Si a alguno se le ocurre rebuscar entre nuestras reseñas aquellas dedicadas, directa o indirectamente, al dibujante Seth (Gregory Gallant), se llevará la impresión de que el aquí firmante está aquejado de una esquizofrenia lectora por lo que respecta al autor canadiense. Compartimos la opinión, no se apuren. No sabemos a que atenernos con los cómics de Seth.
En su día nos deslumbró el lirismo cotidiano de La vida está bien si no te rindes (posteriormente "retitulado" La vida es buena, si no te rindes), su poso reflexivo y la ligereza de su dibujo. Sin embargo, aunque algunos de esos ingredientes se mantenían intactos, Ventiladores Clyde nos pareció un trabajo soporífero, la vida del anciano vendedor de ventiladores retirado y solitario nos produjo más indiferencia que nostalgia existencial. Curiosamente, fue otra recreación biográfica ficcional, George Sprott, la que nos devolvió amplificado el talento de Seth como observador de la existencia cotidiana, es un trabajo mayúsculo, complejo y cargado de hallazgos narrativos, una de las obras recientes más brillantes que hemos tenido a bien leer. Cal y arena, sin paletada de argamasa intermedia. De nuevo, decepción considerable con Wimbledon Green. A contracorriente en este caso, la obra recibió buenas críticas en general, pero nosotros no llegamos nunca a pillarle la gracia a la broma de esos coleccionistas de tebeos compulsivos que se comportan con la misma codicia y malas artes que se observan en los círculos de la especulación artística "seria" (muy interesante el reciente filme de Tornatore, La mejor oferta, sobre este tema, por cierto).
Por todo ello, con mucha cautela y guantes de plástico, nos pusimos a leer La G.N.B. doble C. La Hermandad de Historietistas del Gran Norte, un cómic que traspira ironía y jugueteo referencial ya desde su intrincado título. En el prólogo a la obra, el propio Seth explica que, aunque concibió este trabajo con anterioridad a Wimbledon Green y "se prodría decir que es una precuela de ese libro porque fue aquí, en esta obra, donde le di forma a gran parte del mundo en que vive Wimbledon", en realidad, La Hermandad de Historietistas del Gran Norte es un trabajo que no adquirió su presentación actual sino hasta bastante tiempo después: nació como cómic libre, casi improvisado, pero sufrió diversas reconstrucciones y Seth tuvo que redibujar gran parte del material original antes de la edición final. Quizás se deba a ese proceso de enmienda y reformulación que La Hermandad de Historietistas del Gran Norte sea, desde nuestro punto de vista, un trabajo más orgánico, fluido y mucho menos acartonado (excesivamente estructurado) que Wimbledon Green. No se le ve tanto el artificio como a la colección de gags que formaban aquellas otras páginas; y eso que la relación entre ambos va más allá de las obvias elecciones estéticas y afinidades estilísticas (el dibujo minimalista, la retícula de seis viñetas idénticas por página, el empleo de color bitono, etc.).
En su nueva obra, el autor se inventa un género de difícil filiación: la ficción topográfica. Porque La Hermandad de Historietistas del Gran Norte es en realidad un relato descriptivo, un recorrido cuasi-turístico por un escenario ficticio: un club de dibujantes de cómic, que, como señala el propio autor, estaría sólo a unas manzanas del mismo contexto ficcional en el que se desarrollaba la acción de Wimbledon Green. Un narrador externo (omnipresente en las didascalias superiores que completan casi todas las viñetas del libro) nos guía a través de las estancias, pasillos y recuerdos que encierra el edificio-sede de esta peculiar hermandad. Esa voz narrativa omnisciente (y sutilmente irónica) recurre en su itinerario guiado a una cámara subjetiva que zigzaguea entre pasillos y escalinatas, "ilustrando" el relato con estampas documentales cargadas de nostalgia y una rememoración (un tanto mordaz) de aquellos good old times.
Sólo en las últimas páginas del tebeo comprobaremos que la voz narrativa, melancólica y erudita, no era otra que, como en tantas otras historietas de Seth, la del propio autor; o al menos la de su trasunto convenientemente disfrazado por la propia ficción que él mismo ha ideado. La autorrepresentación, como la metarreferencia o la referencia cruzada, son una constante en el trabajo de los chicos de Drawn & Quarterly (el cómic está dedicado a uno de ellos, "Joe Matt, gran dibujante y canadiense honorífico"). También lo es, una constante en el trabajo de Matt, Seth y Chester Brown, ese aire de verosimilitud (ficción documental) con el que envuelven sus creaciones. Cuando leemos La Hermandad de Historietistas del Gran Norte se nos vienen a la memoria cualquiera de aquellas antiguas "sociedades" y "casinos", clasistas, snobs, coloniales, burgueses que forman parte del pasado decimonónico (y no tanto) occidental y que en su día funcionaron como auténticos centros de decisión política y económica, detrás de su aparente acomodo lúdico (algo así como los palcos de fútbol actuales). La guasa del caso es que Seth (que detrás de su supuesta hipersensibilidad esconde un fino espíritu socarrón) haya construido todo este solemne sarao escenográfico alrededor de un vehículo cultural tan poco respetado y dignificado en el pasado como el cómic. Ahí reside la gracia: una Hermandad de Historietistas de postín, tan seria y relevante como la que centra el cómic, tendría en las últimas décadas del S.XX tanto fundamento como un Club de Honradez Política en la España del presente.
Además, la cuidadísima edición con pastas duras troqueladas de Sins Entido (como también sucedía con Wimbledon Green, algo huele a Ware en Canadá) le aporta al libro el aspecto vintage de un objeto de coleccionismo, una antiguedad que merece cuidado y atención, una reliquia del pasado, como la misma Hermandad que se describe en sus páginas. Y, así, acumulando detalles y capas de significado, jugueteando con la ironía postmoderna, Seth consigue componer un objeto cultural que se ríe del presente a partir de una nostalgia más falsa que un billete de 500 euros (espera, ¿o no era así?).