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sábado, enero 06, 2024

Algunos grandes cómics de 2023

Abrimos esta lista-resumen del año apuntando (como ya han señalado algunos de los popes de la crítica comicográfica) al aluvión de grandes cómics que nos ha traído este 2023, con mención especial a las obras de producción nacional. Para nosotros también ha sido un año especial, porque, gracias a Ediciones Marmotilla, hemos conseguido dar luz, al fin, a nuestra La normalización postmoderna (1989-2021) y hemos podido disfrutar de la reedición de La arquitectura de las viñetas que con tanto esmero nos han regalado desde Grafikalismos.

Recordamos pocas temporadas con una cosecha de cómics como la de este curso; muchos de ellos están llamados a convertirse en clásicos y eso que, por el camino, nos hemos dejado bastantes lecturas. Vamos allá con nuestra selección. 

Ronson (Autsaider Comics), de César Sebastián: César Sebastián nos invita a repensar sobre los efectos de la memoria en la biografía de cada uno. Lo hace mediante un narrador ficticio que, a partir de los recuerdos de su niñez, rememora el mundo extinguido de aquella España rural del franquismo; tan triste y tan gris. Una España cruel y reprimida que encuentra, entre los intersticios de la infancia, hueco para la humanidad, el afecto y la resiliencia. En un ejercicio de lucidez nostálgica (que nos recuerda a otras estupendas ficcionalizaciones existenciales que jugaban con la idea de la memoria reconstruida), Ronson establece un doble juego de narración biográfica y de contigüidad simbólica entre el monólogo existencial de su protagonista y las (muy escogidas) imágenes fragmentarias de su recuerdo (en el espacio de su niñez). En ciertos momentos el verbo y la imagen se encuentran en hallazgos felices que condensan la esencia de un cómic agudo y emocionante: “El pasado es un territorio en disputa permanente; tal vez representa menos lo que una vez fuimos que aquello en lo que nos hemos convertido. La memoria recrea y distorsiona y, por tanto, guarda una vaga similitud con la realidad que pretende preservar. Pese a ello, sigo buscando refugio en los vestigios de mi infancia más remota.” 

La espera (Penguin Random House), de Keum Suk Gendry-Kim: Puede que éste sea el cómic más triste que hemos leído en 2023. Como ya demostró con el estupendo HierbaKeum Suk Gendry-Kim es una experta a la hora de contar relatos desgarradores. Hay historias reales tan inverosímiles como la peor distopía concebible por cabeza humana; Gendry-Kim se basa en la biografía de su propia madre y en la de otros dos testimonios reales para construir una ficción que huele a verdad en cada página. La anciana Gwija, la protagonista del cómic, pudo ser una entre las miles de personas que se separaron de sus seres queridos cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, estalló el conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur. Muchos norcoreanos tuvieron que huir hacia el sur para salvar sus vidas durante los enfrentamientos entre las fuerzas comunistas (apoyadas por Rusia) y los proaliados (al lado de Estados Unidos). En ese exilio forzoso, muchos hombres y mujeres se separaron de sus familiares para siempre. Gwija perdió a su hijo y a su marido. La espera remite (con tono inmisericorde y con ese expresionismo airado que caracteriza a su autora) a los breves y muy escasos reencuentros periódicos que, durante estas últimas dos décadas, han venido organizando los gobiernos de las dos Coreas para reunir a familiares perdidos durante la guerra; casi todos ellos son ya octogenarios y nonagenarios y, sin excepción, intentan sobrevivir a las cicatrices incurables de una existencia lacerada por la ausencia y la imposibilidad del olvido.

Lubianka (Norma Editorial), de Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell: Hernández Cava siempre ha sido un intelectual comprometido, un guionista que ha denunciado el fascismo, el terror y la violencia (la de los totalitarismos y el terrorismo, pero también la del capital). Sus cómics siempre se han posicionado al lado de la víctima y del trabajador. Lubianka entra en ese momento epifánico convertido ya en subgénero que podríamos definir como “la caída de venda”. Ese despertar ideológico que muchos pensadores de izquierdas vivieron al leer obras como Archipiélago Gulag o El cero y el infinito, después de constatar que el fracaso comunista, personificado en el reinado del terror de Stalin (con sus purgas atroces, su paranoia asesina y su maltrato caprichoso del pueblo), sólo era comparable al horror nazi. Lubianka narra una biografía ficticia: la de un escritor provinciano entregado a la causa bolchevique, que llega a la capital para convertirse en lacayo del régimen, uno de tantos torturadores que habitaron aquel edificio sombrío que da título al cómic. El trazo expresionista y violento de Pablo Auladell contribuye decisivamente en la creación de la atmósfera opresiva y claustrofóbica que, sin duda, tenían aquellas oficinas y cámaras de tortura que recorrían la Lubianka.

El cielo en la cabeza (Norma Editorial), de Antonio Altarriba, Sergio García y Lola Moral: Altarriba, García y Moral unen esfuerzos, talento y maestría, cada uno en lo suyo, para levantar una historia épica individual que, en un ejercicio fabuloso de proyección simbólica, termina reflejando la historia entera del continente africano y sus tragedias contemporáneas (muchas de ellas necrosadas ya en una dolorosa inercia asesina). De alguna manera, El cielo en la cabeza nos recuerda a aquella otra crónica trágica que el periodista Ryszard Kapuscinski construyera en Ébano, desde la realidad fragmentada de los conflictos africanos. En este caso, la mirada subjetiva del escritor aparece sustituida por el despiadado periplo biográfico del niño Nivek, un superviviente en el infierno. Su historia se levanta a partir de una ficción construida con los cuajarones que marchitan al continente: el de las minas de sangre, los niños soldado, la trata de esclavos, los fundamentalismos asesinos y las pateras-ataúd... La caricatura flexible y maleable de Sergio García (con su concepción macroestructural de la página, sus dibujos trayecto y sus mil soluciones visuales) contribuye decisivamente, junto al uso simbólico del color de Lola Moral, en la narración de ese viaje alegórico, épico y atroz, en el que Altarriba nos empuja poco a poco hacia el corazón de las tinieblas.

Patos, de Kate Beaton: A Kate Beaton la conocemos por sus muy intelectualizados e interdiscursivos gags cortos (de una tira o media página, la mayoría), en los que recorre con humor postmoderno la historia de la cultura universal. Su novela gráfica Patos se aparta radicalmente de aquellos para construir un monumental slice of life autobiográfico acerca de los años que la autora pasó en las explotaciones petrolíferas de Alberta, con la finalidad de pagar la hipoteca con la que había costeado sus estudios universitarios. Beaton recurre a un dibujo desenfadado, esquemático y caricaturesco, que apuesta por un bitono gris para recrear los escenarios industriales en los que se mueven sus protagonistas. Un estilo que, a priori, podría desentonar con el tono costumbrista del cómic, pero que funciona como contrapunto perfecto para mostrar la mirada extrañada de una joven abrumada por aquello a lo que ha decidido enfrentarse día a día: ese monstruo informe e insaciable que cubre la tierra con raíces y tentáculos de metal en las explotaciones petrolíferas y que bestializa al ser humano sacando lo peor que lleva dentro. La historia autobiográfica de Patos funciona así también como carta de denuncia ante los abusos machistas y las aberraciones sociales que ciertos escenarios laborales siguen perpetuando.

Hecha a sí misma (Aristas Martínez), de Alicia Martín Santos: Cuando la sátira se hace con gracia es algo muy serio. Y Hecha a sí misma es una novela gráfica realmente graciosa. En un apunte biográfico al final del libro, se dice que Alicia Martín Santos "estudió derecho y tiene un trabajo serio y normal como asesora jurídica en una multinacional". Si no se trata de otro guiño paródico de los que abundan en el cómic, podemos afirmar que la autora sabe de lo que se habla. Porque Hecha a sí misma se enfrenta a este presente neoliberal y corporativo que nos ha tocado vivir haciendo una disección muy cáustica del funcionamiento interno de las grandes multinacionales que dictan las reglas del mercado global. A través de su personaje principal, Cuca Báumez, esa empleada ya no tan joven, llena de sueños frustrados y anclada al presente alienante de los agravios de género y la falta de oportunidades de una macrocorporación, se nos desvelan los absurdos y los engranajes kafkianos de un sistema viciado por la codicia y esa idea imposible del crecimiento progresivo a costa de la deshumanización. Con un estilo gráfico basado en texturas de collage digital y un manejo audaz de los planos generales, Alicia Martín Santos fabrica una atinada parodia en la que (de paso y aprovechando que Cuca pasaba por allí) también se asoma con mirada aguda a muchos otros abismos contemporáneos, como los de las redes sociales, la IA o la ludificación del mundo laboral. 

Mónica (Fulgencio Pimentel), de Daniel Clowes: Cada cómic de Clowes es el acontecimiento editorial del año. En la página de créditos de su nuevo cómic, Clowes desarrolla, en un apresurado (pero muy significativo) resumen diacrónico de apenas veinte viñetas, la historia completa de la creación del mundo. Mónica encierra otro sumario existencial, mucho más detallado éste, el de la vida atribulada de la mujer que da título al cómic. Su vida funciona así como resumen de un itinerario completo, como un universo privado que se rige por unas reglas propias. Las biografías ficcionales son una de las especialidades del dibujante de Chicago. Casi todas ellas están protagonizadas por outsiders y personajes marginales que habitan una realidad alucinada y paralela. El extrañamiento preside casi todas las páginas de Clowes. Su dibujo se ha depurado y ha añadido matices que han ayudado a dejar atrás la rigidez de sus primeros trabajos y aquella tendencia a repetir rostros (sobre todo los de mujeres jóvenes), que hacían complicado diferenciar personajes entre sí. Además, Clowes se ha convertido en un escritor soberbio.  

Contrition (Norma Editorial), de Carlos Portela y Keko: Contrition es un cómic estremecedor. Como pocos que hayamos leído. Un relato que nos sacude hasta el asco y que nos dejará rumiando acerca de las miserias humanas durante mucho tiempo. Thriller, noir e investigación criminal en el mismo lote. El nuevo cómic de Portela y Keko bucea en las profundidades del alma desde su mismo punto de arranque (los delincuentes condenados por delitos sexuales) y lo hace con buenas dosis de suspense, al ritmo de misterios ocultos y una pesquisa criminal en la que a nadie parece interesarle descubrir la verdad. Los autores construyen su relato de vidas cruzadas a partir de un punto de vista alterno que, en una narración no lineal, nos lleva de un personaje a otro al mismo tiempo que se le revelan al lector las claves y los entresijos de una historia infectada de ponzoña y tan negra como pueda llegar a serlo el alma humana. El dibujo de Keko nos sumerge de lleno en esta oscuridad tenebrosa que domina el relato.

Ultrasound (Libros Walden), de Conor Stechschulte: El apellido más impronunciable del año nos regala uno de los cómics más inquietantes. Una mezcla incómoda entre Todd Solondz y David Lynch, que ya es decir. Con su realismo sucio esquemático (lo de sucio es literal en este caso, ya que Stechschulte parece renunciar a borrar o adecentar las marcas y huellas de rectificados y correcciones) y con su empleo de cinco colores diferentes, Stechshulte despliega una historia en la que nada es lo que parece, en la que cada giro de guion abre una puerta que nos conduce a un sitio todavía más incómodo que el anterior; un lugar en el que las historias de desamor se convierten en experimentos de control social. Nada es casual en Ultrasound, ni las alternancias cromáticas, ni las correcciones sobre la página y los bocadillos, ni las veladuras y capas sobredibujadas, ni los indicios y anticipaciones que se esparcen (a veces de forma casi imperceptible) por cada una de las páginas del cómic… Todo responde al orden superior de una historia basada en los equívocos, el ocultamiento y un psicologismo realmente retorcido. Así que, cuando terminamos Ultrasound, tenemos la impresión de que nunca antes habíamos leído algo parecido. ¿Hay mejor elogio que ese?

El gran vacío (Salamandra Graphic), de Lea Murawiec: ¿Quién no ha tecleado alguna vez su nombre en Google, sólo para descubrir que no somos únicos? Estamos seguros de que la joven dibujante francesa Léa Murawiec tiene un nombre de esos que no se repiten mucho, sin embargo, en El gran vacío plantea una original hipótesis distópica que encaja muy bien en el plano simbólico de estos tiempos de likes, selfies a mayor gloria de uno mismo y vanidad autorrepresentativa en las redes sociales. Imaginemos que todos los aspectos de nuestra vida y nuestra salud dependieran exclusivamente de nuestro nombre y su aparición (“presencia”) en un ciberespacio fractal y multiplicador que termina por confundirse con la existencia misma. El día en el que el espacio público y el espacio privado se confundan con el espacio virtual. La idea no es del todo nueva (recordemos, por ejemplo, aquel inquietante “Nosedive” de la tercera temporada de Black Mirror). Murawiec, sin embargo, desarrolla su propuesta con un apabullante despliegue visual y un original estilo gráfico en el que la expresividad cinética del manga se mezcla con la señalética y con un tratamiento formalista y abigarrado de los espacios arquitectónicos que (hasta en el uso del color) nos recuerda a una versión tridimensional del neoplasticismo de Mondrian y De Stijl. La ciudad en la que vive Mane Naher, la protagonista del cómic, parece ser el único sitio del mundo realmente habitable; fuera de sus márgenes alienantes, sus rascacielos y el espacio (público y privado) invadido por la publicidad nominal (los miles de nombres de sus habitantes que se reproducen sin cesar en muros, carteles, pósteres y pantallas, para constatar su existencia, su “presencia”), no hay nada: sólo ese gran vacío que da título al cómic. Mane Naher, además, ha tenido la mala suerte que de su nombre es el mismo que el de la cantante de moda; hecho que la relega a la insignificancia, a la ausencia de una “presencia” que garantice incluso sus constantes vitales.

El museo (Norma Editorial), de Jorge Carrión y Sagar: ¿Cómo se describe, se abarca o se penetra en los misterios de un museo o de cualquier otra colección? Con imágenes, por supuesto. Pero también con palabras que permitan escrutar en los misterios de la mirada, que permitan desmondar lo superficial para hallar subtextos y lecturas ocultas. Eso es lo que hicieron Carrión y Sagar cuando el Museo Nacional d'Art de Catalunya les ofreció la posibilidad de acercarse a sus salas y sus obras para crear un libro-catálogo-ensayo en torno a su colección. Luego, Norma Editorial decidió publicarlo dentro de su catálogo. Sin embargo, El museo no es un cómic (no sólo es un cómic), es un objeto postmoderno (no tan diferente, en el fondo, de Todos los museos son novelas de ciencia ficción, aquel otro libro que Carrión publicó en 2022 narrativizando otro museo, el Centro José Guerrero, de Granada). Apoyándose en disciplinas como las teorías de la recepción, de la percepción, la estética, la semiótica o la pragmática, Carrión construye una reflexión sobre la mirada en forma de microensayos interconectados, que adquieren entidad gráfica gracias a la fascinante traducción visual de Sagar (en la que abundan recursos y técnicas estilísticas). De este modo, El museo avanza de lo particular (quizás el mayor lastre de la obra recaiga precisamente en su exhaustivo localismo y la sincronicidad de la propuesta) a lo general, dejando por el camino un ramillete de reflexiones de esas que agitan la inteligencia e invitan a mirar de una forma diferente.

El enigma Pertierra (Astiberri), de Fernando Marías y Javier Olivares: ¿Es El enigma Pertierra un cómic siquiera? ¿O se trata más bien de un objeto postmoderno (el segundo en esta lista ya)? En su prólogo el propio Fernando Marías nos arroja algo de luz sobre la cuestión (o no): “En noviembre de 2009 la editorial SM encargó al novelista Fernando Marías la escritura de una novela que habría de ser la primera del género «transmedia» escrita en idioma español para jóvenes. Con el término «transmedia» se denominaba un género, incipiente entonces, que reuniera, además de letra impresa, opciones como páginas web, conexiones YouTube, etc.”. El enigma Pertierra nace, entonces, como objeto interdisciplinar vertebrado por la novela El silencio se mueve (2010), del propio Fernando Marías; la historia de un ilustrador casi olvidado (Joaquín Pertierra) que en los años 70, tras muchos años de ilustrar portadas de libro, trabajos de prensa, carteles y cubiertas de discos, decidió dibujar un cómic para contar su historia. En este punto, aparece la figura de Javier Olivares. Tras la muerte de Fernando Marías (en febrero de 2022), Astiberri ha reunido en un único volumen todo el material intermedial creado por Javier Olivares: las ilustraciones con las que alimentó el blog Pertierra, sus bocetos y el cómic que creó para la novela de Marías; material al que se suman unas páginas de cómic inéditas, que Marías dejó escritas acerca de un improbable encuentro entre Pertierra y el cineasta Jean-Pierre Melville. Dentro de este divertido juego de identidades cruzadas y engaños metaficcionales destaca el talento de Olivares para dar forma a un universo gráfico fascinante en el que el lector se deja “embaucar” con el placer de un cómplice satisfecho.

Krazy Kat. Páginas dominicales (La Cúpula), de George Herriman: Vamos a desdecirnos en un puñado de líneas. La publicación por parte de La Cúpula de los sundays de Herriman es el acontecimiento editorial del año. Hay que tener mucha osadía para lanzarse a traducir a Herriman; a cualquier idioma. Hacerlo así de bien es, además, un hito. No vamos a descubrir a Herriman aquí y ahora (échenle un ojo al nombre de este blog). Su influencia en el mundo del cómic es y ha sido enorme: junto a algunos otros pioneros, como McCay, Feininger o Sterrett, el autor de Krazy Kat fue de los pocos que, con sus dibujos secuenciados, intentaron caminar en paralelo a los artistas de las vanguardias pictóricas; de los pocos que intentaron salirse de esa zona de confort trituradora de cualquier originalidad que delimitaban las exigencias (lúdicas) de un público popular de lectores y las restricciones (draconianas) de una industria que aborrecía las innovaciones. En ningún lugar se adivina mejor la audacia de Herriman que en sus planchas dominicales, cargadas de ideas (y experimentación), de guiños humorísticos (slapstick) y de audaces ejercicios metaficcionales que, hasta ese momento, no parecían compatibles con el lenguaje de las viñetas. Lo demás, la peripecia argumental, el triángulo amoroso que forman sus tres protagonistas y los escenarios metamórficos que caracterizaban a la serie, ya es historia.

viernes, enero 06, 2023

2022, los cómics que más nos han gustado este año

No hemos empezado 2023 con el mejor pie bloguero. Después de un año elaborando pacientemente nuestra lista con los cómics del año, hemos cometido un doble error de principiante y, torpemente, hemos eliminado el borrador antes de publicarlo y sin haber guardado copia de seguridad. Hay que ser cenutrio. En fin, como no nos resignamos a perder una tradición milenaria como ésta, de más de diez años de antigüedad, hemos decidido rehacer parcialmente el trabajo y publicar una lista tardía y más reducida que la original con nuestros cómics preferidos de 2022. Así arrancamos 2023, entre propósitos de enmienda y con un puñado de cómics que no dejarán indiferente a nadie:

Grip (Apa Apa), de Lale Westvind: Heredera de la psicodelia underground de Rick Griffin y Victor Moscoso, pero rabiosamente contemporánea del vértigo cinético de Yokoyama, Lale Westvind nos invita en Grip a un viaje alucinado y alucinante que nos lleva de lo terreno a lo divino, desde una cadena de comida rápida al encuentro del nirvana, la ascensión mística y la adquisición del tercer ojo. La exuberancia gráfica de Westvind y su uso lisérgico y ubérrimo del color han creado una escuela de fans e imitadores que nunca llegan a alcanzar la riqueza visual de su antirrealismo hiperbólico. En Grip la trama es lo de menos, lo que importa es el camino de sus heroínas rotundas y empoderadas, esa inercia vertiginosa y fecunda que nos invita a recorrer sus páginas con gozosa velocidad para, una vez llegados al final, volver a empezar de nuevo como quien se encuentra en un estado de febril iluminación. Si existe tal cosa como un underground postmoderno, Lale Westvind ha de ser su mejor representante. 

IN. (Norma Editorial), de Will McPhail: IN. sorprende en sus primeras páginas por su acercamiento original y desprejuiciado al slice of life. Sus reflexiones acerca del día a día y su mirada sobre los recuerdos que afectan al presente resultan novedosas. McPhail es uno de esos autores que procesan el mundo con el cerebro y los ojos de un mutante capaz de establecer asociaciones insospechadas. Puro extrañamiento desde un humor cerebral y complejo. Pero IN. marca las distancias respecto a otros cómics de “búsqueda interior” gracias a su empleo de analogías inesperadas y metáforas visuales. McPhail es un dibujante dotadísimo. Su plasmación simbólica de emociones verdaderas a través de secuencias alegóricas mudas es desarmante: una suerte de stream of consciousness traducido a un lenguaje comicográfico de micronarraciones alegóricas que se insertan con normalidad en un relato de vida en primera persona. Todo un hallazgo. El despliegue visual de estas secuencias en color alcanza la categoría de gran arte. Hace tiempo que un cómic no nos sorprendía y emocionaba tanto como este IN. de Will McPhail. Sobresaliente. 

Clase de actuación (Salamandra Graphics), de Nick Drnaso: Cada cómic de Nick Drnaso es mejor y más ambicioso que el anterior, y eso es mucho decir. Su acercamiento al género de las vidas cruzadas se mueve siempre dentro de un extrañamiento que anticipa tensiones, crisis humanas y estallidos interiores (sus personajes parecen siempre al borde del abismo), pero que, al mismo tiempo, nos adentra en historias profundamente humanas que palpitan de vida y verosimilitud. Drnaso bebe del magisterio Ware, pero su dibujo, mucho más realista, es si cabe más frío, mecánico y sobrio que el de aquel. Y, sin embargo, pese a la frialdad mencionada y a su abundantísima carga textual (el comic está repleto de diálogos y largas cartelas de texto), Clase de actuación se lee en un suspiro y con un interés que no deja de crecer desde sus sorprendentes primeras páginas de presentación de personajes hasta, en tensión creciente, desembocar en un relato de terror. Drnaso tiene un don para el tempo narrativo y la descripción de tipos. Parece increíble que alguien tan joven disponga ya de un discurso tan maduro y de esa capacidad para bucear en la naturaleza humana a partir de unas situaciones y unas relaciones cruzadas que casi nunca parecen ficcionales. Magistral.   

Cambio de clima (Errata Naturae), de Philippe Squarzoni: El título completo del cómic de Squarzoni, Cambio de clima. Un ensayo gráfico (y autobiográfico) sobre el cambio climático, dice tanto de sus intenciones como de su contenido. En el doble proceso que supone explicar y concienciar acerca de las consecuencias del cambio climático, Squarzoni factura un relato multigenérico en el que el slice of life (fragmentos de realidad) autobiográfico se alterna con naturalidad con la disertación científica, el ensayo cultural, la entrevista gráfica y el manual pedagógico conservacionista. La mezcla de discursos, lecturas, referencias culturales, datos y testimonios agiliza la narración y se asegura la implicación del lector en un debate complejo y abierto a innumerables derivaciones. La aridez del aparato científico de Cambio de clima (con su exposición rigurosa de datos, cifras y conceptos) encuentra acomodo en el relato en primera persona de Squarzoni, quien, al mismo tiempo que se aplica en la investigación sobre la degradación climática, va desvelando ante el lector la construcción metaficcional y autoconsciente del cómic que recogerá todo ese proceso.

Desilvestración (Reino de Cordelia), de Federico del Barrio: Si le otorgáramos a la intelectualidad el rango de grado o epíteto, podríamos afirmar que Federico del Barrio es uno de los autores de cómics más intelectuales y (auto)reflexivos que tendremos la suerte de leer. Desde su título, Desilvestración avanza en el camino que Del Barrio (bajo el pseudónimo de Silvestre) había abierto en Relaciones y Simple, dos cómics esenciales que plantean una profunda reflexión metarreferencial acerca del lenguaje artístico/literario y las convenciones del cómic. En 2021, Del Barrio recuperó a Silvestre en Impertérrito, un nuevo ensayo gráfico sobre la autoría y la trascendencia del proceso creativo. Desilvestración nos gusta mucho más que aquel porque no están tan encerrado en su propia metarreferencia. El último cómic de Silvestre dialoga con el propio Federico del Barrio-autor, hasta convertirse en todo un ajuste de cuentas con su obra y, sobre todo, con su biografía.  

Dulce de leche (La Cúpula), de Miguel Vila: Como le sucede a la española Aroah Trave, el italiano Miguel Vila forma parte de una nueva generación underground millenial que bebe de la voluptuosidad de Dave Cooper, Hunt Emerson o Andrea Pazienzia, más que de los padres clásicos del movimiento. Álvaro Pons comentaba hace pocos días, con buen tino, que Dulce de leche parece estar influenciado, a partes iguales, por la riqueza formal y compositiva de Chris Ware y por el underground de Andrea Pazienzia. Del primero asume su gramática vanguardista para la construcción de páginas y unos ritmos secuenciales sorprendentes que se mueven desde la microsecuencia a la metáfora visual. De Pazienzia (una figura pivotal de la contracultura italiana y el primer referente del cómic underground transalpino), Miguel Vila, también italiano, hereda su mirada desprejuiciada y transgresora, así como una apuesta decidida por la caricatura más cruda y los escenarios sociales envilecidos. En este sentido, Vila pone su talento visual al servicio de un relato turbio y obsceno en el que el amor y el sexo tocan fondo para construir un cuadro de degradación social y perdedores de la vida. Su caricatura no ahorra excreciones, secreciones y erecciones, en un ejercicio de sexualidad explícita, cuasi pornográfica. Todo ello, en el contexto alienante de los trabajos precarios, la violencia y las redes sociales.

Hierba (Reservoir Books), de de Keum Suk Gendry-Kim: Hierba reconstruye la historia de una superviviente. La dibujante y traductora Keum Suk Gendry-Kim recurre a un artificio narrativo ya habitual en el mundo del cómic: el de la entrevistadora que levanta su relato con las vivencias del entrevistado, al mismo tiempo que revela el proceso creativo que nace de aquellas vivencias. En esta ocasión, la protagonista es la anciana Lee Ok-Sun, una de las pocas víctimas que lograron sobrevivir a las atrocidades japonesas y a la explotación sexual a la que muchas mujeres chinas y coreanas fueron sometidas en aquella época terrible de la Guerra del Pacífico bajo el eufemismo de "mujeres de consuelo". Se describen las miserias de su vida con dureza, sin ambigüedades o disimulos, a partir de una caricatura en blanco y negro marcada por un dibujo muy sintético de línea suelta. El relato "respira" gracias a numerosas pausas contemplativas en las que, después de alguna revelación terrible, la autora reposa su mirada sobre elementos de la naturaleza (paisajes, árboles, animales), recreadas éstas con un trazo grueso expresionista que termina por difuminar sus perfiles casi hasta la abstracción; en esos paréntesis, el lector recupera resuello para seguir el viaje hacia los infiernos de Lee Ok-Sun. Hierba es un testimonio valioso y no carente de belleza; un ejercicio de memoria y reivindicación, y una vía de esperanza para resarcir a las víctimas de la historia.

Goya. Saturnalia (Cascaborra Ediciones), de Manuel Gutiérrez y Manuel Romero: Goya. Saturnalia es un cómic ambicioso. Mucho. Arranca de aquella premisa que sitúa a Goya en el origen de todas las vanguardias (desde el impresionismo y el expresionismo, hasta la abstracción y su implosión en el expresionismo abstracto norteamericano), para concluir en una tesis aún más ambiciosa que otorga al genio de Calanda cierta paternidad sobre el arte moderno y buena parte de la cultura contemporánea, y, especialmente, sobre una forma trágica de sentir a España y a Europa que ha terminado por impregnar todo el arte, la cultura y el pensamiento de nuestro país. Los lápices, pinceles y técnicas digitales del pintor Manuel Romero se mueven dentro de un expresionismo exuberante y desgarrado, pero van más allá: sin escaparse del todo de la impronta goyesca, Romero evita caer en la tentación de la mímesis estilística, para perseguir esa línea que conduce desde don Francisco hasta las primeras vanguardias pictóricas y concluyen en el océano de la abstracción. El guion de Manuel Gutiérrez confía en las imágenes perturbadoras de Romero para huir de la linealidad narrativa y construir el marco expresionista de los últimos años de vida del protagonista en la Quinta del Sordo. Los años de sus Pinturas negras, los años lacerantes de su sordera y su inercia hacia la locura paranoide. Hay algo trágico y lorquiano en los textos de Romero, siempre ambiguos, esquivos y simbólicos. Goya. Saturnalia es un trabajo complejo y exigente; incómodo, muchas veces, pero siempre enriquecedor.

The Nice House on the Lake (ECC), de (ECC), de Álvaro Martínez Bueno y James Tynion IV: The Nice House on the Lake es, probablemente, la serie más aclamada de la temporada dentro del universo mainstream. Con justicia. Hemos leído pocos tebeos en los últimos tiempos más adictivos y escalofriantes. El mérito se lo reparten a partes iguales sus dos autores. El pastiche de géneros y referencias culturales de Tynion IV es irresistible. La trama se desliza, sin respiro para el lector, desde la distopía apocalíptica al gore, desde las invasiones alienígenas a lo sobrenatural, del misterio cluedo al género de reencuentro de viejos amigos (con el subsiguiente lavado de trapos sucios); y, entre tanta excitación, mucho drama, mucha angustia vital y mucho terror de casa encantada. Con sus pinceles digitales, Martínez Bueno viste la historia de una oscuridad gótico-pictórica luminosa. Y, como se intuye ya en sus espectaculares portadas, su realismo ligeramente expresionista funciona a la perfección en la creación de personajes y en la reconstrucción de unas arquitecturas que resitúan a Lovecraft en el escenario imposible y espeluznante del Estilo Internacional. Malabarismos pavorosos.

jueves, enero 06, 2022

2021, cómics para después de un naufragio

Cuando parecía que despertábamos de un mal sueño, resulta  que aún seguimos instalados en este día de la marmota pandémica... pero menos. 2022 promete ser un poco más soleado y dejarnos respirar un aire más puro. Mientras tanto, y como ya comentábamos en algún post a lo largo del año, la literatura, el cine y los cómics nos han ayudado a sobrellevar el estrés y las obligaciones en tiempos de COVID. Los Reyes Magos, por ejemplo, nos han vuelto a regalar una lista llena de pequeñas joyas en la que se atisba mucho producto nacional...

Ethel y Ernest (Blackie Books), de Raymond Briggs: Briggs siempre ha reconocido que Jim y Hilda, los personajes protagonistas de Gentleman Jim y When the Wind Blows, estaban directamente inspirados en sus propios padres. Pero la distancia ficcional motivada por el cambio de nombres y por el fuerte caricaturismo de su dibujo desaparecerá definitivamente en Ernest and Ethel (1999), la novela gráfica que Briggs dedica, ya sin disimulos argumentales o nominales, a la biografía de sus padres. La vivienda de Ethel y Ernest es el decorado en el que transcurre su vida y donde verán nacer a su hijo Raymond; pero también es el escenario del que se valdrá Briggs para mostrarnos el devenir histórico del siglo XX y algunos de sus acontecimientos más importantes. De este modo, su cómic se convierte en un cuadro de costumbres de la vida trabajadora en el agitado contexto socio-político del siglo. La historia no organiza sus acontecimientos a partir de una linealidad estricta, sino que se compone más bien de secuencias sucesivas encadenadas, que en muchos casos no ocupan más de media página. Mediante este recurso, Briggs compone un fresco impresionista en el que la narración se debe a una acumulación de situaciones cronológicas encadenadas temáticamente, más que a una contigüidad temporal estricta. Son las elipsis (nunca demasiado extremas) las que nos ayudan a completar el tejido de los acontecimientos.

La mentira por delante (Astiberri), de Lorenzo Montatore: Era Umbral un personaje literario en sí mismo, una autoficción. En la mentira por delante Montatore hace otro personaje del personaje. Lo hace a partir de ese estilo tan propio, una caricatura esquemática que toma prestada en mestiza hibridación la línea depurada de Ware y el rasgo sincrético-humorístico de los Miura, Gila, Tono y demás autores de La Codorniz. Colección de gags, catálogo de aforismos, ramo de ocurrencias ilustradas..., este cómic reconstruye con imaginación y mucha gracia una biografía fragmentaria de uno de los escritores más prolíficos y laureados de las letras españolas. Lo hace mediante la digestión y regurgitación gráfica de materiales audiovisuales y testimonios documentales bien conocidos, como las intervenciones de Umbral en programas televisivos (aquel careo hostil con Mercedes Milá o esa otra entrevista impagable que Joaquín Soler Serrano le hizo en A fondo) o los fragmentos de sus columnas periodísticas. De igual manera, ese documental excelente que es Anatomía de un dandy nos ha regalado la ocasión de acercarnos a muchos de los episodios biográficos y las anécdotas que conforman La mentira por delante. Un buen complemento al divertido ejercicio de estilo que es el cómic de Lorenzo Montatore.

Crónicas de juventud (Astiberri), de Guy Delisle: Como se anuncia en la contracubierta, el dibujante canadiense nos invita a otro de esos viajes en viñetas que han hecho de él una estrella del cómic; aunque esta vez sea un viaje en el tiempo más que en el espacio. Crónicas de juventud nos sitúa en Quebec, la ciudad natal de Delisle, y nos invita a acompañarle en los años de su post-adolescencia; el periodo que terminaría de definir su vocación y su devenir artístico. Dicho lo cual, que nadie crea que estamos ante un cómic autobiográfico al uso. Tras el empacho de slice of life que ha vivido el cómic en la última década, se agradece la concreción temática de la que hace gala esta obra. En ella, Delisle recurre a la misma mirada curiosa y a la ironía amable que caracteriza sus cómics de viaje, para mostrarnos la difícil existencia de un obrero industrial en las entrañas mismas de una gran fábrica de papel. ¿La excusa autobiográfica? Los tres veranos en los que él mismo trabajó allí para poder costearse sus estudios de animación. Como suele hacer en sus crónicas de viajes, Delisle adopta la posición del observador circunstancial, la de quien se sabe de paso pero tiene el privilegio de participar de la "fiesta", para diseccionar con inteligencia narrativa y un ritmo impecable las vidas ajenas. Y en ese empeño, una vez más, el canadiense se revela como uno de los grandes autores del cómic contemporáneo.

Oleg (Astiberri), de Frederik Peeters: Pues ya tiene Frederik Peeters su autoficción. Parapetado detrás de ese alter ego apenas disimulado llamado Oleg, el dibujante abandona los cómics de género (ciencia ficción, western, noir) a los que ha dedicado buena parte de sus años recientes para retomar la senda que abrió con Píldoras azules, el cómic que le dio fama universal y cuya estela le persigue desde entonces; un trabajo mucho más cercano a la biografía que a la ficción. En un guiño a aquel momento creativo epifánico, casi todos los personajes que se cruzan con Oleg le preguntan cuándo piensa publicar la segunda parte de su exitoso cómic El reparto del mundo. Hace Oleg un recorrido inductivo de lo particular a lo general, de las pequeñas miserias laborales e intelectuales al drama universal de la vida y la muerte, y, entre medias, se insertan de forma natural las historias que discurren a la deriva por la mente del creador; las que habrán de germinar en las páginas de una posible siguiente obra o naufragar definitivamente en el olvido de los cómics nunca realizados. Estas semillas de relato, como no podía ser de otra manera, se alimentan de la vida propia y de los pensamientos que en ese momento ocupan la cabeza del artista. Son y se explican, únicamente, por las circunstancias que les dan vida. Y todas ellas, todas esas posibles historias (que en esencia podrían llegar a ser) colapsan y se derrumban cuando a su hacedor, Oleg el dibujante (que es Frederik Peeters el dibujante de Oleg), le toca vivir un cataclismo existencial, un accidente en forma de la enfermedad de un ser querido, de esos que le cambian la vida a uno.

Los grandes espacios (Impedimenta), de Catherine Meurisse: Después de aquella sacudida emocional y el mal cuerpo que nos dejó ese cómic fabuloso que es La Levedad, recuperamos ahora a una Meurisse más amable, divertida y adánica. Su cómic es un carta de amor a la infancia, pero, sobre todo, es una carta de amor a la naturaleza; no a una naturaleza abstracta, sino a aquellos árboles, flores y plantas, con sus correspondientes nombres, historias y evocaciones literarias, con los que convivió en su niñez. Cuando era una niña, sus padres decidieron mudarse al campo, abandonar la gran ciudad y empezar una nueva vida en un entorno rural. Los grandes espacios nos cuenta ese episodio de la vida de Meurisse, y lo hace desde una mirada al pasado cargada de nostalgia y agradecimiento. En su recuerdo se enlazan las correrías y los divertimentos infantiles junto a su hermana con las vivencias que ayudaron a forjar esa nueva vida junto a su familia. Y en su relato, las centifolias, las higueras y las aguileñas conviven con los detalles literarios y familiares surgidos a su alrededor que ayudaron a construir la biografía de la protagonista. Un cómic para levantar el espíritu.

Rhapsody in Blue (Roca Editorial), de Andrea Serio: Visualmente desbordante, el cómic de Andrea Serio bucea en la memoria histórica y personal de sus tres protagonistas, para narrar la historia verídica de tres jóvenes primos judíos que tuvieron que emigrar a Estados Unidos escapando del fascismo italiano. Sus imágenes poderosas se despliegan como cuadros nostálgicos de tonos grises, las fotografías evanescentes de un pasado juvenil que, poco a poco, se va contagiando con las certezas trágicas de una guerra y el peso plomizo de un futuro sin esperanzas. Como anuncia su gershwiniano título, Rhapsody in Blue avanza con lentitud siguiendo los compases melancólicos y libres de una melodía que suena a Nueva York, a invierno y a pérdida. El tiempo de la narración salta entre el pasado y el presente y las escenas de situación se alternan con los diálogos cargados de presagios de sus personajes. Todo ello al ritmo de unas imágenes que nos recuerdan al cromatismo expresionista de Lorenzo Mattotti o Alfred y a la conmovedora frialdad emocional de Hopper. 

La Isla (Reservoir Books), de Mayte Alvarado: El primer cómic de la pacense Mayte Alvarado tiene la cadencia de un poema marinero; por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, con ese preciosismo pictórico que atrapa la vista entre colores serpenteantes y masas cromáticas de cálida solidez. Porque la gran fuerza de La isla reside en su apartado gráfico y en sus numerosas metáforas visuales. Cuadros secuenciados (o secuencias pictóricas, como queramos verlo) que, con su expresionismo colorista, desbordan el hecho narrativo para tejer una cadencia poética en una red de referencias cruzadas y asociaciones connotativas. El pincel de Alvarado se mueve con libertad entre la secuenciación tradicional en viñetas y otras composiciones simbólicas cercanas a la abstracción que parecen desbordar la página en un flujo centrífugo. La isla es un debut luminoso, un ejercicio de estilo que, en su afortunada combinación de lenguajes (el pictórico, el poético, el narrativo-secuencial), propone una lectura cargada de lirismo al mismo tiempo que invita al puro disfrute visual. 

Warburg & Beach (Penguin Random House), de Jorge Carrión y Javier Olivares: El escritor y ensayista Jorge Carrión se alía con ese dibujante heterodoxo y especialmente dotado para el trazo expresionista y la mirada oblicua que es Javier Olivares para facturar un homenaje al libro y a la edición libresca. Lo hacen, como no podía ser de otro modo, con un libro que en realidad no lo es: Warburg & Beach es un cómic-objeto desplegable y reversible (al estilo de aquel La Gran Guerra, de Joe Sacco); un friso con dos caras que, detrás de su apariencia lineal, se descompone como un gran collage en el que conviven las dos biografías que dan título a la obra, la del historiador y archivista Aby Warburg y la de la librera Sylvia Beach. Sus vidas se entrecruzan con las de otros personajes de trayectoria libresca y pasión bibliófila, como Mary Wollstonecraft, la primera escritora feminista de la historia, la librera neoyorquina Frances Steloff o Marcel Duchamp, padre del arte contemporáneo. Las biografías, las fechas y el simbolismo visual de Olivares se retroalimentan y superponen en una red de relaciones cruzadas, vínculos sutiles y paralelismos que aluden a una mirada postmoderna de la Historia y sus complejos laberintos.

El ladrón de libros (El mono libre), de Alessando Tota y Pierre Van Hove: Son los años 60 en el Barrio Latino, en La Rive Gauge: el territorio de Sartre y los existencialistas franceses. Daniel Brodin, un joven estudiante de Derecho, llega a aquel París de cafés e intelectuales con el ánimo de hacerse un nombre en el mundo de la poesía: un don nadie sometido al cinismo y al desprecio de las élites intelectuales más inescrutables y displicentes de la cultura europea. Muy pronto, Brodin descubrirá que las únicas salida en un mundo de apariencias y esnobismo son la impostura y el fraude. Así arranca El ladrón de libros, el cómic de Tota y Van Hove que obtuvo el premio a Mejor Novela Gráfica en el Festival Lucca Cómics de 2015 y, un año después, el Premio Attilio Micheluzzi al Mejor Guion. Con estilo ligero y narración fluida, los autores construyen una historia que nos remite al aire vanguardista e improvisado de la Nouvelle Vague, los existencialistas y el resto de productos culturales del 68, pero que está impregnada de un saludable cinismo postmoderno y de esa narración expresionista que los Sfar, Blutch, Larcenet y Blain han convertido en firma distintiva de la nueva línea clara europea. Muy disfrutable.

Tito Andrónico (Astiberri), de Marcos Prior y Gustavo Rico: Desde su edición inmaculada y su preciosa portada, hay algo hipnótico en este cómic sangriento. Puede que sea el dibujo brecciano de Rico, con su expresionismo violento, sus personajes feroces de rostros afilados y su técnica collage de texturas digitales; o quizá se trate de la adaptación, concisa y estremecedora que ha hecho Marcos Prior del texto isabelino original; el caso es que Tito Andrónico se lee en un suspiro, con el ánimo encogido y la mirada espeluznada por el explícito despliegue visual de sus sanguinarios acontecimientos. El cómic actualiza la obra teatral clásica según unos códigos contemporáneos en los que tiene cabida el trash-metal, el cine gore, la ciencia ficción y la estética industrial. Como si La Fura dels Baus se hubieran decidido a hacer un cómic a partir una de sus rompedoras adaptaciones de material clásico... Y, visto así, por qué no interpretar Tito Andrónico también como un "cómic de fricción". Una vía a explorar (en esa misma línea en la que el propio Rico y Jorge García llevan trabajando estos últimos años).

Romeo muerto (Reservoir Books), de Santiago Sequeiros: La reaparición de Sequeiros después de veinte años de silencio es en sí misma un acontecimiento de los que merecen titulares. Una de las noticias comiqueras del año: el regreso del gran maldito del cómic español. Y sigue siendo tan maravillosamente raro como siempre. Que nadie espere encontrar en Romeo muerto una narración al uso. Su nuevo cómic es una galería de pesadillas escrita en versos emponzoñados; la inversión poética y perversa de un relato, cuya recitación interpuesta emana, como una letanía incesante, de la boca de sus personajes. El malditismo de Sequeiros no es una etiqueta. Sus odas biliosas a la embriaguez enfermiza y al sexo ulcerante beben de la experiencia y de la necesidad catartica. Hay un mucho del propio autor en cada uno de los seres que habitan la Mala Pena. En Romeo muerto nos reencontramos con los personajes que ya protagonizaban su obra en aquellos años 90 en los que le y les descubrimos como un escalofrío: Nostromo Quebranto, Ambigú, Susi Patíbulo, la Mamá Grande... El dibujo de Sequeiros bebe de mil fuentes que confluyen en una penumbra frondosa que se extiende por sus páginas como una plaga vírica que infecta hasta el último rincón de la última viñeta. Y, sorprendentemente, de este caos de negrura profusa y angulosa, de espacios y personajes que se superponen y estrangulan unos a otros, surge la belleza luminosa (tenebrosa) de unas páginas que resumen la búsqueda virtuosa del estilo: es imposible no reaccionar con asombro y fascinación ante el dibujo de Romeo muerto, ante el impacto visual de su trascendencia artística.

sábado, marzo 13, 2021

De listas y deudas: crónica negra de la corrupción política española

Lo peor de las listas culturales es que nunca se cierran, aunque quizás en esa falta de clausura esté también su mayor virtud: la de invitar siempre a una revisión continua, a una actualización del gusto y de las convicciones propias.

Nos pasa todos los años. Cada vez que llega el día de Reyes y publicamos nuestro listado con los mejores cómics de ese curso, lo hacemos con la certeza de estar traicionando a aquellas lecturas a las que no pudimos llegar. Desde hace un tiempo, junto a nuestra selección anual, publicamos en papel (en el periódico ABC Color de Paraguay) una lista depurada de sólo diez cómics, un resumen del resumen.

Después de jugar a las quinielas y disfrutar de selecciones ajenas, mucho más completas y cualificadas, teníamos claro que este año se nos habían quedado en el debe algunos cómics importantes. El arranque de 2021 ha sido generoso a la hora de permitirnos actualizar unas lecturas que, prácticamente, nos han empujado a escribir este post a modo de epílogo tardío a nuestra selección de "cómics para una pandemia". Y es que, aunque Blogger invita a la trampa y a la "reescritura" (ortográfica, gramatical e incluso conceptual e ideológica) del pasado, hemos preferido entonar el mea culpa en vivo y en directo por no haber incluido en nuestra lista dos cómics superlativos; ambos con bastantes puntos en común, pero con diferentes intenciones.

Con su primorosa edición en páginas doradas Primavera para Madrid (Autsaider Cómics), de Magius, es la gran crónica carnavalesca y bufa de la reciente historia política de nuestro país. Con toda la mala leche que exigen las circunstancias y con escaso disimulo (tanto en nombres como en caracterizaciones), Magius disecciona el circo político de la corrupción postaznarista y sus acólitos borbónicos: una galería esperpéntica de personajes instalados en el chantaje, la ostentación chabacana, los puñales por la espalda, los sobres con mordidas y las prácticas mafiosas. Ante el cutrerío sórdido de lo narrado y la impunidad de sus actores, el visitante foráneo podría pensar que la farsa de Primavera para Madrid cobra fuerza a partir de una deformación hiperbólica de la crónica política. Lo cierto es que, si no hubiéramos sido testigos diarios del descalabro, con asiento en primera fila de noticieros y confesiones judiciales, ni los mismos españoles hubiéramos comprado la historia. Seguramente, lo peor de todo es que algunos siguen pensando que aquel lodazal fue la mejor de las realidades posibles. Un ejercicio obligatorio de memoria, una obra para leer y releer cada pocos años.

Esos dos clásicos del cómic español que son Altarriba y Keko, concluyen su inmaculada trilogía del ego (Yo, asesino, Yo, loco y, ahora, Yo, mentiroso). Yo, mentiroso (Norma) rebusca en la misma materia prima que el cómic de Magius, la corrupción de la política española, pero prescinde del humor paródico para centrarse en un doble enfoque socio-psicológico que, bajo su apariencia de thriller político, intenta destejer las urdimbres maquiavélicas de la corrupción, el engaño y el poder a cualquier precio. El claroscuro tenebrista de Keko nunca había brillado tanto como en este cómic. Su empleo realista de collages de situación funciona con pasmosa naturalidad a la hora de crear las localizaciones macabras de una escena del crimen que se multiplica en todas las direcciones posibles que permiten la codicia y la iniquidad humana. Como sucedía en Primavera para Madrid, los personajes de Yo, mentiroso apenas disimulan los nombres reales que protagonizaron algunos de los episodios más negros de la democracia española. Detrás del andamiaje de ficción que ofrece el episodio criminal de la trama (con los guiños irónicos y autorreferenciales habituales en Altarriba), reconocemos casi todos los rostros funestos de sus personajes y nos acordamos de sus acciones. Yo, mentiroso es un cómic sobresaliente (el mejor de la trilogía, pensamos), pero le deja a uno mal cuerpo para varios días. Avisados están.  

Y todavía no hemos tenido tiempo de leer Cheminova, el quinto y último tomo de esa saga brillante y llena de humanidad que Luis Durán ha facturado a lo largo de años con su serie Orlando y juego, así que no descarten alguna nueva operación de enmienda.

miércoles, enero 06, 2021

2020, Cómics para una pandemia

No ha sido este el mejor de los años para el ciudadano. A base de pandemias y crisis encadenadas, nos hemos dado cuenta de que aquello de no hay mejor noticia que no tener noticias es un axioma perfecto para quienes aspiramos a la normalidad. Pero, como decíamos en nuestro último post, hasta un mal año trae buenas noticias. Los lectores perspicaces que hayan sido capaces de interpretar nuestra sidebar se habrán dado cuenta de que, para nosotros, 2020 será un año inolvidable por la mejor de las razones. En términos viñeteros, este ha sido un año igualmente glorioso. Las penurias aguzan el ingenio y no aplacan el buen hacer editorial, parece. 

La nómina de cómics notables de este curso no ha dejado de crecer hasta el último mes del año (como demuestra alguna de estas reseñas); no hemos tenido la posibilidad de leer todo lo que hubiéramos querido (se nos han quedado en el debe cosas como la última entrega de esa estupenda serie que es Orlando y el juego, de Luis Durán, y lo último de Jaime Martín, o lo de Magius y Nora Krug), pero entre lo leído, hay algunos cómics fantásticos. Allá va nuestra selección sin orden de preferencia: 

Preferencias del sistema (Ponent Mon), de Ugo Bienvenu: El cómic del dibujante, escritor, actor y director de animación Ugo Bienvenu sitúa la acción en un futuro culturalmente fantasmagórico, en el que la acumulación y difusión de información lo es todo (vamos, casi como en este presente que vivimos); un futuro en el que el interés de los bienes culturales depende de su capacidad para obtener reproducciones y difusión, más que de su calidad o su valor cultural intrínseco; un futuro en el que hay que sacrificar Odisea del espacio 2010 o la obra poética de Auden, para dejar espacio en el sistema a las retransmisiones de youtubers y a los posados de instagramers. Lo que más miedo da del cómic de Ugo Bienvenu es que todo cuanto cuenta suena perfectamente plausible. Hay quien le critica por su frialdad extrema, una sobriedad subrayada por el realismo de su dibujo (por algo la editorial que creó en 2018 con Cédric Kpannou y Charles Ameline se llama Réalistes) y por sus colores planos. Pero esa nos parece precisamente la mayor virtud de Preferencias del sistema: su precisión quirúrgica para diseñar un futuro distópico que, al margen del avanzado grado de evolución tecnológica y robótica que plantea, huele a presente en cada viñeta. La puerta a la esperanza de esta historia inclemente y sombría está personificada en la pequeña Isi, una niña que nos recuerda que la cultura, la música, el cine y la poesía podrían llegar a ser nuestros últimos rasgos de humanidad en esta inercia de materialismo consumista a la que nos hemos entregado.

El Humano (La Cúpula), de Diego Agrimbau y Lucas Varela: Aventuras de género. Humanoides, astronautas en hibernación y un planeta al borde de la extinción son los ingredientes de una historia de ciencia ficción en estado puro. Robert, el científico humano, regresa a la Tierra después de una hibernación orbital de 549.000 años. Su misión, salvaguardar el futuro de la especie humana después de que éstos estuvieran a punto de acabar con el planeta. Este es el punto de partida para las aventuras del protagonista y sus acompañantes robóticos. Como no podía ser de otro modo, detrás del relato de aventuras se esconden reflexiones acerca de la condición humana y su condición depredadora, que conducen a conclusiones desesperanzadas acerca de nuestra naturaleza vírica y destructiva. El nuevo trabajo de este eficiente tándem de autores argentinos puede presumir de un bonita y estilizada línea clara (en la mejor tradición de la escuela de Bruselas) y de un pulso narrativo vibrante que no abandona el relato hasta su sorprendente giro final.

Devastación (Alpha Decay), de Julia Gfrörer: Una rata le muerde en el cuello a otra; dos perros famélicos se disputan un brazo humano arrancado de cuajo; Agnès, la joven protagonista del relato, amasa el pan de cada día con sus propias lágrimas... Son escenas que marcan el tono de Devastación, el insólito cómic de Julia Gfrörer. Su estilo nos remite a las viejas ilustraciones del siglo XIX de la muerte y lo demoniaco. Su trazo y su irregular rayado nos hacen pensar un Edward Gorey que hubiera perdido el sentido del humor. El elemento gótico (e incluso satánico) se repite en casi todos sus cómics, en los que la fantasía, los místico y lo sobrenatural se mezclan con sorprendente naturalidad, a un paso lento que conecta lo irracional con la vida sencilla de las gentes. La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa como por su apuesta estética. En Devastación la autora elige los tiempos terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Un tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo supersticioso a lo desconocido. 

Del Trastévere al paraíso (Reservoir Books), de Felipe Hernández Cava y Antonia Santolaya: Continúa Hernández Cava (el gran guionista del cómic español) reconstruyendo el imaginario progresista del siglo XX, desde la lucidez democrática y con una mirada crítica y reflexiva hacia la barbarie de los totalitarismos y los extremismos. Se enfrenta en esta ocasión a uno de los episodios más turbios que acompañaron a las revueltas juveniles universitarias del 68 en buena parte de Europa: el surgimiento de facciones terroristas de inspiración anarquista, compuestas, en muchos casos, por jóvenes apenas mayores de edad. Valeria Stoppa, la protagonista de Del Trastévere al paraíso, fue una de aquellas adolescentes que se dejó cegar por el discurso del odio y la cosificación del adversario hasta integrarse en una de esas células terroristas que fueron germen de las Brigadas Rojas italianas. Ahora, desde su madurez, reflexiona acerca de una vida perdida y pone en duda sus propias convicciones de juventud. El dibujo evocador de Antonia Santolaya, con un trazo suelto cercano al esbozo y colores expresionistas, construye una mirada nostálgica y desesperanzada hacia el pasado de una juventud desperdiciada.

Verdad (Liana Editorial), de Lorena Canottiere: El dibujo de Canottiere en Verdad es deslumbrante, con un empleo luminoso y sorprendente del color. Su expresionismo cromático parece ilustrar recuerdos y sensaciones más que una representación de realidad. Las imágenes evocadoras nos acercan a la historia, las historias más bien, que componen la biografía de la joven protagonista que da título al cómic (un nombre propio anómalo, Verdad, cargado de connotaciones e intenciones). El relato serpentea desde el pasado hacia el presente: la niñez de Verdad con su abuela, a la sombra de una madre desaparecida; su lucha en la Guerra Civil Española contra el fascismo; su renuencia a la derrota viviendo en el monte como un maqui... Y todas esas vidas empujan en una misma dirección, confluyen en un mismo anhelo: la búsqueda (utópica) de la libertad. El deseo irrefrenable de la protagonista de construir su propia existencia, sin ataduras, sin dependencias. En ese impulso, la lucha contra Franco, la vida en soledad en la naturaleza o la resonancia lejana, casi mítica, de Monte Veritá (la colonia hippy a la que se escapó su madre) funcionan como escenarios simbólicos e ideales de ese sueño imposible de libertad. Verdad es un cómic con muchas lecturas y, sobre todo, es un verdadero goce visual. 

La esperanza pese a todo. Segunda parte (Dibbuks), de Èmile Bravo: Èmile Bravo sigue embarcado en su tarea de transformar una serie que nació con vocación cómica y para un público infantil en un cómic adulto con conciencia histórica y voluntad política. El segundo volumen de La esperanza pese a todo (de los cuatro que conformarán la saga) continúa la epopeya de Spirou y Fantasio en el contexto de la Bélgica ocupada y colaboracionista durante la Segunda Guerra Mundial. Y Bravo no duda en meter a sus personajes en todos los charcos posibles. Desde la rectitud moral del niño Spirou y la inconsciencia sin malicia de su amigo Fantasio, el dibujante francés plantea una serie de interrogantes éticos acerca la implicación de ciertos países aliados (como Bélgica y Francia) en la contienda; cuestionando además aspectos como el papel de la iglesia o la actitud xenófoba y supremacista del nacionalismo flamenco. Sin abandonar nunca el espíritu original del personaje y su dinamismo aventurero, La esperanza pese a todo plantea una relectura audaz y madura de una de las series clásicas del cómic europeo. La mejor línea clara franco-belga del momento.

Blueberry. Rencor apache (Norma Editorial), de Joann Sfar y Christophe Blain: Mucho de lo dicho en la entrada anterior valdría para reseñar esta revisión de otro clásico del cómic europeo como es las aventuras del Teniente Blueberry, desde el respeto a la creación original de Charlier y Giraud, pero con buenas dosis de atrevimiento e innovación. Dos de los grandes autores del cómic actual se embarcan en una reconstrucción del western a partir del espíritu original de un personaje y una serie que nacieron con un tono fordiano, pero que, en esta nueva entrega, se acercan más a la violencia naturalista y el austero psicologismo de Peckinpah y Sergio Leone, respectivamente. El guion de Sfar desarrolla un episodio de violencia que amenaza con desbaratar la frágil paz que garantiza la convivencia entre los colonos, el ejército de caballería y los Apaches. La historia avanza firme con una tensión creciente, al mismo tiempo que va introduciendo nuevos ingredientes y personajes en la trama. Blain, que ya le había dado una patada al género en su estupenda serie Gus, lleva a su terreno con asombrosa maestría el estilo original de Giraud (aka Moebius) para construir una galería de personajes llenos de matices y dobleces morales. Y, de fondo, la bastedad de un paisaje infinito y reconocible por todo buen aficionado al género. Nos podemos esperar a la siguiente entrega.

La cólera (Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares: La cólera es La Ilíada, reconocible desde su título (con esa palabra empieza el poema épico de Homero). Sin embargo, poco a poco, la mitología se despliega en ambigüedades y lecturas inesperadas. La ironía postmoderna invade los diálogos y va desanclando al cómic del texto clásico. El dibujo oscila entre la reescenificación histórica y el juego simbólico. Se despliega un argumento conocido: el de la alianza de reinos comandada por Agamenón y sus aqueos que asedian la ciudad de Troya; después de nueve años de sitio, Ajax, Ulises y Aquiles parecen a punto de derrotar su resistencia... Avanza el argumento de La colera con pulso y con un despliegue visual apabullante..., hasta que el relato se detiene en una digresión metanarrativa que es un caballo de Troya postmoderno en toda regla. Un metarrelato que pone la historia principal patas arriba y la cabeza del lector de vuelta y media. Después del desconcierto inicial (un desafío de las convenciones lectoras, un desafío de las expectativas, un desafío del equilibrio del relato), recuperamos el pulso y una intuición: la de que aquella Europa de la Grecia Clásica estaba en realidad mucho más cerca de esta otra Europa nuestra de lo que suponíamos.

Un tributo a la tierra (Reservoir Books), de Joe Sacco: La obra de Sacco tiene la cualidad de abrumar al lector. La cantidad de información y el minucioso proceso de documentación que hay detrás de cada uno de sus cómics hacen de ellos una fuente de conocimiento exhaustiva sobre la realidad geopolítica del mundo en el momento concreto de su publicación. Además, en cada nuevo trabajo, el dibujo de Sacco se ha ido enriqueciendo en matices, en una evolución hacia un realismo lleno de texturas que, por un lado, remite al detalle de la ilustración xilográfica clásica, pero que nunca ha abandonado la herencia underground de la que se alimenta la obra de Sacco desde sus orígenes. Por su temática, pudiera parecer que Un tributo a la tierra se aparta de esa línea de periodismo bélico que define la producción del autor, sin embargo, aunque es cierto que la acción de este cómic no se sitúa en medio de una guerra o una zona en conflicto armado, sus páginas también describen un enfrentamiento; un desafío, cruento en muchos casos, del que seguramente depende el futuro de la humanidad: el de la naturaleza frente al dedsarrollo económico. El cómic arranca con una mirada hacia los usos y costumbres de las tribus indígenas del norte de Canadá, que mantuvieron sus formas de vida nómada prácticamente hasta finales del siglo XX. Aquella difícil existencia casi extinguida contrasta dramáticamente con la actual explotación petrolífera de las reservas originales y la adaptación de los nativos al trabajo en las mismas y a los modos de vida occidental. Una adaptación, en muchos casos impuesta por las administraciones políticas y las autoridades religiosas del país. Un tributo a la tierra es un reportaje acerca del cambio climático y la explotación de los recursos naturales, sí, pero también una mirada sincera a la vida difícil de unos pueblos cuya subsistencia depende de esa misma evolución que poco a poco va enterrando sus propias raices. Una vez más, Sacco lleva a cabo un ejercicio magistral de investigación periodística que confía en la inteligencia del lector para penetrar en las zonas grises de la historia. 

Tatsumi (Satori Ediciones), de Yoshihiro Tatsumi: La editorial Satori (especializada en cultura y literatura japonesa) acaba de publicar Tatsumi, un cómic en el que se recopilan algunas de las mejores historias cortas del maestro japonés publicadas entre 1970 y 1972. Los relatos seleccionados (varios de los cuales ya habíamos tenido la oportunidad de leer en nuestro país en las publicaciones de La Cúpula) sintetizan con transparencia la poética del autor y resumen muchos de sus lugares comunes: la sombra alienante de la gran ciudad (“Cría”, “La montaña de los viejos abandonados en Tokio”), la soledad del trabajador asalariado en su lucha por una subsistencia precaria (“Escorpión”, “Querido Monkey”, “La campana fúnebre”), la sexualidad disfuncional como metáfora de la inadaptación social (“Ocupado”, “La primera vez de un hombre”), los estigmas afectivos y las cicatrices de la participación en el bando derrotado de la Segunda Guerra Mundial (“Infierno”, “Goodbye”), etc. Como sucede a lo largo de toda su producción, muchos de los episodios recogidos en este volumen incluyen elementos de naturaleza autobiográfica. En algunas de sus historias, Tatsumi apenas se esconde detrás de sus personajes. Este volumen será una buena introducción para todos aquellos que aún no conozcan al mangaka. La selección de relatos incluye algunas de sus historias cortas más singulares y conmovedoras, como “Infierno”, “Querido Monkey” o “Goodbye”. Además, gracias a los textos que acompañan a la edición (al “Epílogo” del propio Tatsumi se une una “Breve nota biográfica”, no tan breve, y un estudio “Sobre las historias publicadas en el presente volumen”) el lector será capaz de profundizar en la figura y obra de uno de los maestros del manga: el padre del gekiga.

La soledad del dibujante (Sapristi), de Adrian Tomine: Cuando uno de los dibujantes más célebres y admirados del planeta cómic decide aparcar cualquier tipo de autocomplacencia y quedarse en pelota picada creativa delante de sus lectores, puede surgir algo tan honesto y sugerente como La soledad del dibujante (el personal homenaje de Adrian Tomine a la célebre novela de Allan Silitoe). Aunque en su recuento de humillaciones y situaciones embarazosas Tomine abusa de cierto patetismo autocompasivo, lo cierto es que su cómic es realmente divertido. Observar bajo la lupa los complejos y las decepciones de uno de los genios más precoces del medio no deja de ser una lección de humanidad. El formato elegido para la edición del cómic encaja como un guante con esa mismo búsqueda de sencillez y espontaneidad: el de una pequeña libreta Moleskine de cubiertas negras y hojas cuadriculadas (la edición estadounidense incorpora incluso la goma negra de cierre que las caracteriza). Todo funciona en La soledad del dibujante, lo de dentro y lo de fuera. Tomine sigue manteniendo aquel realismo de línea clara que le hizo célebre, aunque su estilo parezca ahora más espontáneo y depurado; y aquellos finales repentinos e inesperados que hicieron de él el Carver del cómic se han convertido en La soledad del dibujante en los gags ocurrentes de un autor que se sabe tocado por el éxito y el talento (aunque en este cómic se empeñe en disfrazarlos a base de humildad, timidez y un fino sentido del humor). 

Los sentimientos de Miyoko en Asagaya (Gallo Nero Ediciones), de Shin'ichi Abe: Los relatos breves que componen Los sentimientos de Miyoko en Asagaya conforman un extraño collage autobiográfico. Lo cierto es que Abe es un autor extraño en sí mismo, diferente. Pertenece, junto a Oji Suzuki o Seiichi Hayashi, a ese grupo escogido de autores japoneses que, bajo el influyente magisterio de Yoshiharu Tsuge, publicaron en la revista alternativa Garo mangas que discurrían entre la experimentación narrativa y cierto simbolismo poético. Como hace Abe en los relatos de este volumen, casi todos ellos recurrieron a episodios de sus propias biografías para proyectar una mirada extrañada de la realidad, muchas veces fragmentarias y profundamente críptica en su subjetividad. Los sentimientos de Miyoko en Asagaya está presidido por un tono decadente y sombrío, por una suerte de pesimismo existencial que empuja a los protagonistas de sus historias a dejarse ir cuesta abajo y malvivir solitarias vidas precarias. Las poéticas imágenes de paisajes nocturnos conviven con un diseño de personajes deliberadamente descuidado; un estilo caricaturesco que deforma rostros y movimientos con la intención de transmitir las emociones particulares de cada instante y situación. El dibujo antirrealista de Abe y su renuncia a una secuenciación convencional en términos de fluidez narrativa consiguen dotar a sus historias de un lirismo intimista que termina por atrapar al lector dentro de su red de significados e insinuaciones. 

A través (Pípala), de Tom Haugomat: Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado, el libro teórico que han publicado la Universidad de León y Trea este año, parece pensado para explicar una obra como la de Haugomat. Es un libro con pocos dibujos y menos texto, pero cuenta muchísimas cosas: una vida entera, de hecho. Lo hace combinando de forma sistemática dos puntos de vista de vista complementarios que crean una rutina secuencial: la mirada subjetiva de su protagonista aparece siempre continuada por el plano general que la explica. Así, a través de los ojos del personaje principal, asistimos a los instantes decisivos de su biografía y, junto a él, pasamos el tiempo de una vida. Las figuras minimalistas sin rostro de A través, sus paisajes evocadores y sus colores planos nos remiten a la ilustración estadounidense de los años 50-60, a aquellos diseños estilizados y utilitarios que abundaban en los magazines más elegantes y sofisticados de la época. Y, sin embargo, pese a esa frialdad aparente, el libro ilustrado/cómic de Haugomat está paradójicamente lleno de emoción y poesía; una lectura rápida de esas que dejan poso y apetece releer de vez en cuando. Un hallazgo.

Regreso al Edén (Astiberri), de Paco Roca: Vuelve quien seguramente es el autor más popular del cómic español reciente y lo hace a lo grande. Regreso al edén continúa indagando en esos procesos de reconstrucción de la memoria, biográfica, familiar e histórica, que ya había explorado en La casa. En este caso, el rastreo del pasado toma como punto de partida tres fotografías, que le sirven al autor para hacer la radiografía de una de tantas familias que vivieron la postguerra española entre penurias y privaciones de todo tipo. La familia elegida es la de su madre Antonia y, a través de su figura, la de sus padres y hermanos, se nos ofrece también el retrato fotográfico de una España que vivía uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. En realidad, el dibujo de Paco Roca tiene también cierta cualidad fotográfica a la hora de capturar con precisión los aspectos básicos de la realidad; pareciera que ningún detalle esencial se escapara a su trazo. En Regreso al edén, además, el autor continúa explorando en las posibilidades simbólicas y narrativas de un lenguaje que domina como pocos otros dibujantes. Este cómic vuelve a demostrar que Paco Roca es un autor en constante crecimiento y, parece, en perpetuo estado de gracia.

Mis cien demonios (Reservoir Books), de Lynda Barry: Es imposible no claudicar ante el estilo naif de Lynda Barry y la honestidad confesional de sus historias. En Mis cien demonios, la autora aborda el género del slice of life desde un original recuento de sus miedos y complejos infantiles. En el prólogo del libro, Barry confiesa cómo decidió inspirarse en los demonios (onis) de un rollo japonés del siglo XVI para elaborar su propia lista de "monstruos" personales a partir de sus recuerdos infantiles y adolescentes. En su enumeración variopinta se cuelan objetos, rasgos de su personalidad y referencias simbólicas a momentos concretos y obsesiones insistentes que, de alguna manera, dejaron una huella en su biografía y marcaron su personalidad posterior: su descoordinada forma de bailar, las discusiones constantes con su madre, la muerte de algún amigo, el olor de su hogar, su apego fetichista a ciertos objetos de la infancia... Mis cien demonios es la prueba palpable de que algunos autores elegidos pueden llegar a resumir toda la complejidad de la existencia en el espacio humilde de una anécdota infantil. El lenguaje sencillo de Barry y el candor infantil sus ilustraciones encierran momentos reveladores y una emoción verdadera que se contagia al lector casi desde las primeras páginas. Un cómic para todos los públicos que difícilmente decepcionará a nadie.

Mono de trapo (Barrett), de Tony Millionaire: Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En toda su producción, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc. Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas. 

Rosie en la jungla (Fulgencio Pimentel), de Nathan Cowdry: Los personajes de Cowdry son simplemente adorables. El achuchable perrito algodonoso y las bellas muchachas de formas redondeadas que protagonizan Rosie en la jungla tienen cierto aire disneyano, aunque en su diseño se observan también influencias del manga y del surrealismo pop big eyes. Sin embargo, lo que parecería la materia prima adecuada para una historia infantil o un relato de shojo manga, en manos de Cowdry sirve para construir un cómic de jóvenes traficantes de droga, mascotas que utilizan sus estómagos como mula y agresivas bragas parlanchinas dispuestas a matar y morir por un puñado de libras. Sexo duro, violencia y transgresión en un envoltorio de caramelo. Perturbador y fascinante a partes iguales. Como señala alguien en la faldilla promocional del libro, la experiencia de leer Rosie en la jungla se parece un poco a ver una película porno por primera vez. A ratos, uno intenta mirar para otro lado, pero no hay manera.