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lunes, enero 06, 2025

Algunos cómics de 2024 que nos han encantado

Resucitamos este blog casi comatoso para cumplir la tradición y celebrar los Reyes Magos con nuestra lista de los mejores cómics del año (nos damos cuenta, según escribimos esto, de que el tono de nuestras preferencias este curso es bastante sombrío; el reflejo de los tiempos, suponemos). Tenemos que reconocer también que este 2024 no hemos leído tantos cómics como nos hubiera gustado. Los rigores familiares y laborales junto a la diversificación de proyectos y dedicaciones (seguimos, por ejemplo, aireando y promocionando La normalización postmoderna -1989-2021-, el libro que publicamos a finales del año pasado con Ediciones Marmotilla) han reducido esta lista anual a una selección dentro de lo más selecto. Nuestros musts comiqueros de 2024 son...

Domingo flamenco (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen: Está comparando la crítica, con cierta insistencia, este último trabajo de Schrauwen con el Ulises de James Joyce. Ambos, es cierto, prestan atención a los detalles de la vida, a las muchas cosas que pasan a nuestro alrededor mientras nosotros pasamos de largo; a las intrincadas conexiones que se esconden detrás de esos detalles. Detrás de su falsa linealidad, Schrauwen, como hiciera Joyce, intenta capturar la simultaneidad de la existencia en un recorrido inductivo-cronológico: toda la complejidad del cosmos reflejada en un día cualquiera de una persona cualquiera, lo vulgar y lo cotidiano. Y lo hace siempre sin soluciones obvias, con recursos discursivos propios del medio que maneja y con una originalidad pocas veces vista antes (aunque ya se alumbrara en sus trabajos precedentes). No se trata sólo de lo que cuenta (un tour de force existencial) sino de cómo lo cuenta. También en Domingo flamenco, como en Ulises, encontramos ejemplos de stream of conciousness (fluir de conciencia), pasajes que, en forma de insertos (fantasías, recuerdos, elucubraciones…), interrumpen el flujo cronológico de acontecimientos. Son pausas narrativas cuya dinámica se circunscribe a un plano psicológico: ayudan a construir la complejidad interior del personaje. Una complejidad que Shrauwen resuelve siempre con soluciones gráficas. Porque, en su ambición narrativa gráfico-textual, Domingo flamenco no podría existir más que como lo que es, un cómic. ¡Y menudo cómic! Seguramente el mejor que hemos leído en mucho tiempo. Para lectores exigentes.

El color de las cosas (Reservoir Books), de Martin Planchaud: La novela gráfica de la que ha hablado todo el mundo este año. Confesémoslo, era imposible que El color de las cosas pasara desapercibido. Planchaud ha facturado el juguete vanguardista de 2024, un ejercicio de estilo que, no lo duden, dejará huella en otros trabajos por venir; aunque, en muchos sentidos, se trate de un aparato ficcional que se agota en su misma propuesta y que, esperamos, no debería pasar de inspiración instrumental. El color de las cosas lleva al extremo el empleo comicográfico de la señalética y la secuenciación diagramática que ya habíamos visto en autores como Lars Arrhenius o, sobre todo, en el genio Ware; lo hace prescindiendo literalmente del dibujo figurativo, para quedarse con elementos del diseño industrial (diagramas, símbolos, leyendas y mapas conceptuales, planos de planta y alzados, etc.). La historia que se cuenta en sus páginas (las desventuras suburbanas del adolescente Simon Hope), es, en realidad, lo de menos: un drama de barriada inglesa a lo Ken Loach con giros de thriller extrañado (Hermanos Coen, Guy Ritchie, etc.). Formalmente, sin embargo, este cómic es una ruleta rusa con todo el tambor cargado. Sorprendente osadía la del señor Planchaud.  

Deep Me (Salamandra Graphic), de Marc-Antoine Mathieu: Mathieu es uno de los grandes revolucionarios del lenguaje comicográfico de los últimos años. No deja de abrir caminos y nuevas vías de expresión a partir de las viñetas. Y esta última reflexión es especialmente sustanciosa en el caso de Deep Me, porque sus páginas son apenas eso, viñetas negras repletas de texto casi sin imágenes, una secuenciación en el vacío que pone en solfa y da la vuelta a uno de los debates más repetidos en la teoría del cómic reciente: ¿Cuál es la correlación exacta entre imágenes y texto en un lenguaje doblemente articulado como el del cómic? Existen numerosos ejemplos de obras en las que la palabra es meramente testimonial (véanse los cómics del noruego Jason, por ejemplo), pero ¿podemos encontrar, incluso en estos casos, una presencia latente de la palabra por lo que respecta a la construcción de la historia? Deep Me, como ya hemos anticipado, pone este debate patas arriba: en sus páginas, Mathieu cuenta la historia de un hombre en coma, un individuo que es poco más que consciencia esporádica y al que el resto de los personajes (cuyas presencias sólo vienen determinadas por globos de diálogo sobre viñetas negras) perciben como un vegetal. Pero con Mathieu siempre hay sorpresas. Lo que parecía un estudio en viñetas de la mente y el subconsciente, pronto empieza a girar hacia géneros como el thriller, la distopía, la ciencia ficción ciberpunk y, en última instancia, el relato cosmogónico. Y hacen acto de presencia palabros como “panspermia” o “abiogénesis”, con el ánimo de ser descifrados. Brillante.

Lo que más me gustan son los monstruos. Libro Dos (Reservoir Books), de Emil Ferris: Obviamente, después del sopapo que supuso la primera parte de Lo que más me gusta son los monstruos, este segundo libro no podía causar la misma impresión ni tener el mismo impacto. Es lo que tiene el factor sorpresa. Todo suena a conocido en la nueva entrega de Ferris, desde la biografía ensoñada de esa niña Karen Reyes protegida detrás de su autorrepresentación monstruosa y su peligroso hermano lumpen Deeze, a la desbordante exhibición gráfica de Ferris, con sus falsas portadas de cómics de terror y su interpretación felizmente libérrima de lo que "debería" ser un cómic; y, sin embargo, este nuevo volumen de Lo que más me gusta son los monstruos sigue teniendo esa misma propiedad hipnótica de su primera entrega; el mismo magnetismo alucinado y arrítmico que nos invita a pasar páginas hasta perdernos entre su laberinto de perdedores, subtextos y zonas de información no revelada. Los hallazgos y descubrimientos detrás de cada metarrelato. Ferris no es ortodoxa en ningún sentido, ni falta que hace. Su propuesta es tan marciana que entras en ella o no lo haces, sin medias tintas: aceptación o rechazo. O la fascinación o el aburrimiento sin remisión. En cualquier caso −y esto no nos lo negará nadie− sobreviven la maravilla y el asombro visual ante esas páginas de papel tramado virtuosamente garabateadas con bolígrafo y pinturillas que filtran al Crumb más realista de sus cuadernos de retratos por el tamiz mágico y fantasioso de un Chagall enloquecido.

Una mujer de espaldas (Salamandra Graphic), de Yamada Murasaki: Honestidad brutal. Ya desde su título, Murasaki anuncia sus intenciones: denunciar el papel sumiso y silenciado de las mujeres y amas de casa en la muy tradicional y machista sociedad japonesa de los años 80. En primera persona y con una sensibilidad autobiográfica a flor de piel, la dibujante nipona desgranó entre 1981 y 1984 pequeños episodios cotidianos de la vida diaria de una madre y ama de casa en las páginas de la revista Garo; la publicación más radical y experimental del cómic japonés del siglo XX (y a la que debemos el descubrimiento de maestros del extrañamiento poético como Shin'ichi Abe o Seiichi Hayashi). Pero sería un error leer Una mujer de espaldas como un ejercicio de localismo coyuntural. Las situaciones que describe y las reflexiones profundas en primera persona de su protagonista descubren una problemática común a todas las sociedades recientes, especialmente durante el siglo pasado, la de la perpetuación de los roles del patriarcado, la reclusión en el hogar y la falta de oportunidades laborales para la mujer. Con un trazo esquemático y realista, muy fluido, Una mujer de espaldas aborda en toda su complejidad temas como la maternidad, la vida en pareja, los roles familiares y la liberación femenina.

Se está muy sola en el centro de la tierra (Norma Editorial), de Zoe Thorogood: Otro autor joven (autora en este caso) que se embarca en un slice of life autobiográfico. Otro cómic con unas más que evidentes influencias del shojo manga, con altas dosis de narcisismo autocompasivo y torturado espíritu adolescente. Más, en definitiva, de esa autoficción metarreferencial y autoconsciente que todo lo invade en esta postmodernidad tardía. Correcto. Pero Zoe Thorogood es una narradora con un talento fabuloso. Dibuja como los ángeles y, además, domina los recursos del simbolismo iconográfico y la interdiscursividad como si llevara mil vidas en esto. Se está muy sola en el centro de la tierra recoge, bajo el formato de un diario gráfico heterodoxo, multilineal y ecléctico, seis meses de la vida de su autora, en un periodo de profunda depresión. Thorogood no tiene pelos en la lengua ni grandes dificultades para manejar metáforas visuales que traduzcan sus sentimientos en unas imágenes impregnadas de cultura pop. Recurre con naturalidad a la ironía y el sarcasmo para evitar el exceso de autoindulgencia y el patetismo. Y por encima de todo ello, un acercamiento valiente y desinhibido a un asunto espinoso como la depresión y la bipolaridad.

El invasor (Astiberri), de José Antonio Pérez Ledo y Alex Orbe: Somos criaturas resilientes los seres humanos. Pasamos del esto no lo olvidaremos nunca y el nunca seremos los mismos al regreso irreflexivo al punto de partida. La pandemia del COVID de 2019 nos enseñó que aprendemos poco. Por eso, no está mal que alguien vuelva a "hurgar en la herida" y que nos recuerde que no todos salieron indemnes del batacazo. El invasorrecupera las sensaciones de aquellos días nefandos, con sensibilidad y espíritu constructivo. Nos muestra algunas de las historias de superación que nacieron de la tragedia y nos ayuda a mirar al pasado desde la humanidad. Sus protagonistas son dos de tantos aquellos personajes anónimos que perdieron un poco de su vida en aquellos días, dos personajes que no se conocían pero permanecerán unidos por siempre gracias a sus cicatrices compartidas y a su vitalismo. La caricatura detallista de Orbe da forma a una historia que desborda aquellos días de miedo, reclusión e inmersión digital, porque El invasornos habla, sobre todo, de la generosidad y de la valentía; de forma idealizada y un tanto edulcorada, seguramente, nos pone delante de un espejo moral en el que a todos nos gustaría reconocernos (aunque nuestro reflejo durante aquellos meses no fuera siempre así de nítido).

Cuando el viento sopla (Blackie Books), de Raymond Briggs: Vale, no es una novedad ni en nuestro país (el Círculo de Lectores ya lo publicó allá por 1984, sólo dos años después de su edición original en Reino Unido). Pero es que (como sabrá quien siga este blog) somos muy fans de Briggs, y When the Wind Blows es una maldita obra maestra; la mejor entre las suyas. Un cómic que se anticipó a su época y que plasmó la idea de "novela gráfica" antes de que nadie pensara ni en una etiqueta para tal cosa. Su repercusión e influencia en Reino Unido fue importante, como demuestra el recorrido transmedial de la historia (que en su ya larga vida ha vivido adaptaciones radiofónicas, teatrales y cinematográficas; algunas de ellas muy exitosas). Aunque lo mejor de Cuando el viento sopla es que ha envejecido como lo hacen las grandes historias. Si en su momento fue un trabajo tremendamente original, da la sensación de que el tono atómico-apocalíptico de su propuesta es más actual que nunca, lamentablemente. Pero si hay algo que deja poso en este cómic es su humanidad y su fe en el ser humano corriente, en el hombre de a pie que lucha cada día por ser feliz y sobrevivir en un entorno sobre el que tiene poco control. En el monográfico que le dedicamos a Raymond Briggs hablábamos de ello y de la naturaleza autobiográfica de sus primeras novelas gráficas, de los muchos rasgos que sus protagonistas tomaban de sus propios padres; explícitamente en Gentleman Jim y Ethel and Ernest, pero también en esta historia emocionante que tenemos entre manos.

La carretera (Norma Editorial), de Manu Larcenet: Nunca hemos sido muy partidarios de cómics que nacen de adaptaciones literarias, al menos de las que se basan en libros que nos gustaron mucho. Y, sin embargo, sería injusto negarle su grandeza a este trasvase a viñetas del libro de Cormac McCarthy. El dibujo a cuchillo y sangre de Larcenet consigue el tono desesperanzado, desgarrado y cruel que exigía una de las distopías más crueles e implacables del panorama ficcional contemporáneo. Perdón. ¿Has dicho Larcenet? ¿El de Los combates cotidianos? Ese sí, pero también el de Blast; no se olviden (que, bien pensado, es la transición lógica entre aquella que le catapultó a la fama y esta otra nueva obra). La carretera cambia la caricatura y la ironía por un estilo visual tenebrista (entre el detalle de la ilustración decimonónica de, pongamos, un Gustave Doré y el rayado realista gore de los cómics de terror de la EC; acuérdense de Ghastly Ingels, por ejemplo) y una atmósfera silente y desolada. Sus viñetas discurren entre la ceniza, el frío gélido, la devastación y los cadáveres apergaminados, una pesadilla del fin del mundo sin hueco para la esperanza. Una exhibición gráfica asombrosa para una de esas lecturas de las que no se sale indemne.

Dulces tinieblas (Norma Editorial), de Vehlmann y Kerascoët: Marie Pommepuy y Sébastien Cosset (el dúo de creadores detrás del pseudónimo Kerascoët) han dedicado parte de su carrera a recuperar el espíritu perverso (y muy adulto) que inspiraba gran parte del folclore y la cuentística tradicional. Este año se ha publicado en nuestro país este trabajo que facturaron en 2009 sobre un guion de Fabien Vehlmann. Detrás del preciosismo de su estilo infantil, amable y luminoso, Dulces tinieblas, por ejemplo, tiene una de las introducciones más desasosegantes y mórbidas que podemos recordar. La premisa de partida es tremendamente original: ¿y si al morir no fuera el alma lo que abandona nuestro cuerpo sino todo nuestro corpus de creencias, sueños e imaginaciones? A partir de ahí, se desencadena toda una ceremonia de la crueldad en el contexto de un excéntrico infantil sin límites morales, eso sí, habitado por criaturas mágicas y animalillos del bosque. El edificio maravilloso de la literatura infantil al servicio de una lógica darwiniana terrible e inmisericorde. 

Bola ocho (Fulgencio Pimentel), de Daniel Clowes: Ya habíamos visto casi todo lo de Clowes publicado en nuestro país (en algún caso, como el de Como un guante de seda forjado en hierro, tanto de forma episódica como en un tomo único), pero el volumen que nos ha regalado Fulgencio Pimentel recopilando todos los fanzines Eight Ball que Clowes publicó entre 1989 y 1997 es un trocito de historia del cómic. En sus páginas, aparecieron de forma seriada algunos de los mejores cómics de todos los tiempos, como la mencionada Como un guante..., Ghost World o Ice Haven. Este volumen incluye todos los números desde el primero hasta el 18 tal y como se editaron en su día, incluyendo las portadas, las cartas de los lectores y diverso material extra. Aunque en realidad Eight Ball contó cinco números más, hasta 2004 (incluyendo tres historias únicas ya editadas en nuestro país en libros individuales: David Boring, Ice Haven y Death Ray), esta edición canónica de Bola ocho se basta y se sobra para explicar buena parte de los itinerarios y modelos narrativos seguidos por el cómic en las tres últimas décadas. Fundamental.

 

sábado, enero 06, 2024

Algunos grandes cómics de 2023

Abrimos esta lista-resumen del año apuntando (como ya han señalado algunos de los popes de la crítica comicográfica) al aluvión de grandes cómics que nos ha traído este 2023, con mención especial a las obras de producción nacional. Para nosotros también ha sido un año especial, porque, gracias a Ediciones Marmotilla, hemos conseguido dar luz, al fin, a nuestra La normalización postmoderna (1989-2021) y hemos podido disfrutar de la reedición de La arquitectura de las viñetas que con tanto esmero nos han regalado desde Grafikalismos.

Recordamos pocas temporadas con una cosecha de cómics como la de este curso; muchos de ellos están llamados a convertirse en clásicos y eso que, por el camino, nos hemos dejado bastantes lecturas. Vamos allá con nuestra selección. 

Ronson (Autsaider Comics), de César Sebastián: César Sebastián nos invita a repensar sobre los efectos de la memoria en la biografía de cada uno. Lo hace mediante un narrador ficticio que, a partir de los recuerdos de su niñez, rememora el mundo extinguido de aquella España rural del franquismo; tan triste y tan gris. Una España cruel y reprimida que encuentra, entre los intersticios de la infancia, hueco para la humanidad, el afecto y la resiliencia. En un ejercicio de lucidez nostálgica (que nos recuerda a otras estupendas ficcionalizaciones existenciales que jugaban con la idea de la memoria reconstruida), Ronson establece un doble juego de narración biográfica y de contigüidad simbólica entre el monólogo existencial de su protagonista y las (muy escogidas) imágenes fragmentarias de su recuerdo (en el espacio de su niñez). En ciertos momentos el verbo y la imagen se encuentran en hallazgos felices que condensan la esencia de un cómic agudo y emocionante: “El pasado es un territorio en disputa permanente; tal vez representa menos lo que una vez fuimos que aquello en lo que nos hemos convertido. La memoria recrea y distorsiona y, por tanto, guarda una vaga similitud con la realidad que pretende preservar. Pese a ello, sigo buscando refugio en los vestigios de mi infancia más remota.” 

La espera (Penguin Random House), de Keum Suk Gendry-Kim: Puede que éste sea el cómic más triste que hemos leído en 2023. Como ya demostró con el estupendo HierbaKeum Suk Gendry-Kim es una experta a la hora de contar relatos desgarradores. Hay historias reales tan inverosímiles como la peor distopía concebible por cabeza humana; Gendry-Kim se basa en la biografía de su propia madre y en la de otros dos testimonios reales para construir una ficción que huele a verdad en cada página. La anciana Gwija, la protagonista del cómic, pudo ser una entre las miles de personas que se separaron de sus seres queridos cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, estalló el conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur. Muchos norcoreanos tuvieron que huir hacia el sur para salvar sus vidas durante los enfrentamientos entre las fuerzas comunistas (apoyadas por Rusia) y los proaliados (al lado de Estados Unidos). En ese exilio forzoso, muchos hombres y mujeres se separaron de sus familiares para siempre. Gwija perdió a su hijo y a su marido. La espera remite (con tono inmisericorde y con ese expresionismo airado que caracteriza a su autora) a los breves y muy escasos reencuentros periódicos que, durante estas últimas dos décadas, han venido organizando los gobiernos de las dos Coreas para reunir a familiares perdidos durante la guerra; casi todos ellos son ya octogenarios y nonagenarios y, sin excepción, intentan sobrevivir a las cicatrices incurables de una existencia lacerada por la ausencia y la imposibilidad del olvido.

Lubianka (Norma Editorial), de Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell: Hernández Cava siempre ha sido un intelectual comprometido, un guionista que ha denunciado el fascismo, el terror y la violencia (la de los totalitarismos y el terrorismo, pero también la del capital). Sus cómics siempre se han posicionado al lado de la víctima y del trabajador. Lubianka entra en ese momento epifánico convertido ya en subgénero que podríamos definir como “la caída de venda”. Ese despertar ideológico que muchos pensadores de izquierdas vivieron al leer obras como Archipiélago Gulag o El cero y el infinito, después de constatar que el fracaso comunista, personificado en el reinado del terror de Stalin (con sus purgas atroces, su paranoia asesina y su maltrato caprichoso del pueblo), sólo era comparable al horror nazi. Lubianka narra una biografía ficticia: la de un escritor provinciano entregado a la causa bolchevique, que llega a la capital para convertirse en lacayo del régimen, uno de tantos torturadores que habitaron aquel edificio sombrío que da título al cómic. El trazo expresionista y violento de Pablo Auladell contribuye decisivamente en la creación de la atmósfera opresiva y claustrofóbica que, sin duda, tenían aquellas oficinas y cámaras de tortura que recorrían la Lubianka.

El cielo en la cabeza (Norma Editorial), de Antonio Altarriba, Sergio García y Lola Moral: Altarriba, García y Moral unen esfuerzos, talento y maestría, cada uno en lo suyo, para levantar una historia épica individual que, en un ejercicio fabuloso de proyección simbólica, termina reflejando la historia entera del continente africano y sus tragedias contemporáneas (muchas de ellas necrosadas ya en una dolorosa inercia asesina). De alguna manera, El cielo en la cabeza nos recuerda a aquella otra crónica trágica que el periodista Ryszard Kapuscinski construyera en Ébano, desde la realidad fragmentada de los conflictos africanos. En este caso, la mirada subjetiva del escritor aparece sustituida por el despiadado periplo biográfico del niño Nivek, un superviviente en el infierno. Su historia se levanta a partir de una ficción construida con los cuajarones que marchitan al continente: el de las minas de sangre, los niños soldado, la trata de esclavos, los fundamentalismos asesinos y las pateras-ataúd... La caricatura flexible y maleable de Sergio García (con su concepción macroestructural de la página, sus dibujos trayecto y sus mil soluciones visuales) contribuye decisivamente, junto al uso simbólico del color de Lola Moral, en la narración de ese viaje alegórico, épico y atroz, en el que Altarriba nos empuja poco a poco hacia el corazón de las tinieblas.

Patos, de Kate Beaton: A Kate Beaton la conocemos por sus muy intelectualizados e interdiscursivos gags cortos (de una tira o media página, la mayoría), en los que recorre con humor postmoderno la historia de la cultura universal. Su novela gráfica Patos se aparta radicalmente de aquellos para construir un monumental slice of life autobiográfico acerca de los años que la autora pasó en las explotaciones petrolíferas de Alberta, con la finalidad de pagar la hipoteca con la que había costeado sus estudios universitarios. Beaton recurre a un dibujo desenfadado, esquemático y caricaturesco, que apuesta por un bitono gris para recrear los escenarios industriales en los que se mueven sus protagonistas. Un estilo que, a priori, podría desentonar con el tono costumbrista del cómic, pero que funciona como contrapunto perfecto para mostrar la mirada extrañada de una joven abrumada por aquello a lo que ha decidido enfrentarse día a día: ese monstruo informe e insaciable que cubre la tierra con raíces y tentáculos de metal en las explotaciones petrolíferas y que bestializa al ser humano sacando lo peor que lleva dentro. La historia autobiográfica de Patos funciona así también como carta de denuncia ante los abusos machistas y las aberraciones sociales que ciertos escenarios laborales siguen perpetuando.

Hecha a sí misma (Aristas Martínez), de Alicia Martín Santos: Cuando la sátira se hace con gracia es algo muy serio. Y Hecha a sí misma es una novela gráfica realmente graciosa. En un apunte biográfico al final del libro, se dice que Alicia Martín Santos "estudió derecho y tiene un trabajo serio y normal como asesora jurídica en una multinacional". Si no se trata de otro guiño paródico de los que abundan en el cómic, podemos afirmar que la autora sabe de lo que se habla. Porque Hecha a sí misma se enfrenta a este presente neoliberal y corporativo que nos ha tocado vivir haciendo una disección muy cáustica del funcionamiento interno de las grandes multinacionales que dictan las reglas del mercado global. A través de su personaje principal, Cuca Báumez, esa empleada ya no tan joven, llena de sueños frustrados y anclada al presente alienante de los agravios de género y la falta de oportunidades de una macrocorporación, se nos desvelan los absurdos y los engranajes kafkianos de un sistema viciado por la codicia y esa idea imposible del crecimiento progresivo a costa de la deshumanización. Con un estilo gráfico basado en texturas de collage digital y un manejo audaz de los planos generales, Alicia Martín Santos fabrica una atinada parodia en la que (de paso y aprovechando que Cuca pasaba por allí) también se asoma con mirada aguda a muchos otros abismos contemporáneos, como los de las redes sociales, la IA o la ludificación del mundo laboral. 

Mónica (Fulgencio Pimentel), de Daniel Clowes: Cada cómic de Clowes es el acontecimiento editorial del año. En la página de créditos de su nuevo cómic, Clowes desarrolla, en un apresurado (pero muy significativo) resumen diacrónico de apenas veinte viñetas, la historia completa de la creación del mundo. Mónica encierra otro sumario existencial, mucho más detallado éste, el de la vida atribulada de la mujer que da título al cómic. Su vida funciona así como resumen de un itinerario completo, como un universo privado que se rige por unas reglas propias. Las biografías ficcionales son una de las especialidades del dibujante de Chicago. Casi todas ellas están protagonizadas por outsiders y personajes marginales que habitan una realidad alucinada y paralela. El extrañamiento preside casi todas las páginas de Clowes. Su dibujo se ha depurado y ha añadido matices que han ayudado a dejar atrás la rigidez de sus primeros trabajos y aquella tendencia a repetir rostros (sobre todo los de mujeres jóvenes), que hacían complicado diferenciar personajes entre sí. Además, Clowes se ha convertido en un escritor soberbio.  

Contrition (Norma Editorial), de Carlos Portela y Keko: Contrition es un cómic estremecedor. Como pocos que hayamos leído. Un relato que nos sacude hasta el asco y que nos dejará rumiando acerca de las miserias humanas durante mucho tiempo. Thriller, noir e investigación criminal en el mismo lote. El nuevo cómic de Portela y Keko bucea en las profundidades del alma desde su mismo punto de arranque (los delincuentes condenados por delitos sexuales) y lo hace con buenas dosis de suspense, al ritmo de misterios ocultos y una pesquisa criminal en la que a nadie parece interesarle descubrir la verdad. Los autores construyen su relato de vidas cruzadas a partir de un punto de vista alterno que, en una narración no lineal, nos lleva de un personaje a otro al mismo tiempo que se le revelan al lector las claves y los entresijos de una historia infectada de ponzoña y tan negra como pueda llegar a serlo el alma humana. El dibujo de Keko nos sumerge de lleno en esta oscuridad tenebrosa que domina el relato.

Ultrasound (Libros Walden), de Conor Stechschulte: El apellido más impronunciable del año nos regala uno de los cómics más inquietantes. Una mezcla incómoda entre Todd Solondz y David Lynch, que ya es decir. Con su realismo sucio esquemático (lo de sucio es literal en este caso, ya que Stechschulte parece renunciar a borrar o adecentar las marcas y huellas de rectificados y correcciones) y con su empleo de cinco colores diferentes, Stechshulte despliega una historia en la que nada es lo que parece, en la que cada giro de guion abre una puerta que nos conduce a un sitio todavía más incómodo que el anterior; un lugar en el que las historias de desamor se convierten en experimentos de control social. Nada es casual en Ultrasound, ni las alternancias cromáticas, ni las correcciones sobre la página y los bocadillos, ni las veladuras y capas sobredibujadas, ni los indicios y anticipaciones que se esparcen (a veces de forma casi imperceptible) por cada una de las páginas del cómic… Todo responde al orden superior de una historia basada en los equívocos, el ocultamiento y un psicologismo realmente retorcido. Así que, cuando terminamos Ultrasound, tenemos la impresión de que nunca antes habíamos leído algo parecido. ¿Hay mejor elogio que ese?

El gran vacío (Salamandra Graphic), de Lea Murawiec: ¿Quién no ha tecleado alguna vez su nombre en Google, sólo para descubrir que no somos únicos? Estamos seguros de que la joven dibujante francesa Léa Murawiec tiene un nombre de esos que no se repiten mucho, sin embargo, en El gran vacío plantea una original hipótesis distópica que encaja muy bien en el plano simbólico de estos tiempos de likes, selfies a mayor gloria de uno mismo y vanidad autorrepresentativa en las redes sociales. Imaginemos que todos los aspectos de nuestra vida y nuestra salud dependieran exclusivamente de nuestro nombre y su aparición (“presencia”) en un ciberespacio fractal y multiplicador que termina por confundirse con la existencia misma. El día en el que el espacio público y el espacio privado se confundan con el espacio virtual. La idea no es del todo nueva (recordemos, por ejemplo, aquel inquietante “Nosedive” de la tercera temporada de Black Mirror). Murawiec, sin embargo, desarrolla su propuesta con un apabullante despliegue visual y un original estilo gráfico en el que la expresividad cinética del manga se mezcla con la señalética y con un tratamiento formalista y abigarrado de los espacios arquitectónicos que (hasta en el uso del color) nos recuerda a una versión tridimensional del neoplasticismo de Mondrian y De Stijl. La ciudad en la que vive Mane Naher, la protagonista del cómic, parece ser el único sitio del mundo realmente habitable; fuera de sus márgenes alienantes, sus rascacielos y el espacio (público y privado) invadido por la publicidad nominal (los miles de nombres de sus habitantes que se reproducen sin cesar en muros, carteles, pósteres y pantallas, para constatar su existencia, su “presencia”), no hay nada: sólo ese gran vacío que da título al cómic. Mane Naher, además, ha tenido la mala suerte que de su nombre es el mismo que el de la cantante de moda; hecho que la relega a la insignificancia, a la ausencia de una “presencia” que garantice incluso sus constantes vitales.

El museo (Norma Editorial), de Jorge Carrión y Sagar: ¿Cómo se describe, se abarca o se penetra en los misterios de un museo o de cualquier otra colección? Con imágenes, por supuesto. Pero también con palabras que permitan escrutar en los misterios de la mirada, que permitan desmondar lo superficial para hallar subtextos y lecturas ocultas. Eso es lo que hicieron Carrión y Sagar cuando el Museo Nacional d'Art de Catalunya les ofreció la posibilidad de acercarse a sus salas y sus obras para crear un libro-catálogo-ensayo en torno a su colección. Luego, Norma Editorial decidió publicarlo dentro de su catálogo. Sin embargo, El museo no es un cómic (no sólo es un cómic), es un objeto postmoderno (no tan diferente, en el fondo, de Todos los museos son novelas de ciencia ficción, aquel otro libro que Carrión publicó en 2022 narrativizando otro museo, el Centro José Guerrero, de Granada). Apoyándose en disciplinas como las teorías de la recepción, de la percepción, la estética, la semiótica o la pragmática, Carrión construye una reflexión sobre la mirada en forma de microensayos interconectados, que adquieren entidad gráfica gracias a la fascinante traducción visual de Sagar (en la que abundan recursos y técnicas estilísticas). De este modo, El museo avanza de lo particular (quizás el mayor lastre de la obra recaiga precisamente en su exhaustivo localismo y la sincronicidad de la propuesta) a lo general, dejando por el camino un ramillete de reflexiones de esas que agitan la inteligencia e invitan a mirar de una forma diferente.

El enigma Pertierra (Astiberri), de Fernando Marías y Javier Olivares: ¿Es El enigma Pertierra un cómic siquiera? ¿O se trata más bien de un objeto postmoderno (el segundo en esta lista ya)? En su prólogo el propio Fernando Marías nos arroja algo de luz sobre la cuestión (o no): “En noviembre de 2009 la editorial SM encargó al novelista Fernando Marías la escritura de una novela que habría de ser la primera del género «transmedia» escrita en idioma español para jóvenes. Con el término «transmedia» se denominaba un género, incipiente entonces, que reuniera, además de letra impresa, opciones como páginas web, conexiones YouTube, etc.”. El enigma Pertierra nace, entonces, como objeto interdisciplinar vertebrado por la novela El silencio se mueve (2010), del propio Fernando Marías; la historia de un ilustrador casi olvidado (Joaquín Pertierra) que en los años 70, tras muchos años de ilustrar portadas de libro, trabajos de prensa, carteles y cubiertas de discos, decidió dibujar un cómic para contar su historia. En este punto, aparece la figura de Javier Olivares. Tras la muerte de Fernando Marías (en febrero de 2022), Astiberri ha reunido en un único volumen todo el material intermedial creado por Javier Olivares: las ilustraciones con las que alimentó el blog Pertierra, sus bocetos y el cómic que creó para la novela de Marías; material al que se suman unas páginas de cómic inéditas, que Marías dejó escritas acerca de un improbable encuentro entre Pertierra y el cineasta Jean-Pierre Melville. Dentro de este divertido juego de identidades cruzadas y engaños metaficcionales destaca el talento de Olivares para dar forma a un universo gráfico fascinante en el que el lector se deja “embaucar” con el placer de un cómplice satisfecho.

Krazy Kat. Páginas dominicales (La Cúpula), de George Herriman: Vamos a desdecirnos en un puñado de líneas. La publicación por parte de La Cúpula de los sundays de Herriman es el acontecimiento editorial del año. Hay que tener mucha osadía para lanzarse a traducir a Herriman; a cualquier idioma. Hacerlo así de bien es, además, un hito. No vamos a descubrir a Herriman aquí y ahora (échenle un ojo al nombre de este blog). Su influencia en el mundo del cómic es y ha sido enorme: junto a algunos otros pioneros, como McCay, Feininger o Sterrett, el autor de Krazy Kat fue de los pocos que, con sus dibujos secuenciados, intentaron caminar en paralelo a los artistas de las vanguardias pictóricas; de los pocos que intentaron salirse de esa zona de confort trituradora de cualquier originalidad que delimitaban las exigencias (lúdicas) de un público popular de lectores y las restricciones (draconianas) de una industria que aborrecía las innovaciones. En ningún lugar se adivina mejor la audacia de Herriman que en sus planchas dominicales, cargadas de ideas (y experimentación), de guiños humorísticos (slapstick) y de audaces ejercicios metaficcionales que, hasta ese momento, no parecían compatibles con el lenguaje de las viñetas. Lo demás, la peripecia argumental, el triángulo amoroso que forman sus tres protagonistas y los escenarios metamórficos que caracterizaban a la serie, ya es historia.

viernes, enero 06, 2023

2022, los cómics que más nos han gustado este año

No hemos empezado 2023 con el mejor pie bloguero. Después de un año elaborando pacientemente nuestra lista con los cómics del año, hemos cometido un doble error de principiante y, torpemente, hemos eliminado el borrador antes de publicarlo y sin haber guardado copia de seguridad. Hay que ser cenutrio. En fin, como no nos resignamos a perder una tradición milenaria como ésta, de más de diez años de antigüedad, hemos decidido rehacer parcialmente el trabajo y publicar una lista tardía y más reducida que la original con nuestros cómics preferidos de 2022. Así arrancamos 2023, entre propósitos de enmienda y con un puñado de cómics que no dejarán indiferente a nadie:

Grip (Apa Apa), de Lale Westvind: Heredera de la psicodelia underground de Rick Griffin y Victor Moscoso, pero rabiosamente contemporánea del vértigo cinético de Yokoyama, Lale Westvind nos invita en Grip a un viaje alucinado y alucinante que nos lleva de lo terreno a lo divino, desde una cadena de comida rápida al encuentro del nirvana, la ascensión mística y la adquisición del tercer ojo. La exuberancia gráfica de Westvind y su uso lisérgico y ubérrimo del color han creado una escuela de fans e imitadores que nunca llegan a alcanzar la riqueza visual de su antirrealismo hiperbólico. En Grip la trama es lo de menos, lo que importa es el camino de sus heroínas rotundas y empoderadas, esa inercia vertiginosa y fecunda que nos invita a recorrer sus páginas con gozosa velocidad para, una vez llegados al final, volver a empezar de nuevo como quien se encuentra en un estado de febril iluminación. Si existe tal cosa como un underground postmoderno, Lale Westvind ha de ser su mejor representante. 

IN. (Norma Editorial), de Will McPhail: IN. sorprende en sus primeras páginas por su acercamiento original y desprejuiciado al slice of life. Sus reflexiones acerca del día a día y su mirada sobre los recuerdos que afectan al presente resultan novedosas. McPhail es uno de esos autores que procesan el mundo con el cerebro y los ojos de un mutante capaz de establecer asociaciones insospechadas. Puro extrañamiento desde un humor cerebral y complejo. Pero IN. marca las distancias respecto a otros cómics de “búsqueda interior” gracias a su empleo de analogías inesperadas y metáforas visuales. McPhail es un dibujante dotadísimo. Su plasmación simbólica de emociones verdaderas a través de secuencias alegóricas mudas es desarmante: una suerte de stream of consciousness traducido a un lenguaje comicográfico de micronarraciones alegóricas que se insertan con normalidad en un relato de vida en primera persona. Todo un hallazgo. El despliegue visual de estas secuencias en color alcanza la categoría de gran arte. Hace tiempo que un cómic no nos sorprendía y emocionaba tanto como este IN. de Will McPhail. Sobresaliente. 

Clase de actuación (Salamandra Graphics), de Nick Drnaso: Cada cómic de Nick Drnaso es mejor y más ambicioso que el anterior, y eso es mucho decir. Su acercamiento al género de las vidas cruzadas se mueve siempre dentro de un extrañamiento que anticipa tensiones, crisis humanas y estallidos interiores (sus personajes parecen siempre al borde del abismo), pero que, al mismo tiempo, nos adentra en historias profundamente humanas que palpitan de vida y verosimilitud. Drnaso bebe del magisterio Ware, pero su dibujo, mucho más realista, es si cabe más frío, mecánico y sobrio que el de aquel. Y, sin embargo, pese a la frialdad mencionada y a su abundantísima carga textual (el comic está repleto de diálogos y largas cartelas de texto), Clase de actuación se lee en un suspiro y con un interés que no deja de crecer desde sus sorprendentes primeras páginas de presentación de personajes hasta, en tensión creciente, desembocar en un relato de terror. Drnaso tiene un don para el tempo narrativo y la descripción de tipos. Parece increíble que alguien tan joven disponga ya de un discurso tan maduro y de esa capacidad para bucear en la naturaleza humana a partir de unas situaciones y unas relaciones cruzadas que casi nunca parecen ficcionales. Magistral.   

Cambio de clima (Errata Naturae), de Philippe Squarzoni: El título completo del cómic de Squarzoni, Cambio de clima. Un ensayo gráfico (y autobiográfico) sobre el cambio climático, dice tanto de sus intenciones como de su contenido. En el doble proceso que supone explicar y concienciar acerca de las consecuencias del cambio climático, Squarzoni factura un relato multigenérico en el que el slice of life (fragmentos de realidad) autobiográfico se alterna con naturalidad con la disertación científica, el ensayo cultural, la entrevista gráfica y el manual pedagógico conservacionista. La mezcla de discursos, lecturas, referencias culturales, datos y testimonios agiliza la narración y se asegura la implicación del lector en un debate complejo y abierto a innumerables derivaciones. La aridez del aparato científico de Cambio de clima (con su exposición rigurosa de datos, cifras y conceptos) encuentra acomodo en el relato en primera persona de Squarzoni, quien, al mismo tiempo que se aplica en la investigación sobre la degradación climática, va desvelando ante el lector la construcción metaficcional y autoconsciente del cómic que recogerá todo ese proceso.

Desilvestración (Reino de Cordelia), de Federico del Barrio: Si le otorgáramos a la intelectualidad el rango de grado o epíteto, podríamos afirmar que Federico del Barrio es uno de los autores de cómics más intelectuales y (auto)reflexivos que tendremos la suerte de leer. Desde su título, Desilvestración avanza en el camino que Del Barrio (bajo el pseudónimo de Silvestre) había abierto en Relaciones y Simple, dos cómics esenciales que plantean una profunda reflexión metarreferencial acerca del lenguaje artístico/literario y las convenciones del cómic. En 2021, Del Barrio recuperó a Silvestre en Impertérrito, un nuevo ensayo gráfico sobre la autoría y la trascendencia del proceso creativo. Desilvestración nos gusta mucho más que aquel porque no están tan encerrado en su propia metarreferencia. El último cómic de Silvestre dialoga con el propio Federico del Barrio-autor, hasta convertirse en todo un ajuste de cuentas con su obra y, sobre todo, con su biografía.  

Dulce de leche (La Cúpula), de Miguel Vila: Como le sucede a la española Aroah Trave, el italiano Miguel Vila forma parte de una nueva generación underground millenial que bebe de la voluptuosidad de Dave Cooper, Hunt Emerson o Andrea Pazienzia, más que de los padres clásicos del movimiento. Álvaro Pons comentaba hace pocos días, con buen tino, que Dulce de leche parece estar influenciado, a partes iguales, por la riqueza formal y compositiva de Chris Ware y por el underground de Andrea Pazienzia. Del primero asume su gramática vanguardista para la construcción de páginas y unos ritmos secuenciales sorprendentes que se mueven desde la microsecuencia a la metáfora visual. De Pazienzia (una figura pivotal de la contracultura italiana y el primer referente del cómic underground transalpino), Miguel Vila, también italiano, hereda su mirada desprejuiciada y transgresora, así como una apuesta decidida por la caricatura más cruda y los escenarios sociales envilecidos. En este sentido, Vila pone su talento visual al servicio de un relato turbio y obsceno en el que el amor y el sexo tocan fondo para construir un cuadro de degradación social y perdedores de la vida. Su caricatura no ahorra excreciones, secreciones y erecciones, en un ejercicio de sexualidad explícita, cuasi pornográfica. Todo ello, en el contexto alienante de los trabajos precarios, la violencia y las redes sociales.

Hierba (Reservoir Books), de de Keum Suk Gendry-Kim: Hierba reconstruye la historia de una superviviente. La dibujante y traductora Keum Suk Gendry-Kim recurre a un artificio narrativo ya habitual en el mundo del cómic: el de la entrevistadora que levanta su relato con las vivencias del entrevistado, al mismo tiempo que revela el proceso creativo que nace de aquellas vivencias. En esta ocasión, la protagonista es la anciana Lee Ok-Sun, una de las pocas víctimas que lograron sobrevivir a las atrocidades japonesas y a la explotación sexual a la que muchas mujeres chinas y coreanas fueron sometidas en aquella época terrible de la Guerra del Pacífico bajo el eufemismo de "mujeres de consuelo". Se describen las miserias de su vida con dureza, sin ambigüedades o disimulos, a partir de una caricatura en blanco y negro marcada por un dibujo muy sintético de línea suelta. El relato "respira" gracias a numerosas pausas contemplativas en las que, después de alguna revelación terrible, la autora reposa su mirada sobre elementos de la naturaleza (paisajes, árboles, animales), recreadas éstas con un trazo grueso expresionista que termina por difuminar sus perfiles casi hasta la abstracción; en esos paréntesis, el lector recupera resuello para seguir el viaje hacia los infiernos de Lee Ok-Sun. Hierba es un testimonio valioso y no carente de belleza; un ejercicio de memoria y reivindicación, y una vía de esperanza para resarcir a las víctimas de la historia.

Goya. Saturnalia (Cascaborra Ediciones), de Manuel Gutiérrez y Manuel Romero: Goya. Saturnalia es un cómic ambicioso. Mucho. Arranca de aquella premisa que sitúa a Goya en el origen de todas las vanguardias (desde el impresionismo y el expresionismo, hasta la abstracción y su implosión en el expresionismo abstracto norteamericano), para concluir en una tesis aún más ambiciosa que otorga al genio de Calanda cierta paternidad sobre el arte moderno y buena parte de la cultura contemporánea, y, especialmente, sobre una forma trágica de sentir a España y a Europa que ha terminado por impregnar todo el arte, la cultura y el pensamiento de nuestro país. Los lápices, pinceles y técnicas digitales del pintor Manuel Romero se mueven dentro de un expresionismo exuberante y desgarrado, pero van más allá: sin escaparse del todo de la impronta goyesca, Romero evita caer en la tentación de la mímesis estilística, para perseguir esa línea que conduce desde don Francisco hasta las primeras vanguardias pictóricas y concluyen en el océano de la abstracción. El guion de Manuel Gutiérrez confía en las imágenes perturbadoras de Romero para huir de la linealidad narrativa y construir el marco expresionista de los últimos años de vida del protagonista en la Quinta del Sordo. Los años de sus Pinturas negras, los años lacerantes de su sordera y su inercia hacia la locura paranoide. Hay algo trágico y lorquiano en los textos de Romero, siempre ambiguos, esquivos y simbólicos. Goya. Saturnalia es un trabajo complejo y exigente; incómodo, muchas veces, pero siempre enriquecedor.

The Nice House on the Lake (ECC), de (ECC), de Álvaro Martínez Bueno y James Tynion IV: The Nice House on the Lake es, probablemente, la serie más aclamada de la temporada dentro del universo mainstream. Con justicia. Hemos leído pocos tebeos en los últimos tiempos más adictivos y escalofriantes. El mérito se lo reparten a partes iguales sus dos autores. El pastiche de géneros y referencias culturales de Tynion IV es irresistible. La trama se desliza, sin respiro para el lector, desde la distopía apocalíptica al gore, desde las invasiones alienígenas a lo sobrenatural, del misterio cluedo al género de reencuentro de viejos amigos (con el subsiguiente lavado de trapos sucios); y, entre tanta excitación, mucho drama, mucha angustia vital y mucho terror de casa encantada. Con sus pinceles digitales, Martínez Bueno viste la historia de una oscuridad gótico-pictórica luminosa. Y, como se intuye ya en sus espectaculares portadas, su realismo ligeramente expresionista funciona a la perfección en la creación de personajes y en la reconstrucción de unas arquitecturas que resitúan a Lovecraft en el escenario imposible y espeluznante del Estilo Internacional. Malabarismos pavorosos.

jueves, enero 06, 2022

2021, cómics para después de un naufragio

Cuando parecía que despertábamos de un mal sueño, resulta  que aún seguimos instalados en este día de la marmota pandémica... pero menos. 2022 promete ser un poco más soleado y dejarnos respirar un aire más puro. Mientras tanto, y como ya comentábamos en algún post a lo largo del año, la literatura, el cine y los cómics nos han ayudado a sobrellevar el estrés y las obligaciones en tiempos de COVID. Los Reyes Magos, por ejemplo, nos han vuelto a regalar una lista llena de pequeñas joyas en la que se atisba mucho producto nacional...

Ethel y Ernest (Blackie Books), de Raymond Briggs: Briggs siempre ha reconocido que Jim y Hilda, los personajes protagonistas de Gentleman Jim y When the Wind Blows, estaban directamente inspirados en sus propios padres. Pero la distancia ficcional motivada por el cambio de nombres y por el fuerte caricaturismo de su dibujo desaparecerá definitivamente en Ernest and Ethel (1999), la novela gráfica que Briggs dedica, ya sin disimulos argumentales o nominales, a la biografía de sus padres. La vivienda de Ethel y Ernest es el decorado en el que transcurre su vida y donde verán nacer a su hijo Raymond; pero también es el escenario del que se valdrá Briggs para mostrarnos el devenir histórico del siglo XX y algunos de sus acontecimientos más importantes. De este modo, su cómic se convierte en un cuadro de costumbres de la vida trabajadora en el agitado contexto socio-político del siglo. La historia no organiza sus acontecimientos a partir de una linealidad estricta, sino que se compone más bien de secuencias sucesivas encadenadas, que en muchos casos no ocupan más de media página. Mediante este recurso, Briggs compone un fresco impresionista en el que la narración se debe a una acumulación de situaciones cronológicas encadenadas temáticamente, más que a una contigüidad temporal estricta. Son las elipsis (nunca demasiado extremas) las que nos ayudan a completar el tejido de los acontecimientos.

La mentira por delante (Astiberri), de Lorenzo Montatore: Era Umbral un personaje literario en sí mismo, una autoficción. En la mentira por delante Montatore hace otro personaje del personaje. Lo hace a partir de ese estilo tan propio, una caricatura esquemática que toma prestada en mestiza hibridación la línea depurada de Ware y el rasgo sincrético-humorístico de los Miura, Gila, Tono y demás autores de La Codorniz. Colección de gags, catálogo de aforismos, ramo de ocurrencias ilustradas..., este cómic reconstruye con imaginación y mucha gracia una biografía fragmentaria de uno de los escritores más prolíficos y laureados de las letras españolas. Lo hace mediante la digestión y regurgitación gráfica de materiales audiovisuales y testimonios documentales bien conocidos, como las intervenciones de Umbral en programas televisivos (aquel careo hostil con Mercedes Milá o esa otra entrevista impagable que Joaquín Soler Serrano le hizo en A fondo) o los fragmentos de sus columnas periodísticas. De igual manera, ese documental excelente que es Anatomía de un dandy nos ha regalado la ocasión de acercarnos a muchos de los episodios biográficos y las anécdotas que conforman La mentira por delante. Un buen complemento al divertido ejercicio de estilo que es el cómic de Lorenzo Montatore.

Crónicas de juventud (Astiberri), de Guy Delisle: Como se anuncia en la contracubierta, el dibujante canadiense nos invita a otro de esos viajes en viñetas que han hecho de él una estrella del cómic; aunque esta vez sea un viaje en el tiempo más que en el espacio. Crónicas de juventud nos sitúa en Quebec, la ciudad natal de Delisle, y nos invita a acompañarle en los años de su post-adolescencia; el periodo que terminaría de definir su vocación y su devenir artístico. Dicho lo cual, que nadie crea que estamos ante un cómic autobiográfico al uso. Tras el empacho de slice of life que ha vivido el cómic en la última década, se agradece la concreción temática de la que hace gala esta obra. En ella, Delisle recurre a la misma mirada curiosa y a la ironía amable que caracteriza sus cómics de viaje, para mostrarnos la difícil existencia de un obrero industrial en las entrañas mismas de una gran fábrica de papel. ¿La excusa autobiográfica? Los tres veranos en los que él mismo trabajó allí para poder costearse sus estudios de animación. Como suele hacer en sus crónicas de viajes, Delisle adopta la posición del observador circunstancial, la de quien se sabe de paso pero tiene el privilegio de participar de la "fiesta", para diseccionar con inteligencia narrativa y un ritmo impecable las vidas ajenas. Y en ese empeño, una vez más, el canadiense se revela como uno de los grandes autores del cómic contemporáneo.

Oleg (Astiberri), de Frederik Peeters: Pues ya tiene Frederik Peeters su autoficción. Parapetado detrás de ese alter ego apenas disimulado llamado Oleg, el dibujante abandona los cómics de género (ciencia ficción, western, noir) a los que ha dedicado buena parte de sus años recientes para retomar la senda que abrió con Píldoras azules, el cómic que le dio fama universal y cuya estela le persigue desde entonces; un trabajo mucho más cercano a la biografía que a la ficción. En un guiño a aquel momento creativo epifánico, casi todos los personajes que se cruzan con Oleg le preguntan cuándo piensa publicar la segunda parte de su exitoso cómic El reparto del mundo. Hace Oleg un recorrido inductivo de lo particular a lo general, de las pequeñas miserias laborales e intelectuales al drama universal de la vida y la muerte, y, entre medias, se insertan de forma natural las historias que discurren a la deriva por la mente del creador; las que habrán de germinar en las páginas de una posible siguiente obra o naufragar definitivamente en el olvido de los cómics nunca realizados. Estas semillas de relato, como no podía ser de otra manera, se alimentan de la vida propia y de los pensamientos que en ese momento ocupan la cabeza del artista. Son y se explican, únicamente, por las circunstancias que les dan vida. Y todas ellas, todas esas posibles historias (que en esencia podrían llegar a ser) colapsan y se derrumban cuando a su hacedor, Oleg el dibujante (que es Frederik Peeters el dibujante de Oleg), le toca vivir un cataclismo existencial, un accidente en forma de la enfermedad de un ser querido, de esos que le cambian la vida a uno.

Los grandes espacios (Impedimenta), de Catherine Meurisse: Después de aquella sacudida emocional y el mal cuerpo que nos dejó ese cómic fabuloso que es La Levedad, recuperamos ahora a una Meurisse más amable, divertida y adánica. Su cómic es un carta de amor a la infancia, pero, sobre todo, es una carta de amor a la naturaleza; no a una naturaleza abstracta, sino a aquellos árboles, flores y plantas, con sus correspondientes nombres, historias y evocaciones literarias, con los que convivió en su niñez. Cuando era una niña, sus padres decidieron mudarse al campo, abandonar la gran ciudad y empezar una nueva vida en un entorno rural. Los grandes espacios nos cuenta ese episodio de la vida de Meurisse, y lo hace desde una mirada al pasado cargada de nostalgia y agradecimiento. En su recuerdo se enlazan las correrías y los divertimentos infantiles junto a su hermana con las vivencias que ayudaron a forjar esa nueva vida junto a su familia. Y en su relato, las centifolias, las higueras y las aguileñas conviven con los detalles literarios y familiares surgidos a su alrededor que ayudaron a construir la biografía de la protagonista. Un cómic para levantar el espíritu.

Rhapsody in Blue (Roca Editorial), de Andrea Serio: Visualmente desbordante, el cómic de Andrea Serio bucea en la memoria histórica y personal de sus tres protagonistas, para narrar la historia verídica de tres jóvenes primos judíos que tuvieron que emigrar a Estados Unidos escapando del fascismo italiano. Sus imágenes poderosas se despliegan como cuadros nostálgicos de tonos grises, las fotografías evanescentes de un pasado juvenil que, poco a poco, se va contagiando con las certezas trágicas de una guerra y el peso plomizo de un futuro sin esperanzas. Como anuncia su gershwiniano título, Rhapsody in Blue avanza con lentitud siguiendo los compases melancólicos y libres de una melodía que suena a Nueva York, a invierno y a pérdida. El tiempo de la narración salta entre el pasado y el presente y las escenas de situación se alternan con los diálogos cargados de presagios de sus personajes. Todo ello al ritmo de unas imágenes que nos recuerdan al cromatismo expresionista de Lorenzo Mattotti o Alfred y a la conmovedora frialdad emocional de Hopper. 

La Isla (Reservoir Books), de Mayte Alvarado: El primer cómic de la pacense Mayte Alvarado tiene la cadencia de un poema marinero; por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, con ese preciosismo pictórico que atrapa la vista entre colores serpenteantes y masas cromáticas de cálida solidez. Porque la gran fuerza de La isla reside en su apartado gráfico y en sus numerosas metáforas visuales. Cuadros secuenciados (o secuencias pictóricas, como queramos verlo) que, con su expresionismo colorista, desbordan el hecho narrativo para tejer una cadencia poética en una red de referencias cruzadas y asociaciones connotativas. El pincel de Alvarado se mueve con libertad entre la secuenciación tradicional en viñetas y otras composiciones simbólicas cercanas a la abstracción que parecen desbordar la página en un flujo centrífugo. La isla es un debut luminoso, un ejercicio de estilo que, en su afortunada combinación de lenguajes (el pictórico, el poético, el narrativo-secuencial), propone una lectura cargada de lirismo al mismo tiempo que invita al puro disfrute visual. 

Warburg & Beach (Penguin Random House), de Jorge Carrión y Javier Olivares: El escritor y ensayista Jorge Carrión se alía con ese dibujante heterodoxo y especialmente dotado para el trazo expresionista y la mirada oblicua que es Javier Olivares para facturar un homenaje al libro y a la edición libresca. Lo hacen, como no podía ser de otro modo, con un libro que en realidad no lo es: Warburg & Beach es un cómic-objeto desplegable y reversible (al estilo de aquel La Gran Guerra, de Joe Sacco); un friso con dos caras que, detrás de su apariencia lineal, se descompone como un gran collage en el que conviven las dos biografías que dan título a la obra, la del historiador y archivista Aby Warburg y la de la librera Sylvia Beach. Sus vidas se entrecruzan con las de otros personajes de trayectoria libresca y pasión bibliófila, como Mary Wollstonecraft, la primera escritora feminista de la historia, la librera neoyorquina Frances Steloff o Marcel Duchamp, padre del arte contemporáneo. Las biografías, las fechas y el simbolismo visual de Olivares se retroalimentan y superponen en una red de relaciones cruzadas, vínculos sutiles y paralelismos que aluden a una mirada postmoderna de la Historia y sus complejos laberintos.

El ladrón de libros (El mono libre), de Alessando Tota y Pierre Van Hove: Son los años 60 en el Barrio Latino, en La Rive Gauge: el territorio de Sartre y los existencialistas franceses. Daniel Brodin, un joven estudiante de Derecho, llega a aquel París de cafés e intelectuales con el ánimo de hacerse un nombre en el mundo de la poesía: un don nadie sometido al cinismo y al desprecio de las élites intelectuales más inescrutables y displicentes de la cultura europea. Muy pronto, Brodin descubrirá que las únicas salida en un mundo de apariencias y esnobismo son la impostura y el fraude. Así arranca El ladrón de libros, el cómic de Tota y Van Hove que obtuvo el premio a Mejor Novela Gráfica en el Festival Lucca Cómics de 2015 y, un año después, el Premio Attilio Micheluzzi al Mejor Guion. Con estilo ligero y narración fluida, los autores construyen una historia que nos remite al aire vanguardista e improvisado de la Nouvelle Vague, los existencialistas y el resto de productos culturales del 68, pero que está impregnada de un saludable cinismo postmoderno y de esa narración expresionista que los Sfar, Blutch, Larcenet y Blain han convertido en firma distintiva de la nueva línea clara europea. Muy disfrutable.

Tito Andrónico (Astiberri), de Marcos Prior y Gustavo Rico: Desde su edición inmaculada y su preciosa portada, hay algo hipnótico en este cómic sangriento. Puede que sea el dibujo brecciano de Rico, con su expresionismo violento, sus personajes feroces de rostros afilados y su técnica collage de texturas digitales; o quizá se trate de la adaptación, concisa y estremecedora que ha hecho Marcos Prior del texto isabelino original; el caso es que Tito Andrónico se lee en un suspiro, con el ánimo encogido y la mirada espeluznada por el explícito despliegue visual de sus sanguinarios acontecimientos. El cómic actualiza la obra teatral clásica según unos códigos contemporáneos en los que tiene cabida el trash-metal, el cine gore, la ciencia ficción y la estética industrial. Como si La Fura dels Baus se hubieran decidido a hacer un cómic a partir una de sus rompedoras adaptaciones de material clásico... Y, visto así, por qué no interpretar Tito Andrónico también como un "cómic de fricción". Una vía a explorar (en esa misma línea en la que el propio Rico y Jorge García llevan trabajando estos últimos años).

Romeo muerto (Reservoir Books), de Santiago Sequeiros: La reaparición de Sequeiros después de veinte años de silencio es en sí misma un acontecimiento de los que merecen titulares. Una de las noticias comiqueras del año: el regreso del gran maldito del cómic español. Y sigue siendo tan maravillosamente raro como siempre. Que nadie espere encontrar en Romeo muerto una narración al uso. Su nuevo cómic es una galería de pesadillas escrita en versos emponzoñados; la inversión poética y perversa de un relato, cuya recitación interpuesta emana, como una letanía incesante, de la boca de sus personajes. El malditismo de Sequeiros no es una etiqueta. Sus odas biliosas a la embriaguez enfermiza y al sexo ulcerante beben de la experiencia y de la necesidad catartica. Hay un mucho del propio autor en cada uno de los seres que habitan la Mala Pena. En Romeo muerto nos reencontramos con los personajes que ya protagonizaban su obra en aquellos años 90 en los que le y les descubrimos como un escalofrío: Nostromo Quebranto, Ambigú, Susi Patíbulo, la Mamá Grande... El dibujo de Sequeiros bebe de mil fuentes que confluyen en una penumbra frondosa que se extiende por sus páginas como una plaga vírica que infecta hasta el último rincón de la última viñeta. Y, sorprendentemente, de este caos de negrura profusa y angulosa, de espacios y personajes que se superponen y estrangulan unos a otros, surge la belleza luminosa (tenebrosa) de unas páginas que resumen la búsqueda virtuosa del estilo: es imposible no reaccionar con asombro y fascinación ante el dibujo de Romeo muerto, ante el impacto visual de su trascendencia artística.