Nunca hemos sido fans del cine de terror. Lo pasamos tan mal con, la por otro lado estupenda, El resplandor, que decidimos que preferíamos ir al cine a reír, a llorar, a pensar o a deleitar la vista. Pese a lo dicho, estamos a puntito de acabar con la primera temporada de American Horror Story, una de las triunfadoras de la temporada en la parrilla televisiva serial estadounidense. Entretenida y bastante tópica, aunque hay que reconocerle que en algunos momentos te da unos buenos sustos.
Se trata, en realidad, de una serie con complejo de batidora: desde su primer capítulo parece un grandes éxitos del cine de terror Hollywoodiense. La mezla incluye una proporción variable de cada ingrediente: tenemos una pizca de fenómeno paranormal, a lo Poltergeist; una buena ración de casquería con receta de La matanza de Texas; dos docenas de psicópatas de la marca El silencio de los corderos; bastantes kilos de muertos-no-muertos y cadáveres vengativos de la variedad transgénica Viernes Trece-Pesadilla en Elm Street, etc. El famoso tutum revolutum que en este caso (aún sospechando que la fórmula no da mucho más de sí) funciona como producto de entretenimiento y hormigueo nervioso.
Lo cierto es que, por otras razones, da mucho más miedo otra serie que estamos también a punto de concluir (que por ser más antigua y llevar años clausurada, hemos podido disfrutar a nuestro ritmo). Hablamos de Carnivàle, la genial producción de HBO, creada por Daniel Knauf (alias Wilfred Schmidt, alias Chris Neal); guionista para Marvel de algunos números de Iron Man y The Eternals.
El miedo que produce Carnivàle va más allá de órganos sanguinolientos, zombies antropófagos y psicópatas desquiciados (aunque alguno aparece en sus dos temporadas). La serie (algunos de cuyos mejores capítulos fueron dirigidos Roberto García, hijo de don Gabriel y también director de varios capítulos de Los Soprano o de la excelente In Treatment) nos sitúa en los años de la Gran Depresión del 29, en el contexto de un circo itinerante, una parada de los monstruos con tintes sociales.
El horror que se asoma centímetro a centímetro desde el primero de sus episodios tiene que ver precisamente con la misma humanidad imperfecta, y por eso tan real, de sus personajes. No conocemos sus antecedentes, pero nos tememos lo peor; descubrimos poco a poco su presente y nos espantamos de su miseria moral, de su situación extrema y de lo poco que valen los valores cuando se pasa hambre. Se mezcla este terror a la decadencia, con una buena dosis de filosofía arcaica de lo sobrenatural (y de profecía bíblica, que monta tanto). Miedito interior, desasosiego y presentimiento, como el que sufrimos en los tremebundos episodios de la primera temporada, "Babylon" y "Pick a Number". ¿A quién se le ocurre cortar la serie en la segunda temporada? A veces la televisión, sus audiencias y la programación de las cadenas son todo un poltergeist.
Ahora, para miedo, miedo, el que dio en su día el señor Junji Ito y su obsesión en espiral ¡Cómo nos gustó Uzumaki! Nos hemos acordado de él gracias a unos estupendos gifts animados que descubrimos hace poco en esa web llena de sorpresas que es Who killed Bamby? Tirando del hilo, hemos llegado hasta Kade (RDJism), un joven tailandés que, si en verdad resulta ser el último hacedor de la animación, merece desde ya toda nuestra admiración. Denle vueltas a las espirales, pero no se asusten. Ah, y feliz Navidad.