Recupero un articulillo que publiqué en el Culturas hace ahora casi un añito (el 9 de octubre). Me encanta Marc Hempel, me reí con Tug & Buster y más aún con el surrealismo tierno de Gregory. A la edición en español de este último por parte de Planeta, dediqué mi reseña y cuánto me gustaría tener excusas para anunciar la edición del material de Gregory que queda aún por editar...
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Con estos mimbres, tan exiguos como desoladores, Marc Hempel teje las páginas de su Gregory y, lo que es mejor, consigue que en vez de morirnos de pena, nos carcajeemos sin sentimientos impostados de culpa. Efectivamente, Gregory es un cómic de humor, pero no uno cualquiera. Hace ya un tiempo que parte de la obra de Hempel vio la luz en nuestro país (si bien es cierto, con más pena que gloria en cuestión de ventas y popularidad), con la correctísima edición por parte de Astiberri de dos tomos de Tug & Buster. Sin embargo, llevábamos ya mucho tiempo esperando a que algún editor caritativo se atreviera con el personaje esencial del americano. Al fin, Gregory habla español por la verbigracia de Planeta de Agostini. La edición, además, solventa en la medida de lo posible las muchas dificultades de adaptación que planteaba la obra original (los radicales juegos tipográficos de Hempel, su peculiar uso del lenguaje y los muchos registros estilísticos de los protagonistas, etc.); el resultado es impecable y su precio realmente ajustado (7, 95 euros-176 páginas).
Gregory es un trabajo incalificable dentro del mundo del cómic. Nos cuesta encontrar precedentes a su humor cafre y surrealista: podemos mencionar algunas referencias más o menos obvias por su naturaleza impredecible, como el archiconocido Krazy Kat (también con altas dosis de demencia surreal), o los comics underground, que anticipan la irreverente heterodoxia con que Marc Hempel se enfrenta a la labor gráfica. Sin embargo, no todo resulta tan sencillo como mencionar dos o tres influencias lejanas; lo cierto es que Gregory es una obra gráfica que rompe cualquier tipo de esquema preestablecido. Su dibujo, tremendamente básico, se apoya en un trazo nervioso y en un relleno que alterna la tinta y un empleo profuso del carboncillo (dotando al conjunto de cierto aire näif). La obra se mueve entre el esquematismo de ciertas tiras periodística (Barnaby, Peanuts, etc) y la espontaneidad que aporta la (falsa) simplicidad de su acabado cuasi-esbozado.
Pero no hay que llevarse a equivocaciones con Hempel. Pese a apoyarse en una base trágica (la demencia infantil), su humor surrealista nunca es cruel, más bien todo lo contrario: el lector no se ríe de ese niño tristemente enjaulado; sonreímos con sus ocurrencias, vivimos como propios sus irrefrenables ataques de euforia esencial y compartimos con congoja la incomunicación que le brinda el mundo que le rodea (curiosamente nuestro mundo real), sin embargo, Hempel nunca nos deja disfrutar a costa de su dolor. Pocas veces un autor ha respetado tanto a su creación, como lo hace el dibujante americano, y pocas veces un antihéroe ha regresado tan fortalecido de su viaje a los infiernos como Gregory. Así que, en un arrebato de bendita locura, descubran todos ese lado oculto que, seguro, esconden en su interior, y griten conmigo: ¡¡¡¡¡¡¡YO, GREGORY!!!!!!!!!!!