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lunes, octubre 07, 2013

La Hermandad de Historietistas del Gran Norte, de Seth. Un antiguo cuento topográfico.

Si a alguno se le ocurre rebuscar entre nuestras reseñas aquellas dedicadas, directa o indirectamente, al dibujante Seth (Gregory Gallant), se llevará la impresión de que el aquí firmante está aquejado de una esquizofrenia lectora por lo que respecta al autor canadiense. Compartimos la opinión, no se apuren. No sabemos a que atenernos con los cómics de Seth.
En su día nos deslumbró el lirismo cotidiano de La vida está bien si no te rindes (posteriormente "retitulado" La vida es buena, si no te rindes), su poso reflexivo y la ligereza de su dibujo. Sin embargo, aunque algunos de esos ingredientes se mantenían intactos, Ventiladores Clyde nos pareció un trabajo soporífero, la vida del anciano vendedor de ventiladores retirado y solitario nos produjo más indiferencia que nostalgia existencial. Curiosamente, fue otra recreación biográfica ficcional, George Sprott, la que nos devolvió amplificado el talento de Seth como observador de la existencia cotidiana, es un trabajo mayúsculo, complejo y cargado de hallazgos narrativos, una de las obras recientes más brillantes que hemos tenido a bien leer. Cal y arena, sin paletada de argamasa intermedia. De nuevo, decepción considerable con Wimbledon Green. A contracorriente en este caso, la obra recibió buenas críticas en general, pero nosotros no llegamos nunca a pillarle la gracia a la broma de esos coleccionistas de tebeos compulsivos que se comportan con la misma codicia y malas artes que se observan en los círculos de la especulación artística "seria" (muy interesante el reciente filme de Tornatore, La mejor oferta, sobre este tema, por cierto).
Por todo ello, con mucha cautela y guantes de plástico, nos pusimos a leer La G.N.B. doble C. La Hermandad de Historietistas del Gran Norte, un cómic que traspira ironía y jugueteo referencial ya  desde su intrincado título. En el prólogo a la obra, el propio Seth explica que, aunque concibió este trabajo con anterioridad a Wimbledon Green y "se prodría decir que es una precuela de ese libro porque fue aquí, en esta obra, donde le di forma a gran parte del mundo en que vive Wimbledon", en realidad, La Hermandad de Historietistas del Gran Norte es un trabajo que no adquirió su presentación actual sino hasta bastante tiempo después: nació como cómic libre, casi improvisado, pero sufrió diversas reconstrucciones y Seth tuvo que redibujar gran parte del material original antes de la edición final. Quizás se deba a ese proceso de enmienda y reformulación que La Hermandad de Historietistas del Gran Norte sea, desde nuestro punto de vista, un trabajo más orgánico, fluido y mucho menos acartonado (excesivamente estructurado) que Wimbledon Green. No se le ve tanto el artificio como a la colección de gags que formaban aquellas otras páginas; y eso que la relación entre ambos va más allá de las obvias elecciones estéticas y afinidades estilísticas (el dibujo minimalista, la retícula de seis viñetas idénticas por página, el empleo de color bitono, etc.).
En su nueva obra, el autor se inventa un género de difícil filiación: la ficción topográfica. Porque La Hermandad de Historietistas del Gran Norte es en realidad un relato descriptivo, un recorrido cuasi-turístico por un escenario ficticio: un club de dibujantes de cómic, que, como señala el propio autor, estaría sólo a unas manzanas del mismo contexto ficcional en el que se desarrollaba la acción de Wimbledon Green. Un narrador externo (omnipresente en las didascalias superiores que completan casi todas las viñetas del libro) nos guía a través de las estancias, pasillos y recuerdos que encierra el edificio-sede de esta peculiar hermandad. Esa voz narrativa omnisciente (y sutilmente irónica) recurre en su itinerario guiado a una cámara subjetiva que zigzaguea entre pasillos y escalinatas, "ilustrando" el relato con estampas documentales cargadas de nostalgia y una rememoración (un tanto mordaz) de aquellos good old times
Sólo en las últimas páginas del tebeo comprobaremos que la voz narrativa, melancólica y erudita, no era otra que, como en tantas otras historietas de Seth, la del propio autor; o al menos la de su trasunto convenientemente disfrazado por la propia ficción que él mismo ha ideado. La autorrepresentación, como la metarreferencia o la referencia cruzada, son una constante en el trabajo de los chicos de Drawn & Quarterly (el cómic está dedicado a uno de ellos, "Joe Matt, gran dibujante y canadiense honorífico"). También lo es, una constante en el trabajo de Matt, Seth y Chester Brown, ese aire de verosimilitud (ficción documental) con el que envuelven sus creaciones. Cuando leemos La Hermandad de Historietistas del Gran Norte se nos vienen a la memoria cualquiera de aquellas antiguas "sociedades" y "casinos", clasistas, snobs, coloniales, burgueses que forman parte del pasado decimonónico (y no tanto) occidental y que en su día funcionaron como auténticos centros de decisión política y económica, detrás de su aparente acomodo lúdico (algo así como los palcos de fútbol actuales). La guasa del caso es que Seth (que detrás de su supuesta hipersensibilidad esconde un fino espíritu socarrón) haya construido todo este solemne sarao escenográfico alrededor de un vehículo cultural tan poco respetado y dignificado en el pasado como el cómic. Ahí reside la gracia: una Hermandad de Historietistas de postín, tan seria y relevante como la que centra el cómic, tendría en las últimas décadas del S.XX tanto fundamento como un Club de Honradez Política en la España del presente.
Además, la cuidadísima edición con pastas duras troqueladas de Sins Entido (como también sucedía con Wimbledon Green, algo huele a Ware en Canadá) le aporta al libro el aspecto vintage de un objeto de coleccionismo, una antiguedad que merece cuidado y atención, una reliquia del pasado, como la misma Hermandad que se describe en sus páginas. Y, así, acumulando detalles y capas de significado, jugueteando con la ironía postmoderna, Seth consigue componer un objeto cultural que se ríe del presente a partir de una nostalgia más falsa que un billete de 500 euros (espera, ¿o no era así?).

lunes, abril 23, 2012

Wimbledon Green, de Seth. El aburrido trabajo del coleccionista.

Comenzamos nuestra reseña sobre Wimbledon Green con una cita del propio Seth, mejor dicho, con un agradecimiento, el que abre las páginas de este volumen: "Dedicado a mi buen amigo Chris Ware, que sigue mostrándome el camino".
El movimiento se demuestra andando. Cuando Seth publica Wimbledon Green en 2005, está abriendo una puerta que le conecta directamente con el magisterio de Chris Ware, indudablemente, el gran renovador y pope del cómic contemporáneo. En ese momento, se entrelazan sus dos poéticas narrativas gracias al uso de técnicas como la fragmentación y la ramificación de la diégesis, el empleo de microsecuencias insertas en el relato principal, la interdiscursividad y la autorreferencia, etc. Este nuevo camino aleja a Seth de la línea lírico-contemplativa de sus trabajos anteriores y le reconduce hacia el biografismo ficcional posmoderno que se consuma en este irregular Wimbledon Green y que culminará, mucho más satisfactoriamente, en su excelente George Sprott 1894-1975, una de las obras cumbres del 2009 en nuestra opinión.
Seth nos maravilló con el lirismo de lo cotidiano que bañaba su autorretrato en La vida es buena si no te rindes. Después, con Ventiladores Clyde, nos indujo a un sopor profundo, sólo equiparable al hastío con que el anciano vendedor de ventiladores protagonista del relato enfoca su existencia. Por cuestiones de calendario editorial, leímos su George Sprott (recorrido existencial de un personaje de ficción que rezuma vida y veracidad, una obra maestra llena de sensibilidad y de inteligencia narrativa) antes que Wimbledon Green, cómic que la precede en ejecución y que, una vez digerida, se revela muy inferior a aquella.
Wimbledon Green es el perfil biográfico del autoproclamado "mayor coleccionista de cómics del mundo", un personaje obsesivo que, después de turbios tejemanejes, sospechados hurtos y poco escrupulosas operaciones, ha llegado a poseer la mayor colección imaginable de comic-books de la Edad de Oro estadounidense. El cómic completa el retrato de este hombrecillo rechoncho y vivaracho a base de brochazos biográficos, testimonios ajenos, confesiones personales y metarrelatos alternativos, una narración impresionista que intenta ofrecer una sensación de realidad a base de una visión parcial e imperfecta del mundo, la "antiomniscencia" de los testimonios fragmentarios. El primer puesto del listado de debes e influencias lo ocuparía, desde luego, el señor Welles con su Ciudadano Kane.
El problema de Wimbledon Green es que, siendo una obra técnicamente precisa y virtuosa en el plano narrativo, resulta ser tremendamente aburrida. Las cuitas de este coleccionista obsesivo y amante irracional de los cómics no consiguen interesarnos casi nunca y los testimonios ajenos sobre su persona nos atraen tanto como puedan hacerlo, sin ánimo de faltar, la lista de lecturas de nuestro señor presidente del gobierno, es decir, nada en absoluto. Lo sospechoso del caso es que si un trabajo de este tipo no consigue emocionar/interesar a lectores vocacionales de cómics con veleidades coleccionistas, no sabemos muy bien cómo caerá entre un público ajeno a los entresijos del mundo del tebeo y sus paranoías recopilatorias anexas. Nos parece ésta, al menos, una duda razonable.
La obra se pierde en su propia intelectualidad y en la especificidad reiterativa de su tema. La obsesión de Wimbledon Green nos aleja de su discurso. Suponemos que, en el fondo, todo tiene que ver con el propio Seth y con la plasmación de sus obsesiones personales, con sus búsquedas de autoafirmación creativa y personal, como aquella que le llevo a rastrear la existencia (ir)real de Kalo, un viejo dibujante del New Yorker desaparecido para el mundo pero omnipresente en el imaginario de La vida es buena si no te rindes. José Manuel Trabado describe de forma impecable en su último trabajo el autobiografismo de Seth en su obra y en este trabajo en particular:
El personaje que da título al libro tiene la singularidad de ser un coleccionista de cómics, y en ello se parece al propio Seth, autor, y a Seth, personaje de La vida es buena si no te rindes. En el prólogo el autor aclara el origen de esta obra que surge de lo que podría considerarse marginalia. Son bocetos tomados de sus cuadernos, pequeñas historias que nacen a modo de tiras que, finalmente y a través de una dinámica acumulativa, acaban por forjar una historia coral en torno a Wimbledon Green. En esta articulación puede verse el empuje de la influencia de los viejos cómics tal y como reconoce el propio autor (pág. 265).
Sucede que a veces no todas las búsquedas artísticas funcionan igual, ni todas las reivindicaciones autoriales son igual de interesantes. Definitivamente, nos quedamos con el buen sabor de boca que nos dejó George Sprott.

miércoles, septiembre 20, 2006

Seth ataca, plácidamente, de nuevo.

A la espera de que alguien publique en nuestro país el aclamado Wimbledon Green (seguro que ya está en ciernes y soy el último en enterarse), leo entre las recomendaciones lectoras de la siempre sugerente Petite Claudine, que The New York Times comienza a publicar en sus páginas George Sprott (1894-1975), del canadiense Seth (recuerdo un proyecto similar de Chris Ware para el mismo periódico, Building Stories).
Seth es uno de los buques insignia de la editorial Drawn & Quarterly. Creador de la ensoñadora La vida es buena si no te rindes (una novela gráfica modelada en clave de prosa lírica y guíada por una maravillosa cadencia contemplativa), Seth comparte muchas de las premisas posmodernas (¡suenan los sables!) del nuevo cómic de autor nacido a comienzos de los 90; a saber: historias en primera persona, autoconsciencia, autorreflexividad crítica, autorreferencialidad, ehem. Seth es autor y personaje en algunas de sus propias obras (como La vida...), pero también suele ser uno de los personajes invitados en los cómics de sus amigos Joe Matt (Peep Show) y Chester Brown (El Playboy), en uno de los juegos de autoconsciencia ficcional más divertidos de los últimos tiempos.
Dicho lo cual, debo confesar que su última obra publicada en España (si obviamos colaboraciones como las de Mr. X), Ventiladores Clyde, me aburrió y decepcionó a partes iguales. Tales eran las expectativas creadas con La vida está bien si no te rindes (así se llamaba en su primera edición en comic-books, de la Factoría de Ideas), que lo que en aquella era lirismo, me pareció en ésta monotonía y lo que me sugería belleza contemplativa, se me convirtió en la historia del tratante de ventiladores en hastío vital. En fin.
Ahora, con el proyecto de The New York Times a uno se le vuelve a abrir el apetito del encantador "slice of life" que representa Seth y que tanto nos dio que hablar hace algunos posts. ¿Se acuerdan de Fermín Solís, Andy Watson o Michel Rabagliati? (la editorial nobel Fulgencio Pimentel, va a publicar Paul va a trabajar este verano, por cierto). Pues eso, que aquí estamos día tras día, dándole vueltas al "slice of life", y perdonen la redundancia.
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(Actualización: 21-sep-2006, 17:30)
Me comenta el Tío Berni, de los amigos de Entrecomics, que hoy publican ellos la traducción de la entrevista que Marc Ngui le hizo a Seth, para Carousel Magazine. Labor improba la que están llevando a cabo con sus traducciones estos comiqueros de pro. Qué sigan estas coincidencias bienvenidas y venturosas.