Alterna el cómic retazos de la vida en esclavitud con escenas de la clase patricia, con sus decisiones caprichosas y volubles sobre las vidas ajenas. Palm Ash es un tebeo breve, pero impactante, un trabajo en el que la crueldad extrema depredatoria del ser humano pisotea cualquier atisbo de tolerancia y humanidad.
Dark Age (2016), por otro lado, se centra en el miedo y en la fragilidad de la existencia; en nuestra perentoria incapacidad para afrontar los retos extremos que nos plantea el medio. Arranca la historia en una sociedad primitiva de cazadores-recolectores, en aquellos orígenes de la civilización en los que el hombre estaba aprendiendo a vivir en sociedad aún expuesto a los designios de la naturaleza. En ese entorno, dos jóvenes amantes, inquietos, ansiosos de novedad y aventura, deciden adentrarse en el interior de una cueva con afanes exploratorios. Y ya se sabe, la osadía es madre de la imprudencia.
Invitan los relatos cortos de Julia Frörer a una pronta recopilación. Pero, sobre todo, le dejan a uno con  ganas de seguir profundizando en la obra de una autora diferente y perturbadora, una exploradora de los miedos y crueldades humanas con la rara capacidad de agitar nuestras conciencias. Queremos más.

jueves, junio 25, 2015

Otro minicómic: Gasoline Eye Drops, de Chris Gooch


Chris Gooch sólo tiene 20 años, pero aunque en sus cómics se vislumbran inquietudes y la sensibilidad propia de esa edad, su madurez como narrador resulta ciertamente notable. Gasoline Eye Drops es un buen ejemplo de lo que decimos. Llegamos a este tebeíto gracias a las siempre aprovechables recomendaciones de Paul Gravett y sus ojeadores alrededor del globo.
Gooch escribió y dibujó este trabajo dentro de un proyecto becado de promoción artística de la RMIT University Link en Australia. El cómic se presentó también como exposición artística con murales gigantes que reproducían las páginas del tebeo. En el prólogo de la obra, Mandy Ord, la editora y tutora del proyecto, enumera algunas de las muchas virtudes del mismo:
I can snap my fingers to the beat of the lives depicted in Gasoline Eye Drops and know that I am connected to everyone else. And that is what a great comic can do. It can pull you in and incite you as a participant, observer and witness simultaneously. But more than that it can help you to realise a revelatory truth about the characters and an ever deeper one about yourself.
Tiene razón Ord cuando insinúa la valía de Gasoline Eye Drops como estudio del comportamiento humano: la capacidad de Gooch para capturar con naturalidad el pulso de la vida y de los conflictos interpersonales, su habilidad a la hora de construir diálogos precisos y verosímiles, hacen que este trabajo supere los valores más obvios anclados a la cotidianidad que se adscriben a la etiqueta "slice of life". El minicómic de Gooch funciona como análisis psicológico y como ejercicio introspectivo en el que se indaga sobre las consecuencias de nuestros miedos, frustraciones, deseos y sueños.
A partir del triángulo amoroso formado por Simon, su nueva novia Sarah e Issac, el exnovio recién abandonado de ésta, Gasoline Eye Drops navega en el infierno de los celos, el rencor y la impotencia que generan algunas rupturas sentimentales. Las visitas al psicólogo de Simon, el personaje principal, constituyen una interesante subtrama dentro del cómic, en la que el autor despliega una serie de elementos oníricos y aspectos del subconsciente que ayudan a enriquecer el relato principal; al mismo tiempo que dotan a la historia de matices y complejidad.
Para subrayar el desasosiego y la impotencia de los personajes, Gooch recurre a una organización reticular de la página (sujeta a variaciones menores) formada por seis viñetas cuadradas idénticas organizadas en dos filas. El reducido tamaño de las viñetas y la simetría estructural contribuyen a profundizar en la atmósfera opresiva que domina la historia. La abundancia de planos medios, primeros planos y planos de detalle incide en esta misma cadencia pausada (propia de lo rutinario), pero recorrida por la tensión soterrada que se deriva de los comportamientos compulsivos y de las frustraciones de los protagonistas.
¡Qué más podemos decir de un autor que apenas ha cumplido la mayoría de edad! Después de minicómics tan interesantes como Hidden y, sobre todo, este Gasoline Eye Drops, sólo nos resta esperar con mucha atención futuros trabajos de un creador que aún no ha alcanzado su madurez. Sólo podemos esperar buenas noticias de Chris Gooch.

jueves, junio 18, 2015

Un minicómic: Greys, de Olivier Schrauwen

Aficionados como somos a los minicómics, y firmes creyentes de su interés como vehículo formal de exploración y puerta de entrada para autores con proyección, vamos a referirnos esta semana a un tebe'ito un tanto escondido dentro de la bibliografía de uno de los últimos prodigios del  tebeo experimental.
Olivier Shrauwen no es ya ningún desconocido. Somos muchos los que esperamos con expectación sus publicaciones, siempre vanguardistas (muchas veces en el sentido literal e histórico de la palabra) y sorprendentes. Shrauwen es un renovador, y lo es hasta en sus obras más "pequeñas" y modestas, como este Greys, publicado en un cuadernillo grapado de papel reciclado; y tonos grisaceos, por supuesto.
Greys arranca con una doble página que, junto al autorretrato del mismo artista, incluye la confesión en primera persona de una experiencia paranormal, o extrasensorial, supuestamenta vivida por el propio Schrauwen: este cómic es la descripción pormenorizada de una abducción alienígena; y la justificación de su propósito no carece de convicción:
Hi my name is O. Shrauwen. I'm a 33 year old man living in Neukölln, Germany. On the following pages I will present to you a report of my encounter with extraterrestrial beings known as 'grey aliens' or 'greys'.
As a professional graphic-novelist I chose to tell this story in a comic-form. I believe that precisely in the gray area, the overlap between what can be said with words and what's best shown with images lies the language that can truly convey the profound mystery of the events I've experienced. 
El humor de Schrauwen es tan fino y sutil en sus cómics que, en muchos casos, se diluye detrás de la extravagancia o la experimentación radical de su propuesta. Hasta sus páginas más dadaístas admiten una lectura profunda y razonada. Partiendo de esta base, Greys se plantea como una crónica detallada y minuciosa de un imposible. Precisamente, ese tomarse en serio a uno mismo, esa documentación ilustrada de la alucinación apoyada en el testimonio exhaustivo, hacen que el lector se deje engañar y se meta de cabeza en la nueva gamberrada de Schrauwen.
La sobriedad de la propuesta formal (páginas de un tamaño de medio folio divididas en dos viñetas idénticas), junto a la sencillez de los dibujos y la baja calidad de impresión (que se manifiesta en el pixelado grueso de líneas y tramas), contribuyen a crear una sensación de urgencia, una impronta visual semejante al panfleto confesional o el folleto evangelizador, que tantas veces nos han ofrecido en la misma puerta de nuestra casa misioneros en campaña de apostolado y demás adeptos a milongas espirituales. Con el mismo escepticismo y divertida perplejidad que nos acercamos a aquellos, leemos este Greys de Schrauwen. Con una ventaja sobre cualquiera de ellos, eso sí, Schrauwen no tiene que hacer nada más para convertirnos o convencernos, nos tiene abducidos desde que le leímos por primera vez.

lunes, agosto 05, 2013

Ai laket!!, drogas y cómics.

Este verano hemos encontrado por primera vez a los chicos de Ai laket!! en un sarao festivalero. Su iniciativa nos ha parecido interesante y muy didáctica. Como señalan en sus folletos, se trata de una asociación sin ánimo de lucro, formada por personas usuarias o ex-usuarias de drogas ilícitas, que busca informar sobre los efectos y consecuencias del consumo de sustancias psicoactivas. Lo hacen con rigor y objetividad, sin mitificaciones peligrosas ni falsos prejuicios: "Apostamos por aprender a convivir con las diversas sustancias psicoactivas, desde la óptica del consumo responsable y la autogestión de los riesgos derivados de su uso. Creemos que consumir drogas o no es una decisión personal que debe ser adoptada de manera libre e informada por personas adultas. Ai laket!! no pretende influir sobre esta decisión, sino aportar información rigurosa, práctica y creíble para que, de producirse el consumo, este sea el resultado de una reflexión que incluya el mayor número posible de elementos de juicio".
En un mundo en el que el tráfico de drogas y el consumo de productos adulterados está produciendo cada vez más problemas, en el que la sociedad acepta de forma hipócrita e indiscriminada el consumo de algunas sustancias (alcohol, cafeína...), mientras estigmatiza otras, se oyen cada vez más voces a favor de la legalización de ciertas drogas. El modelo punitivo ha fracasado definitivamente y ha conducido a algunos países, como Mexico, a una espiral de violencia autodestructiva y un futuro incierto, es fuente continuada de abusos, crímenes y explotación humana, y apenas ha llevado a éxitos reales. Quizás ha llegado ya el momento de probar otras vías, como la de la legalización de un consumo controlado y responsable, algunos países están dando pasos en este sentido. Esa es la idea que comparten desde Ai laket!!
Para llevar sus propósitos a buen fin o, al menos, para evitar malinformaciones y malas praxis, han publicado una serie de folletos informativos dedicados a las drogas que más habitualmente aparecen en nuestro entorno. En cada uno de ellos, describen la sustancia, analizan las dosis y vías de administración, sus efectos y contraindicaciones a corto, medio y largo plazo, las interacciones que presentan con otras sustancias y medicamentos y las consecuencias de su consumo. En un artículo reciente de eldiario.es se señalaba que:
La detección de sustancias nuevas y peligrosas es una de las claves del trabajo de Ai-laket. "La gente puede estar comprando speed”, señala Pérez de San Román, “creyendo que tiene anfetamina, pero resulta que tiene otra sustancia. El año pasado detectamos más presencia de PMA en muestras de anfetaminas. El PMA es una sustancia altamente tóxica que se ha relacionado con casos de intoxicaciones mortales en varios países europeos".
Este hecho demuestra,  según Ai-laket, "la importancia de un análisis de calidad para hacerse a la idea de la adulteración en el mercado negro y poder prevenir posibles riesgos". El mercado ilícito de drogas está en constante cambio, un paso por delante, lo que obliga a reforzar "reforzar los sistemas de detección temprana de sustancias potencialmente peligrosas".
Lo que les trae a este blog, sin embargo, es que, junto a esos folletos exhaustivos y detallados (en castellano y en euskera), Ai laket!! ha publicado también una colección de mini-cómics en la que, de forma gráfica y más resumida, se incide en la misma idea. Hay cómics dedicados al alcohol, a la marihuana, a la ketamina, al mdma, al speed, al extasis, etc., y entre varios autores de la escuela TMEO (la mayoría, como Santi Orúe y Piñata, con un estilo de dibujo en esa "línea chunga" underground tan del cómic español de los 80), encontramos algún nombre muy familiar como el de Mauro Entrialgo y alguna que otra sorpresa (el mini-comic dedicado a la ketamina está firmado por Kukuxumusu y protgonizado por sus cándidas ovejitas, nada menos).
Una inicitiva digna de aplauso que ya está siendo reconocida incluso fuera de nuestras fronteras, como demuestra el reciente premio Pompidou Award que el Consejo de Europa les dedicó hace unos meses como mejor proyecto de prevención de drogas europeo.

martes, diciembre 25, 2012

Por Navidad, Buendolor para Usted.

No se nos ocurre mejor desconexión navideña que la de navegar entre viñetas para escaparse de banquetes excesivos, masificaciones celebratorias y jingles machacones. Hoy les invitamos a leer cómics de calidad en formato pequeño y autoeditado. Ya saben ustedes cuánto nos gustan los minicómics y los fanzines hechos con mimo. Tenemos dos ejemplos recientes que cumplen con todas las premisas.
Esteban Hernández lleva ya nada menos que siete números publicados de su fanzine Usted. Toda una caja de sorpresas que encierra entre sus páginas muchas de las fobias, filias y reflexiones de su creador. Más aún en este número en el que todas las historias son suyas. Siguiendo el itinerario de los Usted, uno percibe además la evolución artística de un creador que cada vez es mejor dibujante; se adivina el refinamiento de su línea detallista, su trabajo con los fondos, primoroso y expresivos, y su empleo del color y las masas de grises como elecciones plásticas que aportan profundidad y tridimensionalidad a sus imágenes (y que a nosotros nos gustan mucho más que esa línea clara diáfana que emplea en otras historias).
Usted #7 está todavía mejor dibujado y editado que los ejemplares anteriores (que también nos gustaron mucho), pero además funciona como ejercicio autorreflexivo de calado hondo: desde su estupenda e intrigante portada nocturna, el lector adivina que, para el artista, algunos de los relatos que lo componen son en realidad un fragmento de consciencia, un ejercicio de exorcismo autoconfesional (como en los casos de 12:30 a.m., Metaduelo, Aún me pasa poco o Sea como fuere, en la que desarrolla el episodio de un viaje frustrado a Colombia, en el que, nos tememos, estuvo implicado un amigo transatlántico de este blog). En otras ocasiones, Esteban Hernández recurre al humor absurdo agridulce (la serie Mik i Kim) o a anécdotas cotidianas con poso reflexivo existencial (Ciprés, Ocurrió aquí al lado o Iván utilizaba el transporte público), para desarrollar su catálogo de patologías y anomalías sociales. A nadie puede extrañar que Usted fuera el fanzine ganador del último Salón de Barcelona.
El segundo fanzine que hemos disfrutado recientemente es el número tres del Buendolor de Nofu (Álvaro Nofuentes). Otro buen amigo de esta bitácora, que regresa después de su experiencia en la Escuela Europea de la Imagen de Angulema (a donde llegó con una beca de la Caixa, señal de que este tipo de iniciativas rinden sus frutos antes de que los gestores de la nada decidan cancelarlas).
Siguiendo un itinerario cruzado al de Esteban Hernández, en el nuevo número de Buendolor aparecen más autores invitados que nunca: encontramos historias del propio Nofu, claro, pero también hay viñetas de Mai Li Bernard, Marcos Prior, Martín López, Micharmut o del mismo Esteban Hernández; cruce de caminos… Todos los relatos orbitan alrededor de un único tema y concepto creativo: “Experimentando con sexo”. Dos nociones felizmente complementarias. Lo observamos ya en la portada, en la que conviven el Pato Donald, Daisy y un muy lubricado troquelado vaginal. Envidando.
En su señalado afán experimental, las historias de Buendolor #3 eligen recorridos muy diferentes, incluso divergentes: así, pasamos del lirismo sexual explícito de Gorrión herido (de Berliac), a la pesadilla onanista de Esteban Hernández en Tres lecturas y el erotismo simbólico de Que no se acabe, del propio Nofu, de Balla Balla, de Lisa Lugrin y de A veces imagino, de Maxime Jeune y Camille Albaret… Muchos fluidos para empapar los relatos que conforman Buen dolor #3. Otro fanzine de aquí que sigue haciendo méritos y reuniendo argumentos para merecer nominaciones y agasajos varios.
Ya ven, no se puede felicitar la Navidad mejor: turrón del duro y polvorones envueltos en viñetas.

lunes, noviembre 19, 2012

Where Hats Go, de Kurt Wolfgang. Sombreros underground.

Nos ha dado en los últimos tiempos por volver al mundo de los minicómics y de las emociones autoeditadas en pequeño formato. Lo hemos hecho recuperando viejas deudas lectoras, como aquella recomendación que don Kioskerman nos hizo hace varios años a propósito de una charla bloguera sobre Mat Brinkman y nuestros siempre admirados Fort Thunders. Nos habló en aquella ocasión de Kurt Wolfgang y su Where Hats Go, pero no ha sido hasta ahora cuando ha caído en nuestras manos.
Todo un manifiesto del nuevo underground, en tamaño reducido y con una presentación excelsa. El librito de Wolfgang cuenta con 160 páginas sin palabras, editadas en bicolor marrón e introducidas por una simple pero delicada portada abstracta construida a base de motivos geométricos. Sus dibujos nos recuerdan inmediatamente a los de otros dibujantes de eso que hemos dado en llamar "el nuevo underground", la relectura un tanto barroca, urbana, lisérgica y polimórfica de los hallazgos de aquellos genios de los 60 y 70; la que en los 80 y 90 encarnan autores como los norteamericanos Dave Cooper y Pete Bagge. Aunque la línea de Wolfgang se nos parezca sobre todo al trabajo del británico Hunt Emerson, un artista que siempre estuvo a medio camino (estilístico y cronológico) entre aquellos autores originales del comix y esos herederos que venimos comentando.
Abres Where Hats Go y te encuentras con ráfagas de viento y sombreros que vuelan por los aires de una ciudad norteamericana que bien pordría ser Nueva York (o New Jersey, la ciudad de su autor, por qué no). Así, tomando como punto de partida un asunto tan trivial como la desaparición de una gorra con especial valor sentimental para su dueño, Wolfgang alimenta los recovecos de su relato mudo con brochazos de humanismo surrealista y una buena dosis de esa reducción al absurdo que tan bien les sentaba a los Crumb, Shelton y Cruse. Así, lo anécdotico se convierte en algo muy serio (sobre todo para sus sufridos protagonistas) y le da pie a su autor para hacer el consabido ejercicio de crítica social, que en tantos casos se esconde detrás de la apariencia lúdica de los cómics de Cooper o Bagge.
Sólo una pega, ¿por qué tenemos la sensación de que Where Hats Go, en su tramo final, peca de un acabado premuroso y mucho menos detallista que en el resto de sus páginas? Sea como fuere, detrás de los profusos rayados, las tramas abigarrada de sus viñetas y su galería de personajes freaks, este cómic no es otra cosa que un cuento de navidad al uso, eso sí, habitado por mendigos, niñas sabiondillas, perros al borde del colapso y muchachos hipersensibles un tanto ridículos. Y de fondo, la crudeza del invierno en las grandes urbes occidentales, escenarios tan poco amables con los desfavorecidos como propensos al pequeño milagro cotidiano.
Ya saben que eso son y de eso se nutren los minicómics: del talento de sus entusiastas creadores y de los pequeños milagros editoriales. El de Kurt Wolfgang es un buen ejemplo de todo ello; ¡si hasta estuvo a punto de ganar un Ignatz Award en 2002!

lunes, octubre 01, 2012

Optic Nerve #12, de Adrian Tomine. La sombra de Ware.

A estas alturas, la sombra de Mr. Ware no es que sea alargada, sino que amenaza con cubrirlo todo. Hasta las rendijas de ventilación del, aún por llegar, nuevo cómic.
Viene esta reflexión a cuento del último número que ha llegado a nuestras manos de Optic Nerve (el 12); el fanzine de Adrian Tomine, del que ya hablamos aquí con motivo de la edición por parte de Drawn & Quarterly de la caja con sus primeros 7 números en edición facsímile. El nuevo número de Optic Nerve (con tamaño de comic-book, portada seccionada y un diseño y maquetación muy elaborados) se parece poco a aquellos primeros juguetes narrativos, imperfectos y saludablemente espontáneos, de Tomine. Se mantiene en el equipo de Drawn & Quarterly, eso sí, aunque han pasado cinco años desde la aparición del último Optic Nerve. Algo ha cambiado en este lustro. Y Ware tiene mucho que ver con ello.
Lo nuevo de Tomine nos recuerda al trabajo del estadounidense desde la maquetación misma del fanzine, que algún despistado podría tomar por una nueva entrega de The Acme Novelty Library, más que por un nuevo Optic Nerve. En el interior, la distribución de los contenidos y el formato, con constantes homenajes al cómic clásico (tiras, dailies, sundays en color...), también recuerda a los imprevisibles juegos de maquetación y a la recuperación de modelos de diseño preterito, que caracteriza a la obra de Chris Ware. Este número 12, además, plantea un guiño de maquetación al posibilitar la doble posibilidad de una portada roja o naranja.
Más de lo mismo respecto a las variaciones estilísticas de Tomine en piezas como Hortisculpture, en la que abandona su habitual realismo (un tanto idealizado), en pos de una caricatura influida por las variantes más cartoon de la obra de Ware (e incluso de Clowes). Está de moda el eclecticismo autorial dentro de una misma obra. Este nuevo tipo de dibujo de Tomine, que ya anticipaba en Escenas de un matrimonio inminente, a nosotros nos recuerda al de otro de nuestros jóvenes autores predilectos, el también estadounidense Kevin Huizenga.
El protagonista de la ya citada A Brief History of the Art Form Known as Hortisculpture (nominada este año en los Premios Eisner a mejor historia corta) es un individuo francamente antipático, que parece un clon del Wilson de Clowes, al que se le hayan añadido algunos rasgos de la insegura personalidad de Corrigan. Difícil empatizar como lector con la obsesión "hortiescultora" de Harold.
Amber Sweet se parece más a las ya conocidas historias cortas de Tomine que pudimos leer en Sonámbulo o Rubia de verano. El Tomine que más nos gusta, aquel autor costumbrista tan "carveriano" que aprendimos a querer. La historia de esta joven muchacha que tiene la mala suerte de parecerse a otra persona, nos devuelve de nuevo al mejor Tomine. Le reconocemos en su estilo habitual y en una historia muy bien tejida a partir de uno de los temas favoritos en la obra del estadounidense-japonés: el azar caprichoso. En nuestra opinión, se trata de un relato muy superior a su compañero de volumen.

Después de la habitual sección de cartas del lector que encontramos en todos los Optic Nerve, el volumen se cierra con una historia metaficcional paródica. Un ejercicio de autorrepresentación en el que Tomine relata en dos páginas el propio proceso de creación de este último número de Optic Nerve. Una historieta ligeramente autocomplaciente y con un punto de vanidad camuflada de falsa modestia, pero francamente divertida.
No nos malinterpreten, no queremos decir que no apreciemos al afán experimental y las nuevas inquietudes creativas de Adrian Tomine, pero en ocasiones el homenaje estilístico (a Ware y Clowes en este caso) o la asunción de caminos ajenos, puede llegar a crear moldes más que a crecer como artista. Definitivamente, a nosotros lo que más nos ha gustado de este Optic Nerve #12 es aquello que lo emparenta con el Tomine de siempre, el que ya conocíamos.

lunes, febrero 07, 2011

Pebble Island, de Jon McNaught. Puntillismo contemplativo

Nos hemos traído, de un viaje fugaz a las Islas Británicas, un cómic diferente, un tebeíto que entraría en la categoría de los minicómics, junto a otros como éste, este otro o aquel, aunque más por su reducido tamaño, que por su edición, primorosa ésta; muy alejada del habitual carácter artesanal de las autoediciones semiamateur de aquellos primeros minicómics de finales de los 90.

Pebble Island, de Jon McNaught es un precioso tebeíto de pastas duras en el que no pasa nada. Bueno, pasa la vida. Por eso, sus viñetas mínimas son casi paisajísticas, además de eso, pequeñas y puntillistas; dibujadas con unos apacibles tonos pastel que intentan captar la luz, las horas del día y los elementos de la naturaleza, de un modo similar al que perseguían aquellos maestros de la pincelada impresionista de finales del XIX.

El cómic de McNaught cae en el lago remansado de lo contemplativo. Pebble Island es un lugar solitario en el que los niños no tienen más aventuras que las que se viven junto a un coche abandonado; una isla llena de paisajes insólitos alumbrados por lavadoras abandonadas, bunkers vacíos y ovejas que murieron hace mil años. Todavía no lo saben, pero en Pebble Island, ver una película puede llegar a ser toda una aventura, de Indiana Jones, pongamos.

El delicado trabajo de Jon McNaught rezuma aires ilustrativos. Nos recuerda sobremanera, con esas pequeñas viñetas pintadas más que dibujadas, a otros trabajos que también olían a trasvase pictórico. Nos acordamos de Shaun Tan, por supuesto, pero también de Renée French, dos amantes del trazo delicado, de la belleza satinada y de las viñetas pequeñas, llenas de evocación simbólica.

En su sencilla, pero elegante, página web hay sobradas muestras de todo ello. Como en una isla de guijarros brillantes. A veces el disfrute y la belleza llegan dados de la mano, en silencio.


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Más imágenes y adquisiciones en Nobrow.

miércoles, agosto 19, 2009

Gardenhead, de Dash Shaw. Claves diagramáticas precoces.

Éste es el año de Dash Shaw, en España lo es. No sólo porque después de La boca de mamá se ha publicado su monumental Ombligo sin fondo, sino porque parece que toda la crítica habla de él en términos elogiosos y porque Bodyworld, su webcomic, continúa los niveles de excelencia de su producción reciente.
Sin embargo, Shaw no es un recién llegado al mundo del cómic. Su producción se remonta a los primeros años de esta década, en los que encontramos viñetas suyas repartidas entre colaboraciones varias y minicómics. En esta primera producción descubrimos ya las mismas ambiciones experimentales de sus tebeos más recientes. Precisamente, nos hemos hecho con uno de ellos hace unos día en una tienda de cómics madrileña, después de escarbar a la busca de algún tesoro entre sus arenas de material importado. Gardenhead (Meat Haus) es un minicómic de 48 páginas, impreso en papel de baja calidad (apariencia de fotocopias) y con nulo cuidado en el acabado (la portada de cartón está recortada a menor tamaño que las páginas del interior); lo que importa es lo que se cuenta, desde luego.
Gardenhead es tan difícil (quizás más) como todas las obras de este autor. Su lectura no es cómoda porque el lector no encuentra en sus páginas las claves de la narración lineal a las que nos tiene acostumbrados el lenguaje comicográfico, las páginas de Shaw exigen una participación activa del futurible "intérprete" que decida enfrentarse a ellas. El lector habrá de juntar, decodificar la materia narrativa expuesta para reconstruir a continuación las claves de la historia. No es tan complicado, en realidad. Shaw no niega la linealidad completamente, pero la enriquece con sus rasgos más distintivos: la búsqueda y recreación gráfica de estímulos sensoriales más allá del componente visual puro y la superposición/acumulación de información descriptiva y narrativa (desde un acercamiento intelectual), normalmente a través de diagramas, mapas, apéndices o insertos textuales entre las viñetas.
A partir de los vínculos interpersonales de sus protagonistas, este cómic desarrolla una reflexión alrededor del lenguaje, su naturaleza y convencional y la capacidad de las palabras para expresar conceptos abstractos, como las emociones; en una de sus páginas lo expresa así su protagonista femenina:
But "feelings"? No ususal themes of philosophy or emotions can be legitimate topics for discussion, because the words have no concrete counterparts. When we talk about love, we can't know what we're saying or know that others share our understanding of the world. Is there a widely accepted form of "love" to share?
Raymond, el verdadero protagonista del cómic, es un niño hipersensible y ciclotímico incapaz de relacionarse ni ser aceptado por su entorno; junto a él aparecen su hermano, bibliotecario, apasionado de la frenología, con ciertos aires de misticismo intelectual y la chica, la joven bulímica, hiperracionalista y asocial, de la que se enamora éste. La excepcionalidad de los mismos personajes facilita el acercamiento intelectual de Dash Shaw a diversos temas complejos, como la capacidad del ser humano para establecer vínculos a través de diferentes procesos comunicativos o las dificultades cognitivas que afectan a ciertos niños (hipersensibles, autistas...) en sus procesos de maduración personal y de desarrollo intelectual.
La profundidad del cómic, no obstante, no depende de los temas tratados, sino de los mecanismos narrativos que se emplean para su exposición. Son éstos los que revelan la densidad temática, al enriquecer la historia con información técnica suplementaria. Por ejemplo, Shaw pone al lector sobre aviso de su historia al abrir y cerrar las páginas de su minicómic con un pequeño catálogo visual de imágenes ordenadas alfabéticamente (una manzana, una flecha, una hormiga, etc.) asociadas (como en los diccionarios de imágenes para niños pequeños) con la palabra inglesa correspondiente que las referencia (apple, arrow, ant, etc.). Luego, cuando hace partícipe al lector de los desórdenes alimenticios de su protagonista femenina, Shaw interrumpe la narración para mostrarnos un diagrama con la imagen de la chica rodeada de carteles de información y mensajes publicitarios (reales) de dietas de adelgazamiento. Tiene un sentido limitado seguir desmenuzando de este modo cada recurso técnico empleado por Dash, ya que todo el tebeo en sí es un ejemplo de experimentación formal en sus, solamente, 48 páginas.
Pensarán ustedes que tampoco tiene mucho sentido diseccionar de este modo un cómic al que el público castellanoparlante no tendrá posiblemente acceso. Nos defendemos: Gardenhead es una joyita de la primera etapa (2002) de un autor que no deja de crecer y que está llamado a ocupar uno de los lugares de privilegio en el cómic de los próximos años; muchas de las técnicas que su autor anticipa en él, forman parte del corpus de instrumentos que fundamentan obras suyas más recientes y maduras (éstas sí, al acceso del lector castellanohablante), como La boca de mamá u Ombligo sin fondo. No está por tanto de más, reivindicar los trabajos iniciales de Shaw (realizó Gardenhead con sólo 19 años), para comprobar que el magisterio que recibió en la School of Visual Arts de Manhattan, a cargo de profesores tan prestigiosos como Mazzucchelli o Gary Panter, tuvo unos frutos tempranos y sabrosos.
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Entrevista a Dash Shaw de Chris McD, January 2009 (vía Meat Haus)
Excelente perfil biográfico en
Zonanegativa.

jueves, agosto 13, 2009

Nachito el erudito, de Nofu. Dolores prepúberes.

Nachito muestra el mismo grado de desacato ante la autoridad (paterna) que Calvin. Nachito razona con el cerebelo retorcido y habla con el diente afilado, como una Mafalda caprichosa. Nachito es egoísta, ególatra, egocéntrico y encantadoramente fascista, como tantos niños de su edad. Nachito es una creación comiquera de Nofu y sus andanzas (que el autor ha ido publicando regularmente en su blog) aparecen ahora recopiladas en su fanzine-minicómic Buen dolor (Uno: Nachito el erudito).

Lo decíamos hace poco, es un gustazo constatar como los autores jóvenes de este país le van perdiendo progresivamente el miedo a la autoedición. Los formatos pequeños y las tiradas cortas son una buena solución para dar a conocer una obra que, de otro modo, difícilmente llegaría a las tiendas. El placer es doble cuando, como en este caso, nos encontramos con ediciones tan cuidadas y bonitas como la de Buen dolor: un minicómic cuadrado con grapas, páginas interiores en papel sepia y unas preciosas cubiertas en rústica, diseñadas como un juego de naipes (con la ayuda de Esteban Hernández).
Nofu desarrolla las andanzas de Nachito en gags de una página dividida en cuatro viñetas regulares, con un personal estilo que nos recuerda a ese amateurismo feísta y provocador de los primeros cómics underground (que, nos parece, funcionaría aún mejor con un rayado y entramado más mecánico y regular, sin que ello tuviera por qué ir en detrimento del estilo de su autor). Además si hay algo por lo que destaca este pequeño cómic es, precisamente, por su humor inteligente y por sus ademanes trasgresores, como sucedía en aquellos comix de los 60 a los que acabamos de remitir: las andanzas de Nachito revelan en buena medida las rozaduras generacionales que, en la sociedad actual, sufren muchos padres, incapaces de entender-domesticar-educar a sus hijos pequeños. Ahí reside el encanto de este Buen dolor, en su capacidad para poner el dedo en la llaga y generar escozor desde el humor ácido. Odiamos a Nachito, ese niño caprichoso, chantajista y ladino, pero es nuestro hijo y tenemos que vivir con él; como la vida misma (sic. cualquier Colegio de Primaria o IES de esta España nuestra).

Descubrimos a Nofu en el último Usted de Esteban Hernández y nos gustó mucho su breve colaboración. Ahora, sólo esperamos seguir teniendo noticias suyas y que este Buen dolor (tres euritos nomás) tenga continuidad. De postre, el minicómic incluye además colaboraciones de una página de artistas tan nombrados en los últimos tiempos como Paco Alcázar, Sergio Córdoba, Brais Rodríguez o el mismo Esteban Hernández (además de Marc Llorens o Manuela Torres), que, con sus diferentes identidades estilísticas, ayudan a afianzar las cualidades del personaje. A por él.

jueves, julio 16, 2009

Usted #5, Esteban y amigos al abordaje.


Ya lleva Esteban Hernández cinco números de su revista-fanzine-minicómic Usted; no es poca cosa a tenor de lo turbias que se mueven las mareas editoriales para pequeños y medianos editores. La apuesta es también valiente porque las aguas de la autoedición en nuestro país son tan procelosas como inescrutadas. Es curioso que una superficie que en Estados Unidos ha visto nacer a los artistas más interesantes de los últimos años (venidos muchos de ellos de la costa del minicómic) haya sido tan poco explorada por aquí.
Esteban va de explorador audaz y deseamos que descubra muchas tierras fértiles. La aparición de su último álbum, Sueter, en una major parece demostrar que el viaje no va desencaminado (aprovechamos este post para felicitarle también por ello). En este último número de Usted se consolidan algunas de las virtudes de la publicación (su espíritu libérrimo, audaz y carente de restricciones genéricas, estilísticas y, ahora, también autoriales; un nivel medio-alto en la selección de historias que ofrece una inmejorable relación calidad-precio -¡tres euros!-, etc.) y se avanza con ilusión en la conformación de otras (virtudes): se agradece, por ejemplo, que Esteban insista en aumentar la nómina de colaboradores y confíe en autores ya consolidados y absolutamente "fiables" como Ed o Carlos Vermut; o que nos descubra a nuevos valores como Álvaro Nofuentes. Al compartir la carga creativa, el "editor" puede permitirse filtrar su propia participación dentro del fanzine (que en el fondo es la columna vertebral del mismo debido a las historias, ilustraciones y diseño que aporta el propio creador) y hacerlo con un criterio de calidad y autoexigencia renovado.
Las tres piezas que incluye Esteban Hernández dentro de Usted #5 están con claridad entre lo mejor del mismo. Sobre todo, nos ha gustado Handrolling tobacco, porque creemos que reune algunas de las mejores cualidades de su autor: su capacidad para observar las anomalías del comportamiento humano dentro de la existencia cotidiana, su descripción de personajes a partir de gestos y procesos mentales y un estilo de dibujo manierista que, no obstante, cada vez se muestra más diáfano, brillante y funcional. Rasgos, todos ellos, que definen a un autor joven y valiente (tanto como para lanzarse a editar su propio fanzine), que todavía va a crecer mucho más. Al tiempo.

sábado, abril 11, 2009

Biografías históricas normalizadas. Reich, de Elijah Brubaker.

Uno de los efectos secundarios de eso que llaman la normalización del cómic es su acercamiento a géneros y formas que en otros discursos narrativos parecen ya asentadas, pero que en el caso de las viñetas resultan todavía un territorio por explorar. Hablamos, por ejemplo, del género de las biografías históricas.
No hay que pensar demasiado para enumerar un buen puñado de biografías históricas noveladas memorables (Yo Claudio, Koba el temible, Flores de plomo...). Otro tanto sucede con el caso de las narraciones fílmicas (Andréi Rubliov, Aguirre, la cólera de Dios, El hundimiento...). En el caso del cómic, más allá de los célebres acercamientos de Robert Crumb al género con sus perfiles biográficos sobre Philip K. Dirk o pioneros del blues y el jazz, como Jelly Roll Morton o Tommy Grady (atención al post de Entrecomics al respecto), encontramos pocos ejemplos de vidas ajenas noveladas: quizás el más destacado de los últimos tiempos sea el aclamado Louis Riel de Chester Brown, aunque la lista promete ampliarse en los próximos tiempos.
Un ejemplo más es el de esa pequeña serie de minicómics independientes norteamericanos realizada por Elijah Brubaker, que responde al nombre de Reich (ya en su quinta entrega). En ella, se nos narra la vida de Wilhelm Reich, científico, filósofo y activista político cuya agitada vida discurrió entre 1897 y 1957. En la biografía de este personaje histórico, escasamente conocido, encontramos material suficiente para establecer un relato no falto de emociones. Reich fue uno de los pioneros de las tesis del psicoanálisis, en estrecha relación con Freud, y las teorías de la energía sexual. Su ideario político estuvo también marcado por las polémicas relaciones que mantuvo con casi todas las tendencias ideológicas imperantes en su tiempo: tuvo problemas con el partido comunista, al que en ciertos momentos le unió alguna afinidad ideológica; por su carácter totalmente contrario al autoritarismo, Reich, que además era judío, fue perseguido por los nacionalistas y fascistas alemanes y, finalmente, cuando terminó exiliado en Estados Unidos, sufrió un absoluto rechazo por parte de todos los estamentos sociales, que lo trataron de loco o excéntrico y terminaron quemando, literalmente, sus escritos en la hoguera para después encarcelarle.
Con tan complejos mimbres, la labor de Brubaker no era fácil, desde luego. Aunque se lamente en la introducción del espacio limitado que ofrece el formato de un minicómic, el autor norteamericano lleva a cabo su tarea de una forma sorprendentemente minuciosa y extensamente documentada (como denota la bibliografía que maneja). De hecho, en varios momentos, la vida y las teorías de Reich aparecen ilustradas por detalladas explicaciones científicas de sus presupuestos psicoanalíticos y apoyadas por citas literales de otros personajes de su vida y estudiosos de su biografía, que asumen, momentáneamente, la voz narrativa (se nos muestran hablando en una viñeta a modo de personaje entrevistado o cita ilustrada) en un recurso de referencia a la autoridad escasamente utilizado en el cómic. No obstante, este mecanismo, efectivo en la mayoría de las ocasiones, espesa la lectura en algún otro caso.
Destaca además la forma en que Brubaker aborda la descripción de personajes, en concreto la de Reich, a quien dota de una personalidad compleja y cambiable, recreando con eficacia objetiva la volubilidad, a veces antipática, del personaje. A la descripción física de los caracteres ayuda la sorprendente línea de dibujo de su autor, que apuesta decididamente por un estilo vanguardista: expresionista casi siempre en sus juegos con el claro-oscuro, cubista en el diseño anguloso de espacios y personajes, y surrealista cuando toca a la descripción de sueños y emociones. Un dibujo que puede parecer primerizo o amateur en ciertos momentos, pero que alcanza sus objetivos aportando espontaneidad y cierto aire naif al relato.

Ya ven, una nueva incursión entre la espesa y fértil vegetación del cómic independiente norteamericano que tiene en este caso más sentido que nunca, ya que nos ha conducido al panorama sociopolítico de la Europa anterior a la Segunda Guerra Mundial. Precisamente, el mismo territorio que acabamos de visitar y que ha tenido este blog paralizado durante casi una semana. En próximas entregas (que, prometemos, serán menos distanciadas en el tiempo) les hablamos de nuestro periplo berlinés; que ha dado para mucho.

miércoles, enero 14, 2009

Lilli Carré. Bosques xilografiados y folclore leñador.

En los pasados Premios Harvey, entre los nominados a Autor Revelación, se encontraba una muy joven autora estadounidense (angelina, para más señas) llamada Lilli Carré. Finalmente, el premio se lo llevó Brian Fies, con la mentada Mom's Cancer, pero daba la impresión de que ésta no iba a ser la última aparición de Carré en alguna lista de nominaciones a éstos u otros premios.
De hecho, poco después, Lilli obtuvo el galardón a la mejor historia, por The Thing About Madeleine, en los también muy prestigiosos Premios Ignatz. Recordamos que en los comentarios de un blog amigo mencionábamos al respecto las escasas referencias que teníamos de la autora: en concreto, habíamos leído una historia corta suya en The Best American Comics 2006, la recopilación editada por Harvey Pekar y Anne Elizabeth Moore. Allí, encontramos la peculiar Adventures of Paul Bunyan & His Ox, Babe, una imaginativa reformulación comicográfica del gigantesco leñador creado por James MacGillivray y convertido a lo largo del S.XX en personaje mítico de la América rural. Resulta que esa misma historia, junto a algunas otras del mismo personaje y otras tantas del cazador Woodsman Pete forman parte de Tales of Woodsman Pete, la obra por la que Lilli Carré fue nominada los Harvey.
Este librito de 74 páginas fue publicado por Top Shelf en 2006, en una de esas preciosas y cuidadas mini-ediciones que caracterizan a la editorial norteamericana. Lilli Carré recorre los frondosos caminos de la floresta mitológica norteamericana de la mano de los dos personajes mencionados: el bondadoso, heroico e inseguro Paul Bunyan (un hombre capaz de talar bosques enteros a puntapies y formar lagos con sus lágrimas, pero incapaz de encontrar el amor) junto a su amigo Babe, el buey azul gigante, y Woodsman Pete, el cínico y ególatra cazador, que convierte cada uno de sus gestos en un símbolo de soledad antiheroica.
La figura caricaturesca y patética de Woodsman Pete refleja de forma clara el espíritu contradictorio de su naturaleza cazadora-depredadora y su empatía necesaria con en el entorno natural que habita (una nueva aportación quizás a la moderna polémica sobre la caza y su justificación ética). En uno de los episodios, Pete observa embelesado la armonía que preside los parajes que rodean su cabaña, disfruta de la inigualable belleza de un día soleado mientras "charla" amigablemente con su inseparable compañero Philippe (la piel de un oso muerto); en ese momento, el bueno de Pete se da cuenta de que no aguanta el trino de los pájaros, de que en realidad lo único que le hace feliz del entorno es su propia presencia dentro el mismo.

Los episodios de Paul Bunyan nos sitúan en una relación con la naturaleza totalmente diferente. La insatisfacción del personaje deviene de su diferencia, de su incapacidad para la interrelación con sus semejantes. Bunyan sufre su soledad al mismo tiempo que se reconoce parte del paisaje que le rodea, en una relación armónica inherente a su propia naturaleza: es un leñador antiguo, uno de esos hombres rudos y rocosos que formaban parte de los bosques antiguos; un habitante de la arboleda sencillo, honesto y solitario.
Lilli Carré recurre al absurdo y a la ironía en las aventuras de Woodsman Pete y a la reflexión nostálgica en el caso de su leñador mitológico, para crear un conjunto no carente de humor y fantasía. En el fondo se trata, como decíamos anteriormente, de reformular el folclorismo estadounidense desde una narrativa basada en la normalización del hecho extraodinario (¿realismo mágico norteamericano?), en el extrañamiento contextualizado. ¡Cuánto le debe la narración contemporánea a figuras como David Lynch o Daniel Clowes y Charles Burns (por centrarnos en el caso concreto del cómic)!. El dibujo de Lilli Carré remite, precisamente, al trazo oscuro e inquietante del autor de Agujero negro, filtrado por la sencillez conceptual de un David B, por ejemplo; pero, sobre todo, el trazo de esta autora transpira clasicismo, sus personajes, sus paisajes, sus escenas, nos recuerdan a los antiguos grabados xilografiados en madera. No podemos dejar de ver en sus dibujos las mismas vetas leñosas que conforman los árboles de los bosques que habitan Woodsman Pete y Paul Bunyan. Una opción estética la mar de apropiada, no cabe duda. Una autora prometedora, esta Lilli Carré, que habrá que seguir de cerca.

martes, octubre 14, 2008

Mindyaturas.

Un juego de palabras tontorrón para comentar brevemente dos obras breves de la independencia que han caído en nuestras manos recientemente: Me seguirás queriendo si mojo la cama, de Liz Prince, y Teen Power! de Joe Sayers.
Venimos señalando en los últimos tiempos lo mucho que nos ilusiona que las recién nacidas editoriales de nuestro país apuesten por ediciones y reediciones de jóvenes autores situados en la órbita de la independencia, tanto de dentro como de fuera de nuestras fronteras. En esa línea, junto a casas como Rossell Comics o Viaje a Bizancio Ediciones, se sitúa en lugar destacado Apa-Apa Cómics, de Barcelona, que prácticamente dedica su catálogo completo a jóvenes autores norteamericanos procedentes del mini-cómic y la autoedición. Su nómina hasta el momento es harto reveladora e inmaculada: Dash Shaw, James Kochalka o Liz Prince. A la espera de que otros como John Porcellino se unan al grupo, detengámonos en el tebeíto de esta última.
La intención primera de Me seguirás queriendo si mojo la cama no se le escapa a casi nadie: hacer reír a partir de la anécdota cotidiana transformada en sketch; un slice of life con sonrisa cómplice al otro lado. Ni el más escéptico de los lectores clinteaswoodianos de mueca congelada y gesto impertérrito será capaz de amortiguar un rictus labial similar a una sonrisa en alguna de las páginas de Liz Prince. Nadie puede resistirse en un momento u otro a la ingenuidad amable de sus personajes, ni a esas procacidades íntimo-sexuales suyas, que suenan a pecadillo golfo de enamorado. Todo muy naïf y cómplice, demasiado quizás.
Se abre el tebeíto (hablamos de su tamaño más que del número de páginas -74) con una introducción en viñetas de Jeffrey Brown. Confiesa el americano su envidia ante la naturalidad del estilo Prince, "como lo que yo intento hacer, sólo que más bonito y más gracioso y sin todos esos rollos de la autocompasión y..." Quizás no le falte razón, puede que Me seguirás queriendo si mojo la cama sea más gracioso que Torpe, AEIOU o Inverosímil (o como perdí mi virginidad); puede que sea más bonito en términos gráficos (una caricatura más redondeada e infantil), aunque no entendamos la insistencia de Prince en mantener esas molestas líneas de boceto en los rostros. Pero también es cierto que Me seguirás queriendo... no alcanza casi nunca la profundidad reflexiva de las obras de Brown, ni su capacidad para el análisis psicológico. Como ya hemos señalado, Liz Prince dirige su atención hacia la anécdota ocasional, hacia los afectos compartidos y la complicidad de un lector al que se le supone víctima, en algún momento de su vida, del empalague pasional primigenio, de la atracción embobada. Quizás por eso mismo, en algunos tramos, Me seguirás queriendo... nos resulta un tanto relamido y su humor demasiado inclinado a las sonrisas de amorío adolescente.
Pese a ello, lo cierto es que tras las aparentemente modestas pretensiones de su autora hay unos méritos evidentes: el cómic consigue captar el humor (socarrón y cómplice) que se esconde detrás de toda relación íntima y lo hace desde la sinceridad en la relación de afectos y una agradecible desnudez impúdica en las confesiones íntimas (por algo obtuvo el Premio Ignatz a autora revelación). Si necesitan pruebas, pásense por las tiras online de su autora; que también les dejamos en nuestros links de la derecha.
Joe Sayers es mucho menos sutil en sus pretensiones y propuestas. Teen Power! es, directamente, un cuadernillo-guía-catálogo de gamberradas irreverentes y chistes de brocha gorda (algunos) al servicio de lectores desprejuiciados. Les invitamos, de nuevo, a pasearse por su web y esa tira online que es thingpart, a mitad de camino entre el chiste de jaimito y la provocación underground.
Lo cierto es que, si bien algunas incursiones humorísticas de Sayers parecen pensadas para habitantes de otra cultura, edad, raza, planeta o condición mental, otros tantos de sus chistes se revelan hilarantemente universales. Nos reímos con sus tiras de crueles e irresponsables adolescentes "desvergonsexualizados" (tan parecidos a los que habitan las últimas filas de nuestros autobuses interurbanos), nos sorprende y divierte su ojo clínico para captar el papel comparsa de algunos padres y profesores actuales y nos mondamos con el guiño inteligente de sus superhéroes de lo absurdo. Así, sin más pretensiones que la sonrisa y con el desparpajo de unas tiras y viñetas realizadas a toda prisa, en menos de lo que dura un eructo, que diría Sayers... Upps, ¿ven lo que pasa por leer estas cosas?